Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 08.

Mis memorias. Mis vivencias

Cumplí los 14 años en septiembre y Reme los 15 en octubre. Los días se me hacían demasiado largos por la perenne añoranza que me poseía. En mi caso doble, Antonia ocupaba la otra mitad de mis pensamientos y mis masturbaciones, o poco que sabía de ella, me llegaba a través de mi madre.

Mis padres, a mediados de octubre, nos anunciaron el nuevo embarazo de mamá y el cambio de domicilio, una casa mucho más grande en la zona del Tibidabo. Económicamente no nos podíamos quejar, el negocio familiar daba unos beneficios más que buenos.

Con mis ahorros y mucha discreción, adquirí una pulserita de oro para el cumpleaños de Reme, me informé en Correos del modo de envío y aunque tenía miedo a que se perdiera por el camino, lo cierto es que llegó bien y Reme me envió una de las cartas más hermosas que una mujer puede enviarle a un hombre.

A mediados de noviembre nos instalamos en la enorme casa nueva, celebrando una generosa comida familiar. Tanto la familia materna como la paterna se trasladaría a Puigcerdà para pasar las Navidades y aprovechar la temporada de esquí; el médico recomendó a mi madre reposo y nos quedaríamos en Barcelona. Conociendo los antecedentes familiares, la llegada de gemelos era bastante probable.

Mi actitud había cambiado, ayudaba en casa a pesar de tener chacha (minyona), colaboraba en el cuidado de mis hermanas y estudiaba como un poseso. Deseaba y necesitaba aprobar todas las asignaturas con la mejor nota posible, quería pedir a mis padres un regalo para las vacaciones del próximo verano, volver a Andalucía.

Mamá acabó descubriendo mi correspondencia semanal con Reme, si bien no abrió ningún sobre, me interrogó al respecto. En previsión de esa eventualidad, ya había preparado una de las misivas literarias de Reme, en las que además de expresarme su amor, escribía un largo poema. Dejé que mi madre leyera la carta y se emocionó, tomándome entre sus brazos me besó con dulzura diciendo cuan orgullosa estaba de mi y me guiño un ojo.

Las notas de ese trimestre fueron espectaculares, ninguna de ellas bajó de 9’5 y mis padres se mostraron satisfechos con mi esfuerzo. Sobre el 15 de diciembre mi padre tomó vacaciones, llegando a casa cargado con muchísimos regalos y cestas de Navidad. El día 17 mi madre me envió a hacer distintos recados por la ciudad y a visitar la portería de nuestra anterior residencia por si habíamos tenido alguna carta o notificación, llegué a casa a la hora de comer, toqué el timbre y cuando estaba a punto de dar los buenos días a la chacha, me quise morir en ese mismo instante.

Era Antonia quien había abierto la puerta de casa. No supe ni pude reaccionar de una manera coherente, me había quedado colapsado por completo ante una de mis diosas. Antonia, mostrando la mejor de sus sonrisas me abrazó con fuerza, susurrando dulces palabras de amor en mis oídos y apretando sus pechos contra el mío. “¡Cómo te he echado de menos, mi hombre! O “No sabes cuanto añoro sentirte dentro de mi”, lo repitió en varias ocasiones, hasta que en voz alta pasó a un tono más neutro para que fuera escuchado por mi familia.

No sabía que decir. Mamá, horas más tarde, me dijo que parecía embobado, “Ni que estuvieras enamorado de Antonia” llegó a decirme en privado. Antonia y su marido habían llegado a Barcelona para recoger a sus hijos, ambos venían en vuelos diferentes para poder pasar las fiestas navideñas con su familia y la combinación les llevó a Barcelona.

Salvador y mi padre, estaban poco tiempo en casa y mamá prefería no desplazarse mucho, aunque el embrazo iba por buen camino, prefería no cometer ningún tipo de exceso y esa causa fue mi ruta de escape.

