Cumpleaños 2.3: ¿Saliendo del Armario?

Ningún calentón del mundo debería quedar sin concluir. Gonzalo y su tía Laura nos habían puesto el anzuelo, y ahora dependía de Valero y de mí la finalidad que le quisiéramos dar a nuestra excitación.

Al cometer la estupidez de empujar la puerta con mi cabeza, tratando de defenderme del pellizco de Valero, estuvimos a punto de que nos cazara la parejita que follaba sin miramientos en la habitación de matrimonio. Por suerte no fuimos descubiertos.

Al menos no por los dos, ya que sí pudimos ver cómo Gonzalo giraba la cabeza hacia aquella hendidura y arqueaba las cejas mientras no dejaba de cepillarse a su tía. Por la expresión torcida de su cara parecía estar preguntándonos que coño hacíamos, pero lo que salió de sus labios fue: "¡Me voy a correeeer!", tras lo que tuve que contenerme para no soltar una sonora carcajada. "¡Joder, me corro, tía, me corro!", siguió gritando, y la cara de Valero dejaba a las claras que él estaba haciendo el mismo esfuerzo que yo para no partirse de risa. "¡Córrete, cariño, vamos, córrete!", le pedía ella, y Gonzalo empezó a mover la cabeza para indicarnos que nos largáramos o que al menos ajustáramos la jodida puerta.

Aparté mi cabeza como pude mientras Valero, casi encima de mí, introducía dos dedos por la rendija y movía la puerta hacia nosotros. Todo volvió a la normalidad, con los centímetros justos de puerta abierta, con una buena perspectiva del desenlace de aquel polvo incestuoso y con la atención del bueno de Gonzalo puesta de nuevo en su propio gozo. Sólo una cosa estaba fuera de lugar: que Valero siguiera pegado a mí. Incluso su cara, tan transpirada como la mía, parecía estar demasiado cerca.

-La he dejado a medias cuando me he dado cuenta de que tú también te estabas haciendo una -me susurró sin necesidad de elevar la voz, dada nuestra proximidad; se refería a la paja que yo le había preguntado si ya se había hecho.

-¿Por eso has venido a jodérmela? -le pregunté sonriendo, mientras los últimos estertores de la corrida de Gonzalo llegaban a nuestros oídos.

Miramos ambos hacia la cama de la otra habitación y vimos la boca sedienta de la señora Morales mientras su sobrino le eyaculaba en ella. Parecía no querer mancharse demasiado, pues tragó toda la lefa que el colega le endilgó y aún le quedaron ganas de limpársela con la lengua cuando el otro hubo concluido. Gonzalo cayó exhausto a su lado; la mujer enseguida le arropó con su cuerpo caliente y le empezó a besar con ganas. Yo estaba tumbado boca arriba y me dolía el cuello de tenerlo torcido para no perderme nada, pero si giraba la cabeza para adquirir una postura más cómoda, lo que veía era el cuello transpirado de mi amigo.

-¡Uau! ¿Has visto eso? -exclamó Valero-. Creo que ese tío está probando su propio semen... -no dije nada; aun me sentía ardiendo, con la presión de su cuerpo sobre mis costillas y la sensación de que él no tenía demasiada prisa por cambiar de posición-. Pero mírale, que no deja de comerle la boca...

-¡Me estás aplastando, Valero! -le dije al fin, sin llegar a sonar más alto que un fuerte susurro.

Bajó la vista hacia mí y donde antes estaba su cuello ahora me encontré con su nariz, notando su aliento en la mía. Era poca la luz que entraba por aquella estrecha hendidura entre la puerta y el marco del armario, pero toda le daba directamente en los ojos a Valero. Nunca le había visto los ojos tan de cerca, ni creo que él me los hubiera visto a mí a tan poca distancia. Noté que le brillaba la mirada. Sentí que no quería apartarse de donde estaba. Y lo curioso es que ya no me importó. Me dio igual que su respiración y la mía se confundieran al chocar frente a nuestros labios. Ya no me sentía incómodo con su proximidad latente, e incluso diría que empezaba a encontrarla de lo más agradecida.

