Cuñados (1)

Casi nada de esto ha pasado. Para ti este pequeño regalo, oculto a la luz del día, por si acaso visitas estas páginas.

Todo empezó un sábado por la tarde

Elena y yo, Alfonso, 41 y 42 años, siempre hemos tenido una buena relación con su hermana Ana y su marido Juan, un año más mayores. Ambas chicas son delgadas, con bonitos ojos avellana, pelo fino castaño con media melena, el de Elena un poco más claro y más corto,  pechos erguidos y no muy abundantes y traseros bien delineados. Ana es un poco más bajita que Ana, y las dos se conservan muy bien y además tienen mucho duende. Elena suele llevar falda pero Ana no, aunque por las pocas veces que la lleva ya sabía que sus piernas son preciosas, y sus brazos y sus manos también lo son. Como muchas veces lleva sandalias, siempre me he fijado en sus cuidados pies, que me parecen muy eróticos. Mi encantadora cuñada siempre ha estado en mis fantasías secretas, claro. Hemos cenado muchas veces juntos y también compartido unos pocos viajes, y ya en el momento de empezar esta historia nos teníamos mucha confianza.

Entre mi cuñada Ana y yo hay buena química y siempre la he querido mucho, quizá un poco más de lo que debiera. Procuraba no mirarle mucho a los ojos, siempre he pensado que eso con ella sería peligroso. Cuando nos veíamos siempre procuraba darle un par de besos, a veces un poquito cerca de la boca. Ni a Elena ni a Juan eso les gustaba mucho, eran algo celosos por eso de estar en familia, pero creo que ellos hacían lo mismo. Cuando nos juntábamos los cuatro no era extraño que nos tocáramos brevemente las manos, los brazos, la cintura o el hombro, siempre guardando las distancias, por supuesto. Nunca habíamos hablado de sexo, en la vida, era un tema tabú en nuestras frecuentes conversaciones de cuñados.

Aquel sábado de verano tuvimos que ir a imprimir un papel a su casa, porque se había acabado el toner de nuestra impresora, y al día siguiente iba yo a Madrid y tenía que llevarlo. Elena llamó a Ana y ella le dijo que pasáramos pronto, porque tenían cena con sus amigos, Curro y Conchi y Alberto y Loles, dos parejas del barrio a las ya que conocíamos de otras veces y con las que ellos solían cenar una vez al mes.

Como volvíamos del campo nos retrasamos un poco, y ya era tarde, pasadas las siete, cuando llegamos. Las tres chicas estaban muy elegantes, con los labios pintados, camisas ligeras y faldas, y ya tenían aperitivos en la mesa puesta en el sótano. Al llegar nos dimos todos unos besos. A Ana, muy guapa y con camisa y falda, cosa rara en ella, se le veía tensa, y yo pensé que no entendía bien porqué. Curro y Alberto insistieron mucho, sobre todo a Elena, que ya se sabe quién manda en las parejas, en que nos quedáramos a cenar y a ver una película. La verdad es que no nos apetecía demasiado después de todo el día andando, pero yo me hubiera quedado, desde luego.

Fue Ana quien cortó la conversación, de forma un poco tajante. “Se tienen que ir ya, él tiene viaje mañana”. Todos nos quedamos un poco cortados durante unos segundos, pero luego enseguida se diluyó la cosa, imprimí el papel, nos despedimos y nos fuimos para casa. En el trayecto, recuerdo haber pensado que sabía Dios lo que iba a pasar esa tarde-noche en aquella casa. Elena debió pensar lo mismo, porque que le vi un principio de sonrisa, pero ya no comentamos nada más en el coche.

