Cumpleaños 2.4: Un Armario para Tres.

Sí, la chica solitaria era Zaira, esa espinita clavada entre mis piernas tan difícil de olvidar. Ni siquiera una bientintencionada mamada de Carlitos podía superar en interés a la posibilidad de rememorar aquellos minutos en que jugué al Armario con ella.

Habíamos rodeado la mansión desde la parte trasera. Ahora estábamos medio ocultos tras unos rosales. A unos seis o siete metros, Sabina cabalgaba suavemente sobre Valero mientras no dejaban de besarse. El vestido ajustado de ella estaba ahora arrugado desde algo más abajo de su cintura, montada a horcajadas sobre él, dejando a la vista una buena porción de su culo redondito. No hacía falta colocarse entre ellos para suponer que el pantalón de mi querido amigo estaba bien desabrochado, y que un buen trozo de su verga dura habría encontrado calor en el coño húmedo de su chica.

En la distancia era difícil percibir el movimiento de las caderas de Sabina, pero a buen seguro que éste se producía de un modo sistemático mientras sus lenguas seguían jugueteando.

-Se la está follando, colega... -se emocionó Carlitos, a mi lado.

-Ya te lo he dicho antes, tío. Cuantas más veces se la folle es que más culpable se siente porque lo de antes conmigo le haya gustado -le susurré, mientras él seguía mirando embobado la escena.

-Me estás tomando el pelo... -le costaba convencerse.

-Que no, tío, que no. Que te digo que si subimos ahora a tu habitación y cambiamos las cosas de Nacho y Ramiro por las nuestras, él va a estar encantado. Le conozco bien, y sé que no le importará. Primero se va a hacer el tonto, pero te digo yo que le mola el rollito ambiguo -y viendo que sus ojos parecían iluminarse, fui a por todas-: Venga, Carlitos, ¿me vas a decir ahora que Valero no te pone?

-Bueno, no sé, supongo que está bastante bien.

-¿Qué coño va a estar bien? ¡Está muy bueno! Y además, pero esto que quede entre nosotros, lo mejor es que se deja dar por culo.

-¿Valero?

-Sí, el mismo que se está tirando a Sabina delante de nuestras narices. Cuando estábamos arriba, casi me lo ha suplicado. Ha sacado una goma, me la ha puesto en el rabo, y ha empezado a metérselo por el culo como si llevara haciéndolo toda la vida.

-Joder, tío, ¡para!, que me estás poniendo malo...

Y esa era precisamente mi intención, pues de otro modo no hubiese desvelado la intimidad del momento vivido un buen rato antes con Valero. También porque confiaba en la absoluta discrección de Carlitos, por supuesto. Contárselo a él era como no haber dicho nada, una de las muchas virtudes de aquella joyita con cara de alucine.

-Venga, vamos arriba y pasamos las cosas de los chicos a la habitación de Gonzalo.

-Paso, paso, ahora no me muevo de aquí -negó con la cabeza mientras lo decía.

-¿Qué pasa, que quieres ver el final de la escena?

-Bueno, eso también... Pero no, es que como me meta en un sitio con luz tal y como estoy, lo vas a flipar.

-No me jodas que se te ha puesto dura.

-Y tan dura... Como que voy a reventar el pantalón si no me calmo un poco.

-Venga, fantasma, ¡no lo flipes! -de pronto a los dos dejó de interesarnos tanto el numerito que Sabina y Valero nos estaban regalando en la distancia; miré la sonrisa dibujada en el rostro de Carlitos-. ¿Qué pasa, que ahora eres Nacho Vidal, o qué?

-No. No soy Nacho Vidal, pero me va a explotar el pantalón. Si no te lo crees, colega, compruébalo tú mismo.

-Venga ya, pringao... -llevé la mano hacia su entrepierna, pendiente de cualquier posible signo de rechazo por su parte-. ¡Joder, chaval, menuda 'cebolleta' tienes aquí metida!

-Ya te lo he dicho, tío... Y si me la sigues sobando así, cabronazo, no vas a ayudar para nada a que se me baje el calentón.

-Puedo dejarte solo para que te la casques un rato en la intimidad, si es lo que quieres -seguí acariciando con mi mano el bulto de su entrepierna. Yo también volvía a estar caliente, y había apartado de mi cabeza cualquier sentimiento de culpabilidad por el rumbo inesperado que estaba tomando aquel cumpleaños.

