Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 12.
Mis memorias. Mis vivencias
El verano de mis catorce años… La despedida de Juan en el aeropuerto me abrió los ojos sobre la devoción de Salvador hacia su hijo (sobrino en realidad). Antonia había soltado alguna discreta lágrima, ambos habían pedido su pronto regreso a casa para hacerse cargo de los negocios familiares. Vuelo hasta Barcelona donde sería recibido por mis padres y a esperar un par de días para tomar otro avión con destino Londres.
Salvador y Matías condujeron al séquito familiar hasta un conocido restaurante donde nos dispusimos a comer en un ambiente algo tristón pero realmente distendido. Una familia conocida del matrimonio se acercó a saludarnos, acompañados de sus hijos. Nos presentaron a Javier y a Sergio, este último era por quien Marta bebía los vientos.
Los hombres hablaban de negocios comunes y las mujeres de diversas cuestiones relacionadas con las vacaciones, mientras tanto Sergio detonó la bomba entre los adolescentes, nos invitó a participar en un baile de estudiantes que se celebraría ese próximo fin de semana en un pueblecito de la Sierra Sur, no en vano, la discoteca era propiedad de su padre y estaría a plena disposición de todos nosotros. Marta tardó segundos en pedir permiso a su padre, quien tras ver como Antonia asentía con la cabeza autorizó la salida.
La vuelta al cortijo giró entorno a la cuestión discotequera como me explicó Reme más adelante, yo opté por ir en el coche de Matías y aprender cuantas cosas me explicaba aquel hombre sensacional, que ya había planificado nuestro viaje y regreso a ese pueblecito de tan buenos recuerdos.
Las chicas se encerraron en la habitación de Marta para buscar que modelo ponerse, Salvador y Matías regresaron a sus quehaceres y Antonia dedicó la tarde a su hija pequeña, yo opté por la lectura en la piscina.
Señorito Carlos – me dijo Maruja al dejarme una jarra de cristal repleta de gazpacho - ¿Usted también va a ir a la discoteca?
Sí, Maruja.
Tenga mucho “cudiao” con las niñas de por aquí, que ninguna lo “camele”. Y cuide mucho a Reme que está muy “buscá” por los muchachos de aquí.
No tengas miedo, Maruja. Sabré cuidarme.
Pero como es usted de fuera, todas van a querer enamorarlo.
Me situaré cerca de Reme para que nadie la moleste y todo el mundo piense que estamos juntos.
Esa muchacha si que es para Usted – sentenció dándome un fuerte y sonoro besazo en la frente.
Durante la cena, Marta mostró su malestar al no saber que vestido ponerse para la fiesta. Reme no dijo nada, pero pidió poder ir a sus casa para buscar más ropa. Mucho me temí que los restantes días olvidaríamos los estudios para centrarnos en el evento. Antonia solventó la cuestión de la ropa citándonos a los tres a primera hora de la mañana para ir de compras a la capital.
Me dieron las dos de la madrugada leyendo en la piscina. Antonia había venido a verme tras su roda nocturna, estaba preocupada por si me ocurría algo,
No – le dije – tan solo me apetecía mucho leer.
Eres un niño ejemplar – dijo tumbándose a mi lado y besando ligeramente mis labios – todo un caballero y un hombre.
Tú que me miras con buenos ojos.
Y con ojos de vicio – dijo con aquella sonrisa capaz de derretirme – mucho vicio.
Dejé el libro en el suelo… y mi prudencia a saber donde. La atraje hacia mi para besarla con ardor y explorar nuevamente cada rincón de su cuerpo. La fina tela del camisón resultaba incapaz para ocultar la erección de sus pezones y no tardé mucho en apretarlos entre mis dedos arrancando prontos gemidos de una Antonia ardiente y en fase de desbocamiento. Mientras mi mano izquierda la mantenía abrazada por la espalda, la derecha comenzó a pasearse por sus muslos hasta llegar a su pubis.
No llevas bragas.
Amor, me dijiste que no me las pusiera en casa – dijo entre gemidos.
Mis dedos pasaban de su chorreante coñito a su ardiente ano, sabía que más pronto o más tarde la poseería también por ese culo que me volvía loco. Decidí acelerar su orgasmo pellizcando y estimulando el clítoris cuando ella cambiando de posición se colocó sobre mi, la mano izquierda pasó a maltratar los pezones por encima del camisón de dormir.
