Dando las nalgas (1)
-Yo soy fuerte, sé cuidarme. Sobaba despacio su verga y él no se movía. Pero ¿Sabes? Viajé un largo camino solo para venir a verte y me cogieras y tú me estas despreciando.
Luego de escuchar en las noticias que estaban investigando la muerte del Lic. Eduardo, estuve unos días encerrada en mi casa, viendo la tele, escuchando noticias, con miedo, y haciendo llamadas. El guardia había hecho un viaje a mi ciudad natal y regresó un viernes.
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En cuanto entró, me sentí más tranquila. Más segura. En su mano traía un maletín y en otra mano carpetas con papeles. Puso todo sobre la mesa. Abrió el maletín. Dentro estaba lleno de dinero y mis ojos no lo podían creer.
Una cosa era el dinero que se miraba en la tarjeta pero otra cosa era el dinero físico. Y sin duda, ver el dinero, imponía. Me sentí muy chiquita.
-Aquí hay 2 millones de pesos. –Me dijo señalando el dinero. –Creo que con ese dinero alcanzará para cubrir los próximos gastos. –No dije nada. –Y esta carpeta contiene tu papelería personal. –Agarré la carpeta y no le puse mucha atención a los papeles salvo a mi acta de nacimiento.
-Muy bien, con esto puedo sacar mi IFE, ir al banco, abrir una cuenta, y luego buscar un abogado que lleve mis cuentas y dejar el dinero de aquellas personas. –Dije.
-Esa es la idea. –Me dijo. –Tú empiezas un negocio aquí con dinero prestado, haces tú fortuna y luego pagas lo que debes.
-Me agrada la idea. –Asentí. Me sentía mucho mejor. Hasta ahí todo estaba saliendo bien. Necesitaba sexo. Pensé en el guardia pero pensé en que estaba mal empezar a tener relaciones con él. Debía poner una pared entre él y yo, porque al final de cuentas yo era su jefa. –Me voy a bañar. –Dije al aire.
Quería sexo pero no se lo iba a proponer. Deseaba que entrara al baño y me cogiera riquísimo.
Caminé a mi cuarto y entré. Me desvestí y entré a bañar. Me olvidé del sexo y pensé en qué sería lo primero que haría. Puse en la mesa las prioridades; iniciar el negocio de la prostitución, comprar a la policía de la ciudad, hablar con los inversionistas del negocio de taxi. Recordé que también le quedé mal a mi tío. En fin, había muchas cosas por hacer.
Salí del baño y busqué una ropa que me diera seriedad. Necesitaba mostrar madurez, y al mismo tiempo quería ser deseada. Me arreglé con un pantalón de vestir rayado, una blusa blanca, y encima un saco.
-HABLALE AL TAXISTA. –Le grité al guardia. –ANDA AQUÍ CERCA.
Al cabo de una hora, siendo casi las 4pm, salí con unos lentes de sol.
-Vámonos. –Les dije.
-¿A dónde vamos? –Preguntó el taxista mientras subíamos a la camioneta.
-Quiero ir a la comandancia de policía. Quiero quedar tranquila en este asunto. –Se hizo el silencio y arrancó la camioneta.
Yo iba sentada atrás y ellos dos en frente. Luego de unos 10 minutos, llegamos. El taxista me abrió la puerta y de un brincó, bajé. Me puse demasiado nerviosa al ver a los policías.
Iba a confesar los crímenes que haría en la ciudad y tenía pensado salir de ahí y aparte, con la policía de mi parte. Me quedé un rato parada, viendo.
-Vamos. –Me dijo el guardia dándome un empujón. Caminé nerviosa. Todo esto era nuevo para mí.
En cada paso que daba, escuchaba el sonido de mis tacones golpear el piso. Con cada paso que daba, me acercaba más a la puerta y mi corazón se me salía. “Tú puedes, ellos quieren dinero y tú tienes el dinero. Tú eres más que ellos.”, pensé.
Me detuve frente a la puerta y el guardia me la abrió. Entré y al instante me quité los lentes. Sentí un enorme deseo de vomitar, de salir corriendo de ahí, de desmayarme. Hasta que una voz me despertó.
-Buenas tardes, señorita. ¿Qué se le ofrece? –Me saludó la secretaria que tenía en frente. Di un brinco. Pensé que me había descubierto y que me iban a detener.
Con una sonrisa demasiado fingida, hablé.
-Buenas tardes. –Me acerqué a su escritorio. –Busco al comandante de la policía. –Le dije.
-¿Qué necesita? –Me volvió a preguntar.
-Es personal.
-Lo siento, no puedo hacerla pasar. –Me dijo. –No sin una cita previa y que antes, él me autorice.
-Señorita. –Le dije y me aclaré la voz. Agarré aire y valor. –No soy cualquier persona, mi visita la espera su jefe y si él se entera que me dejó ir hoy, usted tendrá serios problemas. –Mi voz sonó fuerte. La secretaria abrió mucho sus ojos asustada. –Y si usted no se levanta y le avisa que Julia Rodriguez está frente a su puerta, créame que perderá su trabajo.
La secretaria se quedó en silencio con sus ojos muy abiertos viéndome. Yo no pestañeé ni un momento y mis ojos se clavaron en su alma. Luego de unos segundos, se levantó, dobló por un pasillo y se perdió de vista.
Un minuto después, salió y me dijo que pasara. Me guio por el pasillo y entramos a una puerta. Ahí solo había una mesa. Salió la secretaria y luego entraron dos policías, un hombre y una mujer. Nos revisaron de pies a cabeza. Solo le encontraron al guardia un sobre, que era donde traía el dinero.
Nos lo regresaron y salimos del cuarto. Nos llevaron dos puertas más adelante y entramos.
Era un cuarto muy pequeño con un escritorio enorme. Tenía una computadora demasiado obsoleta y un montón de carpetas regadas por todos lados.
-Gracias, ¿Pueden dejarnos solos? –Les pregunté a los policías. Vi que vieron al comandante y este asintió. Salieron. –Buenas tardes. –Saludé.
El tipo era bajito y demasiado gordo. Tenía un bigote enorme y por un momento me dio risa dentro de mi cuerpo.
-Buenas tardes. –Nos saludó. Me invitó a sentar. El guardia se quedó parado detrás de mí.
-Nos recibió muy pronto. –Le dije, sonriéndole.
-Los estaba viendo y escuchando por las cámaras. –Señaló el monitor que tenía en frente. –No siempre tenemos visitas de este tipo. Mi chica se asustó.
-Creo que fue un poco grosera. –Le dije y me crucé de piernas.
-Solo hace su trabajo. –Me dijo. – ¿Les invito un trago?
-Gracias. –Le dije.
-Whisky. –Asentí. Bebí y dejé mi vaso en la mesa. -¿A que debo su visita? Señorita… ¿Julia…?
-Julia Rodriguez. –Interrumpí. –Quiero hablar con usted de negocios.
-¿Sabe? Me gusta tener a la gente de mi ciudad contenta. Que trabajen, lleven a cabo sus negocios, vivan su vida y disfruten.
-Creo que nos vamos a entender muy bien. –Le dije. Todo estaba saliendo como creí que saldría y no lo podía creer. No había hecho nada en absoluto.
-Soy un hombre tranquilo, y me gusta la paz en mis calles, pero tengo poco presupuesto. –Me dijo. Solo escuchaba. –Usted vino, entró a mi comandancia y regañó a mi personal. Es una mujer guapísima y por la camioneta del año, que tiene fuera, no le falta dinero. Deme una razón para no hablarle a mi personal y arrestarla.
Las palabras acabaron con toda la confianza que había ganado hasta ese momento. Era mi turno de hablar y debía pensar muy bien en las palabras que saldrían de mi boca.
-Estoy aquí por negocios. Me gusta la ciudad, se ve que usted la controla, es tranquila y veo muchas oportunidades para mí. –Agarré aire, estaba muy nerviosa y sin embargo las palabras me salían solas. Estiré la mano hacia el guardia y me puso el sobre en las manos. Me dijo algo en la oreja “Son 100mil”, escuché. Le aventé el sobre en la mesa. –Eso es el comienzo, conmigo el futuro de sus hijos, esposa y usted está asegurado. –Agarró el sobre y vio el dinero.