Aquel sábado noche

Ana temblaba, poseída desde atrás por Curro, que le estrujaba sin pausa, de forma casi violenta, sus preciosos pechos. También follando, todos desnudos, estaban Juan con Loles y Alberto con Conchi. Aquellas cenas eran parecidas desde la primera vez, cuando el alcohol, una conversación picante y un no te atreverás hizo que todo cambiara. Aquella primera noche ellas pusieron condiciones, cada una las suyas, y Ana, la menos lanzada, dijo “Nada de besos en la boca, nada de sexo con la boca ni por el culo”. Y tras de cada una de aquellas cenas, una vez al mes desde hacía ya seis, ponían en la tele una película erótica, y poco después se le acercaba o Curro o Alberto, la desnudaba y a la vez ella desnudaba a su pareja de aquel día. Las manos ansiosas de su amante de turno le quitaban blusa y falda, le soltaban el sujetador y le bajaban las braguitas, acariciando febrilmente su sedosa y tersa piel a medida que iba quedando descubierta. Las de ella abrían botones y cremalleras, bajaban el boxer y acariciaban golosamente el fuerte pecho, las fibrosas nalgas y el hermoso sexo viril sin depilar. Había fantaseado a solas con tener amantes durante años, y ahora que los tenía le gustaba aún mucho más de lo que había imaginado.. Jugando lascivamente con su vecino, los dos ya desnudos y piel contra piel, él le rondaba su prohibida boca, le besaba orejas y cuello y acariciaba sus pezones y su cintura y ella sentía que su sexo se fundía. Luego él la cogía de las caderas de frente o por detrás, y tras acercar su sexo al suyo buscaba con su verga llena de deseo la entrada de su coño, siguiendo el rastro de sus jugos. Entonces la poseía y le iba dando placer largo rato con sus viene y va, a la vez que le estrujaba las tetas, mientras ella trataba de apretar su miembro con sus músculos vaginales, y al final ella se corría violentamente. Al poco, su otro vecino se le acercaba encelado y también la montaba, su sexo ya inflamado y abierto, y le daba de nuevo placer entrando y saliendo, mientras lamía y mordisqueaba sus orejas y le ordeñaba con fuerza las tetas, y ella acariciaba su piel, apretaba y apretaba su polla y se corría otra vez. En cualquier orden, con Alberto cariño y sexo, con Curro posesión y sexo. Y mientras ella se ofrecía a sus vecinos, su marido follando allí cerca con sus dos amigas. Sexo tan diferente del suyo conyugal, con dos hombres en cadena tan distintos, ambos hambrientos de ella tantos años y ahora dichosos de poseerla, primero deseando visitar otra vez su piel y entrar en su cálido coño, luego llenándolo hasta el fondo y al final vaciándose en él, quien lo hubiera dicho hace sólo unos meses. Y ella disfrutando cada momento de cómo la follaban y los follaba ella y del alud de semen caliente derramado en sus entrañas, como había imaginado tantas veces en su mente desde que los conocía. Pero siempre reservando algo, como en un sueño, y hasta entonces nunca un solo beso en la boca, con ninguno de los dos, nunca un lametazo en sus sexos ni en el suyo.

Las dos parejas

Nuestra pareja no es convencional, sino más bien abierta en comparación con la media. El primer intercambio lo hicimos cuando Elena tenía 26 y vivíamos en Australia. Llevábamos un par de años juntos, y aún estábamos aprendiendo. Unos amigos de allí nos invitaron a cenar en su casa, el pobre estaba prendado hasta las cejas de Elena y a ella le gustaba él, vimos una película subida de tono, un poco de whisky, unos botones desabrochados, unas risas, unas caricias, un primer beso, un segundo ya jugando con sus lenguas, y una cosa llevó a la otra, y acabamos durmiendo allí aquella noche. Con las parejas cambiadas, claro. A mí me gustó la experiencia, y a ella también. Eso me dijo al día siguiente, que le encantó hacer el amor con otro hombre, tan rubio y tan alto, sus sabores y su tacto y sus caricias tan distintos a los míos, y también me dijo que quería seguir haciéndolo, siempre y cuando yo siguiera con ella. Y como a mí siempre me había resultado excitante pensar en compartirla, y la mujer de nuestro amigo era también preciosa, le di mi permiso entre besos. No sólo repetimos la experiencia algunas veces en ambas casas, sino que además él fue su amante devoto durante aquel año y medio. Una tarde nos acompañó a casa, ella se puso cariñosa con él y acabaron besándose y haciendo el amor delante mío. Desde entonces, él venía a nuestra casa un día después del lunch, casi todas las semanas, sin que lo supiera su pareja y mientras yo estaba en el trabajo, y follaban con pasión una hora u hora y media, en nuestra cama o nuestro sofá, o en el baño o sobre la moqueta. Unas pocas veces llegué antes de que él se fuera, y les vi despedirse como los amantes que eran, fundiéndose en caricias y abrazos y besos con lengua, porque ella se da siempre por completo aunque sea en mi presencia, y a mí me encanta verla así y ella lo sabe. Recuerdo el color de sus pechos y su sexo aquellas tardes en las que había amado, aún enrojecidos por la exigencia de las manos y la boca de nuestro amigo.

No fue esa la única aventura en aquellas tierras lejanas. Elena hizo amistades, y una tarde salió con una amiga asiática, delgadita y de muy poco pecho pero de muy buen ver por cierto. Llamó diciendo que no la esperara para cenar, y efectivamente llegó de madrugada. No me dijo nada aquella noche, pero al día siguiente me confesó que había compartido cena, champán, cama y fluidos con su amiga y también con su marido, un chico grande de raza negra. Su primer trío. Unas semanas después compartimos los dos a su preciosa amiga en nuestra casa, el segundo trío para ella y el primero para mí. Aquellos tríos interraciales se repitieron un par de veces aquel año.

