Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 04.

Mis memorias. Mis vivencias

Mi padre vino al cortijo un par de fines de semana, antes de instalarse junto a nosotros durante todo el mes de agosto. Es necesario recordar, para los más jóvenes, que en esa época no existían ni las autopistas, ni las autovías, ni el tren de alta velocidad; el avión era el único recurso para llegar rápidamente y no resultaba barato.

Recuerdo que mi padre llegó el viernes a media tarde, saludos, presentaciones, risas y anécdotas que se prolongaron hasta la cena y en la posterior tertulia. Quiero destacar que las noches no resultaban especialmente calurosas, al contrario, eran muy agradables y se agradecía esa brisa fresca que cruzaba el cortijo de parte a parte.

El sábado nos fuimos a montar a caballo a eso de las diez de la mañana. Marta no pudo y no quiso venir y Salvador animó a Reme, pero consideró más adecuado quedarse con su amiga. Nos fuimos los tres y estuvimos trotando hasta la hora de comer. Hicimos parada en una venta al lado de la carretera en donde descubrí el mundo de la tapas acompañando a cada consumición, la generosidad de cada plato y la exquisitez de esa cocina campera andaluza de la que aún hoy disfruto.

Papa y Salvador hablaban de sus vidas y de los proyectos que tenían para ese mes de agosto en el cual las dos familias disfrutaríamos juntos. Yo me limitaba a alternar un refresco con otro y deleitarme con las tapas de callos, carne en salsa, boquerones y otras delicias.

A la comida en el cortijo siguió una siesta particular en la que Antonia quiso quedarse con los pequeños, mientras mis padres se retiraban a su habitación. Salvador se fue a descansar un rato y las chicas también. Cuando el servicio hubo acabado de limpiar y ordenar, se retiraron a la casa dispuesta para ellos y yo no dudé en acercarme a Antonia, los pequeños estaban tumbados en los sofás del salón y ella ocupaba uno de los amplios sillones.

¿Te quieres sentar conmigo? – me dijo al verme ante ella.

Sí – respondí – pero ahí no cabemos los dos.

Mira – dijo ella señalando su regazo – puedes sentarte aquí – me dijo sonriendo.

No es lo más apropiado – la contrarié – la mujer debe estar cómoda y sentarse sobre el hombre.

Me miró entre sorprendida y divertida a la vez que halagada.

¿Cómo si fuéramos novios?

Sí – respondí – La lástima es que tú estás casada y no podemos ser novios.

Pero bueno – dijo tras soltar una carcajada - ¿Te gustaría ser mi novio?

Pero si yo puedo ser tu madre.

Me da lo mismo – aseguré.

Antonia se levantó cediéndome el sillón y tomando asiento sobre mis piernas. Juntó sus brazos alrededor de mi cuello y descansó su cabeza sobre mi pecho.

¿Sabes una cosa, Carlos?

Dime.

No deberíamos hacer esto. Tú eres muy joven y yo estoy casada.

Ya lo sé, Antonia. Tú me gustas mucho y espero que nadie se entere, pero no puedo remediar fijarme en ti y me dan ganas de abrazarte y de besarte y de…

¿De qué? – me preguntó ella un tanto impresionada por mi confesión.

Ya lo sabes. De hacerte el amor y de quererte mucho.

Antonia me besó con fuerza y entrega.

Hace mucho tiempo que no me siento querida, Carlos – me dijo con una furtiva lágrima en sus mejillas – Es lo que ocurre al paso de los años cuando el matrimonio cae en la monotonía.

Pues yo te voy a querer siempre, Antonia. Sin que se entere nadie y voy a ser siempre tu novio, hasta que me muera.

Mis palabras hicieron blanco en una diana desgastada por la falta de afecto. Salvador era muy buen persona, un gran tipo y padre que había descuidado mucho la atención hacia su esposa en los pequeños detalles. Salvador solo pensaba en trabajar y sacar a su familia adelante, nunca se le conocieron queridas, amantes o prostitutas; pero descuidó mucho la vida conyugal con Antonia.

