Cumpliendo mi sueño (11)

Mi ex pasa el primer nivel del programa de control mental y le aplico un brutal castigo a mi sumisa Carmen.

Cuando el temporizador del programa llegó a cero estábamos todos allí esperando. Carmen y yo junto al tanque de privación sensorial, Carol unos pasos por detrás sujetando la correa de Petra, que todavía estaba desnuda. La tapa del sarcófago se levantó soltando un siseo al igualar la presión del interior con la presión ambiental y un olor nauseabundo se extendió por la habitación.

  • ¡Joder!  - exclamó Carmen tapándose nariz y boca con la mano -. ¡Como huele! ¿No se habrá muerto ahí dentro?

  • Tranquila, está viva.  El olor es porque se ha hecho sus necesidades en el agua. Le habrá sido difícil con los vibradores colocados. Tendrás que limpiarlo todo antes de volver a meterla.

Con bastante asco metí las manos y desconecté los cables. Después la sacamos del agua pestilente y la depositamos en el suelo. Carmen trajo la manguera y abrió el grifo de la pared. Regó a Beatriz arrastrando la suciedad. La habitación estaba preparada para esas cosas de manera que el suelo tenía una pequeña pendiente que conducía el agua hacia una rejilla de sumidero. Vaciamos el tanque y le dimos con la manguera.

  • Luego te encargarás de limpiarlo con un cepillo – le comuniqué a Carmen -. Usa solo jabón neutro y agua.

Quitarle el traje tampoco fue fácil, pero al menos no fue tan difícil como ponérselo. Al retirar los vibradores salió un chorro de heces líquidas y vació la vejiga con fuerza. Volvimos a aplicar la manguera y con cuidado le quité la vía, coloqué un algodón y lo sujeté con esparadrapo. Lo mantuve presionado durante un par de minutos para impedir que sangrase.

Aproveché para fijarme en su cuerpo. Se notaba que se cuidaba, seguía teniendo un físico espectacular.  Llevaba el pubis depilado dejándose solo un pequeño diamante de vello en la parte superior. La mezcla entre la genética y una obsesión por el ejercicio habían conseguido hacer maravillas, pechos amplios y firmes, cintura estrecha sin una mota de grasa, caderas anchas con nalgas prietas y unas piernas largas y fibrosas. Si hubiese querido habría sido modelo, pero no le gustaba obedecer, prefería mandar.

Carmen me ayudó a cargar con ella y la subimos hasta una de las habitaciones vacías de la casa. Allí la colocamos en la cama. Yo me quedé con ella mientras Carmen bajaba a limpiar el tanque y Carol salía con Petra a pasear. Le había pedido que la obligase a hacer ejercicio, tenía que perder algo de peso y la mejor manera era el ejercicio diario.  Para matar el tiempo mientras esperaba a que la bella durmiente despertase me puse a revisar los datos del programa en un portátil. No había completado los objetivos. El “tratamiento” se dividía en varios niveles, con objetivos claros en cada uno de esos niveles. El programa me informaba de que la primera sesión no había conseguido todos los objetivos del primer nivel, el paciente se resistía. Los cálculos que había hecho con los datos previos sugerían de cuatro a seis sesiones para conseguir todos los niveles. Los datos de la primera sesión me informaban de que seguramente serían seis a ocho sesiones. En una persona sumisa, con cierto condicionamiento a obedecer el programa podría completar los objetivos en tres sesiones. Para una personalidad dominante y con una voluntad férrea, entrenada para resistir el estrés psicológico el número de sesiones podría llegar a doce. Por supuesto todo era teórico, tendría que ir comprobándolo con el tiempo. Beatriz había completado solo el ochenta por ciento de los objetivos del primer nivel. Arreglé varios problemas menores con los que el programa se había encontrado y preparé la segunda sesión. Volvería a empezar en el nivel uno y si sus defensas se mantenían llegaría hasta la mitad del nivel dos.

Estaba terminando los ajustes cuando vi que abría los ojos. No le hice caso y seguí tecleando. Estaría grogui un rato de manera que lo mejor era dejar que se despejase. Terminé y volví a mirarla, ya había conseguido enfocar la mirada en mí. Trató de hablar, pero solo le salió un pequeño graznido. Dejé el portátil a un lado y me acerqué a ella. Con suavidad la incorporé un poco y acerqué un vaso de agua para que mojase los labios. Después de dos sorbitos volví a dejar el vaso en la mesilla de noche y me centré en mi exmujer.

