Cuidándole el chiquito a mi vecina viuda

Nunca me imaginé lo que sucedería cuando me contraté para cuidar el hijo de mi vecina que era viuda, desde entonces me gustó mucho hacerlo

Hola… ¿qué tal a todos? No los abrumaré con muchos rollos, soy un tipo normal, como cualquier otro, ni tengo un cuerpo esculpido por el ejercicio, no poseo un miembro como para concurso, simplemente, la vida me ha premiado y lo disfruto.

Soy mexicano y por lo mismo los modismos en el lenguaje son de uso común, si tienen alguna duda sobre alguno, con gusto se las resuelto... bueno pues... comencemos...

Un verano antes a mi primer año en la Universidad. Estaba tratando de conseguir dinero por todos los medios posibles. Necesitaba pagar las cuotas de los estudios. Así que uno de los primeros trabajos que acepté. Fue el de ¡Cuidador de niños!

Ese trabajo iba a cambiar toda mi vida. Todo comenzó de una manera muy sencilla. Una vecina nuestra, viuda y con un niño, llegó a mi casa y me pidió que le cuidara a su hijo aquella noche. El asunto era que ella tenía un compromiso ineludible. La viuda, joven y hermosa me gustaba mucho.

Ella tenía unos veinticinco años y su marido había muerto hacía unos meses en un accidente automovilístico.

Es una mujer preciosa, sensual, cautivante. Poseía un largo cabello, negro azabache. Sus ojos de un verde casi azul, eran cálidos y tiernos. La verdad era que me paraba el garrote con sólo pensar en ella.

Por esto y porque necesitaba dinero, acepté su ofrecimiento. Llegó la noche y el niño quedo bajo mi cuidado. No me dio mucho trabajo, jugamos un poco y luego lo acosté a dormir. Lo que sea de cada quién el chavito era muy obediente. Mientras él dormía, yo me encontraba viendo la televisión.

Eran como las diez y media de la noche cuando alguien abrió la puerta. Tomando en cuenta de que la joven viuda me dijo que no volvería sino hasta la una, me puse tenso esperando alguna desagradable sorpresa.

De pronto la vi, sí, era ella, no había duda alguna, pero venía llorando, con un gesto de dolor en su rostro.

Aún en ese momento de aflicción por parte de ella, mi macana dio un tremendo brinco bajo del pantalón al ver como sus hermosas chiches brincoteaban bajo la blusa, al compás de sus incontenibles sollozos.

Al verme, trato de componerse un poco, no quería darme un espectáculo. No dijo nada, simplemente siguió su camino hacia el pequeño bar de su depa, yo la contemplaba sin atreverme a decir algo, ya que no sabía qué hacer.

La vi servirse una generosa ración de whisky y después darle un largo trago a su vaso. Eso pareció tranquilizarla un poco, así que suspiro profundamente. Luego, con ese andar sexual, tan natural en ella, pero que a mí me volvía loco, se dirigió hacia el sofá donde estaba yo sentado.

—Elías... Elías... —comenzó diciendo— Necesito hablar con alguien... tengo que desahogarme... ¿Quieres escucharme?.—me pregunto emocionada.

Yo, como siempre que estaba frente a ella, me sentía confundido y todo lo que hice fue asentir en silencio. Aunque hubiera querido abrazarla, besarla y confortarla diciéndole todo lo que me inspiraba. Quería que supiera que yo estaba a su disposición para consolarla.

Me faltaron las palabras y no pude manifestarle todo lo que me dolía verla así. La viuda al ver mi timidez, se sonrío un poco. Se sentó a mi lado, escondiendo sus torneadas y cachondas piernas, al acomodarlas bajo su cuerpo, en una posición que le era cómoda y relajante.

Aquello me desilusionó un poco ya que tenía la secreta esperanza de que mientras platicáramos podía contemplar esos muslos que tanto me fascinaban. Tomó otro sorbo de su copa y comenzó a contarme sus penas.

—Desde que murió Miguel, mi marido, ha sido muy difícil para mí adaptarme a vivir sola. Mi temperamento es ardiente y pasional No me gusta ser promiscua, pero la fuerza de mi naturaleza me exige una satisfacción plena, así que comencé a salir con hombres.

—¡Me hubieras llamado a mí! —pensé al escuchar sus palabras— Yo te hubiera dado todo lo que tu cuerpo necesita y tal vez más.

—Pero todo lo que he ganado con mi decisión, han sido desengaños —musito ella con dolor— ¡Todo lo que esos pendejos quieren es llevarme a la cama de inmediato!