Un amigo de España vino a visitarnos un par de semanas, y tomamos unos días de vacaciones para ver aquellas tierras, con un coche alquilado y de motel en motel, en habitación triple para que fuera más económico. Hacía mucho calor y ella llevaba aquellos días camisetas amplias con tirantes, con hueco por debajo de los brazos y sin sujetador, con lo que ver su pecho era muy fácil, sólo había que ponerse a su lado y acompañarla un rato. Prácticamente llevaba las tetas, pequeñas y erguidas, completamente al aire. Todo eran risas y buenos ratos entre los tres, y ella estaba encantadora. Él la miraba cada vez más embelesado, me di cuenta de que el muy cabrón empezaba a enamorarse. Una noche nos quedamos viendo la tele en la habitación del motel, y lo que parecía un film entretenido resultó ser una película erótica con un grupo de hippies compartiendo colchoneta en una furgoneta Volkswagen. Totalmente inesperado. Elena y yo a su derecha en nuestra cama doble grande, y él en la supletoria, tres metros a nuestra izquierda. Hacía calor, y Elena llevaba sólo una camisola de tirantes con botones y la braguita, y nosotros los boxers. Vimos que él se cubría con la sábana, fruto evidente del calentón que tenía, mirando la película y además a Elena, esa preciosa amiga tan calientapollas, ahí cerca. Yo le di un beso a ella en los labios, y ella me metió la lengua y me di cuenta de lo caliente que estaba. Le dijo sin mirarle “Desde ahí debes ver mal, aquí hay sitio para los tres”, con voz un poco ronca. Él vino y se puso a su izquierda, le dio las gracias y también un beso en el hombro desnudo. Ella dijo, mirando la tele, “Hace calor”, se desabrochó un par de botones de la camisola, y seguimos mirando cómo se besaban los chicos y chicas de la película, mientras la comentábamos los tres. A la vez, le íbamos acariciando los dos suavemente el pelo de vez en cuando, dándole besos en los hombros y los brazos, cada uno por su lado. En la tele ya todos estaban retozando en la misma cama. Un minuto después él ya no pudo contenerse, y de repente se le acercó, le comió la boca y ella le respondió con ganas. Cuando acabaron el beso, mientras ella me miraba a los ojos sonriendo, desabroché despacio el resto de botones de su camisola, la abrí descubriendo su cuerpo, y le dije a él “¿Te parece bien la mitad para cada uno?”, mientras pasaba despacio mi dedo índice desde su frente, por su nariz, sus labios y su cuello, entre sus pechos, por su ombligo y su monte de Venus, y después, arrastrando sus braguitas, por la hendidura de su sexo. Le hicimos el amor durante horas, turnándonos en su coño, su boca, sus tetas, su culo, sus manos y toda su piel. Me despertó el ruido de la ducha donde los dos estaban comiéndose a besos cubiertos de jabón.

Durante los diez días siguientes la compartimos, comportándose ella en privado y en público igual con los dos, con besos, abrazos y casi siempre cogida de la mano con uno u otro. Algunas veces, enlazada con ambos por el talle y dándonos besos húmedos por turnos, lo que hizo volver más de una mirada. Hizo el amor con los dos cada día, juntos o separados, y, tras volver a casa, un día también dedicó un par de horas a su amante local. En una sola jornada hizo el amor con tres hombres, una primera vez para ella, algo que no ha vuelto a repetir hasta hace bien poco. Aquella noche salimos y estaba más guapa que nunca. Una joven feliz, colmada sexualmente, amando sin límites a sus hombres, y nosotros a su lado disfrutando verla así, puro amor y puro sexo. Esos días fueron tan intensos que desde entonces ella y mi amigo no han podido dejar de ser amantes, aunque sólo sea un par de veces al año, hasta hoy mismo. Los dos me tienen dicho que sus polvos siempre han sido extraordinarios.

