Culitos

Sexo anal entre chicas con algo de dominación...

Él me dijo lo que tenía qué hacer. Y yo me apresuré a cumplir sus órdenes. Cogí a la chica de la mano y la conduje a la habitación. Olía muy bien, a un perfume muy dulce. Se trataba de una niña muy mona. Tenía veinte años, el cabello muy rubio y los ojos muy azules. Era alta, y esbelta, con la piel blanca y delicada. Únicamente llevaba puesta la ropa interior, y unas sandalias de color rosa.

Se dejaba hacer. Recorrí con las dos manos sus tersos muslos adolescentes, y alcancé el borde de su tanga. Tenía textura aterciopelada, muy sugerente. Con los dedos índices agarré el breve hilo que sujetaba la prenda a las caderas de la chica, y empecé a tirar, muy despacio, hacia abajo. El tanga inició el descenso, todo muy lento, un movimiento muy rítmico, muy parsimonioso...

Cuando la diminuta pieza de lencería cayó al suelo, pudimos apreciar la belleza íntima de aquella joven, su monte de Venus completamente depilado parecía un oasis, y su coñito estrecho se intuía mágico, unos labios generosos y nada más que una finísima hilera de vello muy claro. Ella sonrió, y emitió un tímido gemido, sus pezones se endurecieron bajo el sujetador, y el piercing de plata de su ombligo resplandeció en medio de la penumbra.

Sin embargo, a él no le interesaban ni las tetas ni las vaginas...

Procedí según lo acordado. Indiqué a la nena que se volviera, y la ayudé a colocar su bello cuerpo del modo adecuado. Apoyada sobre la alta mesa, en esa postura me ofrecía la visión perfecta de su culito. Poseía un culo redondo, prieto, de nalgas firmes y rotundas. Una delicia. Yo, que soy guapilla y con unas hechuras muy bonitas, sentí cierta sana envidia al contemplar a aquella muñequita, realmente estaba muy buena.

Él quiso entonces que yo me desnudara y me soltara el pelo.

Me desprendí del vestido, blanco, y debajo no llevaba nada, como él me había ordenado antes. Se fijó en mis piernas largas, mi cintura breve, y mi vientre plano. Yo

sabía que lo que a él más le gustaba de mí era el prominente hueso de mi cadera, de modo que coloqué mi cuerpo de forma que se marcara bien. Él me recorrió con la mirada...

Me solté, entonces, el pelo, muy largo y muy oscuro... y, mientras mi melena caía en cascada sobre mis hombros, y me acariciaba la espalda, rocé con un dedo los hombros de la chica, y percibí su respiración agitada...

Él, lejos de enfadarse por mi osadía, se enardeció, y me pidió que continuara con el plan...

Arreglé la postura de la joven y me puse de rodillas sobre un pequeño taburete. Así, su culo quedaba a la altura de mi boca... Tomé cada una de sus nalgas con cada una de mis manos, blanca su carne y morenita la mía, y amasé aquellas redondeces tan apetitosas. A mí me gusta el sexo, en general, con hombres y con mujeres. Las abrí , las nalgas, un poquito...

Y me encontré con aquel senderito rosa, tan divino... Lo lamí... Mis labios ávidos de sensaciones fuertes permitieron el paso a mi lengua juguetona, y tan traviesa lengüecita recorrió aquella recóndita parte de la anatomía de la joven. Me gustaba lamerla, iba muy limpita, y se notaba que estaba disfrutando con mis regalos de saliva. Aumenté la intensidad de mis lametones, y ella aumentó la agitación de sus jadeos...

Él nos dijo que todo estaba muy bien... y de repente le descubrí sentado en el suelo contemplando la escena... lamiendo mis tobillos...

Aquel agujerito anal merecía besos apasionados, y procedí a aplicar mis caricias linguales allí. Se trataba de un redondelito muy cerrado, muy estrecho, y me imaginé la reacción de aquella muchacha al ser penetrada por algo grande, como por ejemplo un calabacín...

Él quiso que introdujera un dedo allí dentro...

Lo hice, yo también lo deseaba... La chica se quejó un segundo, mientras mi índice empezaba a avanzar por aquella gruta apretadita e insinuante. Moví mi dedo en círculos, despacio, y ella empezó a relajarse, al poco rato ya parecía disfrutar.

Ese acto se prolongó durante unos tres minutos, la joven aplastada sobre la mesa con su culito en pompa, yo arrodillada con el índice en su orificio anal y la lengua anhelando lamer más, él en el suelo jadeando como un animal y succionándome los dedos de los pies.

Cuando las dos estábamos ya bastante calientes, él se incorporó.

Nos buscó la mirada, la de ella tímida y la mía arrogante. Dijo que le encantaba el contraste entre el inmenso azul de sus ojos y el oscuro marrón de los míos...

Nos propinó cuatro o cinco palmadas, suaves, a cada una. En el culo, claro, le fascinaban los culitos. Resonaron, en la cálida tarde de verano, y nuestras hermosas nalgas se enrojecieron un punto. Nos envió a la ducha, una ducha fría que nos refrescara, y nos prohibió masturbarnos.

A ella la besó en la boca, un beso salvaje.

A mí me acarició el pelo, se lo acercó a la nariz y lo olisqueó...

Después me susurró al oído la nueva orden...

Me agradó, era excitante... también juegos con el culito...

Ya estábamos bajo el chorro de agua helada cuando entró él en el aseo, y nos tocó el culo a las dos, nos lo agarró con fuerza, nos lo manoseó, nos obsequió con una buena sobadita... y después se sentó a contemplar cómo nos enjabonábamos...

Yo suspiré, deseosa ya del nuevo juego...