Cunninlingus sublime
Una noche cualquiera. De un verano cualquiera. En un pub cualquiera. Cualquier cosa puede pasar...
Era una noche cualquiera. De un verano cualquiera. En un pub cualquiera de la capital. Pero no era una conversación cualquiera. Lo que empezó siendo una conversación trivial había subido de nivel. Las copas y el calor hacían efecto.
Me la habían presentado esa misma noche, Adriana. Una morena de infarto, con un cuerpo de escándado, unos ojos negros intensos y unas tetas sobre la 95 perfectas. Tenía pareja según me contó. Pero vivía en otro continente y se veían muy poco según decía. No estaba muy contenta con la relación.
Era amiga de una pareja con la que había quedado, que sabían que estaba de bajón y así salía y me animaba. Normal, el bajón, llevaba un mes sin disfrutar del sexo y me subía por las paredes.
La cosa había ido bien, con los típicos comentarios para caer bien. Había buen feeling, pero sin más. Sin ser una cita a 4 formidable, la cosa estaba animada. Aunque algo cambió radicalmente las perspectivas. De pronto y tras unas cuantas copas, todo hay que decirlo, no sé muy bien como salió el tema, pero ella empezó hablar de la proporción desfavorable entre hombres y mujeres que realizan sexo oral, insinuando que a los tíos no nos gustaba mucho comerlo y que si lo hacíamos era muy rápido y mal.
Se me iluminaron los ojos como chiribitas. Pasé de mirarla sólo como una chica muy atractiva, a mirarla como una chica muy atractiva, receptiva y con ganas de sacar temas jugosos, ergo probablemente, con ganas de un buen festín.
La cosa se calentó, se calentó demasiado. Unas frases clásicas por aquí, unas miradas intensas por allá, el calor que empezó a recorrer mi cuerpo pidiendo guerra, su sonrisa maliciosa aceptando el juego. Y al rato directos a los servicios. Un cerrojazo de libro con un magreo intenso. Todo aderezado con la música de fondo. El ir y venir de los tios para mear. Y nosotros a lo nuestro. Un calentón en toda regla que debía continuar con todo mi empeño el resto de la noche hasta caer rendidos.
Una hora después estábamos a solas en mi casa. Nos devoramos en el ascensor. La vibración del mismo era grande con nuestras sacudidas. Tanto como vibraba mi miembro.
Abrí la puerta y sin darla tiempo a nada la empotré nada más cerrarla. La desabroché el pantalón y la baje el tanga con mis dientes. Lamí un poco para ponerla aún más caliente. Me agarro la cabeza pero me zafé. Subí, la arranqué el sujetador y la comí las tetas.
Acto seguido me quitó toda mi ropa, la cogí a pulso y la penetré contra la puerta. Escuchando el ruido de su espalda crujir contra la madera. Cuando ya no aguantaban mis brazos la llevé al sofá, de pie, apoyada contra la parte trasera del mismo y haciendo una V invertida, con sus manos sujetándose en los laterales como podía.
La metí una follada como se merecía una diosa como ella. Agarrándola fuerte de las caderas. Mordiéndola el cuello. Penetrando cada vez con más y más fuerza. Las patas del sofá chirriaban, se arrastraban suplicando sobre el parqué, hasta chocar contra la típica mesita de cristal del salón. No importaba, sólo quería seguir y seguir dándola duro. Ella gemía. Yo seguía. La mesita empezó a moverse también. La potencia era incontrolada. Parecía que el salón iba a quedar redecorado esa noche. Cada vez avanzaban más los muebles ante el empuje de mis penetraciones sobre su delicioso cuerpo. Última etapa: la mesita movida por el sofá movido por su cuerpo movido por mis impactos desenfrenados chocó contra el cristal de la puerta de la terraza. Llevábamos un rato en esa posición. El cristal era el límite. Quería continuar pero una cosa era poner todo patas arriba y otra cargase toda una cristalera.
Cesé las embestidas. Necesitaba parar un poco. Se giró y me miró con la clásica cara de vicio pidiendo más guerra. La miré fijamente, la tumbé en el sillón, me puse de rodillas.
Era hora de echar por tierra la teoría infundada de que a los hombres no nos gustaba hacer un buen cunninlingus:
Clavé mi mirada en ella. Aún jadeada por el empotramiento contra el sofá, al igual que yo. Bajé lentamente por su vientre, lamiendo en forma de S, de un lado a otro, muy lentamente. Ella se empezó a morder los labios. Sabía lo que venía. Era irremediable. Era incontrolable. Ambos queríamos. Así que sin más dilación llegué a su clítoris y lo empecé a lamer con la puntita de mi lengua. Lo saboreaba. Lo veneraba. Lo disfrutaba. Sus ojos se abrieron de par en par. Un par de dedos ayudaron en la acción. Estaba más que empapada. Entraban y salían con gran facilidad mientras mi lengua seguía ocupada en su zona X. Así estuve unos minutos hasta que puse mis labios contra los suyos, ella agarró mi cabeza y la hundí mi lengua hasta lo más hondo que pude. Primero recorrí todo lentamente, sintiendo su calor en toda mi boca. Con mi nariz tocando su clítoris, mis labios una continuación de los suyos. Sus gemidos apenas me los escuchaba de lo concentrado que estaba. Agarré sus nalgas con mis manos para poder apretar bien contra mi cara. Ahora podía llegar más lejos. Saborear más sus jugos. Jugar más con sus pliegues internos. Ahora sí podía escuchar bien sus gemidos. Cada vez más entrecortados. Cada vez más fuertes. Sus manos empezaban a apretarme más. Se aferraban a mi pelo hincando más y más sus dedos en su deseo de dejarme salir hasta terminar. “Tus deseos son órdenes” pensaba internamente mientras proseguía mi labor de demolición oral.
Palpitaba, sentía como estaba a puntito de estallar. Paré obligado. Mal momento. Pero necesitaba respirar de verdad un par de segundos. Volvía a la carga. El séptimo de caballería tocaba a zafarrancho y su arma más letal estaba en la punta de la lengua. La hundí otra vez. Gemía y gemía. Intentaba decir algo, pero sus palabras se entrecortaban con gemidos. Hablaba en arameo. No la entendía. ¿A quién le importaba? Seguí mi deliciosa lamida. Implacable. Incansable. Era hora de aumentar el ritmo. De atacar con todo. Mis dedos se mezclaban en su interior con mi lengua. Entraban unos y saliá lo otro. A veces coordinados. A veces a la inversa. Mi barbilla goteaba sin parar y apenas podía tragar. Mi cabeza entera retrocedía y empujaba como si un ariete quisiera derribar la muralla de una fortaleza. Mis manos apretaban con fuerza su culo. Ella apretaba y apretaba cada vez más. No soltaba mi cabeza. Parecía que me fuera a estallar de la fuerza que hacía sobre mi. Daba igual. Ya no importaba nada. Sólo terminar esa gloriosa comida. Y tras un buen rato pegó un gemido tremendo y estalló. Glorioso. La recompensa al trabajo bien realizado. Mi boca inundada y mi lengua destrozada de tanto lamer y penetrar.
Nos miramos. Nos besamos apasionadamente con sus restos aún en mis labios. Uuummmm, delicioso.
La noche no había terminado. Necesitábamos un receso para poder continuar lo empezado. Pero eso es harina de otro costal….
Espero que les haya gustado a ellas y ellos y que lo estéis disfrutando aún.
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