Curvas Peligrosas (1)
La carretera es un peligro; las mujeres también.
CURVAS PELIGROSAS.
Conducir por una carretera de montaña con curvas pronunciadas y a velocidad excesiva, puede acabar en drama. Hacerlo por una carretera plana y sin curvas, resulta aburrido hasta el punto de que puedes dormite lo cual, inevitablemente, producirá una catástrofe.
Con las mujeres pasa lo mismo; si es lisa como una tabla resulta tan aburrida como leer las cotizaciones de la Bolsa, si no eres inversor. Si por el contrario tiene una anatomía pronunciadamente sinuosa, es más peligrosa que conducir a taco por una carretera de montaña en espiral.
En el primer caso puedes optar por no conducir y, para no aburrirte, te dedicas a la pesca con caña o al riego por aspersión que son deportes inofensivos, evitándote un posible siniestro e incluso la muerte. Esto también es válido para la primera parte del segundo supuesto, porque la pesca de caña y el riego por aspersión son mucho menos aburridos que una fémina lisa como un cristal.
El peligro gordo e inmensurable está en la última parte del segundo supuesto, sobre todo si la mujer es joven, guapa y con un cuerpo escultural; un cuerpo que, al contrario que los bomberos, es capaz de provocar un incendio. Naturalmente, me estoy refiriendo a un incendio en la entrepierna del hombre más impávido e indiferente que usted conozca excepto, claro está, que ese hombre pierda aceite
.
Cuando se aúnan la primera parte del primer supuesto con la segunda parte del segundo supuesto lo que suele ocurrir es que el drama se convierta en tragedia y ya saben ustedes que la tragedia es, ni más ni menos, que una obra dramática cuya acción presenta conflictos de apariencia fatal que mueven a compasión y espanto, con el fin de purificar estas pasiones en el espectador y llevarle a considerar el enigma del destino humano, y en la cual la pugna entre libertad y necesidad termina generalmente en un desenlace funesto.
Tragedia fue exactamente lo que le ocurrió a Narciso Paso, Sito para los amigos, al circular en cierta ocasión por una carretera de montaña particularmente difícil y mal pavimentada; la adjetivación pavimentada no deja de ser un eufemismo.
Para usar una terminología acorde con la fecha en que ocurrió la tragedia podríamos decir que, dicha carretera, parecía haber sufrido una conventrización a cargo de los Stukas de la Luftwaffe hitleriana.
Anochecía cuando Sito detuvo su Fotingo negro modelo "Panchito" de 1.934 en el aparcamiento del Bar Restaurante "La flor de Loto" para tomar su sexta copa de coñac de aquella tarde. Cerró con llave la negra puerta del automóvil; antiguo lo era, pero continuaba todavía en activo tras veinte años de servicio y una guerra civil por medio; tenía el auto cuatro años menos que él, pese a lo cual el coche, aunque muy bien conservado, limpio y brillante veíase más atrotinado que su conductor pero, por entonces, Sito no pensaba en tales menudencias.
Moreno, de mediana estatura, ojos grandes y marrones, pelo negro y bigote, delgado y bien vestido, algunas mujeres, sobre todo casadas, lo encontraban atractivo. Alguna de ellas le había dicho de su parecido con el actor y cantante italoamericano Sinatra. El no se lo creía, estaba seguro que era más guapo y tampoco sabía que era más bajito que el cantante a quien todos llamaban "La Voz".
Claro que, por aquellas fechas, la estatura media del homo sapiens hispanicus rayaba el metro setenta y a él sólo le faltaban dos o tres centímetros, pero tampoco esto le preocupaba ya que, por alguna especie de ósmosis personal muy "sui géneris", casi siempre se encontraba tan alto como su interlocutor y, por ende, bastante más alto que la mayoría de las mujeres. Con esto era suficiente para que, a los veinticuatro años, el señorito Paso se consideraba así mismo muy afortunado.
De carácter tímido, necesitaba del alcohol para desinhibirse de su timidez. Soportaba bastante bien la bebida, quizá porque después de cada copa bebía su vasito de agua y si eran dos copas seguidas, pues dos vasitos. Cuando se le calentaba el morro, abandonaba el agua.
Propenso a la hiperclorhidria que le quemaba desde el estómago a la garganta como la descarga de un lanzallamas, tomaba a palo seco un par de cucharaditas de bicarbonato que las amables camareras ni siquiera le cobraban eructaba tapándose educadamente la boca con la mano y emprendía camino hasta la próxima estación.
