Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 07.

Mis memorias. Mis vivencias.

He despertado empapado en sudor, a pesar de las temperaturas de estos días. Durante la madrugada, Blanca despertó y volvimos a hacer el amor. Me encanta sentir su cuerpo adherido al mío por vínculos tan estrechos que superan el conocimiento y la sensatez.

Es una dormilona y sé que aprovechará hasta las nueve o diez de la mañana para dormir a pierna suelta. Las sábanas están húmedas de nuestros propios fluidos, pero no nos importa, aún nos excita más. Ducha y afeitado a fondo, no soporto llevar barba y a mi chica también le molesta. Los fines de semana siempre visto de manera informal, pantalones tejanos y algún polo de manga larga o jerséis del tipo sudadera que resultan realmente cómodos.

Doy los buenos días a mi cocinera con una sonrisa y un abrazo, es casi una orden que en mi casa reine el buen rollo; las escasísimas disputas las resolvemos todos juntos como una familia más, cada uno en su lugar, pero no tolero los enfrentamientos. Algo parecido ocurre en el despacho, a algún ambicioso “trepas” he puesto de patitas en la calle.

Amalia, una de mis dos cocineras y camareras, me informa que tenemos desayuno sorpresa. Conocedora de las costumbres de Blanca, le hará el suyo cuando aparezca por la planta baja. Amalia llegó a casa convaleciente de una larga enfermedad, dando el callo desde el primer instante y transmitiendo siempre buen humor, respeto y discreción. A los dos meses de estar trabajando conmigo la cité en mi estudió para regalarle dos pasajes, para ella y su esposo a Houston, tenían dos semanas para que la revisaran de arriba hasta abajo en una de las mejores clínicas del mundo. Así son mis chicas, geniales. Ángela, la gobernanta, no trabaja los días festivos, salvo si estoy fuera de casa. Mireia, mi conductora, tiene los mismos horarios salvo cuando la necesito.

Amalia me traslada saludos de su esposo, un estibador jubilado del puerto de Barcelona, al que de vez en cuando invito para jugar al dominó en la cocina de casa, no tengo ni la menor idea de jugar con estrategias o conteo de fichas, pero me distrae mucho. Tenemos una liguilla anual entre cuatro amigos, siempre en mi casa y siempre con algo para picar y beber sobre la mesa. Son tardes muy agradables.

Al poco de haber servido el café y el zumo de naranja, Amalia se presenta en el salón con una bandeja humeante de churros, porras para ser más exactos.

¡Amalia! – exclamo – Es Usted un encanto – le digo mientras me pongo en pie y deposito sendos besos en sus mejillas.

Aprendí a hacerlos hace unos días y quería darle la sorpresa al señor.

Amalia, querida, no sabe Usted la alegría que me ha dado.

Ya sabe que yo por Usted hago cualquier cosa.

Igualmente, Amalia, muchas gracias.

Ataqué la repleta bandeja mientras me ponía al día con la prensa. Salvo las cuestiones económicas, de la información general tan solo leo los titulares y escasos artículos que puedan interesarme. La Tablet es un genial invento para ponerte al día sin tener que estar moviendo las inmensas hojas de papel de un periódico. Tras un vistazo a la actualidad, reviso mi cuenta particular de correo. Dos de mis cuatro hijos están estudiando en Inglaterra, son gemelos. Y los mellizos, un chico y una chica, en su primer año de universidad en Barcelona. Los tuvimos siendo Lola y yo bastante jóvenes y por partida doble, tanto ella como yo, tenemos antecedentes familiares.

Doy buena cuenta de las porras, he pedido otro café y casi arraso con la jarra del zumo de naranja. Entro en la cocina cargado con todo lo que he usado y felicito nuevamente a Amalia.

¿Comerán hoy aquí, señor?

Creo que sí, Amalia. Deje la comida preparada y ya la calentaremos en el horno. Por la noche cenaremos pizza. Y váyase Usted a casa, por favor.

¿No me necesitarán?

No, gracias, disfrute del sábado.

Muchas gracias.

Ya en mi estudio, conecto el ordenador y decido continuar con mis memorias. Releo algunos apuntes y me dispongo a escribir.

Tras nuestro veraneo sevillano, llegó el momento de las compras y la vuelta al colegio. Al cabo de unos días de haber aterrizado, pasamos a comprar los uniformes para el colegio, los libros y el material necesario. Mis padres sospechaban que algo me ocurría, me había vuelto meditabundo y pasaba muchas horas leyendo en mi habitación. Apenas prestaba atención a mis hermanas y en tres semanas había perdido algo de peso.

Preguntado por mis padres, les rogué que no se preocuparan, estaba bien y con ganas de volver al colegio, pero añoraba mucho los días pasados en estas estupendas vacaciones.

