Dame tus braguitas, princesa (2): Estela
Estela es una niña muy traviesa, a la que le gusta intercambiar favores. Segundo capítulo de la serie, que nos introduce a una nueva protagonista. Espero que os guste. Como siempre, vuestras valoraciones, comentarios y críticas serán bienvenidos. Y para más, al mail. Besos!
Me llamo Estela. Tengo menos años de los que mi cuerpo aparenta, por suerte para mí y desgracia de mis padres. Y digo esto porque ya llevan padeciendo por mi integridad desde hace varios. Además, no me destaco por vestir discreta, precisamente. Pero es que tengo un cuerpo hermoso, y no quiero esconderlo. Soy pelirroja, de ojos pardos bastante grandes, con una cara aniñada llena de pecas, pero tengo un cuerpo generoso. Mis tetas se han desarrollado mucho, demasiado dice mi madre, coronadas por dos aureolas enormes como galletas, y rematadas con dos pezones espléndidos, que parecen puntas de flecha cuando están erectos, cosa que ocurre muy a menudo. Tengo la cintura estrecha, pero sin embargo mis caderas son más bien anchas. Mi madre dice que en la familia siempre hemos sido culonas (o nalgonas, como dicen por ahí). Claro, eso es lo que faltaba para completar un físico muy llamativo, que yo intento explotar al máximo. Utilizo siempre shorts ultra cortos, dejando una buena porción de nalga a la vista, y camisetas ajustadas, lo que resalta mi anatomía hasta el punto de provocar algún que otro accidente. En invierno enfundo mis piernas en medias, pero visto más o menos de la misma forma. Eso sí, excepto cuando me arreglo. Entonces utilizo vestiditos de vuelo por encima de la rodilla, que con el trasero que me gasto, no dejo nada a la imaginación en cuanto me agacho un poquito. Es cierto, soy una exhibicionista. Me encanta provocar. Entre otras cosas, porque me gusta el sexo. Me encanta. Me considero una chica desinhibida, sin prejuicios a todo tipo de prácticas, y por supuesto bisexual confirmada. Mis padres me han educado bien, de forma abierta y clara, dándome capacidad y criterio para ser capaz de decidir cuándo, dónde y con quién me acuesto. Y les estaré eternamente agradecida por ello. No creo que haya nadie más infeliz que aquel al que le niegan o le esconden de algo tan básico, necesario, y placentero como el sexo.
Lo que pasa es que supongo que mis padres no saben que perdí la virginidad ya hace algún tiempo. Ni que he utilizado mi cuerpo para obtener algunas cosas. Dicen que tener sexo a cambio de algo es de ser una puta. Vale, pues yo lo soy. Pero no creo que lo que hiciera fuera distinto de chuparle la polla a un chico guapo en una discoteca para conseguir que te lleve en su moto.
Hace casi un par de años, mi último de secundaria necesitaba una buena nota en literatura, para mejorar mi media. Tenía que preparar un comentario sobre un artículo, y aunque es de las cosas que mejor se me dan, eran fiestas en mi barrio de jueves a domingo. Y claro, yo no me lo quería perder. Así que me acerqué al empollón de clase, regordete, con acné, muy tímido él, por qué pensé que podría hacer muy bien mi comentario. Quizá no tan bien como yo, pero lo suficiente como para no perder mi media. Me anudé la camiseta, haciendo más evidentes mis tremendas razones… y lo convencí.
- Hola, Enrique. – Se giró para mirarme y casi se le caen los apuntes.
- Hola, Estela. – Pobre, temblaba como un perrito indefenso.
- Oye, Enrique… – Me cogí un mechón de pelo, y jugaba con él, mientras mordisqueaba un boli, quizá con demasiado descaro. Digo quizá porque en un momento dado le cayó la baba. Tuve que hacer un esfuerzo grande para no reírme. – Necesito que me hagas mi trabajo de literatura. Tú los haces bien, tanto como yo. Pero es que no voy a poder hacerlo. – El miraba cada vez de forma menos disimulada mi escote, intentado entrever algo por entre los botones de mi blusa. - ¿Tú me harías ese favor? – Lo dije de la forma más melosa y empalagosa posible.
