Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 09.

Mis memorias. Mis vivencias.

¡Por fin regresó Blanca! Las dichosas convivencias me habían tenido alejado de mi ahijada desde el domingo anterior hasta hoy, vienes. La espero junto a los demás padres en la puerta del colegio, todas sus compañeras salen ordenadamente tras la directora del centro, que nos hace un resumen corto de esos días.

Nos abrazamos brevemente, pero con intensidad, mientras susurra que me ama. Reconozco que Blanca tiene trazas de ternura parecidas a las de Antonia, tal vez sea una de las cosas que más me atan a ella.

He aprovechado estos días para visitar a uno de los mejores urólogos y exponerle parcialmente mi situación sexual. Tengo miedo a perder mi virilidad o el deseo, me han animado sus charlas y los resultados de las pruebas, con dinero todo se acelera y se hace bien. A pesar de ello, me ha mandado una serie de ejercicios y pautas a seguir, para que mi sexualidad tenga la vigencia necesaria durante bastantes años más.

Siempre tengo el miedo que Blanca se vaya, es ley de vida. Supongo que lo podría soportar, pero me atenaza el pánico la sola posibilidad de planteármelo.

Durante el trayecto a casa nos miramos y acariciamos. Ni le he preguntado cuales eran sus preferencias, lo imagino y creo no equivocarme. Entro en la finca y dejo el coche fuera, alguien lo aparcará más tarde. Apenas hemos hablado, tan solo susurrado palabras de amor y de deseo. Subimos tomados de la mano hacia nuestra habitación, la mochila ha quedado depositada en la misma puerta, como una simbólica forma de bloquear nuestro mundo de agresiones externas. El servicio de la casa conoce la situación y no van a molestarnos durante todo el fin de semana, a no ser que digamos lo contrario.

De pie, frente a frente, nos miramos sin tocarnos. Supongo que tal vez, ambos hemos sufrido demasiado en estos días de distanciamiento. Supongo que ambos hemos pensado en la posibilidad de un cambio en nuestra relación. Supongo que la mayoría de los fracasos sentimentales llegan por la ausencia de conversación y sinceridad.

Es ella, una adolescente, quien da el primer paso. Atrapa mis mejillas entre sus manos y mirándome a los ojos exclama:

Te he echado mucho de menos, tío Carlos.

Y yo a ti, mi amor – le respondo quieto como un pasmarote.

En estos días me he dado cuenta de cuanto significas para mi.

Me moría sin ti, Blanca.

Te quiero mucho y quiero estar contigo para siempre.

Yo también, mi vida. Pero siempre es mucho tiempo y la edad…

Un dedo índice se posa sobre mis labios y sella la gilipollez que estaba a punto de soltar.

¿Me quieres, tío Carlos?

Sabes que sí.

Dímelo, por favor.

Te amo, Blanca.

Y yo a ti, Carlos.

Nos besamos con fuerza, casi con furia. Nuestros cuerpos salen del letargo y las caricias ausentes dejan paso al tacto de las manos y de los sentidos. Podría describir con los ojos cerrados cada centímetro de su piel, de su rostro, de sus nalgas, espalda, caderas… podría decir el sabor de cada centímetro de Blanca o el perfume de su cabello… podría, sí.

La ternura cede el paso al desenfreno y éste a la desnudez. El uniforme del colegio queda en el suelo, caen sus sujetadores y las virginales braguitas blancas. Nos tumbamos en la cama y le prohíbo hacer nada, está cansada y quiero que se relaje.

Mi peregrinación en forma de besos y lengua ensalivada se inicia en es boca, palacio del morbo y se desplaza hacia abajo. Si domino el cuello de Blanca, la convierto en vulnerable. Y en su cuello me entretengo mientras una mano acaricia sus tiesos pezones y la otra juega entre ambos muslos, buscando la máxima excitación posible.

Muerdo sus pechos y devoro los pezones. Blanca está hipersensible , su vagina está generando gran cantidad de flujos blanquecinos y espesos. Amaso sus tetas y dejo que la lengua complemente todo el trabajo de excitación. Mi chica, mi amor, está gimiendo y no tardará mucho en gritar.

Ella sabe que me encanta devorar su pubis depilado, pero hoy me he entretenido poco. Necesito beber de su chochito, necesito tragar tanto flujo como me dé y necesito penetrarla.

Tío. Tío Carlos – me dice antes de llegar a la entrada de su sexo.

Dime, cariño.

Desde ayer que no me lavo..

¿Qué no te has lavado?

Ahí abajo

¿Cómo se llama eso?

El coño, tío Carlos. Desde ayer no me he lavado el coño para ti – suspira - ¿No lo hueles? – y grita.

