Culpable o inocente

¿Qué extraño secreto escondía aquel chico tan precioso?

Culpable o inocente

1 – Un tropiezo

Acababa de salir de clase. Serían algo más de las dos cuando charlaba con un grupo de amigos y amigas en la esquina de arriba de la calle esperando el autobús. Sonó el móvil y oí una voz muy desesperada:

  • ¡Nando, Nando! ¡Dios mío! ¡Ven corriendo! ¡Estamos en la puerta del bar Cecilia! ¡Salu se ha desmallado! ¡Corre!

Mi amiga Salu vivía cerca del instituto, pero calle abajo. Supuse que le había dado uno de sus ataques epilépticos. El autobús ya venía, pero salí corriendo a buscarla asustado esperando que no se hubiese dado un mal golpe. Corría a toda velocidad y empecé a atravesar el grupo de gente que iba a coger el autobús. En un instante, me encontré delante a otro chico que corría en sentido contrario y ninguno de los dos pudimos parar. Nos golpeamos con tal fuerza, que el chico cayó al suelo y todos sus libros se desparramaron por la acera pisados por la gente, que como suele suceder, ni se preocupa de lo ocurrido y pasaba pisando los libros y papeles.

Tardé un poco en reaccionar y me levanté. Ayudé al chico a levantarse y le pregunté si se encontraba bien. Se estaba colocando bien las gafas.

  • Perdona, chaval – le dije ahogado -, te ayudaré a recoger todo esto.

  • ¡No, déjalo! – contestó -, ha sido una coincidencia. Corría demasiado para no perder el autobús, pero me parece que ya se va.

  • Perdóname un momento – le dije apurado -, yo corría porque una amiga mía parece haberse desmayado ahí abajo.

  • ¡Corre, corre! – me dijo -, yo iré recogiendo esto.

  • ¡Gracias! – le grité mientras volvía a correr - ¡Ahora vuelvo, espérame!

Afortunadamente, lo que le había pasado a Salu era que se había puesto a régimen para adelgazar (cosa que no debería hacer sin consultar antes al médico) y le dio una lipotimia. No se dio ningún mal golpe y ya se estaba incorporando despacio.

  • Nando – me dijo Joaquín -, vienes muy alterado y muy colorado. Tranquilízate que no ha pasado nada.

Me acerqué a hablar un poco con Salu, pero me dijo lo del régimen y que no le había pasado nada.

  • ¡Pues no hagas tonterías! – le grité -, ya sabes que no debes hacer esas cosas. Los demás nos preocupamos y nos asustamos por culpa tuya. Casi mato a un chaval de un golpe en la puerta del instituto.

  • ¿De verdad? – dijo asustada -; yo estoy bien, en serio. Tomaré algo de agua y subiré a casa. No me pasa nada. Vete a ver qué le ha pasado a ese chaval ¿Le has hecho daño?

  • No lo sé, Salu – seguía ahogado -, pero le he dado un golpe tremendo y lo he dejado caer. Sus libros y papeles están todos por los suelos.

  • Pues, anda – me acarició la mejilla -, ayúdale a él. Yo estoy bien, de verdad.

  • ¡Gracias, Salu! – comencé a andar – y no me hagas esas tonterías que me vas a matar a sustos.

Fui a paso ligero hasta la puerta del instituto y allí estaba agachado el chico recogiendo sus cosas pisoteadas. Me acerqué a él y le puse la mano en el hombro.

  • ¡Oye! – le dije -, ya he vuelto ¡Déjame ayudarte! Está todo esparcido y pisoteado.

  • No importa, tío – me dijo -, ha sido un despiste. Iba mirando al autobús y no te he visto.

  • Ya – contesté -, pero yo iba mirando hacia abajo y debería haberte esquivado.

Me agaché y me puse a recoger libros y papeles. Muchos de ellos estaban doblados y arrugados y otros estaban manchados y pisoteados.

  • ¡Joder, tío! – exclamé -, ¡lo siento! Te ayudaré a ordenarlos.

  • ¡Déjalo, no importa! – me miró con timidez -, esta tarde los ordenaré.

  • Soy Nando, ¿y tú?

  • Soy Sebas.

  • ¡Mira lo que te he hecho! – le dije - ¡Joder! Voy a ayudarte a ordenar esto.

  • Es que no puedo entretenerme – dijo apurado – y ya he perdido el autobús.

  • Es igual – le dije -, no tengo que estar en casa a ninguna hora. Allí nadie me espera. Tomaré un taxi y te llevaré a tu casa.

  • ¡No! – apretó sus libros apurado -, vivo muy lejos. Déjalo. Ya veré lo que hago. Pero no puedo entretenerme. Mi tía me lleva la comida y si no estoy, me quedo sin comer.

  • ¡Joder, Sebas! – lo miré fijamente - ¡Entonces es más fácil! Comeremos juntos y los ordenaremos. El único problema es que tu tía se quedará con la comida colgada.

