Dame tus braguitas, princesa (4): El sex-shop
Mucho lésbico y también dominación en este relato. Andrea y Estela resuelven algo que habían dejado meses antes a medias, montándoselo en el sex-shop mientras son observadas. Cuarto capítulo de la serie. Espero vuestras valoraciones y comentarios. Y como siempre, para más, al mail. Besos!
Este episodio comienza justo cuando acaban los dos primeros capítulos de esta serie, con lo que s *ería interesante que los leyerais previamente.
- Hola Estela. – Me dijo aún bastante azorada. Se quedó callada un instante, así que decidí continuar yo con la conversación.
- ¿Qué haces a estas horas por aquí, Andrea? – Le dije. – ¿No deberías estar en clase?
- Sí, pero tenía unas cosas que hacer, muy importantes. – Añadió con la cabeza gacha, y noté como el rubor le volvía a subir. Andrea y yo nos conocíamos desde hacía años, éramos buenas amigas, y la última Nochevieja, con demasiado alcohol de por medio, acabamos bailando juntas en la discoteca entre jaleos del personal, contoneándonos ante todos. Cuando nos dimos el primer pico casi inocente la gente se puso a vitorear. Cuando nuestras lenguas se entrelazaron, mis amigas subieron a por nosotras. Aún nos dimos un buen magreo en los baños, y volvimos a probar el sabor de nuestra saliva, pero la cosa no fue a más. Supongo que la resaca del día siguiente dejó aquel recuerdo emborronado, y en todo el año no habíamos vuelto a hablar del tema. Pero ahora, mientras la miraba, mientras notaba el olor a semen que desprendía su cuerpo, volví a recordar aquel baile, y aquellos besos.
- Mmmmm… – ¿Cómo de importantes? – Le dije con picardía.
- Pues… algo me dice que igual de importantes que los que hacen que te alejes del instituto a toda prisa. – Sonrió franca, y me hizo reír. Así que la curiosidad me llevó a intentar retenerla un rato.
- ¿Quieres un café? – Miró el reloj, dudó… pero acabó asintiendo. – Venga. – Me dijo.
- Vale, pero no nos entretengamos. – Finalicé.
Di media vuelta, y nos dirigimos al bar donde solíamos merendar. Estaba ya bastante alejado del instituto. Nos sentamos en la terraza, y pedimos dos cafés y dos Donuts. No podía resistir más la curiosidad, así que le pregunté directamente.
- Andrea, hueles a sexo. – Casi se atraganta con el café. Pero yo proseguí, mientras le sonreía. – ¿Me lo vas a contar, o he de arrancártelo? – La sonrisa aún fue más generosa, y le arranqué una carcajada.
- Pues tú también llevas ese aroma, Estela… – Le sonreí, y le asentí. Ambas reímos con ganas.
- Venga, tú primero. Dónde y con quién. – Le dije. Aquello le arrancó una nueva carcajada, fruto del nerviosismo. El morbo se notaba en el ambiente.
- En el ascensor de mi casa, con un hombre mayor que en este momento está esperándome a que vuelva con un recado. – Lo dijo y se tapo la cara, entre la vergüenza y la risa. Abrí los ojos como platos, y me sonreí de oreja a oreja.
- En el instituto, con un profesor, en su despacho. – Los ojos se le salían de las órbitas. Tuvo que hacer esfuerzos para no reírse a carcajadas. Se notaba la complicidad. Y puesto que me gusta jugar… continué. – Y aún llevo parte de su semen en mi culo… – Ahora sí puso cara de asombro, mientras se sonrojaba, y hacía que yo me ruborizara también. Luego vino una risa amortiguada por la mano en la boca, y su mirada se llenó de deseo. Me miró, y no pudo evitar morderse el labio. Se serenó, y me habló.
- También yo llevo parte de su semen en mi sujetador. – Aquello sí me dejo asombrada. Sonreí boquiabierta. Cuando noté que había generado demasiada saliva era tarde, y tuve que recogerla con la mano. Aquello arrancó la carcajada de Andrea. Conocía bien a aquella chica. Conocía sus gustos, y aquello era muy atrevido para ella. Sabía que llevaba tiempo fantaseando con ofrecerse a algún hombre, como había leído que lo hacían las ex de su amado Grey, pero dudaba de que lo llevara alguna vez a la práctica. Mira, parecía que al final sí lo había hecho.