Llegué a ese pueblo de Valencia con intención de estrechar lazos con Zaira, tal vez repetir (y desde luego, mejorar) lo que habíamos iniciado en el armario de la habitación de sus padres. Esa era mi oculta pretensión de cara a aquel puente de cuatro días, pero los acontecimientos me habían llevado por caminos completamente alternativos. Tanto que ahora me veía escondido tras un rosal con Carlitos, acariciándole la tienda de campaña que sobresalía con ganas de su pantalón de vestir, planeando un estúpido e infantil juego en el que Zaira ni siquiera entraba. Y lo mejor de todo: culpabilidad cero.

-Pero ¿qué haces, tío? -me preguntó Carlitos con los ojos desorbitados, cuando yo, con una única y al parecer experta mano, conseguí desabrochar el botón de sus pantalones, y me disponía sin más a bajar también la cremallera.

-Sshh, no digas nada. No rompas la magia del momento -hurgué dentro de su calzoncillo con las pulsaciones aceleradas; el colega se calzaba una buena tranca para lo canijo que era, y sus fingidas reticencias iniciales se transformaron en una satisfecha pasividad mientras que yo escudriñaba el interior de sus gayumbos-. ¡Menuda sorpresa, chaval! No sabía que te calzaras un rabo tan guapo.

-Bueno, ya te he dicho que no soy Nacho Vidal, pero tampoco me quejo -el tonto de Carlitos se sintió encantado con mis halagos, sin saber que en realidad sólo pretendía vencer su timidez para disfrutar de él y aprovecharme un poco del momento creado-. Tengo que decirte que la meneas con mucho arte, Edu...

Escondí el elástico del calzoncillo bajo sus pelotas, y empecé a masturbarle mientras ambos mirábamos hacia Valero y Sabina. Mi amigo había conseguido sacar una teta de su novia de aquel ceñidísimo vestido, y ahora se la estaba chupando mientras que ella le agarraba de la nuca y lo seguía cabalgando con algo más de intensidad.

Los suaves y cadenciosos jadeos de Carlitos me iban indicando el nivel de calidad de la paja que le estaba haciendo, la necesidad de aumentar o no la velocidad de las acometidas que le estaba dando a su polla, la proximidad de un final eyaculatoriamente feliz para él... Era la primera vez que masturbaba a otro tío, y me gustó la sensación extraña de hacerlo por el simple placer de hacerlo, sin esperar una recompensa semejante a cambio.

Mi colega estaba totalmente concentrado en su propio disfrute mudo, viendo el espectáculo erótico que se montaban Valero y Sabina, conteniendo las ganas de gemir desaforadamente, de vez en cuando poniendo su mano sobre la mía para indicarme que redujera la intensidad de mis embestidas... Carlitos ni siquiera me atraía sexualmente, algo que sí podía decir de mi querido mejor amigo, inlcuso es posible que también del puto primo Gonzalo, pero aquella experiencia era como poner en práctica unas capacidades que desconocía poseer. Darle ese placer a aquel chaval, sexualmente menos ambiguo de lo que él quería creer, era como mi buena obra del día.

Por eso me esmeré a fondo. Moví mi cuerpo hasta colocarme detrás de Carlitos, pasando a utilizar la mano derecha, pues la izquierda se me había empezado a cansar por el movimiento constante de darle a la zambomba. "¿Te gusta lo que te hago, chaval?", le pregunté con mis labios pegados a su oreja; no fue necesario que me respondiera, pues sus leves espasmos decían más que mil palabras.

-Quiero que te corras a gusto, Carlitos, que le pringues bien el rosal a la señora Morales -con el susurro más sugerente que fui capaz de utilizar; el chaval había acabado por apoyar la cabeza en mi hombro, y de vez en cuando movía un poco el culo hacia atrás para refregarse contra mi abultada entrepierna.

Eso debía excitarle mucho, pues empezó a hacerlo con más ímpetu, el mismo que yo ponía en aquella paja a la que no le debía quedar ya mucho para llegar a su fin.

