Culto a la Serpiente
Desde el día de la tentación, en el jardín del Eden, Eva fue tentada por la serpiente.
Culto a la serpiente
I.
No se de donde ni cuando con exactitud comenzó mi culto a las serpientes, impedida de tener una por la reacción exagerada de mis padres y siendo que en aquel entonces vivía su casa, me dediqué a estudiar sobre ellas por Internet.
Acudía semanalmente al serpentario del parque del Este (Rómulo Gallegos) y las veía allí. Sentía verdadera fascinación.
Pronto me hice un cuaderno donde las clasifiqué y las dibujé: la boa, la cascabel, la pitón, la cobra, en fin muchas de ellas estaban en mi cuaderno.
El cuidador de serpentario, pensaba que quería estudiar veterinaria. Me gané su confianza y al poco tiempo me permitía tocarlas, darles de comer, familiarizarme con ellas. Sentir ese cuerpo fibroso, frío y firme entre mis manos me producía una sensación sensual y atractiva, la cual no quise confesar, dada la mala fama que estos bellos animales tienen. Una noche, a solas, me masturbe pensando en el bello y pesado cuerpo de aquel animal enroscándose por mi cuerpo, suave, sedoso, húmedo.
Mis visitas al serpentario continuaron, hasta que cambiaron al cuidador. Ya no tuve acceso a mis sensuales amigas.
Un año después, en el mes de abril y viviendo en un anexo de la casa de mis padres tuve al fin mi primera serpiente. No era muy grande y por supuesto no era venenosa. Yo era una chica ya seria, decente y formal, como se dice. Trabajaba en una compañía productora de discos, una discográfica. Si bien salía con jóvenes de mi edad y disfrutaba de la libertad de vivir sola, no me atrevía a compartir mi fascinación por las serpientes con los amantes que había tenido a la fecha, ya que mucha gente no hubiera sabido apreciarlo en realidad.
Me encantaba dejar que mi serpiente se paseara por mi cuerpo desnudo. Me metía a la bañera, con el agua muy caliente, derramaba aceites aromáticos, con ellos frotaba todo mi cuerpo y me acostaba en el piso para que mi serpiente lo recorriera. El calor que emanaba de mí, la atraía. Iba paseándose por mi cuerpo húmedo, la sensación de su piel fría sobre mi piel hirviendo, su sinuoso movimiento por mi vientre y mis senos, era delirante.
II.
Los contactos con mis serpientes era más que todo sensual. Debo decir que ya tenía tres y a todas las había acostumbrado a recorrerme por entera, lo cual me producía mucho placer y fuertes orgasmos.
Para la producción de un video del grupo HIND, un grupo de punk alternativo, se buscó una enorme serpiente, una gran y bella boa de colores pálidos entre amarillos y verdosos, en su parte más gruesa no podía asirla con mi mano, era de verdad enorme y pesada. Casi 35 Kilos.
Por 48 horas no dejé de consentirla, me encargaba de alimentarla y el dueño del animal, Steve, agradeciendo mis atenciones, entabló una amena charla conmigo. Me preguntó que era lo que me atraía de las serpientes y le hablé de mi pasión por ellas, le conté de mis tres serpientes en casa y de mis estudios sobre serpientes y desde ese momento sentí que había encontrado alguien igual a mí.
Al terminar la grabación del clip, intercambiamos números. Aparte de su amor por estos animales, era un hombre simpático y ocurrente. De risa fácil, mucho mayor que yo como de 42 años, cabello canoso y abundante y de buena constitución física. Dudé un poco en llamarlo, sin embargo lo hice entre semana. Hablamos un rato y cuando me invitó a ir a su casa me entusiasmé mucho con la idea. Cuadramos para el sábado, nos veríamos para subir el cerro Ávila (que bordea la ciudad de Caracas), subimos por Sabasnieves y quedé admirada de su condición física, mucho más cuando se quitó la camiseta y vi su torso sudado. Luego me invitó a refrescarnos en su casa, acepté con gusto. Era una gran casa sobre la 8va transversal de Los Palos Grandes, con un gran patio con una mata de mango, en verdad enorme. Tenía en su casa seis grandes animales, entre ellas la boa que había conocido en el estudio de grabación. Ésa la tenía suelta, me enseño también una traga-venado que tenía en el patio, así como otras guardadas en jaulas. Sólo dos boas deambulaban libres por la casa. Eran hermosas, la más grande era la que había llevado al estudio, la otra era de colores más definidos, un verde esmeralda bellísimo y de un metro de largo.
