D o ñ a s o l e

A mis 19-20 años, me enamoré de Dª Sole,mujer casada, de 33 años, y madre de un íntimo amigo mío, algo más joven que yo

D O Ñ A   S O L E

DEDICATORIA

A mi más que estimada amiga GataColorada. Luego ya lo sabes, Gatita… “Va por Uzté”, querida amiga… Y reciba la montera tras brindarle la “lidia” de este toro


Pablo era uno de mis mejores amigos; el conocernos fue una especie de carambola; sucedió que mis padres se hicieron amigos de un matrimonio que vivían en el portal contiguo al nuestro. Y, como por entonces era normal, ambos padres propiciaron que sus hijos se conocieran y trataran entre sí, por lo que yo me hice amigo del hijo mayor de aquél matrimonio, Agustín.

Pero sucedía que, para entonces, esos nuevos amigos de mis padres tenían gran amistad con el que vivía en la puerta de al lado, ellos en el C y los otros en el D; en fin, que vino a darse una especie de “totum revolutum” por el cual los tres matrimonios se hicieron amigos entre sí y los hijos respectivos también, resultando que el hijo de ese tercer matrimonio era el que fue y es mi gran amigo Pablo

La verdad es que en un pronto, cuando nos conocimos; o mejor dicho, el primer día que le vi, lo cierto es que me cayó bastante mal. Pablo era alto, ancho, grande… Y fanfarrón… Muy, muy fanfarrón… Vamos, el tipo de tío que a mí me cae particularmente mal. Pero eso, enseguida, vi que no era más que fachada, pues él en absoluto era así a poco que se le tratara, con lo que acabé por apreciarle de verdad. Lo curioso es que, luego, cuando ya éramos casi uña y carne, un día se lo solté

  • Sabes macho que al pronto, nada más echarte la primera vista encima, me caíste la mar de gordo, con ese vozarrón que soltabas y ese aire de perdonavidas que te gastas a veces…
  • Pues, ¿sabes tío que tampoco tú me caíste nada bien a mí a “bote pronto”?... Me pareciste un “lechuguino” gilipollas; un intelectualoide de esos que van por la vida sacando pegas a todo el mundo; de esos que se pasan la vida mirando a los demás por encima del hombro… Tan serio y conspicuo como parecías…

Nos reímos ambos con ganas y ahí quedó aquello para nunca más recordarlo… Los padres de Pablo, D. Isaías y Dª Sole, por Soldad, más dispares no podían ser. A él, gerente de una entidad bancaria, le solíamos llamar “El Sabio Distraído”, porque, la verdad, siempre estaba en babia… Ensimismado, de pocas palabras, por no decir ninguna, se pasaba la vida como introvertido en un mundo interior, en el que sólo él tenía cabida, sin participar apenas en conversación alguna… Vamos, que yo más bien pienso que ni se enteraba de lo que a su alrededor se decía y pasaba… Eso, un “sabio distraído”, siempre pensando en cosas que, seguro, debían de ser de una enjundia sobrecogedora. Su señora esposa, Dª Sole, era la cara totalmente opuesta de la moneda. Siempre alegre, reidora e incorregible parlanchina dicharachera que “largaba”, comúnmente, hasta por los codos

Yo enseguida tomé una gran confianza con ella, por mor de la confianza que con su hijo tenía, pasándome las horas muertas en su casa, donde era más que normal que día sí y casi día también, me quedara a comer. Pero no era yo solo quien habitualmente se colaba allí de rondón, sino que la mayoría de los amigos de su hijo también se pasaban en esa casa horas y horas, aunque conste que el comensal invitado a la mesa de los señores de Buitrago, apellido del noble prócer, cabeza de aquella familia, era un servidor y sólo, únicamente, un servidor de ustedes, estimadas/ estimados lectoras/lectores…

Por entonces el desiderátum de pasarlo bien los domingos, único día festivo por esos años de la semana, eran los guateques de las tardes domingueras; o reuniones, como nosotros preferíamos decir, reuniéndonos amigas y amigos en casa de cualquiera de nosotros, los tíos, a bailar al son de un tocadiscos, de plato giratorio y aguja microsurco... Aunque sin despreciar tampoco algún que otro disco de pizarra y 78 rpm; esos que se usaban en los gramófonos… Es más; hubo una época, por aquellos fines de los 50/inicios de los 60, en que hasta revivió el “charlestón”, poniéndose un tanto de moda aquello de “Papi cómprame un negro, cómprame un negro en el bazar, que baile Charlestón y que sepa el fox-trot”… También algunas grabaciones de Glenn Miller, “Jarrita Marrón”, “Patrulla Americana”, “Moonlight Serenade”, “In the Mood”, ”Chattanooga Choo-Choo”, “Blue Moon”…

Esas reuniones o guateques las hacíamos en la casa de alguno de los amigos, normalmente en la mía, la de mi amigo Agustín, la de Pablo o la de otro chaval, Luis. Pero donde más me gustaba… Bueno, donde más nos gustaba a todos, era en casa de mi amigo Pablo. Su madre, Dª Sole, de treinta y tres años entonces, pues tuvo a mi amigo cuando apenas cumplía los quince, precoz que fue ella, no era guapa… Pero tenía un cuerpo… ¡De verdadero infarto, tíos; os lo digo yo!…

Y la cosa era que la buena señora, cuando nos juntábamos a bailar en su casa, al poco, aparecía entre nosotros con ganas de “menear el esqueleto”, como cualquier hija de vecino… Pero lo grande era que se te arrimaba como una lapa, incrustándote los senos en tu pecho; y no es que  tú le arrimaras la “cebolleta”, sino que era ella quien te arrimaba hasta no poder más sus partes más o menos pudendas a la susodicha, refregándose bien refregada contra ella, de manera que a uno, a mí por lo menos, me ponía no a cien, sino a mil… Vamos, que tan pronto no bailaba con ella, mis ojos se iban tras su tetamen, su muslamen y su culamen que era una vida mía… Y es que menudos eran esos tres oscuros objetos de mis más innobles deseos…

A veces, en plena obnubilación ante el divino espectáculo de tales senos, tales caderas, tal culito, todavía más que respingón a sus añitos, que para mí el Universo se reducía, en esos momentos, a lo que veía, se me acercaba mi amigo y su hijo, Pablo, todo zumbón y con una mala sangre, a mi entender entonces, pues me distraía del placer de mirarla, para soltarme

  • ¡Joder macho!... Que un día vas a tener que salir corriendo detrás de los ojos, salidos ya de las órbitas tras mi madre… Que no veas cómo se te nota… ¡Te la comes con los ojos, macho!

Yo entonces enrojecía hasta la raíz del pelo, y apenas si acertaba a balbucir

  • ¡Perdona macho, tío!... Ya sé que es tu madre y mucha gracia no te hará, pero…

Pablo entonces rompía a reír, dándome no ya palmadas, sino auténticos golpes en la espalda y hombros

  • ¡Que sí, macho; que sí!... Que te comprendo… Porque mi madre será, pero también yo tengo ojos en la cara y no se me escapa que tiene un cuerpo de escándalo… Conque tú… Vosotros en general, que no sois hijos suyos… ¡Vamos, que sé que os la “peláis” casi todos los días a su salud… ¿Me equivoco?

Y yo cada vez más colorado… cada vez diciendo más eso de “Tierra trágame”… Y el cabrito de Pablo riendo, cada vez más también, a mandíbula batiente… Vamos, que yo, más o menos, pasándolas canutas

  • ¡Nada, macho; nada!… Que sabemos lo que es necesidad… Pero macho; ¡córtate un pelín más, que, al fin y al cabo, es mi madre!…

Pero es que lo que también ocurrió fue que, según el tiempo, los meses, iban pasando, más de una vez y más de dos, al buscar yo con la mirada aquellos magníficos objetos míos de deseo, sorprendía su mirada clavada en el cuerpecito serrano, de entre diecinueve y veinte añitos, de este vuestro humilde servidor, lo que hacía que como una especie de corriente eléctrica surcara el susodicho cuerpecito desde la nuca hasta salva sea parte, allá por las delanteras bajuras de tal “body”… Vamos, que para esa época, a punto de cumplir mi primera veintena de años de mi vida, yo iba tras de Dª Sole como perro en celo… Hasta babeando de deseo…

Pero hete aquí, que por entonces, a los no tantos meses de liviano flirteo entre un servidor y aquella especie de odalisca turca, traducidos en cinco o, máximo, seis tardes domingueras de bailoteo, pues las “reuniones” variaban de ubicación, repitiéndose pues en la casa de Pablo cada tres domingos mínimos, la bella empezó a variar de comportamiento hacia “moi”. Si aparecía por su casa, ella, que siempre se recreaba sentándose conmigo a charlar, indudablemente halagada por las incendiarias miradas que le dedicaba, se apartaba de mí y encontraba un montón de cosas que hacer para echarme a la calle en menos que canta un gallo. Y si conmigo iba algún otro amigo, Luis, Agustín y demás, con ellos se comportaba como siempre, amable, simpática y pelín picante, con frases como

  • La mujer debe ser señora durante el día; pero a la noche, metida en la cama con su hombre, (¡ojo; decía “HOMBRE”, no marido! ), debe saber ser la puta más puta del mundo…

Pero a mí, ni mirarme… Cuando menos, hablarme. Así que una tarde que me presenté allí, con la cosa de ir a ver a su hijo, mi amigo Pablo, tan pronto como de costumbre en las últimas semanas se levantó para dejarnos solos a Pablo y a mí, tras ni siquiera saludarme cuando entré, me excusé con su hijo con la necesidad de ir al servicio y salí despendolado tras ella; la alcancé en el pasillo; la tomé de un brazo y la acorralé, empujándola, suave, pero firmemente, contra la pared

  • Vamos a ver Sole; ¿qué puñetas te pasa conmigo que ni a mirarme te dignas desde hace ni sé ya el tiempo?...

Ella me miró durante un instante, los ojos cargados de desprecio hacia mí… Y me arreó un bofetón de revés, en plena carrillada que sonó como un pistoletazo

  • ¡Yo soy doña Soledad!... ¡No lo olvides, pedazo de niñato!… ¡De mocoso!... ¿Enterado?...