  • ¿Cómo te encuentras?

  • Aturdida – la voz sonaba áspera, pero al menos ya hablaba -. ¿Qué me has hecho?

  • Te he demostrado que no estaba trabajando en un programa financiero. Lo que has probado es el primer nivel del programa. En unas cuantas sesiones más podrás llegar al último nivel.

  • Eres un hijo de… puta.

  • Posiblemente, pero… ¿has visto como te ha costado insultarme? Eso es parte del condicionamiento. No has completado el primer nivel pero ya es suficiente para hacer efecto. ¿Crees que tienes fuerzas para levantarte?

  • No lo sé. Pero… ¿Qué me vas a hacer?

  • Probarte, ver hasta donde has llegado y después solo tienes que relajarte.  Hasta dentro de unas horas no tendrás que entrar en el tanque para tu siguiente sesión así que si quieres podemos hablar.

  • ¿Qué hace el programa? Recuerdo flashes y ruidos, pero no se exactamente que pasó.

  • A través de la intravenosa el sistema te inyecta una serie de drogas que hacen más fácil llegar al núcleo de tu personalidad, te ayudan a bajar las defensas. El resto son efectos sonoros, visuales y táctiles. Juega con tus zonas erógenas y te puede aplicar dolor o placer dependiendo de lo que necesite. Puede subir o bajar la temperatura, aumentar tu ritmo cardiaco… Lo que necesite para ir educándote.

  • ¿Me estás aplicando un lavado de cerebro? Es ilegal, irás a la cárcel.

  • No lo creo. ¿Me vas a denunciar?

  • Si… No, no te voy a denunciar.

Sonreí mientras la ayudaba a incorporarse. Pasé un brazo por su espalda sosteniendo la mayor parte de su peso y avanzamos hacia el baño. La senté en la taza del inodoro para que se aliviase y ella se sonrojó mientras lo hacía. Se limpió como pudo y tiró de la cadena. El siguiente paso fue la ducha. Abrí el agua y regulé la temperatura para que resultase agradable. Me quité la ropa frente a ella y me acerqué para levantarla de la taza.

  • ¿Me vas a violar? – no se si parecía asustada o ansiosa, pero desde luego no parecía segura de si misma.

  • No. Cuando quiera follar contigo simplemente te daré la orden. Tienes que ducharte y todavía no has recuperado el control, vamos a ducharnos juntos.

Volvía ayudarla y nos metimos en la ducha, cerré la mampara y dejé que el agua nos empapara desde una docena de difusores diferentes. Ella se recostó contra mi pecho mientras se apoyaba en la pared con una mano. Yo pasé a sujetarla pasando mi brazo por su cintura.

  • ¿Por qué no estás excitado? ¿Ya no te gusta mi cuerpo?

¿Qué tipo de pregunta era aquella? ¿Había fallado el programa y se le había ido la olla? Quizá solo era efecto del programa, menor inhibición sexual y deseo de complacer.

  • Tienes un cuerpo precioso. Simplemente no estoy aquí para eso, ahora mismo lo único que quiero es ayudarte a estar limpia.

  • ¿Seguro? – La muy zorra empezó a restregar su precioso culo contra mi - ¿Entonces no te importará que yo disfrute del baño?

  • ¿Bea, quieres que te folle?

  • No… Si… No… No lo sé. Una parte de mi quiere y otra no. Una parte quiere ponerte cachondo y no dejar que me folles y otra quiere que grites de placer con mi cuerpo. ¿Qué me has hecho? ¿Por qué tengo que contarte todo lo que quieres saber?

  • Porque una de las cosas a las que te obliga el programa es a no mentir y a obedecer.