  • ¡Bueno! – contestó -, eso no importa tanto. Vive en el noveno de mi mismo bloque. Ya le explicaría yo mañana lo que ha pasado ¡Je! ¡Nunca sabe uno lo que le puede pasar! Pero… ¿Dónde vamos a comer?

  • Verás, Sebas – le expliqué -, yo vivo en un sexto piso compartido, pero se han ido dos; un tío y una tía que han acabado liándose… ya sabes. Podemos comer en una pizzería que hay cerca y ordenar los libros en el piso. Yo tengo allí el coche y te acercaré más rápidamente.

  • ¿Lo dices en serio, Nando?

  • ¡Pues claro! – observé aquel desbarajuste -, no tengo nada que hacer ni compromiso con nadie.

  • ¿Está muy lejos tu piso?

  • Cogemos el metro allí – le señalé a la esquina – y nos deja en la puerta de casa. Enfrente está la pizzería.

  • ¡Joder, Nando! – sonrió - ¡Gracias! Me siento agobiado y solo para volver a mi casa.

  • ¿Vives solo? – indagué -.

  • ¡No! – contestó con cara de asco -, vivo con mis padres que son un coñazo, pero van a estar un mes fuera y mi tía me baja la comida a las tres ¡Estoy harto, en serio! Y encima me pasa esto – se le saltaron las lágrimas -.

Nos pusimos en pié y le eché el brazo por encima.

  • ¡No te preocupes, hombre! – le dije -, mientras pueda ayudarte… ¡Cuenta conmigo!

2 – Entre los papeles

Me quedé mirándolo más atentamente. No podía disimular su tristeza. Pero en vez de bajar los ojos, me miró con esa expresión que pide ayuda. Supe enseguida que necesitaba a alguien, pero no a mí. Yo no era más que un desconocido para él. De un vistazo, observé su pelo castaño claro con un tupé un tanto largo que caía sobre el arco de sus gafas de montura dorada muy fina y redondeadas; sus labios carnosos y muy rojos y un pequeño hoyito en su barbilla; un collar de piedras de colores que asomaba sobre un cuello redondo gris de un chaleco y unos pantalones grises del mismo color con zapatos negros muy brillantes. Me pareció un chico de familia pudiente y educada. Tal vez por eso no entendía su tristeza.

Nos repartimos los libros y papeles y comencé a hablar en broma hasta que le arranqué una bellísima sonrisa. Pero siguió sonriendo hasta que nos sentamos en la pizzería.

  • ¡Jo, qué grandes las ponen aquí! – exclamó - ¡Espero que estén buenas!

  • ¡Sin duda! – le dije -, yo vivo ahí enfrente, en ese bloque y bajo mucho a comprarlas ¡No voy a hacer al repartidor que cruce la calle por no salir!

Comimos con apetito y nos reímos mucho. Los dos bebíamos refresco.

  • ¿Eres de aquí? – me preguntó más adelante -; tienes un cierto acento

  • ¡No! – le contesté -, pero se supone que iba a estar con mis tíos y, cuando ya estaba todo arreglado, se pelearon con mis padres, así que me buscaron un piso compartido. Yo pago la tercera parte, ¡bueno, mis padres!, pero ahora me he quedado solo hasta que entre un nuevo compañero… o compañera.

  • ¡Joder! – miró abajo -, ojalá pudiera yo venirme aquí a vivir. Prefiero un piso compartido con gente joven que tener que vivir con mis padres. Son unos carcas viejos y protestones. Menos mal que mi tía es muy rica y siempre me prepara lo que me gusta; me compra ropas. La quiero mucho.

  • Pues ya verás el piso que tengo ahora para mí solo – me reí -, pero, claro, ¡averigua quiénes pueden tocarme de compañeros!

Al terminar el almuerzo, nos peleamos por pagar, pero como a mí ya me conocían, no dejaron pagar a Sebas.

Subimos al piso y ya le advertí en el ascensor que no esperase un apartamento de lujo, pero le gustó. Le gustó el sitio, le gustó la vista y le gustaron las habitaciones.

  • ¡Jo! ¿Sabes una cosa? – me miró sonriente - ¡Ya quisiera yo vivir aquí, cerca de esa pizzería y lejos de mis padres! Si mi tía me ayudase… ¿Cuánto pagas al mes?

  • Pues depende, Sebas – le dije – del piso pago 220 euros al mes y luego… pues lo que gastes en comer y eso.

  • ¿220 nada más? – abrió la boca - ¡Es un chollo!

  • ¡Bueno! – le dije -, es un chollo si no cuentas con que tienes que aguantar a quien te toque y con el resto de los gastos. Hay que comer, hay que comprar bebidas, lavar la ropa

  • ¡Eso para mí es un chollo, Nando! – me miró fijamente -. En casa no pago nada, pero vivir allí es pagar demasiado. Mi tía es un encanto, te lo juro. Algunos meses me da hasta 300 euros para mis gastos… 80 euros para la comida y eso… ¿es poco?