Al volver animé a Elena a tener amantes, y ella, que ya se había acostumbrado a tenerlos estando fuera, me hizo caso enseguida. Desde entonces ha tenido tres frecuentes, más o menos una vez al mes, que le han durado varios años. Todos tuvieron que aceptar que ella era libre y no sólo suya. Con el primero, su jefe de departamento, empezó poco después de volver a España, con 29 añitos, y lo mantuvo unos cinco hasta que él se fue al extranjero. Casado y veinte años mayor que ella, aunque bien conservado, le gustaba y tomaron café y almorzaron juntos muchos días. Se dejó cortejar, se conocieron y se entendieron, teniéndome al corriente de todo desde el primer día. Él intentó poco a poco llevársela a la cama, y ella le fue dando esperanzas. Cuando lo vio enganchado, lo calentó confesándole que teníamos una relación abierta, y le preguntó tímidamente si querría aceptar compartirla. Él le dijo que claro que sí y se dieron un primer beso furtivo. Pocos días después fueron a un hotel una tarde, y allí quedó atrapado. Algún rumor habría en el trabajo, pero nadie tuvo sospechas serias y menos siendo yo quien iba a menudo a buscarla. Quién podía pensar que una tarde al mes aquel señor tan serio y aquella chica tan prometedora repasaban un par de horas el Kamasutra, página por página, en un discreto hotel de las afueras. Según ella, aquellos años aprendió mucho de su maestro.

El segundo lo tomó a los 33 y fue un ejecutivo soltero y de porte atlético, vecino de nuestro edificio. Coincidió con el primero un año y le duró otros cuatro, hasta que él entró en una relación que no le permite esas travesuras. Ya le gustó en el gimnasio al que iban, me dijo que le parecía que estaba buenísimo, hablaron un poco y él le invitó a tomar café en su casa. No aceptó a la primera ni a la segunda, pero sí a la tercera, como ya me había anticipado, tras de decirle el tipo de relación que teníamos. Ni siquiera llegaron al salón, se morrearon al cerrar la puerta y follaron de pie junto a la entrada. Como ella me dijo, una máquina de follar. Ése fue un tanto especial, porque quedaban en el piso de él, a pocos pasos del nuestro, y también porque si coincidían en el ascensor lo convenido era que si no había más personas se pudieran dar un buen beso de tornillo, aun estando yo delante. Eso la dejaba a cien, porque siempre le ha gustado que yo la vea compartida. Unas pocas veces ella le invitó a cenar a casa y acabó follando con los dos, tras irse desnudando poco a poco entre plato y plato. Los entrantes con un vestido corto, el plato principal en ropa interior, y el postre sólo con las braguitas, dejándose al final poseer sentada en su regazo mientras me miraba. Esa mirada suya fundiéndose en un largo orgasmo, empalada en su amante mientras él le estrujaba los pechos con sus manos, era para mí la más erótica del mundo..

El tercero, cuando ella tenía 36, fue un colega casado de otro departamento, de físico más bien corrientito, que coincidió con el segundo dos años y es su amante desde hace ya cinco. Ya habían hablado muchas veces, y ella me había dicho que seguro que lo haría suyo en cuanto pudiera, porque le gustaba y además él también tenía una relación abierta con su mujer. Así que en una convención tomaron unas copas, ella la invitó a su habitación y pasaron la noche juntos. Desde entonces son los mejores amigos cada día y fieles amantes una vez al mes, por lo general un par de horas una tarde entre semana, en un hotel del centro en el que se puede subir directamente desde el aparcamiento.

Otros tres han sido menos frecuentes, amigos con derecho a roce una o dos veces al año, incluyendo el que vino a Australia, un amigo suyo cubano de color que ya volvió a su tierra y también su ginecólogo, que tampoco pudo resistirse a sus encantos, y que aún la visita, y en profundidad, un par de veces al año. También ha hecho, ocasionalmente y siempre contándomelo enseguida, unas cuantas locuras de unas pocas horas con media docena de afortunados, estando de viaje en España o en el extranjero, incluyendo una vez un trío con dos de ellos. Mostrar casualmente el número de su habitación a colegas que le gustaban por una u otra razón, abrir la puerta a su llamada y disfrutar de sexo impetuoso y urgente. En esos casos nunca ha repetido aunque insistieran, hubiera sido demasiado complicado.

Ahora mismo, a sus 41, sigue viéndose con tres de sus amantes, su amigo y colega casi todos los meses y otros dos sólo un par de veces al año, el de Australia y su ginecólogo. Para ella cada una de esas citas supone una inyección de belleza, se prepara y cuida para ellas, los aprovecha a tope dándose entera y vuelve feliz y radiante, rojos sus labios y su sexo. Al volver me da un beso húmedo, dándome las gracias por dejar que la comparta así, casi siempre diciéndome que ha gozado mucho y contándome todo con pelos y señales. Algunas veces juega al antes y al después enseñándome las señales del amor en su cuerpo, y un par de veces tuve que curar las marcas que había dejado en sus pechos alguno de los no habituales. Lo entiendo, hay ocasiones que no se vuelven a repetir, no es una mujer demasiado fácil y quizá no la puedan tener otra vez a disposición de su boca.

