¡Cumpleañoooos feliiiiz!

Marta y Lola le prepararon a Silvia una sorpresa para su cumpleaños.

En el vuelo 969 (¡joer con el numerito!) de la Transglobal, y aunque puede que ninguno de los pasajeros lo advirtiera, había un ambiente extraño. El Comandante Contreras sí había notado algo raro, pero se limitó a echar una mirada pensativa sobre los tripulantes de cabina, y no dijo nada. Es que la noche anterior

El microbús de la Compañía nos dejó en el hotel. Las primeras veces me había dedicado a pasear por Nueva York, y hasta en una ocasión tuve una aventura con… dejémoslo, eso es una historia diferente.

Pero al cabo de un año destinado en la línea, ya no me apetecía tanto. Y además, con el frío que hacía fuera, pues me prometí a mí mismo una cena ligerita en el buffet del hotel, un baño caliente para relajarme y vencer el "jet lag", un buen libro, y una noche de sueño. Si, si.

Serían las 8 p.m. cuando tocaron en la puerta de la habitación. Extrañado, abrí para encontrarme a Marta y Lola, dos de las compañeras de trabajo. Se colaron en la habitación con aires de conspiración.

  • ¿Pasa algo? -pregunté-.

  • Es que hoy es el cumpleaños de Silvia, y habíamos pensado

¡Ah!, era eso. Tomé mi cartera para hacer una pequeña contribución al regalo.

  • ¡No, espera! -me interrumpió Lola-. Habíamos pensado hacerle un regalo especial.

  • ¿Cómo de especial? -pregunté-.

  • Pues verás -comenzó Marta-. Tengo un amigo entre el personal del hotel, desde que

Se interrumpió toda ruborizada.

  • ¡Bueno, no importa! -continuó-. Ya sabes que Silvia es un poco ursulina, no sé si me entiendes

¡Claro que entendía!. Nadie en la Compañía había conseguido una cita con ella. Yo tampoco, y que conste que lo intenté varias veces.

  • Bien, pues ese amigo me ha conseguido una de esas tartas de cartón piedra que salen en las películas, cuando al final de la cena de la convención de vendedores de seguros, o algo así, traen la tarta y ¡tachán! sale de ella una nena ligerita de ropa.

  • ¿Y pensáis llevarle una tarta con una chica en pelotas?.

No entendía nada. O sí: ¿acaso Silvia era bollera?.

  • No, no pienses lo que no es -Lola pareció adivinar mis pensamientos-. No se trata de una chica. Hemos pensado

  • Que salga de la tarta un "boy" -continuó Marta.

¿Y para qué me necesitaban a mí?. De repente, como una iluminación, me llegó la idea.

  • ¡Oh no, ricas!. De eso nada. ¡Que no!, vaya.

  • Hombre, si será solo un momentito

  • Además, tendremos las luces muy tenues… -terminó Lola-.

¿Han oído el refrán ese que dice "tiran más dos tetas que dos carretas"?. Pues las tetas eran cuatro, y a fe mía que me las restregaron bien, mientras me hacían toda clase de arrumacos. Justo hasta que mi polla tomó el relevo de mi cerebro. Y al final accedí.

La parte que me tocaba del regalo era comprarme la "ropa" que me indicaron. Tuve que preguntar por un "sex shop" a un taxista, muerto de vergüenza. Y finalmente, volví al hotel alrededor de las 9 p.m., con una prenda roja que de seguro me cabía sin problemas en el bolsillito ese de la cintura que llevan algunos pantalones. Para que os hagaís una idea: una especie de bolsita, sujeta a tres cintitas.

Cuando entré en mi habitación, para mi sorpresa, las dos chicas estaban dentro junto con la "tarta". Y otra cosa: una botella de champagne californiano. Después de que me hicieran beber la tercera copa, entendí para qué. Pero entonces no me importó, porque ya me encontraba más allá del bien y del mal. (Es que no estoy acostumbrado a beber, y las dos zorritas lo sabían).

Resulta que la habitación de Marta era la contigua a la mía, y había una comunicación entre ambas, que tenía una puerta por cada lado. Ellas habían dejado abierta mi puerta sin que me diera cuenta, y luego tan solo tuvieron que abrir la del otro lado.