Los dos en silencio, nunca antes tan pegados. Sus labios casi tocando los míos, atraídos tal vez por la inercia de la propia atracción. Yo no estaba elevando la cabeza, de modo que debía ser él quien estaba dejando caer la suya. Cuando sentí el suavísimo impacto, todo se detuvo a mi alrededor; un cosquilleo, semejante a la excitación que llevaba sintiendo desde hacía un buen rato, me invadió por completo. Quería besarle. ¿Quería besarle? No, mejor dejar que él me besara a mí, traspasarle la responsabilidad de lo que estaba empezando a ocurrir.

Sólo los pegó a los míos, no hizo nada más. No hubo lengua, ni humedades, ni movimientos bruscos. Después se fue separando con una lentitud agonizante y tuvo la brillante idea de pedirme disculpas. No pude evitar una risita ahogada y nerviosa, al tiempo que notábamos movimiento en la habitación de al lado.

La señora Morales estaba poniéndose las bragas en posición de tumbada, mientras Gonzalo (y su musculado cuerpo, ahora sudoroso) se levantaba de la cama y desenrollaba sus boxer verdes para colocárselos con cierta urgencia sobre su rabo morcillón. "Les diré que te estás acabando de arreglar, que bajarás en cinco minutos", iba diciendo el sobrino, de nuevo con aquella voz aflautada tan desconocida por mí como la de macarra que había puesto durante el polvo.

-¿El beso que te he dado me ha convertido en marica, o realmente ese chico tiene un cuerpo envidiable? -se cachondeó Valero junto a mi oído.

-No creo que te hayas convertido en nada -le seguí el juego.

-¿Insinúas que ya lo era de antes?

-No. Lo que digo es que sí, que ese chico tiene un cuerpo envidiable...

-¡Marica! -metió sus labios en mi oreja para que le pudiera oír mejor.

De pie junto a la cama, la madre de Laura se acabó de ajustar el sujetador sin quitar ojo a Gonzalo, que se abrochaba el pantalón y recogía su polo blanco del suelo. "Gracias por otro polvazo, cariño", le dijo mientras le tomaba de los hombros y le clavaba otro pico más. "Será mejor que no tardes mucho", le aconsejó el chaval. Ella se dio la vuelta para comprobar que el vestido no estaba arrugado ni sucio, dándonos la espalda a todos, y...

Todo quedó a oscuras.

-¿Qué ha pasado? -pregunté.

-Supongo que Gonzalo ha cerrado la puerta para que su tía no nos pille.

-Ah. ¿Y ahora qué?

-Pues no sé.

-Podrías aprovecharte de mí ahora que estamos a oscuras -bromeé-. Intentar volver a besarme.

-¿Hablas en serio?

-¿Lo harías?

-Supongo que no pasaría nada, pero es que yo aún... -empezó a decir.

-Yo también -le corté.

-¿No se te ha bajado ni un poquito?

-Estás de broma, ¿no? ¿Dónde has estado los últimos diez minutos?

-Pues un rato aquí y un rato en la cama.

-¿Y en algún momento se te ha bajado?

-No -dijo Valero, rotundo.

-Pues a mí tampoco.

Hubo un momento de silencio.

-No me importaría besarte otra vez -se sinceró-, pero no quiero malos rollos entre nosotros, ¿sabes?

-Vale, tío. Tampoco es que lo esté deseando.

-Ya, pero no se te ha bajado ni un poquito, ¿no?

-Ni a ti tampoco, colega.

-Y no estás haciendo nada por quitarme de encima tuyo.

-Ni tú pareces querer moverte de encima mío.

Hubo otro silencio, menos prolongado.

-Tampoco se puede decir que haya sido un beso-beso...

-Ya, sólo un piquito -maticé.

-Y eso no significa que no me gusten las tías.

-Y tampoco que no te gusten los tíos.

-¡Capullo! -se atrevió a romper la pasividad del momento dándome un nuevo pellizco en las costillas.

-¡Marica! -se lo devolví en el primer sitio que pillé, que resultó ser su tripa, y entonces dejé de notar su peso sobre mí.

Luego, de nuevo el silencio.

-Todos se estarán preguntando dónde coño nos hemos metido.

-Gonzalo lo sabe -le recordé.

