Dando el espectáculo desde la terraza de un hotel

Mi novia y yo nos regalamos nuestras primeras vacaciones juntos y las estrenamos con un polvo espectacular en nuestro hotel, a la vista de quien quisiera mirarnos

Llevábamos seis meses de relación y eran nuestras primeras vacaciones juntos. Teníamos apenas 23 años y trabajábamos, lo que no era poca cosa allá por el 2010, con la crisis económica dando todavía sus terribles coletazos. Con un sueldo seguro en el bolsillo (un cosa mileurista, pero suficiente para creernos los dueños del mundo) decidimos hacer nuestro primer viaje de pareja aquel verano y reservamos habitación en un hotelito de Cádiz, en primera línea de playa. Rebosantes de ilusión hicimos las maletas, nos montamos en el coche y pusimos rumbo a ese verano que prometía ser de ensueño.

Cuando llegamos a ese hotel de cuatro estrellas confirmamos que, efectivamente, la vida adulta prometía, sobre todo mientras uno tuviera trabajo y sueldo con el que plantearse escapadas como aquella. En realidad, visto ahora con distancia, no teníamos más plan que sacarle partido a la playa, los chiringuitos y el servicio de habitaciones. Gastar cuanto teníamos en la cartera a base de pescado, cerveza y algún que otro mojito; eso y una caja de condones por estrenar, que habíamos metido en la maleta siendo muy conscientes de que al fin gozaríamos de una cama para los dos, lejos de las familias con las que pese a estar ya trabajando aún convivíamos y sus miradas indiscretas.

La verdad, íbamos muy calientes durante el viaje y mientras yo conducía mi chica, Laura, había estado paseando sus manitas por mi pantalón. La tentación de salirnos a una vía de servicio y mancillar el viejo coche de mi padre era bastante grande, pero decidí resistir hasta que llegáramos al hotel para hacer las cosas como hay que hacerlas; es decir, bien. Me costó disimular la erección cuando bajamos del coche y nos plantamos ante la recepcionista, una chica jovencita que, para colmo de mi pantalón, también estaba muy de buen ver.

  • Buenas tardes. Tenemos una reserva.

  • Los DNI, por favor.

La malvada de Laura siguió tentando mis vaqueros mientras la muchacha hacía su trabajo. Ahora que lo pienso, más de un cliente debió de vernos y escandalizarse, o tal vez daría por hecho que aquello eran cosas de la edad. En fin, teníamos escrito en la cara un gigantesco "venimos de vacaciones a follar", y era cierto.

  • Perfecto. Habitación 347, tercera planta.

  • Muchas gracias.

Nos plantamos con nuestras maletas de ruedines en el ascensor. Laura parecía decidida a lanzárseme encima, pero dentro nos encontramos con una señora extranjera. Le di las buenas tardes, pero no nos contestó más que con una mirada de reprobación, supuse que porque ella también leía las intenciones de mi Laurita. En cuanto se bajó en la segunda planta y el ascensor puso rumbo a la tercera, ahora sí, mi chica me metió la lengua hasta la campanilla. Le devolví el beso encantado y me aparté en cuanto escuché abrirse las puertas, a tiempo para no escandalizar a una familia de alemanes.

  • Buenas tardes...

No me contestaron. No sé si me entendieron. No nos importaba: ahí estaba la habitación 347, recién preparada, esperándonos.

  • ¡Qué bonito! - exclamó Laura nada más entrar.

Se pueden imaginar esa habitación de cuatro estrellas, con su cama de matrimonio y pantalla de plasma, la neverita cargada de mini botellas y una terraza que daba para la calle. No directamente al mar, pero casi. Si uno se inclinaba un poco, llegaba a ver el inmenso horizonte azul. Ahí estaba el mar y detrás de mí estaba mi chica, que esta vez me metió las manos por dentro de los pantalones. Estaba muy cachonda y yo tampoco era de piedra.

  • Laura...

  • ¿Por qué no te sientas y disfrutas de las vistas? - me preguntó mientras me llevaba a una de las dos sillas de la terraza, ideales para contemplar el atardecer.

Me dejé hacer, claro. Laura me hizo sentarme y me desabrochó los pantalones. Ahí estaba mi polla, bien dispuesta desde hace un buen rato. No me paré a pensar en si aquellas barandillas medio transparentes traslucían lo justo y si alguien podría vernos desde la calle, o desde el hotel de enfrente. Mi chica me la estaba chupando. Lo primero que hizo fue metérsela entera en la boca.

  • Aaaaggggh.

Se la tragó de golpe. Después la sacó y la fue recorriendo de arriba a abajo, primero juntando sus morritos y después con la lengua, arriba y abajo, antes de volver a metérsela en la boca e ir haciendo ese movimiento de cabeza hacia adelante y hacia atrás. Sabía cuánto me gustaba que me lo hiciera así.

  • ¿Qué tal las vistas? - me preguntó mientras me quitaba del todo los pantalones, para que no le estorbaran.

  • Fantásticas...

La verdad es que las vistas eran espectaculares, sí, pero bastó con que ella se quitara la camiseta y liberara sus tetas para que me olvidara del mar, de Cádiz y el mundo entero. Volvió a juguetear con su lengua en mi polla, liberando saliva sobre el tronco, antes de tragársela y liberarla, tragársela y liberarla. Una brisa hizo bailar su pelo moreno. Era la primera mamada que me daban al aire libre.

  • ¿Te gusta?

  • Bufff... ya te digo.