Total, que me hicieron entrar al baño a cambiarme (les ofrecí hacerlo allí mismo, pero ellas me empujaron entre grititos). Hubo más grititos cuando salí, y bocas tapadas con la mano. Finalmente, Marta completó mi "atuendo" con una corbata de pajarita, y me pidió que me introdujera en la tarta y esperara.

Sentí cerrarse la puerta, y pasaron unos minutos en casi absoluta oscuridad. Ya me estaban dando calambres por estar en cuclillas, cuando oí de nuevo la puerta, más risas y grititos, y la tarta empezó a moverse, entre resoplidos de las chicas, que decían que pesaba demasiado.

Otra puerta que se abre y se cierra, y

  • ¡¡¡¡Cumpleañoooos feliiiiiz, cumpleañoooos feliiiiiz. Te deseamos todooooos…!!!!.

(Ahí era cuando tenía que salir). Me puse en pie como pude, con lo que la tapa se fue a hacer puñetas, e hice la pose erótico-estúpida que me aconsejaron las tres copas que llevaba en el cuerpo.

Pues no era tan ursulina, no. Silvia se reía a carcajadas, con las manos en la boca. Pero de luz suave, nada. Parece que la habían tenido con los ojos vendados hasta después de hacer su entrada con el "regalo". Y a la chica parece que le había hecho gracia.

Lo que no me habían dicho era qué tenía que hacer a continuación. Pero no hizo falta. Marta se había agenciado un "comediscos" con una música de esa de "strip tease". Y mis tres copas me aconsejaron empezar a bailar de forma insinuante, meneando la pelvis adelante y atrás, mientras me iba acercando a la homenajeada, que ahora ya no se reía tanto.

De repente, recordé una escena de una "peli" (¿o fue un reportaje?; no importa). Un grupo de chicas terminan una despedida de soltera en un club donde un mozo fornido, más o menos vestido como yo estaba, se acerca a la novia

Y eso fue lo que hice. Empecé a ponerle la bolsita a medio palmo de la cara, mientras seguía bailando. Y las otras dos, muertas de risa, aplaudiendo. Luego me puse a horcajadas sobre las piernas de la chica, sin dejar de mover las caderas al ritmo de la música.

Silvia estaba roja como un tomate, y sudaba copiosamente. Pero no se había levantado y montado un escándalo, que fue lo que pensé con mis últimos restos de lucidez. Así que me incorporé, la levanté a ella de la silla y me senté yo. Y luego la puse a ella sobre mis muslos con el paquete en medio de las nalgas, la tomé por las caderas, y la froté arriba y abajo unos segundos.

Pasaron dos cosas: una, que las risas cesaron como por ensalmo. Dos, que la bolsita no fue ya suficiente para alojar su contenido, ya me entendéis.

Se acabó la música. Silvia se levantó. Una de las otras chicas abrió una nueva botella de champagne, y brindamos. (Yo ya me mojé sólo los labios, pero ellas apuraron la copa y se sirvieron otra). Luego, abrieron una nueva botella, y repitieron. Y ¡ji ji, ja ja!. Total, que Silvia les pidió que probaran ellas también. Esta vez fue Marta la que se sentó en la silla. Volvió la música, y yo repetí el numerito. Pero esta vez, para añadirle aliciente, le levanté la falda antes de sentarla sobre mí, y el frote fue "a pelo". Y, no sé por qué, pues que no le pareció mal, sino que se reía a carcajadas.

Estaban tan "achispadas" y contentas, que Lola dijo que quería probar otra cosa, y se me abrazó para bailar al ritmo de aquella música, contoneando sus caderas y frotando su pubis sobre mi paquete, por el que ya asomaba a estas alturas… Lo que produjo un gran alborozo, por cierto. Total que me dije "ostia o plan". Le desabroché el corchete de la falda, y descorrí la cremallera. Luego me despegué un poco, y ¡zas!, se quedó en braguitas, con la falda arrugada a los pies. No hubo "ostia", sino más risas, y grititos excitados. Y ella, después de desprenderse de la falda de una patada, siguió como si nada, oscilando las caderas, y frotándose contra mí.

¡Plaf!. El corcho de la tercera botella golpeó contra el techo. Pero ahora se la pasaron de una a otra, bebiendo "a morro". Yo solo hice el ademán de beber. Marta parecía la más contenta de las tres:

  • A ver, macho, quítate el tanga -me espetó-.