Cerré el agua y cogí el gel y la esponja y empecé a frotar su cuerpo. Mientras lo pasaba por sus pechos comenzó a suspirar. Pasé algo más de tiempo frotando sus pezones, que se habían endurecido. Después bajé por su abdomen, iba a bajar algo más pero cuando ella abrió las piernas para facilitar el acceso, cambié de idea, subí por su costado y metí la esponja entre nuestros cuerpos, acariciando su  espalda. Bajé lentamente mientras movía la esponja a derecha e izquierda hasta llegar a las nalgas. Bajé el brazo y continué por la parte posterior de sus muslos, primero uno y después el otro.  Ella había comenzado a suspirar y se le había acelerado la respiración. Decidí terminar, metí la esponja entre sus nalgas y bajé para acceder a su entrepierna. Ella soltó un gemido y casi se cae al suelo. Mientras la sujetaba me di cuenta de que había tenido un orgasmo simplemente por la caricia de la esponja sobre sus labios vaginales. Desde luego la cosa prometía. Con ella más tranquila terminé de enjabonar el pubis y abrí el grifo para el aclarado.

Mientras la secaba volvió a excitarse, esta vez se mordió el labio para evitar suspirar y gemir.

  • Antes me has preguntado si te iba a violar. Después te has masturbado con mi cuerpo y ahora vuelves a estar excitada. ¿Quieres que te ayude a llegar al orgasmo?

  • Necesito correrme. Haz lo que sea pero por favor haz que me corra.

  • Pídemelo por favor. Si me lo pides te llevaré a la cama y te ayudaré a correrte.

Dudó unos momentos, luchando contra si misma. Yo seguí secándola y acariciando suavemente su cuerpo. Tiré la toalla y la abracé por detrás, apoyando mi ya erecto pene contra su culo.

  • ¿No me vas a contestar? – susurré contra su oreja, mordisqueando suavemente el lóbulo.

  • ¡Si! Quiero correrme, quiero que me violes, que me folles hasta reventarme. Házmelo hasta que ya no tenga más ganas.

  • Tienes que pedirlo por favor.

Ella en vez de contestar llevó su mano a la espalda y me agarró el pene comenzando lentamente a masturbarme.

  • ¿Solo me lo harás si te lo pido por favor? ¿No quieres follarme?

  • Lo que quiero es que me pidas por favor que te folle. En cuanto lo hagas te lo concederé.

Luchó contra si misma durante una eternidad, seguía masturbándome y pegando su espalda contra mi pecho, pero noté como se tensaba y se mordía el labio hasta que finalmente negó con la cabeza.

  • Bien. Si no quieres pedírmelo no tengo problema, puedo esperar.

La dejé sentada en la cama mientras me volvía a vestir. Ella me miraba anhelante pero se obligó a no pedir nada.

  • Dentro de un par de horas Carmen servirá la comida. Quiero que vengas a comer con nosotros.

-¿Y mi ropa? – preguntó cuando iba a salir de la  habitación.

  • No necesitas ropa, quiero que lo hagas desnuda.

Mientras me dirigía a mi despacho vi por la ventana que Carol y Petra estaban tomando el sol junto a la piscina. Las dos estaban desnudas y pude observar como Paco las miraba desde lejos mientras recogía unas hojas inexistentes. Quizá debería reponer su chip. Si la testosterona le hacía romper con la obediencia tendría que quitarle la testosterona. Pero el hecho de que estuviese entero me servía para mantener la disciplina de las demás.

Carmen estaba en la cocina terminando de preparar los platos. Cogí un puñado de fresas del frutero y me senté en una de las sillas.

  • Le he ordenado a Beatriz que baje a comer.

-¿Ya es una de nosotras?

  • No. Y no se si algún día lo será. El tratamiento crea un condicionamiento parcial, de momento solo obedece parcialmente. Le quedan unos días. Y aunque el programa funcione perfectamente no sé si la quiero como sumisa. Me podría pasar lo que te pasó anoche con Paco. No se si podría controlarme.

  • Pero podrías hacerlo, porque sería tu sumisa. Paco no es mio.

  • Paco es mi esclavo, en todo caso sería aceptar a Bea como esclava y eso tampoco me convence. Supongo que depende del tipo de sumisa o esclava que resulte.

  • Amo… ¿has pensado en mi castigo? – su voz sonaba atemorizada.

  • Si. Desde anoche lo tengo claro y creo que va a ser el castigo más duro que hayas recibido hasta ahora. De hecho será el castigo definitivo. A partir de ahora cada vez que me falles tendrás el mismo castigo y si tengo que repetirlo a menudo seguramente te abandonaré.