- Hombre, Estela… – Tartamudeaba de forma estrepitosa. – Es que… es mucho curro… – Me miraba alternativamente a los ojos y a las tetas. – Y claro, no creo que me dé tiempo a hacer los dos…
- Bueno… – Lo cogí del brazo con decisión, y caminamos por el pasillo del colegio. Miré hacia adelante y hacia atrás, y apenas había alumnos, y ningún profesor, aparentemente. Así que al llegar al cuarto de la limpieza, lo abrí y lo empujé dentro. Cerré tras de mí y eché el pestillo. – Sí me haces el trabajo y lo haces bien, te haré una mamada. Así te puedes evitar el tiempo del video porno y la paja. – Me sonreí para mis adentros.
- Joder, Estela… – Se puso rojo como un tomate, mientras tiritaba como un niño pequeño. – No, que seguro que después me engañas. – Era fácil que pensara algo así, pero la verdad que a mí no me suponía ningún problema.
- Mira, hagamos una cosa. Te doy ahora un adelanto. Te hago ahora una paja y te dejo tocarme las tetas. Y si la nota es buena… Te la chuparé hasta el final. – Acerqué un dedo a su boca, y recogí un poco de saliva de la comisura de sus labios. La llevé a mis labios y me relamí. – ¿Qué dices? – Se puso a mover la cabeza de arriba abajo como si estuviera poseído, mientras levantaba una mano hacia mis peras. Yo llevé las mías a su pantalón, mientras notaba como unas manos tan inexpertas como ávidas me sobaban sin pudor. Cuando le desabroché el cinturón y le despasé el botón lo oí suspirar, como se aceleraba su pulso, y cuando bajé la cremallera lo oí gemir. Al instante, por sus calzoncillos empezó a asomar una mancha de humedad. Se había corrido. Bajé sus pantalones para que no se manchara, cogí un rollo grande de papel y corté un trozo grande. Bajé sus calzoncillos y limpié lo que pude. – Tranquilo, estas cosas pasan. – Le sonreí, y él lo agradeció. – ¡Joder, que cantidad de lefa, Enrique! – Le dije para subir su autoestima. Recogí con el papel todo el semen que me fue posible, y al terminar levanté con dos dedos su pequeña polla, y lo acaricié un poco hasta que salieron las últimas gotas de esperma. Las recogí con los dedos y me las llevé a la boca, mientras lo miraba. – Ya lo sabes, hazme un buen trabajo y yo te lo haré a ti. – Le sonreí pícaramente, me di media vuelta, abrí la puerta y me marché sin mirar atrás.
La verdad que el chico hizo un trabajo soberbio, incluso mejor que el suyo, lo que me valió un 9,25, que superaba inclusive mis pretensiones iniciales. Así que unos días después, en el mismo cuarto de limpieza cumplí mi parte. Creo que se había masturbado por la mañana para no correrse enseguida, porque la verdad que no tragué mucha leche. De todas formas no es nada desagradable para mí, y sé que a los hombres les da un placer inmenso que lo haga. Así, que dejé bien contento a mi empollón.
Todo esto me sirve de prólogo para contaros como este verano pasado, ya en bachillerato, perdí por primera vez mis braguitas. Lo hice con el profesor de literatura al que engañé con el trabajo de Enrique. Y lo que pasó durante los siguientes días cambió mi vida para siempre.