Ya cuando pasó lo de aquel domingo teníamos una pareja de amigos de toda la vida con los que hacemos intercambio de vez en cuando. La primera vez surgió en un viaje hace tres años, bromeando sobre dormir la siesta con la pareja cambiada, no os atreveréis, vosotros tampoco, pues claro que sí.. Ellas hablaron en un aparte en el pasillo del hotel, y Elena se acercó a mí, me dijo al oído, “Vete con ella, yo a éste le voy a dar unas clases”. Le cogió a él de la mano y se lo llevó a nuestra habitación, y yo le ofrecí mi mano a nuestra amiga y entramos en la suya. Allí nos miramos a los ojos sonriendo y nos quitamos la ropa en silencio, descubriendo nuestros cuerpos por primera vez. Me encantaron su pecho grávido y turgente, bastante más abundante que el de Elena, con areolas y pezones claros y pequeñitos, y el vello natural, rubio y enmarañado de su sexo, y a ella le gustó el mío casi depilado. Nos abrazamos tiernamente ya desnudos, con lo que aspiré el aroma de su perfume en su cuello y su pelo, entramos en el baño de la mano, nos duchamos enjabonándonos con cariño el pecho y los sexos el uno a otro y nos dimos los primeros besos. Casi sin secarnos fuimos hasta la cama abrazados e hicimos el amor una hora larga. Yo sabía, por lo que me había contado él, que nunca habían hecho sexo oral, pero me atrajo hacia sí cuando acerqué mi boca a su jugoso coño y aceptó gustosa mi verga en la suya. Al rato, se corrió entre espasmos varias veces mientras yo la devoraba y segundos después se tragó entera mi corrida. Descubrí una fogosa amante en una amiga, y lo mismo le ocurrió a ella conmigo. Salimos al pasillo enlazados del talle, y les vimos salir a Elena y a él de la misma guisa y sonrientes, él cogiéndola del hombro y ella con la mano en su cintura. Sus labios sin pintar muy rojos, claro, de tantos besos. Él me contó después que había gozado lo indecible vaciando sus cojones en su boca, y que nunca había hecho algo así. Esa misma noche pudo hacer lo mismo con su chica. Desde ese día, somos no sólo amigos íntimos sino también amantes sin compromiso, de toda confianza, una buena solución estable para tener sexo relajado fuera del matrimonio cuando nos apetece, que suele ser cada pocas semanas. El segundo año, probando lencería, las chicas se animaron poco a poco a hacer el amor entre ellas, y ahora les encanta también jugar a ser amantes.

Así pues, al principio de esta historia Elena hacía el amor conmigo un par de veces por semana, y una vez al mes con dos o tres hombres más y con nuestra amiga. Según mis cuentas, que nunca se sabe, ya lo había hecho en total con dieciséis hombres y dos mujeres. Yo, aparte de las compartidas con ella, sólo había tenido un par de experiencias más, una de ellas de varios años, especial e inolvidable con una amiga del trabajo. Siempre ha estado en mis fantasías tenerlas juntas a las dos, a ella y a Elena, entre mis brazos, pero nunca pudo ser.

Por el contrario, la vida sexual de mis cuñados no parecía muy activa. Hacía unos años Juan me había dicho que Ana era muy tímida y recatada, y que no le dejaba practicar sexo oral, ni verla desnuda cuando hacían el amor. Había sido más caliente de joven, pero de aquello hacía ya tiempo. Yo le había comentado una vez, medio en broma medio en serio, una tarde tomando unas cervezas, que podíamos cambiar de parejas alguna vez, que seguro que a Elena le parecía perfecto porque él también le gustaba, pero a Juan no le había parecido nada bien, me dijo que era muy posesivo y que Ana era sólo suya. Yo traté de explicarle lo que se perdía no haciendo el amor con Elena, lo que a ella le gustaba el sexo oral y que seguro que les encantaría a los dos, pero se cerró en banda, y ahí quedó la cosa.

Cartas boca arriba

Al volver yo del viaje el lunes, pasó a verme Juan un rato, mientras Elena estaba trabajando. Me dijo que Ana quería disculparse con nosotros, y que ya había quedado con Elena para hablar al día siguiente. También me dijo que a Ana no le había parecido bien que nos quedáramos a cenar aquel día “por lo que iba a pasar”, pero que luego había pensado que no nos había tratado bien. Cosas de chicas, le dije, a mí no me había parecido brusca, sin poder evitar una sonrisa. Él me dijo que ya se contarían ellas lo que tuvieran que contarse, pero que quería sincerarse conmigo, y que lo que había pasado es que de vez en cuando organizaban aquellas pequeñas cenas carnales. Así que me lo contó todo, incluyendo los detalles.