En esos días apenas si me masturbé en un par de ocasiones, más por alejar la molestia física del dolor testicular por la acumulación de esperma que por excitación. No dejaba de pensar en Reme y especialmente en Antonia. Antonia no era en absoluto un complejo de Edipo desviado a ella en lugar de a mi madre. Jamás sentí excitación o deseo por mi madre, a pesar de ser una mujer muy guapa y bien formada. Tenía claro que estaba enamorado de Reme, pero Antonia resultaba ser algo tan especial y prohibido, que difícilmente sabría describir lo que realmente sentía por ella.

Dediqué la primera semana a escribir una larguísima carta a Reme, la primera de muchas. Juntos habíamos trazado un plan de actuación muy discreto: ella enviaría las cartas a mi domicilio y a mi nombre, siempre se respetó la privacidad en mi casa; y yo se las mandaría a la casa que la familia de Antonia tenía en el pueblo. A esa casa iban en contadas ocasiones y Reme era la encargada del mantenimiento semanal y de recoger el correo. Las cartas irían destinadas para Salvador, pero en un rincón del sobre escribiría las iniciales de Reme.

El último fin de semana antes de volver al colegio, como cada año, la familia de mi madre se reunía al completo en la finca de mis abuelos en Valls (Tarragona), el evento duraba desde el viernes tarde hasta el domingo después de comer, cuando regresábamos a Barcelona. El viernes, mi madre me castigó por algo que no recuerdo y me mandó a la habitación que compartiría con mis otros primos varones. Mi prima Marisa quiso interceder por mí, pero la escueta respuesta de mi madre fue: “Habla con él, a ver si espabila de una vez”. Marisa se lo tomó al pie de la letra y me siguió hasta el dormitorio.

Me lancé sobre la cama de un salto y cuando estaba a punto de empezar a despotricar contra mi madre, Marisa comenzó a relatarme sus aventuras de verano en la playa. Ante la ausencia del novio, había tonteado con varios muchachos del pueblo y con uno…

… perdí la virginidad, primito – me confesó con una sonrisa cruzándole el rostro – me dolió un poco al principio, pero luego me gustó mucho.

¿Follaste más veces? – le pregunté de sopetón.

Sí – dijo algo confusa por la rotundidad de mi pregunta – Follamos casi cada día, menos cuando tenía la regla que se la chupaba.

¿La chupas bien? – le pregunté bruscamente.

Mi prima estaba sorprendida con mi actitud. No era mi costumbre hablar en ese tono y usando ese lenguaje. Descolocada me respondió:

Creo que sí. A él le daba mucho gusto y se corría en mi boca… y en mis tetas – añadió sonrojada.

Yo no deseaba mancillar la memoria de Reme ni de Antonia, pero como si fuera un autómata, extraje mi pene del pantalón y le dije:

¡Chúpamela!

Marisa me miraba con ojos desorbitados, pero ya habíamos tenido algún encuentro y sabía que no me iba a costar nada convencerla.

¿No te apetece mi polla?

Sí, me apetece.

Pues empieza – le dije señalando mi miembro con el dedo índice.

Mi prima aún no estaba a la temperatura adecuada, tal vez le pudo más la curiosidad y el morbo que la propia excitación, pero entre hipnotizada y sorprendida, tomó mi miembro entre sus manos.

Me masturbaba con cierta desgana, hasta que con un rápido y poco elegante movimiento, la tomé por la cintura poniendo su falda al alcance de mi mano. Ascendí con cierta indolencia por su muslo hasta llegar a las braguitas de algodón. Las palabras pueden ser huecas, pero la humedad de su sexo delataba lo que su expresión no quería mostrar, todavía.

Mi dedo pulgar comenzó a pasearse por encima de sus braguitas, sin seguir ningún patrón concreto. En horizontal, vertical, diagonal o dibujando círculos inexactos alrededor de su monte de venus y de su abultado clítoris. Con el tiempo la llamé “mi cacahuete”, el tamaño de su clítoris era de ese tamaño, el más grande de los que he conocido.

Marisa empezó a gemir y la cachondez se fue apoderando de ella, de la paja irregular pasó a la felación apasionada. Succionaba mi pene y lo pajeaba con una de sus manos, mientras con la otra acariciaba mis huevos y los trataba como si fuera una esponja. En compensación, hice a un lado sus braguitas y adentré mis dedos en su intimidad, se le escapó un quejido ronco nacido desde lo más profundo de su ser. ¡Ya era mía!