Por un momento, vi que puso cara de preocupación.
-¿A cambio de qué? –Me preguntó.
-Inmunidad. –Dije fuerte y segura. Por fin había dicho lo que quería decir y al parecer lo iba a conseguir.
-Pide mucho. –Dijo.
-Si es por dinero, no se preocupe.
-No es por dinero, señorita. Le repito, es una ciudad tranquila. El índice de violencia ha bajado, robos, secuestros también.
-No me malentienda. –Le dije. –No vengo hacer eso. Mis negocios son de otro tipo. –Silencio. Me hizo una seña para que continuara. Dudé un poco. No sabía cómo decirle lo que tenía en mente. –Quiero invertir dinero en ciertos negocios, legales y otros ilegales.
-¿Cuáles son los ilegales? –Preguntó.
-Venta de drogas y prostitución. –El comandante agarró el vaso de whisky, se recargó en su silla y miró por la ventana. Agarró un pañuelo y se limpió la frente. Sin duda algo le preocupaba.
No hablé ni él habló por unos segundos que fueron eternos. “¿Qué pensará?”
-Esos negocios son necesarios para que una ciudad crezca, o al menos ese es mi pensamiento. –Habló. -¿Por qué hace esto?
-No entiendo. –Respondí.
-Sí, es una muchacha bien, no pasa los 20 años…
-Mis motivos son personales. –Le dije en tono fuerte. Este tono me estaba gustando. –Solo necesito que me dé el permiso para operar en esta ciudad y cuando necesite, ensuciarme las manos y usted no se meta.
-Y ¿Si no lo hago? –Me dijo. Esta pregunta me enfureció enseguida.
-Por lo que veo, no soy la primera persona que viene y le ofrece dinero a cambio de inmunidad. –Le dije con el tono más feo posible. –Usted necesita el dinero y yo necesito hacer dinero.
Vi que puso una expresión seria y asustada. Casi pude notar que en ese momento le estaban saliendo canas. Se hizo nuevamente el silencio. Estaba muy nerviosa, necesitaba una respuesta rápido y claro, necesitaba una respuesta positiva.
Me empecé a imaginar que se negaba y que entraban policías a arrestarnos. Extrañé tanto mi vida tranquila. Agarró el teléfono que tenía a lado.
-Le puedes hablar por favor a tales policías. –Escuché que dijo. –Gracias.
Empecé a temblar. Venían policías a donde estábamos y quizá venían a arrestarnos. Le agarré la pierna al guardia y lo volteé a ver. Puso su mano en mi hombro y me hizo una seña con su cara para decirme que estuviera tranquila. Pero no ayudó.
Entraron 3 policías y se dirigieron al comandante. Yo temblaba del miedo. Se levantó el comandante y habló.
-Ella es Julia Rodriguez. –Me dieron la mano los tres policías. –Viene a la ciudad por negocios. Es nuestra invitada y me gustaría que la trataran de la mejor manera posible. –Asintieron los policías. –Ella única y exclusivamente se va a dedicar a los negocios y no meterá las manos en la gente de la ciudad. –Los vi sin decir nada. Todo el miedo desapareció y en cambio me llegó un poder que invadió mi cuerpo.
-Muchas gracias. –Le dije levantándome. –Usted y yo haremos muchos negocios. –Le di la mano nuevamente a los policías y luego al comandante. Me dieron la tarjeta los 4 y me dirigí a la puerta.
-Cuídese. –Me dijo el comandante. Volteé y le sonreí.
Salimos del lugar. Iba feliz, caminando con mayor libertad. Abrí la puerta de la camioneta y de un brinco subí. Apenas cerré, levanté mis manos y grité de felicidad.
-Muy bien. –Me dijo el guardia. El taxista encendía la camioneta. –Te felicito. Llevaste muy bien la plática, con mucha seguridad. Hablaste fuerte para no dejarte intimidar, amenazaste, muy bien hecho y fuiste amable cuando tenías que serlo. –Me dijo.
Sonreí y estaba muy feliz.
-¿A dónde vamos? –Preguntó el taxista.
-Tengo días sin coger. –Dije sin pena. –Y ahorita se me antoja un trío. –Los vi con una cara de felicidad.
-Entonces, ¿Le doy a un hotel? –Dijo el taxista. Me acerqué y le di un beso en la mejilla.
-Lo siento, amor, pero ustedes no son los elegidos. Necesito ir a ver a mi tío. –Le dije y arrancó rumbo a la ciudad. El rato que duró el camino, me dormí. Me había liberado de una presión enorme.
Desperté. Llegamos al lugar donde trabajaba mi tío. Vi al guardia de seguridad del lugar y me acordé que él trabajaría con nosotros.
-Dame tres sobres. –Le dije al guardia. –Ponle $10,000 mil a dos y al otro ponle una buena cantidad. -Luego de un rato, me los pasó. –Esperen aquí, no tardo.
Bajé de la camioneta. Iba con un poco de nervios, quizá los normales. Hablar con personas para negocios, ya no me daba tanto miedo como al inicio. Caminé rumbo al guardia. Me sonrió.
-Buenas tardes. –Me dijo estirando la mano. Lo saludé. – ¿Cuándo inicio? –Le sonreí.
-¿Ya lo pensó bien? –Le pregunté.
-Me dijo que ganaría mejor que aquí, claro que lo pensé bien.
-Perfecto. ¿Qué le parece mañana mismo?
-Bien. ¿A dónde tengo que ir? –Y le di la dirección.
-Usted será mi guardia2, el otro será mi guardia1. –Sonreí. ¿Le podría hablar a la misma persona de siempre? –Le dije.
-Claro. –Y se fue a su caseta. Luego de unos 5 minutos venía caminando mi tío. Le sonreí. Me hizo, para variar, una cara de desaprobación.
-July, ya te dije que no vengas y me saques del trabajo. –Me dijo molesto.
-Perdón, pero recuerda que teníamos un acuerdo. –Le dije y me le acerqué poniendo mis manos en el cuello de su camisa. Fingí que se la acomodaba.
-Llegaste unos días tarde. Cuando te dije, era cuando podía, ahorita ya no. –Me dijo.
-Hay, ¿A poco no puedes ayudar a tu sobrina favorita? –Le dije en tono infantil.
-¿Sabes? –Dijo subiendo un poco la voz. –Estoy cansado de ti. De qué crees tener o quieres tener el control de las personas y tratarlas como se te antoje. No, señorita, conmigo no va a funcionar así. –Me dijo y de un empujón me aventó. Casi caía al suelo.
-Señor, tranquilo por favor. –Le dijo el guardia2.
-Guardia, ¿Nos permite su caseta? –Le pedí.
-Adelante, solo no tarden y por favor, le pido a usted que se comporte mejor con una dama. –Le dijo a mi tío. Yo sonreí, mi tío lo miraba molesto.
Entramos a la caseta. Era un cuarto chico. Las ventanas tenían vidrios polarizados. Para fuera se podía ver pero para dentro no se miraba nada. Al entrar, a la izquierda quedaba una ventana que daba hacia el portón de la entrada. Ahí había unos botones para abrir y cerrar.
Hacia la derecha estaba otra ventana que daba hacia la empresa donde trabajaba mi tío. Y frente a la puerta de la entrada, había un estante donde el guardia guardaba sus cosas. En el centro del cuarto había una mesa con un par de sillas. Y en una esquina, un radio.
Entré primero y detrás de mí, mi tío. Cerré la puerta y giré el candado. La puerta quedó con llave.
-¿Qué te pasa? –Le pregunté. -¿Por qué tanto enojo?
-¿Cómo que porque? –Me dijo. –Estoy trabajando, yo necesito el trabajo y con estas cosas me pueden llamar la atención.
-Por el dinero no te preocupes, yo puedo…
-Hay mija. –Me interrumpió. –Claro que me preocupo. Mira la camioneta en la que andas, eso es de preocuparse. Nada más me pregunto con qué clase de gente andarás. –No dije nada. -¿Te andas prostituyendo? Ya te dije que te puedo ayudar a tener un trabajo digno.
Me le acerqué y rodeé su cuello con mis manos. Le di un pico.