  • A ver si también te gusta esto.

Esto era un bocadito en los huevos mientras me pajeaba. ¿Cómo no me iba a gustar? Cerré los ojos para entregarme al placer absoluto cuando de repente escuché:

  • ¡Mira, se la está chupando!

  • ¡Madre mía!

-¡Traga, traga!

  • ¡Hasta el fondo!

Me sobresalté e hice por incorporarme, pero Laura puso la mano que tenía libre en mi pecho para que se moviera. Me di cuenta de que se estaba riendo.

  • Deja que te envidien.

  • Tía, que nos están viendo.

  • Pues que miren.

Fue decir esto Laura y volver a tragársela hasta la base. Yo no pude hacer más que coger su cabeza con mis manos. Estaba a punto de reventar y ella debió de darse cuenta, porque se la sacó, se puso en pie y se quitó los pantalones y las braguitas. Estaba totalmente desnuda y así, como si fuera lo más normal del mundo, se apoyó sobre la barandilla mientras me lo ensañaba todo.

  • Ya sabes lo que toca.

Sólo tuvo que decir eso para que yo me acercara, me pusiera de rodillas y hundiera la lengua en su chochito. Estaba muy caliente y muy húmedo. Ese olor a cachonda me gustaba mucho más que el de la brisa marina.

  • Uuuuh... sigue, sigue... uuuuhm...

Me había olvidado de si nos veían o no nos veían. Mi único empeño era hundir lo más posible la lengua, hasta que ella me hizo ponerme en pie y sin moverse del sitio, dándome todavía la espalda, se la metió hasta el fondo.

  • Aaaah... nena...

  • Venga, dame lo que quiero...

Y se lo di. Empecé el metesaca mientras le mordisqueaba el cuello y ella miraba hacia adelante, gemía y se aferraba a la barandilla. Ahora que lo pienso con frialdad, era para que aquello hubiera cedido y nos hubiéramos matado. En esas andaba, sin más idea en la cabeza que la de follármela, cuando me pregunté si nuestros espectadores seguirían ahí. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaban justo en el punto hacia el que miraba Laura. A mi chica le faltaba saludarles con la mano.

  • ¡Dale caña!

Yo sí que me animé a saludar mientras seguía empujando y empujando. El grupo de mirones recibió mi gesto con ovaciones. Mientras, por el intenso calor que hacía habíamos empezado a sudar, pero yo ya me había olvidado de casi todo. Tan metido estaba en el polvo que tardé en darme cuenta de que estábamos en un tercero y, obviamente, también se nos veía desde la calle. Allí abajo, un grupo de jóvenes se había plantado a ver el espectáculo. Vi varios móviles apuntando hacia nosotros.

  • Tía, nos están grabando...

Mi novia no dijo nada. Me empujó hacia fuera, volvió a sentarme en la silla y se me puso encima, hundió mi cabeza en sus tetas y empezó a cabalgarme. Yo encantado, claro, puse mis manos sobre sus nalgas y llegado el momento me apoderé de la situación y empecé a penetrarla, como si hubiera encendido el motor.

  • ¡Ay, sí, sí, sí, siiiií! - reaccionó mi chica.

  • ¡Cómo le endiña! - gritaron desde el hotel de enfrente - ¡aprovecha, macho!

Les hice caso y me la follé hasta el límite de mis fuerzas. Justo cuando Laura veía que frenaba mis vaivenes, volvió a apoderarse de la situación. Meneaba su pelvis casi como si me ordeñara mientras me lamía el cuello y yo soltaba alguna que otra palmada sobre su culito. Ya no nos importaba que nos vieran, ni que nos grabaran, ni que alguien se quejara a la recepción (que ahora que lo pienso, podía haber ocurrido). Todas mis preocupaciones cedieron cuando escuché cómo ella se corría.

  • ¡Ay, cari! ¡ay, ay, que me viene... ah, ah, ah, aaaaaaaaaah!

Era lo que me faltaba ya. Esperé a que recuperara la intensidad con que había estado botando sobre mí para, de nuevo, adueñarme de la situación y ser yo el que recuperara la iniciativa de los envites. La hundí en su coño una y otra vez mientras nos mirábamos a los ojos. Laura, que ya había recuperado el aliento, sabía bien que yo estaba a punto de explotar.

  • Vamos a darle a esto el final que se merece... - soltó entre jadeos.

  • ¿Qué? - es todo lo que pude decir yo.

  • Córrete en mi cara...

No tenía que repetírmelo dos veces. Asentí, ella se levantó sobre mí y se puso de rodillas mientras yo me ponía en pie. Me agarró la polla y empezó a menearla mientras volvía a comerme los huevos. Qué sensación...

  • Aaaaaggg...

Ante aquella especie de aviso por mi parte, Laura soltó mis cojones, se acercó la polla a la boca y sacó la lengüita. No me hacía falta mucho más. Reventé en el acto:

  • ¡Toma, toma, tomaaaa!

Mi chica no dijo nada. Dejó que la leche le cayera sobre la boca, cogió lo que pudo con la lengua y se la tragó mientras me miraba. Escuchamos unos aplausos: eran los mirones del hotel de enfrente, que no habían perdido detalle en ningún momento. Laura se puso en pie, se dirigió hacia ellos y les lanzó un beso antes de volverse, guiñarme un ojo y meterse en la habitación. Todo lo que me quedaba por hacer era recoger la ropa por el suelo, pellizcarme y confirmar que, efectivamente, había vivido una experiencia única.