Cuerdas inocentes
Fantasía de dominación con shibari
Finalmente había ocurrido. Una petición un tanto controvertida pero inocente al fin y al cabo. Hacía un tiempo le había comentado a una amiga la idea de practicar con ella el arte del shibari pero sin subir el tono, nada de desnudos ni cosas por estilo, tan sólo unas cuantas piezas por encima de la ropa a modo de práctica para poder usarlo en otras ocasiones. Y allí estaba yo, con una mochila de tela a la espalda llena de cuerdas de atadura erótica delante de la puerta de su piso debatiendo conmigo mismo si aquello era una buena idea o no. Estaba nervioso, tremendamente atacado por ello mejor dicho, pero, al fin y al cabo, que es lo peor que podría pasar? Estaba todo hablado y nada malo iba a ocurrir así que, porqué no aprovechar y practicar un poco? Esto no se trata más que de expandir horizontes, o eso era lo que me decía para mis adentros una y otra vez.
Escuché un ruido dentro de su casa, como si se tratara de cacharros golpeándose. Eso me hizo salir de mi pequeño trance y decidirme por tocar el timbre. No tardó mucho en abrirse la puerta y en aparecer ella al otra lado vestida con ropa deportiva, una camiseta ajustada y unos legins. Tenía una figura tan perfecta que había hecho que olvidara cualquier otra cábala que me estuviera haciendo antes de entrar. Me invitó a pasar con tono amable como siempre:
- Hola, pasa te estaba esperando.
- He oido algo, que ha pasado?
Me explicó con tono divertido que estaba guardando unas ollas y se le cayeron al suelo y así era, la seguí hasta la cocina y, en efecto, todas las ollas estaban desparramadas por el suelo. Me ofrecí para ayudarla pero ella insistió en que no era necesario. Se agachó para recogerlas dejándome ver el espectáculo de ese tremendo culo marcado, redondo y perfecto que tantas veces he ansiado. En ese momento no podía pensar en otra cosa que cogerla del pelo, apoyarla en la encimera, arrancarle los pantalones de cuajo y follarme ese culo brutalmente. De repente me di cuenta de que me estaba mirando mientras me hablaba en esa posición y yo no me estaba enterando de lo que me decía, sólo la miraba el culo y me imaginaba todas las cerdadas que me gustaría hacerle.
- Oye que te estoy hablando - Dijo ella de nuevo con tono bastante divertido al percatarse de que la miraba ausente.
- Ah si, perdona que decias? - Aquello me puso un poco nervioso, me había pillado totalmente de pleno.
Siguió hablando de varias cosas que ni siquiera recuerdo, pues yo había vuelto a un estado de nerviosismo que no me permitía ni prestar atención. Fue en aquel momento cuando me di cuenta que la idea de jugar con cuerdas con ella sería un error garrafal pero ya no había manera de volver atrás a dilemas internos y cavilaciones. Al acabar de recoger todo me ofreció un vaso de agua que acepté. Mientras bebía se percató de mi mochila y me dijo:
- Es ahí donde llevas las cuerdas?
- Si
Mis respuestas eran secas y trabadas, no era capaz de articular las palabras de forma fluida y, aunque era más que evidente que ella se percataba de ello, no me lo hacía saber. Debía olvidar todas las tonterías que me pasaban por la cabeza porque no iba a pasar nada, y menos con ella acostumbrada a hombres de buen ver y seguros de sí mismos lo cual estaba lejos de ser mi caso. Fue ella quien tomó la iniciativa al decirme después de un pequeño silencio:
- Saca las cuerdas y deja la mochila donde quieras
Las saque. Tenía dos una de color rojo y otra negra. Ella con una cara mezcla de asombro e ilusión me pidió que se las dejara coger:
- Nunca había visto unas (yo no creía esto de ella, se que es una mujer que ha visto mucho mundo) son super suaves!
Una vez más asentí sin saber muy bien que decir. A lo que ella prosiguió mientras me llevaba a un espejo enorme que tenía en el recibidor:
- Bueno y que me vas a hacer? Me puse esta ropa porque supuse que te sería más cómoda, te parece bien?
- Si… Estas … bien. - Se lo dije mientras la repasaba de nuevo de arriba a abajo. Me recompuse como pude de la situación y seguí - Mi idea… era hacer el corsé. Es como la base digamos… permite hacer muchas cosas después así que me irá bien practicarlo…
- Esta bien. Por mi encantada, que yo adoro los corsés, ya lo sabes. Cómo necesitas que me ponga?