Fue así como aquella anochecida salió del Bar "Flor de Loto" para recorrer los noventa kilómetros que le faltaban hasta Pasos Perdidos, última población de destino donde le esperaba uno de sus mejores clientes que, si bien era cierto que le entretenía dos días para efectuarle el pedido, no era menos cierto que aquel pedido le salvaba la semana y por eso, aún a trueque de romper la suspensión del viejo automóvil, todos los meses recorría los setenta kilómetros de la infernal carretera de tierra.
Veinte kilómetros después de salir del bar "Flor de Loto" entró en la población de Piedras Negras, pensando en detenerse a la salida del pueblo en el bar del mismo nombre para tomar la séptima copita de coñac. Pero el destino había decidido que aquella parada no la efectuara ya que a mitad del pueblo, tuvo que detenerse ante las señas de un hombre situado en mitad de la calzada. Bajó el cristal de la ventanilla cuando el hombre se acercó.
-- Oiga, joven indicó el hombre soy el taxista de Pasos Perdidos y tengo el taxi averiado. Esta noche tengo que llegar al pueblo ¿Va usted en esa dirección?
-- Si, voy hasta Pasos Perdidos, precisamente.
-- ¿Sería tan amable de acercarme a la población?
-- Por su puesto, suba.
-- Bueno, verá, me acompañan dos personas. Las que están apoyadas en el taxi. Los traigo desde Barcelona pero al averiárseme no puedo continuar y esta noche es preciso que llegue a destino.
-- No hay problema, que suban.
-- Muchas gracias.
Sólo entonces se fijó Sito en la chica parada al lado del taxi en compañía de un individuo poco mayor que ella. La muchacha, vestida con una de las primeras Mary Quant con las que se empezaban a vestir las mujeres por aquel entonces, tenía unas piernas esculturales que sostenían unos muslos de taquicardia y, entre ellos, acorde con la hermosura de la fémina, imaginó la más preciosa góndola jamás vista a la que de muy buena gana separaría las valvas para comerle la jugosa y sabrosísima carne rosada del interior. Las gafas Truman montadas al aire, daban a sus hermosas facciones un aire entre angélico e intelectual que lo enamoró al primer vistazo.
Supuso que debía ser la esposa del hombre que estaba a su lado, un hombre de su edad o poco más. Lo que acabó de enajenarlo fue comprobar que el taxista le abrió deferentemente la puerta del copiloto del Fotingo para que subiera, lo cual acabó de confirmarle que, además de hermosa y buen tipo, debía pertenecer a una de las familias importantes de Pasos Perdidos. Cuando el taxista cerró la puerta la bella muchacha murmuró:
-- Buenas noches y gracias por llevarnos musitó mirándolo con sus grandes y risueños ojos azules.
-- Las gracias son todas suyas respondió galantemente.
-- Muy amable comentó, sonriéndole con una nívea blancura de perlas que acabó de deslumbrarlo.
Sito imaginó que sería bueno impresionarla, si no lo estaba ya al verlo viajar en automóvil particular que, por entonces, no estaba dentro de las posibilidades del común de los mortales. En el dedo anular de la mano izquierda lucía un sello de oro labrado de buen tamaño en el que se engarzaba un rubí bastante aparatoso y en la muñeca un reloj Festina con caja de oro y pulsera que, sin ser del preciado metal, lo parecía. Todo ello regalo de Andrea, la esposa de su Jefe, un negrero que le pagaba un mísero salario que apenas le permitía sufragarse la comida, la gasolina y la pensión. Pese a que viajaba continuamente y al riesgo que la carretera representaba, tampoco lo tenía asegurado ni por enfermedad ni por accidentes, aunque esto tardó muchos años en saberlo mi amigo Sito.
Aquí debemos hacer una digresión en el relato de Sito Paso para detallar correctamente el perfil de mi amigo o de otro modo, y por lo dicho, quizá se hagan una falsa imagen del personaje.
Conozco bastante bien la vida y milagros de mi amigo Narciso Paso, condiscípulo mío en el colegio de los jesuitas durante todo el bachillerato, soldado en la misma compañía del regimiento de Ingenieros, y, posteriormente, con un par de años de separación, amigo íntimo durante varios años.
Andrea Porcuna, diez años mayor que Sito, esposa de Vladimiro Cornejo del que había tenido dos hijos de 6 y 8 años, era una mujer pequeña, no mal parecida pero con un cuerpo que no era precisamente el de la Venus de Milo. Ningún hombre giraría la cabeza en la calle para seguirla con la mirada.
