Cuernos 3. relación muerta
Un hombre, cuyo matrimonio hace aguas, se siente atraído por una mujer divorciada.
CUERNOS 3. RELACIÓN MUERTA
Cuando conocí a Carmen, mi relación con Yolanda estaba completamente muerta. Después de dos décadas de matrimonio, y a punto de entrar en la cincuentena, el fuego se había extinguido y no quedaban ni las brasas. El proceso de deterioro se había acelerado en los dos últimos años y ahora hacía meses que no nos tocábamos. Nos metimos en la cama a diferente hora y dormíamos dándonos la espalda. Al final la pereza y la rutina era lo que nos hacía seguir juntos.
Por eso, Carmen supuso una bocanada de aire fresco que me llenaba los pulmones. Ésta era una camarera de una cafetería donde solía desayunar camino de la oficina. Era divorciada y había encontrado aquel curro absorbente con el que seguir a flote. Pese a su precaria situación económica, Carmen era una mujer alegre y resuelta. Conversaba con todos los clientes y su buen carácter hacía que se hiciera querer por la clientela. Yo, cliente habitual, me convertí en uno de sus favoritos. Cada día me preparaba el desayuno sin que tuviese que pedírselo y siempre que podía me servía de los primeros.
No sé en qué momento sucedió pero comencé a sentir cierta atracción por aquella camarera. Con cinco años más que yo, llevaba sus 54 bastante bien. En sus marcas de expresión se adivinaba una belleza ajada. Ojos negros, cara angulosa enmarcaba por una melena teñida de un rubio ceniza. Carmen era bajita y el feo uniforme de camarera no le hacía justicia. Bajo su camiseta negra se adivinaban dos buenas tetas.
Con el paso de los meses nuestra relación de cliente-camarera se fue estrechando. Yo le prestaba atención y ella me fue contando algunos aspectos de su vida. Era madre de una hija de 19 años que, según me dijo, era su vivo retrato. Me mostró una fotografía de una chica espectacular que se le parecía bastante. Su marido no la quería y durante toda su relación le había sido infiel hasta que sucedió lo inevitable y se divorciaron.
Por mi parte, también comencé a tener cierta confianza con ella y a contarle mi situación sentimental. Una tarde, después de trabajar acudí a la cafetería sabiendo que ella terminaba su turno y la invité a que me acompañara con una copa. Entre gin tónics le expliqué que mi matrimonio con Yolanda estaba roto. Nuestro hijo era el único punto en común y nos habíamos acomodados a no afrontar la situación. Ni siquiera teníamos sexo hacía muchos meses. Carmen me miraba y sonreía melancólica:
-El sexo es lo único que echo de menos de mi matrimonio. Desde mi separación no he vuelto a tener. -Dijo antes de dar un sorbo a su copa.
-Pues ya ves... Yo casado y no follo.... El mundo al revés...
Carmen pasó sus dedos por mi mano mirándome a los ojos con media sonrisa. Aquella tía estaba ansiosa por un rabo. Tomé mi copa y di un trago largo antes de volver a sonreírle:
-Bueno, ¿sabes que ando buscando casa de alquiler?
-¿Ah sí? ¿Sabes que soy comercial inmobiliario?
-Sí, ya lo sé. Por eso te pregunto.
La conversación se desvió hacia lo profesional liberando la tensión que había ido acumulando pero me había provocado una erección. Y es que en mi situación de sequía, aquella pureta necesitada era un magnífico partido. Nos despedimos quedando pendiente concertar una visita a alguna vivienda.
Había pasado una semana y, aunque seguía viendo a Carmen a diario, se me había olvidado por completo lo de su interés por su casa:
-Oye guapo, ¿Cuándo me vas a buscar casa?
-Ah, sí, a ver si te llamo...
Cuando llegué a la oficina me puse a buscar algo que le pudiera encajar. Era un piso pequeño, con dos dormitorios y una buena terraza. Estaba amueblado y el precio, para la ubicación, era una ganga. Llamé a Carmen y quedé con ella para dos días después a las 7 de la tarde.
A las 7:10 apareció Carmen por el número de la calle en el que la había citado. Quedé sorprendido al verla vestida de "calle". Había ido a la peluquería y su melena lucía espléndida. Cubierta tras unas gafas de sol y ligeramente maquillada, la camarera de veía mucho más guapa. Una camisa negra desabrochada estratégicamente contenía sus dos buenas tetas y permitía que sus pezones se marcasen ligeramente. Para terminar, un pantalón de pitillo le hacía un culo redondo casi perfecto. Subida en unos zapatos de tacón había ganado casi diez centímetros de altura.