-¿Te excita que sea una prostituta? –Le planté otro beso. -¿Te excita que esta niña de casa sea cogida por muchos hombres? –Otro beso. –O ¿Por muchas mujeres?
-Yo…no… cállate. –Me hizo a un lado y me dio la espalda. –Me preocupa que te encuentres con gente mala y que te pueda hacer daño. –Me acerqué por su espalda y llevé mis manos a su paquete que ya estaba tomando tamaño por encima de su pantalón.
-Yo soy fuerte, sé cuidarme. –Sobaba despacio su verga y él no se movía. –Pero ¿Sabes? Viajé un largo camino solo para venir a verte y me cogieras y tú me estas despreciando. –Despacio quitaba su cinto y bajaba su pantalón y ropa interior. Mi tío no decía nada. Tomé su verga con mis manos y empecé a masturbarlo. –Y deja te recuerdo, no tenemos tiempo, el guardia nos dio unos minutos…
Se volteó violentamente y quedó frente a mí. Luego, con sus dos manos empezó a quitarme y bajarme el pantalón y la ropa interior. Me volteó y me inclinó sobre la mesa.
Sentí como pasó una mano por toda mi raja para mojármela y luego de un golpe me metió la verga. Y, tomándome de las caderas, empezó a moverme y darme lo más rápido que podía.
-¿Te gusta? Putita. –Me dijo.
-Me encanta, papi. –Le dije entre gemidos. Como se habían dado las cosas y el lugar donde lo estábamos haciendo, me excitó mucho. A los 30 segundos, estaba lista para recibir mi orgasmo.
-Me vengo, puta. –Me dijo.
-No dejes de darme, que yo también me voy a venir.
Mete y saca, mete y saca. Sentí mojado en mi entrepierna, la leche de mi tío escurrió por mis muslos. Al instante, me llegó el orgasmo. Me puse dura, y mi tío se detuvo. Los dos agitados, gimiendo. 10-15 segundos… no quería moverme. No quería que se saliera mi tío.
Tocaron la puerta. Eso nos despertó y rápido nos pusimos la ropa. Quedamos de frente y nuestras bocas de unieron. Nuestras lenguas recorrieron cada parte de la boca. Volvieron a tocar la puerta.
-Disculpen, necesito que se salgan. –Dijo el guardia2.
-Vamos. –Dije. Nos volvimos a besar. –Toma. –Le di el sobre cuando nos separamos.
-¿Qué es? –Me preguntó tomándolo.
-Es por las molestias de hoy. –Le dije. Vi que abrió el sobre y se sorprendió.
-¿Qué es esto? July.
-Repito, por las molestias. –Le dije y le guiñé un ojo.
-No puedo aceptarlo. –Me dijo. Abrí la puerta de la caseta y salimos.
-Para ti puede parecer mucho dinero, esto es lo que gasto diario. –Le dije.
-No sé en qué andarás metida, mija. –Me dijo viendo el dinero. El guardia2 se metió a la caseta. –Me tengo que ir. Por cierto, tú papá anda en la ciudad desde hace días. Levantó una alerta en la policía para que te buscaran.
-Gracias por avisarme. –Le dije.
-Deberías verlo, anda demasiado preocupado.
-Gracias, ya veré. –Y se fue a trabajar. El guardia2 se acercó. -¿Sabe si están los jefes? –Le pregunté.
-Aquí andan dos. –Me respondió.
-¿Puedo pasar a verlos? –Le pregunté.
-Deje hablo. –Y se metió a su caseta. Al ratito salió. -¿Cuál es el motivo de su visita? Disculpe la pregunta, pero no puede pasar cualquier persona.
-De trabajo. –Respondí. Volvió a meterse y salió con una tabla. –Por favor, ponga su nombre aquí, el motivo y la hora de entrada. –Lo hice. –Camine hasta la entrada, lo estará esperando una persona que la llevará a la oficina de los jefes.
-Gracias, te espero mañana. –Le di el sobre. –Un adelanto. –Y caminé rumbo al lugar de trabajo.
Mientras caminaba, sentí como mi panocha seguía soltando leche y recorriendo mis muslos. Iba bien cogida.
Abrí la puerta del lugar y ahí estaba un señor.
-Buenas tardes, ¿Julia? –Me preguntó.
-Así es.
-Sígame. –Me dijo y lo seguí por un pasillo. Al final del pasillo había 3 puertas en diferentes direcciones.
Mientras más nos acercábamos, más ruido se escuchaba. “Las maquina trabajando” y por primera vez, me dio curiosidad por saber a qué se dedicaban.
Nos acercamos a la puerta y entramos por la puerta que quedaba a mano izquierda. Subimos unas escaleras. Llegamos al segundo piso donde estaba una pequeña sala. Estaba una muchacha atrás de un escritorio. Estaba trabajando en una computadora.
-Tome asiento. –Me dijo. –Ahorita la atienden. –Caminó hasta donde estaba la muchacha. Luego salió de la sala el señor que me llevó hasta ahí y la muchacha se levantó y entró a la puerta. Luego de unos 3 minutos salió.
-Señorita Julia Rodriguez, ¿Verdad? –Me preguntó.
-Sí.
-Adelante. –Me dijo.
Me levanté y entré a la oficina. A primera vista la oficina me pareció muy bonita por dentro. Tenía el estilo de la mayoría de las oficinas que había visitado. Un escritorio, computadora, un sillón y un mini bar.
Detrás del escritorio estaba un señor, de algunos 40 años. En el sillón estaba otra persona, un hombre, joven de algunos 30 años. Guapísimo. Los dos vestían traje. Se levantó el señor de 40 años.
-Tome asiento. –Ya me estaba aburriendo de escuchar estas palabras. Lo hice. -¿Le ofrezco algo de tomar? –Me dijo mientras caminaba a su bar y servía.
-Whisky. –Dije. Me sirvió un vaso.
-Este whisky es Escoces. –Me dijo mostrándome la botella. –Se llama Balblair 1989. –Lo dijo con tono muy orgulloso. –Un regalo de un viejo amigo. –Y levantó el vaso con la otra persona en señal de brindis. Yo los escuchaba atenta.
-Un buen amigo. –Dijo la otra persona.
-Un buen amigo. –Repitió el señor. –Este whisky es muy especial, solo lo tomamos en ocasiones especiales.
-Y ¿Qué estamos festejando? –Pregunté.
-La visita de una bella dama. –Me dijo. –Por esa puerta, entran muy pocas bellas damas. Pero creo que usted es la mujer más hermosa que ha entrado y se ha sentado en esa silla.
-Entonces, salud. –Dije y levanté mi vaso. No era muy experta en whisky como para diferenciar entre sabores.
El señor se volvió a sentar en su sillón.
-Somos Mario y él José. –Se presentaron. –Somos los dueños de la compañía, y falta otra persona. Su nombre es Arturo.
-Mucho gusto. –Dije.
-¿De dónde es? Su acento es del norte, ¿De qué parte? –Respondí. –Y ¿Cómo está todo por allá? –Y hablamos un rato sobre mi ciudad y sobre esta ciudad y algunas anécdotas. Eran unas personas agradables.
Esta plática duró cerca de 20 minutos. Estaba muerta de la risa.
-Entonces, José, de niño le sufriste. –Dije.
-Lo tomo como algo gracioso todo esto. –Dijo y volvimos a sonreír.
-Claro. –Dije y bebí lo último del vaso del whisky. –Esta empresa, ¿A qué se dedica? –Pregunté.
-Nos dedicamos a hacer piezas para automóviles. Trabajamos para empresas mexicanas. –Dijo Mario, el señor de 40 años. En eso sonó el teléfono de la oficina. Contestó. -Dígame. –Dijo Mario. –Ajá. -Estiró la mano y me dio el teléfono. –Es para usted.
-¿Para mí? –Dije muy sorprendida.
-Imagínese mi sorpresa. –Me dijo.
-¿Sí? –Dije en el teléfono.
-Julia, soy el guardia1. Necesitas salir de ahí.
-¿Por qué? –Dije asustada. Y la verdad me asustó. Pensé rápido en la policía.
-Tú papá está en la entrada de la empresa. Está hablando con el guardia y mostrándole una foto. –Dijo y en ese momento me asusté muchísimo. “Mi papá me encontró”, pensé.
