Cumbres de luz, llanos de penumbra

Un día de montaña se convirtió en la experiencia más desgraciada de mi vida. La soledad en la que me encontraba me pasó factura sobre una piedra. Hoy, aún sigo viviendo con temor.

Un día de montaña se convirtió en la experiencia más desgraciada de mi vida. La soledad en la que me encontraba me pasó factura sobre una piedra. Hoy, aún sigo viviendo con temor.

CUMBRES DE LUZ, LLANOS DE PENUMBRA

Me gusta mucho escalar. Voy con frecuencia a La Pedriza (zona ubicada en la sierra madrileña a unos 40 kilómetros de la ciudad), y allí, con mis cuerdas y aparejos, trato de escalar los picos que observo están a mi alcance y que no ofrecen demasiada dificultad. Aquél día había decidido irme temprano. Demasiado temprano. Quería aprovechar las horas. Lo cierto es que me presenté en La Pedriza a las 8 de la mañana. Naturalmente iba sóla. No es que me gustara demasiado, pero no tenía amigos disponibles para que me acompañaran, pues era martes y todos estaban trabajando.

Me encaminé con mi mochila en la espalda hacia donde iba a empezar mi escalada. Iba de buen humor. Lucía un sol radiante como correspondía a un día del mes de Mayo. La Temperatura era agradable. Ni frío, ni calor. Tiempo primaveral. Canturreaba marcando el paso " Montañero, tú que estás cerca del cielo, tú que hablas con Dios, tú que tocas las estrellas, montañero cómo te anhelo"

Llegué al pie de lo que pensé que iba a ser una escalada fácil. Nunca había escalado ese pico. Llevaba mi teléfono móvil por si surgía algún problema. Grandes adelantos para no sentirte sóla y un salva vidas para nosotros.

Comencé mí escalada no sin cierto temor, pues no veía a ningún campista por la zona. Es decir, estaba sóla y me sentía sóla. Me aseguré que no existiera ningún problema con las cuerdas y después de tomar todas las precauciones debidas, comencé el ascenso. Fue relativamente fácil acceder casi al pico del montículo que estaba subiendo. La prominencia en sí, no tendría más de 100 metros. El sol me golpeaba con violencia en el cuerpo. En una grieta de la pared me detuve para beber líquido, comer un bocadillo y despojarme del jersey y la camiseta que llevaba. Me quedé en sujetador. Estaba sóla allí arriba. Una vez hube recogido todos mis bártulos, y ya un poco más cómoda, inicié de nuevo la subida procurando no causarme ningún arañazo. El final fue más difícil, pero lo conseguí. La satisfacción se reflejaba en mi cara y se manifestaba en mi espíritu. Seguía canturreando.

Mi sorpresa fue mayúscula una vez hube llegado al final del pico. Cuando alcé la cabeza para coronar, descubrí con cierto estupor que no estaba sóla.

Allí sentado, casi en el centro de la pequeña explanada del pico, un hombre de unos 40 años se encontraba sentado tomando algo de un vaso de metal. De espaldas a mí, con su mochila al lado y sentado con las piernas recogidas, no advirtió mi presencia.

Una vez vencida mi sorpresa, y para evitar asustarle, grité a modo de saludo. El se giró sorprendido en busca del grito que lo había perturbado. Se puso en pie para ayudarme a terminar de acceder a la cima. Me saludó muy agradablemente y pude observar que se recreó en el sujetador que yo había dejado por toda prenda en la parte superior de mi cuerpo. Quizá se sorprendiera de ver una chica joven, de apenas 19 años, escalando en sujetador. Yo, vencida la sorpresa inicial, me acerqué a esa pequeña hoguera que ardía en la cumbre. Extraje de mi mochila la camiseta y me la puse para evitar sus miradas. Me invitó a tomar un café caliente que yo acepté gustosa.

Una vez que hubimos tomado el café charlamos un rato. Yo le dije que había subido sóla y que naturalmente, también estaba sóla. Confieso que fui muy suelta de lengua, pero la satisfacción que sentía por haber accedido a la cima me tenía alegre. El me explicó que también estaba sólo en la cumbre. Que llevaba toda la noche allí, pues había subido el día de antes y había pernoctado en su saco de dormir. Al parecer le gustaba la idea de pasar una noche encima de una montaña, aunque esta fuera pequeña, pues me dijo que ese pico no alcanzaba más de 100 metros, cosa que para mí ya era bastante, pues yo sólo soy una simple aficionada con algún conocimiento, y no subo a picos que entrañen gran dificultad. Me estuvo explicando que la bajada era algo más complicada y que el se iba a marchar ya pero que en atención a mí, me esperaría y podríamos iniciar la bajada juntos, pues así iríamos más seguros ambos, y nos ayudaríamos en caso de surgir algún problema. Lógicamente me pareció estupendo.