- Vaya, vaya. – Le dije pícaramente. – Parece que las dos tenemos algo que esconder. – Le sonreí. - ¿Y dónde ibas?
- Al sex-shop. Tengo que recoger un encargo. – Me miró, pero esta vez creo que dudaba entre sonreír o no. Así que no le di opción.
- Venga, te acompaño. – Me levanté sin dejarle opción a negarse. Me fui a la barra a pagar, lo que me costó apenas un par de minutos, y al girarme vi que escribía en su móvil a toda prisa. Cuando regresé estaba nerviosa. Al instante sonó un mensaje. Lo leyó a toda prisa… y se le iluminó la cara.
- Claro, Estela. Vamos. – Guardó su móvil y me cogió del brazo con una sonrisa. Estaba radiante.
Caminamos durante un par de manzanas. Yo le conté cómo había seducido al profesor, y ella me contó cómo la había seducido un vecino cuarentón que le había proporcionado el mejor orgasmo de su vida sin tocarla. Me contó que había decidido ser su puta, que deseaba tener Amo, me dijo lo que iba a hacer en el sex-shop… y las instrucciones que llevaba… y me puse a mil. Andrea era una chica hermosa, y yo llevaba tiempo sin catar un buen coño. Además, el de ella se me había escapado hacía unos meses. Ese día no volvería a pasar. En cuanto entramos en el Sex-shop la empujé a la zona de las cabinas, y sin dejarla protestar, la metí en la primera que encontré. A esas horas estaban todas vacías. Entorné la puerta tras de mí, y la besé. Quizá debí comprobar que se cerraba… Pero estaba demasiado excitada para preocuparme de eso. No pregunté, la empotré contra el espejo de la pared lateral de la cabina, mientras le metía la lengua hasta la garganta. No se resistió lo más mínimo. Mis tetas, más grandes que las suyas, dominaban la posición, dándome cierta ventaja. Con ambas manos, levanté su camiseta, dejando a la vista el sujetador. Volvía a besarla, mientras le desabrochaba el mismo. Mi cuerpo pegado al suyo hizo que no se cayera. Lo cogí con las manos, y lo retiré. No me había mentido. Sus pequeños y rosados pezones brillaban por el poco semen que aún quedaba líquido, mientras que el resto de sus hermosos pechos aparecía manchado, con aspecto pegajoso y reseco. Abrí la boca todo lo que pude, y le chupé el pezón y la aureola, saboreando el semen del Amo de Andrea. Repetí la acción en el otro pecho, e inmediatamente la besé burdamente, dejando caer parte de mi saliva fuera de su boca. Ella se mostraba sumisa, y jadeaba como una perrita en celo. Cogí su sujetador y lamí el resto de semen que aún se veía líquido en las copas. Lo recogí, le abrí la boca a Andrea forzándola un poco con las dos manos, y le dejé caer dentro el resto de semen con mi saliva. Le cerré la boca y la besé. Cuando salí de su boca la miré.
- ¿Y qué va a opinar tu Amo de esto? – Le dije con picardía.
- No te preocupes. Me encantará que me castigue si le fallo... – Joder con la niña. Aquella sumisión aún me puso más burra.
- Joder, Andrea, como me pone que seas así de zorra. – Me acerqué, y llevé la mano a su entrepierna mientras la volvía a besar. Le sobé el coñito por encima del pantalón, mientras la notaba jadear de nuevo. Metí la mano por dentro, sabiendo que había perdido su tanguita, y me encontré con un coño completamente empapado. La sobé bien mientras le metía la lengua hasta la garganta. Saqué la mano y se la llevé a la boca, llena de sus fluidos, que ella recogió con gusto. En esas estábamos cuando me fijé que la luz crecía un poco en el interior de la cabina. Alguien había abierto un poco la puerta, con mucho cuidado. No le dije nada a Andrea, pero mientras me lanzaba a su besar y lamer su cuello, y volvía a meter un par de dedos en su raja, busqué el reflejo de nuestro espectador en el espejo. Un hombre que pasaba con creces los 50 nos miraba con los ojos muy abiertos. Desde la silla donde estaba Andrea posiblemente no fuera visible, pero desde la mía, por el espejo, sí. Dejé de mirar, me sonreí para mí, y dudé unos instantes. Podía ser cualquiera, podía reconocernos. Podía causarnos problemas. Sin embargo, la humedad de mi coño no hacía más que aumentar. Me ponía muy burra la idea de que alguien mirara como le iba a comer el coño a esa niñita. Y a Andrea, con los ojos cerrados desde hacía rato, y completamente entregada, no parecía que le importara, más teniendo en cuenta lo que había ido a hacer a aquel lugar. Eso sí, eché un vistazo para asegurarme que no llevaba ningún aparato para grabarnos en las manos, y me encontré que se sobaba el paquete con ambas. El bulto era enorme, y aquello acabó con mis dudas. Le bajé el pantaloncito hasta los tobillos, se lo saqué de una pierna, la levanté hasta el asiento y le susurré al oído.
