Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 13.

Mis memorias. Mis vivencias.

Sentado en el sofá de la suite, Blanca se colocó de espaldas a mi para empalarse la verga en su húmedo coñito. Además de cachonda, estaba muy mimosa, muy cariñosa. Tras el primer coito de la mañana, estuvimos hablando un buen rato, nuestra relación se consolidaba por momentos, no solamente como padre e hija, sino también como pareja.

Con una mano le acariciaba los pezones y con la otras arrasaba su durísimo clítoris, el orgasmo número no se sabe, estaba a punto de hacer su entrada y nuestras bocas se fundieron en una sola, apenas noté como finalizaban sus contracciones, extraje la polla para alojarla suavemente en su trabajado ano. Entró suavemente hasta el fondo, me recosté un poco en el respaldo del sofá y el cuerpo de mi hija me acompañó, descansando sobre mi pecho.

Papá, papá… me encanta que me folles y me encanta que me rompas el culo. Me gusta chuparte la polla… papaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaá, no te pares, dame duro, papá. Rómpeme el culo.

Cuantas más cosas decía, más me alteraba y con mayor violencia penetraba su culo no iba a durar mucho más, en ese momento un chorro potente y abundante de flujo salió disparado por encima de la mesita de centro para caer en el suelo de la habitación, Blanca no gimió, sino que rugió de placer.

En el chocho, papá, córrete en mi chocho – bramó.

Saqué la verga del culo y de un solo golpe la introduje en su anegado coñito. Me levante y coloqué a Blanca de rodillas en el sofá, quería sobreexcitarme viendo su culo mientras la penetraba, además de ver como mi polla salía embadurnada en viscosos flujos blancos de su coñito.

Creo que se me fue cualquier ápice de sensatez cuando tomando firmemente sus caderas le solté un cachetazo suave en la nalga y en ese momento nos corrimos como un solo cuerpo, cayendo derrengados sobre el amplio sofá de la habitación. Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, Blanca giró sobre si misma para poder abrazarme.

Papá… - dijo con la respiración alterada – papá, este verano nos vamos a ir los tres meses de vacaciones para que me preñes – tomó aire antes de continuar – y espero que todos los días sean igual que hoy.

Hija, tengo cincuenta…

Papá – dijo cortándome – pastillas de viagra, papá.

En el verano de mis catorce años, baje del coche y abrí la puerta para Reme y Marta. Ambas iban elegantísimas con vestidos cortos hasta la rodilla y discretos escotes veraniegos; yo estaba imponente con mi traje azul marino, camisa blanca de cuello corto y corbata azul con discretas franjas amarillas. Matías nos acompañó a la puerta de la discoteca y saludo al portero, el cruce de miradas le quedó claro, eran la hija y los amigos del señor Salvador, eso era mucho decir en la Sierra Sur sevillana.

A las doce de la noche os espero en la misma puerta – nos dijo Matías sin dejar espacio a reclamación de ningún tipo.

Los tres sabíamos nuestro papel y como debíamos desarrollarlo. Con mi casi metro setenta y cinco de altura, las chicas se sentían seguras a mi lado, ambas me abrazaban por la cintura y yo las estrechaba a la vez entre mis brazos.

Eran algo más de las ocho de la tarde y la sala comenzaba a estar rebosante de público. Marta y Reme me presentaron a un montón de gente de quien no recordé el nombre más adelante; los tres nos mantuvimos juntos hasta que vimos a Sergio en un rincón de la pista departiendo con sus amigos. A Marta se le iluminaron los ojos y dándole una suave palmada en el culete le dije:

¡A por él primita! Que no se escape – con la cara iluminada por una sonrisa, me dio un abrazo descomunal, otro a Reme y salió a paso tranquilo para intentar derribar las últimas barreras que la mantenían lejos de Sergio.

