Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 05.

Mis memorias. Mis vivencias.

CUMPLIENDO 50 AÑOS, MIS MEMORIAS SEXUALES 05.

Durante aquel largo y, en todos los sentidos, tórrido verano; se sucedieron los encuentros fogosos con Reme en todos los rincones del cortijo. Reconozco estar enamorado de Reme, tal vez demasiado, pero a la vez abierto a la impresionante aventura que vivía con Antonia sin sentirme culpable de traicionar a la que esperaba fuera mi novia para siempre. He de afirmar que en todo momento mantuvimos una discreción exquisita, tanto en mi relación con la jovencita como con la mujer madura.

Con Antonia mantuve media docena, o tal vez más, de encuentros sexuales tanto en aquella dependencia a la que mencionaban como “La Cámara”, como episodios constantes y aislados de arrumacos, besos, caricias y diferentes hechos cargados de picaresca. De vez en cuando tomaba asiento con las piernas ligeramente abiertas, y tras estar segura de que nadie la observaba, me mostraba sus braguitas. En ocasiones hacía correr la tela de su entrepierna para mostrarme aquel monte de venus y aquella vagina de mi primer coito.

Con Reme resultaba más complicado, su amiga Marta la mantenía casi secuestrada. La niña también empezó a tontear conmigo, pero yo me limitaba a ser amable, agradable, educada y totalmente desinteresado de su caprichoso acoso. Yo no iba a convertirme en uno más de sus aduladores, que los tenía.

No quise en ningún momento aprovechar mi conocimiento del cortijo para llevarme a Reme a una zona apartada y tranquila para dar rienda suelta a nuestra pasión juvenil, pero descubrimos un rincón tras la parra que daba sombra a una pérgola donde de vez en cuando cenábamos, aunque escasamente, ya que estaba situada muy lejos de la piscina. La parra había convertido su delgado tronco en una especie de caparazón fresco aislado ante la vista de cualquiera que anduviera por la zona y lo suficientemente amplio como para estirarnos en el suelo sin temor a ser descubiertos. Tampoco nadie podía controlarnos desde los balcones del cortijo, ni desde la cocina.

Algunas tardes, mientras todos dormían la siesta, nosotros aprovechábamos para tumbarnos en el suelo y desnudarnos para dar rienda suelta a nuestras mutuas masturbaciones, caricias y sexo oral desenfrenado. Reme gozaba al ver como saboreaba y bebía su abundante flujo vaginal en aquellos orgasmos de temblores y espasmos musculares; quiso probar a hacer lo mismo y descubrió que le gustaba el sabor de mi semen. En ocasiones, dentro de la casa, me decía con cierta guasa: “Tengo sed” y me lanzaba una pícara sonrisa ausente de malicia y cargada de amor. Ella también estaba muy colada por mi, como yo de ella.

Reme no consentía la penetración vaginal. Nuestros juegos consistían en frotar nuestros sexos salvajemente hasta llegar al orgasmo. Mi semen se mezclaba con sus flujos sobre nuestros pubis y no cesábamos en apretarlos hasta la disolución postrer del orgasmo. En cierta ocasión fue ella quien quiso subir sobre mi y empezar a frotar su vagina contra mi pene, en el momento del éxtasis y el descontrol, mi pene se introdujo un poco dentro de la vagina y ella reculó instantáneamente. Recuerdo sus palabras como si fuera hoy mismo: “No sé como he podido sacarla. Y no sabes cuanto deseo tenerte dentro”. La cordura reinó nuevamente, aún siendo difícil en la locura previa a un orgasmo y nos corrimos los dos violentamente, pero solamente frotando nuestros sexos.

Con Antonia sabía que siempre me podía correr dentro de su espléndido coño, aunque en ese momento no acerté a preguntarle por los riesgos de un embarazo, tampoco era del todo consciente de esa cuestión y nunca pesó en mi conciencia hasta unos años más adelante.

Mi reinado sexual se vio reducido casi a la nada al llegar mi padre a principios de agosto, era su mes de vacaciones y quería aprovecharlas. Y a mi me fastidió bastante.

Salvador y mi padre desaparecían del cortijo por la mañana y no regresaban hasta la hora de comer y así lo hicieron durante la primera semana. Ninguna noche salieron a cenar o comer fuera, nos esperaban sorpresas que yo desconocía. Salvador, entre sus muchos negocios, era el titular de una empresa de transporte de viajeros en una época en la que se veían pocos coches circular por la carretera. La segunda y tercera semanas las dedicamos a las excursiones por aquellos estrechos caminos que hoy son autovías. Salvador había habilitado uno de sus autobuses para todos nosotros, con aire acondicionado o algo similar, y nos dedicamos a conocer Andalucía. La excursión duró dos eternas semanas en las que conocí El Rocío, Cádiz, Jaén, Málaga, Córdoba y Granada. Dos semanas durante las cuales dormíamos en hoteles o en dos fincas propiedad de Salvador. Los padres de Reme aceptaron dejarla venir, a regañadientes, pero no pudimos hacer nada salvo algún furtivo abrazo y escasos besos. Nuestro lenguaje quedó relegado a las intensas y profundas miradas que nos dedicábamos.

