Cura de pueblo - la viudita

La joven viuda necesita de mi atención en el aniversario de la muerte de su difunto marido

CURA DE PUEBLO

LA VIUDITA

Continuación de "Cura de pueblo", "Cura de pueblo, las dos hermanas" Y "Cura de pueblo, noche de bodas".

Prólogo: Santi venía a hacer un show erótico como boys a un pueblo del interior y lo confunden con el nuevo cura que esperaban.

Me estaba acostumbrando muy bien a mi nueva situación como cura del pueblo: buena mesa, vida sana, alguna partidita de mus y buenas oportunidades para mojar de vez en cuando. Esta vez les contaré como me fue con doña Elena.

Doña Elena era una mujer madura, pasados los 40 años, socia de don Julián el alcalde. Se casó joven con don Alfredo, ella joven y él ya mayor, que era propietario de medio pueblo. Era una mujer guapa, de cabello oscuro, ojos grandes y negros y piel morena. Con clase y estilo. Se le adivinan unas buenas curvas debajo de sus vestidos oscuros y cerrados. A mí me recordaba a Gina Lollobrigida. Venía a misa cada semana, participando de rosarios y actos religiosos, siempre muy cerradita y apocada. Generosa conla Iglesiay los desfavorecidos. En el pueblo tenía fama de muy religiosa. Me saludaba fría pero cortésmente, manteniendo las distancias.

Un par de veces le había echado el ojo, tenía un trasero rotundo, prieto y respingón. Unas tetas que se adivinaban firmes, prominentes y duras. Seguro que el pezón seria oscuro. Como no había tenido hijos conservaba muy buena figura.

El sábado que empezó la historia me invitaron a una buena paella que compartí con el doctor Andrade, un tío mayor pero muy agradable y majo. La comida estuve bien regada por un rosado aceptable. De postre galletas bañadas en crema con azúcar quemado. Aguardientes de destilación propia, gentileza de Ramiro el bodeguero, para la sobremesa. Después partidita de mus en el casino del pueblo, un bar al que llaman casino con unas mesas para echar partidas de cartas y dominós. Y yo no me pierdo partida de mus. Me tocó pareja con el doctor.

Siempre me ha gustado el mus, de hecho es lo único que aprendí en los tres años que estuve en la universidad, repitiendo primer curso por supuesto. En el pueblo solíamos jugar el sábado después de comer, tomando unos carajillos en el bar-casino.

El doctor Andrade estaba contento porque había ganado los cafés y aproveché para sondearle sobre doña Elena. Entre el vino y los carajillos no tuve que insistir mucho para que me contara todo lo que sabía:

  • Todo el pueblo tiene respeto a don Julián, el alcalde, más que respeto incluso miedo. Controla el pueblo. Desde la alcaldía hace y deshace a su antojo. Pero incluso don Julián guarda distancias con Elena. Dicen que su fallecido marido guardaba documentos de cuando era socio con don Julián que lo podrían llevar a la ruina y a la cárcel. Así que más le vale que doña Elena esté contenta y gane dinero.

  • Me dijeron que su marido murió de un infarto hace dos años.

  • Nada de infarto, querido colega. Yo era muy amigo suyo y me pidió Viagras. Temía perder a su joven esposa si no era capaz de satisfacerla. Me dijo que se había vuelto insaciable. Yo le indiqué que nunca más de una al día pero cuando me llamaron encontré tres capsulas abiertas en la mesita de noche. Tuve que esperar 12 horas a que se le bajara la polla. No había manera de ponerle los pantalones.

Vaya, vaya, así que este era el secreto de tan alta señora. En el pueblo aparentaba la más santa y devota de todas y era una ninfomanía de cuidado, debía llevar hambre atrasada. Estaba claro que le iba a sacar partido a esta información.

Cada vez que veía a Elena por el pueblo no podía evitar imaginármela con ligeros y ropa interior negra dándole caña a su difunto marido, hasta palmarla, buena manera de irse al otro barrio. Tenia que disimilar porque me ponía supercachondo.

Venía ala Iglesiacada domingo pronto, a confesar chorradas antes de la misa. Pero ese domingo no vino. Pregunté por ella a un grupo de mujeres al acabar el acto religioso:

  • Está en su casa deprimida. Justamente hace esta semana dos años de la muerte de su difunto esposo. No quiere ni salir. Ya me dirá usted, tan joven y guapa. ¿No podría ir usted a hablar con ella, padre?

  • Si, por supuesto. Si mis palabras pueden reconfortarla y ayudar no cabe duda que me acercaré hoy mismo.

  • Está usted en todo, don Santiago. Ella se lo agradecerá.

Bueno, me encaminé a casa de la viudita a ver si animaba un poco el asunto. No tenía ningún plan preconcebido así que improvisaría sobre la marcha.