-Sí, pero no creo que lo vaya a divulgar por ahí -supuse a Valero sentado, posiblemente con la espalda contra el armario móvil; o tal vez tumbado en alguna cama: la oscuridad y la excitación me tenían desorientado.

-Ha molado, ¿verdad? -sin su presencia, me atreví en la oscuridad a dejar deslizar mi mano estómago abajo.

-¿El qué?

-Ver a Gonzalo follándose a su tía.

-Pues sí, ha sido toda una experiencia.

-A ratos, me he puesto súper cachondo, colega -me cogí la polla por encima del pantalón, notando que seguía dura como una roca.

-Y yo -admitió Valero-. Cuando la tía ha empezado a comerle la polla, creí que me iba a correr ahí mismo, encima de ti. Por eso me he venido a la cama.

-¿Y te la has cascado un rato? -desabroché el botón de mis bermudas vaqueras.

-Sí.

-¿Como ahora? -durante un par de segundos sólo se oyó en la habitación el sonido de mi cremallera deslizándose.

-Si...

-¿Y por qué te has querido quedar a medias? -tenía húmeda la parte frontal del calzoncillo, pero me despreocupé; moví el elástico hasta atraparlo debajo de mis pelotas.

En el nuevo instante de silencio ambos pudimos escuchar con claridad el clásico "xup-xup" de una paja con precum en el glande.

-Di, ¿por qué te has venido para aquí, en vez de seguir pajeándote?

-Por curiosidad -noté su voz algo más cerca.

-Como ahora, ¿no? -le dije, sin dejar de meneármela.

-Sí -la fricción de su mano contra su sexo no sonaba demasiado lejos ya.

-¿Qué pensabas hacer, si me hubieras pillando cascándomela?

-Supongo que compañía -intuí que esbozaba una sonrisa.

-¿Dónde estás? -estiré el brazo izquierdo hasta que mis dedos se toparon con su pantalón arrugado; estaba de rodillas-. ¿Por qué no te acercas un poco?

En el nuevo silencio, mi mano sobre su pantalón siguió ejerciendo como guía, notando que Valero avanzaba sin prisas. Fui subiendo con absoluta discrección, atento a cualquier signo de rechazo que pudiera emitir mi amigo. Me topé con la tela del calzoncillo a la altura de sus muslos. Se deslizó un poco más, ahora claramente en dirección a mi mano impetuosa y osada.

Le sopesé los cojones con sumo cuidado, notando que el primer contacto le producía un ligero escalofrío. Se notaban grandes y duros, recubiertos de pellejo arrugado, y el tacto áspero del vello que cubría toda la bolsa. Estuve a punto de preguntarle si podía cogérsela, pero a esas alturas de la partida me pareció innecesario hacerlo.

Enseguida retiró su mano. Lo que no esperaba yo es que tardara menos de cinco segundos en devolverme el placer invertido. La misma mano con la que se había estado cepillando el cimbrel empezó a meterla ahora entre mis muslos, acariciándome las pelotas con firmeza, clavando el dedo corazón justo en esa zona entre los huevos y el ojete que tanto gusto nos da a muchos tíos.

-Jodeeer -le dije, arqueando la espalda-. Mola jugar con ventaja, ¿verdad?

-Sí, tío, esta es una zona en la que me encanta darme. Y veo que no soy el único...

Volvió a clavarme el dedo, obligándome a moverme de nuevo y provocando que soltara un leve gemido. Entonces le solté el rabo, rebusqué bajo sus pelotas, y como si de un garfio se tratara, le empalé con mis dedos hacia arriba.

-¡Aaahhh! qué cabrón... -creo que incluso despegó las rodillas del suelo-. Un poco más atrás, tío... y me lo metes por el culo, mamonazo...

-No sufras, que me conozco esa zona como si fuera la mía propia -sentí que mi cuerpo se activaba, como si buscara un poco más de caña.

-Por eso lo digo, maricón, porque seguro que ya te has metido algún dedillo por el culo -volvió a pulsarme en la zona cero.

-¿Es que tú no? -a conciencia, busqué un poco más adentro y palpé justo el borde de su raja; volví a ensartarle con mi dedo-garfio.