  • ¿Quieres decir que tu tía estaría dispuesta a darte 300 todos los meses y tú estarías dispuesto a ocupar aquí una habitación? – pregunté sorprendido -. Es que con los 80 tuyos para gastos y los míos, que son 100, podríamos vivir muy bien. La cosa es que nos metan a otro u otra que haya que aguantar.

  • Por lo que calculo – dijo pensando -, este piso compartido le da al propietario 660 al mes ¿Y si pagamos 330 cada uno?

  • ¡No sé, Sebas! – exclamé -; entiendo que quieras y puedas pagar eso, pero habría que consultarlo con el propietario ¿no? Yo tendría que consultarlo con mis padres… ¡Son 100 euros más!

  • Déjame a mí esa parte que la entiendo bien – me aseguró – y por otro lado voy a intentar sacarle a mi tía un poco más ¡Jo! Creo que te estoy agobiando.

¡No! ¡Por Dios! – empecé a poner libros en la mesa -, ya eso se verá. Ahora vamos a ordenar tus cosas ¿Vale?

Me miró con cara de felicidad e hizo un gesto de aprobación. Me senté en el sofá y empecé a averiguar por dónde empezar a poner orden en todo aquello.

  • ¿Puedo pasar a lavarme las manos? – preguntó -; se ensuciarán otra vez, pero

  • ¡Pasa, pasa! – le dije -, ya sabes donde está el baño.

Empecé entonces a mirar tanto papel desordenado y pisoteado y, cuando me di cuenta, me encontré con un sobre en la mano. Era una carta donde sólo ponía Sebas a mano y no tenía remitente ni sello ni matasellos. Quise ver lo que había dentro por si era importante, pero sólo encontré un folio manuscrito (de letra muy bonita, por cierto) y comencé a leer:

«Lo siento, pero no aguanto tus celos. Si no me aceptas tal como soy no puedo seguir contigo. Olvídame. Adiós».

La carta no estaba firmada con un nombre legible. Y estaba mirándolo pensativo cuando apareció Sebas, vio la carta y me la quitó de las manos.

  • Eso no tiene importancia – dijo -, la romperé. Veamos mejor los libros y los apuntes.

Lo miré seriamente y, quitándole la carta, la aparté a un lado poniéndole la mano encima.

  • ¿No tiene importancia? – le pregunté -. Me parece que sí la tiene.

  • ¿La has leído? – preguntó intrigado -; no le des importancia.

  • Puede que no le dé importancia a una carta personal – le dije -; es asunto tuyo. Pero alguien dice que no le aceptan tal como es y dice adiós. Si te parece bien, mientras ordenamos estos papeles, puedes contarme eso sobre los celos. Tal vez, pudiera yo ayudarte. No sé.

  • ¿Por qué has cogido esa carta personal antes que otros papeles? – preguntó extrañado - ; ¡hay muchos!

  • No lo sé – le dije -, ha sido lo primero que ha venido a mis manos y pensé que podría ser importante.

Agachó la cabeza y miró hacia el balcón. Después de un corto silencio de meditación, comenzó a hablar.

  • ¡Verás, Nando! – me dijo -, no pienses mal de mí. Esa es la carta de un amigo. Habla de celos, es verdad, pero no soy celoso ¡Jo! ¿Por qué tengo que hablar estas cosas contigo?

  • ¿Se las vas a contar a tu madre? – le dije riendo -. No seas tonto, hombre, que sé de que va el tema y pretendo ayudarte.

Me miró sorprendido. Sus ojos tras los finos cristales de sus gafas eran aún más brillantes de lo que cualquiera pudiera imaginar.

  • ¿Tienes Coca-Cola fresca? – preguntó -.

  • ¡Claro! – le dije levantándome -, es lo que bebo.

Seguí hablando mientras sacaba dos latas:

  • Si leo en la carta que alguien piensa que eres celoso… no es que sea psicólogo, me falta mucho para eso, pero… podría pensar que lo eres. Sin embargo, la frase que viene detrás me dice que no eres tú el celoso, sino que es la otra persona la que te es fiel ¿Me equivoco?

  • ¡Joder, pues no del todo!

  • ¡Claro que no! – le pellizqué la nariz -, no eres celoso; te la han estado dando, que es distinto. Pero te la ha estado dando alguien… ¡Bueno! Es un tío, supongo.

Se quedó mirándome espantado.

  • ¡Mira, Sebas! – le dije con calma -, soy gay; no voy a asustarme por eso. Si ese tío te la está dando con otro, pues es que no te quiere. Es lo que pienso, chico.