Antonia me besaba y acariciaba mientras sentía mis manos deslizarse por todo su cuerpo, sin ir directamente a sus pechos a pubis, era una mujer huérfana del afecto de un hombre, una mujer desprotegida que buscaba encontrar quien la amara.

Al cabo de unos minutos se detuvo y entregándome una llave, me dijo que me fuera hasta la planta superior de una de las dependencias del cortijo a la que llamaban “la cámara” y que hiciera el favor de esperar. Cuando hube desaparecido, llamó a una de las chicas del servicio para que vigilara el sueño de los más pequeños. Discretamente se retiró a su dormitorio y de ahí desapareció sin ser vista hasta la cámara, donde yo la esperaba.

La cámara era una amplia habitación con diferentes camas y cómodas, no había armarios, destinada a los trabajadores que vivían en el cortijo durante las épocas de mayor actividad en el campo. Desde que el cortijo se había reservado solo a la familia, la cámara fue redecorada y acondicionada para las visitas que pudieran venir.

De pie bajo el marco de una puerta la esperaba. Antonia me hizo entrar en un dormitorio amplio y fresco, casi en penumbras. Me desnudó y se desnudó sin dejar de besarnos en ningún momento. Cariño buscaba y cariño encontró. Antonia suspiraba en cada desplazamiento de mis labios por su cuerpo. Mi boca era un autobús de línea en un recorrido plagado de paradas, su cuello, su boca, sus pechos, su vientre, su pubis, sus muslos… la maestra no supo indicar al aprendiz en los primeros momentos, menos aún al sentir como mis labios se abrían paso con suavidad y ternura entre los pliegues de su vagina.

Nací para el sexo y el sexo me llamaba y despertaba unos instintos ancestrales que desconocía por práctica, pero presentes en mi memoria genética.

Dos dedos se introdujeron en el interior de su ardiente chocho mientras mi lengua destrozaba la barrera del placer alrededor de su clítoris, el primer orgasmo lo manifestó en forma de violento rugido levantando espasmódicamente sus piernas y regando mi cara con un potente chorro de flujos vaginales.

No me arredré y continué castigando su vagina por dentro y por fuera, buscaba como busqué con Reme, una serie ininterrumpida de orgasmos en mi amante madura. Uno de mis dedos recorriendo aquel culazo que me volvía loco, acabó en el interior de su ano justo cuando descargaba un segundo y aún más escandaloso orgasmo que la llevó a las puertas del desmayo.

Me rogaba detenerme y no la hice caso. Sometí su sexo a un constante ataque artillero con mi boca como batería principal, mientras mis manos exploraban la rugosidad extremadamente dura de sus pezones y la profundidad de un inexplorado ano que llevaban a Antonia a descubrir sensaciones nuevas e intensas, alejadas del coito al que estaba acostumbrada.

Un nuevo orgasmo la convirtió en una marioneta con las cuerdas cortadas, al notar como se normalizaba su respiración, ascendí por su cuerpo quedando encajado entre sus piernas y sin dejar de acariciarla con ternura. Aposenté mis labios sobre los suyos y mi verga quedó alojada en su entrepierna, rozando los labios vaginales.

¿Qué me has hecho mi niño? – me preguntó sollozando - ¿Qué me has dado prenda de mi corazón?

Solo un poquito de amor – acerté a decirle volviendo a besarla

¿Lo has hecho ya alguna vez?

No.

¿Quién te ha enseñado a hacer todo esto?

No lo sé. Me pareció que tenía que hacerlo así.

¿Va a ser tu primera vez?

Sí – le dije con rotundidad.

¿Vas a perder tu virginidad conmigo?

Sí, Antonia.

Ella empezó a mover su cintura y a frotar su entrepierna contra mi pene aprisionado. Volví a notar como fluía la humedad en forma de riego sobre toda la extensión de mi verga. En breves minutos abrió sus piernas y tomando mi pene lo puso a la entrada de su coñito.

