Cuero negro (2)

Su amigo le inicia en el sado-maso y luego le introduce en los locales para que tenga sus primeras experiencias. Pero el final es distinto al que esperaba.

- Te voy a hacer daño, pero puedes llegar sentir placer, puedes hacerte adicto y yo te puedo iniciar, pero no es lo mío, lo conozco y alguna vez lo práctico, luego será tu decisión, pero no estaré a tu lado. Eso depende de ti.

- Tienes que sentir dolor o humillación para que luego el placer que obtengas te compense lo que has sentido. ¿Entiendes?.

Asentí.

- Bien, vamos.

CUERO NEGRO (2)

(Siento el retraso de las segunda parte, pero si alguien está interesado, la primera parte está publicada el día 27 de mayo en esta misma página)

Me ató las manos a la cabecera con unas cuerdas de escalador y las botas a los pies de la cama. Eso me excitaba, iba a experimentar lo que tanto deseaba. Se puso la gorra de plato negra, cogió una fusta y otro objeto que en ese momento no vi, y se acercó haciéndola sonar en el aire. Se puso a horcajadas sobre mi y me dijo que abriera la boca. Me sorprendió la petición, pero obedecí, para eso estaba. Me metió una bola de goma en la boca y me la ajustó con una correa a la nuca. Me dio miedo estar inmóvil y mudo y me resistí.

  • Ahora eres mío. Ahora puedo hacer contigo lo que quiera. ¿Me entiendes?...lo que quiera. Eres mi puto esclavo....

Me revolví...Y de pronto sentí el dolor agudo de un latigazo en el pecho. Me quedé sin respiración y unas lagrimas brotaron de mis ojos. -Esta es la primera- me dijo. Y volví a sentir el dolor en el abdomen. Luego se acercó a mi y me lamió las señales enrojecidas, luego me mordió los pezones, tiró de ellos, me volví a revolver y me fustigó otra vez.

Me bajó la bragueta del suspensorio dejando mi polla al aire y jugó con con ella con la punta de la fusta. -No te resistas o será peor.

Me propinó dos golpes en los muslos antes de meter un dildo en un bote de lubricante y comenzar a jugar con mi agujero. Aquello me excitó, era mi punto débil y sentí un gran placer. Pero lo dejó a un lado y volvió a pegarme, no quería dolor, quería placer. Las lágrimas me caían por las mejillas. Me agarró las mejillas con sus manos haciéndome daño y me mordió los labios. -¿Quieres que te meta más?, me susurraba. Yo estaba asustado y excitado. No sabía hasta que punto me iba a torturar pero quería placer. Asentí.

Me puso unas pinzas en los pezones. Me dolían mucho y gemí. Tiró de ellas y un grito mudo quiso salir de mi boca. Paró para volver a jugar con mi culo, restregaba el dildo húmedo y yo abría las piernas para sentirlo más. Necesitaba que me lo metiera, necesitaba el placer de la penetración y, de repente, para, se separa de mi y me deja así...sin nada y le oigo decir: - no puedo...no puedo hacerte daño...no puedo hacer lo que me hicieron...hacerte sufrir...Lo siento. No puedo.

Me quedé atónito. Le miré con los ojos desorbitados. Ahora ¡me dejaba así!. ¡Salido como una mona!. ¡Con el comienzo de mi iniciación sin culminar!.

Me quitó la mordaza y comencé a insultarlo fuera de mi. Estaba histérico. Cabrón. Hijo de puta. No me puedes hacer esto. No me puedes dejar así. Eres un mierda etc...etc...

Se volvió a poner a horcajadas sobre mi y de un bofetón me hizo callar y un segundo tortazo llorar.

Me agarró por el cuello - ¡A mi no me vuelvas a hablar así!-, me gritó. - ¡Aquí el que manda soy yo!. ¡Entendido! - Me puso el dedo índice en la frente -¡ENTENDIDO!.

La fuerza que demostraba y la ira que irradiaba me horrorizó. Me quedé paralizado.

Me volvió a dar un bofetón con todas sus fuerzas y yo comencé a llorar. Entonces me subió las piernas a sus hombros y comenzó a follarme con furia - ¡¿Esto es lo que que quieres?!....¡¿Esto?!...

