Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 11.
Mis memorias. Mis vivencias.
Mariona llegó a casa muy temprano, antes de que mi chofer Mireia llevara a Blanca al colegio.
¡Cómo estás creciendo! – Le dijo a su hija pequeña.
Mamá, solo hace tres meses que no nos vemos. Tampoco es para tanto – dijo Blanca cogiendo su cartera y dándome un casto beso de despedida – Adiós, tío Carlos.
Adiós, cariño – dije reprimiendo el gesto automático de apretar su culito entre mis manos.
Ofrecí desayunar a Mariona y aceptó. No había tomado nada excepto un café antes de salir de casa. Amalia sirvió unas tostadas con mermeladas, café con leche y zumo. Yo tomé otro café expreso, había planificado los próximos días para no aparecer por la empresa; además, para eso tengo un gerente al que le pago un buen sueldo.
Mariona era una mujer muy guapa. Rubia de melena sedosa, ojos verdes y un metro setenta de estatura. De sólida espalda, cintura estrecha y caderas poderosas. Sus piernas eran rotundas y su culo aún más. Desde jovencita no había perdido jamás el poder de atraer todas las miradas hacia esos glúteos tentadores, estaba a punto de cumplir 48 años muy bien puestos.
Conocí a su marido cursando tercero de BUP en Sevilla, éramos bastantes los catalanes que estudiábamos en la capital andaluza. Pere y Mariona eran hijos de familias adineradas y muy tradicionales de la provincia de Lérida. Nos hicimos inseparables en el instituto y hasta el día de la fecha.
Los padres de Pere fallecieron en nuestro primer año de universidad, él se alojaba en mi casa como uno más de la familia. A pesar de que sus padres nos regalaban productos de sus granjas y otras cosas, mis padres jamás aceptaron ni una sola peseta. Con veinte años se vio en la obligación de hacerse cargo de los negocios familiares y de sus dos hermanos menores. Mariona llevaba con él desde los 15 años y aceptó encantada su propuesta de boda, dejándolo todo para convertirse en esposa, madre y alma real de los negocios familiares.
Uno de los hermanos de Pere entró en el seminario y posteriormente se dedicó a viajar por el mundo como misionero en los países más necesitados. Su parte anual de beneficios la convierte en bienes para sus pobres y desheredados. El otro hermano desapareció en una expedición al Amazonas, su rastro se perdió en Manaos y nunca más se supo de él, a pesar del dineral que gastaron en buscarlo.
En su boda conocí a Lola, mi ex mujer. A los ocho meses llegaron los gemelos Pere y Miquel, en nuestras familias es un don tener los hijos a pares. Más tarde llegaron las chicas: María y Cristina que apenas tienen una diferencia de edad de trece meses y por último blanca hace dieciséis años.
Solía ir a verlos casi cada fin de semana para cortejar a Lola y de paso estar unos días con ellos. Al poco tiempo pude observar que Mariona no era del todo feliz, a pesar de los niños y el trabajo, algo había apagado aquella chispa que antaño lucieran sus ojazos.
Pere siempre me explicaba hasta el menor detalle de su vida, Mariona en cambio era tan reservada que ni su mejor amiga conocía los aspectos personales de su matrimonio, no digamos ya los íntimos. Tanto es así que Paula, la mejor amiga de Mariona, se preocupó en conseguir mi teléfono y pedirme una cita para hablar de los problemas conyugales de su amiga. Nada sacamos en claro, porque nada sabíamos de ellos. Todo parecía normal, aunque la tormenta podía estallar en cualquier momento.
¿Qué trae por Barcelona a mi chica favorita? – le pregunté cuando ya había despachado las tostadas y andaba por el segundo café con leche.
Debo hacer un par de gestiones mañana, nada del otro mundo. El gestor puede enviarme los documentos por correo, pero necesitaba verte y charlar contigo.
Pues aquí me tienes.
¿Crees que podrás dedicar unas cuantas horas a esta vieja amiga?
Digamos – puntualicé – que amiga: sí. De vieja nada, estás preciosa, Mariona.
Sonrió por su fuerza interior, porque vi como sus ojos hacían el ademán de encharcarse.
¿Quieres hacer algo especial? – le pregunté acariciando su mano con toda la ternura que podía transmitirle.
Sí, me gustaría ver el mar ¿Aún está abierto ese restaurante de Calella que nos gustaba tanto?
Sí, está abierto todavía y los dueños son amigos. Si quieres, reservo mesa.
Hazlo, por favor.