Aproveché la cercanía de su cara para lamerle la mejilla, por el simple placer de saber que eso le encendería aún más; lo mismo que meter mi lengua en su oreja, que unido a los movimientos de mi mano derecha sobre su cipote, y de los dedos de la izquierda acariciando su estómago liso y sus pezones endurecidos, le acabaron por llevar a un éxtasis final en el que se agitó como una cocacola que chorreará a borbotones en cuanto le quites el tapón.

Saqué la mano libre de polla por el cuello de su camiseta y le giré la cara, sosteniéndola por la barbilla, para clavarle un buen morreo que por un lado le acompañara en su momento de mayor gozo, y por otro silenciara sus incontrolables ganas de jadear como un perro satisfecho.

La corrida fue espectacular, como retenida durante semanas de abstención. En la oscuridad no pude llegar a ver qué distancia alcanzaban sus chorrazos de semen, que sin duda se estrellaron en lo más profundo del rosal, pero sí pude constatar por los espasmos de su polla contra mi zarpa, que aquel cabronazo parecía una inagotable fuente de lefa espesa que se derramaba ya al final sobre mi mano.

Carlitos se entregó al morreo medio robado sin complejos, demostrándome que besar era algo que se le daba más que bien. Con la pistola ya descargada, tuvo la brillante idea de darse la vuelta por completo y continuar comiéndonos la boca frente a frente. No me importó mancharle el pantalón con su propia leche, pues le agarré del culo y se lo empecé a estrujar con ganas al tiempo que limpiaba allí su corrida de mi mano.

Su buen uso de la lengua dentro de mi boca me estaba empezando a poner cardíaco, por eso lo apretujaba más y más contra mí, notando la flaccidez de su polla recién descargada contra mi paquetón bien armado. Entonces Carlitos separó nuestras bocas, me dio varios picos mientras me miraba a los ojos, y me hizo una propuesta casi imposible de rechazar a esas alturas de la noche: "¿Quieres que te coma la polla, Edu?".

Miré a su espalda, donde Valero estaba ya tumbado sobre la roca, y Sabina lo cabalgaba como a un potro salvaje. Una especie de sexto sentido me hizo girar entonces la cabeza 180º, para descubrir que en la lejanía de la parte trasera de la mansión se movía en la oscuridad la figura de una persona que caminaba sola hacia la caseta de la piscina.

Tal vez la única persona que me haría rechazar una oferta tan interesante como la que Carlitos me acababa de hacer.

El vestuario que Zaira se había puesto para aquella noche de celebración era realmente espectacular. Una falda corta y ancha de color verde, y un top blanco con rayas verdes horizontales, ajustado a sus delicadas curvas de adolescente que va a entrar en su madurez sexual. Incluso en la distancia que nos separaba, su ropa y modo de caminar eran absolutamente inconfundibles, a pesar de la oscuridad de aquella noche cerrada.

-Me apetece mucho hacerlo, si tú quieres -me dijo Carlitos en un susurro, sin darse cuenta de que mi atención estaba puesta en otro sitio-. Después de la pedazo de paja que me acabas de cascar, una mamada es lo mínimo que puedo hacer para agradecértelo -sonrió de un modo casi tímido.

-Claro que quiero, Carlos, pero no aquí. ¿Por qué no subes a tu habitación y me esperas allí? Yo aún no estoy demasiado presentable -miré en dirección a mi entrepierna para hacerle constar que mi erección era aún demasiado notable como para pasearla por una casa llena de colegas.

-Vale, me gusta la idea -acercó sus labios para besarme, al tiempo que se guardaba la polla en el calzoncillo y se ajustaba el pantalón; le dejé hacer para no perder mis opciones.

En aquel instante, lo único que me rondaba la cabeza era llegar hasta la caseta de la piscina antes que el primo de Laura, que sin duda alguna, sería la persona que recorrería el mismo camino que Zaira si me quedaba allí esperando unos minutos más para verlo. Aunque en realidad, no entraba en mis planes volver a ser el espectador pasivo de un polvazo de Gonzalo, y aún menos si a la que se iba a tirar era a 'mi chica'.

Pero si las cosas con Zaira salían torcidas, algo que era más que probable, tampoco quería descartar la posibilidad de tener un desahogo con Carlitos. De ahí que le dejara darme un par de besos más mientras se acababa de vestir del todo, sólo deseando que se largara cuanto antes para adentro y me dejara el campo libre. "Te espero arriba, ¿vale?", me dijo con la ingenuidad del que espera la visita de los Reyes Magos. Le aconsejé que se paseara un rato por la fiesta, para no levantar sospechas, o que esperase hasta que yo volviera a entrar para desaparecer los dos discretamente, que no teníamos prisa...

