CuloHambrieno S.A. Cap. 1 - Programando a Ricardo
Comienza la saga de la Corporación CuloHambriento, y de cómo es capaz de reclutar y transformar chicos completamente héteros en hambrientos putitos o incluso en golosas chicas trans. Esta historia tendrá varios capítulos, así que está destinada a los que gustan de leer mucho. ¡Espero que les guste!
Ricardo no podía creer la suerte que había tenido. Máxime considerando la mala racha que lo venía aquejando este año. Primero la novia que lo echó de su casa, y debió volver a vivir a la casa de su madre, luego lo despidieron del trabajo, y finalmente la reciente muerte de su mamá. Sumado a la imposibilidad para encontrar un trabajo, todo eso había desembocado en el aviso de desalojo que pesaba sobre su cabeza. Sin pareja, sin familia, sin lugar para vivir y sin trabajo, las perspectivas eran pésimas. Pero cuando la desesperación lo agobiaba, se encontró en la calle con el exnovio de una amiga de su propia ex. Ante la clásica pregunta de “¿cómo estás?”, Ricardo le descerrajó la andanada de desgracias que lo atormentaban. El chico esbozó una sonrisa extraña, casi enigmática, y le dijo: “creo que puedo ayudarte”.
Ricardo lo miró extrañado, mientras el otro muchacho le extendía una tarjeta, que había sacado del bolsillo. Ricardo la tomó y leyó: Corporación CH, con una dirección y un teléfono. El chico le dijo: llamá ahí, decile que querés una entrevista para el programa de ayuda a jóvenes sin posibilidades, y cuando te pregunten, deciles que te mandé yo. “¿De qué se trata?”, preguntó un intrigado Ricardo. “Básicamente, te dan casa totalmente equipada, comida, ropa y todo lo que necesites, a cambio de trabajar para ellos. Además de un sueldo, obvio.” En aquél momento, a Ricardo le pareció demasiado bueno para ser cierto. Pero ahora, saliendo de su entrevista de aceptación, sólo 3 días después, y con las llaves de su nueva vivienda en la mano, dinero en efectivo para el taxi y una nueva entrevista para dentro de cuatro días, para evaluar sus habilidades y ubicarlo en el mejor puesto posible dentro de la corporación, Ricardo sentía que finalmente había podido encarrilar su rumbo. Si su madre hubiese estado viva, seguramente le habría recordado el viejo refrán: “cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía”. Pero Ricardo estaba deslumbrado por la vorágine de cosas positivas que le sucedieron desde que llamó al teléfono de la tarjeta. Ni siquiera se cuestionó por qué el exnovio de la amiga de su ex, lucía ahora tan afeminado .
Al día siguiente, luego de arrancar temprano a la mañana cargando en una camioneta las poquísimas pertenencias que aún le quedaban, habiendo tenido que vender casi todo para subsistir estos últimos meses, Ricardo llegó a la dirección indicada de su nueva casa. Se encontró con uno de esos edificios medio antiguos, de propiedad horizontal, en dos plantas, con varios departamentos a los que se accede por un largo pasillo, cubierto en la planta baja, y descubierto en la planta alta. Revisó los timbres de entrada y pudo constatar que el suyo era el último departamento de la planta alta, el número 4. Eso indicaba que el 1 y el 2 estaban en la planta baja, mientras que el 3 y el suyo estaban arriba. Afortunadamente, no tenía demasiadas cosas, salvo por un par de valijas con ropa bastante gastada, unos libros y su amada Playstation.