Y se dio la vuelta, dejándome donde estaba, más rojo que un tomate… Más “corrido” que un recién casado en su noche de bodas… Me indigné… Me enfadé, ardiendo por dentro de ira… De ira hacia mí mismo… ¡Pero qué gilipollas que acababa de ser!... Me estaba bien empleado, por “tirarme a la piscina” sin apercibirme primero de si había o no agua … Y no la había, por lo que el “castañazo” fue tremendo

Salí de aquella casa como un rayo… Como alma que lleva el diablo, echando a correr escaleras abajo hacia el portal y la calle. Al momento, cuando iba por el descansillo inferior, Pablo salió tras de mí

  • ¡Espera Antonio!... ¡Espérame, por favor!...

Pero bueno estaba yo, como para esperar a nadie… De todas formas, y como él era bastante más alto que yo, con piernas más largas que yo, y, lógico, mayor zancada, acabó por alcanzarme ya en el portal y junto a la puerta de la calle. Me detuvo por un brazo, inquiriéndome

  • ¿Se puede saber qué le has hecho a mi madre?... ¡Está que bufa!... ¡Hasta a mí me ha “largado” de casa con cajas destempladas, diciendo que ya estaba harta de tanto niñato consentido… ¿Qué ha pasado, macho?... Y no me salgas con que nada, que tonto no soy y he oído más de lo que quisiera haber escuchado… Para empezar ese pedazo de “hostión” con que te ha regalado la cara, que todavía la tienes roja y con sus dedos marcados en ella

Yo me encastillé en que nada había pasado… Pero más que nada en que me dejara en paz… Que no quería ver a nadie… Ni a él ni a nadie… Él acabó por encogerse de hombros, dándome la espalda, mientras me soltaba

  • Macho, estás mal; muy mal… Te has encoñado con mi madre… Tío, cae del guindo… Ella es un poco coqueta y un mucho calientapollas, pero lo llevas claro… Te lo digo yo…

Se subió para su casa y yo anduve un puñado de tiempo vagando por aquí y por allá toda aquella tarde y hasta ya de noche, pues serían algo más de las once cuando, por fin, subí a casa… Me había llamado “niñato”… Y “mocoso”… Pero, realmente, qué otra cosa sino eso mismo era yo a mis ya más veinte que diecinueve años, pues de ellos me separaba un suspiro, tres semanas…

Los seis cursos que, según la reforma de 1954 de D. Joaquín Ruiz Jiménez, entonces ministro de Educación del general Franco, constaba el Bachillerato, entre el Elemental, 1º a 4º más su Reválida, y el Superior, 5º y 6º, más una nueva Reválida, a mí me había costado ocho años, del curso 1950-51 al de 1957-58, con lo que en ese curso 1959-60 que ya agonizaba, hacía el segundo año de 1º de Derecho en la Complutense, repitiendo todas las asignaturas del curso, de la primera a la última… Y el camino que llevaba en ese segundo año de 1º no era más brillante que el anterior…

En mi casa, mi padre ya ni me hablaba y a mi madre no le quedaban lágrimas para suplicarme que, por favor, cambiara… Sí, yo no era más que un vago de siete suelas, pues si no aprobaba una, no era por falta de inteligencia, que en ello iba “sobrao”, como ahora se dice, sino porque no me salía de los “cataplines” abrir un libro… Y menos, aparecer por la Universidad… Y me dije, aquella tarde-noche, que eso tenía que terminarse… Tenía que acabarse lo de ser un “niñato”, un “mocoso” irresponsable…

Pero lo malo era que por el camino del estudio, a qué engañarse, Dios no me había llamado, pues era incapaz de estar horas y horas ante un texto que no me interesara… Que me aburriera… Otra cosa era con lo que me gustaba, a saber y como aquél que dice, en exclusiva, la Historia; Historia militar exactamente y, en especial, española… En ese aspecto, no solo no me costaba nada estar leyendo horas y horas, sino que, además, tenía, tengo, algo así como “memoria fotográfica”.

En fin, que me planteé variar el rumbo de mi vida en 180º, buscando un porvenir, a corto plazo, en el plano laboral. Por aquellos años sesenta, y 1960 no era excepción, encontrar trabajo era fácil: En general, bastaba con querer encontrarlo… Y así, en menos de una semana empezaba a trabajar, como aprendiz de dependiente en un comercio de tejidos

El dueño de la tienda también tenía funcionando, unos portales más abajo, una fabriquita de confección: Camisas de caballero, blusas de señora, pantalones y ropa de trabajo: Monos, petos, camisas y pantalones azules de mecánico, que, con el tiempo, para mí, sería de capital importancia

En fin, que así andaba, a mi aire y un tanto reconciliado, no sólo conmigo mismo, sino con mi casa. En principio, a mi madre casi le da el soponcio ante el hecho de que su “niño” renunciara al brillante futuro de abogado pero a mi padre le pareció de perlas eso de que dejara de hacer el vago, dejando pues de gastar inútilmente dinero en matrículas, libros etc, y así logró metérselo a mi madre en la cabeza. El sueldo era muy bajo, seiscientas “pelas” al mes, pero daba para pagarme mis “vicios”, fumete y salidas con los amigos al cine, de vinos… Pero las tardes del domingo evitaba ir de reunión o guateque… Empecé a irme a los toros cada domingo, vieja afición en mí… Y luego, a veces, me dejaba caer por la casa donde se diera el guateque… Pero estas veces eran muy, pero que muy pocas, y siempre que no fuera en la casa de Pablo. En fin, que lo normal, al salir de los toros, era quedarme por los bares de la zona de Ventas, viendo fotos y carteles de toros y toreros y oyendo conversaciones sobre toros mantenidas a mi alrededor, en voz alta…

Así fue pasando el tiempo, conmigo emperejilado en mi trabajo, tratando de ser útil y, sobre todo, aprender, y aprender y aprender… Eso, también se traducía en que a casa llegaba cada día bastante tarde, nunca antes de las nueve de la noche y con no poca frecuencia bien pasada esa hora, hasta hacérseme más de un día y más de dos las diez y pico de la noche… Y es que, en aquellos tiempos, para quienes trabajábamos en el comercio, se sabía a qué hora se entraba, pero no a la que se salía porque, al cerrar al público, había que adecentar la tienda para poder abrir al día siguiente, lo que implicaba devolver a su sitio las piezas de género, desperdigadas por aquí y allá a lo largo del día por los dependientes, siempre presurosos para atender al siguiente cliente; y barrer la tienda, con escoba y esparciendo serrín mojado por el suelo hasta cubrirlo, mano de santo para arrastrar al instante la suciedad más recalcitrante en salir de donde estuviera; y fregarla…

Y ese llegar regularmente tarde a casa, de lunes a sábado, también redundó en, progresivamente, irme distanciando de los amigos de siempre, acuciado ello por el hecho de que los domingos por la tarde “hacía la guerra” por mi cuenta, sin contar con ellos para nada… Pero lo por fin determinante en que todo lo referido a mi antigua vida quedara en un pasado que, lo más seguro, nunca más volvería, fue cuando decidí salir de la paternal casa para vivir por entero independiente, al concertarme con dos compañeros de trabajo, uno de la tienda donde trabajaba, el otro de un comercio muy próximo, que compartían piso por la zona de Quevedo-Fernando el Católico, muy cerca de la tienda.

En casa, cuando dije que me iba a vivir con esos dos compañeros, se armó la de Dios es Cristo, pues dónde se había visto que un hijo abandonara el paterno hogar si no era para casarse y fundar el suyo propio… Y más con poco más de veinte años… Cosas de antaño, incomprensibles entonces, y que hogaño están a la orden del día… En fin, que me empeñé y me largué de casa, contra viento y marea… Y suerte tuve en que mis padres, con el cabreo casi sobrenatural que engancharon, no me mandaran a la policía para devolverme a casa, ya que por entonces, todavía, un joven de veinte años, bien cumplidos, era menor de edad, y, por tanto, sujeto a la tutela paterna ante la que no se podía, legalmente, ni rechistar…

No obstante, ocurrió que ellos estuvieron ni sé el tiempo sin hablarme ni querer saber nada de mí, execrándome por descastado mal hijo, renegando de mi propia sangre… Pero por fin las aguas volvieron a su cauce y la relación con ellos volvió a ser estupenda… Casi diría que mejor que entes, pues por finales, en especial con mi padre, que me veía cada día más formal y responsable… Eso para él era importantísimo, y la espina que de casi siempre llevó clavada, fue mi anterior falta de formalidad, mi gran irresponsabilidad… Y es que, el hombre empezó a confiar en mí cada día más y más… Nuestra relación, que siempre fue harto fría, por no decir inexistente, se fue tornando más y más íntima y confidencial de día en día…

Yo, cada día me amoldaba mejor a mi trabajo, desenvolviéndome enseguida con notable soltura… Hacía de todo, desde atender en el mostrador a cuanto cliente entraba… Y, ojo, vendiéndole, por finales, hasta bastante más de lo que, en principio, quería comprar… O haciendo lo que fuera menester en la fábrica, desde envasar las prendas en sus bolsas de celofán, ( por entonces, el plástico apenas se conocía ) hasta usar las máquinas de coser o, incluso, cortar los tejidos, según los patrones establecidos para modelos y tallas… Y claro, enseguida empecé a cobrar más de las iniciales seiscientas “pelas”, pues en no tantos meses devengaba ya las mil trescientas y en un año más o menos, dos mil “chulas” de mi alma, un sueldo que, para la época, no estaba nada mal…

Llegó 1962 y con él, la “mili”, en Alcalá de Henares, por suerte para mí… De momento, fue un tremendo inconveniente, ya que interrumpía la vida laboral del “quinto”, con la derrama de perder los ingresos por el trabajo. Y no pocas veces, hasta el trabajo, pues no era tan raro que al  reintegrarte al empleo al salir licenciado, te encontraras con que tu puesto había volado, ocupado por otro, ya que el trabajo de las empresas no puede pararse

Así, en el “dique seco”, pasé los tres meses de Instrucción y alguno de los que pasé ya en el destino, la Comandancia Militar de Plaza… Hasta que me fui espabilando; la obligación, entonces, era permanecer en el cuartel, teniendo libre sólo de seis a ocho de la tarde, el tiempo de paseo y libertad personal; pero también estaba el “Pase de Pernocta”, que permitía salir del cuartel a las deis de la tarde para no volver hasta la mañana siguiente: a las ocho en la Comandancia. Pero para ello, tenías que acreditar vivir en la plaza en este caso, en Alcalá de Henares

Pues bien, yo, ni corto ni perezoso, me alquilé un piso en la ciudad, con lo que pude acreditar residir allí, logrando así el dichoso “Pase”. Como responsable directo de los catorce-quince “guripas” de la Comandancia estaba un cabo primero, bellísima persona por cierto; así que yo, con mi pase en el bolsillo, me dirigí a él y le dije que en Madrid podría trabajar por las tardes, pero siempre y cuando saliera a tiempo del cuartel. Él me dijo, que por su parte, podía irme cuando quisiera, pero que si me “cazaban” algún día, él no sabía nada.