Esperé hasta verle marchar para empezar a moverme. Al otro lado de los rosales, daba la impresión de que Valero también había concluido su 'faena', pues ahora estaban él y Sabina medio tumbados el uno junto al otro, haciéndose carantoñas. Bien por él, pensé, deseando tener la misma suerte con Zaira. Bordeé aquel lateral de la casa tratando de no ser visto desde el interior a través de ninguno de los grandes ventanales. En la parte de la terraza trasera me detuve a comprobar que no había por allí nadie que pudiera delatar mis movimientos furtivos en la oscuridad. También que el primo Gonzalo no hubiera emprendido ya la marcha en dirección a su segundo polvo de la noche.

Todo estaba tranquilo allí detrás; tan solo se escuchaba la música relajante que procedía del salón, y las voces de la pandilla pasándoselo bien. Nada fuera de lo normal, así que avancé bordeando la piscina hasta alcanzar la caseta que iba a servir de refugio para las chicas durante aquel puente. Las ventanas eran opacas, así que imposible saber la ubicación exacta de Zaira. Supuse que no me quedaba otra que arriesgarme a entrar sin pedir permiso antes.

La caseta de la piscina tenía una especie de salón distribuidor que conducía a dos habitaciones y al cuarto de baño. El salón estaba vacío, y uno de los dos cuartos tenía la luz encendida y la puerta abierta. Hasta él me encaminé. Zaira estaba de pie frente al espejo, retocándose el maquillaje. En cuanto percibió mi presencia a través del cristal, se giró un poco asustada.

-¡Joder, tío, qué susto! Podrías llamar antes de entrar, ¿no? ¿Qué haces tú aquí? -todo ello lanzado tan rápido como parece; se giró hacia mí, delatando su nerviosismo-. ¿Qué haces aquí, Edu?

-Supongo que no soy la persona que esperabas, pero me alegro de que al menos te dignes a hablarme.

-¿Por qué no te iba a hablar?

-No sé, a lo mejor porque no me has dirigido ni cuatro frases desde el día de tu cumpleaños -le dejé caer con cierto sarcasmo, sabiendo que no tenía demasiado tiempo que perder si quería aclarar algunas cosas antes de que apareciera el semental al que ella esperaba-. Me tienes confundido, tía.

-¿Qué te ha pasado en los pantalones? -preguntó como si nada.

Yo creí que estaba tomándome el pelo, que simplemente esquivaba la cuestión que le había planteado, hasta que sus ojos clavados en mi entrepierna me hicieron dirigir la vista hacia ella. Unos grandes goterones relucían por encima de la tela gris de mis pantalones, pareciendo sin duda pis mal escurrido. Enseguida deduje que me los debía haber 'regalado' Carlitos al abrazarme después de su intensa corrida, y me sentí imbécil por no haberme dado cuenta. Aún así, le quité importancia.

-Supongo que no sé mear. Pero contéstame, Zaira, ¿por qué has pasado de mí desde el día del armario?

-No creo que sea de mear, tontín. Pero si estás medio empalmado...

-¿Qué coño voy a estar empalmado? -me reboté, maldiciendo el momento en que había escogido esos pantalones tan claritos y arrapados para aquella noche de cumpleaños; al final tuve que ceder, antes de contraatacar-. Bueno, ¿y qué, si lo estoy? Si las tías tuviérais rabo, hoy no te habría cabido en el biquini, de lo que has babeado por Gonzalo.

-Eso es lo que me quedaba por escuchar, colega. ¿Estás celoso del primo de Laura? Pues haces bien, Edu, porque he venido aquí a esperarle para darnos un revolcón. ¿Es eso lo que querías oír?

-Lo he imaginado en cuanto te he visto salir de la casa. ¿Te lo vas a follar?

-Aunque no te importa lo más mínimo, tontín, te diré que sí, que esa es la intención. No creo que me ponga pegas, ¿tú qué dices? -Zaira dio un par de pasos hacia mí-. ¿Crees que es un chico fácil, como su prima?

-Tan fácil como tú, guapa, que se te ve a leguas -le increpé.