Miró al suelo y comenzó a hablar tímidamente:

  • ¿Cómo has llegado a esa conclusión? Me asustas. Yo también soy gay, pero pensaba que estaba con alguien que me quería tal como soy. Pensé que habría una cierta fidelidad, pero me pedía que le dejase acostarse con quien quisiera. No. No son celos; es que eso no es lo que hablamos.

  • ¡Supongo! – contesté -; o se está con alguien para follar un rato o se hace un compromiso serio; un pequeño pacto tácito de fidelidad.

  • ¿Qué es tácito?

  • Que es sin palabras – le aclaré –; hacéis un convenio de seros fieles, de no engañaros. Eso es lo que yo tomo por verdadero amor. Pero me parece que aquí hay alguien que es aficionado a follar con variedad.

  • ¡No! – levantó la voz - ¡No quiero verlo más! ¡No me haría caso, no me escucharía!

  • Haremos un trato, Sebas – le señalé con el dedo -; vamos a ordenar tus papeles que te hacen falta. Luego, habla con tu tía todo eso de venirte a vivir aquí y… luego… déjame ser tu amigo.

Me miró sorprendido. Sabía lo que estaba diciéndole y se puso a ordenar papeles.

  • ¡No me has contestado, Sebas! – le dije -; tal vez te caigo mal… no sé.

  • ¿Mal? – preguntó extrañado - ¿Piensas que te puede caer mal un tío que te ayuda desde el principio sin conocerte de nada?

  • Podría ser… - le respondí -, no sé

Pensó un poco mirándome y se quitó las gafas para limpiarlas. Guardó el pañuelo y me miró riendo.

  • ¿Qué es lo contrario de mal, Nando? – me preguntó -.

  • Pues… bien, o muy bien – le dije -; depende. ¿Por qué lo preguntas?

Se sentó a mi lado y me sentí un poco intimidado, pero lo único que hizo fue besarme en la cara y acariciarla con su mano muy despacio.

  • Eres muy guapo, Nando – dijo -, pero eso no significa ya nada para mí. Lo que tiene significado es que hayas dejado a tu amiga, me hayas ayudado, me hayas dado ideas y me hayas traído a tu casa para ordenar todo esto. Eso no lo hace cualquiera.

  • Yo sí – le dije - ¿Por qué no? La culpa fue mía.

  • Pero ¿lo haces por algo?

Me quedé mirándolo fijamente y miré su pelo y sus labios y puse mis manos sobre sus rodillas.

  • No te lo puedo asegurar, Sebas – le dije -, pero me gustas mucho. ¡Bah! No sé. Estás muy bien, pero te ayudo por el accidente. No quiero nada a cambio.

  • ¡Déjalo, déjalo! – exclamó -, vamos a ordenar esto y hablamos. Tú me gustas también. No es por celos ni por venganza, pero ese chaval ya no existe para mí.

  • ¡Ordenemos esto también! – concluí -; te hará falta.

3 - Entre dos

Ordenamos los papeles y, de vez en cuando, se rozaban nuestras manos y nos mirábamos sonriendo.

  • ¿Te importaría que me viniera a una habitación de este piso? – me preguntó ordenando cosas -.

  • Pues no – le dije -, la verdad es que te preferiría de compañero a que se viniera un pelanas hippie o uno que no se lavase casi nunca.

Se echó a reír tirándose en el sofá y, al levantarse, me abrazó y me besó la mejilla. Sin soltarme, me dijo que iba a llamar a su tía. Puso el altavoz.

  • ¿Tía Cloti?

  • ¡Ay, sí, cariño! Pensaba que te había pasado algo.

  • No te preocupes, tía, siento haberte dejado la comida de hoy pero estoy de un curro que no imaginas.

  • El trabajo es lo primero, sobrino; luego viene todo lo demás y en el orden en que tú quieras ponerlo.

  • Verás… no sé si te va a molestar, tía Cloti – me miró insinuante -, pero es que necesito trabajar con unos compañeros hasta tarde. Ya sabes, los exámenes

  • ¡Pues claro, vida mía!, para dormir solo abajo en casa, quédate donde quieras, pero no me seas guarro, cuida tu aseo; y toma tus pastillas.

  • Es que… además, quería preguntarte otra cosa.

  • ¡Dime, pequeño!

  • Como tú me das un dinero al mes

  • ¿Necesitas más? – le contestó apurada - ¿Cuánto necesitas?

  • No quiero abusar de ti, pero si me puedes dar algo más

  • Dime una cantidad – le dijo con naturalidad -, pero no me pidas los 1000, porque entonces el tito me mata.

  • ¡No! – contestó muy contento -; ¡mil no! Sólo algo más de lo que me das.

  • Ammm – pensó su tía - ¿Te irían bien 400?

Me quedé alucinado. ¡Su tía era capaz de darle hasta 400 euros al mes!

  • Bueno, tía – le dijo -, no pensaba en tanto, pero si me surge algo

  • ¿Si te surge algo? ¿Piensas irte de casa de una puta vez? ¡A tu madre no hay quien la aguante, hijo!; lo entiendo. Yo te ayudaré.

