Cumpliendo mi sueño (8)

Culminación del trio con la madre y la hija y comienza la merecida tortura del padre

Después de la relajación en el spa regresamos a la cocina para dar cuenta de la cena que había preparado Carmen. Lo cierto es que estábamos famélicos y quizá comimos demasiado para nuestra libido. Me siguieron hasta el salón y lo estrené, desde que me había mudado a la isla no lo había utilizado ni una sola vez. Nos acoplamos en el sofá los tres, por supuesto las dos se acurrucaron contra mí y subieron los pies al sofá. Las dejé a ellas elegir la película, ni siquiera recuerdo el título. Me quedé dormido antes de empezar. Me desperté un par de horas más tarde de una forma que me encantaba. Carmen y Carolina estaban haciéndome una felación a dúo. Mientras una chupaba el glande la otra lamía el tronco y acariciaba los testículos. Intenté avisarlas de que si seguían así no podría aguantar mucho tiempo, pero no atendían a razones. Ambas se pelearon amigablemente por recibir la mayor cantidad posible de esperma de manera que la mayor parte fue a sus caras y pelo. Y para aumentar mi excitación se fueron acercando hasta besarse e intercambiar sabores.

Las levanté y después de pasar por la ducha nos dirigimos a mi cama, era lo suficientemente cómoda para nuestros juegos y lo suficientemente ancha para evitar accidentes. Ellas estaban en celo, comenzaron a besarme por todas partes, Carmen se encargaba de mi mitad derecha y Carol de la izquierda. Empezaron las dos en mis labios, obligándome a girar la cabeza para una y para otra. Continuaron por mi cuello, los hombros, bajaron a mis pectorales y se enzarzaron en mis pezones. Yo aproveché para llevar mis manos a sendos traseros y empezar a amasar, buscando el tesoro que escondían entre las piernas. Siguieron bajando hasta mis abdominales, se alternaron en el ombligo y se encontraron con mi pene que casi no podía ni levantar la cabeza. Había empezado a crecer pero se estaba acercando a su límite diario. A ellas no les importó, lo ignoraron, continuaron por mis piernas, besando la parte interna de la pierna, la parte posterior de la rodilla, hasta llegar a mis pies. Allí cada una cogió uno y empezaron a simular una felación en cada uno de mis dedos. Ese fue el estímulo final que necesitaba mi pene para levantarse. Me incorporé y me puse detrás de Carolina le metí los dedos en la boca para que los ensalivara y con eso me lubriqué el glande para clavársela de un solo golpe que le hizo expulsar todo el aire de un solo grito. Estuve bombeando como un poseso hasta que los gemidos de mi víctima eran continuos, en ese momento paré y obligué a Carmen a ponerse igual que su hija y pegada a ella por la cadera. Esta vez no necesitaba lubricación, le di el mismo trato que a Carol aunque en este caso el grito fue más un gemido. Mientras entraba y salía de la madre introduje la mano entre las piernas de la hija para mantener el nivel de excitación. Después de un rato cambié de grupa y le tocó a Carmen aceptar mi mano. Cambié un par de veces más, dejándolas cada vez más cerca del orgasmo. Estaba concentrado en Carmen cuando las piernas de Carol se cerraron en torno a mi mano y se dejó llevar en un orgasmo suave pero bastante largo. Redoblé mis esfuerzos con la madre hasta que comenzó a temblar y noté los espasmos de sus músculos vaginales. Cuando me retiré las dos se abrazaron y besaron suavemente. Durante la película, mientras yo dormía,  debían haber estado jugando, porque al momento se durmieron una en los brazos de la otra.

Podía haberlas despertado para continuar, pero si seguía a ese ritmo no duraría mucho. Bajé a la habitación de juegos y recogí algunos juguetes, gel y aceite lubricante y un par de botellas de agua especiadas con una sustancia que ayudaría en el juego que tenía pensado. Las haría más sensibles y fáciles de excitar. Cuando subí seguían dormidas, pero tampoco me importó. Introduje en cada una un huevo vibrador, ellas simplemente gimieron un poco pero siguieron dormidas. No las dejé dormir mucho, me acerqué a ellas y me encargué de introducir las bolas tailandesas que había traído. El esfínter de Carmen era lo suficientemente elástico y pude introducir toda la ristra de bolas sin problemas. Carol no estaba tan preparada, el tamaño de las primeras hizo que fuese fácil introducirlas, pero las siguientes fueron más complicadas. Estaba en ello cuando se despertó. Su primer instinto fue llevar su mano a la mía para impedir que siguiese introduciéndolas. Cuando nuestras miradas se cruzaron ella retiró la mano y me ayudó abriendo las piernas. Con esfuerzo por su parte conseguí llegar casi hasta el final, pero las dos últimas eran demasiado para ella, tendría que pasar por el ensanchador, el juego de tres plugs anales que había usado Carmen.