En fin, que la cosa fue que aquella misma tarde, diez minutos después de que los “jefazos” de la Comandancia se marcharan a su casa a eso de las dos de la tarde, yo salí despendolado para la estación, estando en la tienda a las cuatro. Y así me pasé los diez meses de “mili” que todavía me quedaban por cumplir, trabajando en Madrid cada tarde…

Cuando al fin me licenciaron, el jefe de la tienda me esperaba con una sorpresa la mar de agradable. En Madrid, capital y provincia, tenía tres representantes vendiendo sus fabricados. Pues bien, mientras yo estuve sirviendo a la Patria, dos de ellos habían sido baja; a uno, un vago de siete suelas que antes de las once de la mañana milagro era que estuviera trabajando, el jefe lo puso en la calle, y el otro, un hombre ya bastante mayor, más de sesenta años, poco antes de acabar yo la “mili”, había colgado los muestrarios, dedicándose a vivir en paz los años que Dios aún le diera. Y allí entré yo, como flamante agente de ventas de la fabriquita de confección, con la mitad sur de Madrid, capital y provincia, bajo mi responsabilidad

La cosa fue miel sobre hojuelas, pues de salida contaba con una nada despreciable cartera de clientes fijos, hechos a comprar a la empresa cada temporada de verano e invierno, cartera que desde el primer momento me apliqué en ampliar, por la cuenta que me tenía, mi paso o ascenso a agente de ventas, implicaba la rescisión del contrato de trabajo, bajo el Régimen General de la Seguridad Social, como trabajador por cuenta ajena a sueldo fijo mensual, por un contrato mercantil que oficialmente me hacía autónomo por cuenta propia, lo que significaba perder los ingresos fijos, sustituidos por un tipo de comisión sobre ventas, pelado, mondo y lirondo.

Pero salí ganando, pues eso de vender se me empezó a dar de maravilla desde el primer día; vamos, que tal cual parecía que yo había nacido para eso, para vender… Luego, con el tiempo, vinieron más casas representadas; una fábrica de sastrería de caballero, trajes, americanas y pantalones sueltos, de los llamados de “sport”, abrigos, etc.; otra de exterior de señora, vestidos, conjuntos de blusa o chaqueta y falda, también abrigos… Y otra, de lencería interior de señora y bañadores… Pero ya digo, eso vino con el tiempo, pues de momento sólo contaba con esa primera firma, que la verdad es que no estaba nada mal, se vendían bien sus fabricados y, desde el primer momento, mis ingresos regulares subieron bastantes enteros… En promedio, limpias, descontados gastos, que eran muchos, pues para empezar tuve que comprar coche, el primero de mi vida, un Renault 4L, un “cuatro latas”, como jocosamente se le llamaba, entre las cuatro y cinco mil, más del doble de lo anterior.

Pasaron mis veintitrés años, cuando comencé a vender, y los veinticuatro iban ya dejando atrás su meridiano cuando sucedió lo que, de verdad, cambió mi vida en el plano personal. Al atender la zona sur de Madrid, también trabajaba mi antiguo barrio, donde aún vivían mis padres, calles de Narváez, Ibiza, Sainz de Baranda, Menorca, Doctor Esquerdo, Menéndez Pelayo, O’Donell, Goya; pero al ir por allí siempre lo hacía en tensión, temiendo el retorno del pasado… Volver a ver a Dª Sole… Me encontré con alguno de mis antiguos amigos; nos saludamos, nos abrazamos… Y nos separamos, pues nada del ayer existía ya… Éramos unos extraños, ellos para mí, yo para ellos… En más de una ocasión llegué a ver a Pablo, pero hice lo posible para que él no me viera… En absoluto me apetecía volver a encontrarme con él…

Fue una tarde del “Ferragosto”, como los italianos llaman al octavo mes del año, de 1964, bien pasadas ya las ocho de la tarde; acababa de atender al último cliente de la tarde y día y salía de la tienda cargado como una mula con las dos maletas del muestrario y la cartera de los libros con la descripción de los modelos, cartas de colorido y libro de pedidos, rumbo al coche, cuando me la encontré, de sopetón, frente a mí, a no tantos metros. Era ella, Dª Sole; de momento nos quedamos parados; yo no me esperaba verla y, al parecer, tampoco ella a mí, pero al momento se le iluminó el rostro en una sonrisa y, decidida, apretando el paso se vino a mí, que también avancé hacia ella

  • ¡Antonio!... ¡Dios mío, cuánto tiempo!
  • Sí… Dª Soledad

No olvidaba lo que me dijera tras la bofetada, y mi voz sonó con un tanto de retintín cuando pronuncié su nombre anteponiéndole el tratamiento de usted

  • ¡Uff! Y qué serio te pones… ¿Todavía sigues enfadado conmigo?
  • No; que va… Nunca lo he estado… Pero, usted me dijo…
  • Olvida lo que te dije… Fue una tontería por mi parte… ¿Cómo me llamaste entonces?... Sole; Sole a secas… Llámame así… Sole… O Soledad, como prefieras, pero sin el doña…
  • ¿Está segura?... Mire que no me gustaría recibir otro revés…
  • Ja, ja, ja… Estate tranquilo… Me he vuelto la mar de pacífica desde entonces… Oye, y ¿por qué no me invitas a un café?
  • Eso está hecho… ¿Dónde te parece?... Algo más abajo está…
  • Yo conozco un sitio que está muy bien. Es en O’Donell… Queda más retirado, tardaremos más en llegar, pero merece la pena, ya lo verás
  • No importa; en el coche, allí en un periquete

Y, agachándome sobre maletas y cartera, hice intención de llevarlas al coche; pero ella, agachándose conmigo amagó coger una de las maletas, a lo que yo, ante todo, caballero siempre, me opuse, alargándole la cartera y tomándole, ya de la mano, la maleta

  • ¿Y estos maletones?
  • Gajes del oficio, con que tengo que cargar… Soy representante de comercio; vamos, agente de ventas y en ellas van las prendas del muestrario… Confección de caballero y señora… Las llevo porque acabo de atender al último cliente del día… Esa tienda de confecciones ( Y le señalé el comercio que acababa de  dejar, minutos antes )
  • ¡Así vas tú de elegante!... Con traje, camisa y corbata… Y con el calor que está haciendo… La verdad es que antes, comúnmente, ibas así, de traje… Nunca te vi en vaqueros… Pero en verano vestías camisa de manga corta, sin corbata…
  • Sí; es verdad… Nunca me han gustado los pantalones tejanos… Me aprietan demasiado… Y, en verano, cualquiera se pone americana y corbata… Pero ya ves… Cuando se visitan clientes, y más en este gremio del tejido y la confección, que ellos mismos suelen ir siempre de traje, por calor que haga, quién se atreve a ponerse en mangas de camisa y despechugado… Aunque conste, que la camisa que llevo es de manga corta
  • ¡Ja, ja, ja!... Lo de no llevar vaqueros me parece bien… ¡Aprietan los testículos y merman la masculinidad del hombre!... ¡No dejan producir tanta leche!
  • ¡Jolines(1), Sole; y qué bruta que eres!
  • ¡Ja, ja, ja!... ¡Y tú qué conspicuo y morigerado que eres!... Como siempre, todo un caballero… Antoñito, eres un primor de chico

Desembocaba ya en la calle O’Donell cuando ella me indicó girara a la derecha, para seguir seguido hasta pasar Fernán González, y desde allí seguir despacio para aparcar donde primero pudiera, pues el sitio era entre Fernán González y Maiquez; así lo hice y, enseguida, aparqué. Bajamos del coche y ella, desenvuelta, se me colgó del brazo. A no mucha distancia se divisaba la marquesina de una cafetería de excelente presencia

  • ¿Ves?; es allí. – me dijo señalando el local de la marquesina
  • Ya verás; es la mar de acogedor… Tiene un saloncito en la planta baja que es un primor… Luz muy, muy tenue… Todo oscurito… - se rió
  • Es un local para parejitas la mar de cariñosas…

Volvió a reír, más ostensiblemente que antes… También más nerviosa… Y, acercándome el rostro, bajando la voz y en tono eminentemente sensual, me soltó

  • Lo mismo, hasta te pones cachondo

Y yo, que ya me empezaba a sentir, cómo diría, bueno, digamos, nervioso, me empecé a poner, que ni asno en celo

  • Contigo al lado, seguro
  • No me digas que, a mis casi cuarenta, todavía te pongo… Que ya tengo treinta y nueve, nene
  • Y aunque tuvieras sesenta…
  • ¡ja, ja, ja!... Eres un adulador… Y un descarado… ¡Decirle a una honesta mujer casada que te pone cachondo!... ¡Golfo; más que golfo!...

Se me había arrimado cosa mala, cargándome los senos, estrellándolos más que otra cosa, contra mi pecho. Llevo sus labios a mi oído y susurró.

