Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 06.

Mis memorias. Mis vivencias.

Dos noches antes de nuestra partida, mis padres y Salvador llegaron al cortijo muy afectados por el alcohol. Habían pasado una noche de cena y juerga flamenca privada en la capital, por lo que Antonia condujo de regreso. Los tres estaban agotados y bastante bebidos, por lo cual resultó complicado que subieran a sus dormitorios y que no hicieran ruido, aunque nadie salió a verlos. Me sobresalté un tanto al oír los cánticos de mi padre, me sorprendió en un hombre tan comedido, y desde luego carente por completo de gracia y tronío.

No transcurrió demasiado tiempo hasta que pude recuperar el sueño, con la inquietud propia de poner broche final a aquellos felicísimos meses de mi vida. Volví a despertarme al sentir un cuerpo que se deslizaba junto a mi bajo la fina sábana, en un momento de desconcierto creí que podría tratarse de Reme, pero las curvas y el tamaño me indicaron claramente que solo podía ser Antonia.

Sus caricias y besos lograron despertarme en escasos minutos y ser totalmente consciente del momento.

Has sido una luz en mis sombras – me decía – el hombre que necesitaba a mi lado, bueno, cariñoso, noble, atento, caballero, amante, dulce y canalla.

Y tú la mujer más maravillosa del mundo – susurré a sus susurros.

Te voy a echar mucho de menos.

Y yo a ti, Antonia.

Pero creo que no tardaremos en volver a vernos.

¿Por qué lo dices?

Porque sé que nunca podré tenerte conmigo para siempre y porque la vida es así de cruel, pero no voy a renunciar nunca a estar cerca de ti, aunque mi cara se caiga de arrugas.

Yo siempre te voy a amar, Antonia, aunque seas vieja.

Los besos eternos sustituyeron a las palabras. Desnuda por completo, hizo que me despojase de la ropa interior y nos abrazamos hasta que no quedó ni un solo punto de nuestra piel que no estuviera en contacto con la del otro.

¿Me vas a dar tu hombría otra vez? – me quedé algo confuso con la pregunta y ella enseguida aclaró - ¿Me vas a dar tu leche hasta el fondo de mi coño?

No – respondí con rotundidad – No voy a darle mi leche a tu coño, te voy a dar tu leche en mi coño.

Antonia entró en fase de descontrol pasional devorándome con su boca hambrienta de cariño. Me introduje en ella de un solo golpe, respondido con un gemido, bombeando lentamente con las caderas, pero invirtiendo mi tiempo en besar su boca y excitar con mis manos sus tetas y aquel culazo digno del mejor escultor.

No tenía prisa, creo que fue la primera vez en la que mi pasión desbordada, fue reconducida para convertir ese momento en un recuerdo eterno. Lento pero rotundo, marcaba los tiempos y el ritmo mientras ella encadenaba un orgasmo tras otro, su flujo vaginal había convertido la cama en un lago, pero no nos importaba; nosotros estábamos por dedicarnos esa penúltima noche para nuestro gozo.

Por favor, dame tu leche, ya no puedo más.

Silencié sus labios con los mío y continué dándole placer, hasta agotarla y cuando ya no puede más forcé el ritmo para dejar en su interior mi carga de esperma. Ese postrer orgasmo la llevó a morder con fuerza la almohada de lana natural para no despertar a los habitantes del cortijo con sus gritos de placer.

Antonia y yo aún estuvimos varias horas abrazados, charlando, besándonos y disfrutando el uno del otro. La primera claridad antecesora a la salida del Sol, hizo que se incorporara y me besara nuevamente tras haberse vestido.

Te amo mucho, mi niño. Te amo mucho.

Yo también te amo, mi vida – le respondí y abandonó mi habitación dejando en el aire el perfume de nuestro encuentro.

Adecenté un poco la habitación, giré le colchón y llevé las sábanas al cesto de la ropa sucia. Me daba igual que Maruja o la otra chica descubrieran las sábanas empapadas. Bajé a la cocina y en la despensa hallé unos fantásticos cortadillos de cidra hechos en Puente Genil, aún hoy los disfruto con frecuencia; una torta de aceite y un vaso de leche fresca que me llevé a la piscina. Desayuné con calma y sentado en un sillón comodísimo me encerré en mi mismo para pensar y evaluar en todo lo que había sucedido durante mis vacaciones.