-Al menos no juego a las escondidas, como tú con Laura. ¿Te crees que no sé que te la estabas tirando esta tarde en el salón? -siguió avanzando hasta mí-. No seas hipócrita, Edu, ni me vengas con falsas morales. Llegué a un pacto con Laura: si pasaba un poco de ti hasta el día de su cumpleaños, y acababas cayendo en sus brazos y mostrando lo débil que eres, ella me pondría a su primo en bandeja. Y eso es lo que ha sucedido, que me has decepcionado, que has demostrado que sólo piensas con la polla, como todos los tíos.

-¡Vaya par de cabronas! ¿Así que a eso jugáis, a prestaros los tíos la una a la otra, como si fuéramos un bolso o unos pendientes? -su cercanía y la absoluta desfachatez con la que me hablaba estaba empezando a encenderme, y no sólo de cabreo; me llevé una mano a los huevos para tratar de ser lo más desagradable posible-. Pues que sepas que esta polla la has tenido dentro demasiado poco tiempo como para que te creas con derecho a pasársela a la zorra de tu amiguita.

-No hace falta que me recuerdes que fue poco tiempo, Edu, ni tampoco que fuiste incapaz de mantenerla levantada durante todo el rato que estuvimos en aquel armario... -la hubiera insultado por tratar de humillarme, si no fuera porque estaba ahora tan pegada a mí que una especie de presión me impedía siquiera separar los labios; una de sus manos empezó a recorrerme desde el cuello hasta la cintura-. No te enfades, tontín, que sólo bromeaba. Sé que te habrás hecho un montón de pajillas pensando en aquel día, y he de decir que estuvo muy bien. Fue entretenido...

-¡Fue una pasada! -mi incipiente cabreo se había diluido velozmente entre mis piernas, sobretodo cuando Zaira había posado allí su mano; la fiera en la que amenazaba con convertirme se había quedado en poco más que un gatito manso con aquella mano moviéndose a discrección sobre mi abultado paquete-. Desde ese día he estado loco por repetirlo, por volver a tenerte así de cerca.

-Esto no es de una meada mal escurrida, ¿verdad? Dime qué has estado haciendo, guarrete.

-Ha sido Carlitos, que se ha corrido encima mío.

-Sí, claro... -incrédula (por suerte) ante mi sincera respuesta, a Zaira no se le ocurrió otra cosa que empezar a besarme-. Primero se te ha corrido encima Carlitos, y después te has follado a Valero, ¿no?

-No, eso ha sido antes... -la pillé de la nuca y le clavé la lengua entre los labios, al tiempo que con la otra mano la agarraba del culo, y lo recorría por encima y por debajo de la falda-. Y ¿qué hay de Gonzalo?

-¿Qué pasa con él? -Zaira tiró de mi polo de manga corta hacia arriba hasta quitármelo.

-¿No deberías avisarle de lo que se va a encontrar si viene?

-Déjale que se encuentre la sorpresa, tontín... Ya decidirá él lo que quiere hacer -se alejó sólo un paso para poder deshacerse de su top blanco a rayas verdes, dejando a la vista esos pequeños pechos que yo veía por primera vez, pese a que ya antes los había palpado en la oscuridad de aquel lejano armario; se los miró con una sonrisa-. ¿Te gustaría chupármelas, como aquel día? Venga, ven. Hoy no hay una cuenta atrás que nos haga tener prisa.

Empezó a caminar de espaldas hasta la primera cama que encontró, y acabó sentándose en ella. Aunque Zaira decía que no había cuenta atrás en aquella ocasión, yo no podía estar del todo de acuerdo. A mi entender, la llegada (seguro que inminente) de Gonzalo, suponía un punto de inflexión a tener en cuenta. ¿O acaso esperaba ella que el primo cachas se uniera a la fiesta sin complejos? Para salir de dudas, opté por preguntar, mientras acomodaba mi trasero pegadito al de ella sobre el colchón.

-Tía, ¿estabas insinuando que si el primo de Laura se animara, te lo montarías con los dos? ¿Eso te gustaría? -al mismo tiempo que hablaba y la cogía de la nuca, supongo que excitado ante la perversa idea de compartir a Zaira con Gonzalo, volqué mi torso desnudo encima del suyo, que se había dejado caer sobre la cama-. ¿Te pondría cachonda tenernos a los dos para ti solita? -le chupé los labios mientras con la mano libre le empezaba a sobar una de sus tetas.