- Ahora verás porqué las mujeres comemos mejor el coño que los hombres. – Le dije. – Hace unos meses te escapaste. Hoy no lo harás. – No abría los ojos. Se mordía el labio con tanta fuerza que creí que se haría sangre. – ¿Ya te ha comido el coño alguna chica, Andrea?
- No. – Respondió entre jadeos. – Sólo me he enrollado contigo. – Continuó.
- Mmmmm… Qué bien. – Le dije sonriente. – Una novata para mí sola. – Proseguí pícaramente. Eché un vistazo al espejo y el abuelete se había desabrochado el pantalón beige de tergal, y se había sacado un buen aparato que asomaba de entre un montón de vello canoso. Aunque sólo podía ver una parte, se veía gorda, aunque no muy larga. Me olvidé de él y me centré en el coño joven y sabroso que me iba a zampar. – Allá voy, pequeña. Ah! Y no te quiero oír. No quiero que venga nadie a jodernos este momento. Si hace falta métete los dedos en la boca.
- Joder, Estela, cómeme de una vez. – Suspiró. Me sonreí. Sabía que aquella dulce espera era lo mejor. Era capaz de notar las palpitaciones de su vulva. Si seguía forzando la situación, en el momento en que posara mi lengua sobre su botoncito se derramaría como una fuente.
- Paciencia, pequeña… – Le dije. – Lo bueno se hace esperar. ¿Te ha dejado correrte el Amo esta mañana? – Le pregunté.
- Sí, a cambio de hacerme pipí en el ascensor. – Susurró entre gemidos. Joder con la puta de Andrea. Noté como mi coño se inundaba otra vez. Pero que zorra…
- Mmmmm… Pero que puta estás hecha. Seguro que te gusta el pipí, que has deseado que el Amo te obligara a lamerlo, ¿a que sí? – Le dije muy provocativa, dando los primeros lametones a su capuchón, cortando la frase en tres.
- Síiiiii! – Dijo jadeando.
- Y seguro que te mueres por probar el mío… – Continué volviendo a cortar la frase en tres o cuatro veces para seguir con los lametones. Los espasmos eran visibles. Si le mordía un poquito el clítoris explotaría en mi boca como cuando muerdes una uva madura. Pero yo quería torturarla un poco más… – Si te portas bien, ahora cuando me lo comas, te daré un poquito. – Sus jadeos eran más que audibles, e instintivamente se llevó la mano a la boca para ahogarlos. Abrí sus labios mayores e introduje la lengua todo lo que pude en su cueva, lo que me llenó la cara de fluidos. Metía y sacaba el apéndice, follándomela con la boca, mientras notaba crecer su flujo. La noté palpitar, y creo que contenerse para no correrse todavía, pero yo quería cambiarle el sitio, así que saqué la lengua, la bajé hasta su culo, y recorrí con un lametón desde allí hasta su botón. Cuando lo tuve a tiro, le di un mordisquito que la hizo temblar. Después otro, y otro más, hasta que oí como apagaba sus gritos con los dedos, noté el temblor de sus piernas, y saboreé sus fluidos en mi boca. Tuve que sujetarle la cadera, porque parecía que se iba a caer. La pierna que estaba encima del silloncito temblaba, mientras ella seguía palpitando entera, arrasada por un orgasmo fabuloso. Al final la dirigí hasta sentarla en el pequeño sillón de la cabina. Se dejó caer, rendida, extasiada, con una sonrisa en la cara, y cuatro dedos en su boca. La saliva le caía por los lados. Respiraba con dificultad, y seguramente sus jadeos habrían sido perfectamente audibles desde fuera. Me separé un poco para mirarla, y miré al espejo. El hombre me miraba a la cara, viendo como me brillaba por los fluidos de Andrea. Le miré a los ojos, me llevé una mano a la cara, recogí esos fluidos y los llevé a la boca. Le sonreí... y comenzó a correrse. La mayor parte fue a parar a unos dildos que habían expuestos junto a las cabinas y contra el expositor de cristal de los más caros, y el resto caía sobre los calzoncillos del hombre, que no era capaz de controlarse. Allí fuera, en medio del sex-shop, había un señor descargando su esperma por nuestra culpa. Aquello me hizo sonreír aún más. Pero duró poco.