Desde bien joven he sido una buena estudiante. Es cierto que desde hace tiempo mis encantos me han ayudado a que sean tal vez más condescendientes conmigo, pero no es menos cierto que soy una niña aplicada. Inteligente, con un CI superior a la media, lo que por otra parte me hace más peligrosa, jaja! El caso es que durante el tercer trimestre pasé una época bastante mala, como le pasa a muchos adolescentes. Escogí mal al chico que me recogía, al que se la chupaba en la discoteca, y con el que retozaba en los parques, y eso hizo que dejara un poco de lado mis estudios. En el último examen del año vi las puertas del abismo: Cuando me senté a hacerlo sabía que tal vez no aprobara, lo que podría fastidiar mi verano, e incluso mi viaje de fin de curso. Era mucho castigo para mí, que apenas me había dejado unas semanas, y yo creo que mi profesor lo sabía. Pero precisamente por eso, estaba segura de que me iba a exigir más, porque sabiendo que yo tenía la capacidad no había tenido la voluntad. El día que fui a hablar con Carlos, mi profesor de literatura desde hacía muchos años (por suerte en el colegio donde yo estudiaba también se impartía bachillerato), yo iba ya de pleno verano, con mis micro shorts de deporte, y una camiseta recortada a tijera, dejando a la vista mi precioso piercing en el ombligo, y diseñando un escote a medida para mis tetazas. Él, con 50 pasados, se mantenía joven, vistiendo de forma casual con vaqueros y un polo. A aparentar esa juventud ayudaba su corta melena y su barba, que aunque poblada de canas, le daba un buen aspecto. Además, se mantenía bastante bien físicamente, a excepción de su pequeña barriga cervecera. Cuando entré en el despacho, ya me esperaba. Se levantó al verme, me hizo un gesto con la mano, y volvió a sentarse.
- Hola, Estela. Pasa y siéntate. – Su voz sonó grave. La cosa no pintaba bien.
- Hola, Carlos. – Apenas pude mirarlo a la cara, y refugié mi mirada perdiéndola bajo la mesa.
- ¿Me quieres decir qué coño te ha pasado, Estela? – Esperaba una bronca de competición, pero no de aquellas formas. – ¿Me puedes explicar por qué está sentada aquí hoy una de mis alumnas más brillantes? – Aquello me hizo sonrojarme, y amagué con sonreír, pero enseguida me arrepentí, y volví a bajar la mirada. – No me lo puedo creer, Estela. De verdad. Hace cinco meses habrías sacado un 8 sin estudiar, presentándote al examen después del baile de fin de curso, medio borracha y mal follada. – Alcé la mirada, y vi furia en sus ojos. Aquella bronca era desmedida. Algo no andaba bien. – Y hoy estás aquí imagino que intentado que esa mierda de 4,2 llegue de alguna manera a 5. ¿Me equivoco?
- No sé qué decir, Carlos…
- ¿Qué no sabes que decir? Mírate! Vienes aquí vestida como una pequeña fulana, a ver qué puedes mendigar. Me da vergüenza verte, Estela…
Aquel silencio dolió aún más que la bronca. No podía mirarlo. Notaba su mirada acusadora en mi cara. Aún así, levanté con cuidado la mirada, y… le sorprendí mirando mi escote, mientras se arreglaba el paquete bajo la mesa. No había duda. Me estaba mirando. Lo hacía con tal furia que ni se percató que lo había descubierto. Aquello, lejos de molestarme… me excitó. Era mi profe al que había pillado mirando mis tetas con un deseo desmedido. Así que me la jugué. Puse mi mejor cara de niña buena, junté mis tetas con los brazos, y le hice una caída de ojos a mi profesor.
- Carlos, no te enfades, seguro que puedo hacer algún trabajo para subir nota… – Lo dije con tanto rintintín que se puso colorado. Solo entonces se dio cuenta de que lo había descubierto. Con disimulo, volvió a echarse las manos bajo la mesa, posiblemente para volver a ajustársela.
- No sé a qué te refieres, Estela. – Dijo él completamente azorado. – No sé qué quieres insinuar, pero ya sabes que conmigo eso no…
- ¡Carlos, perdón! – Le corté mientras tartamudeaba. –Me refería a algún comentario de texto, algún libro, alguna redacción extensa, a algo así. – Alcé de nuevo la mirada y estaba aún más rojo. Y de nuevo le pillé mirándome el escote.
