Cuernos imaginarios

Jaime y Tina son una pareja felizmente casada. Pero las miradas de Jaime a otras mujeres le pone muy celosa a Tina, hasta que al fin ve cierta ventaja permitiendo dándole cierto cuartelillo a su marido.

Me llamo Tina, estoy felizmente casada y tengo un hijo de 6 años y en el terreno sentimental no me va nada mal. Mi marido y yo tenemos una muy buena comunicación y no tenemos ningún tipo de tabú en temas de sexo.

Tengo 46 años muy bien cumplidos, 1,65 de altura y estoy algo rellenita, pero sin llegar a estar gorda. Y aunque tengo una 115 de talla de sujetador, siempre he tenido tal complejo de vaca que suelo vestir ropa muy tapada y oscura. A mi marido, cómo no, le gusta todo mi cuerpo, en concreto mis pechos y siempre me ha pedido que salga a la calle enseñando un poco más el mostrador de la frutería. A él le alegra verme así y creo que también le excita que otros hombres reconozcan la hembra que lleva a su lado.

Siempre que caminamos por la calle a Jaime le llama la atención, como a la gran mayoría de los hombres, las "tías buenas". Él suele disimular todo lo que puede. Pero siempre me doy cuenta hacia dónde van sus ojos. Le gustan sobre todo las que rellenitas, con buenos muslos y con buenos canalillos. Yo me hago la tonta y le dejo que se recree. Total, sé que para ellos, sin que esas miradas puedan llegar a cometer alguna infidelidad, les sirve de cierto afrodisíaco para que luego por la noche acaben pidiéndonos guerra.

Una tarde de paseo, íbamos por una calle muy comercial. Era viernes y muchas mujeres ivan muy arregladas para salir de copas. Entramos en una tienda de ropa para niños, me llamó la atención unos jerseys muy monos para mi hijo. Jaime llevaba al niño en la silla de paseo y se quedó a un lado de la tienda para dejar paso. Yo llevaba ya unos minutos buscando la talla y el color apropiado para Iván, cuando ví a Jaime que miraba con ojos muy golosos a otra madre que probaba unos zapatitos a su niña. Ella llevaba un vestido muy ligero con un sugerente escote. Estaba algo colorado, mirando de reojo. Incluso llegó a mover la sillita hacia atrás para poder tener mejores vistas. Y vaya que lo consiguió de manera gratuita, pues le noté un bulto de pantalón algo inusual. Lo estaba viendo todo, sus bragas y parte de sus pechos. Me acerqué a Jaime y le enseñé el jersey que me gustaba y que lo quería comprar. No me puso ninguna pega, porque la señora mamá seguía por allí y seguro que deseaba repetir visión. Así que aproveché que mi marido se despistó un poco en el asunto de nuestras compras y cogí también unos pantalones, los pagué y salimos de la tienda.

A medida que ibamos llegando a casa, Jaime se mostró mucho más cariñoso, y no paraba de darme besitos y caricias. Lo sabía, tenía la polla cargada. Esa noche seguro que tocaba sexo.

Cuando llegamos a casa, le encargué a mi marido que le fuese preparando el baño para Iván mientras que yo me daba una ducha. Me puse a recordar el hecho anterior y he de reconocer que aunque no me gusta mucho que mi marido me folle pensando en otras mujeres, reconozco que tengo algo de culpa por no darle el gusto de salir a la calle con ropa más alegre y algo recortada. Pero lo de esa tarde me puso un poco cachonda, pues antes que se mate a pajas poniendome los cuernos mentalmente, prefiero que no desperdicie sus fuerzas de esa manera y que hagamos uny un trío, aunque la otra se imaginaria. Salí solamente con un tanguita de ropa interior y con un albornoz a medio cerrar. Jaime no paraba de mirarme. Sabía en qué estaba pensando. Pero yo como si nada seguimos con el baño de Iván.

Veía a Jaime muy nervioso. Tenía mucho interés en que termináramos lo más pronto posible. Así que le dimos al niño el biberón y lo llevamos a su cama enseguida.

Pronto nos fuimos a la cama. Jaime entro en nuestra alcoba y entornó un poco la puerta. Se desnudó por completo y entró en la cama lanzándose directamente hacia a mí con un dulce beso en mi cuello. Me pedía guerra, entonces poco a poco me repaso con su lengua como si de un pincel se tratara me repaso todo el lienzo de mis pechos, ombligo, caderas. No me dejó ni un espacio en blanco que su lengua no halla pasado. Yo no podía más. Deseaba ardientemente que pasara ya a firmar su obra de arte allí donde más me gusta.

Entonces llegó a mis ingles. Yo no paraba de gemir y enseguida pasó a pasarme su lengua por mis labios menores, los separó con maestría y con unos movimientos circulares y hacia los lados de manera aleatoria libaba todo mi néctar con sumo deleite.