Reservé mesa por teléfono y le rogué a Mireia que me preparara el Mini, la conversación debía darse en privado, por más discreta que fuera mi chofer, Mariona necesitaba intimidad y era mi deber ofrecérsela.
¿Quieres cambiarte o ducharte antes de irnos? Es temprano aún y mientras te duchas cojo la cámara de fotos, tenemos fotos atrasadas y hay que ponerse al día.
Sí, voy a buscar la maleta y a ducharme. Necesito refrescarme y arreglarme, estoy hecha un adefesio.
¡Cállate, bruja! – le dije con sorna palmeando levemente aquel culo maravilloso, ella dudó, me miró a los ojos y se abrazó a mi llorando desconsoladamente.
Creo que me esperaban unos días complicados por delante.
Complicados fueron también los primeros días de aquel verano en que había cumplido catorce años y me encaminaba hacia los quince. Y es que Reme llegó al cortijo tres días más tarde. Tres días durante los cuales follé con Antonia en los lugares más insospechados y en los momentos más inesperados. Había aprendido a masturbarla discretamente, aunque la cantidad e intensidad de sus orgasmos, de sus corridas, podrían habernos delatado. Antonia era una mujer extremadamente cuidadosa con su higiene personal, pero en esos días, hubo de poner especial esmero en su limpieza anal, porque me acostumbré a invadir su culo con mis dedos hasta volverla loca de lujuria, hasta perder la noción del tiempo e incluso el temor a ser sorprendida en clara infidelidad.
En cambio, con Reme no puede hacer nada durante más de una semana. Al reencontrarnos dos dimos dos castos besos en las mejillas y un discreto abrazo sin apretarnos más de lo necesario. Marta y ella se habían convertido en buenas amigas. Desde las nueve de la mañana hasta las once, estudiábamos juntos las materias en las que Marta estaba más floja; Reme era una auténtica fuera de serie en cualquiera de las materias, incluso en el idioma extranjero.
A partir de esa hora nos dedicábamos a la piscina o a pasear hasta las cuadras. Ese verano de mis catorce años, Juan nos regaló a los tres sendas licencias de ciclomotor y Salvador las tres motos iguales para poder pasear “exclusivamente”, nos recalcó, por la finca. Quien saliera de esas líneas marcadas, se quedaba sin moto.
Matías, el capataz, se encargaba de la gasolina y revisar diariamente los neumáticos.
Tras el almuerzo hacíamos la siesta, aunque yo realmente me dedicaba a leer o a escaparme a “la cámara” con Antonia, de vez en cuando. Pero el regreso a Londres de Juan estaba próximo y ella intentaba pasar todo el tiempo posible con su hijo.
Salvador adoraba a Juan, podía verlo en su mirada y en los cientos de detalles que tenía hacia el que era oficialmente su hijo, pero realmente su sobrino. Mi admiración por Salvador crecía a medida que lo trataba. Jamás podría haber sospechado su doble vida y su verdadera opción sexual. Era un grandísimo padre para sus hijos y un buen esposo para Antonia, aunque no la tratara como ella hubiese querido.
Tras la siesta otras dos horas de estudio y más piscina o más paseos en moto y así durante casi dos semanas. Reme me comía con la mirada, pero poco más podíamos hacer salvo algún gesto, algún guiño o alguna leve caricia a escondidas. Antonia se dio cuenta y quiso lanzarme un capote, pero le rogué que no forzara situación alguna, lo que tuviera que ser, ya vendría en su momento adecuado.
Matías alertó a Salvador sobre alguna incidencia con el ganado, la finca estaba situada a unos treinta kilómetros del cortijo.
¿Queréis venir a ver toros y vacas? – nos preguntó a los tres. La respuesta afirmativa e instantánea no dejó lugar a dudas.
Al día siguiente, tras el desayuno partimos en el Land Rover principal. Conducía Matías y Salvador leía un informe del veterinario, mientras intercambiaban opiniones y opciones con su capataz. Al parecer había un semental que estaba enfermo y tenían apalabradas varias citas con vacas de ganaderías vecinas. Todo me sonaba a chino, pero quería aprender cualquier cosa que se pusiera al alcance de mi vista.
Marta subió detrás de su padre, Reme en medio y yo tras Matías.
Marta observaba el paisaje, la subyugaba cada detalle del camino, cada punto de la carretera o del campo. Una manada de toros llamó poderosamente su atención y así nos lo dijo. Reme se inclinó sobre ella y yo hice un movimiento similar, aunque… la ocasión me permitió ver como estaba subida la falda de Reme y me mostraba parte de unas braguitas rojas.
