Cumpliendo mi sueño (4)

El primer castigo de Carmen

Durante el desayuno Carmen actuaba normalmente, como si nada hubiese pasado. Aunque su marido sabía que algo ocurría. Pude observar su expresión cuando su mujer estaba ocupada. No me fue difícil averiguar donde estaba el problema, la forma de vestir. Carmen solía llevar prendas anodinas, colores poco llamativos e intentando ocultar su figura. Aquella mañana llevaba una blusa roja con dos botones desabrochados dejando ver un escote que le levantaría la moral a un muerto y una falda ligera que le quedaba justo por encima de la rodilla. No era ropa para un ama de casa. Pese a ello Paco no dijo nada, seguramente por no llamarme la atención sobre la forma de vestir de su mujer. Cuando se fueron le pedí a Carmen que se sentase a mi lado.

  • ¿Por qué te has vestido así?

  • Nunca me había puesto esta blusa y me apetecía, amo.

No le había dicho que me llamase amo, de hecho no tenía pensado que lo hiciese, pero no le dije nada. Mi pene había despertado por la forma en la que lo había pronunciado

  • A tu marido no le ha gustado.

  • A mi marido no le gustan  muchas cosas. Pero tampoco me lo he puesto para él.

  • ¿Te lo has puesto para mí?

  • Sí, amo - contestó después de dudar un momento.

  • Me encanta que te vistas para mí, pero tenemos que guardar las apariencias, al menos de momento. Mientras tu marido esté en la isla vas a vestir como siempre. Bueno, no como siempre, sin bragas. Pero por lo demás no quiero que note nada diferente.

Sin decir nada más se levantó la falda con una sonrisa en los labios. No llevaba bragas, solo unas medias que se ajustaban a su muslo. Noté que mi pene ya despierto se empezaba a desperezar. Me acerqué a ella y con una mano guie su cara hacia mí y la besé suavemente. La otra mano le acarició el pecho por encima de la preciosa blusa que se había puesto en mi honor. Con mucho cuidado fui soltando los botones dejando a la vista un sugerente sujetador de media copa con encaje. Abandoné sus labios y pasé a su cuello y al lóbulo de su oreja, besando, chupando, lamiendo... Mi mano, bajó acariciando sus senos y descendiendo por sus costados. Me perdí un momento en su cintura y finalmente llegué a su cadera. Cuando una de mis manos bajó hacia su muslo ella saltó y se puso en pie con violencia. No tardó ni un segundo en quitarse la falda y quedarse solo con el sujetador y las medias y subida en unos bonitos zapatos de tacón. Yo también me puse en pie y cogiéndola de la mano hice que me acompañase hasta la habitación de los juegos. Suavemente la coloqué sobre la cama y me arrodillé entre sus piernas. Cuando sintió mi contacto se dejó caer de espaldas con un gemido. Con las manos acariciaba su cuerpo mientras mi boca se centraba en dar todo el placer que podía. Estaba muy excitada, sus pliegues estaban inflamados y húmedos. Noté su calor en mis labios, ardía. Esa mujer era un volcán. Después de jugar a penetrarla con la punta de mi lengua me decidí por introducir un par de dedos en su vagina mientras mi lengua pasaba con delicadeza sobre su creciente clítoris. Noté como se tensaba, estaba cerca del orgasmo, coloqué mis labios alrededor de su clítoris y succioné aumentando todavía más su tamaño y pasé a lamerlo despiadadamente. Eso hizo que soltase todo el aire de sus pulmones gritando solo para tensarse e intentar llenar de nuevo sus pulmones. Se contorsionaba en la cama de forma violenta. Cerró sus piernas sobre mi cabeza y cruzó los pies para evitar que me escapase. Como si yo estuviese pensando en dejarlo... Al final cayó desmadejada y dejó las piernas sueltas. Me levanté y ocupé mi sitio a su lado mientras acariciaba su cuerpo y seguía besándola. Cuando se recuperó lo suficiente me devolvió los besos bajando por mis pectorales, deteniéndose en los pezones antes de continuar hacia el ombligo. Con violencia desabrochó mi cinturón y desabotonó el pantalón y bajó la cremallera. Cuando tiró del elástico del bóxer mi pene saltó hacia fuera. Eso le hizo gracia y soltó una graciosa risita. Empezó lentamente, masturbándome con una mano mientras me acariciaba los testículos con la otra. Primero humedeció el glande con su lengua, después la paseó arriba y abajo siguiendo mientras usaba la mano en la base. Cuando se la introdujo en la boca sufrí un escalofrío. Esa mujer ponía toda su alma en lo que hacía. Cogí sus manos y las apoyé en mis rodillas, ella me miró y continuó solo con la boca. Entre el placer que me proporcionaba con sus labios y lengua y lo que me excitaba su mirada no tardé en eyacular, ni siquiera se lo advertí pero ella no había olvidado mi orden, llevó mi pene hasta el fondo de su boca y tragó. La cara de felicidad que exhibía me excitaba, no tanto como para recuperar la erección pero suficiente para no importarme. Cogí su cabeza con las manos y la atraje hasta mí. Ella se resistió un poco pero al final se fundió en el beso y nuestras lenguas se buscaron. Continuamos abrazados, excitándonos y acariciándonos un buen rato hasta que mi pene se despertó de nuevo. Sin dudarlo Carmen me cabalgó de forma salvaje. Yo me dejé hacer mientras amasaba sus pechos y pellizcaba suavemente sus pezones. Llegamos al orgasmo casi al mismo tiempo, yo ya no aguantaba más y cuando ella notó mi semen en su interior se dejó llevar, las contracciones de su orgasmo aumentaron el placer del mío. Cuando se dejó caer agotada yo la abracé y hundí mi cara en su pelo.