Yo no dejaba de pensar lo que pudiera contestarle a sus confidencias, pero no hablaba, guardaba un respetuoso silencio y me concentraba en ella.

Mientras la oía el garrote se me puso duro como una piedra. Estoy seguro que ella pareció notar aun cuando no dijo nada al respecto.

—Creo que te estoy aburriendo con mis cosas —dijo de pronto.

—No... te aseguro que no es así —alcance a balbucear.

—¿Quieres un poco de mi bebida?

—Bueno, a ver que tal sabe.

Me dio en la boca, así que pude aspirar su perfume delicado y excitante.

El gusto fuerte del whisky hizo que me sintiera confortable y relajado.

Ella dijo que no estaba dispuesta para envolverse sentimentalmente con otro hombre todavía, por lo mucho que había querido a su marido.

Su discurso animado, provocaba que su vestido se levantara y me fuera mostrando más y más sus blancos y redondos muslos.

Esas piernas deliciosas y hermosas me parecían más acariciables que nunca. Eran un par de muslos divinos que se me antojaban. Mi pasión por aquella mujer ya era incontrolable. Yo tenía la mazacuata trabada entre los muslos y me dolía por la enorme erección. Trataba de no darle importancia, pero el dolor me hizo cambiar de postura.

Al acomodármelo busque la mirada de ella y note que me miraba con los ojos muy abiertos y centrados en el tremendo bulto de mi pinga.

—¿Soy la culpable de esto? —dijo, poniendo la mano en la rodilla.

No pude contestarle, pero me ruboricé notablemente. Ella se pasó la lengüita por los labios, y de pronto, uno de sus dedos toco la cabezota hinchada de mi chafalote, lanzándome cosquillas por todo el cuerpo.

—¡Oh Elías!... ¡Mi buen Elías!... No es justo que te quedes así... ¡Lo tienes bien tieso!, muy rico.

Y sin esperar mi respuesta, me soltó el cinturón y bajo el cierre de mi pantalón. Yo la observaba sin atreverme a moverme. Temía que todo aquello no fuera sino un hermoso sueño y no quería despertar.

Con habilidad bajo los pantalones y los calzones. Ahí si que levante un poco mis nalgas para facilitarle la acción.

Mi pito saltó como si fuera elástico, soltando un hilo de leche que fue a dar en el rostro de la hermosa vieja. Agarró la tranca y comenzó a frotarla como si me estuviera chaqueteando.

¡Uta, que rico se sentía! ¡Me cai que otro poco y me vengo en seco!

Su mano seguía moviéndose sobre mi tolete, apretándolo, subiendo y bajando, hasta que una gruesa gota de leche apareció en su boquita. Aquella crema fue creciendo y rodó por el tronco, sumergiéndose en mis pelotas.

La preciosa mujer que no perdía detalle de nada. Estaba viendo mi mazacuata con un gusto notable. Bajo un poco su cabeza. Con la lengüita ansiosa, rescató la leche que descansaba entre mis huevos y la trago con placer.

Después de tragar aquella crema, siguió, con su lengua, el camino contrario, besándome primero el tronco de mi tensa longaniza, dejando una estela de saliva a su paso.

Esa caricia era más lo que yo hubiera podido imaginar en mi más cachonda fantasía. No me atrevía ni a moverme, con todo gusto hubiera agarrado su sedosa cabellera y la hubiera clavado más en mi fierro. Para luego tomar sus chichotas y sobarlas entre mis manos. Pensé en hacer todo eso, pero no me atreví a realizarlo.

La lengua de la viuda continuaba su deliciosa labor. Finalmente llego hasta la cabezota, la cual sumergió en su boca de un firme y contundente goloso bocado de pasión.

Tenía los ojos cerrados y un suspiro de satisfacción brotó entre sus labios al momento mismo en que comenzó a mamar con todo su placer.

Aquella bella criatura tomaba mi garrote con sus labios chupándomelo y produciéndome extraordinarias sensaciones. Sus dedos hacían cosquillas en mis cojones y su lengua subía y bajaba por mi palo envuelto en su saliva.

Mi reata de casi veinticinco centímetros de largo, ella se la había enterrado hasta lo más profundo de su garganta. Yo la veía con todo mi asombro. Lo sacaba completamente y luego se lo volvía a meter hasta la misma raíz.