En ese momento solo quería decirle que la quería de rodillas ante mi devorándome la verga como si no hubiera un mañana pero me contuve:
- Pues… levanta un poco los brazos para que pueda pasar las cuerdas y con eso bastará.
Se puso entonces mirando al espejo haciéndome caso y yo empecé con la faena. Empecé a enrollar la cuerda desde su cintura hacia arriba. Mis manos estaban temblorosas, no podía creer que realmente me hubiera lanzado a hacer algo así y menos con una mujer que me ponía tantísimo. Procuraba estar alejado de ella lo máximo posible y tocarla lo justo y necesario aunque yo sólo deseaba despojarla de esa tela y que pudiera sentir las cuerdas apretándose contra su piel. Los primeros giros fueron algo torpes y mal ejecutados y los tuve que deshacer. Respire hondo y le dije:
- Perdona voy a tener que deshacer esto y empezar de nuevo.
- No te disculpes, estás aprendiendo. Tómate tu tiempo, aún puedes quedarte un rato. Y relájate, que no pasa nada.
Tenía que armarme de valor, no tenía ningún sentido haber llegado hasta allí para no parar temblar. Cogí las cuerdas de nuevo con más firmeza y comencé de nuevo. Mis manos ahora recorrían el contorno de su abdomen al son de los giros de la cuerda que apretaba con ligera fuerza. Empezaba a tener una erección importante y por ello, a pesar de tener algo más de contacto, procuraba mantenerme alejado de ella.
Estábamos ambos callados, yo concentrado en que todo saliera a la perfección y ella mirando con expresión seria, pero relajada, lo que le estaba haciendo. Ya tenía la base del corsé hecha, era sin duda la parte más sencilla. Al llegar justo debajo del busto me detuve y levanté la cabeza para mirarla al espejo. Ella me miró fijamente a través de él y me dijo:
- Vas muy bien, me está gustando mucho como te está quedando. Tu sigue, no te preocupes y haz lo que tengas que hacer.
Sus palabras me incitaron a una mezcla de calma y excitación y sin pensarlo continué liando las cuerdas alrededor de sus pechos. Pasé una cuerdo por su escote e inevitablemente tuve que palpar su seno lo que hizo que mi erección siguiera creciendo involuntariamente. Giré la cuerda por detrás del cuello, di una vuelta y volví a pasarla por su canalillo describiendo una cruz de tal manera que sus tetas quedaban libres para ser manipuladas a mi antojo. Ella seguía inmóvil dejándome hacer a mi antojo. Para rematar el corsé di otro giro con las cuerdas por debajo del pecho con intención de levantarlo y otro giro por la parte superior de manera que sus tetas quedaban algo apretadas.
Con tanta emoción no me había percatado de que estaba totalmente pegado a ella mientras hacía el nudo final. Mi polla estaba muy dura y era más que notable contra su culo. Cuando me di cuenta y quise retirar sus manos me agarraron de los laterales del pantalón para apretarme contra ella y mientras restregaba su increible culo contra mi miembro subiéndolo levemente de arriba a abajo. Pude ver su cara de vicio a través del espejo y aquello definitivamente me hizo enloquecer. Cogí otra de las cuerdas y le até las dos manos por las muñecas a la espalda del corsé para así poderla someter plenamente a mis deseos.
Volví a pegarme detrás de ella pero ahora con el ansia de un animal que solo quiere devorar a su presa, desatado y con mucha hambre. Le arranqué la parte delantera de la camiseta dejando al descubierto esas tetas que tantas veces había anhelado. Mis manos se posaron sobre ellas para acariciarlas, sentir como sus pezones se endurecían al tacto de mis palmas que no tardaron en amasar y apretar salvajemente. Mientras, mi boca se abría paso hasta su cuello para besarlo y lamerlo recorriendo cada rincón para finalmente acabar en su boca, donde nuestras lenguas empezaron un baile húmedo y pasional que nos fundió en uno y me hizo perder la poca cabeza que ya me quedaba.
