Cura de pueblo.

Nadie puede saber lo fácil que es para el cura de un pueblo acabar follando con las mujeres que le cuentan sus aventuras sexuales en confesión. Muchas de ellas se ponen cachondas contando los detalles a un hombre. Yo soy cura de pueblo

  • Ave maría purísima.

  • Sin pecado concebida.

  • Dime hija , cuanto hace que no te confiesas.

  • Dos semanas, padre.

  • Y dime, has pecado mucho. Cuéntame.

  • Si padre, he pecado mucho.

Arrodillada en el reclinatorio Doña Mercedes, la esposa de un terrateniente local, tenida por todo el pueblo como le encarnación de la virtud y la honestidad.

  • Padre ya sabe que la carne me domina, que soy incapaz de controlar mis instintos.

  • Ya le conté padre que mi marido tiene una amante en Córdoba a la que le tiene puesta una casa, será por eso pero la verdad es que conmigo no hace uso del matrimonio. Se pasa la mayor parte del tiempo con su moza. Y yo, con 48 años recién cumplidos necesito fornicar.

  • Y como haces para aliviar esa necesidad. Yo esperaba que me hablara de sus masturbaciones. Me equivoqué.

  • Me cojo el coche me voy a una finca que tenemos en la carretera a Sevilla y el guardés, que es un hombre de apenas 30 años, según llego me lleva a su cama y nos pasamos dos o tres horas follando.

  • Hija, esa boca.

  • Perdone padre, nos pasamos dos o tres horas fornicando.

  • Y con que frecuencia lo haces.

  • Siempre que puedo, algunas veces, con mi marido fuera, voy cinco o seis veces por semana. Usted no sabe lo que es Doroteo en la cama. Padre me hace correrme como una perra. Una vez que lo he probado no puedo prescindir de él. Además esta semana pasada me ha hecho una cosa nueva que me ha trastornado aún más.

  • Que te ha hecho, hija mía.

  • Padre es que me da mucha vergüenza decírselo.

  • Como crees que te puedo perdonar tus pecados si no me los cuentas.

  • Lleva usted razón padre se lo contaré. El lunes pasado fui a la finca. Doroteo según me bajé del coche me desnudó y sin mediar palabra me apoyó en el capó del coche y empezó a comerme el coño. El sabe que cuando me come el coño yo no soy capaz de negarle nada y por eso lo hace. Mientras me comía me metió un dedo en el culo y eso me pone burra. Cuando le dije que me estaba corriendo me dijo:

  • Córrete, córrete como una perra que hoy me voy a coger tu culo.

  • Aunque me estaba corriendo tuve ánimo para pedirle que por favor no lo hiciera que me daba miedo y que nunca lo había hecho.

  • El siguió hasta que me corrí y a continuación me llevó a su cama. Me hizo ponerme a cuatro patas y me atacó por detrás. Yo estaba muerta de miedo pero Doroteo, aún no se como lo hizo, me la metió entera en mi culo. Sentí que me lo llenaba de carne, no sabe usted el pedazo de polla que tiene ese hombre.

  • No hace falta que entremos en detalles sobre el tamaño de la polla de Doroteo.

  • Perdone padre pero es que no me la quito de la cabeza, sigo, cuando la tuve dentro se me pasaron todos los temores. Sentí un placer infinito y le pedí que me diera todo lo fuerte que pudiera, que quería sentir que me atravesaba hasta sacarme la polla por la boca.

  • Mientras me perforaba me pidió que me tocara y yo le hice caso.

  • Llevo casi ocho años follando con Doroteo y nunca me había corrido de esa manera, sentí que perdía el conocimiento y me vine toda. Padre, me gustó tanto que desde ese lunes he ido a la finca todos los días a que Doroteo me la siga metiendo por el culo.

  • Hija ese es un pecado muy grave. Es el pecado nefando.

  • Lo se padre, pero si para conseguir mi salvación tengo que renunciar a lo que me hace Doroteo, prefiero ir al infierno.

  • No digas blasfemias. Te arrepientes.

  • Si, me arrepiento, pero esta misma tarde voy a ir a que vuelva a encular.

  • Yo se que pedirte que lo dejes es pedir un imposible, pero debes ir poco a poco visitándolo menos y rezando para que la Virgen te ayude.

Mientras la estaba confesando no pude, ni quise, evitar el fijarme en las tetas de doña Mercedes. Se trata de una señora grande que tiene de todo en abundancia, buenas tetas que suele lucir con escotes generosos y sobre todo un buen culo. Me figuré por un momento ese culo espatarrado mientras Doroteo la embestía por la popa.