  • Pero ¿sabes?... Me gustan los jovencitos descarados y golfos…

Y me mordisqueó el lóbulo de la oreja

  • ¡Sole, Sole!... Que  a este paso no sé lo acabaré haciéndote
  • ¡Ja, ja, ja!... ¿Follarme?...
  • Calla… Que tú sí que eres descarada… Y, que coste, que no te digo lo otro por cortesía… Caballerosidad para con una dama
  • ¡Ja, ja, ja!... Muchas gracias a vuestra galantería, mi señor caballero… Pero, a que te gustaría…
  • Por favor Sole; corramos un “estúpido” velo sobre mis apetencias

Sole volvió a reír a carcajadas, y en ese momento llegamos a la cafetería de la marquesina, bajando directamente al saloncito inferior. Era tal y como ella, a grandes rasgos, me lo describiera… Recogido, coqueto, luces muy amortiguadas que lo dejaban en una espesa penumbra, en la que se hacía casi difícil vislumbrar nada a no tantos metros. Algo a estilo de diván corrido, adosado a las paredes, circundaba el saloncito, con una serie de mesitas bajas colocadas frente a él de trecho en trecho, lo suficientemente separadas entre sí como para que quienes a ellas se sentaran disfrutaran de una mínima intimidad, y al otro lado de cada mesita un par de butaquitas, tapizadas a juego con el diván. Y, repartidas por el centro del local, otra serie de mesitas, menos numerosa, a cada uno de cuyos lados se ubicaba otro diván, este para sólo dos ocupantes

Desparramadas por diván corrido y mesitas “ad hoc”, unas cuantas parejitas, pocas, no más de seis u ocho, más que amarteladas, en distinto grado de intimidad, aunándolas las más que pasionales comidas de boca a todo ruedo, pero dándose también, acá y allá, algún que otro seno femenino al aire, homenajeado por los masculinos labios y lengua… Y, en aluna que otra parejita, a todo lo anterior se unían manos invisibles, perdidas bajo femeninas faldas y dentro de masculinos pantalones… También era perfectamente audible un coro de apagados jadeos y gruñidos de íntima satisfacción y gozo

Nos dirigimos, directos, a un solitario sector del diván corrido; yo, en intento de caballeroso comedimiento, hice amago de sentarme en una butaca mientras Sole se encaminaba al diván, pero al momento me dijo

  • Ven; siéntate aquí, conmigo… A mi lado… Muy, muy a mi lado

Y yo, obediente, sin dudarlo hice lo que me pedían. Apenas nos sentamos, un solícito camarero apareció a nuestro lado. Pedí un gin-tonic y ella pidió lo mismo. El camarero se marchó y nos miramos… Y nuestras miradas lo dijeron todo… El enorme deseo que nos dominaba, que nos impulsaba al uno hacia el otro… Las miradas, sí, pero también los labios temblorosos, anhelantes del íntimo contacto entre ellos, atrayéndose mutuamente, los míos y los de ella, como el imán al hierro… Nos besamos; claro que nos besamos… Con furia, con frenesí casi salvaje… Como lobo y loba hambrientos nos comíamos mutuamente…

Llegó el camarero con la comanda, tosiendo discretamente para hacerse notar, pues nosotros, ajenos a todo cuanto no fuéramos nosotros mismos, nuestra más que ardorosa pasión, ni nos enteramos de su presencia. Nos separamos al momento, buscando recobrar la compostura y el camarero, con abierta sonrisa cómplice, puso las dos consumiciones sobre la mesa y, con la misma discreción con que apareció, desapareció… Y nosotros volvimos a lo nuestro, con redobladas energías

Sole jadeaba, abiertamente excitada; se bajó los tirantes del vestido que la cubría, uno más que ligero, muy muy veraniego, de levísima textura en punto de seda, cortito varios dedos por encima de las rodillas, escote más pronunciado que recatado, sin llegar a lo escandaloso, sujeto a los hombros por dos finísimos tirantes que más parecían estrechas cintas que otra cosa… Seguidamente, se llevó las manos a la espalda y, ostensiblemente se soltó los enganches del sujetador, requiriéndome a continuación

  • Sácame las tetas, cariño… Chúpamelas… Lámemelas… Y los pezones… Mis pezoncitos, cariño mío… Chípamelos… Succiónamelos… Mámamelos… Como si fueras un bebé…

Y yo qué iba a hacer sino lo que ella me pedía… Se las saqué en todo su esplendor… Preciosas… Divinas… Blancas, muy blancas, resaltando en su nívea blancura una estela de pecas oscuras que daba gloria verlas… con sus aureolas de color café con leche clarito… ¡Que ricura, qué lindeza de aureolas, Dios mío!... Pues y qué decir de sus más pezonzazos que pezoncitos, de intenso color café y leche, duros, gordos… Enhiestos como astas de miureño… Era la primera vez que veía esos senos desnudos ante mí y para mí, verlos, fue como una locura…

Me apliqué a hacer lo que se me pedía, pero sin violencia; con esmerada suavidad, paladeando aquella ambrosía de dioses, esos panales de miel, esas cántaras de dulcísimo arrope… Sí, me enloquecía lamer esa hermosura, chipar, succionar con deleite esa esplendidez de dichas inacabables que eran sus divinos pezones. Y Sole, con los ojos cerrados, jadeando a tutti plen

  • ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Qué gusto!... ¡Qué gusto más grande!... ¡Dios qué placer!.. ¡Qué placer más enorme!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Agg!... ¡Agg! ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Dios!... ¡Diooos!... ¡Me corro!... ¡Me corro!...  ¡Sí cariño, me estoy corriendo!... ¡Me estoy corriendo!... ¡Dios, qué gusto!... ¡Agg!... ¡Agg! ¡Agg!... ¡Qué gozada, Señor!... ¡Qué gozada!... ¡Aayyy!... ¡Aayyy!... ¡Aayyy!...

Se me abrazó atenazándome el cuello entre sus brazos en un beso que tuvo de todo menos suavidad, dulzura… Fue una caricia bestial, salvaje… “Made in Sole”… El orgasmo que disfrutaba fue disminuyendo en intensidad hasta agotarse… Y agotarla a ella. Me soltó y se dejó caer a plomo sobre el respaldo del diván, boqueando a todo meter en esfuerzo por regular su respiración, los latidos de su corazón, entonces lanzados al galope

Se fue tranquilizando y volvió a besarme, digamos que en apasionada dulzura que me volvía loco. Se subió los tirantes del vestido y devolvió los senos a su encierro dentro del escote…aunque sin calzarse el sujetador. Se levantó y se alisó el vestido, volviendo a hacerlo “respetable”; luego se volvió a mí, diciendo

  • Vámonos; aquí ya no hacemos nada…

No esperó a nada, ni a que yo pudiera decir ni mu, pues, decidida, con paso firme y rápido, se empezó a alejar hacia la escalera que llevaba al piso principal y a la calle; me levanté para seguirla y, al momento, a mi lado estaba el camarero con la cuenta; pagué y, a toda prisa, subí escaleras arriba, en su busca. Casi anhelante la busqué en la planta del bar-cafetería, pero allí ya no estaba; no sé bien por qué…y si lo sé, lo sabía, entonces no quería reconocer0me el por qué, pero la cosa es que se me encogió algo el corazón al4.24 no verla… Despendolado salí a la calle y allí estaba ella, fumándose un cigarrillo u con cara osca

  • ¿Por qué has tardado tanto?... Llevo más de diez minutos esperándote… ¡Y yo más de dos no espero a tío alguno… Así que enterado estás, p’al futuro… Si es que tenemos futuro… Que no sé…. Pues tíos posesivos, que me dejan plantada a la primera de cambio, no me van… Les doy “puerta” al momento… ¿T`has enterao?
  • Enterado, mi dueña y señora…

A Sole le entró la risa tonta y, metidos ya los dos en el coche, me obsequió la caricia incomparable de uno den sus besos, bastante más suave, dulce que ardiente, pues de todo tuvo…

  • ¡Perdóname amor! Pero ya sabes el pronto que veces tengo, cuando me “tuercen el carro”(2)…

Me metí en el coche y lo arranqué.

  • ¿Dónde vamos?... ¿Te dejo ya en tu casa?
  • Ni lo sueñes Tú aún estás al “palo”, pues no te has corrido todavía… Y yo… Yo no tengo bastante con lo del salón de la cafetería… Todavía estoy a caldo, cariño mío… Mo chochito todavía está hecho Pepsi Cola… Necesito hacerlo… Follar… Follar… Que follemos como locos…. - Miró el reloj
  • ¡Joder!, qué fastidio… Más de las diez de la noche ya… Pero, de un par de horas todavía podemos disponer… Hora y media al menos… Suficiente para echarnos unos pocos polvos… Y tomar algo después; en la calle Ibiza hay un jamonero, con un ibérico de reserva, de bellota, que quita el hipo… Podemos pasar luego por allí… Y de allí a casa
  • A dónde debo conducir – pregunté, sin poner todavía el vehículo en marcha, pero quieto -
  • ¿Conoces Maestro Vives?
  • Entre O’Donell y Duque de Sexto, por la Maternidad Santa Cistina…
  • Exacto; al final ya ce la calle… Cerca y de Duque de Sexto… - Arranqué al momento, rumo a la nueva dirección
  • Ya verás; te gustará…. Es un lugar muy tranquilo… Muy discreto y cómodo… Elegante…No es un antro al uso…

En nada de tiempo estábamos donde me decía; y sí; había aparcamiento de sobra… La verdad es que a todo lo largo de la acera y buena parte de la de enfrente unas señales de tráfico avisaban de aparcamiento restringido o reservado. Entramos en la recepción de la 4ª planta e, inmediatamente nos asignaron habitación, lo malo era que no estaba todavía lista; estaban acabando de prepararla para la ocupación por nuevos clientes, ya que unos acababan de desocuparla. Tuvimos que pasar al saloncito-bar a esperar unos diez minutos, animados por una botella de champán, catalán, claro, y dos copas, obsequio de la casa…

La habitación estuvo lista antes de los diez minutos y subimos a ella. Un gran dormitorio ocupado por una enorme cana de matrimonio, 1, 50 por lo menos, paredes más decoradas que pintadas al tornasol, por lo que las luces tenues, indirectas, que giraban iban descubriendo colores y más colores tornasolados todos ellos, en tonos difuminados, claritos, muy, muy claritos muchos de ellos; en tonos medios casi todos al pastel hasta los tonos oscuros en verdes, amarillos, azules, más claros y más oscuros… Una música suave, lenta, melódica, sensual, envolvía la habitación… Aparte, un cuarto de baño muy completo, con bañera y brazo de ducha… La bañera enorme, más que capaz para que dos personas pudieran no ya sólo ducharse juntas, sino incluso bañarse… Sole tuvo entonces uno se dis “perversos” comentarios… Perversos para mí, pies me mataban de celos…. Y es que, como decía aquélla canción, aquél bolero “Tengo celos hasta del pensamiento que pueda recordarte a otra persona amada”…

  • Aquí, no solo pueden ducharse dos amantes juntos, sino hasta bañarse juntos… ¿Nunca has follado dentro del agua de la bañera?. Bien calentita… Llena se sales… Es divino… Te lo digo yo… Te lo garantizo…

Sole le había hecho de “cicerone” mostrándole las dependencias dela habitación. También, cuando regresaron al dormitorio, tomó la botella de champán del cubo enfría botellas que la dirección disponía en cada habitación, cuando la entregaba, don dos copas; escanció champán en cada una y me ofreció a mí la mía y, alzando loa suya, brindó

  • ¡Chin, chin!... ¡Por nosotros!....

