¡Dámela toda, mi amor! (18)

Yovana intenta conseguir el amor de Gallo Méndez, el boxeador, con sus inesperados regresos.

¡DÁMELA TODA, MI AMOR! (18)

  1. Mi enamorada Yovana.

Yovana permanecía tendida sobre el sofá. Solamente llevaba puestas unas bragas rojas y sus preciadas cadenas de oro, regalos de su nuevo amor. Cada vez tenía más. Me acerqué a ella con dos vasos de ron y antes de sentarme a su lado, me acerqué a la ventana de la sala y corrí las cortinas, por si algún voyeur tenía la dulce tentación de observar y masturbarse al mismo tiempo mientras una pareja hace el amor.

Pero mi amiga mulata estaba seria y yo reconocía sus motivos. Su nuevo matrimonio había resultado un fracaso más, ya se sabe, papeles de separación, abogados, versiones contradictorias... No quería preguntar sobre su litigio. Antes había disfrutado jugando con los sentimentos de otros hombres, ahora la vida pasaba factura a quienes siempre agreden sentimentalmente y ella empezaba a conocer la angustia.

Yovana tomó un sorbo de ron, sin embargo yo veía que el alcohol no la iba a animar. Dejó el vaso sobre la mesa. Se acercó a mi con una agilidad felina, se deslizaba como una tigresa negra antes de su ataque.

-Ven conmigo, yo te enseñaré más cosas -imploró ella.

Sabía que no me iba a convencer, pero me dejé llevar de nuevo por sus empalagosos besos. Recorría su lengua mi cuello y mis orejas, mi pene empezaba a ponerse duro. Yo estaba muy excitado, pues no había ido al burdel que frecuentemente visitaba hacía días.

Sin embargo, no es lo misno hacer el amor con una prostituta que con una muchacha que se conoce hace tiempo. En el primer caso solamente mueve el dinero esos placeres adormecidos. En la pareja habitual en cambio, existe una cierta complicidad entre el hombre y la mujer, saben de antemano qué quieren, lo que les gusta a ambos y cómo hacerlo. Entonces el amor se convierte en un juego.

No quiero con este comentario desmerecer el forzoso trabajo que ejercen las rameras, pues su caso es más difícil, muchas son prisioneras de proxenetas, otras se arriesgan a contraer enfermededes irreversibles, o ser apaleadas por clientes asquerosos, por no decir las determinadas fantasías que ciertos hombres quieren consumar.

De este modo, tras unos encendidos besos, pasé a dar un suave masaje en sus pechos de ébano y después, mordisqueé con furia su pezones de chocolate. Sus gemidos todavía me excitaban más de lo habitual.

Y Yovana por su parte deslizó su mano y desabrochó mi pantalón, sacó mi miembro para masturbarme, la posisión era incómodo, pero mi alto grado de incitación, podría provocar una rápida eyaculación.

-Espera -interrumpí.

Paré, me incorporé para quitarme mi camisa y mis pantalones. Al mismo tiempo la mulata se deshizo pronto de sus bragas. Y reanudamos nuestra labor amorosa. Sin dejar de soltar mi pene yo seguía besando sus labios con abundante saliva y a continuación, lucha de lenguas. Aquel día no hubo sexo oral y cuando ya llegamos al momento adecuado, mi miembro entró en su humedecida hendidura, pues ella se había animado también pronto. Con su sonrisa parecía leer su pensamiento:

"Quiero una penetración más profunda, mi amor".

Sacudidas, embates, abrazos, intercambios de frases para ponernos más calientes, finalmente alcanzamos el deseado orgasmo y nos quedamos tendidos en el sofá. Estábamos tan alterados que no esperamos la cama para hacer el amor como otras veces.

En el citado sofá seguimos descansando.

Pero ya he dicho antes que su situación poco favorecía su vida sentimental y también sabíamos los dos que nuestros furtivos encuentros jamás iban a conducir a una relación estable. No hablamos. Me dio unas palmadas en la espalda. Quería que me incorporara para levantarse ella. Así lo hizo. Se metió en la ducha. Seguíamos sin abrir la boca. Para reponer fuerzas, volví a tomar otro sorbo de ron.

La mulata salió del baño.

En aquel momento se secaba con una enorme toalla azul su entrepierna. Continuaba aquel repugnante silencio que nos ponía incómodos. Empezó a vestirse. Un frío adiós sin besos y abandonó mi casa. Sé que mi frialdad era dura, pero no me podía ir a vivir con ella. Lo sentía.

Y ahora, amigo lector, contaré el final de esta escabrosa historia, cómo conocí a Yovana, cómo perdí para siempre a la única mujer que amé de verdad, Helga, y la corrupción entre políticos y poder, el problemático rodaje de la película y el motivo de mi creciente melancolía.

Francisco