  • No fallaré más amo. Aceptaré el castigo y no volveré a fallar.

  • Volverás a fallar, todos fallamos, la cuestión es como fallamos. Ayer dejaste de ser mi sumisa para dejarte consumir por tu odio hacia Paco. De hecho, todavía ves a Petra como una rival, en vez de verla como una futura hermana.

  • Lo sé amo, y estoy arrepentida. Creí que había superado lo de Paco, pero anoche descubrí que no era así. Pero he estado pensando en Petra y de verdad siento haberlo pagado con ella. Fui muy dura. Me disculparé en cuanto la vea.

  • No lo hagas. Eres la sumisa de más rango. No te disculpes. Lo hecho, hecho está. Pero tu castigo lo tendrás después  de que los demás comamos. Cuando termine el castigo estarás cansada y seguramente enfadada conmigo. Después del castigo subirás a tu habitación, te asearás bien y quiero que pienses en tu futuro conmigo y lo que quieres de tu vida.

Ella guardó silencio. Yo me levanté y salí al jardín, al encuentro de Paco. Él se asustó bastante pensando que le iba a castigar por observar a su hija y a la perrita. En vez de eso se sorprendió con mis órdenes.

  • Esta tarde aséate bien y preséntate en la piscina a las nueve de la noche.

Después de dejarlo todo arreglado realicé unas cuantas comprobaciones de mis finanzas, un par de llamadas a mis contactos y averigüé unas cuantas cosas más, pero Bea tendría que contestar a muchas cosas que no conseguía entender. Aunque estuviese creando un software predictivo para las finanzas no valdría tanto. Se habían gastado una fortuna en comprar mi empresa y seguramente le estaban pagando a mi ex otra fortuna. Si a eso le sumabas la cantidad que estaban dispuestos a pagarme a mí… eso hacia una cantidad exorbitada. Un programa predictivo no podía valer tanto. No cuando todas las demás compañías estaban trabajando en lo mismo. Algo no encajaba.

A la hora de la comida Bea se presentó en la cocina. Venía completamente desnuda y ni siquiera se ruborizó al sentarse en la mesa y recibir la mirada de las demás mujeres. Petra también estaba desnuda y mantenía la vista en el suelo.

Comenzamos a comer en silencio, cada uno tenía sus problemas. Carmen con el castigo, Petra con su educación y Bea con el tratamiento. Carol no se atrevía a abrir la boca en un ambiente tan tenso.

  • Bea, para matar el tiempo podías contarme quién te ha contratado.

  • Sí, podía. ¿Pero debo hacerlo?

  • Sí, hazlo.

  • No conozco la identidad de mis empleadores, pero deben ser de algún consorcio gigantesco por la cantidad de dinero que manejan. Se podría acabar con el hambre en áfrica con lo que están dispuestos a gastar en ti.

  • ¿Qué te pidieron exactamente?

  • El programa en el que estabas trabajando. Lo quieren. Creí que sería un programa financiero, pero ahora me doy cuenta de que nunca dijeron eso. Deben querer lo que estás usando conmigo. Es muy efectivo.

  • ¿Sí? ¿Tanto como para obedecer cualquier orden?

  • Supongo que en el futuro no me podré escapar de ninguna orden, pero de momento todavía mantengo algo de voluntad.

  • ¿En serio?  ¿Entonces si te ordenase que te colocases a cuatro patas y vinieses hasta mí a chuparme la polla no lo harías?

  • No.

  • Bien. Petra, separa la silla de la mesa y abre las piernas – lo hizo inmediatamente -. Bea, cómele el coño a Petra hasta que quede satisfecha.

Ella luchó consigo misma durante un segundo pero finalmente se levantó de la silla y se arrodilló entre las piernas de Petra. Comenzó chupando y lamiendo suavemente y cuando comenzaron los gemidos y suspiros de su víctima le levantó las piernas colocándoselas sobre sus hombros, tirando de ella hacia si y deslizando medio culo de Petra fuera de la silla. En esa posición, con la cabeza entre las piernas y con los brazos alrededor de las piernas se dedicó a fondo y en menos de diez minutos Petra gritaba y se contorsionaba sobre la silla.