Me follaba fuera de si. Yo lloraba y a la vez estaba gozando de las embestidas. Mis sentimientos se contradecían. Placer extremo, humillación, amor, odio...No sabía que pasaba...no sabía nada... me dejé llevar por la visión de un maravilloso cuerpo encima mío, de una cara desencajada de lujuria, pero preciosa, y del placer de la penetración hasta que estallé como un animal y sentí un orgasmo que me dejó temblando.

Noté como Nelson salía de mi y poniendo su polla en mi boca se corría en mis labios que, instintivamente, se abrieron para recibir el regalo que me daba.

Se tumbó sobre mi, embadurnando los cuerpos de lefa, me lamió los labios para saborear la suya y me dijo suavemente, pero con autoridad : - Dime ahora quién manda.

  • Tu, Nelson. Tu mandas. Haré lo que quieras.

-¿Estás seguro de lo que dices?

  • Si.

  • ¿Esto es lo que querías?

  • Creo que si...Si, es lo que quiero.

Se levantó de un salto, me desató. - Vamos a ducharnos. Esto sólo acaba de empezar. La noche es joven.

Estaba como mareado y débil, algo en mi había cambiado, no sabía exactamente el qué, pero seguí a aquel hombre, a aquel cuerpo poderoso hasta la ducha, y hasta donde quisiera.

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Todo era negro,gris y metal. Enseguida me acostumbré a la penumbra. Fuimos al vestuario y nos vestimos de cuero negro. Nelson lucía fantástico con su pantalón de cuero ajustado que terminaba en sus botas recias, su chaleco, su muñequera y su brazalete que realzaba su bíceps, todo negro remachado con tachuelas, y una gorra de plato con la visera de plata. El color bronceado de su piel, en contraste con el negro y plata le daba un aspecto poderoso. Impactante. El culo se me abrió y la polla chorreó.

Yo le pertenecía y, aunque mi cuerpo estaba de desmayo, la vestimenta era menos vistosa. Las botas militares las conservaba y se delimitaban en mis pantorrillas con el color rojo de los calcetines que se doblaban sobre ellas. El suspensorio, de cuero negro, se cerraba al frente con una cremallera plateada y por detrás, realzaba mis nalgas. Mi arnés, negro y plata, se ajustaba a mis pechos haciéndolos más imponentes. Me ajustó una muñequera simple y un collar perruno negro con un sólo adorno, una ene plateada (propiedad de Nelson). Me puso una correa y nos adentramos en las tinieblas.

Fuimos recorriendo diferentes ambientes en los que ejemplares dignos de las mitologías se daban placer de las maneras más imaginativas. La gran mayoría habían desarrollado sus cuerpos en gimnasios, barbas, bigotes y cejas perfectamente recortas, así como el vello de sus cuerpos. Todos, o casi todos de negro y plata, algunos con prendas militares. El mundo de Tom of Finland, mi ilustrador favorito, se hacía realidad.

En ese mundo de fantasía se hacía realidad la relación homoerótica con tintes sado-maso. Según íbamos pasando de un rincón a otro podíamos ver como se besaban o abrazaban con pasión hombres de físicos maravillosos, o como follaban, o como se azotaban atados a cadenas o cruces, o como se metían dildos de tamaños desmesurados, o como se empuñaban el orto, o como esperaban en postura ginecológica subidos a balancines a que llegara el que le daría placer o dolor.

Todo ese mundo oscuro, viril, uniformado y lujurioso me excitaba de tal manera que mi cipote chorreaba.

Llegamos a una puerta, que Nelson abrió - Entra - me dijo - Haz lo que veas, pero no te corras, te necesito para luego, dentro de un rato vendré a por ti - y señalándome con el índice a la frente me ordenó - ¿Entendido?.

Afirmé con la cabeza y entré en la habitación donde un chico, a cuatro patas, vestido sólo con un collar negro y botas del mismo color se dedicaba a chupar las pollas que salían de agujeros abiertos en la pared.

Le miré. Me miró. Me hizo un gesto con la cabeza invitándome a imitarle. Nelson había cerrado la puerta. Quería que mamara pollas. ¿Porqué no?. Y así lo hice. Me puse a cuatro patas y comencé a mamar pollas de todos los tamaños y grosores. Unas más flácidas y otras al límite del orgasmo, a unas las tenía que lubricar y a otras lamer los fluidos, incluso un cerdo se corrió en mi cara. Así estuve durante un rato hasta que la puerta se abrió y agarrándome de la correa, Nelson me sacó de aquel mamatorio.