-¿Qué hacemos? –Dije rápido.
-Podemos distraerlo mientras sales. –Me dijo.
-Sí, hagan eso y gracias. –Colgué. –Lo siento, me tengo que retirar.
-¿Algún problema? –Me preguntó Mario.
-Ninguno, es algo personal. –Dije. –Les comento rápido. El motivo de mi visita es que quiero formar parte de este negocio, quiero invertir dinero en la empresa y ser socia de ustedes. –Se vieron entre ellos.
-Necesitaríamos hablarlo entre nosotros. –Dijo Mario.
-Entiendo. –Les dije. –Háblenlo y ¿Qué les parece si en la noche cenamos? Me platican más a fondo del negocio.
-Claro. –Respondió Mario.
-Les dejo mi número y para las 9pm hablan para decirme en donde nos vemos. –Les di la mano y salí casi corriendo de la oficina. Bajé las escaleras rápido y con mucho cuidado. Me puse frente a la puerta que daba a la salida de la empresa, estaba parada con mucho miedo, quizá me podría encontrar con mi papá de frente en cuanto abriera la puerta. –El guardia1 me dijo que él distraería a mi papá, debo confiar en él.
Acomodé mi ropa, mi cabello, me puse los lentes de sol y abrí la puerta. El camino estaba totalmente despejado hasta la caseta. Caminé rápido. Llegué a la caseta donde el guardia2 estaba parado viéndome.
-Señorita. –Dijo. –Me dijo la persona que bajó de la camioneta que caminara a la esquina y que ahí lo esperara.
-¿Sabe que hicieron con el señor que estaba aquí? –Pregunté asustada.
-Lo subieron a la camioneta.
-¿QUÉ? –Grité asustada. –No… no… no… no… no… no… no… no puede ser. –Dije muy nerviosa. –Gracias. –Le dije al guardia2 y caminé a la esquina. No había nada de camioneta.
Llegué y esperé. A los 5 minutos que me parecieron eternos, llegó la camioneta. Subí. Estaba muy enojada y muy asustada.
-¿QUE CHINGADOS HICISTE? –Le pregunté al guardia1 y golpeé su asiento. Mis ojos se llenaron de lágrimas.
-Ayudarte, pendeja. –Me dijo.
-Cállate. –Le dije.
-No me…
-QUE TE CALLES. RECUERDA QUE AHORA TRABAJAS PARA MI Y NO PUEDES TOMAR DECISIONES A LA LIGERA SIN ANTES CONSULTARME. –Le grité. –YA NO TRABAJAS EN AQUELLA CIUDAD NI PARA AQUELLAS PERSONAS. TÚ TRABAJAS PARA MÍ. –Y sorpresivamente se hizo el silencio en la camioneta. Levanté mi mano, abrí toda la palma y le di un golpe en la cabeza. No hizo nada. Le di varios más hasta que me desahogué. –Y agradece que no traigo un arma conmigo sino ya no estuvieras aquí. –Nadie dijo nada. Y de pronto, aquella persona que era mi guardia, aquella persona que la veía enorme y con miedo, se hizo tan chiquita, insignificante. Me sentí muy fuerte. –Dime, ¿Dónde está mi papá? –Le pregunté.
-Señorita, solo lo subimos a la camioneta y lo fuimos a dejar lejos de aquí para que le diera tiempo de salir y subirse. –Me dijo. –Acepto que utilizamos un poco la fuerza porque no quería subirse.
-¿Tú también? –Le pregunté al taxista.
-Pero solo lo jalamos. –Me dijo con su voz temblorosa. De nuevo silencio.
Me sentí más tranquila al saber que mi papá solo se había llevado un susto. Nos dirigimos a mi casa.
-Y a todo esto, ¿Cómo sabías quien era mi papá? –Pregunté.
-Los teníamos vigilados en la otra ciudad. –Me dijo. –Ustedes que tienen negocio, los teníamos más vigilados.
-¿Cómo?
-Pues sí, queríamos ver si no eran gente mala. –Respondió.
-Pero, ¿No está en peligro mi familia? –Dije.
-No, claro que no. Al contrario, está muy bien protegida. –Silencio total todo el camino.
Llegamos a mi casa.
-Me voy a arreglar. –Dije. -Tengo una cita más tarde. –Entramos. –Necesito que laven la camioneta, que esté muy limpia por dentro, en perfectas condiciones, que huela bien… en fin, ustedes saben. –Vi que no se movieron. –Pero ya.
Salió corriendo el taxista.
-Julia. –Me dijo el guardia1.
-Dime. –Le dije mientras subía las escaleras rumbo a mi cuarto.
-Necesitas poner más atención a tu teléfono. Hace rato te hablé para avisarte de tú papá y nunca me contestaste.
-No timbró ni una sola vez. –Le dije mientras lo sacaba para enseñárselo. Vi que tenía muchos mensajes y llamadas perdidas de varios números. –¡Ups! –Sonreí apenada. –Te juro que no lo escuché.
Vi que entró una llamada, del guardia1 pero no vibró ni sonó.
-Parece que lo tienes en silencio. –Me dijo.
-No volverá a pasar. –Le dije.
Entré a mi cuarto y cerré con llave. Vi que eran las 6pm.
Tenía mensajes de Magda. No los leí, le llamé.
-Hola. –Dijeron.
-Hola, Magda, ¿Cómo estás? –Dije.
-Decepcionada de ti. –Me dijo. –No me has hablado, ni un mensaje. Ya no supe de ti.
-Lo siento, me pasaron algunas cosas pero ya estoy aquí. Estoy a punto de cerrar un negocio esta noche.
-¿De qué trata? –Me preguntó.
-Seré socio de una empresa de tú ciudad. –Le dije.
-¿Cuál?
-De tal empresa. –Respondí.
-¿En serio? No lo creo. Esa empresa tiene varias sucursales en algunas ciudades del estado. Es grande. Imagínate, ganarás mucho dinero si logras entrar.
-Esta noche cierro el trato. –Le dije.
-Estoy muy feliz por ti, si te va bien, nos va bien a todos. –Me dijo.
-Claro. –Y de pronto se me ocurrió una idea. –Son dos hombres a los que voy a ver, ¿Te gustaría acompañarnos?
-¿Dónde será?
-En un restaurante. –Le dije. –Pero ya sabes, hay que cerrar bien los tratos.
-No lo sé. Mi hombre, ya sabes… la otra vez lo hice pero fue un momento de debilidad. Quería estar contigo. Y por lo que veo, esta vez será diferente.
-Sí, lo será. Y créeme, yo puedo con los dos pero…
-Prométeme que si me siento incomoda y te digo que no quiero, me voy a poder retirar de ahí sin problema. –Dijo.
-Prometido. –Sonreí. Le dije que la miraba en tal lugar a tal hora.
Colgamos.
-Listo, primer asunto arreglado. –Vi un mensaje de un número que no conocía. Lo abrí.
“Llámame, soy la chava que conociste el otro día en el bar.” Y recordé a la chava, esa que me llevé al hotel muy tomada y que intercambiamos números. Pensé en su nombre, y no lo recordé. Creo que no nos lo dijimos. Marqué el número.
-Hola. –Dijo una voz de mujer con duda.
-Hola, ¿Cómo estás? –Dije.
-¿Quién habla? –Me preguntaron.
-Soy la chava que conociste en el bar. –Respondí. Se hizo el silencio un rato.
-Disculpa, no te puedo hablar ahorita. Por mensaje sí. –Y dicho esto, colgó.
Escribí un mensaje:
-Me llamo Julia, apenas vi tus mensajes y llamadas. Me ocupé y no había podido responderte. ¿Qué pasó?
Al rato me contestaron.
-Yo me llamo Clara. Disculpa mis llamadas y mensajes. Quería saludarte.
-No te preocupes, de hecho yo había pensado en llamarte pero te repito, anduve ocupada. ¿Qué has hecho?
-Nada. Quería contarte que le di otra oportunidad a mi marido. Luego de lo que pasó entre tú y yo, creo que la cuenta quedó saldada.
