Cuentos Infantiles-Rizos de Oro-Parodia X
Versión X del famoso cuento de niños, Rizos de oro.
En una ciudad vivía una viuda con sus dos hijas gemelas-Silvia y Sonia-de cinco años, las cuales eran tan idénticas, que su madre tenía que peinarlas de distinto modo para distinguirlas.
Una mañana, la viuda, al abrir la puerta de su casa, halló en el umbral un cesto de margaritas y, al apartarlas, descubrió una niña de pecho, linda como un ángel.
-Vamos, dadle un beso y queredla como si fuese vuestra hermanita-dijo a sus hijas.
-Parece un ángel, pero los ángeles tienen alas y ella no las lleva-advirtió Sonia.
-Yo no quiero besarla-rehuyó Silvia.
Pasaron los años, y la hermosa Margarita-que así llamaron a la niña-provocó la envidia de las gemelas, que no dejaban de maltratarla, a pesar de las amonestaciones de su madre. Mas, la huerfanita lo sufría todo con resignación, y así llegó a los quince años, pura como la nieve y buena como una santita.
Cada año, cuando la primavera cubría la tierra de flores, las gemelas iban a una ciudad cercana donde vivía una hermana de su padre, a quien llamaban tía Rica, porque, en efecto, así lo era.
La buena madre de las gemelas murió víctima de aguda dolencia y Margarita quedó a merced de las despiadadas jovencitas.
Cuando volvió la primavera, la tía Rica mandó una carroza a sus sobrinas para que pudieran visitarla.
-Tu irás a pie detrás del coche-le dijo Silvia a Margarita-, porque, ¡nadie sabe quien es tu padre! Tal vez sea un gitano o un bandolero.
Margarita, sintiéndose cansada, se sentó a la orilla de un río. Echose a llorar, mas, de pronto, se movieron las aguas y surgió de ellas una hermosa hada. Le preguntó por qué lloraba y la niña le explicó todo cuanto pudo.
-No te preocupes-la consoló el hada-; tú llegarás antes que ellas. Come estas tres avellanas y luego te sentirás como si tuvieses alas y el aire te remontará por el espacio.
Cuando las gemelas se apearon de la carroza quedaron asombradas al ver que Margarita había llegado antes que ellas. Al ser preguntada les contestó:
-Es que mi ángel de la guarda me ha prestado sus alas.
Al llegar a la mansión, tía Rica besó cariñosamente a sus sobrinas y, al advertir la presencia de Margarita, les preguntó quién era tan bellísima joven.
-Es nuestra criada, pero no se fíe de ella: es un demonio.
-¡Oh, señora, por favor, no me arroje de aquí! –suplicó la desdichada niña-. ¡No tengo a nadie en el mundo!
-No temas; no te irás de esta casa. Y o premiaré tu virtud y castigaré tu maldad, si la tienes- le advirtió la dueña de la mansión.
En las tres semanas que duró su permanencia, tía Rica quedó encantada de la conducta de la huerfanita.
-Tiene ademanes de princesita –se decía la noble señora.
Un día le dio permiso para que paseara por el bosque. La niña, llena de júbilo, se internó en la floresta y se puso a cantar. De pronto, alguien se acercó a ella. Cuando estuvo cerca esta aparición vio que era un apuesto doncel que se puso a contemplarla absorto. Luego le habló:
-No os asustéis. Oí una voz y me sentí atraído. ¿Podéis decirme quién sois?
Margarita pensó: <<¿Cómo decirle quién soy, si no lo sé?>> y, como0 sintió unas campanadas de llamada, corrió hacia la mansión.
Cuando la niña se hubo marchado, el joven halló unos rizos rubios adheridos al tronco del árbol junto al cual estuvo la jovencita. Los cogió y se los acercó al la nariz para sentir su olor, su fragancia. El fuerte perfume de adolescente se abrió paso por las vías nasales del treintañero doncel provocando un inmediato y tremendo deseo.
A través del pantalón se dibujaba perfectamente la polla del joven, que solo con oler el cabello de la niña y recordar su imagen sentada junto al árbol, se endureció de tal modo que no dudo en descubrirla allí mismo.
Brillaba la punta, que no dejaba de esputar pequeñas gotas de lefa a medida que aumentaba el deseo y la excitación del muchacho.
Ensalivó la mano con la que se masturbaba y comenzó a pajearse fuertemente, allí, junto al árbol, mientras recordaba la imagen de la chiquilla sentada junto al árbol, y sus rosadas braguitas que se dejaron entrever en un descuido de la menor.
Eyaculó rápidamente, encima de los yerbajos, se veía que realmente esa niña le puso verdaderamente cachondo.
Después se guardó los rizos en el medallón que pendía de su cuello y se preguntó quién podía ser aquella beldad.