Por supuesto que podía oler ese aroma fuerte y por supuesto que estoy saboreando el intenso sabor de su coño. Blanca me ha regalado un chorro de flujo nada más lamerla por primera vez. Mi lengua descubre la esponjosidad de sus labios y los recovecos tras ellos. Un par de dedos se han introducido dentro de ese chochito divino buscando su punto G y el inevitable estallido, el orgasmo que la hace gritar y congestionarse, tensando todos los músculos y venas de su cuello como las más duras cuerdas.

Salta presa de espasmos bestiales mientras me agarra del pelo gritando que la penetre.

Fóllame, tío Carlos. Fóllame ya. Lo necesito.

Sé como le gusta, primero a cuatro patas. Una penetración con un solo golpe de riñones y la polla llega hasta el fondo de su coño. Así estamos un buen rato rotando nuestras caderas y enseguida una serie de penetraciones rápidas y fuertes.

Duro, tío Carlos, dame duro.

Mi chica se corre nuevamente y no me va a costar nada obtener un tercer orgasmo solo bombeando su sexo con unas cuantas embestidas. Su tercera corrida es la excusa para beber sus flujos cambiándola a la clásica postura del misionero.

¡Fóllame, mi amor! No sabes como te he echado de menos ¡Fóllame, tito Carlos, fóllame!

Y mirándonos a los ojos la penetro con suavidad. Sé lo que necesita ahora. Mis manos apoyadas en la cama, por encima de sus hombros y nuestras caras próximas. Nos miramos y hablamos embargados por el placer de nuestros cuerpos, nos besamos mientras mi pene entras y sale de su vagina sin cesar y sin piedad. Sus orgasmos se repiten, aunque sé que está agotada, quiero disfrutar un rato más de ella y olvidar los días de ausencia.

¡Córrete, tío Carlos! Estoy a punto yo también.

¿Quieres que me corra, mi amor?

Sí, tío ¡Córrete!

¿Quieres que te deje preñada? – Le pregunto recordando el tema que tanto ansía y del que tanto hemos hablado.

Su única respuesta es un largo:

Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiií

Y varios chorros de semen descargan en lo más profundo de su matriz, mientras nos comemos las bocas y mezclamos nuestros sudores.

Se da la vuelta y cayendo sobre mi, intenta recuperar la respiración mientras me dice:

No permitas que esas brujas vuelvan a alejarme tanto de ti.

Blanca durmió toda la noche, sin despertar en ningún momento y sin separar su cuerpo del mío.

Desperté ese sábado como la mayoría de los días, temprano. Tomé dos vasos de zumo en la cocina y me bajé hasta el gimnasio de casa para dedicar un buen rato a la bicicleta estática. Conecté la televisión a un canal de historia en YouTube y continué con la serie de documentales sobre la segunda guerra mundial en color.

Necesitaba ejercitarme a diario, no para conseguir un cuerpo diez con tableta en los abdominales, más bien para mantener la forma física y el cuerpo en condiciones. A la media hora de calentamiento decidí aumentar el nivel de dificultad en la bicicleta, de fondo continuaba sonando la voz en off del documental, aunque mi mente retrocedió hasta el primer veraneo en solitario, ese verano de mis catorce años.

Mis padres habían hecho coincidir mi viaje en avión con el regreso a casa de Juan, el hijo mayor de Antonia y Salvador, que durante un par de semanas había cambiado Londres por el cortijo familiar. Salvador, su hermano, continuaba en los Estados Unidos y reservaba las vacaciones para las festividades navideñas.

Juan era un tipo excelente, poseía un encanto demoledor para las mujeres, aunque no se le conocía novia oficial. Discreto, serio y formal pero con ese gracejo particular que adornaba a su familia. Para mi fue siempre una especie de hermano mayor en la distancia y la persona que me introdujo en el conocimiento de la lengua y literatura inglesa.

Juan, convertido en mi tutor, y yo aterrizamos en el aeropuerto de Sevilla a media tarde. Nos recibió su padre que repartió besos y abrazos por igual.

¡Qué grande estás, Carlos! – Me dijo el bueno de Salvador.

Alguna vez me he preguntado porque tenía tanto cariño hacia aquel buen y hacendoso hombre, pero no vacilaba en acostarme con su esposa. Salvador siempre fue un caballero conmigo y como tal se comportó. Cuando años más tarde supe de sus secretos, ello me ayudó a no tener ningún tipo de mala conciencia y a tenerle aún mucho más cariño.