Mientras descargaba las cosas de la camioneta, se acercó un chico de unos 20 años, flaco, no muy alto, de pelo desordenado, color castaño claro, y le dijo: “¡hola! ¿Sos nuevo en el edificio? Yo me llamo Martín, y vivo en el depto. 3. ¿Cuál te asignaron?” Ricardo se quedó helado por unos segundos. “¿Cómo sabía el chico que se lo habían ‘asignado’?” Martín siguió hablando, casi sin esperar respuesta: “todos los que vivimos acá estamos por la Corporación CH. Yo me mudé ayer. En el depto. 1 hay dos mellizos que vienen del interior. En el depto. 2 hay un músico, creo que es bajista”. Abrumado por la catarata de información, Ricardo no supo bien qué contestar, y mostrando el llavero, sólo atinó a decir: “el 4”. Martín chilló como un chico: “vas a estar al lado mío, ¡buenísimo! Espero que no hagas mucho ‘quilombo’. Y si traés minas, ¡invitá!”, dijo, con alegría estridente, cosa que incomodó un poco a Ricardo, que era bastante más reservado, y sólo pudo atinar a contestar con una sonrisa, mientras se agachaba para tomar una de las cajas con sus cosas. Martín, volvió a chillar: “¿Tenés la Play 4? Uhhhh, ¡invitame a jugar, por favor!”, y miró a Ricardo con ojos implorantes. Al recién llegado le pareció que sería de mala educación negarse, y más siendo que tendría a este chico de vecino vaya uno a saber por cuánto tiempo. “Sí, claro, pero ahora no tengo TV, así que por ahora no va a poder ser”, dijo en tono un tanto sombrío Ricardo. “Ay, tonto, ¿no te dijeron? Todos los deptos. tienen un TV LED de 46” Smart, computadora y conexión a Internet, además de un sistema de música integrado al departamento, cocina totalmente equipada, y todos los muebles. ¡Si hasta las camas son enormes y súper-cómodas!” Ricardo lo miró azorado. Sin responder, abrió la puerta y subió la escalera salteando escalones, casi corriendo, hasta su departamento. Dejando la caja en el piso abrió la puerta y se quedó boquiabierto. Un enorme living comedor, con cocina integrada, con muebles de primera, todo en impecable estado, un enorme TV LED tal como el vecino le había dicho, un escritorio con una computadora nueva, con monitor de 23”, y pasando una especie de mueble divisor, cerca de la puerta-ventana que daba a un pequeño balcón al fondo, la enorme cama, tendida con colcha de plumas, enormes almohadas, sábanas impecables y unos almohadones decorativos, completaban el ambiente. A su derecha, apenas entraba, estaba la puerta del baño, también enorme, completo, con una bañera en la que cómodamente cabrían dos personas. Se imaginó trayendo alguna mina fácil de algún bar, cosa que en la realidad siempre le había resultado imposible.
En el aire, un extraño aroma lo cubría todo. No podía identificar bien el olor, pero era bastante fuerte y no muy agradable. Detrás de él, había entrado su vecino, que, sin darle tiempo a nada, le dijo: “y esto no es nada. Revisá las alacenas y la heladera, y vas a encontrar comida. En el placard del dormitorio, tenés ropa. En el baño tenés desodorantes y perfumes. Y así todo. No falta NADA, ¡es increíble! Ah, y mirá esto”, dijo, apuntando a un panel de control sobre la pared, junto a la puerta. Le explicó cómo elegir alguno de los canales de música, cómo controlar la luz de todo el departamento y la temperatura de la climatización. Ricardo miraba fascinado. ¡Por fin su suerte había cambiado! ¿Y qué si tenía un vecino molesto? Todo esto, y gratis, a cambio de algún trabajo que le darían. Miró a Martín, y le dijo: “¿me ayudás a terminar de entrar todo, vecino?”, sonriendo sinceramente, después de mucho tiempo en que no lo hacía.