Mamá insistía a Antonia para que saliera a comprar sin preocuparse por ella, de paso me encomendó acompañarla por Barcelona: “Ya que los hombres de la casa están en otros menesteres, dijo mi madre, mejor compañía que la de Carlos, no vas a tener”, a lo que Antonia, muy sonriente le respondió: “Carlos es mi hombre”.

Bajamos un buen tramo caminando y cogidos del brazo, para poder hablar de nuestras cosas, de como nos añorábamos y de que manera podríamos maniobrar para pasar otro verano maravilloso en el cortijo, aunque mi madre con el recién nacido no podría desplazarse.

Me gustaría que pudieras venirte todo el verano y estar cerca de mi.

A mi también me gustaría, Antonia, pero no sé si mis padres me dejarán.

Eso corre de mi cuenta.

Desconocía que estaba tramando, aunque me temía que podría argumentar que su hija Marta querría verme. Ante esa tesitura le expliqué mi particular y escondida relación con Reme, a lo que ella sonrió y respondió “Ya lo imaginaba. Tienes que hacer tu vida y preparar tu futuro. Tranquilo, tu madre me lo ha comentado y no meteré la pata por ahí, pero te ruego que seas mi hombre, mi amor secreto, para siempre.”.

Soy tu hombre y tu amor secreto para siempre, cariño.

Un portal oscuro y desierto fue el testigo de nuestro primer y apasionado beso en Barcelona.

Me pongo cachonda solo de pensar en ti, imagínate cuando me besas – me dijo mientras yo aprovechaba para apretarla contra mi, situando mis manos en aquel culo escultural.

Llegamos a El Corte Inglés encendidos en las llamas de la lujuria. Tan solo guardamos silencio en el taxi, pero en nuestra soledad compartida resultábamos ser dos seres enardecidos por la locura, el placer y el sexo.

Antonia y yo estuvimos durante algo más de dos horas comprando, pero antes de cargarnos con bolsas, nos encerramos en unos lavabos y dimos rienda suelta a nuestra pasión. No puede degustar el sabor de su coño, pero si el de su boca. Follamos vestidos y como locos, eyaculando dos veces en su interior y teniendo cuidado para no manchar mi ropa.

Tomamos un taxi de regreso a casa y pocas novedades más hubieron. Antonia y yo aprovechábamos cualquier instante para tocarnos, besarnos o mirarnos, pero poco más pudimos hacer en aquellos días, al día siguiente de llegar su segundo hijo, los cuatro partieron en un vuelo directo hacia Sevilla, no sin haberme dejado muestras de su amor hacia mi.

Mi vida se centró en los estudios, ayudar en casa, Reme y esporádicamente Antonia. Habíamos descubierto cuando podíamos hablar por teléfono y ella me llamaba de vez en cuando, en esa época no existía la factura detallada, ni sabías que número te llamaba; por eso Antonia colgaba si no era yo quien contestaba al teléfono. Nuestras conversaciones oscilaban del romanticismo a la picardía, de ahí al sexo y del sexo a la lujuria, bajando nuevamente hacia el amor calmado y los cariños más dulces.

Antonia estaba enamorada y era feliz siendo tratada con dulzura. La enorme diferencia de edad no era un obstáculo y aunque ambos sabíamos que jamás podríamos llegar a ninguna relación claramente abierta, no dejamos de amarnos durante muchos años. Nuestras conversaciones telefónicas acostumbraban a estar acompañadas por varios orgasmos, lo que nos enardecía aún más y estábamos deseosos de poder hallar otro momento para hablar.

Con Reme, mi relación epistolar era rica y variada. Nos explicábamos nuestro día a día, los estudios, los amigos, la familia, las relaciones y evidentemente la añoranza mutua. Reme continuaba desarrollándose como una mujer muy guapa, varios eran los pretendientes que anduvieron rondándola y todos ellos rechazados.