Yo transpiraba muchísimo, eso me incomodaba un poco por lo que pedí el baño prestado a mi anfitrión, lavé mis manos y mi cara, incluso mi cuello, me recogí el cabello y me vi al espejo para regañarme por haber aceptado venir en esa facha. Volví a la sala y lo vi en el suelo sin camisa, recostado de la gran boa, acariciándola mientras se tomaba un te helado. Cerca de él en una mesa, había un te para mí. Me acerqué, me dio el te y nos pusimos a charlar, la escena me pareció tremendamente erótica , nuestros cuerpos transpirando, él sin camisa y las serpientes.
No se bien relatar cómo sucedió todo, quién hizo el primer movimiento, pero al cabo de unos minutos estábamos besándonos, acariciándonos y desvistiendo nuestros cuerpos, en medio de aquellas bellas serpientes que por momentos rozaban nuestros cuerpos. Yo no cabía en mí de la excitación, el roce de las serpientes, sus palabras en mi oído sus manos, todo me ponía más y más caliente. El se separó de mí para colocar la boa pálida sobre mí, dejando su cuerpo más grueso sobre mi pubis y comencé a mover mis caderas, mientras él me besaba y acariciaba mi sexo, hasta producirme un orgasmo inédito, colosal.
Acercó su boca a mi sexo, tomo uno de los hielos del te en su boca y lo empujó dentro de mi vagina, al tiempo que lamía sin parar mi clítoris, justo cuando mi segundo orgasmo se anunciaba, penetró sin avisar en mi intimidad, moviendo a buen ritmo sus caderas, envistiéndome una y otra vez, hasta descargarse en mi vientre
Me sentí dichosa. Al fin podía compartir mi pasión por las serpientes, con alguien que como yo disfrutaba del sexo con estos bellos animales. Me llevó en brazos a la bañera, abrí el agua caliente, casi 38° -casi quemaba mi piel- y se metió a mi lado, trayendo consigo la boa más grande. Seguimos nuestro trío, caricias
,
que no identificaba de quien. El gran animal, sensual por mi cuerpo dejaba mi piel sensible y excitada, mientras mi boca bebía con pasión la boca de quien creía mi alma gemela.
III.
Nuestros encuentros se hicieron frecuentes, durante varias semanas que convirtieron en meses, disfrutamos de los placeres compartidos. Cuando teníamos seis meses de estar juntos me regaló una boa que hizo traer de Brasil, era aun pequeña de unos cincuenta o sesenta centímetros, como un brazo de grueso. Ese día, nos reunimos en mi casa, nos metimos en la bañera y nos ofrecimos a las caricias de mis serpientes, mucho más pequeñas y pesadas, que ofrecían, sin embargo, un lujo de caricias por todo el cuerpo.
Steve guardó mis serpientes en su caja y me anunció algo especial, me besó en los labios mientras me masturbaba con sus manos, separando mis labios vaginales con sus dedos y hundiendo en medio su dedo corazón. Sus caricias me tenían ya muy caliente, entonces acercó la pequeña boa a mi sexo, me pidió que mantuviera las piernas muy abiertas y tranquilas y así lo hice. Luego algo increíble, la pequeña boa, comenzó a abrirse paso entre los pliegues de mi sexo, en un instante sentí como su cuerpo firme y fibroso me llenaba por completo, la excitación no me permitía pensar hasta donde mi anatomía permitiría la invasión, la intensidad de las sensaciones del momento me impedían incluso respirar, lo cual hacía con dificultad, sintiendo cómo en cada respiro el animal se adentraba en mí. Cuando la mitad del cuerpo del animal estuvo dentro, él se acostó a mi lado, para besarme y acariciarme, mientras yo no resistía las ganas de mover mis caderas. Así lo hice y él se dedicó a lamer mi clítoris. La boa llenaba mi vientre, mi vagina, mi sexo y yo la sentía moverse. Los orgasmos se hicieron un continuum cada vez más intenso, hasta la llegada de unas contracciones algo dolorosas en mi vientre, él apoyó su mano y el animal comenzó a salir de mí, se apreciaba por encima de mi vientre su movimiento, coincidiendo en mi vagina ambos de sus extremos, hasta salir por completo.
Yo me sentía agotada, sentí cómo el cuerpo del animal subía entonces por mi vientre, bañado de mis fluidos, rozando mis pechos, de camino hacia mi boca, al sentir mi olor de hembra en el cuerpo de aquel maravilloso animal, lo besé, metí su cabeza en mi boca, lamí todo su cuerpo, limpiándolo y agradeciendo el placer brindado.
Mi relación con Steve se prolonga hasta hoy en día. Nuestras serpientes ya son 12. Repetí la penetración varias veces, hasta que la serpiente llego a medir unos 80 cm. y ya que las sesiones se hacían muy largas
Como Eva en el paraíso, seducida por la serpiente, sin culpa o remordimiento, me entrego a ellas en un paraíso de sensaciones.
Nota de la autora:
** Este es un relato ficticio, investigué para hacerlo creíble, esperando complacer y en especial no ofender a los amantes de este género. *