- Sí, sí, claro, Estela, yo… me refería a que yo no… bueno, quiero decir que… no sé si un trabajo será suficiente… quiero decir, un comentario…
El pobre hombre no sabía dónde esconderse. Y la verdad, un tipo como aquel, que había sido mi referente, no se merecía eso. Me levanté, me dirigí a la puerta, la cerré con pestillo, me acerqué a la mesa, y rodeándola me puse de pie a su lado. Temblaba como un chiquillo. Ver a aquel hombre en ese estado de nerviosismo me dio el poder. A partir de aquel momento era yo la que mandaba. Cogí su mano, y la llevé hasta mi vientre. Me miró casi con súplica, disculpándose con los ojos. Yo le sonreí, y empujé su mano hacia arriba, hasta que encontró mi pecho derecho bajo el trozo de tela que yo utilizaba como camiseta.
- Carlos, – Dije con una seguridad que me sorprendió hasta a mí. – lo estás deseando desde que entré por esa puerta. Posiblemente desde antes. – Negaba con la cabeza, y parecía resistirse, pero no retiraba la mano. Yo la empujaba bajo mi sujetador, para que notara la redondez de mis senos. – Vamos, no te resistas. Yo lo deseo, y tú también. – En un instante, apartó la mano con bastante decisión, tanto que se me escapó entre los dedos. Lo vi tragar saliva e intentar serenarse.
- No. – Dijo con falsa rotundidad. – Esto no está bien. No lo he hecho en toda mi carrera, y no lo voy a hacer ahora. – Me separé un poco, sin perder la sonrisa. Estaba convencida de que él ya había perdido la batalla, y que solo su fuerte personalidad docente le impedía abalanzarse sobre mí.
- Profe… – Le dije con mi mejor sonrisa. – Esto no le interesa que salga a la luz a ninguno de los dos. Me llevé un dedo a la boca, y lo chupé un poco mientras cerraba los ojos. Cuando los abrí miraba mi entrepierna. Sonreí, bajé mi dedo hasta mi short, y levantando uno de los camales, lo pasé bajo el tanguita de encaje que asomaba y lo llevé hasta mi raja. Estaba muy caliente. Comencé a hacerme un dedo delante de él, mientras le hablaba entre jadeos. – Carlos, quiero que pase. No me mejores la nota si no quieres, pero deseo que me toques. – Me jugué esa baza para romper su ya maltrecho escudo, aunque nada más lejos de mi intención. Cogí de nuevo su mano con decisión, y la llevé de nuevo bajo mi camiseta, hasta mi pecho.
- Estela, no puedo. – Suspiraba. – No debo. – Era mío. – Eres una niña… – Levantó la cabeza mientras seguía negando de forma compulsiva, y en su mirada había una mezcla de deseo salvaje y culpabilidad, ambos sentimientos luchando por ganar. Mis opciones eran claras. O lo dejaba escapar, que era lo “correcto”, lo que suponía el adiós a mi viaje, estudiar y hacer algún trabajo en verano, etc., o seguía seduciéndolo, me lo tiraba, pasaba un rato cojonudo con un maduro más que interesante, y conseguía la mejor nota posible. Desde luego, por mis capacidades la nota sería justa, aunque tal vez no por mi trabajo de los últimos meses. Bueno… me podía esforzar en este “último trabajo…”
- ¿De verdad crees que las niñas tienen estas tetas? – De un movimiento me quité la camiseta, y me solté el sujetador. Mis tetas quedaron al aire, bamboleando, con los pezones enhiestos, orgullosos, desafiantes. Cogí sus manos y las llevé a ellos. Tenía unas manos grandes y varoniles, pero no eran capaz de abarcar al completo mis mamas. – Vamos, papaíto. – Le dije con desfachatez. – Estos bombones están esperando tu boca. – Le provoqué. Enredé mis manos entre su cabello canoso pero sedoso, y lo acerqué a mi pezón izquierdo. Aún quedaron algunos restos de resistencia, pero cuando mi pecho llegó a su altura, abrió la boca y comenzó a lamerme la aureola con calma. – Eso es, Carlos. – Gemí. – No pares. Quiero que me los desgastes. Me pone muy zorra que me coman las tetas. – Parecía que había dejado atrás el reparo inicial, ya que con la otra mano le estaba dando un repaso importante a mi otro seno. Sin dejar de chupar y mordisquear mi pezón, bajó la mano hasta mi trasero. Primero le dio un buen magreo a la nalga que sobresalía el pequeño short, pero poco a poco sus dedos fueron internándose en busca de mi tesoro. El pantaloncito era elástico, así que solo tuve que abrir un pelín más las piernas para que él encontrara su premio, e introdujera un primer dedo en mi coño.