El joven, que era el archiduque Reinaldo, desde que conoció a Margarita iba enfermando de melancolía y de amor. Todas las mañanas iba al bosque sin lograr verla de nuevo. Lo cierto fue que la huerfanita había sido encerrada como castigo por el robo de un collar de perlas, que aviesamente pusieron las gemelas en el bolsillo de su delantal.
El padre de Reinaldo, al ver la palidez de su hijo, le dijo:
-Pide lo que quieras, hijo mío, que te lo concederé.
-Lo que quiero no se compra con dinero- replicó el joven y mostró a su padre los cabellos de Margarita, expresándole su deseo de encontrarla.
-Dame esos cabellos y haré que la busquen hasta dar con ella. Luego te casarás con esa joven.
La noticia se extendió y llegó a conocimiento de Silvia y Sonia, pero como eran morenas recurrieron a una bruja, la que les aconsejó se tiñeran el cabello con unas hierbas que les dio.
Margarita, entretanto, seguía encerrada en el calabozo de la mansión. Desechaba la comida que le traían las gemelas, pero era alimentada por una golondrina que se había compadecido de la desgracia de la huérfana.
-Mientras esté a tu lado –la consoló la golondrina- nada te faltará. Incluso, este jergón de paja se convertirá en un mullido colchón de plumas.
-Gracias, amiga golondrina, pero mi única ilusión es encontrar a mis padres.
-Pasados tres días y tres noches, encontrarás a tu papá.
La golondrina –que era un hada- convirtió a Margarita en una paloma para que volase por bosques y campos. Cuando se posó sobre una de las ramas de un limonero, empezó a picotear la cáscara de un fruto.
-No me hagas daño- le habló el árbol-. Vuela, en cambio, hasta el palacio del rey y dile que le avisaré dónde se halla su hijita, que hace quince años le robé.
-¿Y por qué robaste a su hija? –le preguntó la paloma.
-Porqué él me robó el cariño de mi amada y se casó con ella.
Y cuando tuvieron su primera hija, yo se la robé. La joven llevaba tatuada una flor de lis en el brazo derecho.
La paloma retorno a su prisión y volvió a su estado humano una vez dentro. Se miró el brazo y quedo asombrada cuando vio la flor de lis tatuada, tal como le había comunicado el limonero encantado.
La tía Rica ofreció un banquete en honor del rey del país y del archiduque Reinaldo, con el fin de que éste se prendara de una de sus sobrinas –ya convertidas en rubias-. Pero como eran trece invitados, el rey, que era supersticioso, exclamó:
-Doña Rica, somos trece; buscad otro invitado.
-Solo hay una jovencita de quince años –anunció el ama de llaves y, sin esperar órdenes, bajó a la mazmorra.
-Margarita, subid pronto, que el rey os aguarda.
-¿Qué decís? ¿No estaré soñando?
Vino la golondrina, tocó a Margarita y ésta apareció vestida y calzada ricamente. Estaba bellísima.
Cuando la jovencita ingresó en el comedor, las gemelas palidecieron. Margarita se dirigió donde el rey, le hizo una graciosa reverencia y le rogó que mirara su brazo.
El monarca quedó extático mirando la flor de lis y, con lágrimas en los ojos, exclamó:
-¡Hijita! ¡Hija mía!
-¡Padre mío! –y se postró sumisa, a sus pies.
-¡Levántate, hija querida! ¡No quiero verte a mis plantas, sino en mis brazos!
Cuando padre e hija estrecharon en fuerte abrazo, el archiduque Reinaldo, emocionado, y muy excitado al ver a la joven con tan atractivo vestido, se acercó al monarca y le pidió la mano de Margarita, a quien reconoció como la niña de los rizos de oro.
El soberano concedió a Reinaldo la mano de su hija y, cuando se realizó la boda hubo muchos festejos en el reino, celebrándose doble motivo: el haber sido hallada la hija perdida y el haber encontrado su felicidad.
El archiduque ardía en deseos de que pasara el día y poder yacer con su jovencísima esposa. Antes de que marcharan todos los invitados, Reinaldo se acercó a Margarita y la invitó a dar un paseo por palacio. La niña emocionada y feliz por lo que estaba ocurriendo acepto ir con su marido.
Reinaldo iba enseñándole cada rincón, cada aposento, mientras disimuladamente se frotaba la entrepierna. Estaba excitadísimo y no podía esperar más.
En un momento dado la invitó a entrar a una sala en la que el rey solía reunirse con sus más allegados.
La joven –entre carcajadas- le preguntó por qué le enseñaba ese sitio.
El archiduque la miró seriamente y sin vacilar la agarró por la cintura.
Deslizó sus manos hasta presionar sus nalgas fuertemente.
Margarita, con una sonrisa en el rostro, y a la vez sorprendida, le preguntó qué era lo que estaba haciendo.
