Cumpliendo fantasías
F. hace de mi lo que quiere, porque me da lo que yo quiero. ¿Quieres comprobarlo?
Si quieres saber cómo conocí a F., puedes leerlo aquí: http://www.todorelatos.com/relato/103379/
Desde aquel día de verano, F. y yo quedamos frecuentemente. No puedo decir si éramos pareja o no, yo desde luego no lo sentía así. Durante el tiempo que estuve con él, no follé con otros tíos (sin su consentimiento), pero no creo que hubiera existido ningún problema si lo hubiera hecho. Creo que él tampoco se tiró a ninguna otra, no lo sé con certeza. Así que puede decirse que fuimos fieles por el simple hecho de que saciábamos nuestros deseos más ocultos y obscenos el uno con el otro. F no me escondía, pero nunca me presentó a ninguno de sus amigos (salvo a T., claro) ni yo a los míos. Nunca llegué a saber demasiado de su vida, tengo una idea vaga de a qué se dedicaba, pero poco más. Me llevaba de viaje, a restaurantes y bares, desde los más lujosos a las tascas más asquerosas, siempre sabiendo que allí se cocinaba el mejor tal o preparaban el mejor cual. Y yo me dejaba llevar, sabía que a él le gustaba ese juego de llevar la voz cantante. Me gustaba su forma de tratarme con esa caballerosidad un poco anticuada, tan educado, tan atento a la vista de los demás, tan sutil hasta en su forma de darme placer. Hablábamos de cosas superficiales, no eramos alguien con quien desahogarse cuando los problemas llegaban o a quien pedir consejo. Y sobre todo, follábamos. Follábamos en el coche, en su casa, en hoteles 5 estrellas y en pensiones con cucarachas. Follábamos como locos. Lo que ocurriera más allá de esa extraña relación quedaba aparte, nosotros nos usábamos el uno al otro para satisfacer nuestras fantasiás, nuestros bajos instintos.
Hubo un día (una noche, mejor dicho) en el que me llevó a cenar a un bonito restaurante. Decorado con gusto, música suave, los comensales hablando en voz baja. No recuerdo cual era la especialidad que F quería que probase, en realidad, lo de menos era siempre la comida que nos sirvieran en el plato, porque yo estaba deseando que llegara el momento en el que pudiera llevarme a la boca la suculenta y dura polla de F. Nos sirvio la cena un camarero joven, guapo, que me miraba el escote disimuladamente todo el tiempo. Nunca he sido una tía muy llamativa, pero desde que había descubierto nuevos y mejores caminos en el sexo, parecía como si emanara una sensualidad antes desconocida para mi. Yo estaba más disponible y más deseosa que nunca, y eso hacía que los hombres (y alguna mujer) se fijaran más en mi, o al menos, de una forma que no hacían antes. Así que me divertí mucho viendo las miradas furtivas del camarero a mi escote, y yo simplemente le dejé mirar, no quise provocarle más, porque realmente no lo necesitaba.
Durante la cena F y yo hablamos de todo y de nada, como siempre. Viajes, libros, alguna noticia de actualidad. En un momento determinado, F. pidió disculpas de esa forma tan educada que tiene de hacerlo, y se levantó para ir al servicio. Pasados un par de minutos, no sé qué resorte saltó en mi, que me levanté y fui directa al baño de caballeros, dispuesta a darle una sorpresa a F que estaba segura de que le iba a gustar. Me lo encontré lavándose las manos, frente a un gran espejo. Había varios espejos en los laterales, lo que hacía que pudiera ver varios F.s en pequeñito, poniendo cara de sorpresa al verme entrar como si tal cosa. El servicio estaba vacío. Yo me puse detrás de F. y besé su cuello, mordí su oreja, y llevé mis manos a su paquete, por encima del pantalón. Su polla me saludó dando un respingo de alegría. No tardé en sacarla de su encierro, para tomarla entre mis manos y tratarla tan bien como su dueño me trataba a mi. Acaricié la punta, extendí esa primera gota que empezaba a salir para frotarla en el frenillo. Pasé la mano por toda la polla, despacio, para agarrarla con firmeza y comenzar a pajearle rápidamente. Ver ese movimiento de mi mano reflejado tantas veces era hipnótico. F. me miraba a través del espejo con la mirada turbia, aguantando los gemidos. Yo le iba diciendo al oido las guarradas que se me ocurrían: "sabes cuánto me gusta tu polla? me gusta así, cuando está toda mojadita, y tan dura, me encanta... y me encanta verte así, perdiendo el control entre mis manos, haces que mi coño lata con tanta fuerza como está latiendo ahora tu corazón"
- Vamos a comprobarlo - Dijo con voz ronca. Y sin dejarme reaccionar, se dio la vuelta, hizo que me pusiera yo frente al espejo, apoyada en el lavabo, y me levantó el vestido, arrancándome las bragas de un solo tirón. Apuntó con su polla a la entrada de mi vagina, y de una sola embestida me la clavó tan profundo que me hizo temblar.