-Me da gusto. Espero que de ahora en adelante tengan una mejor comunicación y sobre todo sepas dejar atrás lo que pasó.
-La verdad es que para eso te hablaba. Sigo algo confundida.
-No entiendo, explícame.
-No quiero explicarte por este medio. Mañana es sábado, me gustaría que nos viéramos.
-Por mi encantada pero ya me dejaste con una duda enorme.
-No soy tan mala. Creo que me nacieron sentimientos por ti. Pero para aclararlos necesito verte. ¿Puedes mañana?
-Claro, tú dime la hora y paso por ti a los autobuses.
-Más o menos a medio día. Iré con una amiga para no levantar sospechas con mi marido.
-Perfecto, ahí estaré.
Y fue el último mensaje que nos enviamos. Me quedé un rato pensando en la confesión. Tenía a una chava enamorada de mí. Me hizo feliz y sonreí.
Último mensaje, Rebecca. Marqué su teléfono.
-Hola tonta. –Me dijo.
-¿Qué pasó? Rebecca. –Le dije.
-Te he estado hablando y no me contestas. Por un momento pensé lo peor.
-Para nada, aquí sigo. Pero si sabes donde vivo, ¿Por qué no viniste? –Pregunté.
-Si fui pero no había nadie. Y me pasó que perdí las llaves de la casa. Es de esas veces que una anda preocupada y anda en la pendeja.
-Me ha pasado. –Dije.
-¿Cómo estás? –Me preguntó.
-Bien. Y ¿Tú?
-Bien. Oye, ¿Sobre lo de irnos? –Dijo.
-Estoy bien por ahora. Me pasaron algunas cosas que me hicieron cambiar un poco y pensar mejor las cosas.
-Me alegro. –Dijo. –O sea, te quedes o te vayas, mientras estés bien es lo importante.
-Claro.
-¿Vamos al gimnasio? –Me preguntó.
-¿Ahora? –Le dije.
-Sí, O ¿No puedes?
-Tengo un compromiso a las 9pm.
-No son ni las 6:30pm. Te espero en tal gimnasio.
-Está bien. –Dije. –Allá te veo.
Me quité la ropa quedando solo en ropa interior y luego me puse la ropa de ejercicio. Salí en busca del guardia1 y el taxista pero recordé que se habían ido. Agarré mis cosas y salí de la casa. Pedí un taxi y en 10 minutos estaba llegando al gimnasio. Entré. Vi a Rebecca en una bicicleta.
-Hola. –La saludé.
-Toma esta bici. Tengo 2 minutos que inicie. -Me subí y empecé a darle. -¿Recuerdas que habíamos quedado en hacer ejercicio?
-Sí. –Dije. –Pero es que no he tenido tiempo.
-Excusas. Debes tener disciplina. –Me dijo.
-Lo sé.
-De lunes a viernes vengo a esta hora salvo tenga trabajo. –Me dijo. -Sábado vengo a las 2pm y domingo a las 9pm.
-Lo tomaré en cuenta.
-No lo tomes en cuenta. –Me dijo. –Lo haremos. –Y estiró la mano.
-Lo haremos. –Le dije dándole la mano.
-Estoy segura que tampoco has llevado la dieta. –Sonreí con pena.
-Es que, no tengo tiempo de cocinar. –Dije.
-Y el dinero que tienes, ¿Para qué sirve? –Me dijo. –Contrata a un cocinero que lleve tu dieta.
Nunca lo había pensado y tenía razón.
-No sé qué haría sin ti. –Le dije y con más entusiasmo me puse hacer ejercicio.
Terminamos la bicicleta y luego me llevó al área de pesas. No acercamos a un tipo como de 2 metros, con un cuerpo de ensueño. Nada más de verlo me mojé toda. Y feo no era.
-Hola Rebe. –Saludó.
-Hola Elias. Te presentó a July. –Le dijo.
-Un gusto, Elias. –Dijo.
-Julia. –Le di la mano.
-Quiero que la ayudes con el ejercicio así como a mí. Es la primera vez que viene. Llevará la dieta la pierna y glúteos. Como puedes ver, arriba no le hace falta.
-Claro. –Dijo tocando mi abdomen. Instintivamente me moví. –Tranquila, solo estoy midiéndote. –Tocó mis piernas, mis nalgas y mis brazos. –Está bien. Empezaremos de cero. –Me dijo.
Y dicho esto empecé con el ejercicio que me ponía. Para las 7:30pm estaba agotada y saliendo del gimnasio.
-Al inicio te dolerá el cuerpo riquísimo. –Me dijo. –Pero despacio te irás acostumbrando. En 3 meses se notarán unos cambios. –Nos abrazamos.
-Muchas gracias por ser tan buena amiga. –Le dije. –Me quieres con mucha sinceridad y te preocupas por mí.
-Somos buenas amigas. –Me dijo sonriendo. –Por cierto, no creo que te interese pero debo preguntarte, ¿No quieres trabajar de Edecán? El otro día me dijiste que sí pero ahora que sé a qué te dedicas, dudo que quieras.
Tenía pensado iniciar mi negocio de prostitución con las muchachas de ese trabajo. Claro que no iba a decirle eso a Rebecca pero ella me ayudaría a entrar ahí.
-Sí, acepto. Quizá este trabajo me ayude un poco a salir del otro trabajo. –Le dije. Me sonrió.
-Ni tú te la crees.
-Bueno, hay que tratar, ¿No?
-Sin duda. –Dijo. –Mañana te hablo para ponernos de acuerdo. –Y nos despedimos.
Llegué a mi casa muy cansada. Ya estaba la camioneta lista y el guardia1 y el taxista estaban sentados viendo la tele. Sin decir nada, entré a mi cuarto y a bañarme. Por mi mente pasaba la idea de cancelar todo. Pero no lo hice, había que hacer algunos sacrificios. Eran cerca de las 9pm cuando salí del cuarto y bajé las escaleras.
-¿A dónde la…? –No terminó la frase. Vi que me comía con la mirada.
La ropa interior que no se veía, era de color negra. El juego era un brassier y una tanga que desaparecía entre mis nalgas. Arriba traía una camisa blanca, con un par de botones desabrochados.
Abajo, una mini falda, cubría únicamente mis nalgas. No bajaba nada más. Si hacía un movimiento incorrecto, se me mirarían las nalgas y la entrepierna.
Desde mis pies hasta la mitad de mis piernas subían unas medias, color piel.
Y hasta abajo, unos tacones blancos que se amarraban en mis tobillos.
Sabía a lo que iba. Cerraría un trato con unos inversionistas. Y en agradecimiento, yo cogería con ellos. No tenía pena mostrarme ante la gente como andaba vestida. Y lo que si me gustaba, era que las personas, hombres y mujeres, me desearan.
-No te preocupes. –Le dije al taxista. –Hoy salgo sola. Tienen la noche libre.
Y salí rumbo a mi camioneta del año. Agarré carretera y para las 10:30pm de la noche, íbamos Magda y yo rumbo al restaurante donde miraríamos a los inversionistas. Magda iba menos que yo, pero también iba vestida para lo que se ofreciera. Llegamos y acomodé la camioneta en el estacionamiento.
-¿Estás lista? –Le pregunté.
-Algo nerviosa. –Me dijo. Saqué una bolsa de cocaína. Esnifé por los dos lados.
-Para los nervios, ¿Gustas? –Le dije.
-No. –Me dijo poniendo una cara de miedo.
-Vamos. –Bajamos y caminamos rumbo a la entrada.
Abrimos la puerta y nos recibió una persona que estaba en un escritorio.
-¿Tienen reservación? –Nos preguntó.
-Buscó a dos personas. Mario y José. –Dije.
-Permítame. –Buscó en su libreta. –Es por aquí. Nos hizo una seña y nos guio hasta la mesa donde estaban las dos personas.
Con cada paso que daba, sentía las miradas de todos los hombres y los susurros de las mujeres del bar. Hasta sentí que cuando caminé entre las mesas, se hizo el silencio total solo para concentrarse en mí. Eso me hacía sentir fuerte.
-Buenas noches. –Dijo José poniéndose de pie y comiéndome totalmente con la mirada. Se le notó mucha lujuria en sus ojos. Mario, el señor grande de edad, también se puso de pie. Nos invitaron a sentar. Miré, de reojo, que se miraron entre sí y pusieron una sonrisa de complicidad.