Una de mis manos liberó un pecho para deslizarse hacia abajo. Sentía el tacto de las cuerdas a medida que avanzaba y lamentaba que ella no pudiera estar sintiéndolo también, pero era demasiado tarde para deshacer aquello, no me lo podía permitir. Interrumpí el beso para llevar la mano que tenía a en su teta a su boca y le metí en ella para que los chupara bien. Podía sentir como como su lengua se deslizaba entre ellos ensalivándolos. Mi otra mano llegó por fin hasta su pantalón y la metí dentro de él. Ya no habia, temor, no habían dudas, solo un hambre voraz por llegar a su coño hacerla gozar locamente.
Los dedos que tenía en su boca los saqué de ella y los use para mojar sus pezones. Pude sentir como se estremecían al contactacto, ahora frío, de los dedos que ella misma había mojado bajo mis órdenes. No pude evitar pellizcarlos levemente mientras mi otra mano llegaba a su monte de venus que chorreaba. Mis dedos índice y anular separaron su vulva para que mi corazón se pudiera abrir paso hasta la entrada de su húmeda cueva. Con el dedo ya empapado, empecé a tocar su clítoris muy lentamente en círculos.
El reflejo de su cara en el espejo me dejo ver que aquello le estaba gustando y decidí mover mi dedo más rápido. Un pequeño gemido iba a salir de su boca cuando otro beso intenso mato ese sonido para mezclarlo con la pasión del momento. Cada vez se estaba mojando más y podía notar como sus piernas empezaban a temblar y fallarle involuntáriamente. Después de darle ese placer tenía claro que era mi turno. La cogí de las manos atadas y me la lleve hasta el sofá de su salón, me senté en él y, cogiéndola de la parte delantera del corsé, tiré hacia abajo para que se arrodillara ante mi.
Para mi sorpresa, se abalanzo hacia mi polla con su boca intentando desabrochar la cremallera de mi pantalón su boca. Aquella escena me puso a mil e, instintivamente, la agarré del pelo para apartarla, bajar mi cremallera con la otra mano, y volver a bajar su cabeza para metérsela. La solté para que me degustara a su antojo. Empezó lento saboreando mi glande con su lengua juguetona y acto seguido se la metió casi entera para luego hacerme la mejor mamada que me habían hecho nunca. Su técnica era perfecta, era una diosa del placer y me estaba haciendo estremecer con sus vaivenes impecables como nunca antes nadie lo había hecho.
Mis manos acariciaron su cara para retirar su pelo como muestra de gratitud por lo que me estaba haciendo gozar y sus ojos lascivos y llenos de deseo se clavaron en los mios como un embrujo. Era ella ahora quien me estaba poseiendo hasta hacerme perder la cordura por lo que mis manos agarraron el pelo de nuevo para marcarle un ritmo más frenético. Estaba a punto de culminar así que la obligue a parar. Me levanté y le hice poner las rodillas en el sofá a 4 patas con la cara apoyada en el brazo de éste y le quite los pantalones dejando al descubierto unas vistas maravillosas.
Agarré mi polla y la puse en la entrada de su coñito que seguía chorreando de una manera descomunal. La deslicé por el arriba y abajo abriéndome paso lentamente. Estaba la punta metida cuando me pidió porfavor que la follara entre insultos y pequeños sollozos. La agarre fuerte de la cintura y la hundí todo lo que pude dentro de ella despertando en ambos gemidos del más puro placer. Había deseado tanto ese momento que no podía creer que estuviera percutiendo ese precioso agujero con mi herramienta.
Preso de la locura, le di unas nalgadas que le dejaron mis manos marcadas en varios puntos mientras mi pene no dejaba de entrar y salir ansioso por hacerla gemir. Me paré con mi verga bien adentro, abrí sus nalgas dejándome su ano al descubierto. No pude evitar dejar caer un reguero de saliva encima de él y que el dedo gordo de la mano lo empezara a acariciar.
Ella hizo ademán de subir el culo por lo que decidí retomar de nuevo mis movimientos esta vez un poco más lento pero hasta el fondo con pequeñas embestidas que no impedían que mi dedo se introdujera en su ano poco a poco hasta penetrarla del todo. Me pidió entonces que la follara duro y no pude rechazar una petición así con lo que hundí mi dedo todo lo que pude y choque contra ella como si la quisiera destrozar.
Sus gemidos ya eran gritos y nuestros deseos incontrolables de dos animales que se habían rendido al placer y, sin darme cuenta, una corrida empezó a salir de ella a chorro empapándome entero y de mi polla, como por arte de magia en todo aquel mar de placeres prohibidos, la saqué para inundar su culo con toda mi leche.