  • Ya esta bien de mamadas cerdo. Ahora vamos a que disfrutes.

Me arrastró hasta otra zona en donde me sujetó las muñecas a unos grilletes que colgaban del techo y los tobillos a unas argollas en el suelo, de manera que me quedé colgado como si fuera una equis.

Acercó su cuerpo y su cara a la mía, me morreó, me sobó, me excitó y cuando estaba caliente como un perro en celo, se alejó de mi y me dejó colgado.

De repente noté un latigazo en la espalda que me dejó sin respiración.

  • ¿No querías sentir dolor?. Pues eso es lo que vas a sentir- . Oí una voz decir esa frase de una manera lujuriosa, pero no era Nelson quien la decía. ¿Quién era el que hablaba?.

Y sentí otro latigazo. Me relajé hasta sentir el tercero en las nalgas. El dolor hizo que se tensaran todos mis músculos. Entonces se me acercó un hombre de unos treinta años, fuerte, moreno, con una belleza un tanto bruta, gorra militar negra, tirantes que sujetaban unos pantalones de cuero que dejaban al aire su culo y sus genitales y que delimitaban su cuerpo cubierto de un vello negro bien rapado y dejaban ver dos piercing que atravesaban sus pezones.

Se acercó a mi y me mordió los labios, mientras notaba que otra boca me mordía y lamía mis orejas. Quise corresponder a los muerdos pero se separó de mí. Me ofreció su sobaco para que lo oliera y yo quise lamerlo, pero se volvió a separar. Otro latigazo hizo que me tensara de dolor. Y el cabrón volvió a morderme los labios y a ofrecerme su sudado sobaco. Quise besarlo o lamerlo y volvió a separarse de mi...latigazo de nuevo...y así jugaron conmigo hasta que me morreó con rabia y nos mordimos y luego me ofreció la axila para que la oliera y la lamiera.

Al fondo, entre la oscuridad, pude descubrir a Nelson observando la escena, pero me dio igual, en ese momento estaba disfrutando de mi experiencia.

La polla del hombre se arrimaba a la mía, su cuerpo al mío y su boca a la mía. Por detrás, el otro me mordía las orejas, el cuello y su polla se rebozaba en mi culo. Y yo estaba disfrutando como un loco.

Nelson se acercó a mi con un botellín de una bebida energética que bebí con ansia. Al cabo de unos minutos comencé a marearme.

Cuando me recuperé estaba acostado sobre un lecho de cuero, en postura ginecológica, sujetado al techo por cadenas, dejando mi cuerpo a disposición de quien quisiera.

Aquel maravilloso hombre moreno me dio de beber agua, me limpió el cuerpo con una toalla húmeda y allí me dejó, como cebo a disposición de cualquier depredador.

Al cabo de un rato llegó acompañado de dos hombres: uno era rubio grande fuerte, nunca había visto a un hombre con el vello rubio, me fijé en la entrepierna (espectáculo maravilloso), un auténtico vikingo, y el el otro también era grande y fuerte, pero moreno y con ligeros rasgos africanos sin un solo pelo en el cuerpo, todo afeitado y brillante gracias a algún cosmético.

  • Se van a ocupar de ti. Pórtate bien.

Los dos hombres comenzaron a acariciarme, más bien a sobarme, todo el cuerpo, me olían, me lamían. Luego me aprisionaron los pezones con dos pinzas sujetas entre ellas con una cadena, e hicieron lo mismo con mis cojones. Me dolía, pero podía aguantar. Tenía que aguantar....y comenzaron la faena, el moreno dándome unos azotes con una pala que me hizo saltar las lágrimas y el rubio tirando de las pinzas que me apretaban los pezones. Pararon para morrearme, para mamarme la polla, para acariciarme los huevos y el culo. A continuación volvieron a torturarme para volver a darme placer, me daban pequeños golpes en mi pequeño ojal que me producía un gran placer.