  • Ha sido fantástico - susurré a su oído.

  • Gracias, para mi también ha sido increíble, amo...

  • Pero...

  • Esperaba...

  • Dilo, no tengas vergüenza.

  • Esperaba que... ya sabe... mi culo...

  • ¿Esperabas que te diese por el culo?

  • Sí, amo - contestó apartando la mirada.

  • No te preocupes, lo haré, pero cuando crea que estás lista - le di un beso en la frente -. Eso y muchas cosas más.

Su sonrisa fue espléndida. Estaba claro que era lo que había visto Paco en ella, lo que no entendía es que había visto ella en él. Carmen podía llegar a ser la sumisa perfecta, era inteligente y muy sensual y le gustaba lo que hacía. Paco no apreciaba eso, solo le ponía humillarla. Para mí una sumisa es mi responsabilidad, la obediencia, la dedicación y la fidelidad es lo que me excita.

Me levanté de la cama mientras ella, expectante,  me seguía con la mirada. De un cajón saqué un plug anal con un pequeño arnés y un tubo de lubricante. No me hizo falta decir nada, Carmen se colocó a cuatro patas sobre la cama y después apoyó la cabeza en el colchón y con las manos se separó los glúteos. Solo con eso mi pene comenzó a despertar, tardaría en tener una erección plena, pero tenía tiempo. Comencé besando sus nalgas y seguí pasando mi lengua por su ano. Con el simple roce se estremeció balanceando la cintura. Sujeté sus nalgas yo mismo para evitar más movimientos indeseados. Me centré primero en depositar saliva y después en forzar con la punta de la lengua, cuando aprecié cierta disminución de la resistencia utilicé el lubricante y mi dedo. Mientras yo me aplicaba a su ano ella se encargaba de su clítoris y sus pezones.  Mi índice entró hasta la segunda falange y después de un par de entradas y salidas comencé a oscilarlo para dilatar. Su respiración se aceleró cuando presioné con el segundo dedo, aumenté la cantidad de lubricante y continué con mi trabajo. Cuando estuvo listo agarré el plug, lo embadurné bien y lo apliqué, la punta entró sin problemas, pero no mucho más. Empecé una penetración lenta y después de un par de segundos de presión lo retiré un par de centímetros para volver a entrar y volver a presionar. Después de varios intentos llegó a la parte ancha de plug y penetró de golpe hasta el tope de la base. Eso desencadenó su orgasmo.  En teoría no debería salirse, pero el arnés serviría para asegurarse. El arnés era muy parecido a un liguero iba sobre su cadera, con dos tensores por delante y dos por detrás, que se enganchaban a la base del plug. De esa manera ni el movimiento haría que se saliese.