-¡Hijo puta...! -protestó, pero no se alejó lo más mínimo.

Eso sí, me soltó un manotazo en la polla y me atrapó de la muñeca, no sé si para apartar mi mano de allí dentro, o para pedirme que siguiera presionándole los bordes del esfínter. "Espera, tío", me pidió, y noté que se levantaba. Se estaba sacando la ropa por los tobillos, así que aproveché para hacer lo mismo, sin abandonar mi posición de tumbado.

Hacía ya unos minutos que había dejado de importarme que el chaval que tenía a mi lado fuera mi mejor amigo. Al contrario, creo que ese detalle lo hacía todo más excitante. Eso, y la oscuridad que impedía que nos reconociésemos las caras, por supuesto, ya que de otro modo me hubiera sentido mucho más cohibido.

"Ya está", suspiró, cayendo otra vez al suelo, ahora un poco más cerca de mí. Separé mis piernas y las dejé caer hacia los lados. "Yo también me he puesto cómodo", le dije, comprobando que se había colocado con las rodillas separadas para darme un mejor acceso a la zona Vip de su entrepierna. Me toqueteó las pelotas y jugueteó moviendo su dedo corazón desde el saco de los huevos hasta el borde de mi ojete. Lo retiró un par de segundos y enseguida volvió a la carga, esta vez consiguiendo que deslizara mucho mejor. Supuse que le había dado un salivazo al dedo y eso me puso aún más cachondo, por lo que decidí imitarle.

Aquel sabor me hubiera producido cierta repulsión en cualquier otro momento, pero aquella noche me embriagó como una botella de J&B. Eso corroboraba mi teoría de que un macho cachondo es capaz de cualquier cosa mientras su polla siga estando dura. Nunca hasta entonces la había puesto en práctica. Con el dedo bien empapado volví a adentrarme hasta su raja, saltándome las barreras preventivas. "¡Ooohh... cabrón! Me lo vas a meter, ¿o qué?", dijo, sin que esa idea pareciera molestarle.

Seguí bordeando con mi dedo su agujero, notando que se contraía cuando intentaba presionar. "¿Lo quieres dentro? Pues tendrás que relajarte, colega", le indiqué, consiguiendo que Valero se me viniera encima a causa de la provocación. Me cogió del pelo y empezó a morrearme a lo bestia. Aquello sí fue un beso-beso. Me comió la lengua como si fuera el único sustento de su alimentación y llevara meses en ayunas. Cuando pude sacar la mano atrapada bajo su cuerpo, estiré el dedo corazón y lo planté entre nuestros morros.

-¿Quieres probar a que sabe tu...?

Ni siquiera esperó a que acabara la pregunta. Se zampó mi dedo y lo ensalivó a conciencia, degustándolo y lubricándolo para que pudiera continuar con su misión exploratoria. "Sigue intentándolo", susurró entre jadeos, volviendo a hundir su lengua en mi boca. Valero estaba desbocado, rompiendo todas esas barreras de contención que sutilmente nos va poniendo la vida. Y yo encantado, por supuesto. "Al menos, mientras mi polla siga estando dura", pensé.

Mi amigo se había montado completamente sobre mí, abriendo sus piernas todo lo humanamente posible. Una película de sudor nos cubría ahora de la cabeza a los pies, pero nada se interponía ante nuestro recién nacido deseo sexual. Entró la punta de mi dedo en su agujero, y Valero me jadeó en la boca, mordiéndome suavemente el labio superior. "Sigueee...", me suplicó, y no le quise decepcionar. Hundió su cara en mi cuello cuando tiré desde sus nalgas hacia arriba para que me fuera más fácil alcanzar su raja. Me chupé otra vez el dedo, que sabía un poco a mierda, pero en ese momento me dio igual. Se lo fui metiendo despacio y esta vez entró casi al completo.

Como me estaba aplastando con su cuerpo el pellejo del rabo, aproveché que tenía ahí la mano para sacármelo hacia afuera. Y claro, con la inclinación y la dureza, el nardo acabó ocupando la posición que un par de segundos antes ocupaba mi dedo en la entrada de su agujero. Valero dio un respingo, se apoyó en los codos y me pasó las manos por el pelo sudado. Me besó unos segundos.