Un par de horas después, Martín se despedía y le agradecía a Ricardo por una maratón de varios partidos en la “play”, pero tenía que irse porque había concertado una visita a la peluquería, que quedaba a escasos 50 metros del edificio, y era también de la corporación, por lo que sus servicios eran también gratuitos. Ricardo cerró la puerta, aún feliz y sonriente por la suerte, y por haber encontrado un vecino tan “copado”. Se puso a revisar todo el departamento, y pudo constatar lo que le había dicho Martín. En el baño, perfumes, desodorantes, afeitadora, y cremas diversas, poblaban el interior de un completo botiquín. En la cocina, los muebles contenían juegos completos de vajilla, de ollas, cacerolas y sartenes, y la heladera y alacenas eran un muestrario de comestibles y bebidas, como hacía tiempo no veía. Fue rápidamente hasta el placard del dormitorio, y lo abrió para encontrar, con sorpresa, remeras, camisas, pantalones y zapatillas. Abrió los cajones, y encontró ropa interior, aunque se quedó sorprendido, porque él estaba acostumbrado a usar los clásicos boxers, pero en el cajón sólo había suspensores. Nunca había usado uno, ya que la idea de tener el culo prácticamente al descubierto, con un elástico metido entre las nalgas, no le resultaba particularmente atractiva. En el segundo cajón encontró medias y zoquetes de todos los colores, y en el tercero pañuelos, bufandas y guantes para el aún distante invierno. Le llamó la atención, ante tanta perfección y tanto cuidado al detalle, que el cuarto cajón estuviese totalmente trabado y fuese imposible abrirlo. Pero, bueno, todo era gratis, así que no tenía ningún derecho a protestar por semejante tontería. Levantó la vista, y fue recién en ese momento que se percató que sobre las puertas del placard y enfrentado a la cama, una TV de 32” permanecía apagada. “ ¡Tengo TV en el living Y en el dormitorio! ”, pensó entusiasmado Ricardo, y buscando el control remoto, se dio cuenta de que estaba integrado a un panel de control LED ubicado en la cabecera de la cama. Se echó sobre la colcha de plumas, y comenzó a operar el panel, para tratar de entender los controles. Finalmente, halló el menú correspondiente al TV, así que pudo encenderlo y así empezó a pasar canales. La sorpresa fue mayúscula. ¡Tenía habilitados canales porno! Esta corporación piensa en todo , sonrió internamente Ricardo, mientras pasaba una a una las distintas sintonías. Algo le resultó extraño. Aparentemente, todos los canales porno exhibían sólo porno gay. En ninguno pudo ver ni una mujer. A él no le gustaba eso, pero bueno, siendo gratis, no podría quejarse, pensó. Vio que además de los porno, también había un canal titulado “educativo”, uno de “películas” y otro de “series”. Ninguno de los canales tradicionales estaba disponible. Debería conformarse con esos. En el de películas estaban pasando “Secreto en la montaña”, y para la noche anunciaban “The Rocky Horror picture show”. En el de series, pasaban una que él no conocía, y que era una sucesión de explosiones en medio de una persecución automovilística. Las explosiones eran realmente intensas, poniendo la pantalla totalmente en blanco con un ruido sordo, penetrante. Se quedó mirando fijamente por un largo rato. Cada explosión parecía durar más y más. En algún momento pudo dejar de mirar, y se dio cuenta que ya era de noche. ¿Cuánto tiempo había pasado? Y además, ¿por qué tenía una erección tan prominente? Apagó el TV y fue al panel del living, junto a la entrada, para poner algo de música y probar la computadora. En el menú de música sólo había tres canales: Disco, 80s y LoveTunes. Probó el primero, justo cuando se escuchaba “I will survive” de Gloria Gaynor, en el segundo sonaba “A Little respect” de Erasure, y en el tercero “Total Eclipse of the heart” de Bonnie Tyler. Nada de esa música le agradaba, pero terminó por dejar “LoveTunes” para no quedar en silencio. La única crítica, tal vez, ante tanta perfección, era por un molesto zumbido de baja frecuencia permanente, bajo la música, pero que enseguida se le hizo costumbre y dejó de perturbarlo.
Eran apenas las 8 de la noche. Encendió la CPU y la computadora demoró pocos segundos en iniciarse. “ Wow. Debe tener disco de estado sólido, para ser tan rápida ”, pensó. No había demasiado instalado. Sólo un navegador, un paquete de aplicaciones de oficina, un media player, y poco más. En la máquina no había ranuras ni conectores ni nada que permitiera conectar una unidad externa a fin de instalar algún otro software. Tendría que conformarse con lo que pudiese descargar de Internet, pensó.
