Cuervo blanco
Un jardín, un violín y 50 años de diferencia.
Me siento en la obligación de advertirte, querido lector, que el contenido sexual de este relato es meramente circunstancial sin contribuir al objeto principal de la trama.
Hablando en plata, que no es para leer con una sola mano.
Entre todos los comentarios, se sorteará un walkman con dos cintas TDK de cromo.
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RELATO
La suave temperatura y el agradable sol de principios de primavera, invitaban a pasear por aquella ciudad Mediterránea. Como cada mañana, los pasos de Jorge se dirigieron de forma mecánica hacia los Reales Viveros, un agradable jardín en el cual poder leer con tranquilidad la prensa diaria. Tenía que hacer muy mal tiempo para que cambiara sus arraigados hábitos. Desde que muriera su mujer, se había dedicado en exclusiva a su trabajo en el banco. La jubilación lo había golpeado brutalmente, derrumbándolo anímicamente durante varios meses.
La insistencia de su hija y la paciencia de su nieta para convencerle de iniciar alguna actividad que le mantuviera entretenido, le llevó a cursar la carrera de Geografía e Historia. Dada su matrícula senior, tan solo debía asistir a clase y entregar los trabajos para poder aprobar, aunque eso fuera una cuestión secundaria frente al conocimiento adquirido.
Los seis meses de vida universitaria le habían devuelto parte de su vitalidad. No había encajado mal entre los veinteañeros, que le tenían como una especie de compañero curioso. Incluso Sergio, un líder nato entre los jóvenes, había insistido en enseñarle a manejar aquel endemoniado cacharro que le traía loco, logrando el milagro de introducirle en las nuevas tecnologías.
Nada más franquear las puertas del parque, le envolvió el agradable perfume de las rosas invernales y un centenar de trinos saludaron a su paso. Sin embargo, el pájaro que más curiosidad despertaba en él, nunca cantaba. La observó bajo las lloronas ramas de un sauce, apoyada en el tronco de este. La silueta del cuervo blanco era inconfundible, siempre semioculta en las zonas más umbrías de la rosaleda, siempre vistiendo completamente de negro de pies a cabeza.
Se acomodó en su banco preferido junto a unos floridos parterres. Con la destreza que da el hábito, se despojó de su gabardina y su sombrero, colocándolos cuidadosamente sobre el asiento. Abrió la funda de su Tablet y comenzó a navegar entre las páginas de la prensa local. Aquel aparato era una verdadera maravilla. Si él hubiese tenido uno de esos cuando era más joven…
No sabría decir qué le impulsó a entrar en la aplicación de cámara. Con disimulo, enfocó al cuervo blanco, activando el zoom del objetivo. La muchacha acariciaba las espinas de los rosales con las yemas de sus dedos, cuando de pronto levantó la vista mirando directamente a la cámara.
Jorge, alterado, bajó la tableta, cerró su funda y se dispuso a marcharse a clase. Aquella mirada le había dejado intranquilo. Nunca había visto un iris rosa pálido. Pero más que la tremenda claridad de las pupilas, le impresionó la profunda melancolía de aquellos ojos, contorneados de negra sombra, sobre la que destacaban las níveas pestañas.
En varias ocasiones durante la tarde, aquel rostro de piercings y oscuro maquillaje, dueño de aquella triste mirada volvió a su pensamiento. Llevaba coincidiendo casi un mes con el cuervo blanco, pero hasta ahora no le había prestado mayor atención.
A la mañana siguiente, Una gruesa capa de nubes algodonaba el cielo atenuando la luminosidad del día. Las opciones de lluvia eran escasas dado el color claro de los nimbos, pero aún así, Jorge decidió agarrar su paraguas. No lo necesitaba para hacer de bastón improvisado, puesto que sus piernas permanecían fuertes a sus sesenta y ocho años. De tanto en tanto aún se permitía un partidito de tenis, aunque cada vez le pasaban mayor factura los esfuerzos físicos.
Se sorprendió al adentrarse en los jardines y no ver al cuervo blanco. Pero mayor fue su sorpresa al encontrársela sentada en un extremo del banco que Jorge había tomado como propio.
–Buenos días señorita –Jorge alzó levemente su sombrero para acentuar el saludo, mientras tomaba asiento a escasos centímetros de la muchacha. Esta no movió ni un músculo y continuó observando los rosales bajo unas gafas negras, que impedían que Jorge volviera a ver aquellos peculiares ojos.
Inició su acostumbrado paseo por las webs de información local, para pasar posteriormente por las nacionales, deportivas, científicas… Tener en su mano cuanta información deseara le seguía generando una felicidad indescriptible. No podía ni quería evitar aquellas dos horas de plácida lectura antes de marcharse a la facultad.
La joven se alzó del banco y con rápidos pasos se acercó hasta una rosa cercana.
–Se ha muerto –explicó una apenada muchacha mientras mostraba la flor a Jorge. Acto seguido se sentó sobre el banco con las piernas cruzadas bajo su cuerpo.
El cuervo blanco sacó una libreta de su negra mochila y tras clavarse una de las espinas en la yema del dedo, comenzó a escribir sobre el blanco papel con su purpúrea sangre. Debía repetir la acción de pincharse muy a menudo puesto que la diminuta herida se cerraba rápidamente al contacto con la celulosa.
“ Me da a mí, que esta chiquilla está pidiendo a gritos hablar con alguien” . Pensó Jorge observando de reojo las maniobras de su peculiar cuervo. Dudaba sobre la mejor manera de intentar una conversación. Siempre había sido una persona muy directa, por lo que se decidió por la vía más rápida.
–Imagino que si te has sentado en mi banco es porque querrás que conversemos o que nos hagamos compañía.
Por toda respuesta, la muchacha gótica extrajo un reducido reproductor de algún bolsillo de su larga gabardina, comenzando de inmediato a escuchar música a gran volumen.