- ¿Pero qué coño mira usted ahí? – Oí desde algún punto de la tienda. Andrea se asustó un poco, pero me llevé el dedo a la boca para que estuviera en silencio, lo que le provocó una sonrisa. El abuelete se giró a toda prisa y sin tiempo de abrocharse los pantalones salió del sex-shop rumbo a la céntrica calle valenciana. La voz grave retornó, esta vez blasfemando. - ¿Será cabrón el viejo? ¿Pues no se ha corrido en medio de mi tienda? – No pude ahogar la risa, lo que provocó que el hombre que blasfemaba nos descubriera. Recorrió el par de metros que había hasta donde nos encontrábamos, y abrió la puerta. No pudimos hacer otra cosa que sonreír, mientras nos azorábamos un poco.
- Ya veo qué coño miraba el abuelo… – Su mirada iba del coño de Andrea a mi cara. – ¿Qué hacéis ahí? – Dijo una voz grave. – La idea es que la gente se corra después de pagar en las cabinas, no que alguien le dé un espectáculo en vivo, y gratis. – Concluyó.
- Usted debe ser Ramón. – Se adelantó Andrea, antes de que yo pudiera decir nada. Además, lo hizo con un descaro que me sorprendió, y que me excitó aún más. El hombre asintió. – Me envía el Amo Héctor, a por un plug anal pequeño y a por unas bolas chinas. – Dijo con soltura. El hombre siguió mirándonos sin ningún pudor, con un evidente deseo. Pensé que se abalanzaría sobre nosotras, pero no lo hizo.
- Ahora lo preparo. Pero… ¿y a mí quién me limpia esto? – Dijo señalando los restos de la corrida del viejo.
- Ah, claro. Yo misma. – Dijo Andrea con media sonrisa. Bajó el pie de la silla, y desnuda como iba se acercó al expositor y lamió todos los Dildos, recogiendo todo el semen que había a la vista. Ramón la miraba con ojos desorbitados… y yo también, la verdad. Aún no sé porqué ese hombretón no se abalanzó sobre ella. Pero Andrea parecía que sí sabía lo que hacía.
- Héctor habló muy bien de ti. – Dijo mientras la devoraba con la mirada. – Y no se equivocaba nada. Voy a prepararte eso. – Y Ramón se dio media vuelta y se marchó.
- Madre mía, Andrea. – Le dije entre excitada y sorprendida. – Creí que te follaría ahí mismo.
- No puede. – Me contestó con calma, mientras se acercaba al expositor y recogía el último grumo de semen con un dedo. Se giró y se acercó a mí. – El Amo me ha dicho que no puede tocarme, aunque… si no llevo bastante dinero para pagar los juguetitos igual tengo que hacerle un trabajito… – Menuda puta. Se aproximó y posó su dedo con el esperma en mi boca. Chupé con gusto, y enseguida ella lo cambió por su lengua. Nos besábamos con desesperación, nos gustábamos, me ponía mucho aquella chiquilla. Nuestras manos volvieron a buscar nuestros sexos, justo en el momento en que Ramón apareció con el encargo.
- Son 56,50 €, Andrea. – Dijo mientras no perdía detalle. – Andrea se separó un poco de mí, me sonrió y contestó a Ramón
- Vaya, sólo llevo 50. – Dijo con voz de niña buena, mientras le daba el billete y ponía una postura lo más infantil posible, con las manos enlazadas delante juntando sus juveniles pechos, aún descubiertos. Ramón se relamió, y se echó mano al paquete.