Beatriz se levantó sonriente y volvió a su silla. Tenía toda la cara brillante de los jugos de su asistente, pero no hizo ningún ademán por limpiarse, recuperó sus cubiertos y continuó comiendo como si nada hubiese pasado. Petra estaba más afectada, se volvió a colocar en su sitio, pero los jadeos intentando recuperar el aliento y el sudor que le cubría la piel demostraban que había sido un orgasmo memorable.

  • Veo que el programa funciona. Al menos algunas de las órdenes si estás obligada a cumplirlas. Unas cuantas sesiones más y estarás lista.

Unas horas después de comer llevé a Bea al aseo para que hiciese sus necesidades y después la bajé a la habitación de juegos.

  • Interesante colección de juguetes – comentó ella -. Cuando estábamos juntos no necesitabas tantas cosas.

-¿Te refieres antes o después de que descubriese que te follabas a todos mis amigos?

  • ¡Que rencoroso! No me follé a todos tus amigos, solo a aquellos de los que podía sacar algo. Además, con ellos era solo sexo, yo te amaba a ti. Hasta que me traicionaste.

  • ¿Te traicioné? Tenías un plan para echarme de la empresa y quedarte tú con ella. Lo que hice fue auto preservación.

  • Nunca te hubiese abandonado. Habrías tenido un puesto junto a mí, pero yo llevando las riendas. Conmigo no hubieses llegado a esto, recluido en una isla y tratando solo con mujeres que puedes doblegar a tu voluntad.

  • Si no me hubiese divorciado de ti y luchado por el control de la empresa ahora estaría siendo tu perrito faldero. Seguro que me hubieses usado como mamporrero de algún cliente mientras te follaba.

  • Pues me hubieses venido bien – comentó ella con una sonrisa -. He tenido algunos clientes que habrían necesitado de tus servicios.

Era increíble, su personalidad no había cambiado, solo tenía un par de condicionamientos pero según mis cálculos eso debía cambiar su personalidad y no lo había hecho. O el programa funcionaba mal y ella estaba fingiendo o era un éxito sin precedentes. Durante un lavado de cerebro lo que se hace es destrozar la personalidad de la víctima para crear otra a nuestra medida, el programa no necesitaba destrozar nada, modificaba pero sin destruir.

Le ordené que se introdujese los plugs del traje y ella lo hizo de la forma más sensual que pudo, tentándome. Terminé ayudándola con el traje y con cuidado le puse una vía intravenosa en el brazo contrario a la última. Se metió ella misma en el tanque y yo lo cerré mientras ella sonreía. Activé el programa y comenzó la cuenta atrás. Otras doce horas por delante. Tiempo más que de sobra para lo que tenía pendiente con el resto de mis sumisas.

Las llamé a las tres al jardín y convoqué también a Paco. Les enseñé el par de cosas que había traído. Una bolsa de seda negra con una cuerda para cerrarla, unos trozos de papel y un bolígrafo.

  • Vamos a escribir cinco castigos aquí. Los voy a meter en la bolsa y Petra sacará uno para Carmen. Si se niega a cumplir el castigo la repudiaré y si no consigue hacerlo cada una de vosotras sacará un castigo y lo recibirá. ¿Entendido?

Todas asintieron y a Paco le brillaban los ojos de euforia al saber que Carmen iba a ser castigada.

  • Bien, Carmen, ¿Qué castigo te aplicarías tú misma?

  • Veinte latigazos con la vara – dijo después de pensarlo cinco minutos.

  • Veinte es a lo que condené a Paco por desobedecerte a ti. ¿Cuánto sería si Paco me desobedeciera a mí?

  • … ¿treinta? – casi fue un susurro.

  • Bien, treinta latigazos con la vara – escribí en el primer papel.

Doblé la nota en cuatro y la metí en la bolsa de seda.

  • ¿Carol, cual sería el castigo al que condenarías a tu madre?

  • Pinzas en los pezones y el clítoris, con pesas y diez latigazos al mismo tiempo.

Su madre se puso blanca pero no hizo ningún comentario. Yo escribí la nota, la doblé y la introduje en la bolsa.

  • ¿Petra?