Nos detuvimos a medio camino en una venta en la que Juan gustaba desayunar con bastante frecuencia en sus escapadas a Sevilla. A pesar de la hora, el ventero nos esperaba y había preparado unas tostadas con manteca “colorá”, manteca blanca y zurrapa; no tanto para llenar la tripa como para dar la bienvenida a Juan y al catalán enamorado de Andalucía.

Mientras Salvador degustaba un vino y unas aceitunas “partías”, Juan y yo dimos cuenta de tres tostadas con su consiguiente carga de manteca y de unos cafés con leche, ese ha sido el desayuno más tardío que he hecho en mi vida.

Durante muchos años, hasta que cerró esa bendita venta a pie de carretera, desayuné allí y llegué a permanecer horas leyendo durante los dos últimos años de bachillerato, que realicé en Sevilla. Era un rincón muy especial, sencillo, humilde, tranquilo y extremadamente limpio. La familia me acogió con mucho afecto y consentían con curiosidad que aquel jovencito ocupara durante horas una mesa en un rincón y cargado de libros no se levantara de la silla más que para ir al lavabo o regresar al cortijo en su moto, con una mochila cargada de libros y cuadernos.

Parece mentira que hace tantos años, resultara tremendamente fácil el cambio de expediente académico desde mi instituto barcelonés hasta el sevillano y ahora, en plena época de internet y descentralización administrativa, sea una tarea bastante más ardua. Cosas del desmadre autonómico, creo yo.

Regreso al hilo de esos días.

En el cortijo nos esperaban todos, ríanse ustedes de una recepción gubernamental. Marta fue la primera en abrazarse a su hermano, adoraba a Juan y ella era para su hermano mayor, su ojito derecho; aunque no se olvidó de la pequeña Mariela a la que abrazó, besó y lanzó varias veces al aire antes de dedicar un profundo abrazo a su madre.

Yo tampoco pude escaparme de la euforia del momento, a pesar de mi intención de pasar desapercibido, Antonia fue la primera en abrazarme y besarme; sin evitar decirme en el oído lo mucho que me amaba. Marta también me abrazó y besó, parecía haber cambiado su actitud y estaba algo más centrada; por supuesto, estaba preciosa. Mariela me dio dos besos y pasó olímpicamente de mi. El personal del servicio me recibió con el cariño acostumbrado, especialmente mi adoradísima Maruja, que me prometió tazones de granadas frescas y jarras inacabables de gazpacho.

Reme no estaba allí, evidentemente.

Nos fuimos directamente al salón principal para tomar un refrigerio y charlar sobre nuestras vidas para esperar la hora de la cena. Juan y yo quisimos ducharnos y cambiarnos de ropa. Este verano, Antonia, me había asignado la habitación grande que usaran mis padres el año anterior. Las maletas ya habían sido vaciadas y la ropa colocada en un armario de madera rústica y elegante.

Mañana le plancho yo “toa” su ropita, señorito Carlos, que las maletas arrugan “musho” la ropa por bien que se doble – me dijo Maruja antes de dejarme solo y tras indicarme donde estaban las toallas, albornoces, zapatillas y el resto del ajuar puesto a mi disposición.

La ducha se convirtió en baño, aunque no me demoré demasiado tiempo. Tenía la opción de bajar a cenar en pantalón corto y camiseta, o hacerlo con un poco más de formalidad. Opté por una camisa blanca, unos pantalones negros y zapatos náuticos sin calcetines. Creo que acerté de pleno, la familia también vestía formalmente para celebrar nuestra llegada.

Juan era, y así debía ser, el protagonista absoluto. Con su hablar calmo y nítido nos explicaba como desarrollaba su trabajo al frente del departamento de expansión en un banco y como compaginaba el trabajo con sus estudios. Aquella noche también descubrí la faceta de Juan como novelista y poeta; obras que nunca se decidió a publicar hasta que… eso es otra cuestión.

Aunque ahora el gazpacho se ha puesto de moda como “sopa fría”, cosa que me parece una aberración, nosotros alternábamos al agua o los refrescos con esta genialidad preparada por Maruja, en mi vida he tomado otro tan bueno. Salvador tomaba algo de vino con exquisita moderación al igual que Juan, pero el resto no.

Sorprendentemente, Marta se dirigió a mi preguntando por mi familia y mi nueva hermana. Dudé entre responder con sequedad o amabilidad, opté por lo segundo. En cuestión de minutos parecíamos amigos desde siempre ¡Menudo cambio había dado! Charlamos de los estudios y de las dificultades que había tenido este año.

Me han quedado las matemáticas y ciencias naturales para septiembre. Quiero pasarme el verano estudiando y recuperarlas con buena nota.

Pues aquí me tienes a tu disposición, se me dan bien esas materias.