El señor Cornejo, diez años mayor que su esposa, era un pequeño empresario del ramo de la construcción. Andrea, su esposa, tuvo gran importancia en la vida de mi amigo Sito. Fue ella la que se encaprichó del chico cuando éste regresó a la empresa de su marido al ser licenciado del ejército pese a que cobraba un miserable salario que escasamente le permitía subsistir. Si lo extrapoláramos en tiempo y espacio al momento al actual, el muchacho tendría que vivir con 50 euros a la semana y sin seguro de enfermedad ni de accidentes. Afortunadamente mi amigo era un muchacho sano que jamás había necesitado un médico, ni pensaba necesitarlo en toda su vida.
Sito precisó más de una puya por parte de Andrea para darse cuenta de que la mujer deseaba beneficiárselo. La primera se la clavó suavemente mirándolo con ojos de cordera degollada y barbilla temblorosa diciéndole que su marido la tenía abandonada. Sito respondió que el señor Cornejo era un hombre con muchas preocupaciones lo que probablemente motivaba aquel abandono. Ella no insistió.
Fue a partir de ese momento cuando Andrea empezó a maquillarse profusamente embelleciéndose y vistiendo ajustadas Mary Quant que mostraban unos muslos que el hambre de mujer de Sito le hacían parecer hermosos, aunque las piernas, ni con toda la buena voluntad del mundo podían mejorar su huesuda apariencia en forma de palos de bowling puesto del revés.
Lo que yo no sé, aunque me lo imagino, es por qué Sito comenzó a dar clases a los hijos de su patrón, además de cumplir con el horario de trabajo reglamentario sin que ello representara ingresos extras o aumento alguno de salario. El único beneficio que Sito sacó de aquel aumento de jornada fue la cena que tomaba de lunes a viernes con la familia Cornejo y alguna que otra invitación los domingos a comer con ellos en el chalet que tenían en un pueblecito cercano a la Ciudad Condal.
En esos domingos en los que era invitado a comer con sus patrones, Andrea procuraba enseñarle a Sito las bragas en cuanto el marido desaparecía del jardín, mirándolo con tal descaro y provocación que, pese al ingenuo carácter de mi amigo, éste acabó dándose cuenta de lo que la mujer deseaba era que le metiera la verga hasta las bolas.
Por eso, ocho o diez días más tarde estando los dos solos en la oficina, ella, de nuevo con ojos de cordera degollada y barbilla temblorosa, volvió a repetirle que su marido la tenía abandonada, Sito, sin más ni más, le metió la mano bajo la minifalda estrujándole el coño humedeciéndose los dedos y besándola en los labios. Ella lo apartó temerosa murmurando:
-- No, aquí no, Sito, pueden vernos, esta noche en el chalet, cariño.
No entendió lo que había querido decirle ni se atrevió a preguntarle porque en aquel momento apareció uno de los encargados. Al final de la jornada de aquel viernes el señor Cornejo le indicó:
-- Sito, esta noche, llevarás a mi esposa, los chicos y la chacha al chalet. Estás invitado a pasar el fin de semana con nosotros.
-- Muchas gracias, señor Cornejo agradeció, sin acabar de comprender que significaba todo aquello.
Lo acabó de entender a la hora de marchar cuando el señor Cornejo anunció que aquella noche el no podría acompañarlos pues tenía una entrevista de trabajo en Tarragona a primera hora del sábado por lo que pensaba salir de viaje aquella misma noche por ver de estar de regreso el sábado por la mañana.
Tuvo que encargarse él de subir a los niños, a la madre y a la chacha Federica hasta el chalet, en el negro Fotingo que un año más tarde habría de utilizar cuando de improviso el señor Cornejo lo ascendió de categoría nombrándolo viajante para tres de las provincias catalanas donde realizaba ventas de materiales de construcción. Aunque Sito no me lo explicó, para mi no cabe duda de que fue la esposa la que convenció al marido de concederle la plaza que dejaba vacante el anciano viajante señor Bermejo.
Fue en aquella ocasión cuando ella en un aparte antes de cenar le indicó que se mantuviera despierto porque pensaba visitarlo cuando todos durmieran y pudiera dar rienda suelta a la pasión que aquella tarde le había demostrado Sito. Y así ocurrió.
Después de cenar, con la chacha durmiendo en la planta baja, los hijos en una habitación al lado de la suya y ella en la de matrimonio, se mantuvo con la polla tiesa en espera de que la mujer cumpliera lo prometido.