  • Nunca había pensado que me gustaría que alguien metiese algo por mi culito – comentó Carol -. Es una sensación extraña pero no deja de gustarme.

  • Tendré que prestarle más atención.

Desperté a Carmen con un beso y ella me correspondió con una sonrisa, entre mis manipulaciones y los pequeños jadeos de su hija, ya estaba medio despierta. Le di una botella de agua a cada una. Después de lo que habían sudado estaban sedientas. Acerqué una silla a los pies de la cama y me senté allí.

  • Bueno, os voy a explicar como voy a adjudicar los próximos puntos. Voy a poner un contador en mi tablet, vosotras no lo vais a ver, yo avisaré cuando se acaba el tiempo. Durante ese tiempo la que se corra perderá un punto y la que lo haga en el minuto siguiente ganará un punto. Cuando se acabe el juego la que haya conseguido tener más orgasmos ganará cinco puntos extra y si me parece que no habéis hecho lo suficiente para excitar a vuestra pareja os quitaré diez puntos. El tiempo comienza… ¡YA!

Empezaron con lentitud, besándose, Carmen pasó la mano por el costado de su hija, acariciando con ternura. Carol abandonó los labios de su madre para desplazarse al cuello y el lóbulo de la oreja. Las manos de Carmen subieron a los pechos de Carol y comenzó a frotar los pezones. Por otra parte las manos de la hija recorrieron la espalda para llegar al generoso culo de su madre y apretarlo con fuerza. En ese momento puse los huevos vibradores a su potencia mínima. Ambas saltaron por la sorpresa, pero solo fue un instante e inmediatamente siguieron con lo que estaban. Las piernas de Carol rodearon el muslo de Carmen y comenzó a frotarse contra ella aumentando su propio placer. Se había olvidado de las reglas, ya solo quería conseguir la máxima excitación. Quedaba en el contador casi un minuto completo cuando Carol llegó al orgasmo.

  • Carol, acabas de perder un punto.

Carmen continuó acariciando a su hija, alargando su orgasmo y aumentando su propia excitación. Cuando el contador llegó a cero aumenté un punto la velocidad de los huevos dos puntos.

  • Podéis correros, tenéis mi permiso.

Carmen se giró en la cama y puso su entrepierna en la boca de su hija, que no dudó en ayudar a su madre a llegar al orgasmo.

  • Punto para Carmen – adjudiqué bajando otra vez la potencia de los vibradores hasta el mínimo -. Tenéis un momento para recuperaros y pongo el contador otra vez.

Esta vez puse el contador a los cuatro minutos y medio. Esta vez comenzaron con menos ternura y más lujuria, Carol besó los pechos y pellizcó los pezones de su madre mientras ella llevaba una mano al clítoris de su hija. Tardaron algo más en excitarse, pero todavía quedaban dos minutos en el contador cuando noté que la excitación subía de tono demasiado rápido.  Me levanté cogiendo la botella de aceite y ellas pararon, expectantes. Dejé caer un fino chorro de aceite sobre el cuerpo de cada una de ellas que empezaron a extender con las manos. Volví a ocupar mi sitio. La pequeña pausa había conseguido que no llegasen tan rápido, pero ahora quedaba solo medio minuto, quizá se pasase el tiempo de amnistía sin que consiguiesen llegar al orgasmo en ese tiempo. El contador terminó pero esperé un poco más antes de hablar.

  • Podéis correros, tenéis mi permiso.

Redoblaron sus esfuerzos, el aceite aumentaba la excitación y por supuesto subí la velocidad de los huevos tres puntos. Se corrieron casi al mismo tiempo.

  • Un punto para cada una.

