Cuernos consentidos en mi noche de bodas
Mi recién estrenado marido me ofrece sin mi consentimiento a un chico que me proporcionará uno de los mejores polvos de mi vida.
Me da mucha pereza ponerme a escribir, pero el recordar los momentos que voy a relatar puede con ella.
Soy una mujer de edad no excesivamente mayor pero tampoco una muchachita. Yo me consideraría una milf, si no fuera por el hecho de que no tengo hijos. No voy a decir que me obsesione mi cuerpo, pero sí que trato de cuidarlo. Me gusta vestir bien e ir arreglada, maquillada y perfumada ya que, en cierto modo, es una exigencia de mi trabajo. Por todo ello, suelo llamar la atención.
Conocí a Maxi mientras realizábamos un máster de relaciones públicas, una parte importante de nuestro trabajo. Podéis imaginar que ambos somos personas bastante extrovertidas y comunicativas. Nos gusta la relación con las personas. Tenemos un buen grupo de amigos, en común y cada uno por su lado. Hasta entonces mi vida sexual había sido bastante anodina. Ligues de una noche que no llegaban a nada, tíos que preferí olvidar, hombres con muy poca consideración por la persona con la que lo están haciendo. También chicos maravillosos, dulces como para disfrutar haciendo el amor con ellos y/o auténticas bestias por las que a cualquier hembra les gustaría ser follada. En alguna ocasión también disfruté de sexo lésbico: un trío con dos compañeras de facultad de las que guardo buen recuerdo.
Con Maxi era genial. Sin ser una máquina, pero me hacía disfrutar de lo lindo: no sólo a nivel sexual, también como persona me llenaba. No tardamos en irnos a vivir juntos. Teníamos largas sesiones de sexo, sobre todo los fines de semana, en los que combinábamos un polvo tras otro con momentos de charlas animadas sobre nuestro futuro y bromas continuas con las que me hacía reír. Con él descubrí cosas del sexo que nunca hubiera imaginado. Esta situación se prolongó durante casi una década, momento en que decidimos formalizar nuestra relación.
Mi historia comienza el mismísimo día de mi boda con Maxi. Todo fue fantástico. Una ceremonia preciosa, un banquete exquisito, la familia y los amigos encantados y encantadores. Ideal. Ya era tarde, la gente comenzó a marchar y al final solo quedamos unas cuatro o cinco personas, básicamente compañeros de Maxi: Lalo, su mujer Almudena y Jonan.
Jonan era el descubrimiento de Maxi para la compañía. Tenía debilidad por él. Un muchacho jovencito que hacía funciones administrativas de apoyo en el departamento de Maxi. Menos corpulento que Maxi, delgadito, blanquito de piel, y con unas gafitas de esas redonditas que te dan un falso aire intelectual. Un poco tímido al primer trato, pero lanzado cuando había confianza. Con sus veintipocos años hacía las cosas propias de la edad, fiesta, alcohol y porretes, según me contaba mi chico. Acaba de dejarlo con una novia que tenía. Según Maxi, la tía era una zorra que se follaba al chaval sólo para que él le soltara pasta y le pagara caprichitos. El chico estaba medio deprimido por la situación y por eso le habíamos invitado, según me pidió Maxi.
Me despedí de ellos y le dije a mi marido que iba para la suite que teníamos reservada. Llegué a la habitación, me quité el vestido y pasé al lavabo yendo sólo vestida con la ropa interior: un precioso conjunto de lencería de color blanco crudo, compuesto por una mini tanga, liguero y sujetador, todo de fino encaje. Estaba desmaquillándome cuando oí la puerta abrirse y seguidamente cerrarse.
-Max, ¿ya te has deshecho de todo el mundo? Pregunté, pero nadie respondió.
Los pasos que escuchaba y la forma de caminar, así como el aroma de su cuerpo me confirmaban que Maxi estaba allí y yo continué quitándome todo el maquillaje de la cara. Así estaba, con los ojos cerrados, cuando noté que con una mano me tapaban los ojos. Como estaba convencida de que era mi ya marido, me dejé hacer.