- Qué bien, niña. – Dijo Ramón con deseo. – Héctor me dijo que me pagarías el resto de otra manera. – Se dirigió a la puerta, quitó la apertura automática, colgó un cartel que ponía “Vuelvo en unos minutos”, y volvió hacia nuestra cabina, mientras se sobaba un enorme bulto por encima del pantalón.
- Un momento. – Dijo Andrea con soltura, con una media sonrisa en la cara. – No creo que sea justo chupártela por apenas 6 euros... – Ramón dejó de sobarse el paquete, y se quedo contrariado. – Pero… no voy a desobedecer al Amo, que dijo que debía pagar el resto en favores. – Andrea se sonrió, y Ramón también lo hizo. – Ahora voy a devolverle a mi amiga la increíble comida de coño que me ha hecho. Si quieres, puedes mirar desde fuera. – Ramón tenía los ojos abiertos, ojos de lobo, ojos de hombre deseoso… Asintió sin pensárselo mucho, mientras sus manos volvían a su paquete. – ¿Te parece bien, Estela? – Me dijo sonriente.
- Mmmmm… – La miré, la cogí de los brazos, le cambié el sitio, me senté en el borde del pequeño sillón de la cabina, la cogí del pelo y la arrodillé entre mis piernas. – Ya está bien de tanta cháchara, joder, y cómeme el coño de una puta vez. – Andrea se sonreía, y me imagino que Ramón también. Pero me olvidé de él. Me gustaba exhibirme, sabía que él estaba allí, y con eso tenía suficiente para aumentar mi excitación. Pero quería centrarme en la boca de Andrea. Quería follarme a aquella chica desde hacía tiempo. – Quítame el pantaloncito con cuidado, zorra, recuerda que llevo un regalo para ti en mi culo. – Le dije mientras le sonreía. Levanté con cuidado el trasero, y mi pequeño short deportivo se deslizó tras las manos de Andrea. – Con cuidado. – Le recordé. Dejó el short junto al resto de su ropa. Andrea acercó su boca a mi coño y se lo metió casi entero en la boca, con evidente deseo pero escasa práctica. – Chstssss… Tranquila, tranquila. – Le dije para calmarla un poco. – Primero el regalo. Ten cuidado, no lo desperdicies. – Bajó un poco hasta dónde estaba el chupa-chup, y lo quitó, poniendo la mano debajo y la lengua junto al orificio. El dulce estaba pegajoso, así que se ayudó para sacarlo de su lengua, lo que me puso a mil. Notaba una lengua inexperta pero curiosa e inquieta recorrer todo mi sexo, desde mi ano hasta mis labios mayores, y me encantaba. Por fin quitó el dulce, y un poco de esperma de mi profe cayó en su mano. El resto lo recogió con la boca, mientras sorbía. Yo notaba como su lengua intentaba penetrar en mi orificio, salivándolo, recogiendo los restos del postre que mi profesor había dejado en él. Cuando lo dejó bien limpito se miró sonriente con la cara reluciente por la mezcla de mi flujo y del semen. Miré de reojo a Ramón. Se había sacado la polla. No era gran cosa, más pequeña que la del abuelo, pero el que se masturbara en medio de su tienda, a escasos tres metros de la puerta, y frente a nosotras, me encendió aún más. Forcé a incorporarse a Andrea estirándole del pelo hacia arriba, cogí su mano, lamí el resto de mi premio, y a continuación le comí la boca. Me separé, y le escupí en la cara. Puso cara de sorpresa durante una fracción de segundo hasta que la sonrisa volvió a iluminarla. Yo también le sonreí mientras le lamía toda la cara, intentando recoger todo el fruto posible. Cuando la dejé bastante limpia, la volví a forzar a arrodillarse. – Ahora vas a comerme el coño. Y lo vas a hacer como yo te lo hice a ti. Sin prisas. Primero se lame todo por fuera, y luego se investiga por dentro.
- Guíame, Estela. Dime qué es lo que te gusta. – Me susurró. – Me muero por hacerlo bien. – Concluyó, y posó sus labios sobre mi monte de Venus.