–¿Heavy metal? –preguntó Jorge tras tocar levemente el brazo de su compañera de banco. No tenía muy claro la relación entre las distintas variaciones del rock y dudaba de que hubiera acertado, aunque no hubiese podido imaginar cuán lejos del blanco había apuntado.
–¿Cómo? –la joven giró bruscamente la cabeza haciendo que ondeara su blanca melena, aguardando a que le repitieran la pregunta.
–Que si escuchabas heavy metal.
–Aram Khachaturian. Los Conciertos para violín en Re menor –respondió el cuervo utilizando un tono cansado como si estuviera hastiada de dar explicaciones.
–Me gusta el tercer movimiento, el allegro vivace. El andante sostenuto transmite mucha tristeza –respondió Jorge dominando la sorpresa que le había producido la respuesta del cuervo.
–Precisamente este último es el que más me gusta. ¿Tiene algo en contra de la tristeza? –respondió a la defensiva la joven gótica.
–Pues, ciertamente no, aunque prefiera obras más alegres –respondió Jorge con la serenidad que dan los años-. Mi esposa solía tocar a Debussy para mí. Le encantaba la dulzura del Arabesque.
La pálida albina frunció los labios como si Debussy le produjera rechazo. Volviendo a clavar una espina en la yema de su dedo, continuó con su escritura, dando por concluida la conversación.
–¿Tocas algún instrumento? –insistió Jorge en continuar la charla—. Mi esposa siempre me insistió en que aprendiera música, aunque era un auténtico negado.
–Los monitos de feria tenemos que saber tocar algún instrumento para entretener a las visitas –respondió crípticamente la muchacha, sin levantar la vista de su sangrienta escritura.
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Neus tomaba lentas cucharadas de su tazón de leche con cereales, observando las idas y venidas de Graciela por la cocina.
–¿Vendrá a comer, señorita Nieves (1) ? –preguntó la doncella latinoamericana.
“ Mi nombre es Neus. No lo olvides Graciela ”, pensó la joven aunque desistió de corregir a la siempre risueña ecuatoriana.
–Su mamita vendrá hoy de Bruselas y seguro que estará muy complacida si usted viene a almorzar con ella.
“ Que le den a mi madre ” pensó Neus mientras se levantaba de la mesa en dirección a la puerta de la calle. Graciela, acostumbrada al mutismo de la extraña muchacha, no se tomó a mal la falta de respuesta.
Caminó lentamente los escasos doscientos metros que separaban el bloque de edificios de lujo, de su acostumbrado refugio en los Viveros. En aquellas primeras horas del día, siempre por el lado este de la calle, siempre con la cabeza agachada, siempre con sus oscuras gafas negras.
Desde la sombra que proporcionaba la densa copa del sauce llorón, Neus observaba el primaveral colorido del jardín: flores rojas, violetas, amarillas y blancas, se desperezaban ante los primeros rayos del sol. Decidió no utilizar su reproductor. Los duelos musicales, que más de ocho clases de aves mantenían, eran suficiente banda sonora para aquel momento de la mañana.
Miró la negra esfera de su reloj y, acto seguido, giró la cabeza en busca de su peculiar amigo. Con puntualidad británica, Jorge caminaba plácidamente en dirección a aquella esquina del jardín.
–¿Soy bienvenido? –preguntó el maduro hombre alzando levemente su sombrero.
–La salís babilónica no es de mi propiedad, ya lo sabe –respondió una arisca Neus.
–¿Hoy toca de usted? Deduzco que se avecina tormenta –respondió el hombre tomando asiento sobre el césped junto a la muchacha.
–Tengo visitas poco agradables.
–Imagino que alguno de sus progenitores retorna del extranjero –Jorge acostumbraba a utilizar la mayor formalidad posible cuando su joven amiga se encontraba de mal humor. Más de un més charlando con ella todas las mañanas y apenas había logrado conocer unos pocos datos de su peculiar vida. La confianza, que en ocasiones de debilidad había mostrado hacia él, se desvanecía con facilidad cuando algo contrariaba a la irascible muchacha.
–Vuelve mi madre, señor Estellés. Como bien comprenderá, esta circunstancia no me llena de alegría precisamente.
–De camino a la Universidad, conozco una cafetería-pastelería donde hacen los mejores “croissants” de la ciudad. Por supuesto no espero que algo tan banal como un dulce compense el mal inicio de su jornada, pero un “croissant” con mantequilla y mermelada no perjudica a nadie –desde que Neus se fue abriendo a Jorge, había descubierto entre otras cosas, que el raro cuervo estudiaba la carrera de medicina, No por su propia voluntad. Sus conservadores padres jamás hubieran permitido que la joven llevara a cabo su anhelo, estudiando Bellas Artes, mucho menos habiéndosele descubierto altas capacidades cuando tan solo tenía ocho años.
–¡Venga ese café! –con un brusco cambio de humor, Neus golpeó el hombro de Jorge con camaradería.
“ Dios mío, la pobre está como una regadera ”, pensó Jorge apretando el paso para no descolgarse de la muchacha. Debía reconocer que a pesar de todas sus excentricidades, el poder hablar con alguien de música, de historia o de pintura, tanto clásica como contemporánea, había provocado en su apática jubilación, un aire fresco junto a la matriculación en Geografía e Historia.
Aquella era la primera vez que salían juntos del recinto del jardín. Aunque sus respectivas facultades estaban casi en frente una de la otra, cada uno solía ir por su cuenta, aunque coincidieran en los horarios.
Neus corrió hacia el fondo de la cafetería, en la zona más protegida del potente sol de principios de Mayo. Estuvieron dialogando durante más de una hora. Jorge debía haberse marchado a clase hacía quince minutos, pero prefirió hacer compañía a su excéntrica amiga. Resultaba curioso aceptar como amiga a alguien medio siglo menor que él.