Antonia comenzó a temblar y situando su boca en mi oído me susurraba:
Me voy a correr, mi vida. Me voy a correr con tus manos. Me pones muy caliente, muy cachonda. Te quiero… y… quiero chuparte la polla ¿Me vas a dar tu leche en mi boca?
No – le susurraba yo – te voy a follar y quiero darte tu leche en mi coño. Me voy a correr dentro del coño. Y ojalá no te hubieras operado, me gustaría dejarte embarazada.
Esto último hizo que se alterara tanto como en nuestro anterior encuentro, su corrida fue brutal descargando sobre mi abundantes flujos y algo de orina. Con la respiración alterada y el control perdido, aún fue capaz de evitar los gritos que su cuerpo demandaban.
Como pude extraje mi polla del pantalón y apuntándola a su chocho encharcado, la penetré de un solo golpe, fue ella misma quien comenzó la cabalgada que nos llevaría a un orgasmo común, mientras mis manos se perdían en sus pezones, en el agujero de su culo y mi lengua martirizaba la suya.
No éramos conscientes de donde estábamos y de la ausencia de intimidad, pero en ese momento nos resultaba indiferente.
Tres dedos habían penetrado en su ano y mis dientes mordisqueaban sus pezones, convertida en una amazona desbocada, saltaba sobre mi y gemía descontrolada, no teníamos miedo a que nos descubrieran en ese momento
Me voy a correr dentro de ti, amor mío – le dije al oído.
Dame tu leche, que yo también me corrooooooooooooooooooooooo.
Desconozco que fuerza me poseyó en ese instante, pero me puse en pie y con Antonia en mis brazos, la penetración final resultó más profunda e intensa. En la cresta del orgasmo me mordió con fuerza la clavícula, yendo los dos a unos límites que hasta entonces desconocíamos. Descargué dentro de ella y me mantuve en pie durante bastantes minutos, hasta normalizar nuestra respiración. Nos besamos durante una eternidad y nos dijimos las palabras de amor más bonitas del mundo, hasta que la sensatez hizo su entrada y decidimos ir a cambiarnos de ropa y regresar a la “normalidad”, a ella la veía feliz y yo me sentía feliz.
Entramos tomados de la mano, pero a ella se le ocurrió acariciarme la cara y mirarme a los ojos, desatando en mi interior un torbellino inexplicable hasta el día de hoy. Sin mediar palabra la empujé contra la pared bajo la escalera, subí su camisa de dormir y abriendo sus nalga coloqué mi endurecida polla a las puertas de su coño, no resultó necesario lubricar más de lo que ya estaba, chorros de semen de mi corrida anterior, bajaban por sus piernas.
Apretado contra ella empujaba violentamente y sin descanso, ella había colocado las manos contra la pared como buscando un puto de apoyo, su cabeza girada sufría los embates de mi lengua a lo largo de todo su rostro, especialmente dentro de su oído y uno de mis dedos pulgares penetraba su sensible ano.
Te amo – me dijo. Y nos corrimos violentamente los dos.
Tras la tormenta del orgasmo llegó la calma de nuevos besos, de cariño y ternura; cuerpo contra cuerpo y boca contra boca. Nos duchamos juntos y en silencio en mi habitación sin dejar de jugar con nuestros cuerpos, hasta que ella marchó a dormir y yo a acabar de leer en la piscina, a las dos y pico de la madrugada decidí irme a dormir, no iba a descansar mucho ese día.
A las ocho y media de la mañana me despertó Antonia, que era la única que entraba en mi habitación, salvo el personal del servicio.
Despierta dormilón – me dijo acariciando mi cabello – dúchate y baja a desayunar, que nos vamos a Sevilla.
Buenos días, Antonia. Te quiero.
Y yo a ti, mi vida. Te espero en el comedor – me dijo dejándome a medio despertar.
Fuimos a Sevilla en uno de los Mercedes de la familia, más amplio y cómodo que el habitual Renault 6 de Antonia. Las chicas me cedieron el asiento delantero mientras ellas, detrás, charlaban y hacía planes en los que yo me vería implicado sin haber tomado parte en las decisiones de futuro que se estaban llevando a cabo. Antonia conducía serena y tranquila, sonaba música de fondo y ambos optamos por estar en silencio, durante el desayuno me había percatado de las profundas ojeras en el rostro de mi amante, pero al mismo tiempo de la gran serenidad y alegría que su preciosa cara transmitía.