-¿Me la quieres meter, Edu? -preguntó en un débil susurro.

-No, perdona, sólo es que la tenía pillada con...

-No, en serio -me interrumpió-. Tengo condones en la mochila. Están lubricados y será más fácil.

-Pero... -me quedé un instante en silencio, calibrando las palabras que acababa de escuchar; finalmente, quise cerciorarme de que no me estaba tomando el pelo-. ¿De verdad dejarías que lo hiciera, Valero?

-En estos momentos haría cualquier cosa que me pidieras, macho. No sé si será la última vez que pronuncie esta frase, pero quiero que al menos la primera sea para ti, mi mejor amigo en este mundo: ¿Te apetece follarme, Edu?

Enredé mis dedos entre sus rizos empapados de sudor, elevé la cabeza para darle un pico y le dije: "Por supuesto que me apetece". Cuando se levantó costosamente, noté mi respiración agitada y sentí un frío descorazonador en toda la zona que Valero había dejado descubierta. Me di un par de sacudidas a la polla, recordando el momento cumbre en el que sufrí un gatillazo cuando estaba a punto de metérsela a Zaira. Ufff, Zaira... Precisamente la hermana del chaval que me acababa de pedir que me lo follara. Mi mejor amigo.

Le oí rebuscar en la oscuridad y agradecí que no sintiera la tentación de encender la luz para ir más rápido. No sé si hubiera sido capaz de volver a recuperar la concentración si le hubiera mirado a los ojos. Prefería que no fuera más que una voz y un cuerpo tan excitado como el mío. Eso lo hacía todo más sencillo, más placentero. Una voz conocida y un cuerpo nunca antes explorado. Para cuando volvió, dejé de pensar, que eso podía resultar contraproducente, y me dediqué a seguir cepillándome el nabo.

-¿Quieres que te lo ponga? -me preguntó, todo naturalidad, y le dije que sí.

Resultaba como mínimo curioso tenerle allí debajo, manoseándome el cimbrel para colocarme la goma. Recordé el momento en que me enseñó el calzoncillo corrido por la paja que le había hecho Sabina. Fue durante el cumpleaños de su hermana Zaira. ¿Ya entonces existía una atracción entre nosotros? Me vino a la cabeza ese fugaz instante de aquella misma tarde en el que el paquetón de Gonzalo, mojado y bien visible, se había cruzado entre sus ojos y los míos. ¿También él habría sentido un cosquilleo ante aquella prenda húmeda que casi transparentaba lo que después habíamos disfrutado viendo juntos, acurrucados junto a la rendija de la puerta? Valero me sacó de mis pensamientos.

-Creo que está bien colocado, ¿no? -me dijo, dejando caer su cuerpo de nuevo sobre mí.

Todo lo demás se desvaneció. Le pedí que me besara, sólo para asegurarme de que él también disfrutaba con aquello. Nos morreamos mientras los dos utilizábamos una de nuestras manos para tratar de colocar mi glande en la entrada de su culo. "Será mejor que te la vayas metiendo tú", le sugerí, ambos novatos e inexpertos en estas lides. "Tú sepárame un poco las nalgas", me pidió, y eso hice.

Puede parecer que esos preliminares tan 'técnicos' le quitaran emoción al asunto, pero cualquier pibe que haya estado con otro tío, puede decir que son habituales. Nada es como las películas nos muestran. Todo necesita una planificación, antes de poder entregarte al goce y disfrute de una buena follada. Y cuando Valero la tuvo ya casi dentro, y apoyó las manos en el suelo para medio incorporarse, cuando decidió que sería más cómodo colocarse en cuclillas para poder metérsela mejor, entonces sí que empezó a cabalgarme. Primero despacio, pero luego fue cogiendo ritmo hasta que la presión de su cavidad anal empezó a hacer estragos contra el tronco de mi polla y me la empezó a presionar con fuerza, como unas pinzas de carne.