-No parece que la idea te disguste, precisamente -susurró en mi boca; eché un poco el cuerpo hacia adelante para que ella tuviera mejor acceso al cierre de mis pantalones, aún con las manchas visibles de la corrida de Carlitos en la parte de delante-. Yo incluso diría que el primo Gonza te pone un pelín caliente, ¿no?

-¿Qué pasaría si así fuera? ¿Te molestaría? -me encantaba poder sincerarme con Zaira, mientras que mi mano alcanzaba más abajo de su ombligo; su mirada se iluminó de pronto, transmitiéndome una complicidad difícil de describir.

-¿Hablas en serio, tontín? -no dejábamos de besarnos entre frase y frase, y mi mano se había internado ya entre sus muslos por encima de la falda verde-. Claro que no me molestaría, cariño. Mientras te guste darle a los dos palos, sé que al menos una parte siempre me va a tocar, ¿no? Y estás aquí conmigo... -me sacó la polla del calzoncillo-. Duro como una piedra....

-Tú me la has puesto así, Zaira, y te aseguro que hoy no va a haber gatillazo porque estoy loco por metértela -le arremangué la falda hasta tener una visión perfecta de sus bragas blancas; metí la mano por debajo de ellas, y acaricié sus labios vaginales con el dedo corazón.

-Uff, nene, parece que has aprendido tú mucho en estos dos meses...

-Pues sí, guapa, se podría decir que el día de tu cumpleaños prácticamente abusaste del chavalín torpe e inexperto que era.

-¿Y qué ha pasado desde entonces? -logré que empezara a agitarse por el movimiento de mis dedos en su coño húmedo, y me morreó como agradecimiento; ninguno de los dos suponía que la respuesta a su pregunta vendría de boca de una tercera persona que irrumpió en ese instante en la habitación.

-Supongo que el chaval ha tenido un buen maestro. Eso ha pasado -Zaira y yo nos giramos casi al instante, viéndole bajo el quicio de la puerta, con una copa casi vacía y un cigarrillo en la otra mano-. Se habrá fijado en alguien que sabe muy bien cómo follarse a una piba, ¿no, chaval?

-¡Gonzalo! -gritó previsiblemente Zaira, mientras que yo me apresuraba a esconder la polla endurecida bajo mi slip demasiado estrecho.

-Veo que no has podido esperarme, nena.

Con aquella camiseta azul ciñendo sus bíceps y marcando visiblemente la presencia de sus pezones erectos, uno de ellos con un piercing desconocido hasta entonces, y con el vaquero marca paquetes que vestía (sustituyendo el modelito anterior de niño pijo, que sólo le duró hasta que los adultos se habían largado a cenar), sosteniendo la copa y el cigarro mientras nos miraba con cierto desdén, el primo tenía toda la pinta de macarra que uno se pueda imaginar, sobretodo cuando soltaba vaciladas como la que acababa de decir, y como la que le siguió, esta vez dirigida a mí:

-Creí que tú y yo teníamos un acuerdo, chaval.

-¿Qué acuerdo? -intercedió Zaira, observando cómo yo me ponía en pie y trataba de no resultar patético mientras me recolocaba el pantalón; quise decir que no había ningún acuerdo, pero no llegué a tiempo.

-Uno según el cual si él se había tirado a mi prima, yo tenía el campo libre contigo -el cabrón del semental remató la faena llevándose el vaso a los labios, supongo que consciente de que acababa de sembrar el caos.

-¡¿Qué?! ¿Eso es verdad? -ella me miró con ojos acusadores, mientras se ponía en pie y recogía su top del suelo para ponérselo-. ¡Serás cabrón, Edu!

-¡Que no ha sido así, Zaira, te lo juro! Sí es verdad que me he enrollado con Laura, pero eso ya lo sabes. Lo demás se lo ha inventado éste -traté de detenerla, pero me frenó antes de que pudiera acercarme, clavándome mi polo de manga corta en el pecho.

-¡Vete a la mierda, Edu! O mejor aún: ¡iros los dos a la mierda!