Le di la absolución y le puse una penitencia de dos rosarios.

Hay algo que solo sabemos los curas que confesamos y que seguro que resultará extraño a los seglares, hay dos tipos de mujeres a la hora de confesar, las que realmente están avergonzadas, que son las menos, y las que disfrutan contando sus aventuras amatorias. A las primeras cuesta arrancarles la confesión, a las segundas a veces hay que frenarlas.

Disfrutan contando cada detalle y es frecuente que al estar contándoselo a un hombre se vayan excitando y describan detalles innecesarios e íntimos .

Cuando me encuentro con una habladora les suelo sugerir:

  • Hija, para un momento porque me da la sensación que estás nerviosa.

Ante mi petición ha habido quien no ha tenido problema en confesarme:

  • Padre es que según le estoy contando las cosas que he hecho y el gusto que me han dado, se me han venido a la memoria y me he puesto cachonda, perdóneme padre, pero no he podido evitarlo. Es que es muy guarro y según empieza a sobarme se hace con mi voluntad, me hace perder la razón.

  • Por qué le llamas guarro.

  • Figúrese padre que lo que más le gusta y lo que siempre me hace es comerse mi culo. Me mete la lengua bien adentro mientras me acaricia el coño y cuando me tiene hirviendo lo que me hace es metérmela, pero por el culo. Me corro como una perra pero el sigue, a veces más de un cuarto de hora dándome polla. No puedo ni contar las veces que me hace correrme. Me deja el coño escocido.

Descripciones de este estilo son más frecuentes de lo que parece, las mujeres contando sus infidelidades, seguras de la discreción de quien escucha, se van viniendo arriba y acaban con las bragas empapadas, quizás eso explica lo fácil que nos resulta a los curas llevarnos a la cama a nuestras feligresas.

La siguiente fue una muchacha de menos de veinte años.

  • Padre, llevo tres meses resistiendo las tentaciones que me propone mi novio pero noto que estoy al borde de hacer lo que me pide. Es más ya quiero dárselo.

  • Que te pide, hija.

  • Me la quiere meter, dice que es una prueba de amor. Yo le quiero mucho y tengo muchas ganas de tenerle dentro de mi.

  • No puedes ceder, hija mía. Precisamente por que le quieres.

  • Eso le digo yo, ya bastante he cedido. Cuando salimos de paseo a petición suya voy solo con mi vestido, ni sujetador ni bragas y el siempre encuentra el sitio para comerse mis tetas y para acariciarme ahí abajo.

  • Y tu que le haces.

  • Yo le dejo hacer porque me da mucho gusto lo que me hace. Yo también le acaricio y algunas veces si estamos en un sitio que nos sabemos y que es muy escondido me meto su verga en la boca y se la chupo hasta que se corre.

  • Y eso te gusta.

  • Me encanta, sentir su leche caliente entrando en mi boca hace que yo me corra aunque él no me esté tocando. Por eso se que si me la mete no voy a poder renunciar a que me folle cuanto quiera.

  • Tienes que ser fuerte, lo que hacéis ya es pecado pero no puedes ir más allá y darle lo que te pide.

  • Padre es que cuando noto que su mano alcanza el pelo que tengo abajo, es como si se me abriera un grifo, me empapo toda, se me aflojan las piernas y lo que quiero es que siga. Me da mucho gusto, padre, me dan unos orgasmos tremendos, mucho más fuertes que cuando me toco yo.

  • Ya se hija, ya se, pero tienes que guardar tu virginidad, no le puedes entregar todo ahora que sois novios. Dile a tu novio que venga a confesarse que quiero hablar con él. Es Alejo, no?

  • No padre, es Antonio, el panadero, con Alejo lo dejé hace tres meses.

Lo había dejado hacía tres meses y llevaba tres meses negándose a lo que su nuevo novio le pedía. Una chica rápida.

Historias como estas las escucho a diario. Algunos días confieso a más de veinte mujeres y dieciocho de ellas me cuentan infidelidades .

Mentiría si no admitiera que conocer los secretos de cama del pueblo me gusta mucho, no solo eso, a mi también me excita oír sus confesiones. Más de una vez he decidido ir a Sevilla después de una confesión.

Soy cura párroco en Écija, provincia de Sevilla, pueblo conocido como la sartén de España. Será el calor, pero lo cierto es que, por unas cosas o por otras los de este pueblo solo tiene una cosa en su mente: follar.