Estaba por llevar a Reme a uno de los oscuros reservados de la discoteca, cuando un tipo alto, fuerte y de piel muy morena nos cortó el paso. Reme, asustada, se apretó contra mi y enseguida supe lo que había de hacer.

¡Reme! – dijo el tipo - ¿Por qué no me has “esperao” a mi? ¿Qué coño haces tú con un señorito?

Está conmigo porque la he invitado yo y ella ha querido venir.

Tú te callas que nadie te ha “dao” vela en este entierro.

El fulano, un tal Rafa y sus secuaces, intentaron rodearme y Reme se escondió detrás de mi. Tenía claro que habría bronca y gorda, pero llegó el rudo portero en ese mismo instante y el tal Rafa acabó en el suelo de un contundente puñetazo.

Niños – gritó el portero – “Iros” a tomar por culo y “llevarse” al Rafa de aquí, no lo quiero ver en mi discoteca nunca más.

Solo dos de los varios amigotes auxiliaron a Rafa y lo sacaron de la sala, una sentencia de ese tipo en el pueblo, suponía peor castigo que una cadena perpetua, y por lo que supe más adelante, a ese portero nadie le soplaba la oreja.

Llevé a Reme hasta una de las barras y pedí refrescos para tranquilizarla. Nos fuimos a un apartado y antes de sentarnos el mismo portero nos rogó que lo siguiéramos hasta un pequeño almacén de la discoteca, tras él, un camarero trajo una bandeja con más refrescos.

Aquí estarán ustedes mejor hasta que la chica se tranquilice. Cuando salgan cierren la puerta y ya me encargo yo de todo.

Gracias, señor…

Ramiro, me llamo Ramiro, pero “to er” mundo me llama “Mataó” y es que fui torero ¿Sabe Usted?

Gracias, señor Mataor.

El hombre salió riendo y Reme se contagió de esa risa.

Por primera vez estábamos solos desde mi llegada y no tardamos nada en abrazarno. Ella con quince años y yo casi con la misma edad éramos una auténtica tormenta de hormonas descontroladas. Besos a tornillo, abrazos, caricias y lo que se esperaba de mi, amasar el culo y las tetas inmensas de mi chica.

Podemos decir que no nos costó mucho levantar la falda y bajar el escote

Ten cuidado de no arrugar el vestido.

A mi polla tampoco le costó demasiado salir de la bragueta y encontrar el camino del coño de Reme.

Siiiiiiiiiiiiiií, así, así, así mi amor. Asiiiiiiiiiiiiiiiiiiií. Cuanto tiempo esperándote. Siiiiiiiií

Creo que fue uno de los polvos más rápidos y clandestinos de nuestro historial común, pero totalmente satisfactorio. Nos corrimos juntos y en pocos minutos salimos del almacén, la acompañé al baño para que pudiera asearse y nos fuimos a tomar algo al reservado que anteriormente queríamos ocupar. Aunque la música sonaba menos en ese rincón, pudimos hablar mucho sobre cosas que nos habían quedado pendientes en nuestras últimas cartas. Cuestiones sobre los estudios, nuestras familias, nuestro día a día y sobre nosotros mismos.

De vez en cuando voy a ayudar a la boticaria - me dijo divertida – y una tarde la pillé morreándose y metiéndose mano con la telefonista del pueblo.

¿Son bolleras?

Supongo que sí, pero las dos están casadas y tienen hijos. Bueno, lo que te iba diciendo, las pillé y les dije que no se preocuparan, cada uno tiene su vida y a nadie le importa. Desde entonces nos hemos hecho amigas y confidentes.

¿Solo amigas?

Tontoooooooooooooooooo – me dijo sonrojada – a mi solo me gustas tú. Solo amigas y además, la boticaria me da cosas para no quedarme embarazada. Podemos follar todo lo que quieras sin ponernos “gomitas”.

Me hizo más gracia la expresión “gomitas” para referirse a los preservativos que vergüenza al asegurarme que podríamos follar cuanto quisiéramos.