No la dejé ni ducharse, con los zapatos en la mano subió las escaleras. Yo si me duché y después de vestirme subí a mi despacho. Introduje las experiencias del día y el programa recalculó las posibilidades de éxito, noventa y ocho por ciento cuando comencé me daba un ochenta y tres. Ese día escribí un montón de código de la versión 2.0 y me puse en contacto con varias empresas de software y hardware. A los primeros les pasé varias especificaciones y les encargué partes de código que iba a necesitar, procesos muy genéricos que podían ser usados para miles de aplicaciones diferentes. A los segundos les solicité detalles técnicos de varios de sus productos y diferentes posibilidades de modificación. Estaba enfrascado en diferentes detalles cuando sonó el aviso del perímetro, se acercaba un barco. Miré la hora, debía ser Paco y su hija, todavía le quedaban tres días más para terminar el curso, después se dedicaría al jardín y el mantenimiento de las instalaciones. Cuando llegásemos a eso tendría que tener más cuidado con mis encuentros con Carmen, todavía quedaba tiempo para que mi plan le incluyese.

El día siguiente fue muy parecido al anterior, esta vez Carmen se vistió más recatada, pero para mí estaba igual de sexy. Cuando su familia se subió al barco ella se lanzó sobre mí todavía en la cocina y me sacó su propio desayuno. Ya más relajado la acompañé a la sala de juegos y procedía retirarle el plug para que pudiese usar el inodoro y ducharse. No le había dado permiso para hacerlo y ella lo había interpretado como una prueba más. Lo cierto es que simplemente no había pensado en ello. No soy dado a los castigos por diversión. Solo castigo cuando hay que expiar una falta. Limpia y duchada vino a mí rápidamente, me entregó el plug perfectamente limpio y se colocó en posición para que se lo volviese a introducir. Lo que hice fue cambiar el plug y coger el siguiente en tamaño, un centímetro más de diámetro  y un par más de longitud. Se notaba que había dilatado bastante porque entró con cierta facilidad. Cuando terminé comencé a acariciar su entrepierna con la mano abierta, pero ella no colaboraba, algo pasaba. Había notado que estaba más callada de lo normal. No es que fuese muy comunicadora, pero tampoco era tanto. No pregunté porque esperaba que ella misma me lo contase, pero al final no pude esperar más.

  • ¿Qué es lo que pasa, Carmen?

  • Os he fallado amo. Estoy esperando el castigo.

  • Bien. Cual crees que es el castigo apropiado – no tenía ni idea en que había fallado.

  • Lo que usted desee. Azotes… Latigazos… - cuando lo dijo se puso blanca -. Me lo merezco.

  • ¿Cuantos azotes crees que cubrirían tu falta? – pregunté de forma apreciativa.

  • ¿Ocho? – aventuró ella -. Diez.

  • Bien. Lo tendré en cuenta.

La llevé hasta una de las camas que todavía no habíamos probado. Até las manos y las piernas en cruz con unas correas de cuero y velcro sujetas al cabecero y los pies de la cama. Ni siquiera yo hubiese podido soltarme. Con el mando de la cama hice que se inclinase hasta que  se puso en posición vertical. Sus pies chocaron contra el soporte inferior de la cama de manera que repartió la mitad de su peso entre los pies y las correas de sus muñecas. Era una posición dolorosa y dificultaba la respiración, pero no demasiado. De una estantería cogí un par de pinzas para los pezones.  Ella me vio cogiendo algo pero no sabía qué era. Estaba bastante asustada.

Me acerqué a ella con las pinzas guardas en un puño. Lamí ambos pezones y los acaricié hasta que estuvieron bien duros y sensibles. En ese momento le enseñé una de las pinzas. Su rostro se convirtió en una mueca de terror pero no emitió ninguna palabra.

  • Tu misma me has dicho que has fallado. ¿Quieres que me olvide del castigo?

  • No amo, me merezco el castigo – contestó tragando saliva.

