Dama - Acto I Escena II
Ella era una dama, ellos solo deseaban follárselas
Adela intentó componer la figura. Se recolocó la falda que en ese momento estaba a la altura de la cintura e intentó sentarse lo más dignamente posible. El tal Manuel la conminó:
— No señora, por nosotros no se preocupe, siga usted dale que te pego con el chaval. Si Eladio y yo solo queremos darnos una ración de vista. Eso no hace daño a nadie. Hace tiempo que no veíamos un chumino como el suyo, allí en la trena se ven pocos como este, ¿sabe usted?
A Raúl y Adela se les veía tensos en sus asientos, ¿que hacer? Raúl sopesó con cuidado a los hombres, buscando en sus gestos algo que le indicara cuales eran sus intenciones. Habían hablado de la trena y desde luego su aspecto no era de lo más confiable pero no parecía que tuvieran ganas de bronca, parecía que simplemente querían divertirse, pues les daría diversión. Se volvió hacia la dama:
— Habrá que darles vista a estos señores, ¿no?
Adela le miró asustada. No esperaba los derroteros que estaba tomando la situación.
— ¿Vista?, ¿a que te refieres? — musitó asustada.
— Vista, señora, —intervino el tal Manuel— es que ahora nos van a dejar al Eladio y a mí, ver como el chaval le mete la polla por el coño…
— ¿Hacer el amor?, ¡aquí!, no, no creo que...
— ¿Hacer el amor?, ¡Uy que finolis nos ha salido la zorra, Manuel! No, señora, no queremos que hagan el amor sino que este tío se la folle como dios manda y que le destroce ese chocho de puta que tiene. Y no me ande con remilgos que se le nota que esto le gusta.
Raúl se inclinó sobre ella y le susurró al oído.
— Tía, o hacemos lo que nos dicen o nos muelen a palos.
Adela miró a los hombrones asustada y se vio inmersa en el escándalo que supondría una pelea con aquellos tipejos dispuestos a violarla. Raúl la vio dudar y no esperó más. La hizo ponerse de pie y de un tirón le volvió a remangar la falda hasta dejársela enrollada en la cintura. A la vista de todos apareció una preciosa ropa interior de trasparencias notables. Era perfectamente visible el pelo rizado de su sexo. Hacía tiempo que había pasado la temporada de playa y no tenía cuidada la mata de pelo que en algunos lugares desbordaba claramente la braga.
— Buena pelambrera tiene en el chumino, ¿eh Manuel? —parecía que los comentarios de los dos espectadores iban a acompañar todos sus actos. Por un momento, Adela sintió no haber cuidado más su aspecto pero... ¡que demonios pensaba!, nunca se hubiera imaginado que viviría una situación como aquella. No eran aquellos hombres los apropiados para estar haciendo comentarios sobre si tenía o no bien arreglado el pelo de su entrepierna.
— Un chumino como este es en el que llevo años pensando. Está guapo, ¿eh?
Adela sentía por un lado la vergüenza de sentirse observada como un animal de fiera o lo que es peor como una prostituta ejerciendo su profesión, pero por otro lado se vanagloriaba de que sus 'encantos' produjeran tal admiración en aquellos señores.
En ese momento se oyó una voz de alguien más que se acercaba. “Otro más se unía a la fiesta”, pensó aterrorizada Adela, “si es que era normal, habían estado metiéndose mano en medio del bar y aquello tenía que terminar por ocurrir”
— ¿Qué coño pasa aquí? –se oyó decir a un tío con un vozarrón amenazador.
Era el camarero del local. Ningún parroquiano quedaba ya en el local salvo este grupito de cuatro que se había formado en la zona oscura del bar y al tío le estaba mosqueando tanto misterio. Cuando le hicieron hueco para ver, se sorprendió ver a aquella tipa tan fina con la falda remangada mostrando un chocho que las trasparencias de las bragas no podían ocultar.
— ¿Qué coño ocurre? –volvió a preguntar aunque parecía evidente.
Manuel se volvió hacia él. No querían líos.
— Tranqui, tío. La señora y el chaval que se quieren dar un revolcón y nos han dejado al Eladio y a mí darnos una ración de vista.
El camarero no lo veía todo tan claro y y no quería líos con la policía.
— ¿Seguro, señora? –dijo dirigiéndose a Adela aunque en realidad parecía hacerlo al coño porque no dejaba de mirarlo en ningún momento.
Adela se enfrentó a la tesitura; si decía que aquellos dos les estaban amenazando, es posible que entre el chaval y el camarero pudieran sacarla del apuro; pero por otro lado, empezaba a sospechar que iba a perder la ocasión de su vida de tener la mejor sesión de sexo. Además le estaba gustando que su coño produjera tantas admiraciones, el capullo de su marido hacía tanto que no se lo miraba siquiera. Pensar en su marido le dio una rabia tremenda y unas ganas terribles de hacerle cornudo. Pensó que ya tenía las bragas al aire, ¿por qué no aprovecharlo?
Sin dejar de mirar a los cuatro hombres se inclinó ligeramente y bajó las bragas despacio. Lo más difícil ya estaba hecho ahora eran ellos los que debían adivinar si aquello era un sí o un no. Todos entendieron lo mismo y aplaudieron con vítores su decisión.
— Pero esperar un momento –dijo el camarero muy serio—. Antes tendré que echar el cierre porque no queremos que nadie nos moleste. Además seguro que la señora nos invita a tomar una copa, ¿verdad, zorrita?
