Cumpliendo 50 años, mis memorias sexuales 03.
Mis memorias. Mis vivencias.
Despierto, al igual que durante los últimos dos años, abrazado a Blanca. Jamás había dormido abrazado a nadie, igual que no soporto el roce de un pijama para dormir, tampoco me gusta descansar sintiendo otro cuerpo. Con Blanca es diferente, lo necesito, lo necesitamos.
Son apenas las siete de la mañana cuando mis labios buscan su piel cálida y sus ojos amanecen entre las rejas de su melena azabache, sonriéndome con sus ojos y respondiendo a mis besos. Nuestras bocas se buscan desesperadamente y nuestro abrazo se intensifica, si ello es posible.
La tomo en mis brazos con toda suavidad para ducharnos, cada mañana lo hacemos igual, aunque ella esté en su periodo menstrual. Aunque siempre he sido muy escrupuloso y respetuoso con esa cuestión, a mi amada Blanca no le veo mácula por ningún lado. Estoy enamorado cuando creía que no me volvería a ocurrir y ella me responde con el mismo amor.
Ducha con más besos, abrazos y caricias. Nos demoramos el tiempo necesario para bajar al salón y hallar la mesa puesta con nuestro habitual desayuno. Mireia, mi chofer, nos lleva a su colegio donde nos despedimos con otro intenso beso que nos dure hasta la tarde y de ahí a mi despacho para trabajar unas horas.
A eso de las once de la mañana he vuelto a casa, dejando todos los temas resueltos y en manos de los jefes de departamento, para eso les pago. Yo quiero vivir, tener calidad de vida y no descarto ir de vacaciones esta semana santa con mi ahijada, a cualquier rincón del mundo.
Me siento ante el ordenador y retomo el relato de mis memorias.
En el verano de mis trece años, tras el primer encuentro sexual que tuvimos Reme y yo, anduve con cierta precaución ante mi familia y el personal de servicio, tanto para preservar la honorabilidad de la chica como para que nadie pudiera sospechar lo más mínimo; a mi me han educado así y me parece una actuación muy correcta. Eso no significaba en absoluto que estuviera ardiendo como un leño en la chimenea, todos mis días eran una constante calentura encerrada dentro de mi ser.
Reme y yo procurábamos encontrar huecos para abrazarnos, mirarnos, besarnos o frotarnos en cualquier instante, procurando huir del control de los mayores y de las inquisitoriales miradas de Marta. Una Marta enamorada de mi, pero con un comportamiento esquivo y estúpido que impedían mi acercamiento aún por casualidad.
Nuestros mayores estaban más pendientes de cuestiones domésticas y de los pequeños de la casa que de nosotros. Que Antonia y mi madre nos hubieran visto el día anterior caminando separados, siendo discretos en la charla y aparentemente carentes de contenido sexual, también ayudaba a tener espacios para nuestra sexualidad.
Marta y Reme bajaron esa mañana a la piscina ataviadas con bañador negro y “tonteando” entre ellas. Comentaban sus secretillos en voz baja dejándome totalmente de lado, aunque Reme no desaprovechaba cualquier excusa para lanzarme una mirada enamorada. Yo procuré ignorarlas tumbándome boca abajo en la hamaca y leyendo mis tebeos de “El Jabato”. Aparecieron mi madre y Antonia con los pequeños al cabo de un buen rato, poniendo mi madre el grito en el cielo porque no me había puesto crema protectora. Antonia le restó importancia y se dirigió hacia mi rincón con un tarro de crema, creo que era Nivea, hacia mí. Me embadurnó desde el cogote hasta los pies y al hacerme girar, una notable erección se adivinaba bajo mi bañador, Antonia sonrió con picardía mirándome a los ojos y reprochándome levemente que no me protegiera. Repitió la operación con la crema, desde la frente hasta los pies, para regresar a mi vientre e introduciendo sus manos bajo el bañador, frotarme mi erecto pene con una suavidad desconocida para mí. Su propio cuerpo tapaba sus maniobras, mi madre estaba pendiente de los pequeños y las chicas entretenidas en su conversación. Apenas tardé en eyacular entre las manos de Antonia mientras ella disimulaba dándome consejos sobre mi protección, la salud, el Sol y otras cosas. Guiño un ojo y volvió a sonreír cuando tras darme un beso en la frente me dejó para volver a sus quehaceres. Mi estado en ese momento iba de la mayor euforia a una enorme confusión, pero mi natural discreción me hizo volver al comic y quedarme profundamente dormido.
Fue una de las chicas del servicio la que me despertó. Alguien había puesto un parasol para evitar que me quemara y abrí los ojos sin saber donde estaba. “Es la hora de comer, señorito” me dijo la hermosa y amabilísima Maruja intentando despertarme. “Joder – pensé- la paja de Antonia me ha hecho dormir cuatro horas”.
Poco cabe destacar de esos días, salvo algún beso furtivo con Reme.
No se volvió a dar la circunstancia propiciatoria para que Antonia dirigiera sus atenciones hacia mi persona y yo, en el fondo, estaba enamorado de Reme, pero la cabra tira al monte y pensé en trazar una estrategia de aproximación hacia la señora de la casa.