  • ¿Cómo sabes eso, tía Cloti?

  • Hmmm… Se nota cómo te trata y esperaba que de un día a otro, la dejarías plantada. Pero no dejes de avisarme para todo lo que te haga falta ¡No dejes los estudios o dejaré de ayudarte! No le diré a ella nada. Avísala tú cuando vuelva.

  • No te preocupes, tía. Sabía que ibas a ayudarme y no voy a defraudarte.

  • ¡Ay, mi Sebas! – se quejó su tía - ¡Si tu madre te quisiese la mitad de lo que te quiero yo…!

  • Te quiero, tita. Mañana iré por allí a verte.

Lo miré asustado, le sonreí y le eché su mechón de pelos hacia atrás. Colgó.

  • ¿De verdad estás pensando en venirte aquí? – le pregunté incrédulo -.

  • ¡Claro! – me dijo -; ahora me falta ver la forma de que nadie más ocupe la tercera habitación.

  • Pero es que le has dicho a tu tía – le dije asustado – que te ibas a quedar estudiando

  • Si no quieres o no puede ser – dijo -, no pasa nada. Me voy a casa y ya está.

  • ¡No! ¡Pensarás que te estoy echando! – dije enseguida -; no es eso. Hay habitaciones y ropa limpia. También tengo cosas para cenar y desayunar. Podríamos volver juntos al instituto por la mañana.

  • Podemos estudiar un rato, ver la tele, charlar… y

  • ¿Y qué?

  • ¡Jo! Pensarás que soy un aprovechado.

  • ¿Por qué? – le dije -, aquí hay de todo y ya está pagado. Si te vas a venir, los gastos serán menos; ya verás. Lo de la tercera habitación

Nos quedamos mirándonos y en silencio y, de pronto, se puso a ordenar papeles. Sabía que lo hacía por evitar hablar de ciertas cosas conmigo, así que le cogí la mano y tiré de ella para que dejase los papeles.

  • ¿Por qué no eres sincero conmigo?

  • ¿Yo? – exclamó -; no te estoy mintiendo, de verdad.

  • Lo sé muy bien – le acaricié la mano -; no me estás mintiendo, pero me estás omitiendo cosas.

  • De acuerdo – dijo -, pero por favor, no te enfades conmigo.

  • ¿Por qué iba a enfadarme? – me extrañé - ¿Crees que no sé lo que piensas?

  • Me parece que sí – rió -, conoces a la gente como los psicólogos.

  • No – le dije indiferente -, pero sabiendo que te entregaste a alguien y que luego te la ha dado, se sabe que ahora estás solo. Sabes que yo también estoy solo. Y le has dicho directamente a tu tía que te ibas a quedar a dormir aquí… conmigo ¿Me equivoco?

Se asustó y abrió la boca. Se abrazó a mí y se echó a llorar. Había sufrido una desilusión muy grande. Quizá tenía hechos grandes planes. Ahora… sólo me tenía a mí y yo sabía que le gustaba.

  • ¿Sabes, Nando? – dijo en voz baja -, me gustaría vivir aquí contigo. Si tus planes son otros… Pero he pensado que podemos dar clases particulares. Creo que pagan 10 euros por clase. En 10 clases ya tendríamos pagada la tercera habitación.

  • Pero no te engañes ni me engañes – le apreté el hoyito de su barbilla -; si no quieres a nadie más aquí, es que quieres estar sólo conmigo ¿Voy bien?

  • ¡Jo, qué corte!... Sí.

  • Pues entonces sobrarían dos habitaciones.

Me miró sonriendo; estaba contento. No dejó de abrazarme.

  • ¿Sabes? – pensé un poco -. Le diremos al propietario que le pagaremos el total del alquiler, pero que necesitamos las otras dos habitaciones para estudios. Es un buen hombre. No le importará ¡Joder, estamos empezando la casa por el tejado!

  • ¿Y por qué no hacemos los cimientos? – preguntó -; la mezcla me parece que ya está hecha.

  • Me parece que sí – me levanté y tiré de su mano - ¡Ven!

Lo llevé al dormitorio más grande, el mío. Tenía cama de matrimonio y televisión y mesillas con lamparitas. En la pared del fondo tendríamos un armario muy grande para los dos.

  • ¡Mira! – le dije -, este es el mío. Es el mejor del piso; calentito en invierno y fresco en verano. Cuando sale el sol, entran los primeros rayos hasta la cama, pero en verano se oculta hacia el otro lado. Podría ser el nuestro.

Me miró sonriendo y no pude evitar darle un beso en la cara.

  • ¡Me gusta! – exclamó -, además es el que está más cerca del baño.

  • Por eso – le hable de cerca y con voz baja -, hay que hacer los cimientos, la amistad. Cuando estén firmes, iremos construyendo hasta donde podamos.