Quizá, ellos imaginaron en sus mentes, que iban a esforzarse mucho para coger conmigo, pero al verme vestida así, esa noche, tendrían el sexo seguro. José le hizo una seña a la mesera y en 5 minutos estábamos cenando pollo en crema acompañado con vino.
El lugar no era tan elegante como esperaba pero sí noté que iba mucha gente de dinero al lugar.
Los siguientes 40 minutos, la plática giró en torno a la empresa. Me enteré que tenían 4 empresas en el estado y muy buenos contratos con negocios locales chicos y grandes. Mario, José y Arturo, el otro amigo, eran amigos de mucho tiempo. Y que solo ellos formaban el consejo. Y les iba muy bien.
-Entiende que para nosotros es muy difícil que llegue una persona que no conocemos y la metamos a nuestra empresa. –Me dijo Mario.
-Mi intención es solo hacer dinero, yo puedo aportar dinero a la empresa y ustedes seguir con los negocios. –Dije. –Claro que me gustaría estar informada de todo, pero con que mi cuenta este recibiendo dinero yo soy feliz.
Se vieron entre ellos y se hicieron una seña con la mirada, luego sacaron una carpeta de debajo de la mesa y me la pasaron.
-Estos papeles es una carta compromiso, en general dice que nosotros nos comprometemos a agilizar el trámite de los papeles para que entres a nuestro consejo lo más pronto posible y que tú te comprometes que en ese tiempo, ya nos puedas ayudar con el capital. –Me pasó los papeles.
Eran muchas hojas que me dio flojera leer y la verdad no entendía nada.
-Bueno, necesitaría hablar con mi abogado sobre esto. –Le dije. Repetí esa frase que tanto había visto en novelas y películas. La verdad es que no era necesario, yo pude firmar en ese momento pero no tenía firma legal. Vi que dudaron un poco. Nuevamente vi los papeles. Luego vi a Magda. No quería perder la oportunidad de entrar a mi primer negocio. Agarré la pluma e hice un par de garabatos. Regresé la carpeta. Ellos sonrieron, festejando.
-Bienvenida, nueva socia. –Me dijeron y me dieron la mano. Yo sonreí feliz, triunfante. –Vamos a necesitar papelería tuya… -Y siguieron hablando. Y yo, me perdí totalmente. De pronto, me di cuenta que el espacio del restaurante era muy chico para mí. No cabía, había crecido y miraba a todas las personas muy chicas alrededor de mí.
-¿Por qué no salimos de este lugar y nos vamos a tomar algo? O ¿Tienen otra cosa que hacer? –Les pregunté ignorando todo lo que me decían. –Se vieron y luego asintieron. Pagaron y salimos del lugar los 4.
-¿En que andan? –Me preguntaron.
-Acá tengo mi camioneta. –Les dije señalándola. Cuando la vieron se quedaron con la boca abierta.
-Nosotros andamos en nuestro auto. ¿En que nos movemos? –Preguntaron.
-Vamos en mi camioneta. –Les dije. –Sirve que me muestran la ciudad. -Mario se metió al restaurante y luego de 5 minutos salió.
Yo me puso del lado del conductor y José se sentó del lado del copiloto. Atrás iban Magda y Mario. Arranqué.
-Vete por aquel lado. –Dijo José. –Vamos a comprar algo para tomar y entretenernos. Le di por donde me dijeron y llegué a un lugar donde vendían alcohol. –Por favor una botella del tal whisky y algo especial. –Le dijo. Entregaron la botella en una bolsa y pagó. Arrancamos.
Sacó la botella y se la pasó a Mario. Se quedó con la bolsa, luego sacó un paquete con algo verde.
-¿Qué es? –Pregunté.
-Con esto, vamos a ver todo mejor. –Me dijo y vi que era marihuana. –Pasa la botella. –Dijo.
Por el retrovisor, vi que Mario y Magda se empinaban la botella. Luego me la dieron a mí y bebí. Luego José hizo lo mismo.
Estaba poniendo mucha atención a lo que hacía José y en un rato, había hecho 4 cigarros de marihuana. Nos dio uno a cada uno.
-Si le haces, ¿No? –Me dijo. Asentí.
Nos detuvimos en un callejón. No había mucha gente circulando en la ciudad. Primero fue el turno de Magda, todos la veíamos. Dudó un poco. Luego lo encendió y los dos hombres la animaron.
-Dale largo y mantén el humo dentro mucho tiempo. –Le dijo Mario. Y lo hizo. Pasado unos segundos con el humo dentro, tosió. Los hombres festejaron.
Luego le tocó Mario y lo hizo tan normal. El humo lo regresó como si hubiera sido cigarro. Le tocó el turno a José y de igual manera lo hizo.
-Vamos Julia. –Dijo José. No era muy buena con el cigarro, de hecho todavía me costaba mantener el humo dentro. Lo que me pedían estas personas era que retuviera mucho humo dentro de mí.
-Lo intentaré. –Les dije. Lo encendí y luego le di el tirón. Pensé en que era mucho. Traté de meterlo a mis pulmones pero me ahogué y lo tiré todo.
-Hazlo de nuevo. –Me volvió a decir José.
-Si Julia, no es difícil. –Escuché decir a Magda. La miré. –Solo jala poquito y así vas entrenando. –Y se rio. Lo hizo y miré como retuvo el humo un rato, luego lo sacó fácil.
Mario hacía lo mismo y el humo se lo echaba a Magda. José hacía lo mismo conmigo. Nuevamente miré mi cigarro de marihuana, jalé poquito y esta vez pude retener el humo. Luego lo saqué.
No sé porque pero reí porque lo había conseguido.
-Mira, mira, mira. –Le dije a José y me dio ansías. Lo obligué casi a verme. Jalé y le mostré como se lo hacía. Me festejó. -¿No lo hice bien? –Le pregunté.
-Claro que lo hiciste, y muy bien. –Me dijo.
-Lo haré mejor. –Le dije. Mi cabeza escuchaba una cosa y mi mente procesaba otra diferente y de mi boca salía otra cosa.
Otra ronda de whisky.
-Vamos a jalarle los 4 al mismo tiempo. –Dijo Mario. Todos dijimos que sí.
Y pasados 10 minutos, las luces de mi camioneta, que chocaban con la pared que teníamos en frente, empezaron a incomodarme.
-Le diré a mi guardia1 que las cambie. –Dije al aire. –Estas pinches luces lastiman mis ojos. ¿A ustedes no? –Nadie me respondió. Miré por el retrovisor y Magda y Mario se comían a besos. Al ver la escena, abrí mi boca. –Me gustarían unas luces azules. Azul cielo o un rosa pastel.
Sentí unas manos en mi cintura y unos besos en mi cuello.
-Otra ronda de whisky. –Dijo alguien. Me pasaron la botella y bebí.
Mario se comía el cuello de Magda. Y las manos de José apretaban mis tetas. Ante esa escena, mi panocha ardía.
-O unos focos de policía. –Dije. –Azules y rojos, para espantar a la gente. –Reí. Le di un tirón más al cigarro de marihuana y me quemé los labios y los dedos. Lo tiré por la ventana. –O ¿Qué les parece unas luces color fuego?
Volteé mi cabeza por encima de la cabeza de José y vi a Magda acostada en el asiento y Mario encima de ella. Se comían a besos.
Las manos de José jugaban con mis ingles. La falda ya no me cubría nada y miraba el triángulo de la tanga que cubría mi panocha. Los dedos de José cada vez estaban más cerca hasta que tocaron mi panocha. Al instante, solté un gemido seguido de un grito y una risa que sin duda se escuchó por toda la ciudad.
Se separó mi amante y yo reí sin parar. Vi como Mario y Magda también se pararon y sonrieron.
-¿Qué pasa? –Preguntó José.
-No lo sé. –Dije riendo. Las luces que seguían encendidas, Mario encima de Magda y los dedos en mi panocha, me provocaron mucha risa. –Todo esto me dio mucha risa. –Dije sin poder parar.
Magda me siguió y solo un poco, Mario.
-Otro trago. –Dijo José y nos los pasó a todos.