Así estuvieron un rato, hasta que mi excitación les invitó a darme el placer que merecía y comenzaron a jugar con mi ano y mis genitales. Me tiraban de las pinzas que me apretaba el escroto a la vez que me masajeaban el esfínter, o lo lamían, o le daban pequeños golpes. Mi culo comenzó a boquear y ellos no lo hicieron esperar. Yo estaba en éxtasis mientras me dilataban la entrada. Ya os he contado que me dilato con facilidad por lo que los dedos del moreno,embadurnados de lubricante, entraban y salían con facilidad. El rubio se situó en la cabecera y mientras me tiraba de las pinzas de los pezones, me puso su maravilloso cipote en la boca para que se lo comiera, cosa que hice con gran placer. Y mientras uno jugaba por abajo, el otro lo hacía por arriba y mi... calentón iba en aumento. Ya no me importaba el dolor que me infligían mientras tiraban de las pinzas o me daban cachetadas en el culo o en el pecho, al revés, ese dolor acompañado del placer que me daban, me tenía extasiado.

El moreno, que ya me había dilatado lo suficiente, me metía un enorme dildo negro. El rubio me dejó con la miel en los labios para ir a observar los juegos del otro. El dildo entraba y salía con facilidad, me sujetaban las nalgas para abrirlas más y que entrara otro más grande... y mi culo lo engulló...me corría...me iba a correr y lo grité. Escupí lefa hasta quedarme seco mientras apretaba el cipote negro con mi culo. Disfruté con intensidad la experiencia.

Los dos dioses, uno de ébano y el otro de marfil se acercaron a mi cara para darse la gran corrida que acabó en mi cara, boca y pecho.

Cuando acabaron, me desataron y se fueron sin más.

Me levante del balancín. Estaba medio mareado. Busqué con la mirada a Nelson, pero no lo encontré. Comencé a andar por el laberinto de estancias pero no lo encontraba. Llegué hasta la zona de las taquillas y vi que su ropa no estaba. Se había ido. Me limpié, me cambié y me fui a casa.

Echaba de menos a Nelson. Quería compartir con él la experiencia. Dudé en ir a su casa, pero no sabía si estaba allí o había ligado con algún tío. No me atreví a molestarle.

A la mañana siguiente le llamé al móvil. Me dijo que estaba en casa y que podía ir si quería. Fui.

Me recibió vestido de auténtico bacala. Camiseta blanca de tirantes, pantalón rojo de licra que le marcaba su paquete de forma sugerente y unas chanclas negras. Me hizo pasar, me ofreció algo de beber y me preguntó por la experiencia de la noche anterior. Se lo conté todo y cuando acabé recibí de el una hostia que me tiró al suelo de la cocina. Me quedé perplejo. Y el comenzó a insultarme y a pegarme patadas. Me llamó puto, cerdo, perro salido etc. etc. mientras me daba una somanta de golpes. Su voz se quebraba y yo creía que lloraba, pero no lo veía porque me cubría la cara con las manos para evitar los golpes, sólo lo sentía por el tono de la voz.

De repente paró.

Noté que se sentaba a mi lado. Se quedó quieto. Juego comenzó a acariciarme, a abrazarme, me cogió entre sus brazos, me besó las mejillas húmedas, los labios. Apoyó mi cabeza en su maravilloso pecho y me acarició la cabeza. Su calor me invadió, la suavidad de sus caricias hizo que me arrimara más a él. Nelson se fue calentando y sus caricias y besos fueron cada vez más intensos. Metió su mano por debajo de mi camiseta y de mi pantalón hasta sobarme el culo. Yo me dejaba hacer con una calentura que cada vez se hacía más intensa. Su boca en la mía y el juego de lenguas surtían el efecto deseado. Me dejé llevar y que me hiciera lo que quisera. Me arrancó la ropa y sin desnudarse, sólo bajándose el pantalón lo justo, me folló como un fiera. No dijo una palabra, solo bufaba. Hasta que se corrió con un bramido. Me corrí con un placer que no había sentido antes, suavemente, lentamente me corría, me derramaba junto a mi hombre.

Me dijo que me fuera a la ducha, que estaba hecho una pena. Fui al baño y, mientras me duchaba, vi que entraba y se sentaba a mirarme.

En ese momento me di cuenta de que el dolor que había sentido con su desprecio, sus insultos y sus golpes, el daño interior que me había causado el que el hombre que quería me despreciara de esa manera, pero que luego su amor, sus caricias, sus besos y su sexo me hubieran hecho el hombre más feliz del mundo...eso... Eso es lo que yo quería, lo que necesitaba. El regalo del amor después del desprecio era lo que yo había querido desde hacía tanto tiempo y mi amor, Nelson, lo había conseguido. Lo miré desde la mampara con adoración y el me sonrió con amor.