Escanció nuevo líquido y, repitiendo el brindis, vació aquella segunda copa. Seguidamente, procedió a desvestirse. Los zapatos, rodaron por el suelo, lanzados al quitárselos; luego fue el vestido el que quedó desparramado por el santo suelo, al tirarlo de cualquier manera…. El sujetador y las bragas… siguieron el mismo destino que las prendas mayores, el sano suelo, desperdigadas por aquí y por allá, sin orden ni concierto, ni Dios que le pusiera… Por fin, más encuerada que su señora mama la piso en “Este Mundo Traidor, en que nada es verdad ni es mentira, sino donde todo es del color del cristal con que se mira”, aliñado ya su esplendoroso cuerpo de Odalisca, de Venus-Afrodita de  Inana, Isthar y Astarté con si espléndida belleza sensual de mujer de una vez, independientemente de su mayor o, mejor, menor belleza facial, que eso qué puñetas importaba en tales momentos, estaba mirándola o más bien, admirándola en esa inconcebible belleza de su cuerpo desnudo…. Sentado en una butaca, libre sólo de la americana, el botón de arriba de la camisa, del cuello, desabrochado y la corbata suelta hacia abajo

Ella, sólo con el liguero y las medias oscuras, negras hasta casi las ingles por toda ropa, se sentó en la cama, indecisa entre quedarse así o desprenderse también de esas últimas prendas. Se volvió hacia mí, como inquisitiva y, al momento, en su rostro se dibujó la sorpresa mucho más que la interrogación

  • Pero qué haces que no te desnudadas… ¿Se puede saber a qué esperas?
  • A empaparme bien de la belleza de tu desnudez… ¡Eres divina Sole!... ¡Tu cuerpo es divino…lo más bonito que jamás he visto…Lo más bellos que jamás podré ver!

Ella, coqueta, pizpireta…¡oh, eterno femenino!...empezó a dar vueltas sobre sí misma mostrándoseme en toda su espléndida desnudez de mujer 10. Yo me levanté y avancé hacia ella; nos encontramos y la estreche entre mis brazos, clavando mis labios en los suyos, que al segundo se me abrieron ansiosos de mi lengua… Ansiosos de esas caricias salvajes que tanto a ella le gustaban… De “comernos” las bocas como seres antropófagos antes que normales seres humanos… Pero yo la detuve… No era eso lo que yo quería…

Yo lo que quería era acariciarla como un macho humano, un hombre, ama a una hembra humana, a una mujer… Le impedí esos ímpetus, más salvajes, más bestiales que otra cosa, sustituidos por dulces accesos de ternura, de dulce amor… Claro que admití su lengua, para acariciarla con “cuasi” religioso fervor… Claro que quise adueñarme de su maravilloso interior bucal para saborearlo hasta en sus más recónditos rincones, saborear, extasiado, la fina dulzura de su saliva…. Saciarme de toda ella… Toda… Toda… Enterita… Rendido… Anonadado de amor por aquella hembra, aquella de mujer impar…. Sin parangón posible… Ni en el presente, el pasado o el futuro…

Sole, al punto, se vio desconcertada ante lo que no esperaba… Lo que, ni por asomo, podía imaginar, pero enseguida se sumó a esa caricia suave, tierna, dulce… Casi exenta de erotismo, de rastro alguno de sexualidad, pero impregnada de todo el cariño… Todo el amor del mundo que puede unir a un hombre y una mujer… Una hembra y un macho humanos que buscan, más que aparearse, aunque todo llegaría, amarse, quererse como lo que son, seres humanos, capaces no sólo de pensar sino también de sentir con todas las fibras de su ser…

Retiré mis labios de ella para poder soltar todo lo que en mi interior bullía

  • ¡Te quiero Sole!... ¡Te quiero con toda mi alma!... ¡Desesperadamente, irremediablemente enamorado de ti!...

Sole no me respondió, simplemente, me libró de la corbata, soltándola lo suficiente para podérmela sacar por la cabeza, mandándola al santo suelo sin importarle un bledo cómo hubiese quedado; seguidamente fue desabrochando lo botones que todavía aprisionaban la na camisa a mi cuerpo, siguiendo la prenda el mismo destino antes deparado a la corbata… Cuando mi torso quedó desudo de polvo u paja, me besó el pecho, poniendo en él ambas manos

  • Apenas tienes pelos en el pecho… Eres casi barbilampiño aquí… Así, más pareces un niño que un hombre adulto…

Sí; he reconocer que “pecho lobo” nunca he sido; cuatro pelillos en guerrilla es lo único que mi pecho, desde siempre, han adornado, diseminados acá y acullá por esa leve depresión que, sobre el estómago, separa los dos hemisferios pectorales, señoreado cada uno por la tetilla, atrofiada en todos los machos primates y diría que en los de no pocas especies más  también… En fin, qué queréis, queridas/queridos, que lamento en el alma informaros que, servidor, de “sex simbol” la verdad es que nada tuvo nunca… Vamos que nunca fui, ni, mínimamente “musculitos”, y los gimnasios me causaban algo así como erisipela… Vamos, que servidor era un españolito normalito y corrientito de aquellos años de mísera post-guerra civil española… Uno de tantos a los que D. Antonio Machado cantara en aquél poema que, diría yo, fue el postrero que escribió, pues lo acabó semanas antes de que la muerte, por fin, se lo llevara dejándole así descansar por finales de una guerra que le destrozó el alma, como a tantos otros españoles

Ya hay un español que quiere

Vivir y a vivir empieza

Entre una España que muere

Y otra España que bosteza

¡Españolito que vienes

Al mundo, te guarde Dios,

Una de las dos Españas,

Te ha de helar el corazón!

Bueno, y siguiendo con el relato. Habrá que añadir que, tras quedar al aire mi “pecho lobo”, ella volvió a besarme, con la pasión propia en ella, salvaje, casi bestialmente, y entonces yo dejé vía libre a su pasión desbordante, que yo preferiría amarla, antes que nada, que tampoco lo cortés demerita  nunca lo valiente. Pero en modo alguno las manitas de Sole se estuvieron quietas, pues mientras se “comía”, casi literalmente, mi boquita de pitiminí, desabrochaba el cinturón de mi pantalón. El cual se iba al suelo en un santiamén y mis calzoncillos, pues qué queréis, ídem de lienzo…

Entonces, desnuditos los dos, sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, la empujé sobre la cama, en la misma posición en que se encontraba, un tanto, por no decir bastante, atravesada de lado a lado de la cama, solo que más bien apaisada. Me lancé sobre ella, buscando de nuevo sus maravillosos pechos, sus insuperables labios, pero ella, susurrándome al oído, me esquivó ambas acciones

  • No… No pierdas tiempo, cariño mío… ¡Estoy que ardo!... ¡Mojadita, mojadita!.... ¡Me tienes a caldo, ladrón!... ¡Métemela!.., ¡Métemela ya…ya cariño!... Luego… Luego, mientras me follas, habrá tiempo para todo… Para comernos las bocas… Para que me comas las tetas… Y los pezones… Pero, por favor, métemela ya…. ¡Fóllame; fóllame ya, cariño!...

Y yo qué iba a hacer, sino lo que Sole me pedía… Ella, dese el principio empezó a moverse, como ella sabe  hacerlo, imprimiendo al acto todo el salvajismo que en ella era connatural, pero una vez más yo la contuve imponiéndole un ritmo lento, suave, dulce, tierno… Quería amarla no, simplemente, copular con ella, que es lo que ella buscaba… Y, una vez más, se quedó desarmada… Desconcertada… Sin saber qué hacer… Se quedó, pues, aturullada, quieta… Abandonada a lo que yo quisiera hacer… Fueron unos minutos que casi quedaron en el vacío, hasta que Sole empezó a cerrar los ojos… Y a suspirar… Y a gemir… Y a jadear… Bajo; muy, muy bajito… se había abrazado fuerte, muy fuerte a mí, atenazándole el cuello entre sus brazos, pero todavía más mis muslos, mi culete, entre sus piernas cruzadas en dulcísimo dogal

  • ¡Agg…aggg…aggg!... ¡Ayy…ayyy…ayyy!... ¡Me gusta, amor…me gusta!... ¡Qué… Qué dulce eres!... ¡Aggg…aggg…agggg!....

Yo gozaba, disfrutaba como un enano… pero, juraría, que tampoco Sole se quedaba atrás. Yo no tenía gran experiencia con mujeres, por no decir que ninguna, pues, aparte algún escarceo que otro con, también, alguna que otra prostituta, no tantas, desde luego, pues lo cierto es que tal tipo de mujeres me daban un tantico asco, sí pude ser consciente de que ella se había venido más de una vez y más de dos… Y me lo dijo

  • ¡Me he corrido, amor!... ¡Me he corrido; me he corrido más de una vez…y más de dos!…. ¡Y me estoy corriendo ahora mismo!... ¡Dios, Dios, Dios!…. ¡Y qué dichosa me estás haciendo!... ¡Sí; sí, mi vida…me estás haciendo muy, muy feliz!… ¡Muy, muy dichosa, mi amor!... ¡Sigue…sigue así, mi amor!… ¡Así de dulce, mi vida!... ¡Aggg…aggg…aggg!... ¡Aayyy…aayyy…aayyyy!