Le subí a la música y levanté mis manos para bailar al ritmo de un lado a otro.
-¡Wow! –Gritó Magda. También bailó. Bajé la mirada y mis tetas parecían dos melones plantados en mi cuerpo. Aparecieron unas manos por atrás de mí, se pusieron en mis tetas y Mario era ahora quien las apretaba. Yo seguía moviéndome.
Las luces que golpeaban la pared, se habían puesto de colores y brillaban dentro de la camioneta.
-Llévenme a dar una vuelta por la ciudad. –Les dije. –Magda y yo bailaremos atrás. –Y de un brinco caí encima de Mario. Me bajé y Mario se puso con José. Este manejó y arrancó la camioneta.
Sin perder el tiempo, me empiné dejando ver mis nalgas hacia donde estaban los dos hombres. Y al ritmo de la música, empecé a mover mis caderas. Mientras lo hacía, miré pasar los autos por los lados. Nadie nos miraba por los vidrios polarizados. Pero me excitaba pensar que todo mundo me miraba bailar.
Sentí unas manos golpear mis nalgas, luego sentí un montón de manos en mis nalgas, piernas y dentro de mi cuevita. Yo me movía más animada.
Me acomodé y era el turno de Magda. Se empinó, pero su mini falda no se levantó. Empezó a bailar.
-Levántala. –Dijeron los hombres. Llevé mis manos a sus piernas y se las acaricié. Las subía hasta llegar a su mini falda y de un golpe, se la levanté. Sus nalgas quedaron al descubierto, en medio solo tenía una tanga rosa.
Hipnotizada, acaricié sus nalgas. Llevé unas manos a su tanga. Una voz dentro de mí me decía que lo hiciera. Estiré su tanga y llevé mi lengua a su culo. Dio un saltó Magda pero no se quitó. Agarró mi cabeza y me apretó contra ella. Mi lengua entraba en su culo, jugaba alrededor, tocaba su panocha.
Con cada movimiento que hacía, sus nalgas golpeaban mi cara. Entre la droga y el beso negro que le estaba dando, estaba extasiada.
Bajaba hasta donde iniciaba su panocha. Me lengua subía recorriendo toda la raja y llegaba a su culo. Mi panocha deseaba una lengua, una verga. Estaba muy caliente y quería coger ahí mismo.
-¿Cómo estás? –Me despertó una voz. Miré a Magda que me miraba muy entretenida.
Hice mi cabello para atrás.
-Caliente, te voy a dar una cogidota aquí mismo. –Le dije mientras besaba sus nalgas. Abrí mi boca para clavarle los dientes despacio. Estiró su mano y me agarró la cabeza.
-Tranquila, nena. –Me dijo. –Soy toda tuya pero no es necesario que te acabes el pastel de una mordida. –Se volteó y se sentó frente a mí. Yo me puse encima de ella y nos besamos. La tomé de la cara y ella me tomó de la cintura. Me movía simulando que me clavaba en una verga. Me separó. Subió sus manos a mis tetas y las acarició lentamente mientras las miraba hipnotizada. –Yo también te deseo y quiero comerte completa de arriba, abajo.
-¿Pero…? –Dije.
-No hay ningún pero, lo haré. La noche es larga, mientras hay que disfrutar del paseo, el alcohol y la marihuana. –Me dijo.
De alguna manera lo que me dijo, me calentó y al mismo tiempo, acabó con las ganas de mi sexo. Podía coger ahí mismo y más tarde y todo el día.
Me bajé y Magda se puso a bailar y a tomar alcohol. La veía muy entretenida, disfrutando. Me pasó la botella de alcohol y bebí y los dos hombres lo hicieron también.
“Esto es no entregarse a la calentura”, pensé. “El sexo va a llegar ahorita o más tarde, y con estas tres personas”, y me imaginé la escena con los tres.
Me pasaron, otro cigarro de marihuana y fumé. Los siguientes 20 minutos fueron de risa por todo. Entre besos y caricias, llegamos a una casa.
Nos bajamos. Entraron los dos hombres y atrás, las dos mujeres. Las luces golpeaban mi cara de una forma horrible. Ni atención le puse a la casa. Caminamos y llegamos a lo que parecía la sala. La luz era muy baja en ese lugar.
Magda y yo nos acomodamos en un sillón. Nos volvimos a reír por nada. Se escuchó la música de fondo y nos volvimos a reír.
José nos dio un vaso de whisky a cada una. Empezamos a beber. Magda estaba muy pegada a mí. José estaba sentado en otro sillón viéndonos mientras bebía whisky.
Mi amiga y yo nos vimos y nos besamos. Luego nos separamos riéndonos. No entendía porque todo me daba risa y sin embargo, me reía.
-Mira a José. –Me dijo Magda y nos reímos. –El foco está grande. –Risa. -¿Dónde está Mario? –Risa.
Se levantó Magda y me dio la mano para levantarme. Levantadas, nos acercamos a José, que no nos quitaba la mirada de encima. Empezamos a bailar frente a él. Yo, movía mis caderas de un lado a otro, sin quitarle la mirada de sus ojos. Luego me detenía para reír. No podía estar tranquila. Mi amiga hacía lo mismo.
Vimos que llegó Mario y se sentó en otro sillón. Magda se fue con él y yo me quedé con José. Nuevamente, bailamos para nuestros hombres.
Llevé mis manos a mi cabello y lo alboroté mientras mi cuerpo se movía despacio de un lado para otro, y bajaba. Repetí el baile pero ahora llevando mis manos por mis tetas y bajándolas por toda mi cintura. Luego puse mis manos en sus rodillas y me empiné. Acerqué mi rostro a su entrepierna, luego subí para poner mis tetas, que todavía tenían mi camisa y me levanté.
Me puse de espaldas. La mini falda ya la tenía levantada y cubría solo la mitad de mis nalgas. La levanté completamente y le dejé todo el espectáculo en su cara. Nuevamente, bailé. Únicamente movía mis caderas de un lado a otro. Mis nalgas bajaban y subían.
Vi que Magda estaba encima de Mario, se besaban y tocaban.
Unas manos me jalaron y caí encima de José. Sentí un bulto en mis nalgas. Me moví para sobarme y sobarle la verga, pero lo hacía bailando. Mis manos, levantadas, llevaban el ritmo.
Vi que Magda y Mario se levantaron. Mi amiga caminó hacia mí y me levantó. Sabiendo lo que quería, nos tomamos de las caderas y comenzamos un baile lento, sensual y erótico. Llevó sus manos a mi camisa y empezó a desabrocharla. Yo le quité su mini falda. Luego llevé mis manos a su blusa y ella a mi mini falda.
Y ahí, en medio de la sala, con dos hombres, empezamos a bailar en ropa interior. Mario nos trajo una silla y mi amiga se sentó. Me puse encima de ella, y agarrándome de la silla, le bailé. Me levanté y me senté de espaldas a ella. Le agarré y le levanté sus manos y moví mis caderas encima de sus piernas. Nuevamente me levanté y puse mi entrepierna encima de una de sus piernas y al ritmo de la música empecé a sobar mi panocha que ya ardía.
Yo no sé cómo podía aguantar Magda, pero yo ya no podía. Necesitaba sexo.
-Tranquila. –Me dijo como si supiera lo que pensaba. –Tú y yo tenemos el control. Míralos, ellos no hacen nada más que vernos. Están ardiendo, desean cogernos, pero no lo harán hasta que nosotros aceptemos.
-Yo ya quiero. –Le dije.
-Piensa en que entre más calientes los pongas, más rico te cogerán. –Y estás palabras me emocionaron. Deseaba un sexo rico y si seguía con esto, lo obtendría.
La música cambió a algo más movido. Nos levantamos animadas y empezamos a gritar y saltar. Juntamos nuestros cuerpos y nuestras tetas, todavía con el brassier puesto, chocaron entre sí. Luego, nos quitamos la ropa interior y quedamos totalmente desnudas.
Mario y José nos miraban con una cara de lujuria y no dejaban de tomar.
Magda caminó a donde estaba José y yo fui con Mario.
Me puse encima del señor, y rápido se fue sobre mis tetas. Lo agarré de la cabeza para que no se separara mientras movía mis nalgas sobre su verga erecta que todavía estaba tapada por su pantalón.