Que la primera vez fue hacía seis meses, cuando tras unas copas las tres chicas habían enseñado las tetas en una apuesta, y que después quisieron que todos se las tocaran para ver quien tenía la piel más suave. Y que luego, tras de alguna copa más, se desnudaron, y que entonces hablaron de follar entre todos, y que a las tres, incluyendo a su recatada Ana, oh sorpresa, les pareció bien hacerlo, aunque pusieron sus condiciones. Ana fue la más restrictiva, mientras que Loles y Conchi fueron un poco más abiertas y no pusieron reparos en darse besos con cualquiera, aunque también estuvieron de acuerdo en que sus culos y sus bocas estuvieran fuera del rango de acción de los sexos masculinos. Ninguna de las tres parejas practicaba sexo oral ni anal, así que tampoco eran grandes exigencias. Así que lo hicieron aquella noche, y desde entonces una vez al mes, la última fue la sexta, y que cada vez su tímida Ana había follado con sus dos vecinos y tenido múltiples orgasmos, lo que la volvía loca, y que hasta ellos solos lo hacían más veces en casa, porque ella volvía a estar caliente con frecuencia. También me contó que les hubiera encantado, tanto a Curro como a Alberto, que nos hubiéramos quedado aquella noche. Como dijo Curro, “Para poder joder con Elena, que está muy buena y seguro que folla muy bien y chupa polla, no como otras”. Yo pensé que qué razón tenían, y le pregunté, “¿Y a ti no te apetece follar con tu cuñada?”, y él me dijo que “Claro, cómo no, un poquito, aunque no sé si ella querría..”, a lo que yo le contesté “Te quiere mucho y además me parece que le pones, ya te lo dije”, y él sonrió. Lo que cambian las cosas en poco tiempo.

Al día siguiente, Ana quedó a comer con Elena en su casa y le confesó lo que hacían en aquellas cenas. Así que Elena también le contó todo lo que hacíamos nosotros, incluido lo de los intercambios pasados y presentes y lo de sus múltiples amantes, y Ana se quedó de piedra, aunque más tranquila al ver que al fin la más degenerada no era ella. Dieciséis hombres a tres iba perdiendo.. Quedaron en que vendrían los dos a nuestra casa por la tarde. Allí, tomándonos un café, Ana me pidió perdón por ser tan brusca y nos dijo que después de todo hubiera sido mejor que nos quedáramos para agregarnos al grupo, porque tanto los chicos como las chicas nos tenían unas ganas locas. Nunca había oído hablar así a mi tímida cuñada. También nos dijo riéndose que claro, también había pensado entonces que vernos así todos sin ropa por primera vez, con más gente, y hacer el amor, hubiera sido un poco chocante. Nos miramos Elena y yo, y le dije a Ana fingiendo sorpresa “¿Pero entonces, quieres decir que todos con todos..?” Ella se puso coloradísima, y dijo algo así como “Bueno, no, vosotros, ellos, ehh.., nosotros y vosotros no necesariamente..”. Elena le cogió la mano riéndose, y le dijo “Pues claro que sí, nosotros y vosotros, eso sería estupendo, ¿no?”, mirándole a los ojos primero a ella y luego a Juan. Después dijo que lo mejor sería, si les parecía bien, que quedáramos una vez a cenar las dos parejas solas “en ese mismo plan” para no pasar ese trago delante de los otros, y que luego ya pensaríamos si íbamos a una cena con sus amigos. Ana dijo “Bueno, si os parece bien..” y Juan “Por mí encantado..”, así que quedamos en cenar en su casa los cuatro ese mismo fin de semana.

Elena fue con Juan a ayudar a llevar las tazas a la cocina, y Ana y yo nos quedamos solos. Nos miramos a los ojos y sonreímos, y ella se puso otra vez muy colorada. Yo le dije “Vaya sorpresa, cuñada, no me imaginaba que te gustaran esas cosas”, mirándole sin querer el pecho en el que resaltaba un poco la huella de sus pezones, a lo que ella contestó “Yo tampoco sabía que le consentías todas esas amistades, cuñado”, mirándome sin querer la entrepierna. Yo le dije “Es que le quiero mucho, sabes,.. bueno, a ti también, claro”, y ella contestó “Y yo a ti también, no te creas”, temblándole un poco la voz. Entonces ella comentó “Desde este sábado la relación entre nosotros dos será diferente, ¿no?”, y yo le dije “Me temo que bastante diferente, sí, imagínate, igual somos amantes..”, y ella “Ya imagino, ya, lo que es imaginación no me ha faltado nunca, querido..”, y los dos sonreímos. Al despedirnos, cada uno le dimos un tierno abrazo a la chica del otro, y también, por primera vez, un piquito en los labios, sin abrir la boca, pero sonriendo. Sus dulces labios me supieron a gloria.