Noté una lengua caliente en mi cuello, al tiempo que una mano acariciaba los cachetes de mi culo, subía por mi espalda desnuda hasta llegar a la altura del cierre del sujetador, soltaba con maestría los corchetes dejando libre una puerta de entrada de aquella mano hasta mis pechos desnudos.
He de decir que en esos momentos yo estaba ya muy excitada y notaba como mi vagina se iba humedeciendo por los efectos de aquellas caricias.
Aquella ardiente boca seguía recorriendo con su lengua cada centímetro de mi cuello, los lóbulos de mis orejas e incluso se permitía jadear débilmente en mi oído. Al mismo tiempo, notaba como su mano derecha acariciaba mis pechos, amasándolos suavemente y pellizcando con mucha delicadeza, incluso hubiera dicho que con timidez, mis duros pezones; mientras su mano izquierda se deslizaba por el elástico de mi pequeña tanga, hasta llegar a mi zona púbica donde empezó a jugar con la pequeña mata de vello que tanto le gusta a mi marido que conserve en mi rasurado sexo, enredando sus dedos en el pelo y descendiendo por él, poco a poco, hasta que el dedo corazón encontró, sin mucho esfuerzo, mi abultado y mojado clítoris. Se apagó la luz del baño, pero mi amante seguía con las caricias. Su boca recorría mi cuello y mi lengua la buscaba desesperadamente, con los ojos cerrados y gimiendo de placer, dispuesta a disfrutar de aquella lengua que tantísimo placer me estaba proporcionando. A la vez, la mano derecha alternaba un pecho y otro y en mi cabeza no encontraba el momento en que aquellos labios ardientes succionaran mis tiesos pezones. No puedo olvidarme de la mano izquierda que cubría por completo mi sexo al tiempo que aquel dedito corazón se movía sin parar arriba, abajo y describiendo círculos entorno a mi húmeda vulva, hasta el momento que se introdujo, sin ninguna resistencia, hasta lo más profundo que le fue posible de mi vagina.
En esa posición estaba, de cara al espejo con las piernas ligeramente abierta, jadeando y excitadísima, cuando tuve que apoyar mis manos y sujetarme con todas mis fuerzas contra el precioso mueble de madera rústica y mármol que sujetaba el lavamanos.
No pude más. Allí mismo, de aquella forma, tuve uno de los mejores orgasmos que he tenido en mi vida. Se me erizó el vello, con los ojos en blanco se me nubló la vista y me sentí desfallecer al tiempo que notaba como el flujo que emanaba de mi chochito se derramaba caliente por la cara interna de mis piernas, llegando incluso hasta mojar el suelo.
Aprovechando que mi amante había tenido que cesar toda actividad con sus manos y boca para sujetarme, busqué, nuevamente, su boca. Nada más mi lengua acarició sus labios, supe que no era Maxi el hombre que me estaba volviendo loca de placer. Intenté girarme para verlo, pero él, más fuerte que yo, me obligó a inclinarme sobre el lavamanos, dejando todo mi culo en pompa; con un rápido movimiento de su mano libre bajó mi tanga hasta medio muslo dejando bien visible un primer plano de mi sexo, húmedo y abierto por el fantástico pajote que me había dedicado. Escuché el ruido de la cremallera de su pantalón al ser bajada, pero no podía ver que sucedía tras de mí, pues aquella persona presionaba mi cabeza con fuerza, al tiempo que forzaba a uno de sus dedos, que deduje que era el que había estado perforando mi conejo por la humedad y el sabor a sexo, a entrar en mi boca. Seguidamente, noté como algo, muy caliente y duro, frotaba mi encharcado chumino.