Mientras cargaba el navegador, se dio cuenta que su erección no había bajado. Ni siquiera había disminuido. ¿Tan caliente estaba? Desde que terminó con su exnovia, no había vuelto a estar con otra mujer. ¿Eso estaba empezando a pesarle?
Se distrajo con la pantalla del Google. Lo primero que hizo fue abrir su Gmail. En su inbox, encontró una decena de emails de la corporación. Fue abriendo uno a uno, cronológicamente. Los tres primeros, para su sorpresa, estaban completamente en blanco. Pero, aun así, la máquina demoró en cerrarlos cuando él intentó pasar al siguiente, y la pantalla flasheó varias veces con cada uno, extrañamente. En la música, se escuchaba “I am what I am”, que no parecía muy romántica. Fue hasta el panel de control y vio que estaba seleccionado “Disco”. Intentó cambiarlo, sin éxito, así que volvió a la computadora. Miró el reloj en la barra inferior y vio que eran las 10 de la noche. ¿ Cuándo pasaron dos horas ?, se preguntó, sorprendido. La otra cosa que lo sorprendió es que su erección no sólo seguía, sino que se dio cuenta de que había estado pajeándose, por la cantidad de semen semiseco que había sobre su cuerpo y sus ropas. ¿ Y esto ? ¿ Cuándo pasó ? ¿ Cómo pasó? En la pantalla, un email de la corporación le explicaba cómo utilizar los paneles de control. Obviamente, eso no era lo que lo había excitado. Revisó el historial, pero no pudo encontrar nada. Decidió no darle importancia al asunto (aunque algo en su cabeza intentaba alertarlo de la situación), y continuó leyendo los mails, hasta terminar con todos ellos. Al ver que su pija seguía totalmente erecta, en otro “tab” del navegador comenzó a buscar sus ya conocidas páginas de porno, pero en todas obtuvo el mismo resultado. Una pantalla advirtiendo que, con el fin de optimizar la conexión del edificio, la Corporación CH había instalado un proxy que sólo permitía algunas páginas, y a continuación daba una lista sugerida. Maldijo por lo bajo, ya que adoraba pajearse mirando videos de tetonas ardientes, pero se conformó pensando en que todo esto era gratis, y comenzó a visitar las páginas sugeridas, una por una. Aunque no lo sorprendió, y tal vez intuyendo que pasaría lo mismo que con la TV, se desilusionó al ver que todas las páginas desplegaban infinidad de clips de porno gay. Harto, se levantó, dejando en pantalla un mosaico de esos videos, y fue hasta la cocina para prepararse algo de comer. Decidió hacerse unas hamburguesas, y unos minutos después se sentaba nuevamente frente a la computadora, con una hamburguesa en su mano izquierda, y su mano derecha acariciando su pija mientras su vista recorría los videos de la pantalla. El hambre le impidió descartar la comida, pero el extraño sabor le llamó la atención. No pudo prestarle demasiada atención porque la acción en la pantalla de la compu lo distrajo. ¿Por qué estaba mirando videos porno gay? ¿Desde cuándo esto lo excitaba? Decidió buscar algún video musical en Youtube, pero obtuvo el mismo cartel del proxy de la corporación. Sin siquiera pensarlo, presionó “back” en el navegador, y volvió al mosaico de videos porno gay. Comenzó a recorrerlos, uno a uno. Su mente fue dejándose llevar, cada vez más abstraído de la realidad. Cuando pudo concentrarse, vio que eran las 2 de la mañana, y también vio el teclado y el escritorio cubiertos de su propia leche. ¿ Qué me está pasando ?, pensó, horrorizado. Apagó la computadora y se fue a la cama. Seguramente, era la tensión y el stress acumulado el último tiempo. Mañana, después de dormir sin preocupaciones, podría pensar mejor. Apagó la música del panel, y fue hasta su cama. Encendió la TV, y seleccionó el canal de películas. Estaban repitiendo “Secreto en la montaña”, así que la dejó de fondo, y se dio vuelta para dormir. En el silencio general, pudo notar que la TV también emitía ese molesto zumbido. Mañana seguramente podría resolverlo. Agotado por el día ajetreado, se durmió rápida y profundamente, sin percibir que el zumbido y el penetrante olor habían aumentado desmedidamente.