Mostrando un falso interés por los toros, me apoyé ligeramente en Reme mientras mi oculta mano derecha inició varias maniobras de acercamiento por la parte interior de su muslo en sentido ascendente. Supe que tenía su aprobación tras un suspiro seguido de una mirada suplicante.
Volver a nuestra posición habitual tras haber dejado atrás a los toros, facilitó las caricias, aunque mi brazo se estaba agarrotando por momentos. Pude situar mi mano entre sus nalgas y con los dedos medios y anular ir acariciando el sexo de Reme. La humedad que me transmitía a través de sus braguitas indicaba claramente que el toqueteo era de su total agrado.
Se movió en varias ocasiones girando hacia Marta o incorporándose hasta los asientos delanteros para indicar cualquier cosa de cierto interés, hasta los anuncios del aceite de la familia en los carteles de la carretera.
No quise ir más allá, introducirle dos dedos dentro de aquel coñito incandescente era igual a arrastrar un perfume claramente delator durante las siguientes horas. Reme me lanzó una mirada entre agradecida y algo decepcionada por no poder llegar más lejos. Habría más momento.
Decepcionada era como estaba Mariona, volviendo a los tiempos presentes. Nos habíamos plantado en Calella en poco rato y paseamos por la población hasta cansarnos. Tomamos café en un bar, el aperitivo en otro y almorzamos en el restaurante de mi amigo. Todo maravilloso, como siempre, sencillo y exquisito. Y es que a pesar de poder permitírmelo, continúo siendo más partidario de un plato de patatas bravas que de una mariscada exclusiva.
Mariona no había dejado de hablar de su matrimonio. Ella y Pere ya habían tenido múltiples problemas que iban desde la cantidad de horas que él pasaba dedicado en exclusiva al trabajo, hasta cuestiones sexuales basadas en la eyaculación precoz y la ausencia de deseo.
Bastantes años atrás, Pere me citó para hablar sobre su problema. Ni tan siquiera con el debido tratamiento médico y psicológico había conseguido solucionar la cuestión de la eyaculación precoz y su apatía constante al sexo e incluso a las demostraciones afectiva.
Pere es una gran persona, quiere a su mujer con delirio. Somos amigos y sé que jamás la ha engañado, ni tan solo mira a otras mujeres; Mariona es toda su vida. Pero está obsesionado por el trabajo, por el negocio familiar y por dejar un futuro asegurado a los suyos.
Vino a verme y anduvimos de copas por Barcelona, Pere se pasó de vueltas y me confesó abiertamente que deseaba encontrar un amante para su mujer; era la forma de poder satisfacerla sexualmente. Tanta desinhibición le produjo el alcohol que reconoció abiertamente este punto. Amaba profundamente a Mariona y estaba completamente dispuesto a que otro hombre ocupara su lugar en la cama con tal de tenerla contenta.
Esa noche, Pere acabó durmiendo borracho en la habitación de invitados. Al día siguiente, la resaca lo mantuvo en cama durante toda la mañana, pero a media tarda apareció por mi despacho y me reiteró lo mismo que la noche anterior. Debía buscar un amante para su mujer.
Meses más tarde regresó a Barcelona y me dijo que el elegido solo podría ser yo, lo había hablado mucho con Mariona y ella estaba de acuerdo.
Mariona y yo estuvimos liado durante unos meses, yo estaba casado y Lola no le caía nada bien. Conseguimos estabilizar su relación y sentados los tres en el salón de su casa dimos por finalizada la terapia entre abrazos, no volví a tener sexo con Mariona.
Durante la comida en Calella me desgranó sus frustraciones, el vacío de la soledad y el peso ominoso por sentirse ignorada.
Tengo 48 años y me siento como una vieja de 70. He dedicado mi vida a los hijos, la casa, el negocio, pero escasamente tengo tiempo para realizarme. Mis hijos han despegado o lo están haciendo, incluso Blanca que es la más pequeña no quiere dejarte ni irse de Barcelona.
Yo me siento muy bien con ella en casa. Mis hijos también están haciendo su vida y a los mellizos apenas los veo una vez cada dos o tres meses. Blanca me da la alegría que me falta, reconozco que me dolerá el día que se vaya.
No creo que lo haga.
¿Te lo ha dicho ella? – le pregunté.
Sí, quise matricularla en un buen centro cerca de casa, pero me dijo que no, quiere quedarse contigo. Parece que lo sepa.
Que sepa ¿Qué?
Siempre lo he llevado en secreto salvo aquella ocasión en que te lo insinué. Blanca es hija tuya, Carlos.