Así pasaron cerca de dos horas, charlando y comentando la excelente vista que se nos ofrecía desde allí arriba. A eso de las 2 de la tarde, emprendimos la bajada. Nos costó mucho descender. Ya lo creo. Y a fuer de ser sincera, no sé si yo sóla lo hubiera conseguido. El me ayudo en reiteradas ocasiones en las que me vi ciertamente en peligro de quedarme "pillada". Hicimos un alto en la grieta dónde yo había parado para quitarme mis prendas en el ascenso y allí, fumamos un cigarro y bebimos una bebida isotónica. Ordené un poco mi mochila y rebusqué una camiseta que llevaba de repuesto. Con toda la naturalidad del mundo me despojé de la que llevaba y la sustituí por la limpia.

Continuamos con la bajada y ahí, justo a unos cincuenta metros del suelo, surgió el problema. Quizás bajé demasiado deprisa y tiré de la cuerda con mi peso, arrastrándole a él hacia abajo. No cayó, pues el había tomado todas las medidas necesarias, y se notaba que era un buen aficionado si no un experto, pero resbaló por una pendiente escarpada, y afortunadamente no sufrió ningún daño. Después del susto que me di, ambos nos reímos.

Continuamos con el descenso y yo cada vez tenía más dificultades. Me sentía muy torpe y el, varias veces se aproximó a mí y tomándome por la cadera me ayudó a saltar de una grita a otra.

Observaba que cada vez que me tomaba por la cadera, su abrazo era más prolongado y sus manos procuraban situarse lo más cercanas a mis pechos.

No quería dar importancia a este hecho, pero confieso que no me agradaba tanta proximidad. Pero las cosas suceden porque tienen que suceder o porque a veces nos las buscamos. No creo que fuera mi caso ¿o si?

Tras saltar de un peñasco a otro le perdí de vista. Sólo escuchaba su voz. Pronto estuve a su lado y descubrí con agrado una oquedad dónde daba la sombra y perfectamente podríamos descansar.

El se sentó sobre una piedra y yo le acompañé. Habíamos decidido tomarnos un respiro. Unos cigarrillos nos proporcionaron el placer que nos faltaba. Observé que el me miraba con mucho descaro. Se fijaba en mis piernas desnudas y en mis pechos protegidos por mi camiseta y sujetador. Ciertamente no me ruboricé pero no me gustaba. Pero el hombre a veces se maneja por impulsos o por instinto. Su táctica fue sutíl y esperada. Comenzó a albarme. Me decía que era muy guapa y que tenía buen físico. Mis ojos verdes le encantaban, aunque miraba más hacia mis pechos.

Las mujeres a veces somos tontas o nos lo hacemos. Yo sabía que si seguía su "rollo" no íbamos a acabar bien. Pero tampoco quería desairarle no fuera a ser que me dejara colgada allí, y aunque apenas nos faltaban 30 metros para llegar al suelo, confieso que su ayuda me venía muy bien. Insisto, entrar entramos, pero salir, a veces cuesta más. Y eso me pasaba a mí, subir subí, pero bajar……era otra historia.

En un descuido propio de la relajación provocada por el deseado descanso, se abalanzó hacia mí. Tomándome por los hombros sus labios se encontraron sobre los míos. Si bien yo no abrí mi boca, sus poderosos brazos y su fuerza me inmovilizaron. Sus manos se fueron directas al borde de mi camiseta y me la alzó palpando mi piel suave. Me resistí o al menos eso creo. En el forcejeo no sé si me di un golpe en la cabeza o me lo dio el. Cuando recobré el conocimiento estaba echada sobre el saco de dormir de mi acompañante.

Estaba sentado sobre mi vientre con sus piernas abiertas. Me tomó la cabeza con ambos manos y me habló.

-Llevas buscando todo el día lo que te vas a encontrar. Lo que quizás no sabías era que lo tenías muy cerca. Ahora te estarás quietecita y me dejaras hacer.

Sin poder replicar nada, me sacó la camiseta como un poseso. El sujetador fue arrancado de mi cuerpo literalmente. Me lo rompió. Yo trataba de golpear con mis manos su cuerpo, pero eran simples caricias para un tipo tan fornido y musculoso como ese. El botón de mi pantalón corto fue arrancado y la cremallera bajada. Me vi sin el en unos instantes. Estaba desnuda bajo ese tipo que hasta ese instante se había portado amablemente conmigo. No tardó en despojarse de sus pantalones y arrimándose a mí noté algo duro cerca de mi vagina. Me mantenía sujeta con sus piernas y brazos. Yo lloraba y perdía fuerzas a medida que me resistía.