No cabía duda, aquel hombre me iba a penetrar de un momento a otro. El día de mi boda iba a ser violada por un desconocido. Mi cabeza me decía que tenía que luchar para evitar aquello, podía incluso morder el dedo que jugaba con mi lengua, pero mi cuerpo deseaba que aquel extraño me penetrara sin demora. El tío que me había brindado uno de los mejores orgasmos de mi vida, habiendo tenido tiempo para acabar con mi vida, no iba a hacerme nada malo, me repetía yo para mí. Pero era el día de mi boda y aquel no era mi marido. Que le podría explicar yo a Maxi cuando todo aquello acabara y lo tuviera frente a mí.
Noté una fuerte cachetada en mi trasero al tiempo que el desconocido comenzaba a empujar el pene hacia el interior de mi vagina, suavemente, poquito a poco. Notaba como mi útero se iba rellenando, milímetro a milímetro, con aquel pedazo de carne caliente y dura. Este tío debía tener una polla descomunal, pensaba para mí, ¡qué pena no poder disfrutarlo como dios manda!. Era una bestia. Después de un tiempo, que se me hizo eterno, al fin sentí como sus testículos, ligeramente peludos, golpeaban contra mi trasero. Yo no me podía mover y él no quería moverse.
Realmente, estaba siendo una violación muy extraña: yo no había consentido, pero el tío me estaba proporcionando una de las mejores folladas de mi vida.
Comenzó a moverse. Despacio, con mucha suavidad, deslizaba el miembro viril por mi dilatada vagina sin tener prisa. De vez en cuando, extraía la totalidad de la polla para, a continuación, volver a penetrarme con toda la calma del mundo. Mis manos se agarraron a sus piernas, tenía los pantalones bajados hasta los tobillos, por lo menos. Debía ser un chico joven; sus piernas estaban duras, propio de una persona que hace mucho deporte; era velludo, algo que no me gusta mucho, pero no me resultaba desagradable. Continuaba el mete y saca a un ritmo desesperante para mí. Intentaba empujar sus piernas para que acelerara el ritmo de la penetración, pero ni por esas. El muy cabrón cambió de mano. Sacó sus dedos de mi boca, apretó mi cabeza con la mano que tenía libre y dirigió sus dedos empapados de mi saliva en busca de mi pubis y mi clítoris, como había hecho antes. Su pene entraba y salía de mi cueva y sus dedos me masturbaban sin compasión. Le pedí, por compasión, que parara. Me estás violando y estoy a punto de correrme. No voy a aguantar más, para por Dios, le pedí. Me estoy corriendo le dije lloriqueando, a la vez que se desencadenaba en mi interior el segundo orgasmo de la noche. ¡Que placer me había dado aquel cabrón! Pocas veces Maxi había conseguido que mojara tanto. Ahora lloraba, pero no sé si era de rabia o de placer.
Sin dejar de penetrarme, con aquel inmenso falo en el interior de mis entrañas, el chaval de inclinó sobre mi espalda para volver a erizar mi vello pasando su lengua por mi cuello. Volvió a cambiar la mano que sujetaba mi cabeza y su dedo corazón abandonó mi abultado clítoris para volver, empapado de mis caldos, a mi boca. Chupé el néctar de mi vagina con desesperación, con rabia, pues aquel chico volvía a menear su enorme rabo en el interior de mi conejo con una lentitud desesperante. Quise provocarlo, no podía más. Necesitaba que me taladrara a lo bestia. Me sentía como una furcia y quería que me trataran como tal. Eres un cerdo, chaval, le dije, un cabrón que se aprovecha de una chica desnuda. Vaya mierda de follada que me estás pegando. ¿así te tiras a tu novia?. Seguro que tienes una minipolla: ni la siento en mi coño.
El tío no respondía ni palabra. Parecía no tener sangre. Al final iba a resultar ser un psicópata de verdad.