Estábamos tan felices charlando que ni cuenta nos dimos del paso de las horas. Entre conversación y conversación nos besábamos discretamente porque yo deseaba salvaguardar su reputación de los comentarios del pueblo, aunque alguno de los besos se nos hizo especialmente largos y en alguna ocasión mis manos se perdieron bajo su vestido.

Marta y Sergio vinieron a avisarnos de la hora, apenas quedaban diez minutos para marcharnos y Matías no era alguien a quien pudiéramos llevar la contraria.

Chicos – nos dijo Marta – Sergio me ha pedido para salir y le he dicho que sí – nos comunicó abrazando y besando a su chico con una alegría incontrolable.

Felicidades a los dos, primita – dije abrazándolos a ambos y Reme me imitó cambiando los abrazos por besos.

Nos despedimos del resto, saliendo los primeros a la calle y dejando espacio para los recién estrenados tortolitos, el tal “Mataor” estaba por dentro azuzando a los rezagados y Matías nos esperaba al lado del Land Rover; pero también nos esperaba el tal Rafa en la acera, entre la discoteca y el coche.

¡Rafa! – dijo Matías a media voz – Si tengo que atravesar la acera, vas a comer papillas lo que te queda de vida.

El tipo se acojonó y sus secuaces desaparecieron del lugar, Matías tenía una merecida fama de hombre duro, pero el tío se mantuvo firme en su posición. Hice que las chicas pasaran rápido hasta el coche situándome entre ellas y el fulano.

Reme, tú serás para mi o no serás de “nadie” más – dijo el tipo en el mismo momento que yo cerré la puerta del Land Rover.

Matías, introdujo la primera velocidad y antes de arrancar le dije:

¡Para, Marías!

Bajé del Land Rover despojándome elegantemente de la americana y yendo hasta el fulano, Matías sabía que debía dejarme esa oportunidad y respetó mi decisión, pero también bajó del coche quedando a la expectativa.

El señorito quiere leña – me dijo el tal Rafa cargando contra mi en una corta carrera hacia mi ubicación; la primera proyección lo llevó a estrellarse contra la pared en un grio de ciento ochenta grados.

Conmocionado se incorporó atacando nuevamente y en una proyección parecida acabó nuevamente en el mismo tramo de pared.

Asi se hace, muchacho, dale fuerte – dijo el “Mataó” desde la puerta de la discoteca.

En la tercera embestida se tragó mi codo y algunos dientes, volteando por encima de mis hombros, acabó en el suelo poca arriba y con mi rodilla apretando su garganta.

Mira, idiota – le dije con la calma que me caracteriza – si te vuelvo a ver cerca de Reme o intentas hacerle daño, vendré a sacarte las tripas con unos alicates al rojo vivo ¿Está claro?

Sí, si… está claro – farfulló el tal Rafa a quien se le perdió la pista en el pueblo y nunca más se le vio para evitar que se rieran de la humillación sufrida.

Matías me entregó la chaqueta y tras abrochar el botón, me estrechó con fuerza la mano sin decir palabra alguna, nos fuimos con rumbo al cortijo con una única pregunta de Reme:

¿Estás bien, Carlos?

A la mañana siguiente, Maruja me recibió con dos enormes besos y un abrazo fuerte.

Siéntese mi Niño, que su tita Maruja le ha hecho a su Niño unas asopaipas que se va a chupar los dedos y chocolate desecho.

En el salón Antonia reía mientras hablaba por teléfono y Salvador se levantó de la mesa para estrechar mi mano.

Gracias por cuidar de las chicas, Carlos.

¿Qué dices que hizo? – preguntó Antonia a su interlocutora telefónica sin dejar de reír – Gracias Isabel, muchas gracias por la información. Esta semana me paso a verte. Un beso.

Riendo a discretas carcajadas vino hacia mi y me abrazó con fuerza dejándose caer sobre mis hombros sin cesar en sus risas.