-¿Que me lo he inventado, dices? -se me encaró entonces Gonzalo, plantándose delante de mi escuálido cuerpo y sabiéndose, como aquella tarde en la habitación del armario móvil, físicamente más fuerte que yo-. ¿Me estás llamando mentiroso, capullo? ¿Estás diciendo que me lo he inventado?

-¡Sí, eso he dicho! -la diferencia con aquella tarde era que ahora Zaira estaba presente, y me negaba a quedar mal delante de ella por culpa de aquel cabrón-. ¡Estoy hasta los cojones de tus normas estúpidas, Gonzalo, como si fueras el jodido máster del universo! ¡Sólo estás cachas, imbécil, no eres el puto rey de la jungla...!

Zaira sonrió, y supongo que sólo por eso ya valió la pena correr el riesgo de enfrentarme a aquella mole de músculos fibrados. Lo que no me gustó tanto fue que Gonzalo tirara el cigarro a medias dentro de la copa, y enseguida dejara ésta sobre uno de los tocadores del cuarto. Se volvió hacia mí, que seguía con el polo blanco colgando de mi hombro, y se frotó las manos en un gesto claramente amenazador.

-No, si sabía yo que al final acabaríamos teniendo un problema, tú y yo...

-¿Vas a pegarme?

-¿Le vas a pegar, Gonzalo? -tanto Zaira como yo lo preguntamos casi a la vez, aunque ella añadió después algo; creo que incluso se estaba divirtiendo con aquello, pese a que yo empezaba a temer realmente por mi integridad física-. ¿Le vas a dar una paliza sólo por querer echarme un polvo?

-No sólo por eso, nena, no te des tantos aires... -de nuevo el macarra de las películas serie B que debía ver a todas horas-. Pero no voy a dejar que este niñato de mierda se me suba a las barbas, ni que se atreva a llamarme mentiroso a la cara.

-Pero Gonza, ¿no ves que Edu sólo quiere provocarte? -me sorprendió Zaira, que de repente parecía risueña y despreocupada; dio un par de pasos hasta el maromo del cuerpo esculpido en roca maciza y las violentas intenciones-. Es lo que está intentando desde que has aparecido.

-¡Pues lo ha conseguido! -bramó el primo con cara de gorila, acercándose un paso más a mí, que reculé por inercia; ella siguió con su jueguecito, sin necesitar la fuerza para retenerle: simplemente se acopló junto a él, cubierta por su brazo protector, y le plantó una mano acariciadora en el estómago.

-Edu ha venido a buscarme a la caseta porque sabía que yo había quedado aquí contigo. Supongo que esperaba encontrarnos revolcándonos en la cama.

-Y eso es lo que deberíamos estar haciendo, nena, en vez de estar aquí perdiendo el tiempo...

Zaira me guiñó un ojo, arropada por el firme brazo de Gonzalo alrededor de su cuello, algo a lo que no le encontré demasiado sentido. Si lo que intentaba con aquel tonteo era ahorrarme a mí un par de ostias, de buena gana las hubiera recibido si con ellas evitaba tener que permitir que se lo montaran los dos en aquella habitación. Pero era complicado entender a 'mi chica', sobretodo cuando urdía alguna de sus estrategias incomprensibles.

-Estoy de acuerdo contigo, Gonza, así que ¿por qué no nos relajamos un poquito, y nos olvidamos del mal rollo?

-Me parece de puta madre -arrullándola con su brazo, la pilló desprevenida con un morreo al que ella no tardó en acceder, introduciéndole enseguida la mano por debajo de la camiseta, acariciando esos abdominales firmes que le habíamos visto en la piscina y llegando hasta la zona del piercing en el pezón; yo no podía creérmelo, sobretodo cuando me di cuenta de que aquella escena, lejos de molestarme, estaba resultándome de lo más excitante-. Si te da la impresión de que sobras, chaval, supongo que ya sabes dónde está la puerta.

Los dos se me quedaron mirando, él con su pose de chulo de barrio y su mirada ladeada, y ella con una sonrisa enigmática y atrayente como pocas. Supuse cuál iba a ser el desenlace de aquella escena, así que descolgué el polo blanco de mi hombro y busqué el agujero del cuello para ponérmelo.