Se despertó con el sol bañando su rostro. Se desperezó y se sintió absolutamente relajado. Miró el reloj y vio que eran las 2 de la tarde. Había dormido fantásticamente bien, después de meses de no hacerlo. Se levantó, fue hasta el baño y mientras se lavaba los dientes, se miró al espejo. Debía hacer algo con su pelo, pensó, y decidió preguntarle luego a Martín dónde era esa peluquería, así podría estar más presentable para la entrevista. Notó que, dentro de la bañera, la pared también estaba cubierta por un enorme espejo, por lo que podía verse de cuerpo entero. Se quedó mirándose por largo rato. Su delgado, pero bien formado cuerpo, sus piernas atléticas, su torso fino pero marcado, eran bastante atractivos. ¿Por qué tenía tan poca suerte con las mujeres? ¿Acaso no apreciaban éste cuerpo? ¡Estúpidas!, fueron los pensamientos que cruzaron su cabeza.
Se preparó un suculento desayuno, que curiosamente tenía un dejo del mismo extraño sabor que la hamburguesa de la noche anterior, y mientras lo tomaba, decidió que vería un poco la computadora antes de ir a la peluquería. En ningún momento, desde que se levantó, se había percatado que el zumbido continuaba, presente en todos los rincones del departamento, y que el olor invadía su nariz cada vez que inhalaba.
Se sentó frente a la computadora, y rápidamente buscó la página de videos porno. Allí seleccionó uno de un chico muy joven, que se arrodillaba frente a una pija. Mientras el video se desarrollaba, Ricardo extrajo su erecta pija del cómodo suspensor, y comenzó una paja furiosa, los ojos clavados en la pantalla, los oídos totalmente atentos al zumbido, pero con su mente prácticamente desconectada de la realidad. Los flashes de la pantalla parecían no tener ningún efecto en él, pero su cerebro registraba con enorme precisión toda la programación que iba recibiendo. Acabó en el preciso momento en que el chico del video se tragaba la enorme descarga de leche de la pija que había mamado. ¡ Qué erótico que es ver un tipo chupando pijas !, pensó Ricardo. Sin dejar de sobar su pija, que seguía erecta, seleccionó otro video donde un chico era penetrado. Apenas comenzó la acción, y el chico recibió una enorme pija en su culo, Ricardo retomó el ritmo frenético de la paja anterior. “ Me encanta ver chicos bien putitos ensartados en una buena pija ”, pensó, sin registrar que un día atrás ese pensamiento le hubiese resultado totalmente ajeno. Acabó al mismo tiempo que el chico del video, pero esta vez algo lo hizo llevarse sus dedos cubiertos con su leche hasta su nariz. Allí inhaló profundamente, y luego, como un autómata, sacó la punta de su lengua y se lamió los dedos, hasta no dejar rastro de su propio semen. Así siguió, durante casi dos horas más, pajeándose y lamiendo su leche mientras veía videos de porno gay cada vez más fuertes. Cuando decidió que ya era suficiente, se levantó de la computadora, se dio una ducha y fue a la casa de Martín, a averiguar la dirección de la peluquería. Si quería impresionar en la entrevista, debía verse bien. Fue al placard, y eligió un erótico suspensor en animal print, una ajustadísima remera negra y unos jeans que le marcaban perfectamente el bulto y el culo. Sintiéndose sexy e irresistible, fue a tocar el timbre del departamento de Martín.