Cuentos y lecturas
Una noche de verano, un parque, alguien lee y alguien observa cómo alguien lee...
Noche de verano, ni muy calurosa de las que se pegan hasta los deseos y las palabras, ni fría de esos simulacros de estación cálida que existen en algunas ciudades en las que no hace ni calor a 40 grados a la sombra. Un parque, cualquiera de Madrid, que podría ser el Parque de las Tetas vallecano, bonito nombre por cierto, el Parque Norte de la zona ídem de Madrid, o tal vez el Juan Carlos I, tan bonito con sus chorros de agua de día y sus cientos de rincones y recovecos para perderse de noche y jugar a estar perdido... y que sólo te encuentre quien quiera y cuando quiera (es decir, cuando yo quiera, que sería lo más propio). Pero no, sólo te has sentado a leer, algo muy inocente para lo que alguien puede pensar al ver a una jovencita vestida con casi nada, la indumentaria propia del verano para un cuerpo como ése, vaya.
Es gracioso el arte que tienes para sujetar el móvil de soslayo en esa función linterna que casi nadie sabe para qué sirve realmente, aparte de para leer en un parque cualquiera, por supuesto. Precioso contraste entre la tenue luz que te rodea y el intenso haz que apunta a las letras desordenadas sobre ese hatillo de hojas posado, casi acariciando tus rodillas y pantorrillas desnudas. Te miro e imagino qué lees, e intento adivinar por tu expresión inocente la temática que te hace sonreír grácilmente mientras pasas hojas con ese movimiento tan sensual que se produce en un minisegundo… Sí, me refiero al proceso de mojar tu dedo con la punta de la lengua, acercarlo a la página y pasar de página con decisión, como quien cambia de amante en una época especialmente intensa de su vida, como quien abre o cierra las piernas una noche, una semana, un par de veces o toda una vida.
Sabes que estoy, y que te estoy mirando, pero algo te dice que no hay peligro. Tal vez eres demasiado inocente, o te puede el morbo de la situación... si es que lo tiene, porque posiblemente sólo exista en mi cabeza, intoxicada tras horas y horas de porno, e incluso de cientos de relatos eróticos leídos e imaginados. Morbo, deseo, inocencia, libros y arte, ¡qué buena combinación!, ¿verdad? No lo sé, a lo mejor es una tontería, pero hace rato que me estoy fijando que te mojas el dedo pero no guardas la lengua a la velocidad del colibrí precisamente mientras pasas la hoja sin dejar de mirar hacia mi lado, hacia mis ojos, hacia mi mirada… ¿Porqué no? , pienso rápido, como he leído en tantos y tantos relatos, o he visto en tantos vídeos en los que no existe la ropa más que, como mucho, adornar la estancia como pura pieza de atrezzo cualquiera sobre el suelo.
Ahora tu sonrisa aparece clara de medio lado, intensa, graciosa, sensual y sutil, como me gusta. Y la linterna ficticia hace señas para que me acerque, incluso me parece ver cómo tu camiseta tan fina empieza a hacerme señas para que haga caso a tus ojos apuntándome directamente desde tus pezones. Sonrío yo también y te digo con la mirada que sí, que te deseo aún sin saber tu nombre ni tu edad ni realmente qué haces en el parque haciendo que lees a estas horas de la noche. Me levanto haciendo ademán de acercarme, a la par que tú dejas caer el libro suavemente sobre la hierba, y conforme doy los dos primeros pasos hacia ti puedo leer el título del capítulo en el que te habías quedado atascada entre la madeja de mis ensoñaciones e intenciones… “Caperucita Roja” parece que pone…