  • Dos latigazos con una fusta en cada pezón y cuatro en la vagina. La señora Ayala me castigo así una vez y no volví a fallar.

  • Un poco duro para una relación suave como la vuestra. ¿Aceptaste ese castigo?

  • No pude hacer nada, ella me ató sin decirme nada y después me aplicó el castigo.

  • Entonces tuviste suerte, aquí ella tendrá que aceptar el castigo, eso es tan duro como el dolor que sentiría. ¿Paco?

  • ¿Yo también? – se sorprendió él.

  • Si, he pensado que a ti se te ocurriría un buen castigo para ella.

  • No sé… ¿perforarle los pezones con una aguja?

Hasta yo me sorprendí. El cabrón era un sádico, cada vez que quisiera asustar a las chicas solo tenía que amenazarlas con un castigo de Paco. Escribí el castigo en el papel y lo metí en la bolsa.

  • El castigo de Paco me ha parecido un poco excesivo de manera que yo voy a poner dos para que haya menos posibilidades de que toque el suyo. El primero será el prohibirte tener un orgasmo en toda una semana y la obligación de provocarle uno a cada una de tus hermanas al menos una vez al día. Si fallas en conseguirlo y te corres por cualquier razón al final de la semana volveremos a coger un castigo de la bolsa.

Lo escribí y lo metí en la bolsa.

  • Bien, el último creo que va a ser al que más miedo vas a tener y sin duda de todos los que tenemos aquí sería el que menos te gustaría que saliese. Que Paco te llene todos los agujeros con su esperma y tú le des las gracias cada vez. Si no lo consigues en menos de una hora lo repetirás al día siguiente.

Carmen comenzó a llorar mientras yo escribía y doblaba el papel. Desde luego a nivel psicológico ese era el castigo que más le iba a costar aceptar. Cuando los seis castigos estuvieron en la bolsa la agité un poco e hice que Petra sacase uno de los papeles. Me lo entregó sin desdoblarlo. La tensión era palpable, tres mujeres temerosas y un hombre ansioso esperaban a que les comunicase el castigo.

  • Carol, ve a por la fusta de cuero.

Carmen respiró aliviada y Paco soltó un taco. Delante de ellos volví a doblar el papel y lo introduje en la bolsa. Anudé la cuerda y me la colgué del cinturón.

Cuando llegó Carol con la fusta les informé de como lo íbamos a hacer mientras Carmen se desnudaba delante de nosotros.

  • Primero golpeará Carol en uno de sus pezones, después le tocará a Petra en la vagina. Continua Paco en el otro pezón y a mi me tocará el siguiente en su vagina. Después de darle cinco minutos de descanso en la siguiente ronda nos cambiamos, Petra pezón, Carol vagina, yo  pezón y Paco vagina.  ¿Entendido?

Todos lo entendieron a la perfección. Carol era la primera, cogió la fusta y se colocó frente a su madre.

  • ¿Carmen, estás lista para aceptar el golpe o quieres dejarlo?

  • Estoy lista, amo.

A mi señal Carol descargó un golpe con todas sus fuerzas que estrelló el triángulo de cuero de la punta de la fusta contra el pezón de Carmen. Esta aulló agarrándose la teta y cayendo al suelo. Dejé que se retorciese medio minuto.

  • ¿Carmen, quieres ponerte en pie para recibir el siguiente o lo dejamos?

  • Estoy… estoy lista, amo – dijo haciendo un esfuerzo para calmar el llanto.

La pobre mujer se levantó soltándose el pezón, lo tenía hinchado y con se le había formado un triangulo de bordes rojos cruzando su aureola. Pese a todo ella se estiró para recibir el siguiente golpe.

  • Abre más las piernas, el siguiente es en la vagina.

Ella tragó saliva y abrió las piernas. Petra se colocó llevó la fusta tan atrás como pudo. Cuando asentí con la cabeza lanzó un golpe ascendente que dobló la fusta y raspó el pubis. El grito fue más desgarrador que antes intercalado por sollozos mientras trataba de coger aire boqueando. Antes de que pasase el medio minuto Carol fue a ayudarla para ponerla en pie yo la detuve.

  • Carmen,  Carol quiere ayudarte a ponerte en pie. ¿Quieres  que te ayude o lo dejamos?