Era maravilloso ver como mis pelitos le hacían cosquillas en la nariz. Pero lo mejor de todo era lo que yo estaba sintiendo en todo mi cuerpo. No solo yo disfrutaba, para ella también era un intenso placer todo aquello.

Lo podía ver en su rostro, en sus gestos. Lo sentía en su forma de mamarme el tolete. Pero su manifestación era más obvia cuando lo sacaba y lo contemplaba con pasión.

—¡Que rico y que grandote está!... ¡Me encanta! — decía con su voz enronquecida por el deseo.

Cuando se dio cuenta de que estaba a punto de venirme, ya que mi lanza se hinchó y la leche comenzó a brotar en la punta, la hermosa y cachonda viuda, de inmediato cerró sus dedos en la base del tronco, cortándome de raíz la explosión de crema tan cercana.

Espero unos segundos atenta a mi fierro, viendo el resultado de su acción. Cuando se sintió segura de que ya no había peligro alguno. Volvió a mamar con toda su emoción desbordada.

Esta vez, chupaba con lujuria. Su garganta ya estaba adaptada al chafalote y se lo tragaba fácilmente. Sus labios llegaban hasta mis pelos púbicos.

Ahí se mantenía por unos segundos haciéndome un rico trabajo bucal. Su garganta se cerraba y se expandía a voluntad. Mi chile era como un chicle para su placer.

Ahora su nariz, ahora sus labios, ahora su barbilla, lo que fuera hacia contacto con mis endurecidas bolas, las cuales estaban cargadas de abundante leche. No podía soportar más tiempo aquel delicioso martirio.

—Me voy a venir... Ooohhh... esto es divinooohhh —grité mientras que mis manos se aferraban al sofá ya que aún no me atrevía a tocarla.

La viuda se retiró un poco hasta que sólo mi cabezota estuvo descansando en el interior de su golosa boca.

Con una mano bombeaba mi tronco, mientras que con la otra deslizaba un dedo en el ojo de mi fruncido culo, proporcionándome un placer diferentemente divino.

Mientras disparaba lechazo tras lechazo en su boca prendida a mi palo, mis ojos veían su bello rostro.

La divina mujer abrió su boca para que yo viera como mi propia leche rodaba y embarraba las paredes su garganta, y la lengua al tiempo que presionaba en mi ano enterrándome más el dedo y moviéndolo rápidamente.

Creí que nunca acabaría de venirme... Mi crema continuaba saliendo del garrote. ¡Nunca me imaginé que pudiera tener tanta leche en los huevos! Esa vieja me secó hasta los sesos. Pero ella no protestaba ni decía nada. Sólo movía su garganta tragando y tragando todo lo que yo le daba.

Cuando por fin termino todo, ella se levanto relamiéndose los labios. En su rostro se podía notar un gesto de placer infinito. ¡Se veía más hermosa que nunca! ¡Me pareció la mujer más divina y sensual de todo el mundo!

Pero ahí no terminaba aquello. De pronto se levantó de su lugar. Recogió mis pantalones y calzoncillos y me dijo que la acompañara al dormitorio.

Yo me incorpore dócilmente. En ese momento yo era su esclavo y obedecería ciegamente lo que ella quisiera.

Traté de caminar, pero sentí un ligero malestar en la cabeza, las rodillas me flaqueaban. Sin duda alguna era la borrachera de pasión que aún sentía en mi cuerpo. Pero ahora menos que nunca podía mostrarme débil.

Así que haciendo un esfuerzo camine con firmeza. La seguí escaleras arriba. Mientras subíamos lentamente. Yo miraba sus divinas nalgas balanceándose espléndidamente.

Las tenía tan cerca de mi rostro que podía besarlas. Pero no lo hice, no me atreví. Me conforme con aspirar el rico aroma despedían. Era su perfume personal, mezclado con la fragancia natural de su pucha.

Era un efluvio apasionante que me enardecía por completo. Ese sahumerio aumentaba mi borrachera de libidinosidad. No dejaba de contemplar su carnoso y delicioso trasero, ancho y bien formado. Esas nalgas eran mi delirio total.

Al caminar de ella, se estremecían a cada paso y provocaron que tuviera una nueva erección más potente y dura que la anterior.

Entré en la recámara y ella se puso un dedo en los labios indicándome que iba a comprobar si su hijo estaba dormido antes de volver a mi lado.

La vi salir y suspiré intensamente. Confieso que muchas veces le jalé el pescuezo al ganso pensando en ella, manche las sábanas de mi cama con las intensas venidas que me tenía en su honor. Con el pensamiento me la cogí de mil maneras diferentes.