La gente cree que lo más difícil en la vida de un cura es respetar el voto de castidad, están equivocados. No conozco un solo cura que lo respete, salvo los que han cumplido los setenta y ni aún así.

La mayoría tienen una sobrina con la que comparten cama a diario. Yo, que cuido mucho mi imagen no he tenido nunca una sobrina conmigo, a mi casa viene una señora sesentona tres veces por semana.

Esa circunstancia que yo cuido con esmero ha hecho que para una parte del pueblo soy casi un santo y para la otra es una prueba evidente de que soy maricón.

Las dos cosas me vienen bien, las que me creen un santo me defienden a muerte, son mi guardia pretoriana. Y las que me creen de la otra acera me cuentan sus intimidades, no solo en el confesionario, con esa complicidad y hasta ese descaro que las mujeres solo tienen con los homosexuales.

¿Cómo resuelvo mis necesidades? Con la máxima discreción y  yéndome regularmente a Sevilla. Córdoba está más cerca pero mis feligreses cuando van a putas van allí y no me puedo arriesgar a ser descubierto.

Tan pronto empecé a ejercer como cura se acabó mi vocación, pero tener una vida segura y cómoda me ha mantenido en mi puesto, mis estudios religiosos no sirven para encontrar un empleo en la vida civil.

Durante estos años me ha sido muy útil la retórica, hablo muy bien y eso ha hecho que mi iglesia cuando digo misa esté siempre llena. Soy la estrella de los curas del pueblo y tengo más feligreses que nadie en Écija.

Aprovechándome de esa ambigüedad que me adjudican he sacado provecho de lo que me cuentan en confesión y a lo largo de estos años me ha sido muy fácil meter en mi cama a muchas mujeres de forma esporádica, también he tenido una relación estable con dos.

Mi coto de caza son siempre mujeres casadas, bien es verdad que he tenido posibilidades con alguna jovencita soltera, pero no he rematado, no quiero lios. Las casadas no van a ir contando por el pueblo que se acuestan con el cura.

La historia que más me ha durado y la que más satisfacciones me ha dado ha sido mi relación con Doña Carmen.

La conocí a poco de llegar al pueblo y nada más verla reconocí en ella todos los síntomas que presentan las mujeres que necesitando mucha cama, que viven una vida sexual de mierda. Gesto triste, mirada al suelo, voz baja, aspecto sumiso.

Carmen estaba casada con el farmacéutico del pueblo, eso implica formar parte de las fuerzas vivas y acudir a todos los acontecimientos. En uno de ellos la conocí. Lo recuerdo como si fuera hoy, el Ayuntamiento presentaba su programa de fiestas Navideñas.

Quedé fulminado por su presencia, si la hubieran hecho a petición mía el resultado habría sido el hembrón que tenía delante. No perderé tiempo en descripciones, baste decir que me recordó a Rocío Jurado en las hechuras. Sentí que sus ojos negros me taladraban.

Resultó ser católica practicante, unos días después vino a mi iglesia más que a confesarme sus pecados a desahogarse conmigo.

Sus orígenes humildes habían condicionado su vida. Su madre servía en una buena casa en un pueblo de Málaga, el hijo de la familia estudiaba Farmacia y los padres de Carmen hicieron todo lo posible porque el muchacho se ennoviara con su hija. En contra de los deseos de sus padres el chico al acabar la carrera la hizo su esposa. Para él, de nombre Fernando, la boda era una coartada para esconder su verdadera orientación, su marido era maricón, A Carmen no le había puesto una mano encima ni en la noche de bodas.

La consecuencia era que para sofocar el volcán que Carmen tenía entre sus muslos su único consuelo era la masturbación. Me confesó no haber tenido amantes.

Me mostré comprensivo con su drama y hasta justifiqué que buscara alivio como pudiera. Mi planteamiento la conmovió:

  • El anterior párroco me decía que era una gran pecadora y que debía recibir esta situación como una prueba que me mandaba dios.

  • Dios no manda esas cosas y tu no tienes porque pasarte la vida sufriendo. ¿Crees que lo de tu marido puede cambiar?

  • No padre, me eligió a mi porque soy el tipo que les gusta lucir a los gays, pero a mi marido le repugnan las mujeres. Por no gustarle no le gusta ni mi culo y eso que yo se lo he ofrecido.

Me pasó un instante un flash del culo de Carmen y pensé qué malnacido podía hacerle ascos a esa capilla Sixtina andante.