Penétrame, amor, penétrame y hazte hombre con tu tita Antonia.

Y así lo hice, poco a poco, hasta enterrar mi pene por vez primera en una vagina. La sensación fue indescriptible. Instintivamente empecé a sacar y meter mi miembro de Antonia con suavidad, con lentitud, para incrementar progresivamente el ritmo hasta llevarla a la cima del placer. Siempre he estado más pendiente del placer de mi pareja que del mío propio, y no fue una excepción en esa primera vez el primer orgasmo de Antonia con mi polla dentro la hizo aprisionarme con sus piernas contra mi espalda.

El segundo orgasmo despertó a la fiera.

¡Fóllame! ¡Fóllame! ¡Fóllame más mi niño! ¡Fóllame! ¡Fóllate a tu tita Antonia! ¡Fóllame! ¡No dejes de follarme! ¡Dame tu leche! ¡Dame tu leche! ¡Córrete dentro! ¡Córrete dentro de tu tita Antonia!

Excitado por sus palabras, incrementé el ritmo de la penetración hasta convertirlo en brutal, sus palabras, sus gritos y sus gemidos me llevaron a tal extremo de cachondez que no pude evitar eyacular con profusión dentro de su coño, sintiendo como todas mis fuerzas se escaparon por la punta de mi polla.

No quise salirme de su interior. Permanecimos abrazados y contándonos cosas durante mucho tiempo, hasta que ella se vistió para volver a sus obligaciones domésticas, dejándome sobre la cama.

Regresé a la casa principal del cortijo cuando todos estaban reunidos en el patio, bajo la pérgola, merendando y charlando animadamente. Mis padres me preguntaron que de donde salía y les dije que había ido a caminar un rato, apenas me hicieron caso porque estaban disfrutando de una charla animada. Reme me miraba amorosa y Antonia, siempre discreta, me hizo el mismo caso que al resto.

Fui a buscar un poco de naranjada a la cocina y Reme me acompañó.

Tengo ganas de ti – me dijo discretamente.

Y yo de ti – le respondí desde el otro extremo de la mesa, mientras me servía un largo vaso de fresco zumo de naranja.

La vieja cocinera ni se enteró. Reme abandonó la cocina con trozos de chocolate marca “Rafael Jiménez” hecho en Estepa y delicioso para ella y Marta, yo demoré algo mi salida y en el trayecto de regreso me encontré con Antonia, quien discretísimamente me dijo al oído: “Llevo tu semilla dentro de mi y la llevaré hasta mañana. No pienso limpiarme para poder recordarte”; siguió su camino sin casi detenerse.

Marta y Reme continuaban manteniéndose algo aisladas del resto, Marta pasaba olímpicamente de mi y apenas me dirigía la palabra, a pesar que Reme me aseguraba que su amiga estaba enamorada de mi. Me daba exactamente igual lo que pensara o hiciera Marta, mis pensamientos y sentimientos no iban en absoluto en su dirección.

El sábado noche, los mayores salieron a cenar fuera de casa. Nunca he sufrido celos de mis amantes o parejas, aunque no iba a ver a Antonia, sabía cual debía ser su posición en la vida y cual era la mía.

Cené solo en la piscina de la casa. Sobre una mesa metálica y leyendo mis comics de “El Jabato” y “El Capitán Trueno”. Maruja, la adorable chica del servicio, me trajo un plato con mi comida favorita, patatas fritas un par de huevos fritos y un bistec que ella mantenía en vino blanco durante unos días. El sabor era delicioso. Acompañé la cena con un exquisito pan blanco y varias tazas de gazpacho que las tomaba en lugar de agua o refresco.

Recuerdo que mis padres le regalaron bastantes cosas a Maruja para su ajuar, ella muy agradecida nos invitó años más tarde a su boda y aún hoy mantenemos la relación. Yo me escapaba de vez en cuando con el capataz de la finca a comprar flores para Maruja y la vieja cocinera, Adela, por lo mucho y bien que las cuidaba. Ellas lo agradecían con besos y alardeando de ello con sus amistades, para todas ellas, me convertí en “su niño de Barcelona”.