Al llegar a su casa, una gran casa en las afueras del pueblo, llamé a la puerta y esperé. Me abrió ella misma, con cara triste y sin arreglar. Aun así, seguía siendo una mujer guapa y fascinante.

  • Hola doña Elena, me han dicho sus amigas que quizás necesite de mis consejos. Ya que hoy no ha venido usted al oficio.

  • Pase usted, pero llámeme Elena por favor. ¿Quiere un café?, me he preparado uno para mí.

Entramos en la salita, trajo unos cafés en dos tazas y nos sentamos en el sofá.

  • No está enferma, si lo que necesita es un poco de compañía mis palabras pueden servirle de alivio en estos momentos difíciles.

  • Padre, esta semana hace ya dos años que murió mi esposo, me siento tan sola. Le hecho mucho de menos. No se imagina usted cuanto.

Esta mujer iba a empezar a llorar, esto destrempa a cualquiera.

  • Nuestro señor llamó a su esposo a su hora, pero piense que aunque ya no esté presente, sigue entre nosotros y puede que ahora mismo nos este viendo. Debe usted sentir su compañía, como si él estuviera todavía presente. Debemos pensar que los llamados por nuestro señor todavía están entre nosotros pero de otra manera, de otra forma.

  • ¿Qué le diría su marido si estuviera aquí ahora, que consejo le daría?

  • Sin duda me diría que me pusiera alegre, a él siempre le gustaba que estuviera alegre.

  • ¿Como le gustaba llamarla a su marido?

  • Cielito.

  • Mire Elena si le parece vamos a intentar la técnica de la regresión por recuerdos. Esto le permitirá volver a sentir como si su esposo estuviera presente y se sentirá plenamente reconfortada.

  • Si cree que eso puede ayudar.

  • Yo haré el papel de su esposo. Cierre los ojos y piense en él. Deje que fluyan los recuerdos. Relájese.

Cerré las cortinas para que estuviera la habitación casi a oscuras. Me dispuse a interpretar el papel del difunto hasta el final.

  • Hola cielito.

  • Hola cariño, cuanto hace que no te sentía.

  • Te veo muy guapa.

Veía como su pecho subía y bajaba. El color le volvía a las mejillas.

  • Te he echado mucho de menos.

  • Yo también a ti. Abrázame como lo solías hacer.

  • Me acerqué a ella y la abracé con fuerza. Podía sentir su pecho latir.

  • Como hecho de menos tus caricias.

Le acaricié la espalda y fui bajando hasta la cintura. La contorneé. Empecé a subir por el estomago, vientre liso y bien cuidado, hasta el inicio de sus pechos. Su respiración se aceleraba cada vez más, cada vez más fuerte. Sus pechos se hinchaban con intensidad. Estaban pidiendo guerra. ¡A por ellos!, fui subiendo las manos hasta empezar a acariciarlos. Estaban duros, como me imaginé.

  • Ahhh, cariño cuanto tiempo hacía que no sentía estas sensaciones. Masajealos como solías hacer.

Por supuesto que no perdí el tiempo y me lancé a acariciar aquella maravilla de la naturaleza. Que generosidad. Le desabroché los botones de su vestido. Poco a poco. Suerte que eran fáciles. Liberé sus pechos de la prisión de los sostenes de encaje.

  • Cielito que bien los siento. Se notan hinchados. ¡¡Que suaves!!.

  • Como te gustaba acariciarlos. ¿Te acuerdas como los chupabas?

Pues vamos a por ellos. Me acerqué a saborearlos. A miel, a canela. Los chupé con ansia. Mientras, seguía desabrochando botones del vestido hasta tenerlo completamente abierto. Dejó caer el vestido y quedo solo con unas bragas. Un poco anticuadas, altas. La tomé por la cintura mientras seguía chupando las generosas tetas.

  • Dame más cariño. Sigue ahora.

Deslicé mis manos por debajo de sus bragas hasta empezar a acariciar el culito respingón. Era como un melocotón, nalgas redondas y suaves. Ella supo corresponder y note que una mano hurgaba furtiva entre mi sotana hasta acariciar mi polla. Esta no permaneció impasible y cuando la agarró ya había alcanzado una longitud y grosor más que considerable.

  • ¡Que tenemos aquí!, está esto pero que muy bien. Estas en plena forma cariño.

Seguía acariciando con mis manos por debajo de sus bragas y no me resultó difícil bajárselas. Alcancé con delicadeza su pubis. Estaba mojado y lubricado. Abierto esperando al invitado. Acometí con la directa y arrimé directamente con mi polla para penetrarla. Ella se dejo completamente.

  • Entró de un solo golpe, estaba bien abierta.

  • Aahhh, hasta el fondo, gimió. Cuanto tiempo.