El debate sobre el orden en el que debía interpretar a Paganini y Sarasate para su examen de final de conservatorio, hizo que la irritación de Neus fuera desapareciendo paulatinamente. Ese día, seguro que su madre invitaba a todas las amistades del partido, del club de golf, del club náutico… mostrando al monito ante lo más granado de la sociedad. “ Espero que por lo menos Jorge venga. Posiblemente será el único al que le importará de verdad si todo sale bien ”, Neus reflexionaba mirando la leonada cabellera, salpicada de multitud de canas aquí y allá, de su maduro amigo.
–¿Irás a ver a tu madre? –cambió de tema el hombre ante el desconcierto de Neus.
–Se alegrará muchísimo cuando le diga que he suspendido todas las asignaturas del primer semestre –resopló sonoramente agitando su nívea melena. “Me retas constantemente, pequeña”. “No puedes ni imaginar lo afortunada que eres por tener tantas facilidades”. “El señor te ha bendecido con una inteligencia sobresaliente y la desperdicias con tus pinceles y tus tontos poemas” –Neus ponía tono grave intentando imitar la voz materna.
–No soy quién para dar consejos, pero deberías ser un poco más pragmática. Dale a tu madre algo de lo que desea y así te dejará en paz. La libertad suele tener un precio, aunque este sea elevado.
–Ja. Ella lo desea todo mientras me tiene delante. Al rato un nuevo modelo de zapatos o una conferencia, ocupan su mente y se olvida de que tiene una hija hasta que vuelve dos o tres meses después. Mi padre por lo menos no me recrimina nada. Me mira con condescendencia como si fuera un error de la naturaleza y me ignora –las mandíbulas de Neus se habían ido apretando poco a poco hasta que casi se podía escuchar el rechinar de sus dientes.
Jorge nunca había asistido a un arranque emocional de su fría amiga. Casi nada la perturbaba. Siempre ausente, siempre melancólica y en raras ocasiones irascible. Hasta aquel día había departido con Neus como un colega más. Menos de deporte, se podía hablar con ella de cualquier tema. Su vasta cultura y su capacidad para escuchar la hacían una conversadora ideal. Ahora no sabía bien que hacer, enfrente de él, se encontraba una muchacha tremendamente sola. De repente se mostraba la verdadera Neus, una niña, tan solo una frágil niña asustada por no encajar en ningún sitio.
Con multitud de dudas alojadas en su estómago, Jorge alargó la mano hasta posarla sobre la de la muchacha. Por un segundo, el hombre temió haber metido la pata, cuando los rosados ojos de Neus se clavaron desconcertados en los suyos. Un segundo más tarde, la joven aferró con fuerza la madura mano en busca de un asidero de consuelo.
–No te preocupes por mí. Algún día todo esto pasará –respondió comedidamente la niña. No estaba acostumbrada a mostrar tan abiertamente sus sentimientos y eso la intranquilizaba, por lo que se esforzó en no transmitir ninguna debilidad-. Lo que me pase no tiene la menor importancia para nadie.
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La sala de audiciones del conservatorio de música, se encontraba escasamente ocupada, cuando Jorge accedió al recinto. Seis personas ocupaban posiciones en la primera fila. Discreto como era, prefirió sentarse en una butaca de las más alejadas al pequeño escenario.
Neus apareció con su violín bajo el brazo. Se dirigió directamente hacia la mesa lateral en la que aguardaban expectantes los cinco miembros del tribunal.
Parecía otra persona con aquel vestido negro de corte veraniego. Era la primera vez que Jorge la veía sin piercings, sin el oscuro maquillaje gótico, sin aquellas ropas largas y negras. No se trataba de una chica bonita, en el estricto sentido de la palabra. Los angulosos rasgos de su rostro eran demasiado fuertes y poco femeninos, su largo y escuálido cuerpo, no llamaba la atención por donde pasaba, aunque el rasgo más distintivo de la joven impedía que pasara desapercibida. Su larguísima cabellera, blanca como la nieve, hacía que se giraran las cabezas allá por donde iba.
Neus se sentó en el centro de la sala de audiciones. A su lado, un profesor de guitarra, la acompañaría en la interpretación de la pieza de Paganini. Jorge miraba extasiado la velocidad de los dedos de la mano izquierda, los cuales se deslizaban en busca de los imaginarios trastes con una precisión increíble.
La segunda pieza que interpretó era mucho más viva y alegre. Había decidido seguir el consejo de su maduro amigo e interpretar a Pablo Sarasate en último lugar, con el fin de dejar un sabor dulce en la concurrencia. El acompañamiento al piano no era demasiado complejo, por lo que un alumno de último año le hizo de partenaire.
Jorge disfrutó muchísimo de ambas interpretaciones, aplaudiendo efusivamente junto a los espectadores de la primera fila. El interrogatorio que siguió a la última ejecución por parte del tribunal, le era demasiado técnico para que pudiera comprender toda la conversación, por lo que aguardó pacientemente hasta poder saludar a su compañera de jardín.
–¡Maravilloso, cariño, maravilloso! –felicitaba a Neus una esbelta mujer enfundada en un traje sastre carísimo. A pesar de que la aduladora ejecutiva no aparentaba más de treinta años, Jorge estuvo seguro de que se trataba de la madre de Neus—. Es una pena que tu padre no haya podido asistir.
La satisfecha madre aferró a la albina muchacha, que parecía más indefensa que de costumbre, arrastrándola a un sin fin de presentaciones sociales. En ningún momento Neus despegó los labios. Se limitó resignada a que la besuquearan con afectación, todas las amistades de su madre.
–Nieves, cariño. Tengo una recepción en el consulado turco. Es un momento ideal para que celebremos tu título –afirmó la madre de Neus–. Acompáñame, así podrás deleitar al cónsul con el violín.
–Estaría encantada de acompañarte si no tuviera ya otro compromiso anterior –respondió educadamente la joven, oteando las hileras de sillas en busca de su amigo Jorge.