Volví a bajar la velocidad al mínimo mientras normalizaban la respiración, pero antes de que me diese tiempo a poner el contador en cuatro minutos empezaron a acariciarse y a besarse. La droga empezaba a hacer efecto. Las caricias empezaron a ser algo más fuertes, con algo más de violencia. Se fueron centrando en el propio placer que en el de su compañera. Subí dos puntos la velocidad de los huevos vibradores y me acerqué a ellas acariciándolas pero manteniendo la distancia. Quedaban algo más de un minuto en el contador cuando sus movimientos se volvieron frenéticos.

  • Todavía no. No tenéis mi permiso. Esperad. Esperad. Esperad.

Estuve obligándolas a controlar su orgasmo durante medio minuto hasta que finalmente les di permiso.

  • Podéis correros, tenéis mi permiso.

Los gritos de esta vez fueron apoteósicos y ambas agitaban sus cuerpos como si estuviesen sufriendo un ataque epiléptico. Esperé de nuevo unos momentos a que se relajasen y ajusté el temporizador a solo tres minutos. En cuanto vi que se volvían a lanzar a la carga activé el contador y puse al cuatro los vibradores. Tuve que retenerlas a ambas para que no llegasen al orgasmo tan rápido, pero para compensar, justo cuando les di permiso para correrse puse los vibradores al máximo y tiré de las ristras de bolas con suavidad. La combinación de ambas cosas volvió a llevarlas a tener sendos orgasmos explosivos. Esta vez ni puse el contador ni bajé al mínimo la velocidad, solo lo dejé a la mitad. Además mis manos empezaron a acariciar sus cuerpos en los pocos huecos que me dejaban libres. Esta vez no las retuve, ellas mismas me miraban esperando que les diese el permiso. Cuando noté que ya no podían más, que corcoveaban bajo las caricias entonces sí les concedí el orgasmo.

  • Podéis correros, tenéis mi permiso.

En cada ocasión usaba las mismas palabras para empezar a grabarlas en su subconsciente. Tardaría tiempo, pero tenía muchos meses por delante. Cuando terminase el condicionamiento me pedirían permiso para poder tener un orgasmo y serían casi incapaces de tenerlo si yo no se lo concedía.

Carol era la que tenía menos puntos de manera que fue a la primera saqué el huevo vibrador y colocándola a cuatro patas la penetré con fuerza. Carmen se sentó apoyándose en el cabecero y agarrando a su hija por el pelo la obligó a meter la cabeza entre sus piernas. Carol solo pudo dar placer a su madre durante un momento, porque cuando noté que estaba a punto de correrse me acerqué a su oído y susurré

  • Carol, córrete, tienes mi permiso. Córrete.

Lo único que pudo hacer su madre fue agarrar la cabeza y frotar ella su coño contra la cara de su hija, intentando, sin éxito, conseguir ella también un orgasmo.

Tiré a un lado el cuerpo de Carol y agarrando los tobillos de Carmen la atraje hacia mi pene. Agarré el cordoncito del huevo vibrador y lo saqué sin apagarlo. Ella misma levantó la pelvis para buscar la penetración, estaba ansiosa, parecía un adicto buscando su satisfacción. No tuve contemplaciones yo también estaba frenético. De un solo golpe se la metí hasta el fondo, pero para ella no era suficiente, se agarró a mi espalda para hacer palanca y poder apretarse más mientras enlazaba las piernas con la misma intención, parecía una lapa. Comencé a bombear con fuerza sujetándome con los brazos para no aplastarla contra el colchón. El esfuerzo era considerable, porque tenía que sostener mi peso y el suyo, porque casi estaba en el aire. Estaba congestionada, completamente ruborizada y sudorosa. Y cuando entre jadeos comenzó a suplicar sonreí.

  • No, espera – contesté.

Ella siguió jadeando y comenzó a lloriquear suplicando de nuevo. Esperé un poco, solo lo justo para tener que aguantar yo también mi orgasmo. Hasta que noté que no podía contenerme más. Aumenté el ritmo de las embestidas y grité.

  • ¡CORRETE CARMEN! ¡Córrete ahora! Tienes mi permiso.

Mientras me vaciaba en su interior noté como su vagina rebosaba de flujo y semen y se desbordaba. Seguí moviéndome unos momentos hasta que su orgasmo remitió y me dejé caer a su lado, entre ella y su hija, que se había dormido con una sonrisa en los labios. Carmen y yo nos besamos y ella se acurrucó contra mi pecho mientras yo las abarcaba a ambas con mis brazos. Así nos quedamos dormidos aquella noche.