Disfruté de sus jadeos, de sus gemidos a medio camino entre el dolor y el placer. Noté que le entraba cada vez más adentro, y eso me hacía delirar. Sólo eché en falta tenerle más cerca para poder acariciar todo su cuerpo, seguir besándole hasta que nuestros labios se desgastaran. Lo mejor fue corrernos casi a la vez, él sobre mi estómago y mi pecho, y yo a consecuencia de las contracciones de su culo. Fue una coordinación brutal, ambos deseosos de entregarle al otro nuestros respectivos fluidos.

Valero no pudo resistir más y acabó cayendo sobre mí, empapándose él mismo con el semen que acababa de derramarme encima. Al hacerlo, mi polla se salió de su culo, el condón quedó medio colgando de su raja, y mi propia leche acabó goteando sobre mi pubis y mi polla a media asta. Nos quedamos así un intenso momento, abrazados, besándonos y lamiendo el sudor de nuestros cuellos.

El estómago y el pecho de Valero se pringaron al caer sobre mí, se mancharon con el semen que él acababa de derramar en una espectacular corrida. De su raja aún colgaba el condón usado durante la follada, pero estábamos demasiado extenuados para movernos más allá de unos besos y unas caricias casi apagadas.

-¿Te arrepientes de lo que acabamos de hacer? -uno de los dos tenía que formular aquella pregunta de rigor, así que fui yo quien se adelantó y la hizo.

-Ahora mismo no, tío. Lo he disfrutado demasiado como para pensar que esto haya estado mal.

-¿Y después? ¿Qué pasará cuando nos miremos las caras, y tratemos de buscar en ellas a nuestro mejor amigo?

-Yo no pienso irme a ningún sitio, Edu -me besó y empezó a lamerme el cuello.

Yo le dejé hacer sin decir nada, porque opinaba exactamente lo mismo. Me había puesto cachondo primero con Gonzalo y luego con Laura, pero con nadie hubiera disfutado de aquello mejor que con mi gran amigo del alma. Por eso correspondí a sus besos provocadores, le tenté a que siguiera dándomelos... ¡Y entonces nos cegó la luz!

Fue algo instantáneo, un visto y no visto. Cerré los ojos sin pensar en otra cosa que en no quedar ciego, y sin escuchar nada más que la puerta abriéndose. Para cuando quise comprobar quién había entrado y abrí los ojos para ello, la luz había desaparecido y la puerta volvía a estar cerrada.

-¿Qué coño ha sido eso? -preguntó Valero, que al parecer había pasado por lo mismo-. ¿Hay alguien ahí?

Noté que se separaba de mí, y que se alejaba a rastras por la habitación. Me avisó de que iba a encender la luz cuando debía estar ya cerca de la puerta. Me cubrí la cara con la mano y enseguida se iluminó la habitación en la que por suerte seguíamos estando los dos solos. "Ha entrado alguien, ¿verdad? No lo hemos soñado", dijo Valero desde la puerta. Yo achiné un poco la vista y me incorporé hasta quedar sentado. Lo primero que quise hacer fue mirar directamente a mi mejor amigo, leer en sus ojos lo que se le estaba pasando por la cabeza en ese instante.

Fueron sólo un par de segundos, pero luego me di cuenta de que todo seguía igual, con la única diferencia de que Valero y yo acabábamos de compartir una experiencia alucinante en aquella habitación. Gateó hasta mí con una sonrisa prendida en los labios, me besó de un modo suave y simplemente dijo: "Sigo sin arrepentirme, Edu". Yo tampoco me sentía mal, así que el asunto quedó zanjado tras el segundo beso.

Hablamos un poco sobre lo que iba a suceder después de aquello, sobre el modo en que queríamos comportarnos ante el resto del grupo, como si nada hubiera pasado. Nos seguíamos preguntando qué era lo que había ocurrido con la luz, si alguien nos había pillado allí tumbados y desnudos, pero la verdad es que en ese momento nos dio un poco igual. Adecentamos nuestro aspecto, y decidimos unirnos a la familia y al resto de la pandilla.

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-Mucho habéis tardado, ¿no? -nos preguntó Gonzalo con disimulo cuando no había nadie cerca.

-Queríamos asegurarnos de que tu tía no nos pillase -se me adelantó Valero, pues yo estaba pensando justo en la misma excusa.