- Joder, Estela, esto está chorreando. – Dijo sacando un dedo brillante de la humedad, y llevándoselo a la boca. – Joder, estás deliciosa. Sabes a… zorra joven. – Su mirada había cambiado. Había dejado atrás sus reservas. Supongo que llegados a este punto ya había cometido la falta y no valían arrepentimientos. Aquella mirada de deseo en un hombre tan mayor me asustó y me excitó a partes iguales. Yo seguía de pie, y él sentado en su silla. Mientras me miraba bajó mis pantalones, y se quedó admirando mi tanguita color crema. Estaba manchado por la humedad que ya desbordaba mi entrepierna. Se acercó, lo olió profundamente, y sonrió mientras me miraba, con un deseo inmenso. – Dame tus braguitas, princesa. – Me dijo. Yo le sonreí, me di la vuelta, y me las bajé contoneándome lo máximo posible, enseñándole bien mi hermoso trasero, dejando que confirmara que la humedad desbordaba mis orificios. Cuando me agaché del todo para sacar el tanguita, noté una mano que me sobaba por detrás, de forma burda y sucia, pasando toda la palma desde el ano hasta mi botoncito. Me sentí muy puta. Tanto, que estuve a punto de correrme. Sé que le llené la mano de flujo. Dejé que se recreara, porque estaba disfrutando como una furcia de su manoseo. Cuando noté que aminoraba, me giré y le di el tanguita, y a la vez le lamí la mano, recreándome en cada uno de sus dedos. Al tiempo, él se llevó mi pequeño tanga a la nariz, aspiró, y se dejó caer en el respaldo del sillón de oficina. Aproveché para arrodillarme entre sus piernas, y comenzar a desabrochar su pantalón.
- Vamos a ver qué materia esconde mi profesor entre las piernas... – Le dije con toda la desvergüenza de la que fui capaz. Levantó la vista, y me sonrió. Noté un bulto durísimo entre las piernas. Le desabroché el pantalón, y le bajé el calzón. Orgullosa, una hermosa polla, aunque nada descomunal, surgió de entre el abundante pelo rizado. No me gusta el vello, pero no puedo negar que me da morbo. Entre otras cosas, por que recoge olores muy penetrantes, como sudor y restos de orín. En cuanto acerqué la boca a la polla de mi profe noté esos olores. Un escalofrío me recorrió por completo, desde la nariz hasta el clítoris. Los olores aumentan mi deseo hasta límites insospechados. – Mmmmmm… Vaya, vaya. Mi profe esconde aquí un buen argumento... – Le dije con picardía, mientras hundía su polla en mi boca, hasta llegar al final, alojando mi nariz entre su vello. Por suerte, su polla no me provocaba arcadas, aunque sí la suficiente sensación de ahogo para potenciar aún más mis deseos más sucios. Noté su mano en mi cabeza, momento que aproveché para llevar la mía a mi coño. Necesitaba hacerme un dedo, y correrme, porque estaba a mil. Carlos lo vio y me estiró un poco del pelo hacia arriba.