Y ahora... Esta noche... Esa mujer estaba dispuesta todo conmigo. Y yo me sentía ser el amante que ella tanto necesitaba. En mí iba a encontrar esa fiebre que la curara de sus males.

La hermosa viuda retorno unos segundos después. Cerrando con doble llave la puerta del dormitorio para que su hijo no pudiera sorprendernos. Se volvió hacia a mí y sus ojos claros parecían despedir chispas de frenesí.

En tanto que se iba desnudando lentamente.  Al irse quitando sus ropas, centraba sus ojos en mi duro tolete. En sus gestos podía ver la reacción de placer que se dibujaba al notar el movimiento de mi chafalote.

Para el momento en que vi sus enormes chichotas y sus pezones marrones, chiquitos y bien dibujados sobre aquellos montes de carne firme y palpitante, creí que me iba a venir en seco, así que tuve que cerrar mis ojos por un momento para soportar aquella sensación. Ella camino un poco más hasta a mi y sentí el calor que despedía su piel.

La abrace por la cintura y la pegue contra mi cuerpo. Mi chile pego contra su pubis con violencia. Mi torso recibió las puñaladas de sus pezones. Y mis labios se prendieron ansiosos a los de ella. La bese con toda la lujuria que en ese momento sentía. La viuda me correspondió con toda plenitud.

Nuestras lenguas se engancharon en un juego cachondo y motivante. Mientras tanto mis manos recorrían su estrecha cintura y su espalda.

Ella me acariciaba el cuello y el cabello. Chupe su lengua con deleite sin igual. Luego seguí con sus labios, los cuales me atreví a morder suavemente. Seguí besándola de aquella manera al tiempo que mis manos se apoderaban de sus regias nalgas, las sobé y las apreté con esa devoción que siempre les tuve. Mi boca ahora se deslizaba por su cuello, chupando y lamiendo.

La mujer gemía con intensidad y eso me motivaba a continuar. Llegue hasta los endurecidos pechos y me apodere de uno de los botones. El pezón vibro al contacto de mis labios sobre de él. Lo chupe con esa ternura que me motivaban. Mis manos seguían apretando su trasero, gozando del calor de este. Mi chile seguía picando en su pubis. Pasé mi boca al otro pezón y le di el mismo tratamiento.

Aquello era realmente fabuloso, estaba disfrutando tanto como siempre lo soñé. Pero de pronto ella se separó de mí y me vio ansiosa.

—¿Alguna vez has mamado un rico papayón como el mío? —me preguntó sonriendo.

—La mera verdad... es que… ¡No! —al responderle sentí que los colores subían a mi rostro.

—Pues ya va siendo hora de que aprendas... ven... quiero que me hagas un buen trabajo.

Y se tendió en la cama boca arriba, con las piernas bien abiertas. Luego las recogió y pude ver aquella panocha sonrosada y deliciosa.

Me arrodille en el suelo y contemple aquel chango peludo y con la boca abierta. Me estaba invitando al beso y yo no podía negarme.

No obstante titubeaba. Me daba miedo clavar mi boca en aquella papaya deliciosa. Tenía miedo a fallar, a portarme de una manera estúpida.

Ella comprendió mi indecisión y me sujeto de la nuca para jalarme. Mi boca hizo contacto con aquella golosina. Mi nariz se lleno de su esencia deliciosa.

Y mis manos se apoderaron de esos regios muslos. Y comencé a mamar. Tenía el rostro enterrado en aquella sabrosa fruta palpitante, caliente y roja, de labios gordos y abiertos, rodeados de vellos negros.

Era una selva fragante y deliciosa. Mamé, chupé y acaricié con la lengua todo lo que se me ponía en el camino. Hasta que sentí que sus muslos se cerraban alrededor de mi cabeza. Su cuerpo se ponía rígido para pasar a convulsiones extremas.

Y la miel broto por su rajada. Era una melaza exquisita y tibia. Salía de su cuerpo, se filtraba y explotaba en mis labios. Y yo... yo la bebía sin cesar. Quería tragármela toda, sentirla llegar hasta el fondo de mi ser.

La hermosa viuda me apretaba con sus muslos la cabeza y movía sus nalgas rotando. De esa manera su pucha se restregaba contra mi nariz y mis labios con fuerza. Aquello hacía que la mamada que yo le estaba propinando fuera más intensa y divina.

Ella me estaba ayudando para que su orgasmo no tuviera comparación. Mis labios y mi lengua seguían agitándose con velocidad. Deseaba que me considerara un buen amante y por eso me esforzaba.