Sin demostrar que me desvivía por ella, me mostré más colaborativo en todas las cuestiones de la casa, ayudaba en cualquier cosa que hiciera falta e incluso me volqué en aprender las recetas de algunos platos que probé por vez primera en ese verano. El gazpacho era, y es, uno de mis platos preferidos. Antonia me condujo hasta la cocina para enseñarme su particular receta, ella utilizaba una batidora, no como la cocinera que lo hacía a mano. Mientras Antonia me hablaba de cantidades y mezclas, un mechón de su flequillo tapaba sus ojos y ninguno de sus movimientos escapaba a los míos. Nos quedamos solos en la cocina y cambié mi ubicación para poder controlar la puerta principal, posé mi mano en su muslo, bajo la falda veraniega, y ascendí suavemente, ella me miró a los ojos y sonrió intensamente. Avancé lentamente hasta encontrarme con la tela del bañador, acaricié su culo, su entrepierna, su pubis y todo cuanto aquella aventurada expedición me permitió.
Estamos locos – susurró entre gemidos – pero me gusta.
Noté aún más su humedad cuando ella separó sus piernas y pude introducir un par de dedos dentro del bañador, tomando contacto con la entrada de su vagina. Las voces de la cocinera y de Maruja interrumpieron nuestra sesión.
A partir de ahí, mis incursiones de riesgo se multiplicaron entre Reme y Antonia. La señora de la casa no hacía otra cosa que recriminarme su locura, sin renegar de cuanto le agradaba sentirse idolatrada por un adolescente salido y vicioso, pero discreto.
Una noche estaba camino de mi segunda paja, cuando al abrirse la puerta de mi habitación, veo a Reme entrar sin pronunciar palabra alguna, se desnudó y entró en mi cama besándome con ardor.
Estaba loquita por besarte – me dijo.
Y yo – respondí.
Tócame mi amor, pero respétame que soy virgen.
A mí, oírla decir aquello me encendía como nadie se puede llegar a imaginar y tan solo me venían deseos de penetrarla y vaciarme dentro de ella. Pero opté por los beneficios de una buena inversión a largo plazo y no por los riegos de una victoria fácil, aunque de corto recorrido.
Bajé por su cuerpo besando cada rincón de su cuerpo hasta llegar a las braguitas y quitárselas, volvía a ascender para besar su boca cachonda mientras estrujaba suavemente aquellas duras y descomunales tetas, con pezones como dedales de acero. Reme, al igual que yo, era una mujer muy dada al romanticismo. Nuestros besos y caricias podían prolongarse en el tiempo antes de continuar con la estimulación de sus tetas o nuestros sexos.
Cuando noté que ella estaba sobreexcitada, volví a deslizarme por su cuerpo hasta llegar a su pubis y recorrerlo con mi boca y mi mano derecha. Me entretuve en el botón de su clítoris y en la puerta de su vagina. Olía a hembra en celo y necesité beber de esa fuente hasta cansarme, su primer orgasmo me explotó en plena boca y me lo bebí, el segundo también, el tercero y el cuarto.
Regresé a besar la boca de una Reme desmadejada y alucinada que no cesaba en declararme su amor más profundo, cuando noto su mano tomar mi pene y empezar una paja suave que culmina cuando me sitúo entre sus piernas y empiezo a frotar mi pene entre sus labios vaginales. Ella, algo asustada, me ruega que respete su virginidad y yo le aseguró que así será, sin dejar de frotarme como un poseso hasta que ambos volvemos a corrernos entre besos, caricias y azotados por el calor de nuestros cuerpos.
Horas más tarde y antes de abandonar mi habitación, Reme extrae un juego de sábanas limpias del armario y deja mi cama impoluta, para que nadie sospeche nada. Nos besamos en el quicio de la puerta, insaciables, mi mano vuelve a estar dentro de sus bragas y notando la humedad de su sexo. Nos despedimos, por esa noche, con promesas de amor eterno.
Apenas hay nada interesante que reseñar en esos días, una semana más tarde, nos visitó mi padre durante el fin de semana y ahí ocurrieron cosas significativas.
Me levanto del ordenador y dejo mis memorias sexuales para otro momento.
Acaba de llegar Blanca a casa y tras dejar su cartera y el abrigo, viene corriendo a mi estudio para besarme y explicarme su día. La noto muy excitada y cogiéndola en brazos nos vamos a nuestra habitación. A medio desnudar me apropio de sus tetas lamiéndolas furiosamente, como a ella le gusta, mientras mis dedos ya han empezado a explorar ese coñito ardiente que me tiene subyugado.
Necesito que me folles, tío Carlos. Estoy muy cachonda.
Y yo necesito follarte, mi amor – le digo en el colmo de la calentura.
Me tumbo sobre ella y la penetro sin cesar en nuestros besos y caricias. Es un coito desesperado, de necesidad.
Me corro, tío, me corro.
Y yo, Blanca, me corro.
Dentro de mi, tío. Córrete dentro. Quiero que me peñes, quiero que me dejes preñada, quiero un hijo tuyo. Te amo, Carlos.
Nos corremos los dos al mismo tiempo, cachondos, ardiendo en la fiebre de la pasión, más aún cuando ella me confiesa sus más íntimos deseos. También me gustaría dejarla embarazada y tener hijos con ella, pero aún no es el momento. Abrazados y dentro aún de su sexo, nos sorprende la noche y ni hemos bajado a cenar.