A la mañana siguiente el sistema automático abrió las cortinas y puso la música ambiental haciendo que nos despertásemos. La habitación era un desastre. La ropa de cama estaba revuelta y llena de aceite, semen, flujo vaginal y saliva. Los huevos vibradores y las bolas tailandesas estaban en el suelo y el ambiente apestaba a sexo y sudor. Ambas me besaron justo antes de descender y volver a darle atenciones a mi pene. Eran increíbles. Como no me inventase más juegos me iban a dejar seco entre las dos. Los labios de Carmen en mi glande y la lengua de Carol en mis testículos era más de lo que podía soportar. Pero cuando la madre notó que estaba a punto se la sacó de la boca y se la introdujo a su hija, ayudándola con las manos para que cogiese el ritmo perfecto para mí. Eyaculé con un bufido y  cuando conseguí abrir los ojos vi como Carmen sujetaba la cabeza de su hija para obligarla a beberse toda mi semilla. Cuando notó que se lo había tragado todo levantó la cabeza y la besó, saboreando mi semen en la boca de su hija. Aquella mujer era increíblemente morbosa. Después de ducharnos nos separamos. Yo bajé a la piscina a mi rutina diaria, Carol se encargaría de limpiar la habitación y Carmen de hacer el desayuno.

Después de mi entrenamiento, ya duchado entré en la cocina. Me encontré una escena bastante interesante. Carmen sostenía un cuchillo y se interponía entre su hija y su marido. Este tenía un corte en el brazo, no parecía muy grave pero sangraba manchando el suelo. Carol lloraba arrinconada. Y el collar de Paco pitaba mientras él intentaba buscar una salida de aquella cocina.

  • Carmen, suelta el cuchillo.

No me hizo caso de inmediato, pero me miró a los ojos y asentí, entonces lo soltó, pero dejándolo a mano.

  • Carol, ponte en pie y aléjate hasta la esquina.

Cuando lo hizo el collar dejó de pitar y Paco suspiró aliviado.

  • Paco, me has fallado. La casa está fuera de los límites. Has entrado sin mi permiso.

  • Pero es que anoche esta puta no me dio mi comida. Dijiste que me daríais una comida al día.

No lo vio venir, pero mi puño se estrelló contra su plexo solar. Durante unos segundos, angustiosamente largos para él, no pudo respirar, cayó al suelo boqueando como un pez recién sacado del agua. Cogí el cuchillo de la encimera y dándole una patada lo puse boca arriba. Apoyé una rodilla en su abdomen y abrí su camisa arrancando un par de botones y cuando intentó revolverse le puse la punta del cuchillo frente a los ojos.

  • Tienes que recibir un castigo por desobedecerme y después tendrás que resarcirlas por el susto que las has pegado. Te voy a dar a elegir. O pierdes uno de los ojos o te marco la piel. ¿Que va a ser?

El suplicó con palabras inconexas hasta que con mi mano izquierda agarré su pezón y lo retorcí con saña. Aulló de dolor pero eso hizo que reorganizase sus pensamientos.

  • Los ojos no. Por favor…

  • Bien. No te muevas, no quisiera matarte aquí mismo.

Cogiendo el cuchillo por la hoja, dejando solo un par de centímetros de la punta fuera de mis dedos, me acerqué a su pectoral. Cuando penetré la piel el intentó revolverse, pero no tenía mucho margen de movimiento. De repente noté un golpe en su cuerpo y Paco se quedó blanco durante un segundo y perdió el conocimiento. Carmen estaba a mi espalda y acababa de darle una patada en los testículos.

  • Se estaba revolviendo. Así será más fácil que lo marques.

Suspirando y sin saber que responder me concentré en la marca que tenía que hacerle. En una cosa tenía razón Carmen, si se movía no iba a poder marcarle bien.

  • Ayúdame a moverle y Carol, ve al garaje y trae unas cuantas bridas para atarle. Están en uno de los cajones.