-Bueno, ¿y qué? ¿Qué os ha parecido la escenita? -se vanaglorió, orgulloso de su hazaña-. ¿Me la he follado o no me la he follado?

-Nadie lo diría de la señora Morales, desde luego. Mírala, tan seria y sofisticada que parece...

Mientras ellos intercambiaban opiniones sobre lo buena que estaba la tía de Gonzalo, y sobre lo buen follador que era éste (dicho por él mismo sin un ápice de modestia), yo recorría con los ojos el salón y la cocina, tratando de descubrir en la mirada de alguien una pista que me llevase a intuir quién nos había pillado en la habitación.

Al joven semental lo descarté al instante, pues no era tan buen actor como para habernos pillado en pelotas y recién corridos, y fingir ante nosotros que no pasaba nada. También me pareció que cualquiera de los adultos allí presentes, de encontrarnos en la postura que estábamos cuando todo había sucedido, hubiese hecho algo más que apagar la luz y escapar en décimas de segundo de la habitación. Gritos, histerias, etc.

De modo que tenía que ser alguien de la pandilla, ¿pero quién? ¿Cuál de entre nuestros amigos o amigas se marcharía al instante de habernos encontrado allí tumbados y desnudos; se largaría sin molestar y sin decir nada a nadie, sin correr a contárselo a todo el mundo? Sólo entonces le vi. Estaba en el sofá, sentado y con una cocacola en la mano. El mismo sofá en el que yo había hecho el intento de follarme a Laura hacía ya casi una hora. Carlitos hablaba con Ramiro, pero no parecía estar prestándole mucha atención. Sus ojos se dirigían a ratos hacia nosotros, en tímidas ráfagas.

-Pero eso no quiere decir que ya no le vaya a ir detrás a tu hermana, chaval, o sea que no te emociones -estaba diciéndole Gonzalo a Valero en ese momento-. Que aquí dentro tengo tralla para Zaira y para cualquiera que se me cruce por el camino...

Se agarró el paquete con la mano bien abierta, de un modo soez y por encima del pantalón. No me podía creer que existiese alguien tan fanfarrón como aquel pibe. "Ahora vengo", les dije, auto exiliándome de aquella conversación. Caminé hasta el sofá y me senté junto a Carlitos, escoltado en la otra punta por Ramiro.

-Oye, Miro, ¿por qué no vas y le preguntas a Laura si falta mucho para que los viejos se larguen? Creo que está en la cocina.

El bueno de Ramiro asintió con la cabeza y se levantó, dejándome a solas con Carlitos. Le cogí el bote de refresco de la mano y di un sorbo mientras él se quedaba en silencio. Diría que incluso algo tenso. Le devolví la cocacola a la mano y le miré directo a los ojos:

-Oye, Carlitos, ¿vas a ser discreto, verdad? -sin andarme con rodeos.

-Hasta ahora lo he sido -él también le dio un trago a su bebida con restos de mi saliva, lo que entendí como que no se sentía especialmente incómodo.

-Y lo seguirás siendo, ¿a que sí?

-No sabía que fuérais maricones. No se os nota nada -me soltó con una sonrisa.

-No creo que lo seamos, pero en caso de que lo fuéramos, es evidente que no a todos se nos nota tanto.

-Muy gracioso, Edu...

-No creo que a Nacho y Ramiro les hiciera mucha gracia saberlo, ni lo nuestro, ni lo tuyo. Al fin y al cabo vais a compartir habitación, así que será mejor que guardemos el secreto, ¿no te parece?

-También podría mudarme a vuestro cuarto.

-No creo que a Gonzalo le apetezca, y tampoco es que vea la necesidad.

-Pues que Miro y Nacho se pasen al vuestro, y vosotros al mío. ¿Hace mucho tiempo que os lo montáis? -lo preguntó con la misma naturalidad con que había repartido virtualmente las habitaciones.

-Pues exactamente unos quince minutos, Carlitos... -le sonreí-. No somos novios, ni amantes furtivos, si es lo que piensas. Mira a Valero. Te aseguro que ahora mismo sólo está pensando en cómo y cuántas veces se tendrá que follar a Sabina para olvidar lo que ha pasado arriba.