–Bien, no tiene importancia. Estoy muy contenta de tu cambio de actitud. Tan solo espero que no sea tarde para que endereces el rumbo en la facultad –disimuladamente Neus ponía cara de asco ante las palabras de su madre.
Jorge aguardó a que se marchara la atractiva ejecutiva junto a su corte de amistades, para acercarse a felicitar a su amiga.
–¿En serio te ha gustado? –preguntó insegura Neus ante los elogios de su maduro amigo.
–Por supuesto, señorita Fabra. ¿Piensa usted que sería capaz de mentirle?
–tengo reserva para cenar. No me apetecía estar con mi madre. Había pensado que tal vez…
–¿Sí?
–Señor Estellés ¿me va hacer que se lo pida?
–No, si me permite que pague yo la cena. Por cierto, el disfraz de chica formal le sienta muy bien.
–Recuérdemelo en los próximos carnavales.
La cena fue exquisita, tanto por los platos que disfrutaron como por la conversación y la compañía. Neus agradeció el consejo que Jorge le había dado, hacía unas semanas, sobre satisfacer mínimamente a sus padres. Mientras brindaban con un afrutado vino blanco, el maduro hombre no paraba de observar inquieto, la reacción de las personas, ante la extraña pareja que formaban Neus y él.
–Jorge, nadie más que tú ve extraño que cenemos amigablemente. Si mi compañía te va a suponer tanta tensión, tal vez no deberíamos haber venido a cenar.
Tras aquellas palabras, el hombre hubiera querido atreverse a posar su mano sobre la de la joven, transmitiendo confianza y tranquilidad. Le costaba vencer sus arraigados prejuicios. Nunca había tenido una amistad así con ninguna mujer, mucho menos aún con alguien cincuenta años menor que él. ¿Cómo podría explicarle a su hija que su compañero de tertulia era una chiquilla apenas dos años mayor que su nieta? ¿Cómo podría enfrentar las miradas acusadoras que vieran en él a un viejo degenerado?
–Mañana pensaba acercarme a ver de nuevo la exposición de Sorolla. Sé que ya la has visitado, pero en compañía las cosas se ven de distinta manera –Jorge jugó su baza para calmar la inquietud de su amiga y corregir su propio error.
Una leve mueca, parecida a una sonrisa, se dibujó en las comisuras de los rosados labios de Neus.
La veraniega noche invitaba a pasear sin prisas. La peculiar pareja, departía animadamente mientras recorrían las adoquinadas calles del casco antiguo. Jorge apunto se atraganta con su propia saliva cuando la joven se aferró a su brazo.
–Vaya, Jorge, qué envarado estás. Si no te conociera, diría que te pone nervioso el contacto de una mujer.
Escuchar que Neus se refería a sí misma como una mujer, le generó mayor inquietud aún si aquello era posible.
–Si te propongo que me invites a una copa en tu casa, podríamos acabar en urgencias por infarto. Jjajajaja. –Neus bromeaba, con su peculiar mezcla de candidez y ácida ironía.
El hombre comenzaba a sentirse incómodo con la proximidad de la chiquilla. No sabía si el vino de la cena le había alterado el comportamiento, pero lo cierto es que la veía más desinhibida que de costumbre y esto le asustaba bastante.
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El verano se hacía cada vez más largo. Había tratado de engañarse en multitud de ocasiones, pero lo cierto es que echaba de menos a aquella endemoniada chiquilla. Su nieta le había instalado el Whatsapp en la tableta. Las visitas a los museos, las representaciones teatrales y las audiciones de música de cámara que habían disfrutado juntos durante las tardes y las noches del caluroso Julio, habían quedado en unas pocas líneas de conversación con aquella aplicación de mensajería.
Desde luego, era mejor eso que nada. Los vecinos del apartamento de su hija eran muy mayores e insistían en que jugara con ellos a la petanca. “ Sí claro, como si fuera un anciano ”, meditaba Jorge, observando el ir y venir de su nieta por el reducido apartamento.
–¿Qué se cuenta Neus? –Andrea, su nieta, miraba por encima del hombro con cára pícara.
–¿Quién? –Jorge se había colapsado. El pánico y la vergüenza le impedían reaccionar inventando una historia alternativa a la verdad—. No sé de quién me hablas.
–A ver, yayo. No dejes la tableta en cualquier sitio sin contraseña.
–Bu… bueno… es una conocida…
–Ya, y voy yo y me chupo el dedo. Venga, te has comprado polos, cuando tú siempre ibas con camisas, pantalones nuevos tope modernos y encima te has teñido las canas. Venga, desembucha ahora mismo y cuéntame quién es esa señora con la que saliste tanto el mes pasado.
Jorge sudaba profusamente ante el interrogatorio de su nieta. Era cierto que había cambiado mucho en los últimos meses aunque él no lo hubiera percibido. Su hija estaba al tanto de algunas de sus idas y venidas, pues tenía la costumbre de llamarle muy a menudo. Ahora, con el espionaje a sus mensajes, la cosa se comenzaba a poner muy complicada.
–Es una buena amiga.
–¿Pero ha habido tema?
–¡Andrea! Que soy tu abuelo.
–Tendrás necesidades, ¿no?
El resto del mes de agosto se convirtió en un calvario para Jorge. Su hija y su yerno se aliaron con su nieta para bombardearle a preguntas sobre Neus. Parecía ser el deporte del verano. ¿Dónde la conociste?, ¿Es viuda?, ¿Tiene hijos? Se comenzaba a meter en un callejón sin salida y lo peor de todo aquello, era que en el fondo tenía que reconocer, que deseaba volver a ver a su joven amiga.