La casa sacerdotal que corresponde a mi iglesia aunque se hizo hace más de dos siglos parece pensada con las más aviesas intenciones. Esta pegada a la iglesia por no decir que forma parte de ella. Tiene una entrada que da a la calle, otra por la parte de atrás que da a un callejón y por último bajando desde la iglesia a la cripta hay una puerta disimulada que a través de una escalera también da acceso a la casa. Nadie la conoce salvo yo.

Después de mucha confesiones en las que cada vez iba creciendo el tono de confianza y eran más explícitos sus argumentos, una tarde, después de confesarme que nadie nunca le había acariciado las tetas y que tenía por seguro que su futuro era morir virgen, después de llorar un rato, me dijo:

  • Solo hay una persona que me puede quitar esta tristeza que me tiene tan desesperada.

  • Hija, si crees que hay una persona que te puede aliviar de tu dolor y aunque yo no te tendría que decir esto, me parece justo que recurras a ella. Que una mujer tan hermosa como tu, viva con este sufrimiento no tiene perdón de dios.

  • Mientras se lo estaba diciendo yo estaba pensando por donde iba a venir su argumento.

  • Si se lo pido, usted cree que se negará a ayudarme.

  • No creo que haya un solo hombre en el pueblo que rechace tu oferta, creo que debes intentarlo. Nuestra primera obligación es ser felices.

  • Padre quiero que sea usted quien me desflore. Usted no está casado y sería tan discreto como yo. Solo de verle me pongo caliente, y cuando me confieso me caliento más.

  • Hija me pides algo que con gusto haría pero que no puedo hacer, tengo voto de castidad.

  • Pero usted es un hombre y tendrá sus necesidades, además no tiene sobrina.

Si hija, necesidades si tengo, pero las voy superando con la ayuda de dios.

  • Padre déjeme que me ponga en el sitio de los hombres.

( La iglesia estaba desierta)

  • Se puso en el centro del confesionario, donde no hay rejilla, se recostó hacia delante y con un movimiento rápido se dejó las tetas al aire.

  • Dígame que no le gustan, que no está deseando acariciarlas.

Eran mejores de cómo yo, en docenas de ocasiones, me las había figurado. Dos odres grandes, llenos, ligeramente colgando debido a su peso, los pezones oscuros y erguidos con una areola diminuta respecto del pezón.

Me quedé paralizado.

  • Acarícieme, y si no le gusta hacerlo no volveré a pedírselo, es más no volveré a esta Iglesia.

Antes de que hubiera acabado la frase yo ya estaba prendido a sus tetas.

Carmen recibió mis caricias con gemidos y me rogó que no dejara de acariciarla.

  • Siga padre, siga que me está dando mucho gusto, más del que yo esperaba. Que rico me hace. Cuanto he esperado este momento.

  • Carmen, esta vez no la llamé hija, aquí corremos mucho peligro, cualquiera puede entrar y vernos. Sígueme.

Con la misma rapidez con la que se la había sacado, Carmen guardó sus tetas y me siguió. Bajamos a la cripta y desde allí entramos en mi casa. Directamente en el dormitorio.

  • Pablo,( por primera vez no me llamó padre pero me siguió tratando de usted ) desnúdeme, quiero saber que se siente cuando un hombre te desnuda.

Haciéndome el neófito le dije:

  • Carmen llámame siempre padre y de usted, no quiero que en público te distraigas y me llames de otra manera. En cuanto a mi, no esperes de mi habilidades, soy tan virgen como tu. Tendrás que perdonar mi torpeza.

  • Usted me va a quitar mi virginidad y yo le voy a quitar a usted la tuya.

Poca ropa había que quitar, un vestido y debajo un sujetador que le sostenía las tetas por debajo y las dejaba libres por arriba y una braga mínima que no podía evitar que parte de su vello púbico se escapara por los costados.

Le saqué el vestido y me quedé un momento contemplado su cuerpo.

Comprobé que Carmen poseía un cuerpo precioso. La cintura estrechísima y a partir de ahí unas caderas rotundas y unos muslos casi de la anchura de su cintura. Las piernas definidas y los tobillos finos.

Le hice darse la vuelta para desabrochar el sujetador, fingí la torpeza que correspondía a mi declarada ignorancia y por fin le libré de la prenda.

Si vista de frente me había impresionado, vista de espaldas me pareció que mejoraba. Hay dos tipos de hombres, a los que le vuelven locos las tetas y a los que le vuelve loco un buen culo. Yo soy de los segundos y me parece justo decir que Carmen era dueña de un culo que merecía ser expuesto en el Museo del Prado junto a la Venus del Espejo.