Seguimos así minutos y minutos… El tiempo se detuvo en un presente estático de gozo y placer inmensos… De besos rendidos, de caricias dulces, entregadas… Sole se vino casi que incontables veces… En series de tres o cuatro orgasmos que estallaban en su femenina intimidad uno tras otro, consecutivamente, en una especie de “totum revolutum”… En, digamos, un solo orgasmo casi interminable, para luego descansar un poco, reponer fuerzas y volver a disfrutar de una cueva serie de placer inacabable… pero también a mí me llegó el final cuando ya fui incapaz de seguir aguantando un orgasmo que llevaba ya minutos y minutos pugnando por, brioso, anonadante, salir libre, liberado, de mis entrañas, pero ella, entonces, frenética, me pidió que siguiera… Que no me saliera de ella… Que siguiera “dándole caña”

  • Pero cariño; vida mía… ¡Si no puedo!... ¡Me has dejado seco!... espera cariño; espera… Un poquitín... Unos minutos nada más… Ya verás; enseguida estaré otra vez “listo para todo servicio”
  • No; no cariño… No habrá segunda vez… Es ahora… ¡Ahora o nunca!… Déjate llevar… Déjame hacer a mí… Entrégate a mí y ya verás… Serás capaz de seguir haciéndomelo… Y más de una vez… Volverás a correrte, ya verás…

Y yo me dejé; me entregué a ella, tal y como Sole me pedía… Y… ¡Dios la que se armó!... No me lo podía creer… Ya digo que yo no era ningún “fuerzas”; menos, ningún “Hércules”… Pero ella, aquella noche, me hizo el mismísimo héroe griego de los “Siete Trabajos”, pues a él, me hubiera gustado ver en mi lugar… Aunque sí; con aquella mujer, todo era posible… ¡Qué manera de usar, hacer trabajar sus paredes vaginales… Sus músculos vaginales… Me atrapó la “herramienta” entre ellos y Dios el tratamiento que le dio… Aquello era masturbarme con ellos a modo y manera, hasta que al “muerto” le hizo “revivir”, pletórico de energías y loco por “dar guerra” de la buena… El “milagro” se repitió dos veces, para mi casi espanto, y ella disfrutaba más y más y más, frenética, loca, desatada… No; yo no hacía nada… No podía hacerlo, pero allí estaba ella para hacerlo por los dos… Me vine otras dos veces, ¡oh milagro de milagros!, y ella, mientras el cuerpo le aguantó, que, inmensas gracias sean dadas al Altísimo, tras mi segunda “venida” extra, se derrumbó por fin exhausta… Sin poder dar ni un ápice más de sí

Nos derrumbamos los , ahítos de amor y deshechos de cansancio… Pero inmensamente felices. Nos abrazábamos, nos besábamos, nos acariciábamos… Al rato, ya ella medio repuesta, se levantó de la cama; yo pensé que iría al servicio, al baño, pero, cuál no sería mi sorpresa y, por qué no decirlo, mi desengaño, mi desilusión cuando veo que se empieza a poner las bragas. Salté de la cama e intenté quitárselas

  • ¿Pero qué haces cariño?... Yo… Yo necesito más…. Mucho más… Dijimos dos horas mi amor

Sole me besó, cariñosa, dulcemente

  • Y yo también necesito más… Mucho… Muchísimo más… Muchísimo más que tú… Pero non puede ser… Lo nuestro debe acabarse aquí… Iba a decir que no debió empezar… Pero no; prefiero que haya pasado lo que ha pasado esta noche… Será un recuerdo hermoso que nunca, nunca olvidaré… Pero debe acabarse… Tú te mereces mucho más de lo que yo nunca podré darte… Cariño mío, esta noche me has amado… No me has follado… Me has amado… Me he sentido amada… Amada por ti… Ha sido divino, maravilloso, cariño mío… Me has hecho inmensamente feliz… Yo---Yo también he querido amarte… Pero no he podido… No he podido amarte… No puedo amar… Y no creas que es solo a ti; no… No puedo amar a hombre alguno
  • ¿Y…y tu marido?
  • ¿Mi marido?… Ni me lo nombres, por favor… No me estropees esta noche tan bonita… Tú te mereces otra mujer… Una mujer que te quiera… Que sepa quererte como tú te mereces… Como tú sabes querer, amar… Yo… Yo te haría daño, querido mío; antes o después…

No hubo manera de hacerla apear de ese burro… Ni siquiera consintió que yo la llevara a su casa “Las despedidas son tristes – me dijo - y cuanto más breves, mejor” me dijo también. Salí de la habitación algo después que ella, pues Sole así lo quiso

Aquella noche apenas si pude dormir, pues, amén de pasarme las horas muertas dando vueltas, insomne, en la cama, cuando lograba pegar el ojo era a ratos, despertándome en sudor y sintiéndome peor que mal. Cuando a las siete treinta de la mañana el despertador me llamó a la diaria tarea, de momento lo estampé contra la pared; ¿cómo iba a salir a trabajar en el estado en que me encontraba?... Pero, por finales, el sentido común se impuso, a Dios gracias; me levanté, duche, afeité, perfumé en lo posible, me vestí e intenté recoger mis pedazos, recomponerme en lo que cabe, y marché a trabajar

Los días, semanas y meses fueron pasando. Los días no los pasaba mal, enfrascado en el trabajo, pero las noches eran horripilantes… No quería volver a casa… Para qué… ¿Para dar vueltas y vueltas, como alma en pena?... Cenaba donde mejor me cogía y luego, copas y copas de coñac, hasta que los bares me cerraban, entre las doce y la una de la madrugada… Entonces, deambulaba por aquí y por allá… Glorieta de Quevedo, Bravo Murillo, San Bernardo, Fuencarral… Sin más compañía que la luna, los semáforos y los pocos coches que todavía circulaban, para volver a casa más muerto que vivo, harto de cansancio… Y no pocas veces, de alcohol…

Una de tantas noches, tres, tal vez cuatro meses después a las tantas de la madrugada sonó el teléfono: Era ella, Sole.

  • Antonio, acabo de dejar a mi marido; me he ido de casa… Si quieres que vivamos juntos, tomaré un taxi y en un momento estaré allí… Si no, no te preocupes… Lo entiendo…

Bajo ningún concepto quise que tomara taxi alguno; yo iría a recogerla al fin del mundo que estuviera. No estaba al fin del mundo, sino en un hotel de la zona de Goya. Me faltó tiempo para estar allí, recogerla con el poco equipaje que llevaba y traérmela a casa. Mientras la traía supe lo de su marido, D. Isaías; sencillo, la tenía cornuda, pero además de tiempo atrás; de antes de que yo conociera a su hijo, a Pablo… O por ahí, por ahí… Pero es que no era con su secretaria, lo normal, sino con su “secretario”, un niñato veinteañero, puto de maricones por más señas… Los pescó “in fraganti” una tarde que se le ocurrió entrar de sopetón en el despacho de su marido; el niñato le hacía una “fellatio” al maridito mientras éste masturbaba al “secretario”, todo entre besitos y cariñitos de alta tensión

Pero lo grande era que el maridito no es que fuera marica, perdón, gay u homosexual, sino bisexual, por lo que llevaba años montándoselo también con ella, como si tal cosa

  • ¡Y pensar que si te di “puerta” en 1960, fue porque me ponías cosa mala, con unas ganas terribles de follarte, y me decía, “Pero Sole… ¿Y tu marido?... ¿Y tu hijo?... ¡Si sería gilipollas, darme cosa “ponérselos” a mi marido!...

La gota que colmó el vaso esa noche, fue que el maridito, más “salido” que la esquina de una mesa, se empeñó en que ella tenía que darle gustito con la boquita y ella le mandó más lejos que las estrellas; él se le quiso imponer cogiéndola del pelo para obligarla, pero ella le arreó un rodillazo donde más nos duele a los tíos, y a gritos llamó a su hijo para que la protegiera ante su marido, que amenazaba con arrearle una soberana paliza; recogió lo que juzgó más imprescindible y salió zumbando al hotel y a llamarme

Comenzamos a vivir juntos; en pareja estable. Yo, desde el principio, se lo dije bien claro: Mis ingresos, para una familia,  digamos, normalita, de la típica clase media; esa que no nada en la abundancia pero tampoco carece de lo necesario y algo más incluso, estaban bien; o, hasta más que bien; pero que para esa clase media algo más que acomodada como era su hogar de hasta entonces, no tenía ni color… Vamos, que entre lo que yo ganaba y lo que su todavía legal marido, Isaías, podía entrar en casa no había ni comparación… Pero Sole me respondió que por eso no me preocupara; que saldríamos adelante… Que ella se amoldaría a lo que yo pudiera ingresar en casa… Y lo cierto es que así fue.

Cuando yo regresaba a casa cerca ya de las diez de la noche, me encontraba con una Sole recién duchada, perfumada, pintados los labios, maquillada… Arreglada en suma para mí, destacando en ella todo cuanto sabía que más de ella o en ella, me gustaba. La mesa puesta, dispuesta para una cena romántica para dos comensales… Con sus luces indirectas, las dos grandes velas, rojas como la sangre, encendidas…. Desde que Sole viviera en esa casa, la vivienda era, indudable, la de dos amantes

Y como todos somos hijos de Dios y, además, todos tenemos derecho a todo, sin que nunca prevalezca el tú o el yo sobre el “nosotros”, cuando nos encontrábamos en la cama, procuraba alternar, simultanear no pocas veces, las formas en que yo entendía la relación íntima, con el sexo supeditado o presidido por el AMOR; el SENTIMIENTO, con la manera en que ella lo entendía y gustaba: El sexo por el mismo sexo… El más salvaje que otra cosa forma de la libido mediante machos y hembras de cualesquiera especie animal buscan el sexo entre sí… Que, vistas las cosas en su justa dimensión, pues tampoco a nadie le amarga un dulce

Pero ocurrió que, al poco de convivir los dos juntos, ni a las dos semanas siquiera, Sole, que como sabemos, cuando su amante servidor, más que copular con ella lo que le hacía era el amor, todo sentimiento, toda dulzura, toda ternura hacía la relación, ella, que si buen, desee luego la disfrutaba, no la protagonizaba, sino que se “dejaba” hacer, corriendo yo con todo el gasto, comenzó a variar de actitud, comenzando a intervenir también ella en la acción… Tímidamente primero, insegura, poco a poco fue tomando confianza en su parte en la relación

  • ¡Así, mi amor; así… Dulcecito… Suavecito… Mi amor… ¡Ámame, mi vida!… ¡Mi amor!...Ámame, mi amor… Dame tu amor… Con tu polla… Dámelo en mi chochito… Así, mi amor…así…como lo estás haciendo…. Sigue, cariño mío; sigue… ¡Aggg!... ¡Aggg!... ¡Aggg!... ¡Así, mi amor…mi vida!... ¡Qué bien… qué bien…que me lo haces…¡Qué bien  que me estás amando, mi bien!... ¡Te noto…te noto cariño mío!... ¡Lo noto…lo noto cómo me amas!…. ¡Lo noto en mi chocho!.... ¡Qué dulzura…qué dulzura la tuya, mi amor!... ¡Dame más…un poquito más, mi amor!... ¡Termino!… ¡Termino otra vez amor mío!... ¡Sigue…sigue…no pares!...¡Aguanta…otro…poquito!… ¡Aguanta…mi…vida!... ¡Aguanta!... ¡Aguanta!... ¡Ya!… ¡Ya!… ¡Ya!...¡Ya…acabo!... ¡Ya…ya…ya!…. ¡Estoy…acabando!... ¡Aaggg!....¡Aaggg!