Neus, no había podido eludir el campus de verano para jóvenes cerebritos que se realizaba todos los años en Massachusetts. En un principio, pensó que con lo mal que le había ido en medicina, tal vez no la aceptaran. Muy por el contrario, incidieron durante todo el mes de agosto en la importancia de integrarse, de realizar investigaciones paralelas sin cuestionar a los profesores, etc. Los muy imbéciles, pensaban que le gustaba tanto medicina que lo ponía todo en duda, profundizando demasiado en las materias.
Muchas noches, Jorge terminaba por marcharse a dormir a las tres o las cuatro de la madrugada chateando con su blanco cuervo. La diferencia horaria era un inconveniente, aunque no insalvable.
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Septiembre llegó y con él, las copiosas lluvias estivales de la costa mediterránea. Jorge disfrutaba de los primeros amagos del clima otoñal reencontrándose con sus cotidianas costumbres. Era un enamorado de la intimidad que le proporcionaba su propia casa. No es que estuviera a disgusto pasando los veranos con su hija, pero la independencia tenía un sabor especial. El sabor del crianza que paladeaba, esperando a que la campana del horno indicara que la cena estaba lista.
El timbre de la puerta sonó. “ Qué fastidio, con lo tranquilo que estoy ”, pensó Jorge apoyando la copa de vino sobre la bancada de la cocina y saliendo hacia el recibidor para abrir a la inesperada visita.
Una empapada joven de nívea melena se abalanzó sobre su pecho estrujándolo con fuerza. Las convulsiones la sacudían de pies a cabeza, mientras no dejaba de hipar y sollozar.
Como buenamente pudo, arrastró a la muchacha sin romper el abrazo, hasta el sillón del salón. Ignoraba qué le sucedía. En aquel estado de nervios sería mejor dejar que se desahogara un poco antes de interrogarla.
–Me cago en tu sombra, cabrón –dijo Neus cuando hubo recuperado el resuello necesario para hablar. La chica golpeaba sin fuerzas el pecho del maduro hombre liberando toda la frustración que guardaba en su interior–. Me mandan a Harvard.
–Vamos, tranquilízate un poco y hablemos. ¿Quieres una copa de vino?
–Lo que quiero es pegarte una patada en el culo –dijo la albina tomando delicadamente la copa de vino de manos de Jorge—. “Debes contentar mínimamente a tu madre. Así estará satisfecha y te dejará en paz” –Neus intentaba imitar la voz de su amigo entre sorbo y sorbo del oscuro caldo—. Para ser mayor pensaba que serías más listo.
–¿Me lo vas a contar o tengo que adivinarlo yo?
–No hay nada que contar. Se han empeñado en mandarme a Harvard. La preinscripción está hecha, tan solo debo solicitar el traslado en la universidad. ¿Sabes tío?, mi vida aquí era una puta mierda –Neus nunca se había expresado con tanta vulgaridad como aquella noche–, pero era mi puta mierda.
–Allí conocerás a gente interesante, harás amigos, estoy seguro.
–Sí, gente muy interesante –la voz de Neus era cada vez más cansada. Con la toalla que le ofreció Jorge, se secaba desganadamente su blanca melena alternando con cortos tragos del cálido crianza.
Ambos cenaban en silencio cordero con verduras al horno. Neus había logrado que Jorge le prestara un pantalón y una sudadera de deporte con las que se sentía mucho más confortable. Por su parte, él, inquieto, no cesaba de darle vueltas a mil ideas absurdas en su cabeza. Entendía los sentimientos de Neus: tan solo deseaba ser querida y las dos personas que podían darle afecto preferían alejarla más aún de su lado. “¿ Serviría de algo que hable con los padres? Desde luego sería algo muy raro ”. Los pensamientos de Jorge intentaban sondear todas las posibilidades que le quedaban a su amiga, la cual, cabizbaja, cenaba en silencio.
La sobremesa no mejoró la situación. La chica bebía una infusión caliente mientras Jorge degustaba su diario chupito de whisky, recomendación del cardiólogo. El silencio incrementaba la tensión, la cual podía palparse en el ambiente.
–Mi ropa ya estará seca. Será mejor que me marche.
–Escucha, Neus. Yo…
–Tú… déjalo Jorge. No tengo el cuerpo para más heridas. Me aprecias mucho, te encantaría hacer algo por mí. No gastes saliva, por lo menos que lo recordemos como una bonita amistad.
El hombre sabía que su amiga tenía todo el derecho del mundo a sentirse defraudada. Si ella había supuesto un soplo de aire fresco en su vida, podía imaginar que en la solitaria existencia de Neus, su mera presencia había sido algo muy importante.
–Mira. Mi mujer y mi hija me recriminaban mucho el que fuera tan opaco para mis sentimientos. Me cuesta exteriorizar en palabras mi afecto hacia la gente. Quiero que sepas que te aprecio, que te has convertido en una persona muy importante en mi vida y que te echaré mucho de menos –mientras decía aquellas palabras, una sensación extraña recorría el interior de su estómago. Jorge no podía evitar aquella inseguridad, aquella incomodidad al abrir su corazón.
Neus alzó la mirada hasta enfrentarla con la de su amigo. Los rosados ojos parecían hoy más melancólicos que de costumbre.
–Gracias. Sé el esfuerzo que representa decir eso –con movimientos lentos, se fue levantando del sillón en dirección al baño para volverse a poner su ropa.
Jorge nunca supo qué le impulsó a levantarse en aquel momento. Vio caminar desganadamente a su amiga por el estrecho pasillo y de repente, la tristeza invadió su corazón. “ La voy a perder y no he logrado que entienda lo importante que ha sido para mí ”. Los ojos del hombre amenazaban con desbordar el torrente de emociones que le embargaban.
–Neus –decir su nombre era lo más sencillo. Ahora venía la parte en que tenía que afrontar todos sus miedos.