Para aprovechar la situación, con calma, despacio, procedí a bajarle las bragas.

Delante de mis narices tuve el mejor culo que la imaginación más calenturienta pueda imaginar. Dos cerros de carne firme, las nalgas sin un gramos de celulitis y con una piel suave como la seda.

  • Tienes un culo precioso. Llevas un conjunto muy sexy.

  • Me lo he puesto para usted, venía decidida a violarle en el confesionario. Déjeme que ahora le desnude yo a usted.

Me sacó la sotana, siguió por mi camisa y se agachó para quitarme los pantalones. De un jalón, como yo había hecho con ella, me sacó los calzoncillos.

Mi verga que hasta ese momento estaba presa de la ropa apareció de golpe en todo su esplendor mirando al techo.

  • Tiene una polla preciosa, no sabes cuanto he deseado este momento.

  • ¿Cuánto?

  • Llevo semanas que no pienso en otra cosa, tocándome pensando en este momento y me daba pánico que me dijera que no.

  • Carmen como somos dos inexpertos vamos a ir despacio, si te hago algo que no te gusta me lo dices y dejo de hacerlo.

  • Pero yo quiero que me desvirgue y eso me va a doler.

  • No tengas miedo lo voy a hacer todo muy lentamente.

Nos echamos en la cama y aunque ya habían pasado las horas terribles de sol los dos sudábamos como pollos.

  • Antes de nada quiero que me bese, quiero sentir su lengua contra la mía, quiero que me haga lo que usted quiera, pero quiero que me lo haga con besos.

Tendidos de costado, uno frente al otro y son nuestras piernas entrelazadas juntamos nuestras bocas. La lengua de Carmen vino en busca de la mía y nos estuvimos besando un buen rato. Yo aproveché que tenía una mano libre para dedicarla a sus tetas. El sexo de Carmen, que estaba apoyado en mi muslo, era una central térmica capaz de calentar un edificio.

Carmen a pesar de tener la boca ocupada empezó a gemir. Unos gemidos suaves que no demostraban sino placer pero yo aproveché la situación:

  • Que te pasa hija, te oigo gemir, estoy haciendo algo que no te gusta.

  • Me esta volviendo loca de placer, siga besándome y no deje de acariciarme las tetas. ¿Le gustan mis tetas? Yo creo que son demasiado grandes.

  • Son las tetas más bonitas que he visto en mi vida. Y tienen el tamaño perfecto

  • Pues que sepa que son suyas, puede hacer con ellas lo que quiera. Si quiere se las puede comer.

Aceptando su oferta dejé un momento los besos para centrarme en sus pezones. Empecé dándoles besos para a continuación chuparlos a conciencia.

A Carmen le gustó:

  • Que rico me hace, me da mucho gusto que se coma mis pezones. Me tiene hirviendo. Tóqueme abajo y verá lo mojada que estoy.

Deslicé mi mano por su vientre hasta alcanzar su sexo. Era verdad, estaba encharcada.

  • Estás muy mojada mi amor, y eso por qué es.

  • Porque me tiene muy cachonda, creo que va a hacer que me corra antes de metérmela. ¿Le puedo yo coger la polla?

  • Carmen soy todo tuyo, puedes hacer conmigo lo que quieras.

Y mi feligresa me cogió la polla.

  • La tiene muy gruesa y está caliente y dura como una piedra. Todo esto es lo que quiero que me meta. No se si me va a caber.

Volví a sus tetas pero no por eso quité mi mano de su chocho. Mis dedos se movieron a lo largo de su raja siguiendo la ruta de la humedad.

  • Por mucho que lo había soñado no me podía figurar lo rico que es estar con usted en la cama. Que me acaricie mi chocho es mucho más rico que cuando yo me toco. Me va a matar de gusto, me está matando ya.

Animada por mis caricias Carmen empezó a menearme la polla. Su inexperiencia le hacía sujetármela como si me la fuera a degollar.

  • No me aprietes tanto, cariño, cógeme más suavecito.

  • Es que siento tanto gusto que me dan ganas de estrangularla. Perdone padre.

Mientras me hablaba mis dedos corrieron a acariciar su clítoris con mucha suavidad, de vez en cuando cogiéndolo entre mis dedos índice y corazón dándome pequeños apretones. Su reacción fue inmediata.

  • Siga ahí padre, siga haciéndome eso que me da mucho gusto, así despacito para que yo sienta como me va subiendo. Siga por dios, siga.