Coloqué la pinza con toda la delicadeza que era capaz, pero aun así soltó un grito de dolor.  Cuando empezó a acostumbrarse al dolor coloqué la otra pinza. Un par de lágrimas descendieron por sus mejillas. Mientras intentaba tranquilizar la respiración con inspiraciones suaves para no agitar las pinzas  fui de nuevo a la estantería.  Cogí fina cadena doble y una pesa no muy grande. Introduje la cadena por el asa de la pesa y la dejé colgando a la mitad de la cadena. Después pasé los dos extremos por un anclaje del cabecero que serviría de polea.

  • Amo… no se si podré aguantarlo – las lagrimas corrían por sus mejillas.

La miré a los ojos y deposité un suave beso sobre sus labios.

  • Podrás, no me defraudarás.

Pese al dolor sonrió y sus ojos se iluminaron. Asintió ligeramente con la cabeza y sujeté cada extremo de la cadena a una de las pinzas. La pesa aumentaba la presión de las pinzas tirando de ellas hacia arriba. Esta vez no gritó, pero se tuvo que morder los labios para conseguirlo.

  • Aguanta – dije dándole ánimos.

Subí las escaleras y cerré la puerta de la sala de juegos. En la pantalla de mi despacho accedí a las grabaciones del día anterior desde el momento en que cenamos. Volví a fijarme en la expresión de enfado de Paco. Después de la cena ellos se retiraron a su casa y allí comenzó el problema.

Paco se quedó en la sala de estar mientras Carmen intentaba llegar al dormitorio.

  • ¡CARMEN! ¡Ven aquí!

Carolina literalmente corrió hasta su habitación mientras su madre desandaba el camino.

-¿Se puede saber para quién te vistes como una puta?

  • No voy vestida como…

Una bofetada le giró la cara impidiendo que contestase. No fue muy fuerte, pero si fue violenta y llena de odio. El mismo odio que yo estaba empezando a sentir. La agarró por la blusa para que no se retirase y aprovechó para arrancar los botones.

  • Con esta blusa de zorra, con las tetas al aire y esa falda… ¿Y me dices que no es de puta? El problema es que si eres una zorra. Y yo se como tratar a las zorras para que obedezcan.

La agarró del pelo y la lanzó sobre el respaldo del sofá, el mismo de dos días antes. Pero esta vez Carmen llevaba puesto el plug, si dejaba que le levantase la falda su marido se daría cuenta. En vez de eso, Carmen se dio la vuelta y se arrodilló.

  • Perdona – suplicó -. No pensé en ello, como no hay nadie más en la isla pensé que no pasaría nada.

  • ¿Nadie más? ¿Y el jefe? ¿Pensabas ponérsela dura a ese ricachón? ¿Eh, puta?

Esta vez la bofetada fue con el revés de la mano.

  • No… no pienso en él como un hombre, casi ni nos vemos.

  • ¿Querías ponerme los cuerno? – después de eso comenzó a desabrocharse el cinturón.

  • No por favor, sabes que nunca haría eso. Eres el padre de mi hija. No podría. Te quiero. Soy tuya.

Las palabras surgían de su boca como un torrente imparable, pero solo consiguieron que los movimientos de Paco fueran más lentos, no dejó de sacar el cinturón. Hizo lo único que podía hacer para evitarlo. Se abalanzó sobre la cintura de su marido y con rapidez le bajó la cremallera y sacó su pene introduciéndoselo en la boca antes de que este pudiese reaccionar. Tardó en conseguir una erección, sin duda el implante empezaba a dejarse sentir. Le costó casi un cuarto de hora de felación y usar todas sus artes, pero al final consiguió llevarle al orgasmo. Ella se iba a retirar, pero el agarró su cabeza e introdujo su miembro hasta la garganta de su mujer de manera que no se pudiese escapar. Pese a ello intentó no tragar y cuando la soltó escupió el resto sobre su mano y se limpió con los restos de la blusa. Él se dio por satisfecho y se dejó caer en su sofá mientras su mujer seguía de rodillas en el suelo con la blusa rota y sucia de semen. Con cuidado, sin movimientos bruscos Carmen se levantó y se fue a su habitación. Allí sollozó sentada en su cama durante un rato. Después levantó la mirada hacia la cámara.