Incrementó violentamente la mamada y cuando notaba que estaba a punto de correrme, cogí su cabeza entre mis manos y la desvestí como pude. Lamía sus tetas con mi polla apoyada en su pubis y frotándome con gran fuerza contra su enorme clítoris. Mordía sus pezones y amasaba sus mamas de manera muy diferente a como me relacionaba con Reme o Antonia. No había ternura ni complicidad, era solo sexo y nada más.

Para apartar del todo las bragas, se las arranqué. Froté mi polla contra la entrada de su coñito y mirando momentáneamente a sus ojos, la penetré de un solo golpe. Mi prima Marisa no gemía como las otras mujeres que conocía hasta ese momento, jadeaba de una manera abrupta, como si estuviera haciendo un sobreesfuerzo en un entrenamiento de gimnasio.

No tardó mucho en eyacular con gran fuerza y en cantidad, mi polla salió despedida de su vagina y tuve que volver a insertarla, con idéntica fuerza y determinación que la primera vez. Se corrió en segundos otra vez, y otra, y otra, y otra…

Marisa casi deliraba y yo no iba a tardar mucho en hacerlo, su última corrida coincidió con la mía, a pesar de la locura del orgasmo, tuve la sensatez de extraer mi pene y regar su pubis y su barriga con mi espeso semen.

Me besó con ardor jugando con su lengua de una forma sorprendente para mis escasos conocimientos en esos momentos.

Vamos a arreglarnos – me dijo aún con cierta ronquera en su voz – Si nos pillan aquí, nos matan a los dos.

Si quieres volver antes que lleguen los primos, aquí estaré – le dje recordando mi castigo.

Me duché y vestí con un chándal ligero, quedándome profundamente dormido hasta la hora de la cena, en que mi abuela vino a despertarme.

Acabo de escribir mi relato y me encamino hacia el dormitorio para despertar a Blanca, la oigo trastear en la ducha y prefiero no molestarla, debo reservar mis fuerzas para el resto del día. Me espera un largo fin de semana entre sus brazos.

Bajo al salón y trasteo con la Tablet hasta que mi chica se sienta sobre mi regazo y me da un intenso beso de buenos días, al que correspondo. Le ruego que desayune y me pide que la acompañe a lo que accedo. Amalia sirve una bandeja de churros para Blanca y otra jarra de zumo para los dos.

Hablamos de varios temas y de los planes de nuestro fin de semana hasta que me dice:

Tío, he pensado mucho en ti y en nosotros desde hace mucho tiempo y te quería explicar lo que siento.

Puede hacerlo con total libertad, cariño.

Este año voy a aprobar, ya he repetido dos cursos seguidos y eso no va a volver a pasar ¿Sabes el motivo?

Dímelo tú, cariño.

Porque estoy contigo y soy feliz ¿Tú eres feliz?

Blanca – dije poniendo mi mano sobre la suya – jamás en mi vida he sido más feliz. Solo tengo un miedo, y sabes cual es, que acabes haciendo una vida acorde a tu edad y encuentres a otra persona de la que te enamores.

Eso no va a ocurrir, tío.

Rezo por eso cada día, amor mío.

Como te iba diciendo, El próximo curso lo acabaré con un aprobado alto y me examinaré para entrar en la universidad.

Me parece bien, cariño.

Pero no quiero ir a la universidad, tío Carlos.

Entonces ¿Qué quieres hacer?

Quiero tener un hijo tuyo y criarlo. Y luego tener otro más y todos los que nos vengan. Quiero ser madre y deseo que tú seas el padre de todos nuestros hijos.

Mantuve unos instantes de silencio mientras ella continuaba desayunando sus churros y el zumo de naranja.

Blanca, mi amor, nada me haría más feliz que eso pero hay cosas que debes tener presente. Primero la diferencia de edad.

A mi no me importa.

Lo sé, pero existe. En segundo lugar quedarte embarazada de mi te supondría romper lazos con tu familia y yo tendría que enterrar cuarenta años de amistad. Tu padre y yo somos amigos desde la infancia.

¿Te importa mi padre más que yo?

No. Yo estoy dispuesto a enfrentarme a todo eso por ti, te amo demasiado como para perderte, pero quiero que sepas los frentes que se abrirán.

Pero ¿Serás el padre de mis hijos? – me preguntó preocupada.

Por supuesto – respondí.

Ella saltó de su silla hasta mis labios.

Te amo, tío Carlos.

Y yo a ti.

Nos besamos con intensidad y ansiedad, hasta que le rogué que volviera a su silla. Negó con la cabeza y tomándome de la mano me llevó hasta nuestro dormitorio. Tras un recital de besos y caricias, antes de empezar a desnudarnos, me dijo:

De mis padres no te preocupes, tengo un plan que no puede fallar.

¿Seguro?

Seguro, tío. Y ahora – me dijo con una mirada retadora, de zorra – Ahora fóllame hasta que me desmaye.