Con paso trémulo, Jorge se fue acercando a la espalda de la inmóvil muchacha. El cuerpo del maduro hombre había reaccionado encendiendo todas las alarmas posibles: sudor en las manos, escalofríos, vacío en el estómago. “J oder, tan solo quería darle un abrazo y parecía un adolescente en busca de su primer beso ”. Con delicadeza posó sus manos sobre los huesudos hombros de Neus. Lentamente, la fue girando, intentando ver aquellos ojos que tanto le desconcertaban. Ella continuaba con la mirada baja con visible tensión en sus angulosos rasgos.
Despacio, Jorge fue estirando de ella hasta pegarla a su pecho. La abrazó con ternura, frotando con lentas pasadas toda la longitud de la femenina espalda.
Al comienzo fue como abrazar una estatua puesto que la inmovilidad de Neus era absoluta. Al poco tiempo, Jorge sintió cómo cálidas lágrimas empapaban su camisa de algodón. Los brazos de Neus fueron ascendiendo lentamente por los costados de Jorge hasta llegar a su cintura, la cual apresaron con fuerza en un angustiado lazo.
Una de las manos masculinas recorría el dorso de la desconsolada niña, mesando los blancos cabellos, acariciando la espalda hasta llegar al comienzo de los glúteos. Neus descansaba su cabeza entre el cuello y la clavícula de su querido amigo hipando quedamente.
Más adelante, Jorge se preguntaría muchas veces por qué hizo lo que hizo en aquel momento, aunque tal vez solo siguió un instinto de protección. Sin romper el abrazo, el hombre fue guiando ambos cuerpos hasta el sofá del salón. Tomó asiento, acomodando el delgado cuerpo de su amiga sobre su propio regazo. Ella, reconfortada, aún se arrebujó más contra el protector pecho masculino.
Mantuvieron aquella posición durante un tiempo que ninguno de los dos sería capaz de contabilizar. Neus hacía rato que había dejado de sollozar. Jorge estaba seguro de que no dormía porque podía sentir de tanto en tanto, el roce de sus pestañas en el cuello. Sus propios sofocos e inseguridades habían dado paso a una extraña calma, una sensación de calidez y confort que lo sumían en una especie de trance, como si su cuerpo no fuera el que sostenía a una jovencita en su regazo.
Neus alzó la cabeza, buscando con sus pálidos ojos la adormilada mirada de su amigo. El sincero afecto que percibió en ellos la impulsó a reducir la distancia que separaba sus rostros. Con delicadeza, posó sus finos labios sobre los de Jorge. Presionó con suavidad para que ambos se dijeran sin palabras cuanto guardaban en las profundidades de sus respectivas almas.
La calidez de los labios de Neus, sorprendió al hombre que no se esperaba aquella reacción. Un centenar de sensaciones recorrieron su cuerpo en segundos. En su interior la ternura de aquel momento luchaba contra los prejuicios por la edad. La excitación de sus hormonas se contraponía a la responsabilidad de la madurez. Perdió cualquier batalla contra la razón, en el momento que una mano de finos dedos se entrelazó con la suya. Un pulgar acariciaba la palma de Jorge provocándole cosquilleos indescriptibles.
Los labios, pronto pasaron de tener su piel templada por la temperatura ambiente, a ser cálidos portavoces del más profundo afecto, convirtiéndose finalmente en ardientes abanderados de la pasión. La humedad acompañó a la temperatura, incrementándose hasta la lubricidad más melosa.
“ ¿Qué diablos estoy haciendo? ”, se preguntaba Jorge, sin poder dejar de besar aquella boca de labios finos y pálidos. Los reproches volvían a su mente siendo rápidamente desterrados por el poder de la pasión.
Unos hábiles dedos, desabrocharon con celeridad cuantos botones cerraban la masculina camisa. Abriéndola por completo, Neus acariciaba con la yema de sus dedos el poblado pecho masculino. Con un movimiento vertiginoso, la chiquilla se despojó de la sudadera que horas antes le había prestado su amigo. Su ropa interior aún colgaba de una percha en el baño, por lo que sus pequeños y firmes pechos de pálidos pezones, se mostraron ante la atónita mirada de Jorge.
Neus aplastó sus senos al torso masculino, presionando con fuerza para que ambas pieles se fusionaran transmitiéndose su cariño y su calor. Los labios se volvieron a unir, permitiendo que la punta de las lenguas se saludaran ardientemente.
Saboreando la humedad de aquella lengua en su boca, sintiendo el calor de aquella piel, el cosquilleo del vello en sus sensibles pechos y el fuerte abrazo masculino, Neus se olvidó de que estaba sola en este mundo. Jamás había sentido algo con igual intensidad. Lo que los dos cuerpos se decían no era comparable a retóricas palabras de afecto.
Neus tuvo que aflojar la presión con la que se abrazaba a su amigo puesto que los brazos comenzaban a dormírsele. Aquel abrazo y aquel beso había durado siglos o tan solo un instante, qué importaba. Había sido la cosa más maravillosa que había sentido en su corta vida. La diferencia de edad, las arrugas en ojos y boca, los prejuicios de la gente, nada le importaba en ese momento a al solitario cuervo blanco.
–¿Te puedo pedir una cosa? –solicitó Neus tras romper el largo beso, que había dejado enrojecidos los labios.
–Adelante –respondió Jorge apartando la mirada.
–¿Me harías el amor?
–esto… esto ha llegado ya muy lejos… si seguimos, no habrá vuelta atrás y podríamos hacernos mucho daño –le había costado un esfuerzo sobrehumano, pero al final había logrado que la razón aflorara aunque con suma debilidad.
–Acabo de pasar el momento más bonito de mi vida ¿crees que no tengo claro lo que hago? –Neus se había puesto en pie ofreciendo su mano al aturdido hombre que la miraba con una mezcla de pasión y pánico.