Entre Carmen y yo lo sacamos al jardín. Allí lo apoyamos contra el tronco de uno de los árboles. Cuando Carol trajo las bridas le atamos las manos a la espalda por detrás del árbol. Uniendo algunas bridas le sujetamos el cuello al tronco y doblando las piernas por debajo del cuerpo y a ambos lados del troco también las atamos allí. La postura final debía ser dolorosa, de rodillas, con las manos a la espada y sujeto por el cuello, las muñecas y los tobillos. Cogí la manguera y le enchufé el chorro de agua en la cara despertándole.

  • Bien Paco, te has quedado dormido y no queríamos continuar sin despertarte. Carol y Carmen quieren agradecerte lo bien que te has portado con ellas y yo tengo que castigarte. Carmen desnúdale.

Carmen cogió el cuchillo de mi mano y se acercó a su marido. Cortó la ropa por muchos sitios, arañando la piel con la punta en más de una ocasión. Dejó los calzoncillos para el final. Por encima de la tela acarició el escroto de su marido con la punta del cuchillo. Lo cual debió ponerle todos los pelos de punta. Pero al final cortó la tela sin dejarle ninguna marca más.

Cogí la manguera y ajusté el difusor de la boca hasta concentrarlo en un chorro fino a una presión considerable. Golpee con el chorro los genitales de Paco obligándole a gemir y retorcerse contra sus ligaduras. No tenía forma de protegerse. El dolor no debía ser extremo, pero seguro que no era muy agradable. Le pasé la manguera a Carmen que disfrutó intentando ahogarle con el chorro en la boca y la nariz y bajando a sus testículos un par de veces. Carol se acercó, tenía que estar menos de treinta segundos cada vez pero repitió la operación varias veces.

Cuando comenzaba a resultar aburrido cogí la manguera de las manos de Carol y la cerré. Me acerqué a Paco con el cuchillo en la mano y sin ninguna duda realicé varios cortes en su pecho, sobre su pezón izquierdo, el gritó y se agitó pero no pudo evitarlo. Iba por la mitad del grabado cuando perdió la consciencia. Terminé el dibujo, era el logotipo de mi empresa. Me quedó bastante bien, pero sangraba bastante. Mandé a Carmen a buscar un espray cicatrizante y cubrí toda la zona con el polvo que soltaba. Después pegué un apósito sobre la herida y lo dejé. Estaba terminando cuando se despertó gimiendo.

  • Ya he terminado, ahora solo queda la parte del castigo que te van a proporcionar Carmen y Carolina.

Me quité el cinturón y se lo entregué a Carol.

  • Las normas son las siguientes. Diez correazos cada una. Solo uno puede darse con la hebilla, el resto con el cuero. Evitaréis la cara, las manos y la herida. Si se desmaya empezaréis la cuenta de nuevo cuando se despierte. ¿Entendido?

Ambas asintieron. Carol se acercó y el collar empezó a pitar y fui contando los pitidos. Le dio tiempo a asestar tres correazos antes de que tuviese que separarla para que no saltase el sistema de castigo por proximidad. Volvió a la carga y le descargó otros tres correazos. Buscaba golpear en los testículos, pero le faltaba práctica y la fuerza se estrellaba contra las caderas de Paco dejando surcos rojos amontonados unos sobre otros. El noveno ya se estrelló contra su pene arrancando un grito de dolor desgarrador en su padre, pero no llegó a quedar inconsciente. El último golpe, el que iba con hebilla pegó en el muslo desgarrando la piel y haciendo que sangrase.

Carol le entregó el cinturón a su madre. Ella se acercó a su marido.

  • ¿Te acuerdas de aquella vez que estábamos de vacaciones en la playa? ¿Aquella vez que tuve que ir con pantalones porque me dejaste las piernas llenas de cardenales? Pues te voy a devolver el favor.

El terror de Paco era tal que se le escaparon unas gotas de orina que descendieron por la parte interna del muslo.

  • ¿Siempre has sido un cerdo y ahora te asustan un par de golpecitos de tu pobre esposa? – Carmen estaba desbocada, todavía no había aplicado ningún golpe y su marido lloraba -. No llores, pequeño, esto lo hago por tu bien. Para que aprendas a ser un buen maridito.

Carmen, en vez de colocarse delante como había hecho su hija, se colocó en un lateral del árbol. Cuando descargó el primer latigazo una banda roja apareció en toda la tripa de Paco, arrancándole un grito de dolor. Esperó cinco segundos y descargó el siguiente golpe, en el mismo sitio. Así lo hizo con los nueve golpes. Los correazos se apilaban uno sobre otro, la zona alternaba el rojo intenso con el blanco y en un par de sitios la sangre manaba por pequeños cortes.