  • Yo no quiero estar solo – dijo -, pienso que si dos se respetan pueden estar siempre juntos.

  • Es que es así – le aclaré -; te han mentido, tal vez sin saberlo, pero él necesitaba estar libre y no atarse a nadie. Me parece que ni tú ni yo somos así.

  • ¿Sabes, Nando? – me miró embobado -; me gustan las ciencias y el arte. Eso es lo que veo en ti; un ser humano, con sentimientos, y belleza.

El abrazo ya no fue igual. Él estaba echado en el bastidor de la puerta y nos besamos durante mucho tiempo. La luz del día corto de invierno se iba apagando poco a poco y nuestros cuerpos se fueron empujando despacio al interior del dormitorio. Al final, nos sentamos y, sin ponernos de acuerdo, comenzamos a quitarnos la ropa.

  • ¡No! – me susurró -, no te desnudes del todo. Sigamos así y vayamos quitándonos la ropa poco a poco. Descubrámonos.

  • Casi te parto las gafas esta mañana – le acaricié el pecho -.

  • Pues no – dijo -, se salvaron. De todas formas, sin gafas también podría ver lo bonito que eres.

Metí mi mano por debajo de su camiseta y toqué su pecho suave. No tenía ni un vello. Con la otra mano, eché su tupé hacia atrás y le acaricié la cara y la cabeza. Se quitó las gafas y las puso en la mesilla y entonces comenzó nuestro primer encuentro. Fue sencillo. Ninguno de los dos queríamos empezar con sexo duro, así que cuando estuvimos desnudos del todo, nos tapamos y besándonos frenéticamente y diciéndonos cosas, nos hicimos una paja.

  • ¡Oh, Nando! – exclamó - ¡Qué feliz soy ahora!

  • ¡Tanto como yo! – le dije -; no pensaba que un tropezón acabaría en caricias tan deliciosas con un ser tan delicioso. Nos quedamos un ratito aquí disfrutando el uno del otro, nos levantamos y nos duchamos; nos ponemos cómodos y cenamos algo. Cuando vengamos a dormir

  • Sí, sí – me habló al oído -, cuando volvamos a dormir, ya se habrá fraguado la mezcla.

4 – Luna de miel

Cuando cenamos, nos sentamos un poco a ver la tele, pero ni la programación era interesante ni podía estar pendiente de ella con la belleza que tenía a mi lado metiéndome la mano por la bata y tocando todo lo que encontraba. Así que apagué el televisor y me puse a besar inmediatamente a Sebas abriéndole la bata al mismo tiempo. Nos levantamos despacio y besándonos y así fuimos hasta el dormitorio. En menos de lo que se piensa estábamos los dos en pelotas. Su cuerpo era muy delicado, sin vello, más bien delgado y tenía ya una erección muy atrayente. Quité la colcha y nos echamos sobre las sábanas. Él se colocó sobre mí y apretaba su polla con la mía mientras no dejaba de besarme por todos lados. Fue bajando hasta mi pecho y luego hasta mi ombligo. Me hacía cosquillas. Entonces se apartó y fue subiendo su cuerpo hasta poner su polla cerca de mi cara y comenzó a mamármela despacio. Agarré la suya y tiré de su cuerpo. Lo dejó caer y abrí mi boca para que entrase su polla.

Aquel 69 duró bastante tiempo. Un par de veces paré y le dije que se esperase un poco. Su forma de mamarla era muy buena. Al final, me pareció que sus movimientos indicaban que iba a correrse y dejé de aguantar el placer que recibía. Casi simultáneamente, nuestros cuerpos empezaron a moverse más y más hasta que sentí que me corría en su boca y, casi al momento, me entró un chorro de leche caliente en la boca que retuve con un gran placer. El olor de su piel y el sabor de su leche eran muy parecidos. Cogimos unos pañuelos y escupimos los dos allí juntando nuestro semen. Se dio la vuelta y siguió besándome. Le cogí las nalgas y lo apreté contra mí. Levantó su cabeza y me pareció oírle decir que no parase.

  • Es que necesito un poco de tiempo para reponerme – le dije -, descansemos un poco y echamos un polvo.

  • Podemos descansar acariciándonos y rozándonos ¿no? – me miró de cerca -. Si yo sigo ahora, me corro otra vez en nada de tiempo. Me encantas.

  • Tú me fascinas, guapísimo – le dije -, pero mi cuerpo tiene un cierto límite.

  • Saltémonos ese límite – dijo besándome toda la cara -; inténtalo. No es tan difícil.