  • Los siento amo, te he fallado – las lágrimas corrían por sus mejillas.

Después de eso se aseo en el baño y se puso el pijama. En la cama se hizo un ovillo y esperó a que su marido llegase. Él se quedó dormido viendo la tele. Avancé la grabación rápidamente hasta las tres de la mañana que Paco se despertó y se arrastró hasta la cama. Se quitó la ropa y cuando apagó la luz ni siquiera se dio cuenta de que su asustada mujer estaba despierta.

Quité la grabación y bajé a la habitación de los juegos. Carmen ya no lloraba, pero estaba roja por el sufrimiento y sudaba profusamente. Con mucho cuidado levanté la pesa  y retiré primero una y después la otra pinza. Después de dejarlo en la estantería, obligándome a hacerlo con lentitud y sin exhibir el enfado que me poseía me acerqué a ella y con cuidado solté las restricciones de los tobillos. Tuve que estirarme para soltar las de las muñecas, cuando lo hice ella soltó un ligero grito de dolor. Sus piernas no soportaban su peso y cayó sobre mí, yo la sujeté por la cintura, pero su pecho se aplastó contra el mio. Prácticamente tuve que llevarla en vilo a la cama tradicional.

  • Lo has hecho muy bien – le susurré al oído -. Sabía que podías aguantar.

Ella me contestó con una sonrisa. Tenía unas ganas terribles de hacerle el amor allí mismo y en ese preciso instante, pero ella estaba agotada por la experiencia. Me acosté junto a ella, a su espalda. La abracé y se pegó a mí. Allí pude darle vueltas al asunto y preparando las medidas que iba a tomar. No me iba a deshacer de Paco, esa era una de las últimas opciones, quizá podría acelerar el plan sin arriesgar demasiado y así conseguiría evitar que se produjese una situación como la actual. De cara a Carmen tenía que actuar convencido de que había que castigar la falta, sobretodo porque ella así lo consideraba, pero realmente a quien quería castigar era a su marido. Me daban unas ganas terribles de esperarle en el muelle y cuando llegase partirle las piernas obligando a que se arrastrase hasta la casa a pedir perdón. Pero eso no entraba dentro de mi plan. Tenía que hacerlo siguiendo las directrices que yo mismo me había dispuesto.

No se cuanto tiempo pasamos así, uno pegado contra el otro, creo que ella si durmió, yo solo estuve cavilando. Pero, de repente noté como Carmen se movía, se restregaba contra mí. Sus nalgas chocaban contra mi ombligo por la diferencia de altura.

  • ¿Ya estás mejor? – susurré en su oído.

  • Sí, gracias amo.

  • Lo has hecho muy bien, te mereces un premio. ¿Qué quieres?

Ella estiró su mano hacia la espalda y me agarró el pene.

  • ¿Puedo?

  • Si, pero antes dime lo que quieres que hagamos.

  • Quiero follar. Quiero sentirte dentro, quiero llegar al orgasmo y notar como me llenas de tu leche. Quiero sentirme completamente tuya.

  • Ya eres completamente mía. Y estoy orgulloso de ello.

  • Gracias amo.

Comenzó a masturbarme lentamente para aumentar el ritmo, yo aproveché la posición para besar su cuello y mordisquear su oreja mientras mi mano se perdía entre sus piernas. Al cabo de unos minutos ella se dio la vuelta y quedó boca arriba.

  • Amo, por favor, métemela.

En ese momento no dije nada, llevaba excitado demasiado tiempo como para prolongar la situación. Se la metí sin prisa pero sin pausa hasta el fondo. Ella expresó su aprobación con un dulce gemido que fue la señal de salida para la carrera, comencé a bombear, con embestidas lentas y largas. Me agaché sobre sus pezones y los sople y probé a lamer casi sin tocarlos.

  • ¿Te siguen doliendo?

  • Solo un poco, pero me gusta lo que me has hecho.

  • ¿Las pinzas?