  • ¿Y qué me das a cambio? -pregunté-.

Lola palmeó excitada:

  • Vamos a subastar el tanga de Alex. A ver, yo pujo con la falda.

(Total, ya no la tenía puesta…). Creí que las otras se "cortarían", pero ¡qué va!. Marta se quitó la blusa, quedándose con un sujetador que le cubría apenas los pezones, como única ropa en la parte superior.

  • ¡Eso no vale, rica! -protestó Lola-. Mi falda vale más que tu blusa.

  • Pues, ofrezco mi falda y mi blusa -se decidió Marta-.

Y se quedó tan solo con la ropa interior. Las dos chicas se volvieron a Silvia.

  • Y tú, ¿con qué pujas?.

Se me secó la boca. Silvia se lo pensó un momento, y luego metió las manos bajo su falda, y me entregó las braguitas.

  • Las bragas valen más que la ropa exterior, -declaró solemnemente, con la lengua torpe por la bebida-.

Era el turno de Lola.

  • Mi camiseta… y mi sujetador -concluyó-.

Se quitó las dos prendas, y se echó a reír, mientras levantaba sus preciosas tetas con las dos manos. Ya sólo le quedaban las braguitas como única ropa.

Nos quedamos mirando a Marta. Si quería subir la puja… La subió. Pasó las manos a su espalda, desabrochándose el sujetador. Lo sostuvo unos instantes frotándolo contra los pechos, y luego lo dejó caer muy despacio. Después introdujo un dedo de cada mano por el elástico de las braguitas, en sus costados, y se inclinó mientras las hacía descender por las piernas, quedándose completamente desnuda. Luego, miró desafiante a Silvia:

  • Vas a tener que pujar muy alto, rica.

Silvia se lo pensó un instante. Era la única que conservaba toda la ropa exterior.

Se despojó despacio de la blusa. No llevaba nada debajo (¡joder con la ursulina!) así que quedaron al aire sus pechos cónicos y tiesos. Después desabrochó uno a uno los botones que cerraban la falda por delante, empezando con los inferiores, con lo que a cada botón que se soltaba, iba dejando ver una porción cada vez mayor de sus muslos, hasta que finalmente soltó el último, y quedó completamente desnuda ella también. Por cierto, que la "ursulina" tenía el coñito depilado, señal de que no era tan pacata como todos creíamos.

  • Esto es empate -declaró Marta con voz estropajosa-. Las dos hemos pujado lo mismo.

Lola se quitó también las braguitas.

  • Triple empate. Que yo estoy desnuda como vosotras. Y ahora, ¿qué?.

A mí se me estaban pasando rápidamente los efectos del alcohol, que tampoco había sido tanto. Pero notaba otros "efectos". Tenía una erección de mil demonios, y tenía que follarme a una o varias, mientras el cuerpo aguantara

  • Bueno, pues si ya estáis sin ropa, y no podéis subir la apuesta… -me decidí- os propongo que me convenzáis

Me callé. Las tres chicas estaban cuchicheando, dirigiéndome de vez en cuando miraditas. Unos segundos después, se echaron a reír. Y fue Lola la que habló:

  • Hemos pensado en que, puesto que hay un triple empate, pues nos repartamos el trofeo. Pero tienes que dárnoslo

(Y se relamía los labios, la muy…).

  • ¡Quítamelo tú si te atreves! -la reté-.

Claro que se atrevió. Dio dos pasos hacia mí, y pasó sus manos en torno a mi cintura -apretando de paso sus pechos desnudos contra mí cuerpo- tomó la cintita a mi espalda con las dos manos, y fue agachándose poco a poco mientras deslizaba aquello hacia abajo, rozándome al paso con sus senos el vientre, el pene y los muslos, hasta que quedé tan desnudo como las tres chicas.

Lo que seguramente no previó (o sí, ¡quién sabe!) es que para cuando la bolsita dejó de tapar lo poco que me quedaba oculto, su cara estaba a la misma altura, con lo que mi verga, totalmente liberada de la "prenda", fue a parar a su boca, con gran alborozo y aplausos de las otras dos.