... las pierna me empezaron a flojear de tal manera que mi cuerpo se estremeció corriéndome a chorros en toda su boca. Él no paraba de castigarme con su lengua y de beberse todo mi ser dejándome limpia. Así siguió la sesión hasta dos corridas más. Cuando él de repente me metió toda su gorda y caliente polla en mi boca, que no tardó en reventar en placer y tragarme todo su manjar. Tras una serie de caricias y abrazos, Jaime estaba recoperado de nuevo para poderme penetrar en todo mi reluciente coño. Permanecimos más de veinte minutos hasta que los dos llegamos casi a la vez al orgasmo. Cuando ya estábamos algo más relajados, se me ocurrió hacerle una pregunta -Quién ha follado mejor hoy, yo o la mamá de la tienda? - Jaime no salía de su asombro cuando me contestó sin vacilar -Gracias a ella, he echado contigo uno de los mejores polvos de mi vida. Llevábamos unos días sin hacer nada y gracias a la visión de esa mamá hemos vuelto a la normalidad.

-¿Quiere decir que ya no te gusto, que te hace falta otros estímulos para hacer el amor contigo? -No necesariamente, yo no me avergüenzo de ir por la calle mirando de reojo a otras mujeres, esto no pasaría si tú fueras más descotada, entonces seguro que te miraría a tí más golosamente.

Aquello me sentó un poco mal, pero entonces ya se me quedó en la mente hasta que llegó el fin de semana. Decidí cambiar mi modo de vestir y me fui de compra, me compré unos vestidos algo ajustados y ligeros.

Entonces el sábado por la mañana, me vestí y me asomé para que Jaime me viera, se quedó atónito, -Guau, déjame que te vea ¡date la vuelta!- Se alegró de mi elección y salimos a la calle.

La gran mayoría de los hombres me miraban e incluso ¡hasta las mujeres!. Yo no sabía si era porque les gustaba mi modelito o porque envidiaban todo aquello que yo podía enseñar. Jaime iba muy contento, ¡cómo no! por mi pérdida de mi ruborosidad.

¿Por qué no te compras otro conjuntito? Te lo regalo yo- dijo mi marido.

Así que entramos a la tienda. Elegí una blusa blanca y una minifalda, cogí mi talla y entré a los probadores. Jaime se quedó fuera al lado del probador. Yo cerré la cortina y me desnudé casi por completo, pues no llevaba sujetador y me quedé en tanguitas, pero cual fué mi sorpresa que cuando me dí la vuelta, descubrí había dejado la cortina sin cerrar del todo de tal manera que se me podía ver de lleno. A mi marido no se le había escapado tal oportunidad y no paraba de mirarme de reojo. Seguí como si nada estuviera pasando y me puse la blusa y la falda, lo más sensual que pude. Cuando terminé abrí la cortina y le pregunté qué tal me quedaba. Jaime asintío sin decir palabra alguna. Estaba muy excitado. -Te queda un poco justa la falda, te traigo una talla mayor- y acto seguido se fue y volvío con la talla apropiada para mí. Esta vez Jaime entró conmigo, se sentó y como si de un voyeur se tratara no paraba de mirarme golosamente. Estaba enormemente empalmado. Yo me quité la blusa para probarme la falda y antes de que terminara de ponermela mi hombre se abalanzó sobre mí como un macho cabrío.

Parecía que me estaba violando. Estaba tan excitado (yo también) que pasó directamente a metermela en mi coño por la parte de atrás. Silencié mis gemidos lo más que pude cuando de repente oimos una voz femenina de fuera que dijo -¿Sucede algo?¿Va todo bien?- Yo contesté con voz entrecortada que sí ííí í. Miré hacia fuera y la dependienta lo estaba viendo todo. ¡Que vergüenza! nos habian pillado, pero yo estaba tan cachonda que me dejé llevar por el placer y no tardó Jaime en dejarme toda mi entrepierna chorreando de semen. Saqué unas toallitas húmedas de mi bolso y ambos nos aseamos. Cuando salimos del probador estaba la vendedora esperándonos. ¿la queda bien? -Y tan bien- Contestó mi marido. Nos lo llevamos. La chica me guiño el ojo con aire de complicidad. Pagamos y nos dijo que no tardásemos en volver pronto.

Desde aquel día nuestra relación dió un giro de 180º. Yo le dejé más libertad para que dejara volar sus fantasías y que mirara allí donde quisiera. Mientras que siempre acabara follando conmigo de esta manera, y sólo conmigo, aunque alguna vez lo hiciera pensando en otras, no me importa nada, yo lo he probado y hoy en día gozo mucho más con él.