- Pues si que estas mojada... A ver.... - Y sacó todo ese pollón duro como una piedra de mi coño, mojado de mis propios fluidos, haciendo que suplicara que no parase. No dejamos de mirarnos a través del espejo. Los dos con las miradas sucias, llenas de lujuria. volvió a clavarme la verga, para sacarla despacio, una y otra vez, los dos callados aguantando los gemidos que querían salir a borbotones para que no nos pillara nadie. Sus huevos golpeandome, mis tetas que se habían salido del vestido, bailando a cada embestida. En un momento determinado, escupió en mi culo, y extendió con sus dedos la saliva mezclada con mis propios fluidos, para penetrarme con un dedo primero, luego dos, dilatando mi agujero de una forma morbosa y placentera. Sentia la doble penetración de su polla y sus dedos, taladrándome a la vez, y yo me sentía muy puta y muy privilegiada al mismo tiempo, sin dejar de mirarle, de ver su cara de absoluto placer en el espejo.
No sé cuánto rató estuvo así, sé que estaba a punto de correrme, cuando se abrió la puerta y apareció el camarero que nos había atendido, con los ojos a punto de salirse de las órbitas y sin poder articular palabra. Nosotros le miramos con una sonrisa lujuriosa a través del espejo, aquello fue demasiado para nuestro deseo y nos corrimos delante de ese tío, aguantando las ganas de gritar. El camarero no se movió ni un milímetro, ni dijo ni una sola palabra, cuando F. sacó su polla todavía goteando semen, cuando tuvo al alcance de su vista mi coño sonrosado, latiendo, echando todavía parte de la leche de F., mi culo dilatado esperando ser penetrado. F. le dijo: Ven. El camarero no reacciono.
- Ven, hombre, ven. O me vas a decir que no estás deseando follartela. Vamos. Follále el culo, no ves que lo está deseando. Pero esta tia es una princesa. hazlo bien o te corto los huevos, me oyes?
El camarero, rapidamente se bajó la cremallera del pantalón, sacando una hermosa y goteante polla, su cabecita mirando hacia arriba, apuntando a mi culo.
- Te estoy esperando, le dije yo.
Y me clavó aquella verga magnífica en el culo. Sentí un relámpago de escozor. Pero a la vez me gustaba, me gustaba mucho. F. permanecía a mi lado, mirando la escena complacido. La siguiente embestida también me escoció un poco, la siguiente ya no. El camarero se agarró a mis tetas, pellizcando mis pezones, mientras me follaba el culo sin piedad. F., siempre pendiente de mi, me puso una mano en el coño y empezó a acariciarme el clítoris. Suave, rápido, como a mi me gusta que lo haga. Me besaba la boca, metiendo la lengua hasta la garganta, mientras el camarero se dedicaba a perforarme cada vez más rápido, cada vez con menos control sobre la situación.
No tardé en correrme, más por la maestría que F. había adquirido en masturbarme que por los empujones apresurados del camarero, el caso es que los movimientos de mi culo también se hicieron más amplios, haciendo que el chico aquel saliera precipitadamente de mi agujero para correrse, llenando mis muslos y parte del suelo del baño de esa leche calentita y abundante que emanaba de su potente herramienta.
Se quedó mirándonos un poco, con cara de asombro, mientras recuperaba el aliento. Se había manchado el pantalón de alguna gota de su propia lefa, por lo que dijo apresuradamente que tenía que ir a cambiarse y se largó. Nosotros nos miramos, sonrientes. Satisfechos. F. me ayudó a limpiarme un poco. a recomponerme, y salimos, como si nada, a terminar de cenar. El camarero acudió en un par de ocasiones más, colorado como un tomate, tratando de disimular su sonrisa. Fue otro gran placer oirle decir que el vino era regalo de la casa. La propina fue generosa, la verdad es que el chico se lo había ganado.
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