Pasaron las fiestas de Navidad y año nuevo. Lentamente nos encaminábamos hacia la primavera, llegó la semana santa y el nacimiento de mi hermana, otra chica más en la familia. Me empeñé en ser el soporte de mis padres, a pesar de estar en plena edad del pavo. Quise ser un buen hijo, buen hermano y buen estudiante.

Aplicándome en el colegio, obtuve una nota media de 9,75 ese curso, mi premio fue un vuelo directo entre Barcelona y Sevilla para pasar todo el verano, todo, en el cortijo. A pesar de mi “insistencia” para quedarme en casa y ayudar, insistieron mis padres en mis merecidas vacaciones.

Suena el teléfono mientras estoy redactando estas memorias de mis 50 años y veo que se trata de Mariona, la madre de mi ahijada Blanca. Mi ahijada está de convivencias durante toda la semana, estoy solo y la echo mucho de menos. Ha hecho todo lo posible por escaquearse de esas jornadas que nos mantienen separados, pero ha resultado imposible, son asignatura obligatoria. Aunque la amo y estoy muy enamorado de mi ahijada, me preocupa mucho esa locura y enamoramiento que me muestra y yo le muestro.

Respondo a Mariona y me comenta su próxima visita a Barcelona, debe realizar unos trámites y aprovechará para desconectar unos días. Le ofrezco mi casa, por supuesto, aceptando ella la invitación. Más adelante les explicaré lo ocurrido con Mariona.

Los días que esté Mariona en casa, tampoco podré dormir con Blanca… me toca las narices que cualquier persona invada nuestra intimidad, pero esa es la realidad y no podemos hacer nada por combatirla, de momento.

Tampoco me apetece regresar a escribir mis memorias. Estar sin mi querida Blanca me ha puesto triste y lo que no necesito ahora mismo es sentir la nostalgia de aquellos felices tiempos. Aunque…

El día de mi boda yo era la persona más tranquila y calmada de mi entorno. Me casaba por la tarda y mi casa era un hervidero, cuando en realidad ya estaba todo previsto, planificado y tan solo nos quedaba esperar la hora de salir para la iglesia. Peluquero por la mañana, fotógrafo a las cuatro de la tarde y boda a las ocho. A eso de las diez de la mañana, estaba bastante agobiado por el nerviosismo mostrado a mi alrededor, dije en casa que me iba a dar un paseo, que necesitaba respirar. Mi madre se alteró un poco y se ofreció a acompañarme, pero le rogué que no lo hiciera.

No te vayas solo, Carlos, por favor – insistía.

¡Mamá! – respondí con énfasis pero sin perderle el respeto – Lo último que necesito ahora mismo es gente alterada a mi lado. Me estoy poniendo malo con tanto nerviosismo innecesario.

¿Por qué no le dices a tía Antonia que te acompañe? – aconsejó mi padre – Es la persona más tranquila del mundo y a lo mejor le apetece dar una vuelta por Barcelona.

Eso – aprobó mamá – Si tía Antonia te acompaña, yo estaré más tranquila, voy a pedírselo.

Los años y la buena relación habían convertido a mi amante en la “tía Antonia”, más aún desde que Salvador falleciera en año anterior de un infarto fulminante. Antonia accedió a venir conmigo y en mi VW Golf recorrimos Barcelona sin dejar de acariciarnos las manos. La situación no fue buscada, pero nos apetecía a ambos. Y rompimos una promesa mutua, nuestra relación finalizaría cuando yo tuviera fecha de boda. La rompimos ese día y muchos días más.

Mi “piso pirata” de la Barceloneta era un rincón en el que acostumbraba a refugiarme y llevarme los ligues que me apetecieran. “Piso pirata” porque nadie sabía de su existencia, satisfacía el alquiler anual en un solo pago y en efectivo al propietario del inmueble. La decoración era sencilla y con un toque e bohemia visto en algunas películas, pero me gustaba.