Seguimos rozándonos y acariciándonos hasta que se echó boca abajo en la cama a mi lado y tiró de mí. Quería que lo penetrara, pero aún no me había recuperado y ya se me había puesto flácida. Sin embargo, cuando vi su culo y abrí sus nalgas… ¡Jo! Mi polla se puso otra vez tiesa en un segundo. Y me eché sobre él comenzando a penetrarlo. Me agarró por la cintura y tiró de mí. Mi polla entró casi de golpe en él. No podía creerlo. Apreté más y más, pero había llegado al tope. Comencé entonces a moverme hacia arriba y hacia abajo suavemente y él empujaba con su culo hacia arriba. Creí que me iba a hacer daño, pero me moví con todas mis fuerzas. La sacaba y la metía hasta el fondo. Él gemía suavemente y levantó su mano para cogerme el cuello y tirar de mí hacia su espalda. El hecho de haberme corrido hacía poco tiempo, me permitió darle placer un buen rato. Volvió su cabeza y me sonrió.

  • Así, así, cariño – dijo -, me encanta cómo lo haces.

Pero llegó otra vez el placer, casi doloroso, y empujé con fuerzas una y otra vez. Sentía dolor, pero sabía que él estaba disfrutando. Por fin, volví a correrme echando varios chorros de leche y abrazándolo y besándole el cuello.

Pensaba descansar un poco y sacarla despacio, pero se dio la vuelta y caí en el colchón sudando. Me tiró del brazo y me puso boca abajo y se subió sobre mí haciéndome caricias con su polla, que estaba otra vez dura. Se fue resbalando hacia abajo y besándome toda la espalda hasta llegar a mis nalgas. Tiró de ellas hacia afuera lentamente y noté su boca recorrerme por abajo hasta llegar a mi agujero y me quedé asustado. Me estaba metiendo la lengua, de alguna manera, que el placer era enorme. Respiré profundamente un rato y luego subió hasta que su polla encajó perfectamente en mi culo. Me esperaba una penetración normal, pero empujó con fuerzas dos o tres veces y grité. No me hizo caso. Siguió empujando hasta que me di cuenta de que ya no entraba más. Me agarró por la cintura, levantó mi culo y comenzó a sacarla y a meterla empujando con todas sus fuerzas. Al principio el dolor era casi insoportable, pero se fue suavizando y se fue convirtiendo en placer.

Cuando noté que empujaba con más fuerzas y más rápido soltando un gruñido al empujar, supe que se corría.

¡Joder! Estaba follando con un chico precioso, con cara de inocente, sonrisa angelical y sexo bastante duro.

La sacó de golpe y se echó a mi lado.

  • Me parece – dijo sonriéndome -, que me estoy enamorando de ti.

  • ¡Bueno! – contesté -, puede ser, pero eso tarda en saberse.

  • Yo lo sé pronto – contestó seguro -; un cuerpo como el tuyo me vuelve loco.

  • Tu cuerpo es precioso, Sebas – le dije -; me encanta el contacto contigo, pero necesito descansar un poco. Además, mañana tenemos clase.

  • ¡No! – dijo extrañado -, hemos quedado en que yo iba a mi casa a por mis cosas y a ver a mi tía… ya sabes, el dinero. Necesito que me ayudes y habrá que hablar con el propietario ¿no?

  • ¡Jo!, pues es verdad – le dije -; menos mal que no pierdo exámenes ni clases importantes. Iremos a tu casa, recogemos las cosas, visitas a tu tía – yo te espero abajo por si acaso – y llamo a Elías. Ya verás. Es un hombre muy amable.

  • Pues entonces no hay prisas – dijo recogiéndose el pelo -; echaremos alguno más.

  • ¿Te refieres a seguir follando? – me extrañé -; me va a costar mucho trabajo.

  • Vale – me dio la espalda -, cuando te apetezca me avisas.

No entendía muy bien lo que hacía aquel chaval. Parecía una mosquita muerta, pero en la cama te destrozaba. Me quedé dormido.

5 – Salto mortal

Comenzó a entrar el sol en la habitación. Serían casi las nueve. Sebas dormía y me levanté despacio, pero cuando me vestía, le oí decir:

  • ¿A dónde vas? ¿Me dejas solo?

  • Es sólo un momento – le dije -; voy a bajar a por pan para prepararte unas tostadas.

  • ¡Ah, vale!

Se dio media vuelta y siguió durmiendo. Me sentí muy mal. Esperaba una sencilla petición de un beso de buenos días o un pequeño agradecimiento por prepararle el desayuno. Me abrigué muy bien y salí a la calle. El ascensor estaba estropeado, así que tuve que bajar y subir más tarde las seis plantas por las escaleras. Podíamos haber desayunado galletas, me dije cuando subía.

Al entrar en el salón, encontré el balcón abierto de par en par y la persiana subida. Sebas estaba sentado desnudo en el sofá, que miraba al balcón, y yo quedaba detrás de él. Me acerqué despacio y le miré. Siguió mirando al balcón.

  • ¡Sebas! – exclamé - ¡Por Dios! ¿Qué haces? ¡Te vas a enfriar!

  • Quizá no me vendría mal una pulmonía – dijo sin mirarme -; es mejor que estrellarse en el suelo desde tanta altura.