- Claro, cielo. Pero básicamente has de hacerme lo mismo que te gusta a ti que te hagan. – Le dije. – Mira, has empezado bastante bien. – Continué. – Me gusta que beses todos los alrededores de mis labios y de mi ano. Todos. De vez en cuando utiliza la lengua para humedecer alguna zona. – Lo hizo obedientemente. Solo notar su aliento cerca de mi coño, más toda la situación casi habría hecho que me corriera, pero quería que se esforzara un poco. – Muy bien. Ahora quiero que chupes mis labios. Entretente, no tienes prisa. Pasa la lengua por ambos lados, y recoge parte del flujo que habrá en mi entrada. – Lo estaba haciendo muy bien. – Y ahora, Andrea, castígalo. – No hizo falta más. Buscó con la lengua mi clítoris, lo descubrió, lo ensalivó, y se puso a mordisquearlo. Noté enseguida como un calor descomunal me arrasaba, desde los pies hasta la cabeza. – Sigue, no pares. – Le dije entre jadeos. Busqué mis pezones con una mano, y me los pellizqué con dureza. El orgasmo me puso los pelos de punta, y me hizo apretar la cabeza de Andrea con fuerza contra mi coño. – Joder, joder. – Jadeaba, mientras movía la cabeza de un lado a otro, disfrutando a tope del fabuloso orgasmo que Andrea me había dado. Abrí los ojos y vi a Ramón acelerando el ritmo de su paja. Me sonreí, y solté un poco la cabeza de Andrea. Ésta salió de entre mis piernas y me miró sonriente. Se giró para mirar a Ramón, y vio que estaba a punto.
- Aquí, Ramón. – Le dijo, mientras señalaba con un dedo su boca. – Vamos, hombretón. Dámela, que me la he ganado. – Le provocaba con la mirada, aunque sin tocarlo. El hombre dio unos pasos, y se acercó justo para que el primer chorro fuera a la cara, y parte a su pelo. El resto fueron mayormente a la boca. Cuando hubo terminado, Andrea lo miró, se lo tragó, y le enseñó la lengua como una furcia en una peli porno. – Esto vale más de 6 euros, jejeje. – Se volvió hacia mí y puso cara de pena. – ¡Anda! – Prosiguió con voz de niña mala. – Si no te he guardado nada. – Dijo haciéndome ojitos. Casi se me escapa una carcajada. La acerqué a mí, le recogí con un dedo lo que había en su cara y en su pelo, y me lo llevé a la boca. Después me acerqué y la besé. Sabía muchísimo a semen, aunque también a hembra caliente. Sabía a mí.
- Sabes deliciosa, Andrea. – Le dije al separarme, mientras me relamía. Miré de reojo a Ramón, que se guardaba su herramienta. Me dio un pequeño bajón de excitación, lo que hizo que me subiera un poco la vergüenza. Recogí mi short del montón y comencé a ponérmelo. – ¿Qué tal si nos vamos? – Le dije a Andrea, mientras ésta se vestía de nuevo.
- Esto... sí, mejor. Largaos. – Dijo Ramón como si de verdad nos echara. – Si entra alguien aquí ahora tendría que dar un montón de explicaciones... Aunque valdría la pena... – Le faltaba relamerse. Su sonrisa llena de lujuria le delataba. Aún no sé porqué no se abalanzó sobre nosotras.
- Vámonos, Estela. – Me dijo Andrea, mientras se abrochaba el mini short. Me cogió de la mano y me llevó hacia la puerta, mientras yo me esforzaba en arreglarme un poco antes de salir a la calle. Aquello provocó la risa de Andrea, que aún se detuvo en la puerta, mientras Ramón quitaba el seguro para que las puertas del sex-shop se abrieran. Aproveché el momento en que la tensión bajaba, para besarla profundamente, metiéndole la lengua hasta la campanilla, y agarrándola del culo.
- Quiero follarte. – Le susurré cuando me separé de su boca. – Esta vez no te vas a escapar. Quiero darte a probar mi pipí. – Continué. – Quiero frotar mi coño contra el tuyo. Quiero ponerme un arnés y follarte hasta reventarte. – Seguí en voz baja, con mi boca a escasos centímetros de su cara, mientras seguía sobando su hermoso trasero.
- Ven a casa. – Me dijo. – Tengo que dejar estos juguetitos. – Levantó la mano y me enseñó el plug y las bolas. – Allí quizá puedas follarme. – Se mordía el labio inferior, mientras le daba un buen repaso a mi cuerpo.