Empezamos a besarnos en el recibidor y llegamos desnudos al salón. La levanté con mis brazos y ella se acomodó rodeándome la cintura con sus piernas, sin dejar de besarnos con fuerza, con pasión, como si no hubiera un mañana.

Te amo – le dije.

Te amo – me respondió.

La luz entraba por las dos ventanas del dormitorio estrellándose contra las cortinas del dosel, las sábanas estarían frescas a pesar del Sol.

¿Me vas a follar? – preguntaba Antonia mientras la besaba en el cuello y mordía los lóbulos de sus orejas.

¿Vas a follarme? – insistía.

¿Me vas a comer el coño?

¿Vas a correrte dentro?

Yo no respondía a sus preguntas, sabía que mi silencio la enardecía aún más de lo que ya estaba, soltándola sobre la cama levanté la larga falda de su vestido y arranqué el tanga de su ahora depilado sexo.

¿Me vas a romper el culo?

Antonia continuaba preguntando mientras mi lengua ya estaba devorando su clítoris y dos de mis dedos andaban trasteando dentro de su esfínter. Con una mano intentaba despojarse de la ropa, mientras con la otra apretaba mi cabeza contra su coñito. No cesaba de gemir y de excitarse. Su primer orgasmo descargó en mi boca como un torrente de lava al salir de un volcán, ardiente y abundante.

Se lanzó como una fiera a beber de mi boca, mordiéndome el labio inferior, sin importarle dejarme marcas en el día de mi boda. La tomé de su culo atrayéndola hasta mi enhiesta polla, pero sin penetrarla.

¿No me vas a follar? Quiero que me folles.

Yo solo follo con putas.

Soy una puta – dijo respirando con la dificultad propia de su excitación – soy una puta, soy tu puta, tu puta, tu ramera.

Eres mi puta – le dije mirándola a los ojos - ¿Lo tienes claro?

Sí, mi amor – me respondió – Soy tu puta.

Y vas a serlo hasta el día que nos muramos ¿Lo tienes claro?

Carlos, te casas hoy y…

¿Vas a ser mi verdadera mujer hasta que nos muramos? – Le pregunté muy alterado mirándola a los ojos y con su melena apretada entorno a mi mano derecha - ¿Vas a ser para siempre mi esposa, mi mujer, mi amante, mi puta y la mujer que más amo? Dime ¿Vas a serlo? O lo dejamos ahora.

Sí, mi amor. Voy a serlo todo para ti hasta el final de los tiempos.

Nos besamos con un ardor desconocido incluso para nosotros durante unos minutos inacabables, dejándola con suavidad sobre la cama, abrí uno de los cajones de mi cómoda. Sabía que en un momento u otro, Antonia y yo acabaríamos yendo a mi piso pirata. Extraje una cajita de terciopelo azul y de rodillas ante ella, coloqué en su mano izquierda un anillo de oro blanco diseñado por mi y con nuestras iniciales grabadas en él.

Antonia – le dije mirando a sus hermosos ojos – con este anillo, yo te desposo ahora y para siempre. Has sido, eres y serás la mujer de mi vida.

Ella, desnuda y llorando en silencio, se abrazó a mi y respondió:

Sí, quiero.

Me situé sobre ella e hicimos el amor durante las siguientes tres horas.

Esa misma tarde, oficialmente, me casé. Mientras el sacerdote iba desgranando la ceremonia, yo recordaba el primer asalto del día con Antonia y como desde la emoción dimos rienda suelta a la lujuria. Rememoraba la presión de su esfínter alrededor de mi polla, o como engullía mi miembro, o como volvía a correrse en mi boca o la confesión que me hizo antes de irnos:

Ser de alguna manera tu mujer era algo que soñaba desde hace muchos años, pero que jamás me atreví a pedirte. Hoy me has demostrado muchas cosas, pero sobre todo me has hecho sentirme amada y me has dado la oportunidad de amar como siempre he deseado.

Salimos de mi piso pirata sin dejar de besarnos. Antonia tenía 53 años.