Empecé a cabalgar duro, entrando y saliendo sin pausa, dando caña con fuerza mientras estrujaba sus tetas generosas. Bombeaba hasta casi sacar la polla y la volvía a hundir hasta la empuñadura. Se la tragaba toda suspirando y gimiendo.

No tardé mucho en notar que me iba a correr y me apetecía hacerlo en su cara. Saqué el nabo y se lo acerqué a la boca. No necesite decir nada.

  • Dámelo, lo quiero todo.

Se lo tragó de golpe. Noté como las primeras gotas preseminales se me escapaban, no sabía si se apartaría.

  • Qué bueno.

Siguió chupando mientras empezaba a disparar chorretones de semen. Se lo tragó todo, no dejó nada y al acabar seguía chupando, limpiándola toda. Me estiró en el sofá mientras ella, encima de mí chupaba para que no bajara la polla. Pude ver como contoneaba el culito reclamando mi atención.

Dicho y hecho. Estiré los brazos para acariciar sus nalgas suaves y deliciosas, deslicé un dedo por la raja del culo hasta alcanzar su esfínter. Estaba cerradito.

  • Huyyy, cuanto te gustaba por ahí. Te acuerdas. Era mi regalo.

Retiré la polla de su boca y me puse detrás. Elena estaba a cuatro patas y arqueó la espalda levantando el culo todo lo que pudo. Ofreciéndolo. Con las manos abrí sus cachetes y pase la lengua por el esfínter para lubricarlo, eche saliva y entró un dedo.

  • Somételo con tu polla, ataca ya.

No podía resistir la invitación y acerqué la punta de mi polla a su agujerito. No sabía si iba a entrar. Estaba muy estrecho.

  • Ves poco a  poco que está muy cerrado, con cuidado.

Por supuesto no le hice caso, estaba demasiado excitado. La agarré de sus caderas y empecé la presión. Noté como se iba abriendo el agujero y entraba la cabeza. Sin parar continué la presión. No esperé a que se dilatara. En unos minutos la tenia toda dentro, se la había tragado toda sin protestar.

  • Dame fuerte.

Estaba apretadito, hacia tiempo que nadie había entrado por ahí. Empecé el mete y saca de forma sistemática, sin pausa. Disfrutaba de aquel culito y Elena disfrutaba de la sodomización, no hizo falta que le acariciara el clítoris, estaba gozando como una perra. Sus tetas se balanceaban hacia delante y atrás al compás de mis embestidas, cada vez más rápidas. Resoplábamos los dos. Paré un poco a descansar y disfrutar de la situación.

  • ¿Qué pasa? ¿Por qué paras?, sigue dando.

Aquella mujer era insaciable, no me extrañaba que hubiera reventado al marido a base de folladas.

  • Arrggg, me viene.

  • Descárgalo dentro, quiero sentirlo.

Me quede derrengado encima suyo con la polla que se iba encogiendo dentro de su culo. Cuando estuvo arrugada la saqué. Elena se quedo a mi lado, abrazada en el sofá. Acariciaba mi pecho y si mano fue bajando hasta mi pajarito arrugado. Empezó a jugar con el, masajeándolo.

Bajó su cabeza y empezó a chuparlo mientras acariciaba mis arrugados cojones. Sus esfuerzos tuvieron recompensa y mi pajarito se empezó a animar de nuevo. Hacia chupadas cada vez más largas, mientras mi pene iba creciendo en su boca respondiendo a sus estímulos.

  • Estírate, me ordenó. Déjame cabalgar.

Ella se puso encima, y se la volvió a meter de golpe en el sexo. Empezó a cabalgar. Agarre sus deliciosas tetas.

  • Más, más quiero más. Aguanta duro.

Sus nalgas subían y bajaban recorriendo mi falo, se hundían hasta chocar con mis cojones y volvían a levantarse, como un pistón perfectamente engrasado. Sujete las nalgas para ayudar a la follada, levantando y bajando más rápido. Volvía a correrme por tercera vez.

Estaba derrengado. Me levante y me despedí, no fuera a ser que esta ninfomanía volviera a comenzar otra vez.

  • Bueno creo que por hoy ya debo irme.

  • La terapia me ha ido muy bien padre.

  • Si la veo muy mejorada, pero para que sea plenamente eficiente debemos repetirlo digamos una vez por semana, no vaya a ser que recaiga.

  • Está usted en todo padre. ¿Puedo hacer algo yo por usted?

  • Por supuesto que unas donaciones que ayuden al sostén de la Iglesia serán muy bien recibidas.

Y así fue como doña Elena volvió a ser una mujer alegre en el pueblo. Sus amigas alabaron mi sabiduría y buen hacer, dijeron que mis visitas y consejos la habían reconfortado plenamente. Continuamos la terapia regularmente, a veces en su casa a veces en la parroquia, y siempre mostró ella mucha generosidad en el cepillo.