Había que continuar con aquello, antes de que alguna entrara en razón. Puse de nuevo en marcha el comediscos, y tomé de las manos a Silvia, que me miró extrañada. Tiré de ella hacia la silla, donde la senté. Y repetí el "numerito" de oscilar las caderas ante su cara. Pero ahora, con la chica completamente desnuda, y mi pene absolutamente horizontal agitándose arriba y abajo a centímetros de su nariz, pues, tenía como más interés, ¿no?.

Como antes, me senté sobre sus muslos, frente a la chica, agarrándome a sus pechos (para no caerme, no penséis mal). Y, ahora sin "bolsita", mi herramienta se paseaba arriba y abajo sobre su vientre. Otra diferencia: antes, cuando estaba vestida, había permanecido con las manos caídas a los costados, pero ahora no. Las tenía aferradas en mis nalgas, y a fe mía que parecía disfrutar de su "regalo de cumpleaños".

Quedaba la parte más interesante. La levanté, para ocupar yo la silla, y palabra que no me costó ningún esfuerzo que se sentara sobre mi nabo, rozándolo con su conejito desnudo. ¡Y estaba bien húmeda, por cierto!. Su vulva se deslizaba sobre mí sin ningún problema, bien lubricada por sus secreciones.

Ahora ya no tenía yo que moverla agarrada por las caderas, porque era ella misma la que se restregaba adelante y atrás. Así que pasé una mano sobre su muslo, y encontré su sexo recién rasurado, de piel suave como la de un niño, que recibió la caricia de mil amores, puedo asegurarlo. Y mi otra mano pellizcaba con suavidad alternativamente cada uno de sus pezones.

Unos mordisquitos suaves en su cuello, que tenía muy a mano. Y mis dedos índice y pulgar encontraron un botoncito que resaltaba, y lo masajearon muy suavemente, que es un sitio muy delicado en una chica.

Y entonces se "vino" (como decís en la otra orilla del Atlántico). Tuve que taparle la boca, porque sus chillidos entrecortados seguro que se podrían oír en la recepción, diez plantas más abajo. Estaba aferrada a mis muslos, moviendo las caderas descontroladamente, y alzando y bajando su culito de encima de mis piernas. En una de las subidas, acerté a introducir dos dedos dentro de su vagina, y aquello fue ya el acabóse. Alzó las piernas muy abiertas, poniendo los pies en mis muslos (con lo que tuve que sujetarla fuertemente por la cintura con la mano libre, porque temí que se fuera al suelo) y ahora ya no profería grititos, sino un gemido largo, largo, sólo entrecortado por los movimientos de sus caderas, que ahora oscilaban adelante y atrás, introduciéndose cada vez más profundamente mis dedos. Luego se desmadejó, quedando de nuevo sentada sobre mí.

Sólo entonces miré hacia las otras dos chicas. Marta estaba despatarrada en un sofá, masturbándose casi con ferocidad, y parecía a punto de correrse, a juzgar por sus jadeos. Su mano resbalaba arriba y abajo por su coñito con muy poco vello, y abría y cerraba la boca como un pez fuera del agua. Lola estaba medio de costado, mirando fijamente con los ojos desencajados a Marta, y se masajeaba los pechos, oscilando levemente la cabeza a un lado y otro. Era la única que no estaba depilada (aunque tampoco tenía un bosque entre las piernas). Lo digo, porque en su postura, levemente inclinada, se distinguía perfectamente la abertura de su sexo entre el vello de color claro (es rubia natural, creo que no lo había dicho).

Dejé a Silvia sentada, con los ojos cerrados, y tomé la última botella de espumoso. Lo dudé un momento (es que si a alguna le daba por vomitar ¡adiós diversión!) pero finalmente le pasé la botella a Silvia, y esperamos a que Marta tuviera un ruidoso orgasmo antes de cedérsela. Esta vez, me bebí casi un cuarto de la botella, más que nada porque tenía la boca seca del ejercicio y el espectáculo.

Y Lola que no se había estrenado. Eso tenía que arreglarse, y además yo necesitaba desesperadamente follarme a cualquiera de las chicas, porque ya empezaban a dolerme los testículos, con tanto ajetreo, y tanto coño desnudo a la vista.