Finalmente, con un suspiro resignado, Jorge cedió a sus instintos y aferró la mano que se le ofrecía. Neus lo condujo pasillo adelante hasta la puerta del dormitorio principal, delante de la cual la joven arqueó las cejas interrogando mudamente. Jorge asintió con la cabeza, permitiendo el paso de la pareja a su santuario particular. “ Los objetos son eso, objetos. Nada va hacer que recuerde más o menos a mi esposa ”, pensó Jorge atravesando el umbral de la puerta.
Todo ocurrió con increible naturalidad. Ambos pensaban que sería una locura de nervios, inseguridades y errores por su propia parte. Para Neus era su primera vez y extrañamente se encontraba calmada y a gusto. Jorge, por su parte, se obligó a controlar la situación. Si se arrepentía ya lo sufriría él, pero en ese momento lo importante era su amiga y no podía fallarle.
Él apartó el cobertor de verano y la sábana, invitando a Neus a adentrarse en el lecho. Ella tardó poco en desvestirse por completo, puesto que tan solo llevaba puesto el pantalón de deporte. Su lacia y nívea entrepierna se mostró con toda naturalidad como si lo hubiese estado haciendo toda la vida. Se sentó sobre la cama aguardando a su compañero.
Mientras Jorge se quitaba los pantalones y el bóxer, la muchacha observaba el pecho del hombre en el cual destacaban varias blancas canas, jaspeando la negra maraña de vellos del pectoral. “ Otros podrán estar más cachas, pero el que me interesa es este ”, pensó la joven mirando apreciativamente el delgado cuerpo en el que sobresalía una vigorosa erección, la cual le provocó una nerviosa sonrisa.
Con el hombre dentro de la cama, el nuevo abrazo no se hizo esperar. Al contacto de las pieles, descargas eléctricas recorrieron los ansiosos cuerpos. Neus quiso girar el cuerpo de Jorge para poder tumbarse sobre su pecho en un abrazo protector. Una mano empujaba la delgada espalda profundizándo la unión de los cuerpos. La otra mano recorría el dorso de la muchacha cubriéndolo de sensuales caricias, el pelo, la espalda, las prietas y respingonas nalgas.
Neus se hubiese quedado así de por vida. Las preocupaciones habían desaparecido y tan solo lo sensorial ocupaba su mente. El sabor de los labios masculinos, el varonil aroma de la piel, la mirada de ternura que le devolvían los ojos marrones, el retumbar de su propio corazón sintiendo a través de su piel cómo palpitaba el corazón ajeno.
Inconscientemente, las caderas femeninas comenzaron a frotar la dura carne que se interponía entre los vientres. La consciencia de Neus buscaba calor y afecto pero su libido reaccionaba iniciando movimientos involuntarios. Un suspiro, exhalado por los labios de Jorge, hizo pensar a la muchacha que para él, aquel movimiento era tan placentero como para ella sentir la calidez de la masculina entrepierna en su húmedo sexo.
Ambos tenían claro cuál sería el siguiente paso. El cuerpo del hombre exigía con ansiedad que llegase cuanto antes. Neus intuía que era la manera de enlazar más aún los cuerpos de una forma sublime.
La chiquilla sintió cómo la mano que acariciaba dulcemente su trasero se adentraba entre sus glúteos, buscando sin prisa pero sin pausa el origen del calor de su cuerpo. Unos expertos dedos le acariciaron superficialmente la zona, jugueteando con la entrada a su intimidad. Las sensaciones se arremolinaban como un torbellino que amenazara con dominarla y someterla.
Un leve impulso hacia arriba de la mano que acariciaba su sexo, fue suficiente para que las femeninas caderas se alzasen liberando la virilidad de Jorge. Esta, como si tuviera vida propia, pareció buscar instantáneamente la puerta a las profundidades abisales de la chica.
En el instante que el glande, guiado por la mano del hombre, rozó la vulva de la muchacha, provocó un estremecimiento de pies a cabeza de todo el cuerpo femenino. El pálido rostro se desencajó. Las uñas se clavaron en el velludo pecho y un profundo suspiro brotó de los labios de Neus.
–¿Te he hecho daño? –preguntó compungido el hombre.
–Creo que ha sido un orgasmo –respondió la chica mostrando una amplia sonrisa.
Ella misma fue la encargada de terminar de guiar el miembro masculino hasta el interior de su cálida cueva. Sintió la presión en las paredes vaginales, mientras se adaptaban al ancho intruso. No era agradable del todo, pero la emoción que le embargaba por poder tener en su interior el palpitante cuerpo de Jorge, compensaba las pequeñas molestias.
Descendió lentamente, sintiendo en su húmeda cavidad, cada uno de los suaves roces, notando cómo su femineidad abría paso al nuevo compañero de juegos, amoldándose al grosor de este. Por fin sintió que ya no podía bajar más. Los pubis estaban unidos. El rizado y oscuro vello de Jorge contrastaba vívidamente con su lacio y blanco triangulito de pelo. Casi estuvo a punto de tener un segundo orgasmo de la emoción que le embargó al verse unida a su querido amigo.
–¿Te ha dolido?
–No, tranquilo, has sido muy dulce. Además hace años que perdí el himen –Neus había cerrado los ojos sintiendo cada palpitación en su interior.
Jorge giró hasta colocar a la muchacha bajo su cuerpo. Deseaba que ella se relajara lo máximo posible y para ello, nada mejor que liberarla de la tarea de marcar el ritmo.
Instintivamente, los talones de Neus se cruzaron encima del trasero masculino impidiendo que el hombre pudiera escapar del sensual abrazo. La boca de Jorge buscó la de Neus fusionando los labios y la lengua en un profundo y duradero beso. El momento fue aprovechado por las caderas del hombre para comenzar una suave cadencia atrás y adelante. “ Dios, qué a gusto se está aquí dentro, qué estrechito, qué calentito ”, pensaba Jorge mientras su virilidad friccionaba lentamente con el sexo de la joven.