Tuve la exasperante impresión de que sobraba en aquella caseta de la piscina de los señores Morales. Gonzalo había dejado claro que no me quería allí, pero ¿y ella? Metí la cabeza en el agujero de mi polo de manga corta, y al sacarla vi lo que menos esperaba: mi querida Zaira deshaciéndose suavemente del abrazo del semental para dirigirse hacia mí.

Me volvió a guiñar un ojo y a sonreír, lo que me descolocaba cada vez más. Primero me plantó un casto beso en la mejilla, como si quisiera despedirse. Me fijé en la cara de Gonzalo, que parecía menos desconcertado que yo; y mucho menos agresivo que segundos antes. Pero el segundo beso de Zaira fue en la comisura de los labios, algo más prolongado, incitador y travieso. Ni siquiera me había dado tiempo a meter un brazo por la manga, que ella me volvió a quitar el polo del cuello y lo dejó caer al suelo. Esta vez fue un buen morreo lo que me endilgó con ganas.

-Ey, nena, ¿qué está pasando? -imposible que el primo no interviniera, si hasta yo estaba a punto de decirle a Zaira que se cortara un poco; el chico se acercó a la espalda de ella, y le dijo en un susurro-: Creí que sólo ibas a darle un besito de buenas noches al niño, antes de mandarlo a dormir.

Me fue casi imposible disfrutar como debiera de aquel intenso morreo, sobretodo teniendo los ojos de Gonzalo clavados en los míos. No se mostraban amenazadores, pero sí estaban demasiado cerca de la acción y de mi endeble anatomía. Fue entonces cuando noté el contacto de aquellas manos que no eran las mías, ni las de ella. El maromo la acababa de tomar por la cintura, y rebuscaba bajo el top hasta dar con las dulces peritas de 'mi chica'.

Zaira separó sus labios de los míos, y reclinó la cabeza sobre el fornido pecho de gimnasio de Gonzalo, sin dejar por ello de colgarse de mi cuello. Desde aquella perspectiva, pude comprobar que las manos del primo habían alcanzado su objetivo y manoseaban con brío las tetas de ella bajo el top.

-¿Es esto lo que quieres, perrilla, tener a tus dos chicos juntos, para que te den eso que tanto te gusta? -ni yo lo habría expresado con tal claridad, pero para eso ya se valía él solo, que de algo le tenía que servir ser un macarrilla envuelto en ropita de marca; la respuesta de ella no se hizo esperar, primero elevando un poco la cabeza para alcanzar los labios de Gonzalo, luego en forma de palabras.

-Sólo si me prometéis que vais a ser buenos chicos, y a olvidar vuestra pelea de gallitos. Creo que podéis compartir este corral como buenos colegas, ¿qué me decís?

-Por mí no hay problema -dijo Gonza con una leve sonrisa conciliadora, mientras seguía manoseando los pechos de Zaira; dudo que fuera consciente de lo terriblemente morbosa que era la imagen que me estaba regalando-. ¿Qué dices tú, chaval? ¿Te hace, lo de compartir conmigo a esta nena tan cachonda?

-Yo digo que adelante -fue mi escueta aceptación.

Lo que más me gustó de aquel planteamiento fue que Gonzalo no hubiera puesto de antemano ninguna de sus habituales normas. A lo mejor es que estaba acostumbrado a participar en tríos, y sabía perfectamente cómo actuar, pero desde luego ese no era mi caso. Siempre podría jugar la baza de la inexperiencia y de ser el novato, en caso de hacer algo indebido.

Para empezar, llevé el top de Zaira pechos arriba, con lo que tuvo que soltarse de mi cuello, y se lo saqué por los brazos. Gonzalo la presionaba un poco hacia adelante, supongo que confiado en que yo iba a ejercer de barrera, de modo que 'mi chica' tenía nuestras dos erecciones friccionando por delante y por detrás, más abajo de su cintura. Y eso le debía gustar, pues sus caderas se bamboleaban con gracia.

¿Qué podía hacer yo mientras que Zaira se morreaba con él, con la cabeza completamente ladeada, y con los pechos en sus experimentadas manos de semental? Pues simplemente me pegué lo más posible, accediendo a la zona del cuello que parecía estar esperando mi ataque. Lo besé y lo chupé, ascendiendo lentamente por la barbilla. Llegué hasta sus labios mojados cuando Gonzalo los acababa de dejar libres, y me amorré a ellos como si estuviera sediento.

El Desenlace llegará muy Pronto...