- ¿De verdad no los metes en una bolsa? – Le pregunté entre sorprendida, excitada y divertida.
- No. – Contestó con una sonrisa pícara en los labios. – El Amo no quiere, ya te lo dije. – Se encogió de hombros, con una mirada brillante y luminosa. Que delicia de niña. Iba a decirle algo, pero me besó de nuevo en el momento en el que las puertas automáticas se abrían. Se separó y estiró de mí hacia la calle.
Yo miraba a todas las personas con las que nos cruzábamos, y lo cierto es que ninguna se percató de los dos objetos que llevaba Andrea en las manos. No obstante, he de reconocer que la situación me excitaba. Iba cogida de ella de la mano, lo cual tampoco era muy raro entre dos amigas, ¡pero es que en la otra mano ella llevaba dos juguetes sexuales! Claro, eso sí era más anormal. Por suerte, en diez largos minutos llegamos a su finca. Cuando subimos al ascensor, éste estaba recién fregado, lo cual pareció hacer gracia a Andrea. La miré, y le hablé justo cuando se cerraron las puertas del mismo.
- Andrea, ¿y cómo te va a castigar tu Amo, cuando se entere de que has estado follando conmigo? – Le dije mientras la besaba en el cuello, y acariciaba su trasero respingón.
- Me ha dicho que si te llevaba a casa, me daba permiso. – Dijo con un tono casi infantil.
- ¿Cómo? – Le dije sorprendida. La verdad que me azoré un poco, pero no pude evitar que se me pusieran los pelos de punta. – ¿Quieres decir que tu Amo ya sabe que has estado conmigo? – Le dije casi gritando. Mi excitación iba en aumento. Pese a que Andrea tenía más o menos la misma edad que yo afrontaba esa situación con absoluta seguridad. A mi edad nada es absoluto. Sin embargo, el morbo que desbordaba esa chica... me tenía desconcertada. Y además hacía que mi deseo por ella aumentase de forma desorbitada.
- Claro. – Me dijo con tranquilidad. – Hoy es el primer día en que soy suya. No quería fallarle. – Me miró con dulzura. – Pero tú me gustas también. Así que se lo dije, mientras pagabas en el bar. – Sonrió, y prosiguió. – Y me autorizó a hacerlo, siempre y cuando te trajera conmigo a casa. – Terminó la frase orgullosa, con una sonrisa entre inocente y pícara en los labios. No pude hacer otra cosa que sonreír.
- Pero que zorra estás hecha... y cómo me pone que lo seas... – La cogí del pelo, y la besé de nuevo. Enseguida el ascensor se detuvo. Me separé un poco, y me quedé pensativa. – Pero hay algo que me falla en tu historia. – Le dije. – ¿Tu Amo está en tu casa? – Continué, expresando mi sorpresa. – ¿Me quieres decir cómo coño ha entrado? – Se quedó pensativa, y me contestó mientras salíamos al rellano.
- La verdad, no tengo ni idea. De hecho, no sé si estará en casa. Sólo sé que es un hombre de recursos, y que me ha dicho que te llevara a mi casa, y que allí hablaríamos. Igual se refiere a que le llame desde allí. No sé. – Se encogió de hombros, y se acercó a la puerta. – ¿Me sujetas esto? – Me dijo mientras me daba el plug y las bolas. Se las recogí, e hizo algo aún más sorprendente. Comenzó a desvestirse, sin pudor, con una seguridad pasmosa en lo que hacía. – Lo otro que dijo es que debía desnudarme en la puerta, antes de entrar. – Terminó de quitarse la ropa, ante mi atenta mirada. Yo estaba entre alucinada, caliente como una burra de ver a mi amiga completamente desnuda, y sumisa ante las órdenes que llevaba, además de expectante por ver qué venía a continuación. Se acercó a su casa, y cuando iba a llamar al timbre, la puerta se abrió. Andrea tenía la cabeza gacha en gesto de sumisión.
- Pasa, perrita. El Amo te espera. – Le dijo una voz femenina. – Hola, Estela. Bienvenida. – Dijo dirigiéndose a mí. Andrea levantó la mirada al oírla, y su pose sumisa cambió hasta una expresión de absoluta sorpresa.
- Hola... tía Carmen.