No me sentía culpable de engañar a Reme con Antonia y a Antonia con Reme. Tal vez sea un caradura, pero era así en ese momento, tenía claro que un mundo nuevo se abría a mi exploración, unas vivencias que no habían hecho más que comenzar.

Tras repasar mi memoria y algunos apuntes que he tomado, opto por ir a buscar a mi ahijada al colegio, es viernes y he mandado para casa a mi conductora habitual. Tengo un Smart para desplazarme por Barcelona de manera cómoda y fácil. Blanca sube al coche y nos besamos en las mejillas, nos pueden ver sus compañeros y los padres, como “tío” y ahijada bien avenidos, pero no pueden oírnos.

Te quiero mucho, tío Carlos.

Yo también te quiero mucho, Blanca. Más que a nadie en el mundo.

¿No vamos a casa?

¿Qué te apetece hacer, cariño?

Me apetece una hamburguesa, ir al cine y pasar el fin de semana en nuestra cama.

Coincido contigo – le digo sonriendo ante su gracejo natural.

Vamos a ver uno de los estrenos de la semana al centro comercial. Merendamos un par de hamburguesas mientras me explica como le ha ido el día y los planes de la directora del centro para mandarla a estudiar al extranjero el primer trimestre del próximo curso.

Pero no la vamos a dejar ¿Verdad, tío Carlos? Yo no quiero apartarme de ti por nada del mundo.

Yo tampoco quiero que te vayas, mi amor. Quiero tenerte siempre cerca de mi.

La película es distraída, poco más puedo decir. Nos reímos bastante, pero sin excesos. De regreso a casa nadie nos espera, ya me había encargado de ello. A oscuras por las calles de Barcelona, nos acariciamos y sitúo mi mano derecha entres sus muslos, ella suspira a cada caricia hasta que al llegar a sus braguitas gime notablemente.

Estoy deseando llegar, tío Carlos.

Y yo.

En cuanto lleguemos a casa, me ducho y nos metemos en nuestra cama.

No quiero que te duches.

¿No?

No, cariño.

¿Me vas a comer así al natural? ¿Aunque mi coñito no esté del todo limpio después de un largo día?

Voy a comerte tu coñito en su sabor natural, sin jabones ni perfumes.

Me estoy poniendo muy cachonda, tío.

Y yo, mi amor.

Dejo el coche aparcado en el jardín, ya lo guardarán por la mañana. A Blanca le encanta que la tome en brazos y entre con ella en casa como si fuéramos recién casados, hace que se sienta adulta y segura de esta extraña relación que ambos mantenemos.

¿Sabes una cosa que nunca te he dicho, tío?

Si nunca me la has dicho, no lo puedo saber, mi amor.

Pues… - titubeó mientras subíamos haca nuestra habitación – Yo te he querido desde que tengo memoria ¿Sabes? Para mi siempre eras mi héroe y mi hombre, solo me portaba bien cuando tú y Lola veníais a casa, porque tú me entendías y me defendías.

¿Y por qué te portabas mal?

Porque siempre he tenido la necesidad de estar a tu lado – me dijo ya tumbada en nuestra cama.

Blanca coincide conmigo en la necesidad de los juegos previos a la relación sexual. Podemos dedicar mucho tiempo al placer que nos supone abrazarnos, besarnos y acariciarnos. Tiene un morbo especial el hecho de palpar el cuerpo del otro por encima de la ropa, aumenta el deseo, la excitación y destierra la monotonía de la relación.

Me gusta tener la iniciativa, bajar por su cuerpo semi desnudo hasta subir la falda del uniforme y empezar a devorar su cuerpo sin haberle quitado las braguitas. La tela de su ropa interior desprende un olor combinado de su excitación y los restos de orina que hayan podido quedar a lo largo del día. A mi ni me importa, al contrario y con ella, me apasiona. Devoro su sexo sobre las braguitas y obtengo el primer premio en forma de orgasmo húmedo que saboreo a través de las braguitas.

Me corro, tío, me corro.

Una de mis manos estrecha la suya para darle la certeza de haberla oído, pero sigo a lo mío, hasta que la desnudo por completo. La masturbo con dos dedos dentro de su coñito, localizando su punto más vulnerable y haciendo que grite ante la llegada de su segunda corrida. Otro dedo se pierde dentro del ano mientras la lengua castiga el clítoris, que de vez en cuando muerdo. Un tercer orgasmo deja deshilachada a mi ahijada, pero no le impide cambiar su posición y apoderarse de mi polla con esa linda boca que posee.