Me aburrí mucho esa mañana de tiendas, Antonia no solamente fue generosa con su hija, sino también con una avergonzada Reme que no quería “abusar” de la benevolencia para con ella; aunque al final cedió. Dejando a las chicas con los últimos detalles, Antonia me llevó a escoger dos trajes y varias camisas de cuello corto que marcarían mi estilo de vestir para siempre. También escogió diversas corbatas, todos estaríamos elegantísimos.
Volviendo a la planta de señoras, pasamos por el departamento de ropa interior y le susurré al oído que comprara unas prendas que me encantaría verle llevar puestas, no lo dudó y ella también salió premiada en esa jornada.
Regresando a tiempos más próximos, la conversación con Mariona me había dejado algo alterado, no resulta igual pensar en la probabilidad de ser padre de tu amante que tener la certeza de ser el padre de Blanca.
No quise tomar ningún tipo de cuidado en nuestros últimos encuentros – me dijo Mariona – La primera noche con Pere tras estar contigo fue otro desastre de los habituales, apenas se puso encima de mi y eyaculó sin penetrarme. Estuve a punto de irme de casa y llamar para que vinieras a buscarme. La siguiente vez que tuvimos relaciones fue al cumplir Blanca los dos años.
Me has dejado sin habla – respondí.
No sabes como añoro nuestras sesiones de sexo, Carlos. Ni te haces una idea de cuanto me gustaría repetirlas – me aseveró con la mirada perdida en el techo del restaurante. Estoy harta de masturbarme a diario, constantemente. No descarto que algún día podamos escaparnos y repetirlo.
Ahora mismo soy incapaz de razonar nada, Mariona.
Te he hecho esta confesión porque todos sabemos cuan discreto eres, pero creo que debías saberlo. Mucho me temo que va a ser complicado sacar a Blanca de tu casa, volvería a ser un trasto rebelde y en Barcelona va a estar mejor que en la masía.
Para mi – dije removiendo el café con la cucharilla – se ha convertido en una necesidad tenerla en casa. Se comporta muy bien, como una auténtica señorita y las notas del curso ya las habéis visto.
¿Sale mucho?
Escasamente, con algunas amigas a merendar o para hacer deberes juntas. Mireia siempre la lleva y la trae de regreso a casa. Dice que las chicas de su clase son muy repipis.
Está en la edad de encontrar novio. Ya temo esa posibilidad.
Es ley de vida, aunque no me guste decirlo. Ya se lo he explicado muchas veces y cuando deje mi casa, lo pasaré mal. Me he acostumbrado demasiado a mi ahijada… a mi hija – dije algo sofocado.
Tenía que decírtelo, Carlos – dijo tomándome la mano – lo siento.
No te preocupes, Mariona. Debía ser así y prefiero saberlo.
Espero que consideres mi propuesta de encontrarnos a solas otra vez.
No descarto nada, Mariona, pero ahora me encuentro totalmente bloqueado y tampoco soy el jovenzuelo de entonces.
Te esperaré, aunque gaste más dinero en pilas para los consoladores que en mantener mi casa – dijo sonriendo.
Regresamos por autopista hasta mi residencia, era tarde y Blanca ya llevaría un par de horas en casa. Tenía planes para cenar fuera, pero tras la noticia no tenía muchos ánimos. Por la autopista participaba en la conversación de Mariona, pero también me estaba replanteando el futuro con Blanca, esto iba a ser un torpedo en la línea de flotación de nuestra relación y que hundiría por completo los planes realizados.
Llegué algo desasosegado, lo que no me impidió abrazar y besar en ambas mejillas a mi hasta entonces ahijada. Dejé a madre e hija charlando de sus cosas y me retiré al estudio para revisar las novedades del día en mis negocios, aunque poco consciente fui de los datos reflejados en la pantalla del ordenador, estaba más pendiente de mi próximo y nefasto futuro que de otra cosa, algo tenía muy claro, a pesar de traicionar la confianza de Mariona, Blanca debía saber que era hija mía. No podía dejar ese hilo suelto, prefería romper la tela ahora que o dejar que se desgajara por completo.