Aquello, lo de aquella otra noche mágica, de las que iban ya… surgió fue de capital importancia para le relación de pareja que Sole y yo manteníamos. Fue ella quien primero reparó en ello, pues si yo me quedé como un tronco cuando nuestros cuerpos, nuestros organismos no dieron más de sí para podernos seguir amando, ella no; ella quedó despierta largo rato, dando vueltas más vueltas a su cabecita, bastante bien “amueblada” por cierto… Y… ¿Qué era lo que la mantenía despierta, inquieta, sin poder dormir?

Sencillamente, a su mente regurgitaron cosas, frases dichas en el frenesí de la precedente noche de amor… Esas cosas, esas frases que se dicen sin pensarlas, fruto las más veces del supremo  enervamiento pasional del momento… Esos, “Amor mío”…“Mi amor”…”Mi vida o Vida mía”… Recordó, perfectamente cómo no era nada tópico eso de “te noto cariño mío!... ¡Lo noto…lo noto cómo me amas!…. ¡Lo noto en mi chocho!”… Sí; lo notaba palmariamente… Notaba el amor que yo le inoculaba con mi miembro en su “cosa”… No; no era un tópico, sino algo palmario… Muy material… Muy, pero que muy real… Pero es que también se dio cuenta de que tampoco ella había sido ajena a ese intercambio amoroso… Ni mucho menos; también ella había sido protagonista activa, y no sólo recibiendo el amor de él, mi amor vaya, sino que también ella, enteramente entregada a mí, me había dado su amor… Su amor, con si sexo, con su “cosita”, en un amoroso toma y daca en el que ninguno de los dos nos habíamos quedado atrás

Y la gran pregunta surgió: ¿Me amaba ella a mí?... ¿Se había enamorado ella de mí, por finales, como parecía estar yo enamorado de ella?... Y el sólo considerarlo le ponía los vellos de punta… Porque, se pensaba, para ella sería una verdadera tragedia… ¡Señor. Si era quince años mayor que yo”… Si, en diez años simplemente, yo contaría treinta y siete en tanto ella, ¡cincuenta y dos!... ¡Señor, Señor, Señor, pero… ¡Qué locura más inmensa!... Y claro… Ella, al final, la “pagana”… ¡Por vieja idiota!

Yo me levanté tan telendo al día siguiente: entré al baño y, como siempre, lo encontré todo listo para que yo lo usara. La bañera llena de agua, ni fría ni caliente, las sales espumeando por la superficie del agua –me gusta más bañarme que ducharme- los útiles de afeitar donde deben estar, con la loción de después del afeitado y la colonia que suelo usar tras la loción allí, a mano… La mano, la solicitud de ole para conmigo a flor de piel siempre… ¡Qué haría yo sin ella, pensé!

En la cocina me esperaba ella, cine k desayuno listo: El café con leche recién hecho, el vaso con el zumo de naranja recién exprimido y la tostada de panecillo con las habituales dos pastillas de mantequilla y la minúscula tarrina de mermelada de melocotón. Yo antes, café con leche a toda prisa, sin sentarme siquiera y a la calle, pero desde que ella llegó a casa dijo que esas no eran formas de empezar el día, con lo que me tenía que levantar algo antes para dar cuenta del más o menos pantagruélico desayuno… A veces me parecía que, amén de vivir en pareja con una mujer, también tenía una especie de madre en casa… Pero, la verdad, era agradable estar tan bien cuidado, tan bien atendido por aquél pedazo de mujer…

Como todos los días, cuando ya estaba en la puerta y con ella a mi lado para despedirnos, la di un beso mientras le decía

  • Te quiero mucho, Sole, mi amor…

Ella me sonrió con esa sonrisa suya sin igual y también me besó

  • Y yo a ti, cariño… Y yo a ti, mi amor…

Y en el ascensor bajé en busca del coche para iniciar la normal jornada del día. Pero, sin saber por qué, esa sonrisa suya de esa mañana… ese beso suyo de esa mañana, me rondaban por la mente según iba conduciendo… Me decía que era un tonto; que qué de extraño podía tener aquello… Como la sonrisa y el beso con que cada mañana se despedía de mí hasta la noche, a eso de las diez más o menos, a que solía regresar… Pero no; sin saber por qué, me parecía distinto… ¡Qué sé yo!... Más afectuoso… Más cariñoso… Así pasé parte de la mañana, con aquella sonrisa y aquél beso sin írseme de la cabeza… Comercialmente, fue uno de los peores días de mi vida… Y es que, las elucubraciones de mi cerebro no me permitían centrar la atención en lo que debía…

Y como una cosa lleva a otra, a mi mente vinieron las palabras que ella, Sole, me dijera la noche pasada: “mi amor”, “Mi amor”, “Mi amor,” Dame tu amor”, “mi amor…mi vida”…. Lo de “Cariño”; “cariño mío”, me lo había dicho muchas veces… “Amor…Mi amor”, alguna… ¡Pero tantas veces como anoche!... Y…De la forma que me lo dijo… Porque eso esa también lo determinante… La firma de decirlo… ¡Ponía el alma en las palabra!… No eran palabras hueras, impulsadas dolo por el alto enervamiento del momento… Lo sabía; sabía yo que le salían del alma, por más que la pasión del momento también pusiera su “granito de arena”… Hacia el medio día no pude aguantar más y la llamé a casa

  • Sole, cariño; espérame, que voy a casa a comer. Llegaré sobre las 14,30; 15 horas a todo tirar

Sole se asustó ante lo inusual de que yo estuviera en casa a comer fuera del domingo

  • No te preocupes cariño, que no pasa nada… Sólo que tengo “morriña” de mi querida mujercita y quiero pasar la tarde contigo… Metiditos en la cama… ¿Te parece bien, buen mío?

Y a Sole, la perspectiva le pareció de perlas… Desde ese momento todo en ella fue actividad casi febril. El día, o por mejor decir, la tarde sería para recordarla… Y eso había que celebrarlo… Y ya se sabe, en España, como supongo que hasta en el último rincón del planeta tierra, las celebraciones siempre empiezan en la mesa, con la gastronomía, uno de los más primarios y generalizados placeres que el hombre conoce. Sí; se imponía un ágape en verdad especial. Tres opciones aparecían ante ella, llegados a este punto, mis tres grandes preferencias culinarias: Una más que ilustrada paella, una excelente paletilla de cordero lechal al horno, o una merluza a la que no se le pudiera oponer pero alguno, también al horno

Se decantó por esta última especialidad, como menos pesada, pues la tarde que seguiría exigiría, indudable, gasto de energías, luego proteínas, pero también ligereza de cuerpo; agilidad… Y eso, lo que mejor lo reunía era el pescado… Y, además, blanco… Pero Sole, como me dijera el primer día que vino a casa como dueña y señora de mi hogar… Sí, mi hogar ya, no una simple casa… Una especie de leonera a la que por las noches, no iba sino a dormir… Digo que como en aquél primer día me dijera, era una excelente ama de casa, que hasta esquilaba los huevos, si necesario fuera, para poder cubrir cuantos gastos se presentaran, tenernos a los dos hechos unos  “pinceles”, de “bonitos” y elegantones, y que en la mesa nunca faltaran platos suficientes, nutritivos y hasta la mar de sabrosos, pues también reunía ser una excelente cocinera. Así que, en el altar del ahorro familiar, que lo cortés tampoco debe ser obstáculo para lo valiente, sacrificó la nobiliaria merluza por algo más “proletaria” pescadilla de pincho, recién pescadita como aquél que dice, que daba gloria verla… Y que yo, como cualquier marido más que enamorado de su dulce mujercita, me engullí por merluza del Cantábrico gallego que era una vida mía.

Solucionado pues el asunto del condumio, con la pescadilla en el horno, su dedo de aceite de oliva, su cebolla, hecha rodajitas, sus patatas cortadas como para tortilla, pero más gruesas; aparte, su zumo de limón en un vasito y otro vaso con unos cuantos dedos de vino blanco, los justos, amén del salero y el pimentero para salpimentar el asado en su justo momento. Pues bien, apañado ya todo esto, tocó el momento de ponerse guapa parea su hombre… Si maridito, dijeran lo que quisieran decir los tribunales, civiles o eclesiásticos, pues qué sabían ellos de amores entre un hombre y una mujer… Como de costumbre, comenzó por bañarse en espumante agua, merced a las abundantes y más que olorosas sales de baño; siguió por perfumarse… Unos toquecitos de Chanel tras las orejas y en el dorso de las muñecas, donde las venas se marcan más; seguidamente, efectivo pintarse los labios, en ese tono rojo intenso, fuego, que a mí tanto me gusta… El oportuno perfilado de labios, la ligera sombra de ojos y, finalmente, un levísimo toque de color en las mejillas… Se miró, finalmente, en el espejo y la imagen que reflejó le mereció, si no un diez, por modestia más o menos falsa, sí un 9,5…

Faltaba escoger el vestido que luciría ante su maridito; ella era in poco bastante enemiga de blusas, faldas y, no digamos, pantalones… Una mujer es una mujer, y como tal debe parecer, pensaba en aquellos todavía años 60, si bien despendolándose ya “a sé acabar e consumir”, por lo que era raro que no usara, normalmente, vestidos… Eso sí, asaz “despechugados y minifalderos. Tras mirar y mirar en su vestuario, Sole acabó decidiéndose por un vestido tipo camisero, desmangado en tirantes de dos-tres dedos de ancho y abotonado al frente por una hilera de botones que, desabrochada hasta abajo, dejaba al aire su piel hasta pelín por debajo del ombligo… Se lo calzó, obviando tanto sujetador como braguitas, por muy casi tanguitas que estas fueran y en los pies unas chinelas de calle, destalonadas, de buen tacón alto, a mí me gustan así los zapatos de las mujeres, y sujetas al pie por una sola y finísima tirita de cuero-serraje, como el resto del zapato, sujeta a sus lindos deditos, con los que los dejaba más que a la vista y en todo su divino esplendor… Y es que tampoco ignoraba mi semi-fetichismo por unos bellos pies de mujer