Ella aceptó y se puso en pie con la ayuda de su hija. Antes de que yo le hiciese ninguna señal Paco azotó el pezón arrancando otro grito desgarrador que fue contestado por una carcajada de su agresor.

  • Paco, por eso te acabas de ganar un castigo, mañana lo recibirás y no está en la bolsa, pero te aseguro que no te va a gustar.

Me pasó la fusta. Esperé a que Carmen se volviera a colocar con las piernas abiertas.

  • ¿Lo hago, Carmen? ¿O prefieres dejarlo?

  • Nunca… nunca lo dejaré. Mi lugar es aquí, contigo, con mi hija y con cualquier otra sumisa que tú aceptes.

No suavicé el golpe, no me gustaba golpearla, lo detestaba, pero no podía darle menos. Se merecía el castigo y tenía que ser castigada, por ella misma.

Durante los cinco minutos de descanso le di permiso a Carol y Petra para ayudar a Carmen,  pero, a parte de abrazarla y consolarla, no podían hacer nada más. Cuando pasó el tiempo estipulado ella se puso en pie tambaleándose un poco. Su cara estaba rota por el dolor y las lágrimas habían dejado surcos en las mejillas. Todo su cuerpo sudaba y estaba congestionado, las marcas en los pezones ahora se estaban volviendo verdugones oscuros.

  • Amo… - me llamó Carol -. ¿Puedo aceptar uno de los golpes en el pezón en lugar de mi madre?

La miré y miré a Carmen

  • Y yo otro – intervino Petra – yo aceptaría el otro golpe en su lugar.

  • ¿Lo estás oyendo Carmen? ¿Quieres que reciban parte del castigo en tu lugar?

  • No… el castigo… es mío. Yo… cometí… la falta.

Arrastraba las palabras, el dolor debía ser terrible, pero todavía aceptaba más.

  • Si estás segura continuaremos.

  • Sí, estoy segura.

Petra cogió la fusta de mis manos y cruzó la pieza de cuero contra el pecho de Carmen. Esta se encogió llorando y gimiendo, pero no llegó a caer al suelo, se colocó y abrió las piernas.

  • Estoy… lista. Y… me quedo.

Petra le dio la fusta a Carol y esta cruzó la fusta entre las piernas de su madre. Esta vez si cayó de rodillas, pero con mucho esfuerzo y la ayuda de sus dos compañeras se levantó y se preparó. Petra me dio la fusta y con un golpe de revés la azoté. Ella se apretó el pezón mientras se mordía el labio para evitar el grito. Se mordió tan fuerte que se hizo un poco de sangre.

  • Carmen, es suficiente, no hace falta que recibas el último golpe, has recibido mucho dolor y el último golpe es de Paco.

  • No… tengo que hacerlo… seré la mejor sumisa – me contestó ella. Justo lo que yo quería.

Le entregué la fusta al sádico que en vez de colocarse como lo habíamos hecho hasta ahora, él se colocó a la espalda de Carmen. Apuntó rozando las piernas de su ex con la fusta y estiró el brazo hacia atrás. Esta vez esperó a que le diese la señal. El golpe fue terrible, el chasquido me heló la sangre en las venas. El cuero había golpeado directamente contra el clítoris. Carmen se dobló boqueando, intentando coger aire y se dejó caer de rodillas para después rodar de costado. Paco disfrutaba del espectáculo con una sonrisa en los labios y un evidente bulto en los pantalones. Le ordené que volviese a la casa del servicio solo para quitarlo de mi vista. Cogí a Carmen en mis brazos y la llevé hasta la casa. La deposité en mi cama y mandé a Carol a buscar un par de cosas del botiquín de la habitación de juegos.

Le pusimos una crema anestésica tanto en los pezones como en la parte exterior de la vagina, la crema no era válida para las mucosas. En esas mismas zonas le aplicamos una crema con anticoagulante que reduciría la aparición de los hematomas. Después le di un par de analgésicos fuertes y un somnífero. Necesitaba descansar. Petra y Carol se abrazaron a ella y me dejaron el sitio justo en la cama para dormir pegado a ellas. Tardé mucho en dormirme y todo ese rato estuve pensando en cual sería el mejor castigo para el cabrón de Paco.

CONTINUARÁ…