- Nada de masturbarte. Quiero que te corras con mi polla dentro. – No me dejó opción, lo cual me dio un morbo alucinante. Aunque yo llevaba las riendas de aquel encuentro, me encantaba que él pensara que mandaba, y que intentara dominarme. Así que me levanté, me di la vuelta, e hice intención de sentarme sobre él. – Eso es, Estela. – Me dijo. – Ven a sentarte aquí encima. – Me dirigió hacia su polla, y sin el menor esfuerzo entró hasta el final. – Joder, que bien, que estrecha, que caliente. – Me dijo. Yo me dejé caer sobre él. Noté su hebilla clavándose en mi culo, lo cual me dio aún más morbo. Él estaba vestido por completo, mientras que yo estaba desnuda, como una furcia, como una fulana que hacía un trabajo. Aquello me hizo sentir tan puta que noté como me corría a los pocos empujones de mi profe. Fue un orgasmo arrebatador, muy mío, muy profundo, muy desde dentro… Él lo notó enseguida, porque dejé unos segundos de saltar para comenzar a contonearme sobre su polla, y porque los flujos bajaban sobre ella. Aquello le hinchó de orgullo. – Mira, mira. Si ya se ha corrido la niña. No te habían follado así en la vida, ¿a qué no? – La verdad, hasta ese momento no había sido nada súper especial, no estaba mal, pero no era brutal. Mi corrida había llegado por sentirme tan puta, tan usada, más que por la maestría de mi profe, que dicho está de paso se esforzaba en que yo disfrutara. No sería yo quien le quitara esa sensación de poderío.
- Oh, sí, profe. – Le dije mientras gemía quizá más de la cuenta, y retomaba mis saltitos sobre su polla. – Los niñatos que me han probado no tienen ni idea de cómo follarse a una mujer. Dame fuerte, vamos. – Aquello le dio nuevos bríos, me levantó un poco con sus manos, y comenzó a bombearme él desde abajo. Lo cierto es que estaba disfrutando de lo lindo. – Me estoy ganando la subida de nota, ¿a que sí? – Le dije entre jadeos.
- No sé, no sé... – Me contestó casi tartamudeando. Paré de saltar, me saqué la polla del coñito, y la enfoqué a mi culo. Utilicé mis propios fluidos de lubricante. La verga de mi profe no era gigante, y a mí me encantaba alojar unos plugs preciosos que compré por internet en mi culito, así que no me dio ningún reparo. Sabía que no me dolería. Me dejé caer sobre ella, notando como ensanchaba mis paredes a su paso, y dándome un buen calambrazo de placer. Al mismo tiempo le oí suspirar.
- ¿Más convencido ahora, profe? – Ronroneé, mientras comenzaba a estrujarle la polla con movimientos circulares. Lo notaba fatigarse, gemir, y apenas un minuto después sentí que se iba a correr.
- Me voy a ir, Estela. – Me dijo entre dientes.
- Vamos profe. – Le dije entre embestidas. – Quiero tu leche en mi culo, vamos. Quiero irme a casa rellena como un pastel de crema, quiero llevarme tu semen de recuerdo, para poder saborearlo en casa, joder. – Que zorra me ponía aquello. Me venía un segundo orgasmo, quizá no tan potente como el anterior, pero que podía coincidir con el suyo lo cual lo hacía muy intenso, y también muy especial. Para potenciarlo aún más, comencé a hacerme un dedo salvaje casi golpeando mi coño con una mano. – Vamos, vamos. – Le espeté.
- Me corro, niña, me corro. – Me dijo entre dientes, y enseguida noté como el calor invadía el interior de mi ano. Ese calor fue el detonante para mi segundo orgasmo. Aunque él ya no se movía, yo seguí haciéndolo durante unos instantes, hasta que disfruté a tope de mi orgasmo anal. Cuando lo hice, me dejé caer unos segundos sobre él, mientras respiraba aceleradamente. El posó sus manos en mis tetas, y les dio una última caricia. Me levanté despacio, mientras apretaba mi recto para no derramar mi premio. Me giré, y lo miré con una enorme sonrisa, mientras me inclinaba un poco y acercaba mi boquita a su polla.
- ¿Qué tal, profe? – Le dije mientras lamía los restos de su corrida, y de la mía. – ¿Me he ganado ese aprobado? – Cogí su miembro, lo alcé un poco, y repasé con la lengua toda la bolsa testicular, e incluso su vello púbico, hasta que no dejé ningún grumo. – ¿O tal vez un notable? – Exprimí al máximo su falo, con lo que aún extraje sus últimos restos de semen, provocándole un último coletazo de placer. Lo miré lo más pícaramente que pude, rodeé el glande con la boca, y se lo dejé bien limpio. Cuando lo solté, relucía como una golosina ensalivada. Levanté una vez más la vista, y le hablé con voz melosa. – ¿O quizás un sobresaliente, que es lo que he merecido todo el año?