Regresamos al cortijo para nuestra última semana de vacaciones, en ella, los mayores salían todos los días a comer fuera y en ocasiones a cenar; dejándonos al cuidado de las mujeres del servicio, mi querida Maruja que me trataba como a un califa de las “Mil y una noches” y a la que aún hoy adoro, aunque la pobre está ya muy mayor y muy malita.

Marta había casi secuestrado a Reme, con el encargo de convencerla para que hablara conmigo sobre ella. Quedaban escasos días para regresar a Barcelona y Marta necesitaba que yo le dijera algo. Reme le explicó que necesitaba llevarme fuera del cortijo para hablar conmigo y plantearme la petición de Marta, fue muy artera en la forma y en el fondo, con ese argumento tendríamos la justificación necesaria para desaparecer de escena un par de horas o más.

Marta llamó a Maruja a su habitación, estando Reme presente, y le explicó el plan de seducción como si fuera obra e idea suya. Le pidió que fuera su cómplice y nos preparara un zurrón con algunas bebidas y una fiambrera con algo de picar para que saliéramos de excursión hasta las caballerizas y me convenciera Reme para convertirme en novio de Marta.

Maruja accedió a los planes de la “señorita” pero era, y es, tan buena que no pudo evitar llamarme aparte y explicarme lo que aquella niñata pretendía conmigo. Colmé a Maruja de besos y abrazo de agradecimiento y me preparé para una encerrona que hoy podríamos catalogar como de “ingeniería inversa”.

Cargados con nuestras viandas en el zurrón, Reme y yo nos fuimos para las caballerizas como hiciéramos al principio de aquellas vacaciones, cada uno por un lado del camino; pero en esta ocasión diciéndonos cuanto nos queríamos y las ganas que teníamos de hacernos el amor. Nos encontramos al capataz y a los trabajadores que iban de regreso al comedor comunitario para el almuerzo, nos indicaron que tuviéramos cuidad y continuamos nuestro paso algo apresurado hacia las cuadras.

Al igual que en nuestra primera vez, inspeccionamos todos y cada uno de los rincones para asegurarnos de estar solos. No había quedado nadie al cuidado de los caballos y en vez de irnos hacia la cabaña, Reme me llevó a un apartado box, vacío y donde ella previamente había guardado una manta un par de sábanas, una para colocarla sobre la manta y otra por si quisiéramos taparnos.

Cuando ella dejó perfectamente preparado nuestro tálamo, me miró, y sin mediar palabra comenzó a desnudarse. Nos tumbamos juntos sobre la improvisada cama donde nos dedicamos a besarnos ansiosamente, intentando recuperar el tiempo perdido en aquellas dos terribles semanas de excursión.

Ambos sabíamos que ese iba a ser nuestro último encuentro sexual. Quise perpetuar su sabor en mi paladar y comencé a mamar sus pezones, mientras mis manos acariciaban sus grandes y sólidas tetas. Lamí y besé todo su cuerpo, centímetro a centímetro, mientras ella gemía y me decía frases que solamente deseo guardar para mi memoria. Me apoderé de su monte de venus, de su pubis y de aquel coño tan sabroso. Sería incapaz de describir en este momento cuantas veces chupé su clítoris, sus labios o los alrededores. Mi lengua no dejaba de penetrar en su interior como si fuera un micro pene, mientras ella hacia girarme para tocar mi polla y masturbarla violentamente.

¡Folláme Carlos! – me dijo ante mi estupor – Quiero que me folles.

Reme… - balbuceé - ¿Estás segura cariño?

No sé si volveré a verte otra vez, pero tú eres mi hombre y quiero que seas tú el primero. Te quiero mucho, Carlos.

No puedo decir: me comí su boca, debo ser preciso y detallar que devoré su boca y su lengua mientras mi mano izquierda la abrazaba y la derecha la masturbaba hasta hacer que estallara en otros dos escandalosos orgasmos, ya no con disimulados gemidos, sino con escandalosos gritos.

Otra vez me comí su coño y arrasé su clítoris con mis labios y con los dientes, en el colmo del paroxismo situé mi polla a la entrada de su coño y supe que debía empujar poco a poco hasta sentir el delicado toque de esa membrana certificadora de la virginidad. Nos miramos a los ojos y ella asintió, penetré en su interior de un golpe seco que apenas la molestó y con escasa presencia de sangre. Supe que debía acompasar mis movimientos al principio y ser tremendamente cuidadoso con la penetración. En pocos minutos su cuerpo me transmitió la necesidad de mayor intensidad mientras no cesaba de decirme frases de amor a las que yo respondía sudoroso y cansado por la energía utilizada.