Me comporté como un autentico experto, lo hice todo sin prisa pero sin dejar nada por hacer. Desde el clítoris me dirigí a lo largo de su sexo hasta alcanzar su ano. Lo acaricié unos instantes como maniobra previa a meter en él mi dedo corazón. Carmen me contestó con un chillido:

  • Eso es mi culo, es usted un cochino, me ha metido sin querer un dedo en el culo.

Mi dedo había ya empezado a acariciar su interior.

  • Si, mi amor, tengo un dedo metido en tu culo a propósito, lo hago para darte placer, si te sientes incomoda me lo dices y lo saco.

  • No lo saque por dios, que me esta dando mucha nota, me tiene encendida y no se si voy a poder resistir sin correrme. Y me quiero correr con su polla dentro de mi. Pero siga dándome que es muy rico lo que me hace.

  • Cuando yo te lo pida me vas a dar tu culo.

  • Si mi amor, ese culo que mi marido desprecia se lo voy a regalar, aunque me da mucho miedo. Pero primero desvírgueme que quero saber que se siente teniendo una polla como la suya enterrada en mi cuerpo.

Seguí un rato dándole dedo en los dos sitios que le producían placer. No tardó en decirme que se iba a correr, que no podía resistir más placer.

  • Padre, me corro, me corro muy duro, como nunca me había corrido, que rico lo que me está haciendo, siga por dios, siga que me quiero correr toda.

Carmen se corrió con un grito sordo y yo seguí un rato a lo mío. Cuando ella me anunció que se iba a correr otra vez me coloqué entre sus muslos y en vez de con mis dedos empecé a acariciar su clítoris con mi capullo.

  • Métamela ya, canalla, que me quiere matar antes de follarme.

  • No, mi niña, te voy a follar hasta que te corras conmigo dentro, y te voy a hacer feliz.

Poco me costó enfilar mi polla a la entrada de su gruta y avanzar lento pero firme. Lo de su virginidad era verdad. Me encontré por el camino un obstáculo que solo pude vencer empujando. Esperaba yo que Carmen se quejara pero no dijo ni palabra.

  • Carmen, has dejado de ser virgen, ya tienes toda mi polla metida en tu chocho.

  • Quiero que esté un momento quieto, quiero disfrutar de sentir que tiene toda su polla metida en mi coño, por fin. La siento, me tiene llena, la siento bien gorda y noto como apoya los huevos en mi culo. No puedo ser más feliz, ni estar más cachonda.

Y al cabo de unos minutos:

  • Ahora necesito que me folle como un salvaje, que me destroce, que me mate de gusto.

A pesar de su petición empecé con embestidas suaves pero profundas, llegaba a casi salirme de ella para desde ahí zambullirme hasta tenerla toda dentro.

  • Siento la cabeza de tu polla dándome en el fondo, me está dando mucho gusto, más de lo que esperaba. Deme más duro.

Poco a poco fui aumentando al frecuencia y la intensidad, sujetando sus nalgas con mis manos supe que estaba llegando al mi punto de no retorno, a ese momento en el que no hay fuerza en la naturaleza capaz de evitar que yo siguiera clavándome en ella.

  • Así me gusta, bien duro, que yo sienta que soy tu hembra y usted mi macho. No sabe la felicidad que me da el sentir que me está follando y que ahora mismo es usted mío y yo suya. Me va a hacer correrme otra vez, siento que me viene un orgasmo muy fuerte y quiero sentir que me da toda tu leche. Démela por dios, démela.

Me corrí muy duro, le di todo lo que tenía, sentí cuatro o cinco descargas.

  • Padre, se está corriendo en mi, siento los borbotones de su leche, se me va la cabeza, me esta matando de gusto, no me de más por dios, no me de más que no puedo resistir más gusto.

Me desplomé sobre ella.

  • Siempre había oído lo rico que es follar pero ni en el mejor de mis sueños podía yo imaginarme que iba a sentir lo que me ha hecho sentir. Le amo.

Quiero que me folle otra vez.

En su ignorancia, Carmen pensaba que los hombres disponíamos de un arma de repetición, la tuve que ilustrar.

  • Carmen tenemos que esperar hasta que mi soldadito esté otra vez en posición para repetir.

  • Y eso cuanto tarda.

  • No lo se, mi vida, no lo se.

Todo el mundo tiende a mitificar sus recuerdos, no voy a decir que ese primer polvo fue el mejor de mi vida, no lo se, si se que fue un polvo que recuerdo como si hubiera sucedido ayer y que fue el que me abrió la puerta a disfrutar de todos los encantos de Carmen.