Cenamos en el salón pequeño y nos fuimos a dormir al poco rato, el jueves había que ir al colegio, al despacho y Mariona aprovecharía para hacer varias compras. Los mensajes telefónicos de Blanca eran ardientes y enamorados, mis respuestas algo más difusas aunque no carentes del amor que le profesaba.
Llegó a preguntarme si me ocurría algo, me notaba distante. Le quité hierro al asunto.
El viernes por la mañana se despidió Mariona tras el desayuno y apenas salió Blanca intentó interpelarme pero le dije que debía salir urgentemente para el despacho, lo que le provocó un cabreo monumental. Y un toque de clarín como el tercer aviso en los toros:
Este fin de semana nos vamos a fuera.
La mañana se me hizo eterna. Resolví cuestiones laborales y estuve hablando casi dos horas con Mariona por teléfono. Insistía en la idea de organizar una semana de viajes por el extranejro para poder estar juntos, le respondí que más adelante hablaríamos. A mediodía comí en la Barceloneta y anduve como alma en pena por sus calles, pensando como le iba a dar la noticia a Blanca y que sucedería a partir de entonces. Compré un refresco en el supermercado y mis pasos perdidos me llevaron hasta mi antiguo “piso pirata”, donde tantas juergas tuviera y donde tanto disfruté con Antonia y otras mujeres.
Recogí a Blanca a la salida del colegio y apenas hablamos. Ella estaba enfadada y yo estaba acojonado. Llegamos a casa y me preguntó por los planes para el fin de semana.
Lo siento – le dije – No he planeado nada, he tenido un día complicado.
Pues piensa algo – dijo gritando y al borde de las lágrimas.
¿Quieres que nos vayamos a Besalú?
¡Donde sea! – respondió saliendo a la carrera escaleras arriba.
Encontré dos billetes de AVE para Madrid y en pocos minutos Mireia nos dejó en la estación de Sants, apenas llevábamos equipaje. Blanca no habló durante el corto trayecto y su despedida de mi conductora resultó fría. A mi me respondía con monosílabos.
Compraremos ropa en Madrid, no te preocupes ¿Qué llevas?
No me preocupo por eso. Llevo unos tejanos, ropa interior y unas camisetas.
Mañana vamos de tiendas.
Nos sentamos juntos y me evitó durante las tres horas de viaje. Un taxi particular nos esperaba en Madrid para llevarnos al hotel Villa Magna, mientras tanto, mi eficiente gobernanta me había conseguido dos entradas para ver “El Rey León”.
El recepcionista, avisado de mi llegada por el director del hotel, nos atendió de inmediato y nos indicó las dos habitaciones que había pedido. Blanca se instaló en la suya y no se dignó a atender mi llamada, era de madrugada cuando llamaba a mi puerta, tenía los ojos rojos de tanto llorar, me abrazó en silencio y sentándose en un sillón de la suite me interrogó.
Tengo derecho a saber que te ha pasado con mi madre y porque estás tan frío conmigo, tío Carlos.
Vestía una camiseta de colores y unos largos pantalones de pijama, podía adivinar la ausencia de sujetador por el movimiento de sus pechos.
Verás – le dije evitando mostrarme como siempre, buscaba un tanto de distancia para que la fractura fuera menor – Debo contarte algo que ocurrió hace tiempo y creo que debes saber…
¡Al grano, Carlos! – dijo visiblemente alterada y con lágrimas corriéndole por sus mejillas.
Al grano. Eres hija mía – solté de sopetón y sentí como de lo más profundo de mi interior se iba un peso descomunal – Tu madre tuvo una crisis muy importante con tu padre, con Pere – especifiqué – y entre los tres decidimos que yo podría ayudar en el vacío sexual de su matrimonio.
La cara de Blanca era todo un poema.
La relación duró varios meses y al finalizarla tu madre ya estaba embarazada de ti, no mantuvo relaciones con tu padre hasta un par de años después de nacer tú. Eso me corroboró hace unos días a la hora de comer.
Blanca no podía articular palabra.
Mira – dije acercándome – Sé que te acabo de destrozar todos los cimientos de tu vida, sé que tengo fama de discreto. Pero a ti no te puedo mentir, ni te quiero mentir. Esa es la situación y quería que tú lo supieras.