Gracias por cuidarlas, Carlos – me dijo riendo – Todo el mundo en el pueblo habla de la lección que le has dado al matón ese.

No tuvo importancia.

Sí – me respondió un poco más seria – podría haberte hecho daño.

No cabía esa posibilidad, Antonia. Hago judo en el colegio desde los seis años y no se me da mal del todo.

En el pueblo se ha convertido mi Niño en un héroe – dijo la discretísima Maruja haciendo su entrada con una bandeja cargada de comida y rompiendo su habitual y respetuoso silencio – Es un valiente y un hombre como tienen que ser los hombres.

¿Y de dónde han sacado que Marta es tu prima? – preguntó Antonia divertida.

Chismorreos señora, chismorreos de la gente mala.

Pues a mi no me importa que Marta sea mi prima ¿A vosotros os importa tío Salvador, tía Antonia?

El estallido de carcajadas fue generalizado en el mismo instante que las dos chicas hacían su entrada al salón. Y es que en esa época, las películas chinas de artes marciales estaban de moda, porque eran las más asequibles a los modestos cines locales. Aquellos luchadores chinos que realizaban saltos espectaculares, patadas imposibles y golpes mortales con un solo dedo.

¿Entonces somos primos? – preguntó guasona Marta dándome un achuchón.

Efectivamente – confirmó Salvador con una sonrisa en su discreto rostro – somos familia.

En estos días más cercanos, al descubrir Blanca que era mi hija, decidimos pasar una semana entera fuera de Barcelona. Quedaba poco para finalizar el curso escolar pero decidí confiar en ella para que lo aprobara a la primera, realmente los dos necesitábamos este paréntesis.

Compramos diversas prendas de ropa para esos días, especialmente faldas, blusas, camisetas, algunos tejanos y ropa interior muy sugerente y muy cara. El sábado tarde nos fuimos a ver el espectáculo de “El Rey León” y salimos a cenar algo por la plaza de Santa Ana. A los dos nos gustaba la sencillez, la improvisación. Huíamos de la sofisticación para acercarnos más a los bares de tapeo o a los restaurantes de comida rápida o basura.

Volvimos al hotel y tumbados en la cama hacíamos planes de vida.

Papá, cuando acabe el curso…

Dime, cariño.

Cuando acabe el curso, dejaré de tomar la píldora y quiero que me dejes embarazada.

Yo también lo deseo, a pesar de que creo que deberías esperar unos años más y disfrutar de tu juventud, pero haremos frente a ello si así lo quieres.

También sé como decirlo a mis padres, bueno ya me entiendes, a mi madre y a Pere.

¿Cómo?

Iré a casa para las fiestas y diré que mantuve relaciones con algún joven desconocido, cuando sepa que estoy embarazada, y así lo haré.

Pero querrán que vuelvas a casa.

Es posible, pero también es posible que quieran tapar el escándalo y mandarme a Barcelona contigo, yo insistiré en eso. Y si quieren que me case para cubrir el escándalo, les diré que me casen contigo.

Eso va a ser más difícil de colar – dije riendo y besando su negra melena – pero si así lo quieres, el año que viene por estas fechas, seremos padres.

¿Sabes una cosa, papá?

Dime, mi amor.

Prefiero esta relación que tenemos ahora como padre e hija que la anterior como padrino y ahijada. Me gusta más, me da más morbo, excitación, deseo… vamos, que me pone muy cachonda, papá. Tengo el tanga empapado.

La acerqué hacia mi y hurgando entre sus piernas introduje dos dedos dentro de su raja húmeda y caliente.

¡Huuuuuuuuuuuummm! ¡Cómo me estás poniendo, papá!

Extraje la polla y sin desvestirnos se la metí hasta el fondo.

Te voy a dar mi leche en un momento, me tienes loco.

Fóllame y dame tu leche, papá, que yo te voy a dar mi corrida también y te voy a dar mi vida entera.