Corrí al balcón, cerré las puertas y eché algo la persiana.

  • ¿Qué estás diciendo, Sebas? – lo miré aterrorizado - ¡Tranquilo, tranquilo, amor! Voy a preparar el desayuno.

  • ¿El desayuno? – me miró con cara de asco - ¿Para qué?

Me senté a su lado.

  • Estás bien, amor mío - lo arropé con mi chaquetón -, te quiero demasiado; no me hagas esto.

  • Te he mentido – dijo con la mirada perdida -, esa carta no era de mi pareja para mí. Era mía para él. Iba a entregársela para despedirme, pero no pude dársela.

  • ¿Por qué? – estaba asustado - ¿Qué pasó?

  • No podía aguantarme – suspiró -; soy un inaguantable. Se suicidó. Ya no quiero hacerle más daño a nadie y tú eres lo más bonito que se me ha cruzado en el camino.

  • ¿A qué daño te refieres? – tenía que aclarar aquello -.

  • Necesito mucho sexo, mucho – me miró sin expresión -; si no me lo das tú, lo busco con cualquiera.

  • Espera, amor, espera un poco – le puse bien su pelo -, no hay nada que no tenga solución ¡Vamos a buscarla!

Comenzó a desnudarme. Me quedé inmóvil hasta saber lo que hacía. Me quitó la camisa muy lentamente, la camiseta, abrió mis pantalones y tiró de ellos hacia abajo. Echó su cabeza sobre mis calzoncillos y se puso a llorar. No me moví hasta ver qué pasaba y se quedó dormido. Con mucho cuidado lo puse en el sofá y lo arropé bien. Me fui al dormitorio y busqué su móvil. Pasé despacio hacia la entrada y salí a la escalera. Bajé tres plantas y busqué en su agenda «tía Cloti». Llamé y esperé. Al poco tiempo, descolgó una señora.

  • ¡Hola, Sebas, cariño! – oí - ¿Dónde estás?

No respondí.

  • ¿Oyes? ¿Me oyes? – insistió su tía - ¡Cálmate, cariño! Dime dónde estás y yo iré a recogerte. Siéntate tranquilo y no le digas nada a nadie de lo tuyo. Vas a asustar a tus compañeros ¡Vamos! ¿Dónde estas?

Lo pensé muy bien y comencé a hablar:

  • ¿Señora Cloti?, soy Nando, un amigo de Sebas. Está en mi casa, afortunadamente. Me gustaría ayudarlo, pero no sé cómo ¡Venga, por favor!

  • ¡Gracias, Nando! – dijo -; procura tenerlo a la vista siempre. No lo dejes solo. Dame tu dirección y yo iré a recogerlo.

Antes de colgar, me eché a llorar y le dije:

  • Iba a tirarse por el balcón. Está a salvo.

  • ¡Dame tu dirección y no lo dejes solo! ¡No lo dejes solo!

Poco después entré en el piso y me asomé con cuidado al salón. Aún dormía. Fui hasta la cocina y cogí un cuchillo no muy grande, pero con punta y afilado. Me senté allí en una silla desde donde lo veía y no me moví para nada. Pasó casi una hora. Creí que iba a perder la cabeza, cuando sonó el portero electrónico. Corrí a cogerlo para que no se despertara. Era su tía Cloti.

  • ¡Lo siento, señora! – le dije - ¡De verdad que lo siento, pero el ascensor no funciona! ¡Tendrá que subir por las escaleras hasta el sexto!

  • No me importa – dijo - ¡Ábreme, por favor!

Le abrí y esperé en la entrada con la puerta un poco abierta hasta que llegó ahogándose.

  • ¿Dónde está? ¿Dónde está?

  • Pase, señora - le dije -; está en el sofá dormido.

  • Bien – dijo al verlo -; ahora no digas nada. Dame su ropa y escóndete. Voy a despertarlo y a vestirlo. Me lo llevo a casa. Es bipolar. No sé si sabes lo que es eso, pero puede ser muy cariñoso y en cinco minutos ser muy agresivo. El problema está en que sus padres se han ido y lo han dejado a mi cargo, pero no toma su medicación. Lo tendré en casa unos días. Cuando se le pase, te avisaré para que vayas a verlo. Él nunca se relaciona con alguien si no lo quiere, así que no hace falta que me des explicaciones.

Recogí sus ropas y sus libros y me escondí en otro dormitorio. Me pareció oírles hablar algo con normalidad y, poco después se cerró la puerta del piso. Me fui a la cocina y solté el cuchillo. Registré todo el piso, hasta debajo de las camas, y no había nada ni nadie. Me asomé al balcón y le vi. Estaba a punto de montarse en un Mercedes blanco. Miró hacia arriba, me vio, sonrió, me lanzó un beso y se fue.

No quise ir a verlo. Su tía no me llamó. Pasó por mi vida como un relámpago.