¿Por eso has dejado de quererme? ¿Por eso me estás apartando de tu vida?
Cariño – dije con mi voz más dulce – Yo nunca dejaré de quererte, pero tú debes saber la relación real que tenemos. Ahora no somos tío y sobrina postizos, somos padre e hija. Y no. No quiero apartarte de mi vida, no quiero que nunca te vayas de mi lado.
¡Joder! – respondió.
Ahora que lo sabes, debes tomar la decisión que creas más adecuada.
¿Me quieres a tu lado?
Sí
¿Cambia algo que seas mi padre?
Sí, que te quiero aún más que antes.
¿Seguiremos viviendo y compartiendo como antes?
Si tú quieres, sí.
Vamos a dormir – dijo dándome la mano – he tenido muy mala semana y necesito descansar.
Nos fuimos a la cama juntos y dormimos abrazados toda la noche. Necesitábamos descansar y eliminar las tensiones padecidas.
La dormilona Blanca me estaba despertando a las ocho de la mañana.
Tenemos que comprar ropa, dormilón. Despierta – me decía.
¿Hoy no te quedas durmiendo hasta las tantas? – logré articular.
Nooooooooooooo – dijo despojándose de la camiseta – Primero me vas a follar por todos lados, segundo nos vamos a duchar juntos, tercero desayunaremos y cuarto iremos a comprar.
¿Cómo? – pregunté aún bajo los efectos del sopor.
Que quiero follar y quiero follar contigo ¡Ya!
Como una tigresa se lanzó sobre mi, nos besamos durante un largo espacio de tiempo entre abrazos y caricias. Pasé a acariciar, besar y morder sus tetas. Blanca estaba muy cachonda, muy excitada y ese polvo tendría que servir para saldar todos los malos entendidos de los últimos días. Me apoderé de su culo sin dejar su boca, introduciendo mis manos bajo el pantalón del pijama.
Llevo el tanga negro de hilo dental que tanto te pone.
Efectivamente, mi polla no tardó en reaccionar ante esa noticia.
Y no me he lavado desde ayer por la mañana, mi coño te espera caliente y sabroso para que me lo comas.
No tardé mucho en desnudarla, sin quitarle el tanga, y devorar su jugoso chocho. No me detuve hasta obtener tres intensos y ruidosos orgasmos que la dejaron inerte sobre la cama, neesitaba lubricar mi polla y su boca se ocupó de ello en un sesenta y nueve de desatada pasión. Notaba la polla repleta de saliva y babas de Blanca, era el momento de…
Fóllame – me exigió escapándose de la postura y abriéndose de piernas – Fóllame como nunca lo has hecho.
Jugué con mi durísima polla sobre el tanga, emulando la penetración y consiguiendo la desesperación de Blanca. Aparté el leve triángulo de tela con mi prepucio y lo restregué por todos los rincones de su sexo.
¡Fóllaaaaameeeeeeeeee! – gritó de nuevo.
Y entre en lo más profundo de su intimidad de una sola estocada. Cinco o seis mete y saca lentos pero profundos y a partir de ese momento se desataron todos los infiernos comenzando una serie de rápidas y fuertes penetraciones. Blanca me abrazaba por el cuello en un papel ligeramente pasivo, solo su pelvis se movía respondiendo a cada penetración con fuertes empujones en contra para notar más adentro la polla.
Un primer orgasmo la desarmó y un segundo orgasmo le llegaba al mismo tiempo que a mi.
Me corro dentro de ti, mi amor – le dije.
Córrete dentro de mi, Papá – era la primera vez que me llamaba así y tuvo un resultado mágico, mi semen descargó con fuerza en el coño de mi hija inundando su matriz.
Sudados, nos abrazamos con fuerza sin querer despegarnos.
Te amo, papá, te amo.
Y yo a ti, hija. Te amo más que a nada en este mundo.
Y yo, papá, Y a partir de ahora ¿Te vas a dejar de gilipolladas conmigo?
Sí, mi amor.
Y otra cosa, papá.
Dime, amor.
Cuando acabe el curso, dejo de tomar la píldora y me preñas.
Eso – le dije mirando a sus bellos ojos – no lo dudes, amor mío. Estoy loco por tener un hijo contigo.
¿Uno? Un montón vamos a tener, papá – dijo mirándome y acariciando mi polla para volver a ponerla dura.