Cuidando de mi abuelo 2
..una semana en un balneario de Andalucía...a muchos kilómetros de aquí... Ese fue mi regalo de reyes para mis padres.
Primera parte en
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..una semana en un balneario de Andalucía...a muchos kilómetros
de aquí...
Ese fue mi regalo de reyes para mis padres que andé un par de meses cobijando.
Desde la "fallida" suya expedición al balneario y las sorprendentes e inesperadas reacciones de mi abuelo cuando me encargué de ducharlo... que pasar unos días sola con él, cuidándolo, dándole de comer, duchándolo y lo que "hiciera falta" fueron mi más preciada meta.
Esa bien intencionada ducha que le propiné hizo descubrirme que mi abuelo no era tan "vegetal" como parecía.
O como mínimo sí bien tenía bastante privada el habla pero el tocar, el sentir, el ver que se estaba duchando con su nieta desnuda y el sentir las reacciones habituales que sentiría cualquier varón del mundo hicieron descubrirme que tenía mucho más cerca de lo que creía ese príncipe azul que en una rápida ducha ya me había hecho descubrir un primer atisbo de la vida del amor, y parecía perfectamente preparado para hacerme descubrir mucho más.
Mis padres recibieron encantados mi regalo de una semana en un balneario de Andalucía. La desdicha se había apropiado de su jornada vacacional en el viaje de bodas de plata, cuando una tormenta les echó todos los planes a rodar.
Especialmente mi madre me agradeció con un tierno abrazo la inversión de gran parte de mis ahorros en hacerles ese regalo. Aún sintiendo ese cálido abrazo los despedía desde la puerta de casa, viendo como se iban en el coche. El cielo aparecía totalmente despejado y ninguna tormenta me iba a esta vez, echar los planes a rodar.
- ya se han ido.
Le dije a mi abuelo que junto a mi, acabábamos de despedir a mis padres desde el portalón. Mi abuelo no mostró ninguna más que ese mirada perdida que lo acompaña desde hace tantos años pero supe, o como mínimo soñé, que hubiera comprendido el mensaje.
Cogídole la mano nos encaminamos de nuevo a casa. Tenía el mundo a mi disposición pero no había que excederse pues NADA, me podía salir mal durante toda esa semana que pasaría sola con mi abuelo.
Una vez en casa lo senté al lado de la mesa y poniendo en práctica mi plan, rompí el hielo.
Puse una toalla en el suelo para no magullarme las rodillas y me arrodillé ante él.
Le desabroché los pantalones, se los bajé junto a los calzoncillos, y no sorprendiéndome apareció su pene totalmente dormido, flácido como una hoja otoñal, pero con seguridad mucha vida escondida dentro de él que estaba dispuesta a hacer renacer todas las veces que fuera posible durante esa semana sin abusar de la salud de mi abuelo.
Me acerqué a la puntita y le di un beso.
Interpretando al pie de la letra todos los sueños que había tenido durante esos dos meses, levanté la mirada y lo miré a los ojos.
- abuelo.
Él seguía con la mirada perdida, temí que hubieran sido demasiado esos dos meses pero durante esa semana me confirmaría que ni hablar de ello.
Le volví a comer la cabecita, esta vez alargando un poco más el sorbeteo, a cada lametón que hacía notaba que el pene se iba hinchando de sangre.
Cuando estaba ya en una consistente erección volví a mirarlo a los ojos. Había bajado la mirada y por fin contemplaba en primer plano como su nieta le hacía sexo oral.
Quizá fue un sueño, una sensación mía sintomática, pero me pareció verle esbozar una sonrisa.
- estamos solos, abuelito, una semana.
Su rostro no presentó cambio alguno por lo que determiné que la supuesta sonrisa hubiera podido ser no más que una sombra creada por mi y por todo el amor que le tenía.
Me volví a encargar del pene, porque sabía que esa erección y más en mi abuelo, es como un fuego que hay que cuidar para que no se apague, o será más difícil encenderlo.
Lo mamé un largo rato, tratando de interiorizar ese extraño sabor que se me "repetiría" largas horas después.
Él no mostró en ninguna ocasión impulso de voluntad propia, como acariciarme la cabeza o decirme nada (no le había oído mentar una palabra en su vida).
La primera vez que le comí el miembro soltó la leche casi de inmediato, afortunadamente y cosa que agradecí en esta mía segunda mamada, tardó un buen rato durante el cual pude poner en práctica casi todos los planes con los que me había masturbado esas largas noches esperando que mis padres se fueran al balneario.
Se la comí entera, el capullo, de lado, le lamí los testículos, la recorrí entera y pausadamente con sólo la puntita de la lengua.
Finalmente y cuando oí unos esclarecedores gemidos que me indicaban que la cosa se derrumbaba, se la engullí toda.
Con la boca totalmente cerrada sentí esos frenéticos espasmos que liberaban leche a latigazos dentro de mi boca.
No se me escapó ni una gota. La fui tragando lentamente y cuando tuve la seguridad que estaba toda dentro y sólo quedaba el sabor en mi boca, la abrí y la solté.
Volví a mirarle los ojos y seguía esa fantasmal sonrisa que quizá sólo era imaginación mía.
- gracias abuelo, es la segunda leche de mi vida, y realmente la primera mamada entera, porque la otra vez te viniste en seguida.
Hablábale como si fuera un muñeco a mi abuelo. Difícilmente me entendía nada porque nunca tenía reacción a ninguno de mis comentarios, o los de mi madre o quien fuera. Pero con el tiempo nos habíamos acostumbrado a que era una persona diferente y no le dábamos importancia, seguíamos hablándole cuala fuera la ocasión dando por hecho que oía lo que le decíamos.
Como un relámpago un divino pensamiento pasó por mi cabeza, que en esta misma semana que mi padres pasaban en el balneario para descansar y recuperarse, que mi abuelo también se recuperara y recuperara el habla y la voluntad.
Quien sabe por qué pasó ese pensamiento por mi mente en ese momento y llevando ya tantos años con él y sintiendo decepciones cada vez que le deseaba una milagrosa recuperación. Pero así lo sentí, le deseé toda la suerte del mundo durante esa semana en que no lo iba a abandonar ni un momento, pues quizá ya nunca más tendría la oportunidad de estar con él.
Le subí los calzones, le abroché los pantalones y me levanté. Tomándolo de un brazo lo acompañé hasta su sofá, que era donde pasaba el 90% de su vida.
Dispuesta a ser una buena nieta, limpia y hacendosa. Me encargué de los quehaceres que habían quedado colgados después de la reciente partida de mis padres. Tendí la ropa de la lavadora, fregué los pocos cacharros que había y dejé lista para su pronta preparación la que iba a ser nuestra cena. Un delicioso abadejo al vino blanco.
El postre, ya estaba preparado y se había ido haciendo a cada noche más dulce durante los últimos dos meses, era yo.