Sito estaba convencido y lo estaría hasta que una prostituta lo desengañó años más tarde, de que su verga era un pene de muestrario. Ciertamente por el largo no podía quejarse ninguna mujer, puesto que rayaba muy cercano a los 18 cms, pero en cuanto a grosor no pasaba de dos y medio centímetros cuando la media nacional estaba en los cuatro según las estadísticas sexológicas, cosa que por entonces Sito ignoraba.
La espera fue larga y casi estaba dormido cuando oyó el leve chirrido de las bisagras de la puerta y Andrea, tan desnuda como cuando nació, se colocó a su lado. Casi de inmediato le subió encima mamándole las tetas. Ella lo acogió con los muslos separados y la penetró despacio recreándose en cada centímetro de la caliente vagina mientras ella, abrazándolo con fuerza por las nalgas le chupaba en el lateral del cuello con la fuerza de una sanguijuela.
Pese al placer que sentía, al hambre atrasada de mujer y al convencimiento de que por primera vez podría disfrutar de una mujer dejándole el semen dentro del chumino, estuvo tentado a separar el cuello de aquella boca de sanguijuela porque sabía que el chupetón lo tendría marcado al día siguiente sin remedio, pero eyaculó con la fuerza de un geiser y tan abundantemente como nunca hubiera imaginado.
Ella, al sentir los golpes del semen en su útero, arreció en la fuerza de succión de su boca sujetándolo fuertemente por las nalgas contra su ardiente sexo. Fue Andrea la primera mujer que Sito disfrutó plenamente, sin tener que retirarse por temor a dejarla embarazada como le había ocurrido con todas las novias que hasta entonces había tenido.
También fue Andrea la primera mujer que, casi inmediatamente después de haberla follado, le hizo una felación de campeonato tragándose el ya menos abundante semen con tal ansia que hasta le aspiró la verga haciendo que los restos de semen de sus testículos subiera por el conducto produciéndole un placer tan intenso como desconocido. También él le comió el coño mientras duró la felación. Poco después de eyacular en su boca ella marchaba a su habitación y el se quedaba dormido como un tronco hasta el día siguiente.
Y sí, al día siguiente, tal como había imaginado mientras la follaba, al afeitarse se vio el tremendo moratón que los labios de sanguijuela de Andrea habían dejado en su cuello. No había forma de disimularlo. Tenía la forma de los labios de la mujer pegados a su piel como una calcomanía. Federica, una joven malagueña de veintidós años, miró el moratón sin disimulo, lo miró a él y se dio media vuelta sin pronunciar palabra, pero fue una mirada tan significativa que sobraban las palabras.
A media mañana del sábado, cuando esperaban el regreso del señor Cornejo, sonó el teléfono. Federica le dijo a su señora que se pusiera al aparto que su marido preguntaba por ella. Lo que Andrea le comunicó a Sito en el jardín fue que su marido la había llamado para decirle que no podría regresar hasta el lunes porque debía viajar hasta Valencia. El comentario que siguió dejó a Sito pasmado:
-- Ya sé que está liado con otra el muy sinvergüenza, pero ahora ya no me importa porque estoy enamorada de ti, cariño mío. Y tú, mi amor ¿me quieres?
-- Te adoro, Andrea, ya lo sabes.
-- Esta noche me lo demostrarás mejor que la pasada ¿Verdad?
Esta pregunta dejó a Sito pensativo durante todo el día.
Dispuesto a impresionar a su bella copiloto, extendió el brazo izquierdo para mirar la hora, cuando en realidad lo hacía para mostrarle ala bella su magnifico reloj de oro y su anillo con el desmesurado rubí y todo ello, aprovechando la luz de las farolas del pueblo. De reojo comprobó que ella se había girado a mirarlo. Metió la primera embragando acto seguido.
El Fotingo se puso en marcha despacio. Deseaba demostrarle a la bella muchacha que era un conductor nato, y en verdad que Narciso Paso siempre fue un gran conductor. Pero al llegar a la carreraza de tierra, aceleró hasta alcanzar el máximo de velocidad que el Fotingo podía lograr, 100 Kms hora.
El Ford del año 1934 tenía tres marchas solamente, y Sito tenía que cambiar frecuentemente de marcha, para subir o bajar las cuestas, entrar y salir de las curvas o sortear un bache tras otro. No llevaba ni dos kilómetros recorridos cuando notó el suave muslo de la preciosa y joven mujer pegado a su mano cada vez que cambiaba de marcha. El principio pensó que era casualidad.