-Margarita, eres mi esposa, y no aguanto más. Desde el día que te conocí en el bosque quede enamorado de ti, y ardo en deseos de yacer de una vez por todas. Quiero poseerte. Quiero que mi falo atraviese tu pequeño y puro coño. Quiero adentrarme en tu cueva del placer. Quiero que mi polla se deslice por tu húmedo y rosado túnel del amor-.
Margarita asustada intentó zafarse, ya que nunca lo había echo, tan solo tenía quince años, mientras que Reinaldo era experto, había desvirgado a muchas jóvenes criadas que su padre contrataba.
-¡Reinaldo! –exclamó Margarita- tan solo tengo quince años, nunca he estado con hombre alguno. Mi coño está cerrado como almeja antes de hervir. Pero tú eres mi esposo, y si alguien tiene que disfrutar de mi pureza, ese eres tú, si alguna polla tiene que penetrar, de una vez por todas, este orificio, esa es la tuya.
Se acercaron a la mesa sobre la que el rey y los demás almorzaban mientras discutían operaciones y políticas.
Margarita se levantó el precioso vestido de novia, y descubrió su joven y cerrado coño.
El archiduque asombrado al ver que la chiquilla no llevaba ropa interior se excitó mas aún y no esperó a que Margarita se quitara del todo el vestido.
La sentó sobre la mesa, sin hacer caso a sus deseos, de quitarse el vestido. Sacó la polla, dura como un tronco de leña. Margarita abrió los ojos como dos platos al ver el gran manubrio de su esposo. Nunca había estado con un hombre, ni había tenido la oportunidad de ver una polla, sobre todo tan grande y gorda.
La joven comenzó a ensalivar, ardía en deseos de que su marido clavara el rollo de carne dentro de su florada vagina.
Colocó la punta sobre el chumino, y empezó a frotar arriba y abajo.
Margarita ordenó que la metiera, ya no aguantaba más.
Reinaldo apretó fuertemente. La punta entraba lentamente, le costaba. Retrocedió un poco y escupió sobre el coñito.
Volvió a intentarlo de nuevo, esta vez apretando más fuerte.
Entonces la polla consiguió penetrar abriendo la veda. La niña soltó un fuerte gemido de dolor, y a la vez de placer, al sentir por primera vez una polla deslizarse por su coño. Por primera vez sintió un caliente manubrio dilatando su caliente vagina.
La polla comenzó a salir llena de sangre por el himen, algo que no detuvo ni a Margarita, ni a Reinaldo, que cogió rápidamente ritmo y comenzó a bombear fuertemente. La follaba con tantas ganas que se formaron espumarajos de saliva, flujos de la muchacha, chisporroteos de semen y la sangre.
La sangre pintó por completo la polla del joven además de empapar la mesa.
Gemía Margarita de placer ya que estaba siendo su primera vez. Pedía que la follara fuertemente. Reinaldo obedecía órdenes y apretaba con fuerza hasta golpear los huevos contra sus muslos. Su polla, ya curtida en mil batallas, que había atravesado grandes coños de esposas de otros hombres de la villa, que había desflorado a otras jóvenes como Margarita, follado el coño de sus primas e incluso haberse corrido dentro del coño de la hermana de su padre, su tía, estaba ahora estrenando el juguete de Margarita, la rizos de oro.
Y es que Reinaldo era muy conocido por sus aventuras, sus placeres, muchas mujeres han sufrido o disfrutado del aparato del muchacho, madres, hijas, sobrinas, hermanas, tías,… pero ahora solo sería de una mujer, de Margarita.
Seguía follando el nuevo coño, que se iba enrojeciendo, falta de costumbre.
Entonces, como siempre, se detuvo, miró a los ojos a la joven y comenzó a gemir, mientras la polla convulsionaba. Margarita no sabía que ocurría, hasta que sacó el manubrio tintado de sangre. La chiquilla miró hacía cu coño y observó como comenzó a segregar grumos de lefa que chorreaban por sus nalgas hasta la mesa, dejando una bonita estampa, rojo pureza y blanco desfloración.
Margarita, inocente como la que más, preguntó que era ese líquido blanco que salía de su coño. Reinaldo le respondió que se había corrido dentro, eso blanco era el semen que es la semilla de la vida, que pone el hombre en la mujer para concebir.
La bella Margarita, como era piadosa, perdonó de todo corazón a las malvadas gemelas Silvia y Sonia, y olvidó todo lo que la habían hecho sufrir.
Reinaldo vio cumplido su sueño y poseer a su amada, que tanto tiempo buscó y deseó.
Como dos tortolitos, follaban cada vez que podían, en cualquier sitio. Por la mañana, a la hora de comer, de noche, daba igual, cuando tenían un hueco se escabullían y echaban un polvo.
A los nueve meses nació su primer hijo, y no sería el último. Y vivieron felices y comieron perdices.