Me arrancó las bragas de un tirón y su mano se poso sobre mi vello púbico. Me preparé para lo peor. Me iba a violar. No tenía dudas. Mis ojos seguían empañados por mis lágrimas silenciosas cuando noté como algo caliente y duro me penetraba. Con su mano izquierda sobre mi boca, su lengua lamiendo mis pechos y su cintura empujando dentro de mí, me dejé llevar. Si me resistía podría pegarme. Si le dejaba que hiciera lo que quisiera, pronto terminaría por correrse y me dejaría.

Pero lo inesperado llegó. Aún sin poder explicármelo, creí comenzar a sentir placer. Placer que se iba intensificando con cada bombeo de ese violador.

Debo tener cara de gilipollas porque si no, no me lo explico. El se dio cuenta que me estaba proporcionando placer. Mi cara debía manifestarlo. Ya no lloraba. No actuaba. No hacía nada. Sólo dejaba que el entrara una y otra vez en mi cuerpo. Tan confiado se vio, que libero mi boca de su mano. Tan confiado se vio que volvió a besarme y yo abrí mi boca. Jugó con mi lengua y nuestras salivas se mezclaron. Aflojó la presión sobre mi cuerpo y sus manos se apoderaron de mi culo atrayéndome más hacia su polla.

Las embestidas a veces eran rápidas y potentes. Luego se tomaba un respiro y embestía lentamente, como recreándose en la suavidad y el calor que le proporcionaba mi interior. Cuando me golpeaba con violencia y rapidez, mi cara mostraba el placer que sentía. El lo veía. Yo lo notaba. Y eso le daba alas.

Tal vez la postura no le gustaba demasiado. Su pene salió de mi interior y se puso en pie abandonándome sobre su saco con mis piernas abiertas. Se desnudó por completo y ayudó a que me incorporara. Me tomó de la mano y la guió hasta su vigoroso tallo depilado.

Como una estúpida y sin razón aparente que me asistiera, comencé a masturbar aquel trozo de carne. El mientras tocaba mis pechos y gemía dándome órdenes de cómo tenía que hacerlo. Cuando sintió que estaba lo suficientemente endurecido, pues confieso que casi consigo lo contrario con mis movimientos, me volteó de espaldas y separando mis piernas se arrimó de nuevo a mi coño. Pensé que me quería follar por detrás. No me equivoqué. Pero no por el sitio que yo imaginaba, si no por el ano.

Como no me dejaba, su antebrazo pasó por mi cuello sujetándome fuertemente. A duras penas y después de empujar provocándome dolor, consiguió enterrar parte de su capullo en mi ano. Deseaba defecar. Hubiera pagado por sentir la necesidad de defecar encima de el. Pero sus impulsos y el desgarro a que me sometió hicieron el resto. Sólo sentí dolor………y su semen anegando mi recto.

Cuando hubo terminado conmigo me abandonó sobre su mismo saco de dormir. Desnuda. El se vistió rápidamente, y abandonando su saco de dormir y el cuerpo que había profanado, acabó el descenso.

Me quedé allí sentada al menos dos horas. Desnuda. Con su semen manchando mi cuerpo. Desgarrada analmente. Con dolor. Con indiferencia hacia lo que había pasado. Con la mente nublada por los hechos. Con la mente luchando y debatiéndose entre si asimilar la luz de la cumbre o la penumbra del momento. Pero dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en el mismo sitio. Es claro y contundente este refrán. Y a mí me pasó lo mismo. Aún me quedaba tropezar con mi violador nuevamente.

Suponía que el tipo que me había violado estaría lejos de esos parajes. Suponía que se habría dado a la fuga temiendo una posible denuncia por mi parte. Pero no. Aún mantenía deseos hacia mi cuerpo y me estaba esperando al pie de la montaña que habíamos ascendido.

Una vez hube descendido por completo, me tumbé sobre el suelo boca abajo para descansar y tratar de mitigar el dolor que sentía en mi ano. Anochecía. Me mantenía indiferente ante cualquier vicisitud a mí alrededor. Ante cualquiera menos ante esa.

La mano fuerte y el brazo musculoso se apoderaron de mí nuevamente ante mi indiferencia. Cuando me giré me encontré con aquella cara. No era un guardia civil. Era él. Mi violador.