Pero no. Había tocado la tecla o quizás aquel chico había llegado a su límite de aguante porque ya llevábamos como tres cuartos de hora entre una cosa y otra. El chaval empezó a empujar con fuerza. Me sacó todo el pollón y me volvió a ensartar de golpe. Una vez, dos, tres. Me estaba empotrando contra el lavamanos. Estaba volviendo a excitarme. Mi sexo era una fuente: el flujo chorreaba mis piernas. Con cada empotrada, con cada golpeteó de sus pelotas en mi sexo, me volvía más y más animal. Así cabrón, ahora lo haces bien, así se trata a una hembra, le decía, dame fuerte; revienta mi útero bestia; que puedas decirles a tus amigotes que te has follado a una tía, que la has violado; me estás matando; me voy a correr otra vez cabrón; cuando mi marido se entere él que con suerte hace que me corra dos veces; si viera a la zorra de su mujer violada por un chaval y corriéndose tres veces.
El chico estaba aumentando el ritmo y yo sabía que no iba a tardar en eyacular.
No aguanté más. Me corro chaval, no aguanto más, me estás reventando de placer. Me viene tío, me viene ya, aghhhhh, siiiiiiiii, aghhhh, dios mío, otra vez. Estaba llorando nuevamente, pero esta vez era claro que era un placer inmenso lo que sentía. Acababa de tener el tercer orgasmo de la noche.
Entonces, sentí como el trabuco que aún permanecía bombeando mi vagina aumentaba aún mas de tamaño. El chico abandonó mi cuello, se puso rígido y metiéndome unos pollazos tremendos con aquel enorme pene que gastaba, comenzó a eyacular en el interior de mi útero. No sé la lefa que llegó a soltar aquel cabrón en mi vagina. Estuvo soltando leche calentita un buen rato y cada lechada iba acompañada de un empotramiento, con mi consiguiente gemido. Desde aquel mismo momento, supe que aquel tío me había dejado preñada. No tenía duda. Doy las gracias al inventor de la píldora del día después.
Con el último empujón pude, por fin, escuchar la voz de mi violador. Aggghhhh, Hija de puta, como me has ordeñado. Que pedazo de zorra. Como follas, cabrona. Que rica que estás. Decía. Ahora ya sabía quién me acababa de pegar el, hasta el momento, mejor polvo de mi vida.
Aún tenía mi cuerpo apretado contra el lavamanos y continuaba penetrada por el pollón de aquel chaval, aunque poco a poco su tamaño iba disminuyendo. Al sacar la picha de mi vagina, escuché como un descorche y, a continuación, el semen del chaval comenzó a derramarse por mi coñito, bajando por mis piernas junto a mi flujo.
Aflojó la mano y yo me incorporé. Rápidamente me di la vuelta y nunca me hubiera imaginado lo que presencié en aquel momento. Jonan estaba tras de mí, sudando y jadeando, con los pantalones en los tobillos y con una polla que yo calculé entorno a los veinte centímetros, toda babosita con los restos de mi flujo y goteando semen. Le solté un bofetón que le giró la cara y casi le tiro las gafitas, pero acto seguido me tiré sobre él y comencé a comerle la boca desesperadamente. Que hijo de puta eres cabrón, cuanto me has hecho gozar. Que ganas te tenía yo a ti, me respondió. La de pajas que me he hecho pensando en ti. El polvo de hoy es una anécdota. Seguro que eres una fiera en la cama. Ya lo comprobarás, le dije yo.
En ese momento, se encendió la luz. Me quedé de piedra. Maxi, estaba apoyado en una pared contemplándonos. Me sonreía. Abrí los ojos para asegurarme de que era verdad lo que veía: tenía los pantalones también por los tobillos y una enorme mancha húmeda se apreciaba perfectamente en sus oscuros gayumbos. Mi marido se había machacado la polla, mientras observaba como Jonan me follaba una vez tras otra, hasta correrse encima. Acaba de convertirse en cornudo y parecía que aquello le había encantado.
Me llamo Raquel y este fue mi inicio en el mundo swinger. Luego hubo más.