Se te da bien todo, chiquillo – me dijo con una risa cristalina – nos ha contado tu madre las notas del curso y te pareces a Einstein.

El comentario gracioso de Marta levantó risas generalizadas en la mesa, incluso en mi, no lo tomé como una sorna, más bien fue eso, un comentario jocoso y de admiración.

Sirvieron cafés y nos fuimos pronto a dormir, todos estábamos cansados.

Antonia, en su habitual ronda nocturna, dejó mi habitación para el final. Estaba sentado en la cama vestido solo con un pantalón corto de pijama. Ella, a horcajadas sobre mi, me besó con la pasión de quien espera la llegada de ese día.

Te quiero mucho, mi Niño.

Te quiero mucho, mi Niña.

Te he echado mucho de menos. Más de lo que te imaginas y más de lo que yo misma me imaginaba.

Yo también me he acordado mucho de ti, Antonia.

¿Y de Reme?

De Reme, también – no le mentí, intuía que la mentira podría destrozar nuestra relación – pero eso es diferente. Tú eres tú, no puedo compararte con nadie más.

Otro beso y un apretón de su pubis contra mi erecto pene.

Tengo que irme ya, pero estoy deseando sentirte dentro de mi.

Tengo muchas ganas de hacerte el amor, Antonia.

Tenemos muchos días por delante, mi amor.

Obviamente, esa noche casi me destrozo la muñeca de las veces que me masturbé. Antonia no había podido compartir la cama conmigo en ese momento, pero lo entendí aún sin saber los motivos.

Durante la mañana siguiente planificamos varias actividades que debíamos llevar a cabo. Quería comprar varios libros y tebeos (no decíamos cómics) para ocupar los ratos muertos de mis largas vacaciones.

Mientras recuerdo mi inquietud por saber cuando podría ver a Reme, aparece mi ahijada en la puerta del gimnasio, he estado pedaleando durante cerca de dos horas. Cuando estoy con Blanca, desaparece el resto del mundo, ella es mi universo.

Lleva puesta una de mis camisetas, despeinada y con claros síntomas de estar recién levantada.

Buenos días, amor mío – me dice con una mirada pícara en sus ojazos - ¿Nos duchamos juntos?

Por supuesto, claro que sí.

En el baño de nuestra habitación.

Los besos no han cesado desde el gimnasio hasta nuestro dormitorio.

Aferrada a mi cintura no dejamos de besarnos, lamernos y decir cuanto nos hemos echado de menos. Pegados, como un imán al metal, conecto el hidromasaje de la ducha mientras mi polla invade con fiereza su anegado coñito. No dejamos de gritar, de dar rienda suelta a nuestro amor y a nuestro deseo mutuo.

No es hasta su octavo orgasmo y mi segunda eyaculación cuando decidimos asearnos el uno al otro, para acabar nuevamente en la cama abrazándonos en silencio y dejando expresarse solo a los sentimientos.

Propongo desayunar algo y bajamos a la cocina vestidos con la ropa mínima y nuestras zapatillas, zumo de naranja, café con leche y unas tostadas con mantequilla alemana.

¿Has hablado con tu madre?

No – me responde - ¿Qué ha ocurrido?

Nada que yo sepa. Me llamó para decirme que viene a Barcelona la semana próxima, el miércoles. Desconozco el motivo.

Pues como se apalanque en casa muchos días, me voy a enfadar con ella – me dice con rostro notoriamente serio – yo quiero dormir contigo todos los días.

Y yo contigo, mi amor. Pero ya sabes cual es la realidad, aunque me joda.

Esa boquita, tío Carlos.

Perdón, Blanca, lo siento.

Esboza una sonrisa pícara.

Quedamos en hablar bien, excepto cuando follamos ¿No?

Así quedamos – respondo riendo.

Hay unos momentos de silencio. Sé que quiere decirme algo y siempre temo lo mismo, que se enamore de otra persona.

¿Tienes planes para el fin de semana, tío?

No.

¿Por qué no nos vamos a la casa de Besalú y volvemos el martes por la tarde?

Tienes que ir a clase… - dudo unos segundos viendo su carita de decepción. Siempre he sido muy estricto con las obligaciones de cada uno, pero hemos pasado unos días muy duros sin vernos - … ¡A la mierda el instituto!

Grita de alegría, salta por toda la cocina y acaba sobre mis rodillas… y su boca en la mía.

Haz la maleta, nos vamos cuatro días a Besalú.

¿Y vamos a follar como locos, tío Carlos?

Hasta que te duela aquí – dijo entre besos e introduciendo tres dedos en su mojado coño.