Aquella noche Elena me dijo que le excitaba mucho aquello, hacer el amor con su cuñado junto a su hermana, y que creía que también estaba un poco colada por él. Y también me dijo “A ti también te gusta mi hermana, ¿no?” Y sin esperar respuesta me dijo que también le ponía hacerlo con Alberto que era tan fuerte, con esa musculatura tan definida, tan cortés y cariñoso, y sobre todo con Curro, ese macho grande y velludo, tan dominante por lo que le había contado su hermana, que lo sabía muy bien porque la poseía hasta el fondo de su matriz una vez al mes, y desde entonces a ella le había aumentado la libido un montón y no podía dejar de pensar en el sexo, tanto que creía que con Juan y sus polvos cada quince días ya no le iba a ser suficiente. Vaya con mi cuñadita.. A Elena le apasionaba que la dominara Curro, y sólo contándomelo y con su sexo cogido por mi mano tuvo un orgasmo de los largos mientras me besaba con pasión. Yo creía, por lo que sabía, que Elena nunca había sido sumisa ni conmigo con otros, pero ya lo dudaba, quizá tenía que haberlo sido con alguno estando de viaje.

Compartiendo cuñados

Ese sábado, Elena se preparó para la cena duchándose y lavándose el pelo, y le vi que salía en tanga y sujetador de encaje blancos hacia el dormitorio, mientras me lanzaba una sonrisa por el pasillo. Se puso una blusa de seda roja, una falda negra corta y zapatos bajos como casi siempre. No pude por menos que darle un beso de tornillo en el ascensor, con una cierta presión en mis vaqueros azules. Naturalmente, ella ya lo esperaba y llevaba la barra de labios en el bolso, rojo encendido, para repintarse en el coche. Al llegar a casa de mis cuñados, sobre las siete, fue Ana quien abrió la puerta mirándome directamente a los ojos, con una blusa malva, falda gris oscura corta, sandalias con las uñas de sus pies pintadas de carmesí y pintalabios del mismo tono, con Juan a su lado, en vaqueros y camisa azul, igual que yo. Entramos y ellas se dieron un par de besos y Juan me dio la mano y se cruzó a mi izquierda para darle un beso a Elena. Giraron un poquito sus cabezas y se besaron con las bocas abiertas por primera vez, acariciando sus labios y sus lenguas unos segundos, con Ana y yo mirándoles. Se separaron, y entonces Ana y yo nos acercamos y nos dimos un beso parecido. Para mi sorpresa, fue Ana quien primero adelantó su lengua. Su boca me pareció deliciosamente cálida, dulce y acogedora, y su lengua suave y vivaracha acarició la mía. Entramos en casa, ya enlazadas por el talle las dos nuevas parejas, ellos abrazados muy juntos y dos pasos por delante. Mi mano derecha se posó en la cadera de Ana, que me pareció encantadora, ella puso su mano derecha sobre mi pecho y yo mi izquierda sobre la suya, que caliente al tacto ceñía mi cintura. Esos momentos, los primeros en los que Ana y yo y Elena y Juan fuimos ya amantes, sin habernos quitado aún la ropa, serán siempre inolvidables.

Preparamos la mesa, pusimos los entremeses y abrimos los vinos, y elegimos una música suave, aprovechando cualquier ocasión para acariciarnos con cariño unos segundos al pasar, como si las dos fueran nuestra pareja. Mientras comíamos, Elena le cogió la mano a Juan y se la besó y lamió un poco, metiéndose un par de sus dedos en la boca, y al verlo Ana la imitó e hizo lo mismo conmigo. Al levantarse a por el pescado, Ana me dijo que le ayudara, y al llegar a la cocina se me acercó, me echó las manos al cuello, abrió su boca y me dio un beso con lengua, largo y cuidadoso, mientras nos abrazábamos. Me dijo con voz un poco ronca “Que ganas tenía, ya era hora, cuñado”, y yo “Siempre te he deseado, preciosa”. Al llegar de vuelta a la mesa, Elena estaba sentada a horcajadas encima de Juan, que le acariciaba sus nalgas con la falda subida hasta casi las caderas, mientras se comían las bocas en un beso de los que da ella. Ana les dijo “Vamos, chicos, que el pescado es antes de la carne, ¿no?”, y ellos se desmontaron sonriendo. En la cena las dos chicas desabrocharon un poco sus blusas, dejando ver Ana el encaje negro del sujetador y Elena el suyo blanco. Un rato después se levantaron, se hablaron al oído, se quitaron sus tangas con gesto lascivo y, riendo, nos dijeron a sus respectivos cuñados que los usáramos de servilleta, cosa que hicimos desde ese momento. Mientras comíamos, cada poco les dábamos besos a cualquiera de las dos.. Al terminar, nos levantamos e inesperadamente fueron ellas las que se dieron un beso con un poco de lengua mientras nos miraban. Bailamos un poco con nuestras cuñadas besándonos, mientras acariciábamos sus suaves culos desnudos y ellas hacían lo mismo con nuestras nalgas por encima del pantalón.