Maruja retiró todo de la mesa, mientras yo continuaba leyendo mis tebeos; me dejó una jarra con gazpacho fresco, dentro de un lebrillo con abundante hielo. Mis veraneos en Andalucía me sirvieron para ahondar en mi vocabulario y en la riqueza de todas las tierras de España. Cada rincón es único y en todos hay encanto, ello me sirvió para desterrar de mi cabeza y mi corazón cualquier atisbo de nacionalismo o desprecio hacia las personas que no son de mi entorno. Gentes maravillosas las hay por doquier y canallas en todas las casas.

Sé que era tarde por el volumen de comics que había leído, no llevaba encima ningún reloj. Subí a mi habitación para dejar ordenados los comics y bajar con un par de libros de Isaac Asimov, continué leyendo en la mesa de la piscina y apurando vasos con fresco gazpacho.

En un momento dado cambié la lectura por un largo y tranquilo baño, estaba solo y necesitaba reflexionar sobre ese turbulento verano y los días que me quedaban de vacaciones. Opté por continuar siendo discreto y comedido en mis actos, no quería acelerar ni sacar de lugar ninguno de los momentos vividos hasta entonces. Entendí que estaba enamorado de Reme y que iba a ser algo complicado poder llevar nuestra relación adelante y de manera pública, además aún éramos muy jóvenes, pero sería el tiempo quien colocara cada acento sobre la letra adecuada. Antonia era mi debilidad, de eso no cabía duda, pero era bastante mayor que yo y estaba casada con Salvador, tenía que asumir que lo nuestro solo podía ser una aventura clandestina y que debíamos cuidar los pasos que diéramos, más por preservar su honra que por la mía propia.

Estaba sumido en mis pensamientos cuando llegaron los mayores. Ambos hombres estaban notablemente tocados por la bebida y subieron a las habitaciones ayudados por sus esposas. Mi madre también se notaba “contentilla”, Antonia por el contrario totalmente serena les hizo acostarse y posteriormente inspeccionó todas las habitaciones, especialmente la de los pequeños. Supo que yo estaba en la piscina al ver mi cuarto vacío y una de las farolas exteriores encendidas.

Buenas noches, Carlos ¿No tienes sueño?

Buenas noches, Antonia. No, no tengo mucho sueño.

¿Te pasa algo? – me preguntó.

En absoluto – respondí saliendo de la piscina y envolviéndome en una toalla – estaba pensando un poco.

Desde el alféizar me hizo una señal para que entrara en la casa, recogí los libros, apagué la luz y fui tras ella.

¿De verdad que no te ocurre nada? – me preguntó cuando ambos llegamos a la cocina.

No, Antonia. Solo pensaba en cosas bonitas.

¿Estás arrepentido de lo que hicimos hoy? – estaba preocupada.

Verás – dije tomando sus manos entre las mías – Sí estoy arrepentido – le dije mirando a sus ojos, ella estaba temblando – Estoy arrepentido de no estar más horas abrazado a ti y haciéndote el amor.

Ella se soltó de mis manos y me abrazó con fuerza, diciéndome cosas al oído. Como pude la alcé sobre la vieja y enorme mesa de la cocina, subiendo su falda y apartando levemente sus braguitas. No me costó mucho sacar mi erecto pene del escueto bañador e introducírselo de un solo golpe. Antonia y yo estábamos tan abrazados que apenas podía moverme, pero en breves empujones más, noté su orgasmo y ella sintió como le regaba la matriz con mi semen espeso.

La sesión de besos se alargó durante interminables minutos, hasta que decidimos irnos a dormir. Antonia colocó la braguita sobre su coño para evitar que mi semen cayera y cogidos de la mano llegamos hasta la escalera.

Carlos – me susurró – estamos locos por hacer esto, pero quiero continuar estando loca contigo.