-¿En serio? Y ¿qué me dices de ti? ¿Vas a intentar enrollarte otra vez con Zaira para que tu hombría no quede en entredicho?

Dirigí la vista hacia Valero y Gonzalo. Éste volvía a tener una mano sobre sus propias pelotas, y no hacía falta estar presente en la conversación para saber de qué hablaban. No cabía duda alguna de que aquel tío iba a ir a saco a por Zaira aquella noche. Y viendo el comportamiento de ella durante toda la tarde, tampoco cabía duda alguna de que se iba a dejar hacer por el semental todo lo que éste le pidiese.

-Puede que lo haga -respondí finalmente a Carlitos-. Y si Zaira me falla, siempre puedo buscar a Laurita. ¿Sabías que también me la he tirado hace un rato? En este mismo sofá.

-Sí, claro...

La expresiva incredulidad del chaval quedó interrumpida por la aparición de Ramiro: "Dice Laura que tienen la mesa reservada para las diez, así que no creo que tarden en largarse", nos informó. Me topé con la mirada de Valero en la distancia, e imaginé que estaba loco por saber de qué coño estábamos hablando Carlitos y yo.

Con los adultos ya en el pueblo, la fiesta del quince cumpleaños de Laura Morales entró en su pleno apogeo. Nacho había sacado las bebidas robadas del extenso mueble-bar de su padre, algunas chicas (entre ellas la homenajeada) habían ido a cambiarse de ropa, como si los vestiditos de princesa recatada que llevaban en presencia de los mayores no fueran los más adecuados para ese nuevo ambiente que estábamos creando. Con la luz atenuada y algo de música suave, los corrillos empezaron a unificarse.

Como siempre pasaba en nuestras fiestas, nos íbamos turnando para hacer guardia junto a la verja de entrada, por si les daba a los otros por volver antes de tiempo. En principio, si todo iba según lo previsto, no debían aparecer hasta las dos de la madrugada aproximadamente, lo que nos daba unas cuatro horas para desfasar cuanto quisiéramos, esconder el alcohol, y acostarnos como niños buenos.

La primera guardia la hicimos Valero y yo. Cada uno con su copa, sentados sobre las piedras del jardín; le acababa de contar la conversación mantenida con Carlitos en el sofá.

-¿En serio te ha pedido que nos mudemos a su cuarto? -repitió, con la misma sonrisa que segundos antes-. ¡Menudo mariconazo, el Carlitos...! Espero que tenga la boquita cerrada.

-A lo mejor tampoco es que se quiera montar un trío -bromeé, tras darle un trago largo a mi bebida-. Puede que sólo le haga gracia estar en 'la habitación de los maricas'.

-Pues que duerma con su padre, colega, que pierde más aceite que nadie que yo conozca. Incluido él -los dos nos arrancamos en una carcajada.

-Bueno, tío, ¿entonces qué? ¿Le damos el capricho?

-¿Y qué pasa con Gonzalo? -me inquirió Valero, e intuí que esa pregunta tenía varias vertientes: una podía ser '¿quién le dice a ese capullo que nos cambiamos de cuarto?', y la otra más bien '¿de verdad queremos perdernos la posibilidad de pasar la noche con el jodido musculitos?'; pero al fin y al cabo Carlitos era un amigo, y el primo sólo un fantasmilla (literalmente) pasajero.

-No te preocupes por Gonzalo. Ya me encargo yo de él...

Vimos entonces a Sabina caminando hacia nosotros desde el porche delantero de la mansión. Apenas podía mover las caderas dentro de aquel ceñidísimo vestido negro. Me puse en pie antes de que ella llegara al jardín. Sin necesidad de palabras, opté por hacer un mutis y dejar intimidad a la parejita. Ella me guiñó un ojo y me dedicó una sonrisa agradecida cuando pasé por su lado. Es evidente que jamás llegaría a imaginar que le estaba guiñando un ojo a quien media hora antes enculaba a su novio...

Mientras Sabina se sentaba sobre las piernas de Valero, empecé a pensar en otra manera de divertirme aquella noche. Suponer que la pareja que quedaba a mi espalda iba a ponerse a follar sobre las piedras de un modo discreto en cuanto yo desapareciera, fue lo que me dio la idea.

Continuará...