Me abracé a Lola, y empecé a besarla los párpados, la nariz, los mofletes, y finalmente mi boca encontró la suya entreabierta. La conduje hasta la silla, que era un juego que ya les resultaba conocido y al que se prestaban de grado, pero yo tenía otra idea esta vez. La chica se sentó encima, y empezó a mover sus caderas adelante y atrás

Puse una mano en su nuca, y la obligué a bajar la cabeza. Ella volvió ligeramente la cabeza, extrañada, pero se dejó hacer. Sus pechos quedaron apoyados en mis rodillas. Pasé una mano bajo su cintura, y elevé un poco su trasero, con lo que quedaron perfectamente ante mi vista su ano apretadito y la abertura de su sexo. A ella no parecía disgustarle la posturita: se sujetó a mis tobillos, y osciló levemente las caderas, invitadora.

Un dedo ensalivado en su abertura trasera, acariciándola circularmente. La otra mano me sirvió para dirigir el pene, recorriendo con él toda la hendidura de la vulva. De vez en vez hacía intención de penetrarla, pero sólo le introducía el glande, para luego retirarlo y continuar con su recorrido arriba y abajo, arriba y abajo

Cuando la chica empezó a gemir muy bajito, yo estaba al mismísimo límite. Uno de los amagos de metérsela acabó con mi verga enterrada en su vagina hasta las mismísimas bolas. Y entró como un cuchillo caliente en mantequilla, señal de que Lola era "atendida" con frecuencia. Me bastaron cuatro o cinco arremetidas para que empezara a soltarle toda la carga acumulada durante el espectáculo anterior. Pero continué con mis movimientos, porque la chica aún no parecía haber acabado, y no tardó demasiado en oscilar fuertemente las caderas mientras, como una letanía, murmuraba algo así como "ayyy, me vengo, me vengo"… y se "vino", ¡vaya que si se "vino"!. Luego, cuando se le pasaron los temblores y las convulsiones, se separó de mí, para luego sentarse de frente y acariciarme el pelo, mientras me besaba muy dulcemente.

Creo que me debí quedar dormido, o me desmayé, ¡qué sé yo!. Lo cierto es que cuando recuperé la conciencia estaba tendido en la alfombra, con una sensación deliciosa en mi pene, que estaba recuperando poco a poco su dureza. ¡Y no era para menos!. La boca de Silvia estaba dedicada a lamerme el glande. Me miró con una sonrisa algo torcida por las copas, y luego se lo introdujo totalmente, subiendo y bajando los labios en forma de "O" por toda su aún no muy grande longitud.

Pero el "tratamiento" fue causa de que unos segundos después ya no consiguiera llegar hasta abajo del todo, a pesar de que creo que se lo metió hasta la garganta en alguna ocasión. Entonces, para mi desilusión, lo dejó. Pero la desilusión no duró mucho. Se puso en cuclillas, con una de sus piernas a cada lado de mi cuerpo, y se fue sentando poco a poco, conduciendo mi verga con una mano hasta que quedó completamente enterrada en su vagina. Y luego empezó a follarme. Sí, digo "follarme" porque ella hacía todo el trabajo. Con las manos apoyadas en mi pecho, extendía algo las piernas hasta que mi verga estaba en un tris de salirse de su empapada cuevita, para luego flexionarlas, con lo que se la metía hasta lo más profundo. Y sus pechos se balanceaban al ritmo de sus acometidas, hasta que decidí agarrárselos con mis manos, y acariciar sus pezones increíblemente inflamados.

Unos segundos después, estaba gimiendo de nuevo como cuando el "numerito" de la silla, y como ya tenía experiencia de lo ruidosa que podía ser cuando se corría, la tendí sobre mí y la relevé en sus arremetidas. Esta vez no chilló, no. Tenía la boca muy ocupada en la mía (tanto que me mordió un labio). Pero se contorsionaba como una posesa mientras le venía un largo, largo orgasmo.

Seguramente producto de mi abundante corrida de hacia (¿cuánto tiempo?, no tenía conciencia de la hora) yo estaba bastante "a punto", pero aún no había terminado. Y me faltaba aún un coñito en mi colección.

Marta estaba aún en el sofá, ahora dormida, con los muslos apretados. Le subí los pies sobre el asiento, para dejar al descubierto tu gran abertura, de la que sobresalían sus inflamados labios menores. Más o menos al tercer sorbetón en la parte superior de su vulva, con mi lengua rodeando circularmente su clítoris, abrió los ojos. Tardó unos segundos en hacerse cargo de la situación, que pareció que no le molestaba en absoluto, porque se abrió aún más de piernas para facilitarme la labor, y me tomó del pelo, enterrando aún más (si es que era posible) mi cabeza entre sus muslos. Unos cuantos lametones más, y ya estaba balanceando la pelvis atrás y adelante. A punto, afortunadamente porque yo no aguantaba más.