Adela asintió imperceptiblemente y se quedaron observando como el camarero primero cerraba el local y luego se metía detrás de la barra para servir cinco generosas copas de brandy. No preguntó a nadie si era eso lo que querían beber pero nadie dijo nada porque Manuel, Eladio y el propio Raul estaban sobando el coño a la buena señora que se abría ligeramente de piernas para facilitar su labor.
— Adelante –dijo el camarero dejando las copas que traía en una bandeja sobre la mesa—, vamos a follarnos a la puta esta.
“¿Vamos?”, pensó Adela “no se había hablado que aquello se iba a convertir en una orgía con una sola mujer en el ajo.” Manuel y Eladio le daban un poco de asco aunque parecían limpios pero olían tanto a loción barata que no sabía ella si podría arrimarse a ellos. En cuanto al camarero no era su tipo precisamente, bajito, con barriga prominente y con el pecho cubierto de un tupido pelo que se asomaba por la camisa que además le permitía ver el borde de una camiseta blanca. ¡Camiseta!, ¡que horror, odiaba las camisetas! Y al final Adela se encogió de hombros, al fin y al cabo a ella no le habían pedido opinión sobre con quien quería follar.
Raúl la distrajo de sus pensamientos cuando la forzó a acercarse a él que seguía sentado y poner una pierna a cada lado suyo. Luego se agarró la polla y despacio le hizo bajar hasta sentirla en el borde de su vagina. Estaban los dos pegados cara a cara y se miraban deseando dar el siguiente paso.
— Vamos allá, putita –dijo Raúl con voz ronca—, ahora vas a saber lo que es que te follen de verdad.
De un golpe de caderas le metió la polla en su coño. Por completo. Sin resistencia alguna porque aunque Adela no se había dado cuenta, tenía el chocho empapado de lo caliente que le había puesto la situación.
Raúl la follaba como un poseso y ella saltaba sobre él sin ningún pudor.
Manuel o Eladio o alguien propusieron quitarle la camisa porque no se le veían las tetas botar. Cuando Adela se quiso dar cuenta le habían quitado chaqueta, camisa y sostén y sus tetas se bamboleaban de arriba abajo de forma obscena pero a ella no le importaba porque solo prestaba atención a los placeres que le llegaban desde su agujero. Aquel niñato sabía lo que se hacía y la hizo alcanzar dos orgasmos como nunca había disfrutado.
Los espectadores empezaron a animarse y también ellos reclamaron su parte del pastel. Los presidiarios se dedicaron a mamar de sus duros pezones y el camarero se arrodilló tras ella y le abrió las nalgas para chupar el botón oscuro de su ano. Cuando sintió un dedo introducirse en su virginal agujero Adela creyó morir. No sabía que el sexo pudiera dar tanto placer. Hacía rato que se había dejado de disimulos y gritaba como loca pidiendo más. Raúl tuvo la consideración de avisarla que se corría y que, si no querían líos, lo mejor era que Adela se dispusiera a recibirle en la boca. Ella se arrodilló frente a él y se lanzó voraz a beber sus eyaculaciones.
Primero Manuel y luego Eladio se sentaron sobre la silla para recibir su partida correspondiente y Adela se corrió un par de veces con cada uno de ellos. Mientras tanto, el camarero seguía dedicado íntegramente a su culo por el que parecía tener fijación. Cuando pretendió sustituir la lengua y los dedos por su grueso cipote la cosa se desmadró. Adela gritó pidiendo clemencia y el camarero comprendió que aquella tarea iba a ser muy difícil de llevar a cabo por lo que se contentó con seguir chupando y masturbando el ano de la finolis.
También Manuel y Eladio terminaron en el interior de su boca y, para aquel entonces, los chorretones de lefa cubrían la cara y el cuerpo de Adela. Se volvió hacia el camarero anunciándole que era su turno que debía sentarse sobre la silla. Para ella no era suficiente, pese al escozor tenía un furor uterino que le obligaba a follar con todos y cada uno de los presentes.
El camarero tenía otras intenciones e introdujo una novedad. La hizo inclinarse sobre la mesa y aplastar las tetas contra la fría madera, luego se escupió en la polla y nuevamente intentó penetrar por su culo. Sin una polla que distendiera el coño, seguro que sí era posible follarla por el ano pero no, aquel puto agujero seguía resistiéndose y no había manera de entrar en él. Adela no se resistía, pese al dolor que le producía la violación de su virginal agujero, estaba dispuesta a salir de allí habiendo probado de todo pero era demasiado estrecha para él. El pobre camarero se tuvo que contentar con follarla por el coño y a ello se dedicó con el mismo entusiasmo que el resto de sus compañeros.
Estuvieron más de dos horas follando como locos. Ella estaba dispuesta para cada uno de ellos en cuanto se lo pedían y a ellos se les ponía la verga dura solo de ver como otros la follaban.
Era noche cerrada cuando salieron del lugar. Todos satisfechos como nunca en su vida lo habían estado. Habían terminado tras la barra del bar lavando los restos de leche que habían quedado en el cuerpo de Adela y ella salió del lugar, si no aseada, sí un poco más presentable. Le escocía el coño y le dolían el culo y las tetas de tan inesperado y placentero ataque. Poco se podía imaginar ella cuando salió de casa llorando de indignación contra su marido que sus penas iban a ser vengadas de aquella manera. Les agradeció a todos y cada uno de ellos la situación besándoles la boca con pasión incluso a los presidiarios que ahora olían un poco menos a loción y un poco más al olor de su propio coño.
Pagó las consumiciones y satisfecha se alejó del lugar en busca de un taxi.
Los cuatro se quedaron mirando con pena como se perdía en la noche.
— Desde luego –sentenció el camarero— es toda una dama.