Ya en los sofás, con los dulces y el vino espumoso, fue cuando nos desnudamos, retiramos blusas, faldas y sujetadores, liberando sus pechos, y vi por primera vez que Ana los tenía preciosos, turgentes y un poco más grandes que los de Elena, también con areolas pequeñas y elípticas, morenas claras, y pezones redondos y un poco más largos que los de su hermana. Vi en Ana la misma piel fina y sedosa de Elena, y también el vello de su sexo recortado del mismo modo como un jardín, así que pensé que lo habrían organizado antes entre ellas. Bebimos vino de las bocas de las dos y jugamos haciendo correr hilos del dorado líquido con sus burbujas, desde sus bocas, por el canalillo de sus tetas y hasta sus coños entreabiertos. Acariciamos cada centímetro de sus cuerpos, que eran tan deseables como habíamos imaginado en nuestras fantasías, mientras ellas hacían lo mismo con los nuestros. El culo de Ana me pareció precioso y su blanca piel suavísima, y lo mordisqueé jugando. Un poco de vino cayó a sus pies desnudos, y tuvimos que chupar bien sus dedos para limpiarlos.

Aquella noche, ya en la cama grande del dormitorio, Ana participó en un 69 por primera vez, abriéndome su sexo y dejándoselo comer mucho rato, ofreciéndome su clítoris hinchado que trabajé con ansia con mi lengua mientras ceñía sus pechos con mis manos, y dejándome además lamer su ano. Se corrió largamente gimiendo, por primera vez englobando en sus manos y mamando como mejor supo su primer sexo masculino, el de su cuñado. Elena, por supuesto, dejó extasiado a Juan con un 69 prolongado y experto, haciéndole eyacular al final copiosamente en su boca mientras ordeñaba sus cojones, recién rasurados para la ocasión, para vaciarlos del todo. Juan hizo lo que pudo, aprendiendo sobre la marcha a comerse el chorreante sexo. Ella se tragó hasta la última gota de su semen mientras se corría también gimiendo y Ana la miraba extasiada, aprendiendo con mi polla erecta entre sus labios. Segundos más tarde ya no pude aguantar más y me corrí en su boca mientras ella tenía un segundo orgasmo. Entonces las dos hermanas se acercaron, se abrazaron y compartieron nuestro semen en un beso que pareció interminable.

Mientras los chicos nos recuperábamos, les hicimos el amor lentamente besándolas por todas partes. Compartimos algunas guindas al marrasquino, con lo que el chocolate escurrió de nuestras bocas y tuvimos que seguir lamiéndonos para evitar manchar la cama. Al rato, preparamos a Ana con aceite los otros tres, con nuestros dedos y poco a poco, para que pudiera recibir bien por su culo. Después las abrazamos por detrás, vertimos turrón masticado en sus bocas y las sodomizamos lentamente con dulzura, yo a Ana y Juan a Elena, mientras apretábamos sus tetas y les decíamos lo mucho que las queríamos, hasta vaciarnos de nuevo en sus entrañas. Ambas se corrieron otra vez. Entonces Ana dijo “Dios mío, lo que me he perdido todos estos años..”. La noche fue larga y llena de caricias, y exploramos sus sexos y otra vez sus bocas. Nos vaciamos una vez más en nuestras cuñadas, ésta vez en sus coños, mientras nos besábamos con las bocas abiertas. Despertar entre esas dos preciosas chicas y darles besos, y luego ducharnos desnudos todos juntos, fue un verdadero placer. Los cuatro teníamos los labios y los sexos en carne viva de tantos besos.

Ese mismo día, ya vestidos y en el desayuno, decidimos ser una doble pareja. Elena estaba feliz con su nuevo amante, y me dijo que su hermana también conmigo. También decidimos que nosotros probaríamos, al menos una vez, con sus amigos.

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