Le estiré las piernas hacia arriba, apoyándolas en mis hombros, y guié con la mano mi verga hasta introducírsela totalmente, despacio pero sin vacilaciones. Debía estar tan caliente al menos como yo, porque no pasó de las 5 ó 6 arremetidas: empezó a gemir ahogadamente (tenía el canto de una mano metido en la boca) y su pelvis empezó a balancearse en todas direcciones, lo que provocó inmediatamente mi eyaculación. Ella no tardó en seguirme. Me apresó con las piernas la cintura, pasó sus manos en torno a mi cuello, y se corrió con un largo gemido que no pudo ahogar completamente con su mano.

Cuando se fue normalizando mi respiración, me levanté seguido de Marta, que se dirigió al baño con una mano puesta entre sus piernas. A Lola no se la veía por ninguna parte, pero Silvia estaba como muerta en la cama, respirando ruidosamente (las chicas no roncan, sólo respiran fuerte). Estaba tendida de costado, con las piernas ligeramente flexionadas y la izquierda un poco más adelantada, lo que permitía contemplar su vulva desde atrás. Pero yo no estaba ya para muchos trotes. Me dirigí a mi dormitorio, a través de las puertas de comunicación entreabiertas

Seguramente la ordenada Silvia había conectado el despertador antes de que comenzara la fiestecita, porque me despertó el zumbido apagado en la otra habitación. Me encontraba tendido en mi cama, en pelotas, y a mi lado Lola tal y como vino al mundo, que tenía un brazo y una pierna pasados sobre mi pecho.

Cuando me puse en pié, el champagne de California me pasó factura, en forma de un latido en la cabeza que me nubló la vista. Al fin, conseguí levantarme, y fui despertando a las chicas. ¡Lástima del deber que nos llamaba!. Silvia y Marta eran todo un espectáculo, completamente desnudas y abrazadas sobre la cama de la otra habitación, con sus pechos en contacto. Se pusieron rápidamente sus ropas esparcidas por el suelo, y se fueron a sus propias habitaciones, sin decir ni palabra.

Pensé que Lola seguía en mi habitación, hasta que oí correr el agua de su ducha. Lentamente, me dirigí al baño de la mía propia

No tuvimos ningún descanso hasta después de servir la cena a los pasajeros. Aparte de los efectos de la resaca, que aún debía durarnos a los cuatro en mayor o menor grado, las chicas estaban bastante "cortadas", y evitaban mirarme a los ojos. Una de las veces que me crucé con Silvia en el estrecho pasillo de babor, se puso de costado e hizo lo imposible para que no se rozaran nuestros cuerpos.

Me dirigí a la "cocina" a ver si quedaba alguna aspirina (yo mismo había servido cinco o seis a los pasajeros). Lola estaba allí, terminando de asegurar los compartimentos de las bandejas en las que habíamos servido la cena. Se puso en pie, porque de otro modo no cabíamos en el estrecho espacio, pero con la cabeza vuelta. La tomé por la barbilla con una mano, y la obligué a mirarme. Poco a poco, se fue relajando, y hasta ensayó un asomo de sonrisa, que me pareció ligeramente avergonzada.

Puse mis labios junto a su oido:

  • Hoy es viernes, y mañana no tenemos servicio ninguno de los dos. ¿Qué te parece si te vienes a mi casa a pasar el fin de semana?.

No respondió, pero se ensanchó su sonrisa. ¿Sería un sí?. Metí la mano tentativamente por debajo de su falda, y mis dedos alcanzaron el elástico de sus medias de uniforme reglamentarias. Y un poco más arriba… ¡su coño desnudo!.

  • No te hagas ilusiones, que no estoy sin braguitas por si venías a verme -susurró-. Es que no aguantaba siquiera el roce de las más finas, después de lo de anoche. Y pienso seguir así hasta el lunes, al menos.

Bajó aún más la voz, hasta hacerla un murmullo casi inaudible:

  • Eso, si no te molesta que ande desnuda por tu casa...

A.V. 15-08-2003

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