Min llegada casa fue lo acostumbrado: Diciéndola lo loquito que me tenía y besándonos con la pasional sed del náufrago a la deriva o del perdido en pleno y ardoroso desierto, Nos pusimos a comer y ahí yo empecé mi empecinado interrogatorio sobre lo que me parecía sonado cambio en su actitud hacia mí, evidenciado a partir de sus amorosas exclamaciones de la noche anterior… Ella trató de defenderse, y a veces como gata panza arriba, aduciendo que no recordaba nada y que, en todo caso, sería consecuencia de la “fiebre” del momento, lo que rebatí recordando su comportamiento de aquella misma mañana, mucho más cariñosa que otras veces… Y al fin, se lo saqué: Sí; me quería… Me quería muchísimo… Con locura… Con toda su alma… Como a hombre alguno amara jamás en toda su vida… Estaba tan enamorada de mí como yo de ella… Para mí, la locura, vamos…

Alí acabó la comida, pues, sintiéndome caballero al viejo estilo, o galán de folletín más decimonónico que otra cosa, la tomé en brazos y, en volandas, con ella abrazada a mi cuello y diciéndome a carcajadas aquello de “No, si ya verás, al suelo vamos los dos, tirillas, más que tirillas”, a propósito de mis, más bien, mermados músculos. Por el camino quedó, caído y olvidado, el liviano calzado de ella, pero que conste que, heroicamente, aguanté con su cuerpo en brazos hasta depositarlo sobre la cama de nuestra alcoba.

Ya allí me lancé, para empezar, sobre sus desnudos pies, saboreando, uno a unos, cada dedito de tan divina ambrosía… Sole no paraba de reír, mientras decía “Que me haces cosquillas, bruto; más que bruto”… Pero eso lo decía con la boquita chica, pues anda y que no le gustaba que distinguiera así los deditos de sus pies… Y sus mismos pies… Saciado ya de tan dulce manjar, mis “hambres” buscaron nuevo sustento en sus piernas hasta rebasar las rodillas, una primero, la otra a continuación, para seguidamente ir degustando sus muslos, cara externa y, muy especialmente, la interna, para lo cual le levantaba la falda del vestido en lo que resultaba necesario.

Aquí intervino Sole

  • Espera ansioso; espera

A continuación procedió a sacarse por los hombros, uno tras otro los dos tirantes del vestido, haciéndoles deslizarse a lo largo de los brazos. Luego, se bajó cuanto pudo y la cosa dio de sí, la parte superior del vestido para, finalmente, alzar su culito al tiempo que me pedía

  • Anda cariño; tira del vestido; sácamelo por los pies…

Así lo hice y, al no llevar encima más prenda que el propio vestido, quedó ante mi vista ese cuerpo que me embrujaba. Desde ese momento, seguí saciando mi sed de su piel de diosa, con parada y fonda, primero, en su “prenda dorada”, insistiendo en el puntual alojamiento hasta que logré prodigarle el primero de los orgasmos que aquella tarde, prolongada por casi toda la noche, le ofrendé… Y, en segundo lugar, en esos búcaros repletos de sabrosa miel que eran sus adorados senos, donde me entretuve lo suficiente para que, retorciéndose en espasmos de infinito placer, disfrutara del segundo orgasmo de la jornada… Y es que, bien sabía, que el tal vez más importante punto de su femenina anatomía, erógenamente entendido, eran, precisamente, sus senos… Y, muy especialísimamente, sus pezones… Jocosamente, y hablándome de ello, me decía que, cuando su hijo Pablo, de bebé, se le amorraba mamando, me decía

  • ¡Y no veas las veces que el cabrón del nene hacía que me corriera mientras mamaba de mis pezones!

Y así, llegó el momento de la verdad, cuando me alojé entre sus más que abiertos muslos, dispuesto a rematar la faena, la mar de toreramente, “entrando a matar” con toda bravura y valentía. Ella entonces, como habitualmente hacía en según qué época de su femenino ciclo mensual, se volvió a la mesilla de noche y sacó el estuchito donde guardaba su diafragma anti-baby. Entonces yo, con toda suavidad, se lo quité de la mano

  • Cariño, que estoy en mis días… Será peligroso que lo hagamos…
  • Hacerlo hoy y así, será maravilloso…
  • ¿Quieres que?...
  • Que me des un hijito… Un fruto de cuánto nos queremos…

Sole se me abrazó como nunca hasta entonces lo hiciera… Casi lloraba la pobre

  • Sí mi amor… Claro que sí…

Nos besamos como tampoco nunca nos habíamos besado… Con cariño, amor inmensos…

  • Mi amor, entonces, si los frutos de nuestro cariño deben ser acordes con él, esto ya no lo necesitaremos nunca… ¿No te parece, amor?
  • Me parece, cariño mío… Vida mía… Amor mío

Y Sole, con la misma suavidad que yo antes le quitara el estuchito, me lo quitó ella a mí, para, incorporándose en la cama, lanzarlo con fuerza por la abierta ventana de aquella tarde del típico otoño madrileño… Del famoso “Veranillo del Membrillo”, tan madrileño él. Seguidamente, se volvió a tender boca arriba en la cama; abrió mucho, muchísimo más sus muslos a la par que elevaba la pelvis para así facilitar al máximo el libre acceso a su más femenina intimidad, abierta ante mí como flor a la primavera

  • ¡Métemela mi amor!... ¡Métemela hondo…muy, muy hondo!…

Lo hice, tal y como ella me pedía… Cuando Sole se sintió totalmente llena, cuando notó cómo mi virilidad se estrellaba cintra el cuello de su matriz, suspiró honda, muy, muy hondamente; se me abrazó, lo mismo con sus brazos, rodeándome el cuello con toda su alma, como con sus piernas, cerradas en torno a mis muslos, atenazados entre ellas, mientras con sus pies, apoyados en mis glúteos, empujaba hacia sí misma en empecinado empeño de fundirnos los dos, ella y yo, en un solo cuerpo… En una sola carne ( Gen.2.24, Mc. 10-8, Mt. 19.5 ) Y llena de pasión, empapada en amor, musitó en mi oído

  • Te quiero marido… Te adoro… Soy tuya, mi amor… Tuya, tuya, tuya… Hoy y siempre…Mientras viva…

El tiempo ha ido pasando y nuestro amor fructificó en tres criaturitas que ella me ofrendó con los dolores del parto… Y no vinieron más, pues Sole estaba lanzada por el camino de la maternidad, porque Dios, Natura o lo que sea no lo quiso, cuando a sus cuarenta y siete años se le detectó un cáncer de matriz; lo superó sin dejar rastro, pero a costa de perder matriz y ovarios en la operación a que tuvo que someterse.

El “Ancien Régime” dio en quiebra con la muerte del general Franco y advino la “democracia” a España; y el Divorcio, acogiéndose Sole, de inmediato, a la nueva Ley, de modo que en 1983, por fin, nos casamos ella y yo, a mis cuarenta y tres y sus cincuenta y seis, con su hijo Pablo de padrino y mi madre de madrina, a pesar de ella, mi madre, hacerlo tapándose las narices, pues para ella, Sole y yo, fuera como fuese, vivíamos amancebados, por aquello del santo matrimonio de ella con el homosexual de su marido…

Yo, en este 2013, soy algo más que setentón y Sole no digamos… Ochentona y, y, y… Pero seguimos queriéndonos como cuando empezamos a vivir juntos… Claro, que las energías ya no son las mismas, aunque para mí, pues qué queréis que os diga… Que su cuerpo desnudo me sigue pareciendo el de una odalisca turca… El de una Venus, una Afrodita, una Astarté… Y de tomo y lomo… Las pastillitas resucitadoras de muertos ahora me son imprescindibles… Y en algo así como tortillas de ni se sabe cuántas, aunque ella cree que son dos como máximo, pues si supiera la verdad, se me cerraría de piernas a cal y canto que, para ella, mejor “hambre” conmigo al lado, vivito y coleando… O sin “colear”, que heroicamente caído en el cumplimiento del deber

Y eso que, más de una vez y más de dos, tenemos que valernos de la boquita y la lengüita, pues la “cosa” ni a la “tortilla” de Viagras responde… ¡Dichosa “diabetes melitus” que me trae mártir desde hace ya diez años, arreciada cosa mala en estos cuatro últimos!...

F I N   D E L   R E L A T O

NOTAS AL TEXTO

  1. Esta interjección, de toda la vida, madrileñísima por cierto y que hoy creo está en total desuso, entonces, años 50-60, era la mar de popular, lo mismo entre hombres como mujeres, con lo que, ante señoras y señoritas, se usaba como alternativa a los “palabros” groseros, zafios, obscenos, de uso más que común entre hombres… ¡Lo que va de ayer a hoy!... Si entonces ante una chavala soltabas uno de esos “palabros”, tan en boca de las nenas de hoy día, las de entonces, hasta te podían cruzar la cara de un guantazo, por faltarles al respeto… Y me digo: Si entonces te cortabas de soltar una grosería ante una chica, cómo ibas a atreverte a ponerle la mano encima, salvo que de antemano supieras que ella te lo consentiría…si es que no, con sus acciones, claramente te lo estaba pidiendo… Y claro, a ver cómo te atrevías a violar a una nena con la salías a bailar, por ejemplo… ¡O témpora, o mores!, que diría un latino… Del Lacio italiano, región donde se ubica la milenaria Roma, claro; no de Suramérica… Que hoy, a veces, hay que puntualizar, y bastante… Sí; indudablemente… ¡”O témpora, o mores”!… Ah, y si algún lector/a no entiende esta cita latina de Marco Tulio “Cicerón” en su 1ª Catilinaria, “Oratio in Catilinam Prima in Senatu Habita”, pues, querido/a; la buscas en un diccionario Latín-Español… O en Internet que, seguro, estará…
  2. En España, un “carro” es, simplemente, un vehículo de madera, normalmente abierto, sin capota, con dos o cuatro ruedas, tirado por animales, particularmente, asnos o mulos, aunque, por zonas, también por una yunta con dos bueyes