Mi ahijada es realmente un bellezón, una muñeca de porcelana voluptuosa y cariñosísima… y cachondísima, todo hay que decirlo.

Como me gusta que me chupes la polla, Blanca – le digo sinceramente.

Tanto a ella como a mi, nos encanta usar un lenguaje soez cuando hablamos de sexo y hacemos el amor, ese lenguaje basto nos excita hasta lo indecible.

Hoy no me voy a tragar tu semen, tío Carlos. Quiero que te corras en mi coñito y me gustaría que me preñaras.

Eso sería una locura – replico jadeando.

Lo sé – responde gimiendo desesperadamente – pero es lo que más deseo, esa es la ilusión de mi vida.

Nuevamente estalla, pero en esta ocasión no se amilana, se coloca a cuatro patas y mirándome con cara de zorra, me suplica que la penetre.

¡Fóllame! ¿No quieres follarte a tu ahijada, tío? ¿No quieres darme toda tu leche? ¡Fóllame, tío! ¡Fóllame y déjame preñada!

Pierdo el oremus ante esta chiquilla loca que comparte mis días, mis noches y todo mi espacio. No resisto a penetrarla como sé que le gusta en estos momentos, con fuerza, con fiereza, casi con desesperación.

Eres una zorra.

Soy tu puta, tío.

Sabes como me pones y no voy a aguantar mucho.

Eso es lo que quiero, amor mío.

¿Seguro?

Sí – grita en la antesala del paroxismo – quiero que te corras dentro de mi y quiero que me preñes.

El coito ha durado escasos cinco o seis minutos, cuando quiere sabe hacerme llegar a tal estado de excitación, que difícilmente puedo controlar mi pasión y la eyaculación. He descargado todo mi semen dentro de ella y derrumbados nos quedamos abrazados bajo el edredón nórdico.

Te quiero – acertamos a decir los dos al mismo tiempo.

Blanca no tarda mucho en quedarse dormida, al cabo de una hora, la dejo para sentarme ante el ordenador y relatarlo, así como para poner punto y final a aquellas vacaciones de verano de mis trece años.

El día de nuestra partida, Reme y yo pudimos escondernos tras una de aquellas viejas puertas del cortijo para besarnos y establecer los planes de comunicación que ya habíamos hablado días atrás. Nada más digno de mención, excepto las lágrimas que todos vertimos en la despedida. Nos esperaban dos taxis grandes, también propiedad de Salvador, para llevarnos al aeropuerto. Creo que por primera vez en mi vida, lloré por despedirme de gente a la que acababa de conocer, a la familia, a las chicas del servicio, al capataz y a alguno de los muchachos. Marta se despidió de nosotros desde su habitación, aún arrastraba aquella lesión en su pie, pero sin demasiado entusiasmo y con alguna mirada de reproche hacia mi.

El último abrazo me lo dio Antonia, antes de subir al taxi, notando como ponía algo en el bolsillo de mi pantalón. Mamá ocupó un coche con las gemelas y mi padre subió al otro, conmigo; él en la parte delantera y yo detrás.

Cuando aprecié que estaba en distraída conversación con el chofer, llevé la mano al bolsillo y extraje lo que había dejado Antonia: un papel doblado en el que podía leerse: “TE AMO, NO ME OLVIDES”. Y así lo cumplí.

Me emociona todavía recordar a Antonia, una mujer importantísima en mi vida.

Regreso a mi dormitorio y entro desnudo bajo el nórdico. Blanca está dormida, pero al sentirme se pega a mi cuerpo, parecemos dos imanes sólidamente unidos. Jamás soporté estar abrazado a alguien mientras dormía, pero con ella es diferente, lo necesito. Enamorado a los cincuenta años y de mi ahijada… que complicada ha sido siempre mi vida sentimental, pero lo cierto es que a ella la amo más que a ninguna otra persona y espero disfrutar de su compañía todo lo que me resta de mi vida, aunque me asusta que pueda conocer a alguien… o que se aburra de mi… Es ley de vida, pero confío que esa ley no se cumpla.