¡Dámela toda, mi amor! (4)

Continúan las aventuras del boxeador Gallo Méndez como empleado de seguridad de un prostíbulo de lujo de Budapest.

¡DÁMELA TODA, MI AMOR! (4)

  1. Otra vez Yovana.

Yovana se presentó otra vez en mi piso. No lo hizo como una mujer separada, sino como una dulce y fiel esposa del dueño de un restaurante. Habían transcurrido dos meses desde nuestro encuentro, el último encuentro.

-¿Y tú? -preguntó ella amablemente después de terminar su pequeño vaso de ron-. ¿Has rehecho tu vida?

-Si llamas rehacer la vida a conocer a la mujer de mis sueños estás equivocada -respondí con seriedad.

Miraba por la ancha ventana la calle. Parecía que la mulata elegía para las visitas los días con lluvia o oscuros, porque se iban arremolinandio unas nubes negras y el sol se había ocultado de nuevo. Luego corrí las cortinas, pues me temía la misma escena.

-¡Ja! -exclamó Yovana en un tono jactancioso mientras mostraba sus blancos dientes-. No me contestes así, mi amor.

-¿Crees que olvidaré fácilmente a Helga? Mi pequeña Helga... -continué de un modo lastimoso.

-No me gustan los hombres que se quejan o se refugian en el pasado. Además, boxeador, te conozco desde aquel día, cuando nos encontramos en las junglas de The Everglades, en Florida. Tú no estás preocupado por la soledad. En estos momentos temes que mi marido nos diga algo si descubre mi primera visita furtiva, mi primer engaño desde la boda.

Sus ojos negros, el pronunciado escote de su blusa blanca y las curvas de su culo ceñidas en unos pantalones oscuros me dejaban en un desorden mental. ¿Debía esconder mis sentimientos hacia ella? Estas relaciones prohibidas todavía excitaban más su líbido.

-Ven conmigo, mi amor -dijo la muchacha melosamente mientras se desabrochaba la blusa para mostrar un sujetador rojo que encendía más pasiones.

Y como comprenderéis no me podía resistir. Sin embargo, al sentarme a su lado, me replicó con unas salvajes palabras.

-No, cariño, esta vez déjame hacer a mí -añadió cuando me quitó con brusquedad la camisa-. Esta vez yo golpearé primero en mi particular asalto, boxeador.

Me besó el cuello y con sus labios de carmín rozó un lado. Se volvieron a escapar mis ahogados gemidos y ella continuó trabajando como una mujer-vampira en la cripta de una amurallada ciudad en ruinas. Eso acabó en un simpático chupetón que días después no sabía cómo disimular ante hombres y mujeres en el gimnasio donde entrenaba.

Pero Yovana siguió. Ahora su lengua se deslizó vertiginosamente en mi pecho. Se detuvo en mi ombligo mientras sus manos no paraban de trabajar también pues, sin darme cuenta ya tenía bajados los pantalones.

Y a continuación se propuso hacerme una felación, algo que no le había pedido a ninguna chica, ni a ella. Su imparable -e impagable- lengua rozó mi glande, lo torturó agradablemente por unos instantes con leves golpes y luego se metió mi pene en su boca. Sus labios acababan de complementar aquella sublime tarea que me obligaba a retorcerme de placer en el sofá. No sabía si aguantaría. Se oyeron varias veces mi "¡Ah! ¡Ah!"

Yovana paró por unos instantes y yo no sabía dónde mirar.

-Dámela toda, mi amor -repitió como la última vez.

La mulata continuó porque esta vez quería que eyaculase mediante el sexo oral. Y lo consiguió después de sus desesperados intentos. La piel de chocolate de su bonito rostro se salpicó de mi semen. Gotas, su boca ribeteada de mi líquido blanquecino...

Se incorporó y se marchó al lavabo para lavarse su boca, su increíble boca y hasta añadiría su garganta. En el sofá quedaron una pequeñas manchas. ¡Ja! ¡Qué me importaba eso! Luego ya se limpiaría.

Permanecí sentado y aturdido, como si estuviese bajo efectos de alguna droga. Quizás sí, era la anhelada droga del sexo. Salió ella con una sonrisa pícara, como si no hubiese hecho nada. Me besó con sus frescos labios de un modo breve y... frío. Parecía que aquella tarde no quería nada más. Yo estaba muy animado con deseos de repetir o, al menos, darle placer a la mulata, pero no quise insistir tampoco.

-He dicho a mi marido que iba a ver a una amiga -contestaba ella ante mi silencio-. Si llego muy tarde, Fabricio empezará a sospechar. Los europeos sois muy celosos. Y todavía no quiero destruir mi matrimonio.

Sus palabras me daban cierto temor. No debí iniciar aquella breve discusión, porque reconozco que en realidad me encantaba seguir su peligroso juego.

-Así... ¿Ya piensas que vas a hacer dentro de unos meses? -pregunté-. Eres calculadora, previsora... ¿Coleccionarás en el futuro a más maridos?

-No me hables con esa sorna -replicó en un tono severo-. No me la merezco, pues te he tratado a ti bien. Durante la luna de miel se notaba que Fabricio y yo no éramos la pareja adecuada.

-Ten cuidado, Yovana. No se puede jugar con los sentimientos de la gente.

-Pero te gusta mi juego. No me lo niegues...

La mulata no dijo nada más, pero su mirada cruel me aconsejaba que no debía hablar más del asunto. Se limitó a coger su chaleco de cuero y se marchó de mi apartamento. ¿Volvería a verla? ¿Volvería a sentir sus habilidades? ¿Sentiría otra vez su boca engullendo exasperadamente mi miembro? Estaba todavía mi glande enrojecido. Me metí en la ducha y luego intenté cenar, sin embargo como entenderéis no tenía demasiada hambre.

Francisco