Reme se corrió violentamente, como si hubiera sufrido una descarga eléctrica, a mi aún me quedaba cuerda para rato y continué bombeando sin dejar de acariciarla, besarla o de morder sus tremendas tetas.

Estalló un segundo orgasmo dentro de aquel cuerpo macizo, de suaves, rotundos y acogedores muslos. Reme casi enloquece camino de un tercer e inmediato orgasmo cambiando el romanticismo por la pasión de las palabras, pidiendo que la “follara fuerte” y “me gusta tu polla” entre otras. Noté llegar mi orgasmo y se lo dije, hizo que me tumbara en nuestra cama campestre y cabalgó sobre mi cuerpo, hasta que estalló nuevamente y yo derramé mi carga de una semana de semen en el interior de su dulcísimo coñito.

Se tumbó encima de mí, nos tapó con la sábana y nos mantuvimos abrazados hasta escasos minutos antes de que regresaran el capataz y los muchachos de las cuadras. Nos vestimos con rapidez y diligentemente recogimos la cama de nuestra primera vez, ella supo como y donde esconderlo todo sin dejar rastro. Ya instalados en la cabaña, preparamos la mesa para comer las viandas preparadas por Maruja y volvimos a abrazarnos hasta oír como llegaba el Land Rover.

El capataz nos descubrió comiendo y charlando sobre costumbres de Andalucía y Cataluña, como si fuéramos dos adultos y así lo relató orgulloso durante muchos años a todos los amigos, empleados y vecinos; para él, también éramos dos jovencitos muy responsables.

Durante el camino de vuelta, le pregunté a Reme porque había dejado que me corriera en su interior, si no tenía miedo a quedarse embarazada.

¿Tú tienes miedo a que me quede embarazada y se descubra todo?

Mi amor – le dije tumbándola tras el mismo eucalipto que la vez anterior – si quieres que tengamos un hijo, yo sabré hacer de padre y marido.

Nos besamos nuevamente y levanté la falda de su vestido, hice a un lado sus braguitas y sacando mi miembro de su encierro, la penetré otra vez y volvimos a corrernos de placer, mi semen volvió a reinar dentro de su matriz.

¿No tienes miedo de haberme embarazado en esta segunda vez? – me preguntó.

¡No! – respondí – lo he hecho otra vez para asegurarme. Si no te preño en el primer intento, a lo mejor en el segundo.

Me besó orgullosa y emprendimos con total discreción, nuestro camino de regreso al cortijo.

Nada más llegar me duché y me fui a la piscina, Maruja llegó con la excusa de traerme una enorme jarra de barro con gazpacho y me preguntó en voz baja, Reme y yo habíamos pactado la misma respuesta y así se lo dije.

Me alegro por usted, mi niño – me dijo aquella santa mujer – Es usted demasiado buena persona para esa bruja.

Y allí me dejó con mi piscina y mi gazpacho. Reme llegó, al cabo de una cuatro horas, cubierta con una camisola larga tras la cual había un bañador, nadie se podía pasear semidesnudo por el cortijo.

Ha habido tormenta – me dijo – No está acostumbrada a que le lleven la contraria y se ha ofendido, luego se ha dado una “jartá” de llorar y se ha quedado dormida. Estaba muy nerviosa.

Yo no puedo hacer más – le dije. Y subrayé en voz baja – Mi amor eres tú.

Estábamos sentados en la mesa, yo rodeado de mis comics, libros y de una libreta que había bajado de mi habitación. Mirando a Reme a los ojos extraje un sobre con su nombre y se lo entregué, ella me miró extrañada.

¿Qué es?

Es para ti. Una muestra de compromiso.

Extrajo las dos hojas que yo había escrito durante la tarde en la que le declaraba mi amor incondicionalmente y en la que reconocía claramente que si Reme quedaba embarazada, yo era el padre del hijo que esperase.

Estrechó sobre y hojas contra su pecho llorando desconsoladamente, tanto que Maruja salió al patio y le rogué por señas que nos dejara solos.

¿Por qué lloras, mi amor?

Porque soy muy feliz y porque no voy a verte en mucho tiempo.

Yo también estoy triste – le aseguré – Pero feliz porque sé que tú vas a ser el amor de mi vida desde que te conocí y para siempre.

Como éramos prudentes, mantuvimos la distancia y la compostura. Un buen rato más tarde, nos reíamos en la piscina y alguna mano se escapó. Quedaban tres días para volver a casa, un nudo se apoderó de mi garganta ante el espectáculo que suponía el bello rostro de Reme sonriendo y hablándome solamente con sus ojos.