El ritmo fue incrementándose con lentitud. Nada debía molestar a Neus, la cual disfrutaba de su primera vez. Un escalofrío recorrió la espalda de Jorge cuando a sus oídos, llegó un, “te quiero”, susurrado por los labios de Neus. La culpabilidad se mezcló con la pasión en una combinación explosiva.
Los pálidos talones se clavaron con fuerza en el trasero de Jorge, al tiempo que la espalda de Neus se arqueaba exhalando por su boca un profundo gemido de satisfacción. Ante aquel despliegue de sensualidad, él no tardó en acompañar a su joven amiga en un profundo orgasmo que lo vació por completo entre sentimientos de culpa y placer. Ella sintió la calidez de la esencia masculina derramarse en su interior, prolongando las intensas sensaciones que disfrutaba en aquel momento tan especial.
Ambos quedaron profundamente abrazados. Neus sintiendo el peso y el calor masculino protegiéndola, queriéndola. Jorge notaba todo su cuerpo sucio de podredumbre, de la infamia de su alma. Pensaba que se había engañado a sí mismo y lo peor, había engañado a Neus.
El hombre aprovechó la repentina laxitud de las femeninas piernas para deshacer el abrazo de estas. Depositando un suave beso en los labios de Neus, se levantó en dirección al baño.
Jorge daba vueltas al baso de whisky, observando cómo los hielos nadaban en el dorado líquido. Era el segundo trago desde que había desaparecido del lecho hacía cerca de una hora. Los remordimientos y las culpas se cernían sobre su cabeza como negras nubes de tormenta.
–¿Arrepentido? –preguntó una suave voz a su espalda. Jorge no pudo reprimir un respingo por la sorpresa.
–Es muy complicado, Neus. Yo te aprecio mucho y te respeto.
–Pero no me quieres –su voz era serena y profundamente triste. Las palabras de la joven se clavaron en su viejo corazón como puñales.
–No es eso, Neus…
–Shh. Solo quise llevarme un bonito recuerdo –posó la yema de su dedo sobre los labios de Jorge, impidiendo que este replicara–. Gracias Jorge, nunca te olvidaré. Nunca.
Neus posó sus labios sobre los de su amigo y, tras un fugaz beso, se giró enfilando el pasillo de salida. Jorge se maldecía por su falta de valor mientras veía la espalda de Neus desaparecer tras la puerta de la calle.
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El salto desde lo alto de la Berja, le había lastimado un pie aunque no lo suficiente para que no pudiera andar. Con paso sigiloso, no le fuera a descubrir algún vigilante, corrió bajo la intensa lluvia hasta llegar al resguardo del frondoso sauce. Con la espalda firmemente apoyada en el rugoso tronco, se dejó caer, sentándose sobre la húmeda hierba.
Los dedos, ateridos por la lluvia y el frío, rebuscaron pacientemente en los amplios bolsillos de la gabardina negra. Un pequeño envoltorio de papel de aluminio apareció en su temblorosa mano. Tras varios intentos, logró abrir el pequeño paquete, extrayendo la afilada hoja de un bisturí de su interior. Otro movimiento en el interior del bolsillo y apareció la mano empuñando un escalpelo, en el cual encajó con movimientos precisos la afilada hoja del bisturí.
A la luz de los relámpagos, observaba cómo la sangre fluía del corte de prueba realizado en la palma de su mano. El fluido vital descendía lentamente recorriendo la espectral palidez de la mano con su intensa negrura. Neus cerró los ojos e inspiró con todas sus fuerzas, acumulando el valor que necesitaba para dar aquel paso.
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“ Con un cuarto whisky no solucionaré nada ”, pensó Jorge mientras encendía la cafetera. Hacía escasos minutos que el sol apuntaba por el este. Ni siquiera había pensado en regresar a aquella cama que aún guardaba el calor de Neus. Los recuerdos de hacía unas horas volvían una y otra vez como un carrusel de emociones que cada vez lo tenían más confundido.
En su mente, se habían grabado a fuego aquellas palabras, “Pero tú no me quieres”, retumbando en su cabeza con la constancia de una triste letanía.
Con calma, se vistió observando el despejado cielo. Le encantaban aquellos días tras la lluvia, en que los colores y los olores se acentuaban, reventando de vida los jardines.
Sus pasos se dirigieron como autómatas hacia los Reales Viveros. Una explosión de vida le recibió nada más atravesar la puerta del jardín y en aquel momento lo vio claro. “ La quiero, claro que la quiero ”. El pensamiento se abrió paso en su cabeza con la contundencia que solo el amor puede provocar.
Sintiendo el cuerpo más liviano, sus pies lo llevaron ágilmente hacia la esquina donde estaba su banco preferido. “ Hoy estaré solo. No vendrá Neus aunque su recuerdo está conmigo ”, pensaba acercándose al enorme sauce. Pero se equivocaba. Sentada sobre un charco de su propia sangre le aguardaba el cuerpo inmóvil del pequeño cuervo blanco.
Jorge corrió con la desesperación en el rostro y la angustia en el corazón. Se arrodilló junto al cuerpo de Neus, sin importarle que sus ropas se tiñeran de rojo. La abrazó contra su pecho con necesidad de sentirla, de decirle cuánto la quería, de no perderla.
–¡Te quiero, claro que te quiero!, pero mi tonta moral me impedía darme cuenta –Las lágrimas de Jorge bañaban las pálidas facciones del débil cuervo.
–Me asusté –susurró Neus con un hilo de voz, al tiempo que mostraba un pañuelo ensangrentado ciñendo su muñeca izquierda–. No sirvo ni para eso.
Juntando todas las fuerzas que pudo, Jorge alzó en brazos el delgado cuerpo de Neus, sin dejar en ningún momento de llenarle la cara de besos. Con un paso firme, caminó entre los floridos parterres acercándose al amplio arco de entrada al jardín.
Fin
Nota 1: Neus en la lengua que se habla en la costa mediterránea significa nieve.
Nota del autor: Inspirado en la película Educando a J.