Cuando me aparté un segundo para respirar un poco, sus vellos púbicos y rizados estaban empapados de esa mezcla de su leche y mi saliva.

Una espesa babilla se había formado sobre la labia exterior de su rica y pulposa sandía.

Entonces ella aflojó la presión de sus muslos... Poco a poco los fue abriendo hasta que los dejo como al principio. En ese momento lanzó un suspiro de satisfacción.

Sus manos permanecían aún prendidas a sus propias chiches en los espasmos finales.

Ya no tenía que esperar más instrucciones. Estaba haciendo un buen trabajo en aquel hermoso cuerpo. Así que me arrodille entre sus muslos.

Los sujeté para levantarlos un poco y aproveché para acariciarlos hasta las nalgas. Luego me incline un poco para prestar atención y homenaje a aquellas deliciosas tetas. Las chupe y las mame y los pezones crecieron aún más.

Estaban dos veces más grandes de lo que es su tamaño natural. Ante mis ojos y en mis labios se convirtieron en pequeños choricitos ardientes.

La viuda elevó las piernas en el aire y ella misma me sujetó del chile. Me jalo con determinación hacia su cuerpo. Se colocó la pinga a la entrada de la abierta entrada de la panocha.

Sentí aquella humedad cálida, comenzó a moverse buscando la penetración. Estaba rezumando almíbar, ardiendo por todas partes. Adivine sus intenciones y me deje ir de un empujón. Era la primera vez que parchaba. Me estaba desquintando.

Me fui hasta el fondo mismo de aquella vagina. Fue un golpe contundente y exacto.

Le arranque un grito que broto desde la profundidad de su garganta. Chispas de emoción sexual brotaron en sus ojos claros. Estábamos ambos ensartados y sin movernos. Disfrutando del sabroso ayuntamiento de nuestros cuerpos.

Gozábamos de aquel bello contacto que se estaba realizando.

—¡Chiquito, pero que rica verga tienes!... —musito entusiasmada— Me encanta tenerte así.

—Tú tienes una pucha deliciosa... ¡La más sabrosa del mundo!

Su rajada abierta, negra y roja, parecía absorber mi chafalote por completo. Por más que lo intentaba yo no alcanzaba a ver sino nuestros pelos mezclados. La sensación que experimentaba en todo mi ser era realmente fabulosa.

La viuda tenía más experiencia que yo y lo demostraba sin egoísmos. Así que comenzó a mover las paredes de su vagina arrancándome estremecimientos eléctricos a cada bombeo exquisito.

Y llevado por aquella situación, tuve que enseñarme a amar. Comencé a bombear sobre de ella por puro instinto. Primero lo hice lentamente, después con toda mi furia pasional.

Aquella paradisíaca conmoción me tenía al borde de la locura. Le estaba encontrando un gusto misterioso y siempre nuevo al roce de nuestros genitales. De sentir las paredes de la vagina, húmeda y cálida sobre mi pinga.

De gozar con sus apretones y movimientos convulsivos de cadera. Sintiendo el constante frote de mi chafalote enterrado en ella.

—¡Ooohhh!... ¡Que rico se siente!... Me encanta tu macana... ¡Así, cógeme así!... ¡Quiero disfrutar todo contigo!... Aaaaahhhh que bellooohh... ¡Cogeme más!... ¡Destrózame si quieres! —gritaba la hermosa sin cesar de menearse de aquella manera tan estupenda.

Toda ella era una combinación de movimientos explosivos. Su cintura parecía tener vida propia. Sus nalgas se agitaban como licuadora.

Sus senos saltaban de un extremo al otro, con un vaivén portentoso. Su trasero se estremecía apretándose en cada movimiento. Sus muslos vibraban y se apretaban contra mi cintura. Sus talones estaban clavados en mis riñones. Todo estaba ocurriendo al mismo tiempo, sin darnos punto de reposo.

—Mas duro papacito... clávamelo más duro... así, así... más... quiero más.

Sus gemidos me excitaban más. Su movimiento me desquiciaba. Era un palo glorioso e inolvidable. Ella en su delirio infinito me clavo las uñas en la espalda. En ese momento elevó las nalgas de la cama colgándose de mí como si formara parte de mi cuerpo.

No la deje terminar su orgasmo, me levante de pronto y la desenchufe. Ella se me quedo viendo toda sacada de onda. Por toda respuesta, la hice voltearse y quedar en cuatro patas.