Sin mediar palabra, como la primera vez, me desprendió de mi pantalón. Esta vez ni se molestó en quitarme la camiseta. Se hubiera encontrado con mis pechos descubiertos, sueltos, bajo la prenda. El sujetador no lo había encontrado. Al quitarme el pantalón tampoco halló mis bragas. Me las había roto 30 metros más arriba.

Sin pensarlo ni un segundo, me agarró por el pelo y tiró de mi cabeza hacia atrás. Sus palabras resonaron en mi cabeza con un extraño eco.

-¡Hasta tardado en bajar eh! ¿Tal vez estabas regodeándote del gusto que te he proporcionado, eh buscona? Si tanto te ha gustado, lo arreglaremos.

Allí, con mi cuerpo inerte apoyado sobre una roca, de pies, volvió a follarme. La penetración fue salvaje, como la vez primera. Con su cuerpo aplastaba el mío a la vez que se hundía más y más. Era extraño pero a pesar de la vejación a la que estaba siendo sometida, sentí de nuevo placer. Y un placer tan agudo que terminé por correrme y con ello provoqué su eyaculación en mi interior. La satisfacción se reflejó en su cara. Se había follado dos veces a una chiquilla de 19 años. Y yo, aparte de dejarle que trajinase con mi cuerpo a su antojo, sin oponer resistencia, había gozado. Y el lo sabía.

Cuando terminó por según da vez conmigo, me abandonó al igual que la vez primera. Pero algo cambió, se llevó mi pantalón dejándome desnuda de cintura para abajo. En su rostro se reflejó miedo. A grandes zancadas, con su mochila en una mano y en la otra mi pantalón corto, huyó del lugar de su violación.

Cuando recogí mis cosas, mientras lloraba, me dispuse a marcharme de allí. Encontré el camino, pero no podía ir por el. Iba desnuda. El se había llevado mi ropa. Mi ano clamaba por el dolor debido a la dilatación y el desgarro. Lo sentía excesivamente abierto y eso me provocaba una sensación de ganas de defecar.

Eché a andar cerca del camino por entre los árboles para cubrirme de cualquier montañero que se cruzara conmigo. Yo iba llorando. Oí un ruido a lo lejos y me volví. Era un coche que se acercaba por el camino a toda velocidad. Me acurruqué tras el tronco de un árbol para no ser descubierta. El coche avanzó demasiado deprisa y patinó o derrapó sobre la tierra del camino y se desplazó hacia mi derecha. Allí, simplemente se estrelló contra una gran roca de granito. El impacto fue sordo. Un tanto brutal por la imagen que presencié. No parecía grave, pues el coche sólo se abolló en su costado derecho. Observe a ver si salía alguien del coche. No salía nadie. No ardía. Esperé dos o tres minutos y decidí acercarme, pues pensé que tal vez alguien necesitara mi ayuda. Estaba desnuda, pero ante semejante eventualidad, no me importaba. Poco a poco iba saliendo del estado en el que me encontraba. Anduve en dirección al coche y al llegar la impresión casi me hace vomitar. Era el. Mi montañero violador. Se había estrellado allí, en esa piedra.

Supongo que salió a todo gas de aquel lugar por si yo llamaba a alguien o le delataba. Se asustó. Eso es lo que imagine. Tomó el coche y corrió en exceso por un camino de arena y barro seco.

En una piedra me folló por segunda vez, y media hora más tarde, en otra piedra se estrelló. No le presté auxilio. Tampoco le hacía falta ya. Como dice ese dicho, me pasó por la piedra sin yo desearlo, y sin desearlo ninguno de los dos, la piedra le pasó la cuenta.

No he vuelto a ir a la sierra. Tampoco he vuelto a estar con ningún hombre. Me he refugiado en mi silencio y en mi soledad. Sigo en mi casa esperando que la policía me haga una visita. Pero ya han pasado tres años y nadie ha venido a visitarme. No me relacionarán con ese suceso. Pero yo sigo sin querer sexo. Y cada vez que voy a defecar, lloro sin consuelo recordando aquella escena.

Aquel día de sierra escalé ago más que un pico de cien metros. Escalé cientos de kilómetros de dolor. Y lamentablemente para mí, me instalé en la penumbra del llano después de haber bajado de la luz de la cumbre.

Como una niña traumatizada aún sigo cantando

" Montañero, tú que estás cerca del cielo, tú que hablas con Dios, tú que tocas las estrellas, montañero cómo te anhelo"

"Montañero, tú que andas por montañas y valles, ve en su busca y dile que la quiero"

Coronelwinston