  • Y este golpe va  a ser por ser tan cabrón y follarte a mi hija.

La hebilla golpeó directamente contra los genitales de Paco. El pene absorbió la mayor parte del impacto, pero ambos testículos se vieron afectados. Esta vez si perdió la consciencia. Carmen me entregó el cinturón y me dio un beso en los labios.

  • Gracias. ¿Puedo traerle la comida ahora? No quiero tener que verle en todo el día.

Asentí y dejé que Carol la acompañase. Madre e hija se abrazaron y entraron juntas en la casa. Corté las bridas que sujetaban a Paco y lo dejé caer al suelo de bruces. Cuando Carmen trajo el plato lo dejamos allí a su lado porque todavía no había recuperado la consciencia.

Una vez en la casa desayunamos casi en silencio. Toda la felicidad de la mañana se había desvanecido. Tenía que hacer algo.

  • ¿Os a gustado castigarle?

Dudaron antes de contestar. Carol asintió con la cabeza paro no dijo nada. Carmen tardó algo más en responder.

  • Me ha gustado proporcionarle dolor, pero no tanto como esperaba. Podía haberle matado aquí mismo pero no lo hice. Después de tanto tiempo creí que si se daba la situación podría matarle pero…

  • No está en tu personalidad. No eres una asesina. Vas a disfrutar más haciendo de su vida un infierno. Pero al final te darás cuenta de que no vale la pena. ¿Para qué? Es más importante que pierda lo que le hace ser él. Ahora está impotente, sin control de su propia vida y sin posibilidad de escapar. Estará aquí mientras vosotras deseéis quedaros. No puede escapar. Vosotras tenéis el control. Carol le odia por el engaño y por haber abusado de ella. Pero realmente no conoce lo que has pasado. Deberías contárselo. Te vendrá bien a ti y a ella. Y no os preocupéis por él, seguirá sufriendo aunque no sea por vuestra mano. A mi no me da placer el aplicar dolor, pero desde luego voy a domarle. No tengo ninguna duda de que se convertirá en mi esclavo.

  • ¿Cómo nosotras? – preguntó Carol.

  • Ni de lejos. Carol, vosotras sois mis sumisas. Estáis aquí porque lo habéis decidido así. Podríais iros cuando queráis. Mientras estéis conmigo vuestra voluntad será mía. Solo tenéis una decisión y es el abandonarme. En cuanto acabe el año podréis iros sin problemas. O podéis quedaros. Ahí tienes la diferencia. Él no puede decidir. Es una cosa, ni siquiera es un animal de mi propiedad. Es una cosa que me sirve y si no lo hiciese tendría que machacarlo hasta que sirviese. Si fuese alguien con una personalidad más fuerte tendría que considerar otras situaciones, pero estoy seguro de que puedo doblegar a Paco hasta el punto de que tema hasta estar cerca de vosotras. Ese será el castigo definitivo para él.

Me levanté de la mesa y las puse a las dos en pie, las abracé y las besé a las dos.

  • Sois mías para cuidaros y para daros placer. No quiero que ese cabrón os quite el sueño. Para eso ya estoy yo. No os he preguntado ¿Os lo pasasteis bien anoche? ¿Tenemos que repetirlo?

Ellas empezaron a reír y yo pude respirar aliviado, pero todavía me quedaban muchas cosas pendientes. Ya me encargaría de encontrar una solución para lo de Paco.

  • Bueno, Carol, tenemos que ir preparando tu culito, porque si no tu madre tendrá ventaja. Y Carmen, no creas que se me ha olvidado tu castigo, pasado mañana te tocará.

Ellas sonrieron preocupadas, pero cuando las volví a besar la preocupación desapareció de sus rostros. Cuando terminase con ellas iban a ser unas sumisas excepcionales.

CONTINUARÁ…

P.D.: Agradezco los comentarios y las valoraciones. En cuanto a las ideas que me dejáis en los comentarios quiero deciros que las tengo en cuenta, si alguna de ellas se adapta a la personalidad y la evolución de los personajes las llevo a la práctica (en la ficción por supuesto). Un saludo y gracias de nuevo por leer mis relatos.