En cuanto a ella, le sirvió para descubrir que lo que más le gustaba en el mundo era follar, follar conmigo más concretamente.

A partir de ese día quedamos presos el uno del otro como si nos hubieran fabricado con ese único propósito.

Esperando la resurrección de la carne Carmen me confesó:

  • El primer día que le vi tuve la seguridad de que iba a ser usted el que me iba a preñar. El hombre al que le iba a dar mi virgo.

  • Sinceridad por sinceridad, la primera vez que te vi pensé: Es la primera vez en mi vida en la que veo a una mujer por al que yo dejaría la sotana.

  • ¿Tanto le gusté?

  • Ese día me cogiste preso y no quiero que me des la libertad nunca.

Llevamos nuestra relación con una discreción tan estricta como para no dar nunca que hablar. Fueron seis años de sexo sin tregua.

Antes de Carmen hubo otras, algunas solo valieron para echar un polvo, a otras las metí en plantilla y cuando venían a confesarse les daba las instrucciones para que me visitaran discretamente.

Una de ellas fue Felipa, la Comandanta, llamada así por ser la mujer del Comandante del puesto de la Guardia Civil.

Felipa es una mujer pequeña, chismosa y habladora hasta la extenuación, cada vez que venía me ponía la cabeza como un bombo contándome la vida y milagros de todo el cuartel. Pero al mismo tiempo bonita de cara y valiente como El Coyote.

Según su versión la Casa cuartel era Sodoma y Gomorra. Todos menos ella follaban como mandriles. Daba nombres, detalles, lugares. En cuanto a ella reconocía que no estaba satisfecha, que su marido se conformaba con un polvo a la semana y que eso le obligada a masturbarse a diario. No me habló de ningún amante.

Cuando fue tomando confianza pasó a contarme secretos más íntimos:

  • Padre yo tengo la autoestima muy baja y eso que ahora he mejorado mucho pero necesito sentir que gusto a los hombres, que me desean.

  • Y cual ha sido la causa de tu mejora.

  • Cuando era jovencita mis compañeras me llamaban la nadadora. No tenía tetas, solo unos pezones bien grandes. Hace ahora un año me operé en Sevilla y me pusieron un par de tetas como dios manda. Ahora los hombres se fijan en mis tetas. ¿Usted no se ha fijado?

  • Bueno me había llamado la atención que siendo tan delgadita tuvieras unas tetas tan grandes, además es que te gusta lucirlas.

  • Si me hubiera dicho que no había caído no me lo creería. Padre usted no sabe que yo antes de casarme era cocinera. Tengo una mano que vuelve locos a los hombres, ( la frase tenía un evidente doble sentido ) Dígame un plato que le guste y yo se lo preparo en su casa.

  • Pues hace mucho que no me como una gallina en pepitoria.

  • A mi me sale estupenda, si usted quiere voy una mañana a su casa y se la preparo.

  • Este jueves podría ser. ( Era un día en el que no venía la señora que me arreglaba la casa, por si Felipa salía valiente)

El jueves apareció en mi casa cargada con bolsas.

  • Voy a prepararle la pepitoria, solo pongo una condición, usted no entra en la cocina hasta que yo haya terminado y le llame.

Seguí sus instrucciones al pie de la letra y cuando ya iba llegando la hora de comer Felipa me llamó.

  • Padre ya puede venir cuando quiera que le tengo una sorpresa.

Entré en la cocina, Felipa tenía por toda vestimenta un delantal que por delante era incapaz de contener sus tetas que le rebosaban por los costados y por detrás solo la cubría el lazo.

  • Que haces, hija.

  • Como se que le gustan mis tetas he querido que las viera desnudas.

Y mientras hablaba llevo el delantal hacia el centro y dejó sus tetas al aire.

  • Quiero que se la coma, que las disfrute, nadie, salvo mi marido, las ha tenido a su disposición pero a usted se las quiero regalar. Mire que pedazo de pezones tengo. Esos son míos. No hace falta que se lo diga: estoy muy cachonda. Estoy cachonda desde esta mañana.

Sus tetas, aunque producto de la cirugía, se podría decir que eran perfectas. Y como me había anunciado sus pezones eran descomunales.

Sin mediar palabra me lancé a comérmelas y Felipa me la agradeció animándome.

  • Cómaselas todas, cómame los pezones, que rico me está haciendo. Padre, cuando acabe con mis tetas quiero que me folle, que me haga suya.

  • Si después de ofrecerme tus tetas me hubieras dicho que no íbamos a follar te hubiera violado.