-Muérdelas despacio. –Le dije. De un empujón me tiró sobre el sillón. Vi que se puso de rodillas en el piso. Su boca comió mis tetas y sus dedos entraban en mi panocha.
No sé si fue por aguantarme tanto, por el alcohol o la marihuana pero solté demasiados líquidos. Miré como se levantó sin dejar de masturbarme y me miraba sonriente. Luego agachó su cabeza y con su lengua, limpió todos mis líquidos pasando por toda mi raja, luego por mis piernas.
-Tienes un sabor encantador. –Me dijo.
-Soy tuya. –Le dije. Miré a Magda y esta estaba de rodillas mamándole la verga a José.
Miré a Mario y estaba quitándose su pantalón. De pronto saltó algo que hizo que latiera mucho mi corazón. Era hermosa, era preciosa. No tenía ni una mata de bello. Su cabeza color rosa, y gruesa me miraba, el palo era largo y se unían a unas bolas que le colgaban.
Me puse de rodillas en el sillón y la admiré. La tomé con una mano y no la alcancé a rodear. Me mojé los labios y abrí la boca. Era la verga más hermosa que había tenido hasta ese momento. Solo alcanzaba a meterme la cabecita y con eso para mí era más que suficiente. Mientras pasaba mi lengua por su cabeza, lo masturbaba. Atrás, adelante. Me la saqué de la boca y la llené de saliva, para que mi mano pudiera resbalar mejor a la hora de bajar y subir.
El tiempo se detuvo por un momento, y no quería dejar de mamar la verga de Mario. Sus líquidos tenían un sabor salado delicioso. Lo tomé de las piernas y mi lengua pasó cada parte del palo, luego sus bolas.
Me la saqué y lo vi mientras lo masturbaba.
Miré a Magda y ya lo estaba cabalgando. Con un pie en el piso, brincaba y se clavaba en la verga del hombre. José la tomaba de las tetas.
Mario me dio un condón y empecé a ponérselo. Me quedé sorprendida por el tamaño del condón. Me agarró y me levantó de las piernas. Me puse en cuatro. Mi panocha ardía de deseo y mis líquidos no dejaban de salir. Puse mis manos en el respaldo y mis rodillas en el sillón. Sentí sus dos manos en mis nalgas abriéndolas y la verga tocando mi panochita.
En mi mente, pasó la imagen de una verga así abriendo mi panocha. Empujó y sentí dolor y placer. Solté un grito.
-Así me gustan, estrechas. –Dijo.
-No… pares. –Le dije entre gemidos.
Soltó mis nalgas y me tomó de las caderas. Seguía empujando, mis nalgas rozaron su palo. El dolor que sentía era increíblemente rico. Empujó más y ya no pudo entrar.
-Te hace falta más verga. No entró ni la mitad. –Me dijo.
-Y si supieras lo que siento, me llevaste al cielo. –Y al instante, solté un gemido. Había tenido un orgasmo muy intenso.
Mario empezó a bombearme despacio, lento, moviendo sus caderas de un lado a otro. Acariciaba mis nalgas, mi espalda. Hizo a un lado mi cabello.
-Bonito tatuaje. –Dijo. No dije nada. Cerré mis ojos y levanté mi cabeza al techo, sonriendo. Disfruté de las embestidas que me daba, de las caricias. Esa verga, con su grosor, estaba abriendo las paredes de mi panocha y de alguna manera, me hacía sentir rico.
Luego de un rato, sentí una boca en mis tetas, que colgaban. Bajé mi mirada y abrí mis ojos. Estaba Magda chupando mis tetas. Busqué su boca y nos besamos. Los movimientos de Mario se hicieron más rápidos.
Magda besaba mi cuello, jugaba con mi boca y mi lengua, sin dejar de masajear mis tetas. Sentí, como despacio, Mario se iba saliendo de mí. Caí rendida, me senté en el sillón y Magda a mi lado.
Vi la verga que momentos antes tenía dentro de mí. Me volvió loca. El palo nos miraba mientras Mario se masturbaba. Llegó José, me tomó de la mano y me levantó. Mario hizo lo mismo con Magda y nos llevaron hasta una recámara.
Mi hombre me tiró en el sillón y el otro hizo lo mismo con Magda. José me dio un dildo con arnés.
-Póntelo y cógetela. –Me ordenó.
Nos levantamos las dos y Magda me ayudó a ponérmelo. Luego se sentó en la cama, me acerqué y empezó a mamármela. Tenía mucha práctica en esto, empecé a jugar con su cabello, lo alborotaba de un lado a otro, apretaba su cabeza contra mí e incluso yo empujaba mi verga contra ella.
Mario y José, sin perder detalle, estaban a lado de la cama y se masturbaban. Tenía una cara de lujuria, esa que tantas veces había visto hasta ese momento. Magda se levantó y se acostó boca arriba abriendo sus piernas. Me subí a la cama y luego me puse encima de mi socia. Agarré el dildo y lo puse en su panocha. Empujé y entró con total facilidad.
De manera torpe, inicié un mete y saca, rápido. Mis tetas rebotaban en la cara de Magda, las puso en sus manos y las apretó.
Estuve cogiéndomela alrededor de 5 minutos. Sin duda, cogerme a alguien no era lo mío. Prefería mil veces, ser yo la que estuviera siendo penetrada.
Se subieron a la cama Mario y José y pusieron sus vergas dentro de nuestras bocas. Nos turnábamos las mamadas. Primero yo se la mamaba a José, luego seguía con Mario.
De un empujón, José me bajó, me quitó el arnés y me hizo que lo montara. Y como mejor lo sabía hacer, moví mis caderas lo más rápido que pude.
Magda se había puesto en 4, frente a mis tetas y mientras me las chupaba, Mario le daba de perrito.
A los 10 minutos, Mario se salió, se quitó el condón y puso su verga en mi boca. Sabía lo que se venía y recibí con gusto la leche. No sé si el tamaño de una verga indicaba la cantidad de leche que soltaban los hombres, pero este señor, literalmente llenó mi boca de leche. Se me salió un poco por la boca, qué, Magda me limpió con gusto.
Me bajé de José y mi amiga y yo nos tiramos en la cama. El hombre caminó fuera del cuarto.
-Oye, lo tuyo es grande. –Le dijo Magda a Mario.
-Y lo sabe usar muy bien. –Le dije.
-No creo que haya mujer que se resista a eso. –Y Mario se sintió muy orgulloso.
-Bueno, mujer que ha visto esto… –Señaló su verga. –…Mujer que ha caído en mis redes. –Dijo. –Pero ¿Que les cuento? Ustedes son mujeres y saben que con una verga así, todas son putas.
-Pues si yo fuera tu esposa, quisiera que me cogieras a diario. –Dije y me levanté directo a ella. Todavía conservaba tamaño y fuerza.
-¿Qué hora es? –Preguntó Magda.
-Pasada de la 1am. –Dijo José entrando al cuarto.
-Se me hizo tarde, tengo que irme. –Dijo mientras se levantaba y corría a la sala.
-Te acompaño. –Dijo Mario saliendo detrás de ella.
José me ofreció un cigarro de marihuana. Se acostó a mi lado y comenzamos a fumar mientras tomábamos. Empezamos a platicar un poco. Su plática me hacía sentir cómoda. Nuevamente me perdí en pensamientos muy ilógicos.
Sentí que se puso de pie en la cama José y me acercó a la cara su verga.
-¿A que sabe este cigarro? –Dije sonriendo. Algo dijo José que no entendí. Me empujaba con su mano. –Ya voy, tranquilo. Estoy tomando mi tiempo. ¿Qué tal si Magda y Mario fueron a llamar a la policía y nos encuentran así? No… no… no… no… no… no… no… no…
-No llamé a nadie. –Dijo Mario. Vi como su palo seguía apuntando al techo.
-Ven, trae ese cigarro aquí conmigo. –Le dije señalando su verga.
Mario se subió y pusieron sus dos vergas frente a mí. De sus vergas salió humo y abrí mi boca para fumarme esos dos cigarros.
Estaba a punto de tener una noche loca.
Continuará.