Después de alabar lo bien que lucía con esa vestimenta, ella sonrió y me dio dos besos. Subimos a la primera planta de aquel edificio reformado y entramos en el piso. Reconozco que me sorprendió lo luminoso del piso y el precio me parecía una auténtica ganga. Estuvimos visitando cada una de las dependencias y Carmen cada vez estaba más convencida. Iba diciendo cómo decoraría el piso. Entramos en el dormitorio principal, ella por delante y yo por detrás informándole de cada estancia, sus metros y las posibilidades que le veía a cada una de ellas.
En un momento ella se frenó y se giró justo delante del armario empotrado. No puede evitar atropellarla y nuestros cuerpos quedaron totalmente juntos. Nos miramos fijamente a los ojos, después a los labios y el beso fue inevitable.
La camarera me cogió por la nuca y me besaba apasionadamente. Yo le devolvía el morreo metiéndole la lengua. Nos recorrimos los cuerpos con las manos y con la respiración entre cortada. Le abrí la camisa y me comí sus tetas por encima del sujetador. Carmen gemía mientras intentaba desabrocharme el pantalón. Le bajé el sujetador y liberé dos buenas tetas que empezaban a perder la guerra contra la gravedad. La aureola redonda y de color muy oscuro contrastaban con lo blanco del resto Un pezón gordo y erecto me provocaba a que lo succionara.
Con su pezón entre mis dientes y gimiendo de gusto, Carmen logró alcanzar con su mano mi polla dentro de mi bóxer negro. Me retiró para ir descendiendo y acabar arrodillada dispuesta a comerme la polla:
-Joder, hace mucho que no me como un rabo. Y vaya rabo que tienes cabrón.
La verdad es que tengo una buena polla. Aquella pureta me estaba pegando una mamada magnífica. Con una mano me masturbaba al tiempo que movía la cabeza de manera frenética a lo largo del rabo. Lo engullía de manera bestial. Pero no quería correrme todavía. La puse de pie. Le quité la camisa y me dispuse a bajarle el pantalón. El tanga negro también salió dejando a la vista un coño cubierto por una gran mata de pelo negro. Le pasé la mano de abajo a arriba metiendo el dedo corazón en su raja. La tenía empapada de flujo ardiente. Ella suspiró y me demando con la mirada que me la follase.
La levanté en vilo sobre mis brazos. Me rodeó con sus piernas y se agarró a mi cuello. Nos besamos y no le di opciones. De un golpe de cadera le clavé la polla muy fuerte. Carmen comenzó a gritar, suspirar y gemir. Yo resoplaba mientras me la follaba con ganas, de pie, haciendo que su cuerpo golpease contra el armario empotrado de aquel piso de alquiler:
-Sigue, no pares. Joder qué rabo tienes cabrón.
Carmen era una amante muy fogosa. Nada que ver con mi mujer Yolanda, mucho más pasiva. El morbo que me producía era desconocido para mí:
-Ponme a cuatro patas que me gusta más.
Sus palabras eran órdenes para mí. Sin bajarla al suelo la tiré sobre la cama. Ella se contoneó en la ca mientras se acariciaba el coño mostrándome lo caliente que estaba. La agarré y la obligué a ponerse a cuatro patas. Se la metí fuerte. Con ganas. Agarrado a sus caderas comencé un frenético mete-saca. Sintiendo como su coño envolvía mi polla lubricado con su flujo. Carmen gritaba sin vergúenza de que pudieran oírla.:
-Sí, cabrón, fóllame fuerte. Dame más fuerte...Así, dios, así...
Entre el tiempo que hacía que no follaba, lo necesitada que estaba la camarera de sexo y lo fogosa que se mostraba estábamos disfrutando de una sesión de sexo espectacular:
-Dame polla, dame fuerte....
Yo comencé a sentir que me iba a correr, mi respiración se entrecortó y mi musculatura se tensó:
-¿Quieres echarmelo dentro? ¿Quieres correrte en mi coño? Hazlo, lléname el coño de lefa. Rellename de leche caliente, joder.
Esto fue definitivo para mi libido y terminé por echar una abundante corrida en el interior de aquella vagina pureta. Carmen se tocó el clítoris unos segundos antes de estallar en un sonoro orgasmo. Gritos y convulsiones casi exageradas por su parte hicieron que me terminase de ordeñar....
Permanecimos diez minutos tumbados, recuperandonos, antes de vestirnos y salir hacia la oficina para firmar el contrato. Desde entonces mantuvimos una relación de amantes.