Estaba de a chivito en precipicio, ya que la tenía en la orilla de la cama, con sus grandes nalgas apuntándome de manera abierta y con su fruncido cicirisco viéndome fijamente. Aquel delicioso trasero me gusto más que nunca.

Sus carnosas nalgas se abrían ante mí con toda sumisión. Ahora ese rico bizcocho era mío y yo lo sabía. Me agaché un poco y le di un par de besos a cada nalga. Ella se estremeció, pero no se movió ni un centímetro.

Con ambas manos sujeté sus carnosas nalgas y las abrí. Clave mi boca en el fruncido culo, dándole un chupetón y al mismo tiempo una tierna y precisa mordida.

Después, con toda la intención del mundo, comencé a pasarle la punta de mi lengua por toda la rajada.

Mi movimiento era lento y preciso, milímetro a milímetro mi lengua iba recorriendo aquel sitio hermoso.

La divina viuda movía sus nalgas en círculos, ayudándome en mi labor, disfrutando de lo que yo le otorgaba de manera generosa y pasional. Una y otra vez mi lengua recorría el canal delicioso

Sus nalgas bien levantadas, abiertas y listas para la penetración No me pude aguantar y sujetándome de sus nalgas, las abrí y le deje ir mi longaniza.

No tuve necesidad de guiarla, de inmediato encontró el hueco preciso, se fue hasta el fondo arrancándole un gemido de placer.

—Ooohhh... Que divino chile tienes... me vuelve loca.

Comencé a moverme, ella correspondía empujando y reculando sus nalgas. Nos movíamos como enajenados, gozando plenamente con aquella limada exquisita y deliciosa.

Era un vaivén demente y gratificante. Ella correspondía y se movía, ahora en círculos, ahora rotando, ahora empujando y reculando, ahora con intensidad, ahora con suavidad, de una o de otra manera gozaba en el mismo nivel que yo, sintiendo que el deseo nos consumía. No nos dábamos reposo, era tremendo el parche. Ella se dejó caer a un lado y abrió sus divinas piernas en una tremenda y maravillosa V .

La sujeté por las pantorrillas y sin apuntar le embuchaqué el tolete hasta la misma raíz. Seguía de pie y ella acostada, podía verla con claridad, notar sus gestos y sus gemidos. Sentí que mi pinga se tensaba mucho más. Finalmente eructó la leche. Era una crema tan caliente que casi salía pulverizada, regando las paredes de su vagina.

Aquella miel parecía refrescar el ardor y el fuego que consumían el hambre de sexo de la viuda. Creí que todo mi cuerpo se derretía convertido en leche en el interior del cuerpo de ella. ¡Nos estábamos viniendo juntos!

Agotados y exhaustos caímos uno encima del otro. Yo sobre de ella aspirando el perfume de su aliento, de sus axilas, con mi verga aún enterrada en su rajada.

Tras de un descanso prudencial tomamos una ducha y me fui a la casa exhausto y feliz cansado pero satisfecho y con su aroma en mi nariz. Por fin me sentía un hombre completo, por primera vez en mi vida

El resto del verano pasó, tal vez más rápido de lo que imagine. Yo haciéndole visitas nocturnas a la viuda con el pretexto de realizarle trabajitos en la casa. Ella me pagaba unos centavos para que mis padres no sospecharan. Pero lo que en verdad hacíamos era coger como locos. Parchábamos libremente y sin molestias.

Cuando era en el día, nos amparábamos en que su hijo estaba en el colegio de verano. Cuando era en la noche, él dormía tranquilamente. Durante esas semanas increíbles y cachondas, la viuda me enseño todo en la cama.

Entre sus piernas y con su pasión me convertí en un experto en las múltiples facetas y posiciones del amor sexual. Y aun cuando seguimos viéndonos por unos meses, cuando yo venía a la casa los fines de semana, me la pasaba entre sus piernas.

Pero todo terminó con el tiempo. Nada es eterno, y mucho menos las relaciones íntimas. Ella se enamoró de un caballero maduro y responsable y se casó.

Al principio la visite dos o tres veces como su amante. Pero después, ella, con su acostumbrada fidelidad me pidió que eso terminara.

Me dolió un poco ya que no lo esperaba, pero me conforte ya que para mi iniciaba la vida sexual y ya tenía otras amiguitas íntimas.

Era todo un garañón, no había pucha que me satisficiera tan fácilmente. A todas ellas las tenía por largo tiempo disfrutando al máximo sus secretos.