  • ¡¡¡NO!!! Eso era el castigo y si no vuelvo a verlas en mi vida mejor. Me gusta como me has tratado. Me has castigado pero después del castigo todo ha quedado perdonado.

Aumenté el ritmo, mientras la besaba para evitar decir nada ni que ella dijese nada más. Noté como me acercaba al orgasmo, pero intenté retenerlo con un cambio de ritmo, una pequeña pausa y mil y una maneras. Pero era como una pesadilla, mi excitación seguía aumentando sin importar lo que yo hiciese para evitarlo.

  • Carmen… ¡CORRETE!

Esa orden fue obedecida al instante, aunque yo hubiese intentado aguantar más no habría podido evitarlo viendo la cara de placer y sintiendo sus espasmos sobre mi pene. Cuando sintió mi eyaculación  su orgasmo se prolongó haciendo que se retorciese de placer y me clavase las uñas en la espalda.

Esa tarde, después de comer me senté en la mesa con ella.

  • Carmen, esta noche, después de cenar te vas a quedar haciendo algunas cosas que tienes pendientes. Cuando tu marido se vaya a descansar tú vas a bajar a la habitación y te dejarás el plug en su sitio y mañana cuando se haya ido te lo volverás a poner. No quiero que vuelva a pasar lo de anoche. ¿Entendido?

  • Si, amo. Pero no se como evitar que se acueste conmigo.

  • No te preocupes, yo me encargaré de eso. Si tienes que acostarte con él para evitar que te pegue tienes mi permiso para hacerlo. Lo único que consideraría un fallo sería que llegases al orgasmo con él.

  • Eso no pasará amo. En muchos años no ha pasado y ahora que conozco como es un hombre de verdad será más difícil todavía.

Esa misma tarde llamé a una de las personas de la isla principal a la que mi empresa pagaba un sobresueldo, un capitán de policía.

  • Capitán Hernández, buenas tardes.

  • Hola señor Gonzalo ¿Cómo está?

  • Bien, disfrutando del clima de su tierra – comenté en tono alegre -. Pero siento decirle que no llamo simplemente por cortesía, necesito un favor.

  • Lo que sea, sus aportaciones al fondo de la policía le conceden ciertos privilegios.

Esa era la coartada. Mi empresa aportaba dinero a un fondo especial para la policía, fondo que gestionaba el bueno de capitán.

  • Como sabe, me traje una familia desde España para que me sirvan de servicio en la isla. Bueno, pues mi problema es con el marido. Le gusta golpear a su esposa, esposa que he de decir tiene un cuerpo envidiable y no me gusta verlo lleno de hematomas y heridas. Así que necesito darle una lección.

  • Pero no quiere que se relacione con usted o con las palizas que le pega a su mujer ¿verdad?

  • Efectivamente. Necesito algo con lo que presionarle para que se porte como debe.

  • ¿Le parece que le arreste por cualquier cosa y le amenace con muchos años de cárcel? Después usted solo tendría que venir a sacarle de la cárcel con un gran esfuerzo avisándole que no le perdonará ningún desliz más y listo. Si el tipo sigue golpeando a su mujer me lo trae y le meto en una de nuestras cárceles, seguro que cualquiera de nuestros compatriotas estaría más que dispuesto a tomar su puesto y le puedo asegurar que lo hará sin preocuparse de con quién se acuesta usted.

  • Me parece un plan perfecto, capitán.  Mañana por la mañana dará sus clases de navegación y después supongo que comerá en algún restaurante del puerto.

Aclaramos los detalles y el pequeño aumento al fondo de la policía que Hernández consideraba justo.

Esa noche Carmen no tuvo ningún problema con su marido, se durmió de nuevo en el sofá y se arrastró a la cama de madrugada. Yo estaba tan ansioso con lo que iba a pasar que tardé bastante en conciliar el sueño y cuando lo hice mi mente liberó mi subconsciente de manera que soñé con Carmen sujetando un látigo y despellejando a su marido a latigazos. Antes de cada latigazo ella me miraba, yo asentía con la cabeza y ella descargaba toda su furia sobre la espalda de su cornudo marido.

CONTINUARÁ…