- Estela, – Me dijo ya más calmado – por tus aptitudes mereces un sobresaliente. – Su gesto se tornó serio. – Sin embargo, por tus actitudes de los últimos meses no mereces ni aprobar, y lo sabes. – Se guardó su flácido pene, y se subió la bragueta. Me miró. Yo estaba desnuda, mirándolo con atención, con una mezcla de descaro y pudor. Entonces… Sonrió. Cogió mi tanguita, lo acercó a su nariz, y prosiguió. – Pero, tras tu excelente trabajo de fin de curso, y a cambio de este obsequio, tu calificación final será de notable.
- ¡Gracias, gracias profe! – Me abalancé sobre él y le abracé. La desnudez y calidez de mis pechos contrastaba con su camisa, lo que me provocó un pequeño escalofrío. Yo seguía desnuda, como una putita, mientras que él, completamente vestido, mantenía su planta de profesor ejemplar. Cuando me incorporé noté un pequeño hilo de semen saliendo por mi culo, y bajando por mis muslos. – ¡Uy! – Exclamé divertida. Lo recogí con dos dedos, lo miré fijamente y me los llevé a la boca. – Mmmmm… Qué rico… –Estiré la frase lo que pude, lo que le arrancó una sonrisa a Carlos. Se me ocurrió una idea muuuuuuy morbosa. Busqué por encima de su mesa a ver si había suerte, y… ¡Bingo! En un cubo de bolígrafos vi un chupa-chup. Pasé por encima suyo hasta alcanzarlo, lo que volvió a colocar mis hermosas ubres en su cara. Volví a mi posición, de pie frente a él, todavía desnuda, lo desenvolví, y me lo llevé a la boca. Lo chupé lo más viciosamente que pude, como una auténtica furcia. Lo saqué, y se lo di a chupar. Se lo retiré enseguida con una sonrisa, rompí la mitad del palo, y lo bajé hasta mi entrepierna, sin dejar de mirarlo. Abrí un poco mis muslos y me lo introduje en el ano, hasta que apenas se veía el palito de plástico. – No quiero desaprovechar mi postre. – Me encogí de hombros, y le sonreí. Creo que estuvo a punto de correrse sólo de verme hacer aquello. Me puse mis shorts elásticos, mi sujetador y mi camiseta, le di un casto beso en la mejilla y me fui.
Salí del despacho entre excitada, divertida y azorada. Notaba el calor en mis mejillas. Sabía que olía a sexo. Sentía el calor en mi ano, con el dulce incrustado en mi culito, y parte del néctar de Carlos aún en mi interior, lo que me hacía sentir muy sucia, y me mantenía caliente. Salí del instituto deseando no cruzarme con nadie, y lo conseguí sin demasiados problemas. Estaba convencida de que si me topaba con alguien descubriría mi secreto. Notaría mi rubor. Olería mi sexo. Me descubriría. Tan sumida en mis pensamientos estaba que al girar la esquina me di de frente con una chica. El rubor se apoderó de mí. Tenía miedo de levantar la mirada. Me iban a descubrir. Notaba el olor a sexo en el ambiente… pero… juraría que no era mío. Ese olor no era de mi cuerpo, estaba segura. Olía a semen. Y mucho. Levanté un poco más la mirada… y comprobé como una buena amiga me observaba, más sonrojada aún si cabe que yo, y con un letrero luminoso en la frente que decía “culpable”. Le sonreí, se tranquilizó, y me dio dos besos. Seguramente al acercarse, ella también pudo notar en mí el olor a sexo, porque se calmó, el rubor de sus mejillas disminuyó, y me sonrió con picardía. Había más que complicidad entre nosotras desde hacía tiempo, así que nos saludamos como dos niñas traviesas.
- Hola, Andrea. ¿Qué tal?