Mientras me comía sus pezones eché mano a sus nalgas que como ya he dicho estaban desnudas. No eran las mejores nalgas del mundo pero en ese momento me valieron.

De la cocina fuimos al dormitorio y ahí le quité el delantal. Felipa era pequeña pero no todo lo tenía a juego. Una mata de pelo espectacular no me impidió ver que la comandanta tenía un coño desproporcionado a sus hechuras. Un coño grande, el monte de venus alto y unos labios descomunales entre los que sobresalía como una joya su clítoris. He visto muchos clítoris, ninguno tan grande como el de Felipa, no exagero si digo que era del tamaño de una judía grande. Era curioso que siendo pequeña solo tuviera los pezones y el clítoris grandes.

No estaba yo para conquistas de manera que la abrí de muslos, me puse entre ellos y de una estocada se la metí hasta el fondo. No me costó esfuerzo porque Felipa estaba inundada esperando la acometida.

Me dijo lo que dicen todas:

  • Que pedazo de polla, y que gorda, es mucho más grande que la de mi marido. Es un mantra que se repite siempre y que no hay por que creer.

Lo cierto es que su vagina abrazó mi polla y noté como mi prepucio chocaba con el fondo de su coño.

Felipa resultó ser buena follando. Movía sus caderas, se acariciaba el clítoris mientras la embestía y resoplaba como una locomotora. Era la más pesada y la más chismosa del pueblo, pero en lo que a follar se refiere era un espectáculo. No he conocido a ninguna mujer que le gustara tanto follar como a Felipa y que gritara más, se moviera más y se corriera más duro que ella. En algunas ocasiones perdía el conocimiento y se quedaba con los ojos en blanco.

Una tarde después de un polvo, la avisé.

  • Si ahora entrara tu marido en esta habitación y nos matara a los dos se pasaría solo un par de meses en la cárcel porque considerarían que lo ha hecho defendiendo el honor del cuerpo.

  • Lo se, pero si ese calzonazos entrara aquí yo le mandaría a casa y me obedecería como un corderito. En mi casa yo soy el macho Alfa.

Como me calentaba tanto la cabeza y no dejaba de hablar, a Felipa la tuve durante años de suplente. Cuando venía a confesarse hacia todo lo posible por calentarme:

  • Hoy me he levantado muy caliente y con muchas ganas de verga. Dígame que plato quiere que le haga antes de follarme. Si pudiera meter su mano entre mis muslos vería que estoy empapada.

Si por ella hubiera sido por cada confesión me habría sacado un polvo.

Ante sus argumentos algunos días le preguntaba si sabía hacer determinado plato sabiendo cual iba a ser la respuesta. Era la contraseña para que Felipa se plantara en mi casa a hacer un gazpacho o un cabrito al horno. Su comportamiento era siempre el mismo, según entraba por la puerta se quedaba en pelota, acto seguido se ponía el delantal y se encerraba en la cocina. En alguna ocasión no había yo acabado de comer y ya tenía a Felipa sentada en mi polla para recibir lo que había ido a buscar.

Dos acontecimientos casi simultáneos vinieron destrozar la vida que yo llevaba.

Carmen recibió la noticia de que un hermano de su madre que había emigrado a México en los años del hambre en España, se había casado con la hija de un asturiano que era dueño de una pequeña fabrica de Tequila. Después de toda una vida de trabajo había amasado una más que considerable fortuna, y al no tener hijos había nombrado heredera a mi amante.

Ella me lo contó con lagrimas en los ojos pero dispuesta a viajar a Guadalajara en Jalisco a recoger lo que era suyo. Me juró que fuera cual fuera la herencia iba a volver porque no podía vivir sin mi.

Tuve la duda de si ahora que era rica iba a seguir compartiendo su vida con un cura que no tenía donde caerse muerto.

La ultima semana de Carmen en Écija fue una maratón del sexo. Ya ni nos molestábamos en tomar precauciones, hasta el punto de que ella se quedó a dormir en mi casa alguna noche.

No habían pasado ni dos semanas de su marcha cuando mi hermana Pilar me comunicó que había denunciado a su marido por malos tratos y que temporalmente se venía a refugiar a casa de su hermano, es decir a mi casa.

Esos dos sucesos cambiaron mi vida.

P.D. este relato está en Amor Filial aunque en esta primera entrega no aparece mi familia. Lo he hecho para evita que el relato fuera demasiado largo de leer como el último que he publicado: La perdida de la inocencia.

Agradezco mucho los comentarios y las valoraciones, y que más de 7 millones de  lectores me hayan leido.