Cuentos - Felisa

pero hay algunas otras en que hace a un lado los papeles, me sube al escritorio y me hace sentir que estoy entrando en la gloria, con sus besos en todo mi cuerpo y la presencia de su pene en mis entrañas.

Felisa

¿Cómo?, no me lo preguntes. Con quince años a cuestas, una tarde me ví en brazos de Sebastián, un hombre hermoso y varonil, que en aquellos días tendría cuarenta.

Nos reuníamos dos veces por semana para bailar en algún salón, íbamos a cenar y terminábamos en el hotel. Me sentía muy a gusto.

Me encantaba su delicadeza. Acariciaba mi cuerpo, besaba mis pezones, cubría mi vulva con su boca remontándome a las estrellas. Yo tomaba entre mis manos su pene y sus testículos, me encantaba acariciar ambos, me fascinaban su aroma y sabor. Muchas ocasiones nos acariciábamos al mismo tiempo, dándonos momentos de exquisito placer.

No puedo describir las sensaciones embriagadoras que surgían cuando, completamente dentro de mí, ambos llevábamos el cadencioso ritmo de un exquisito danzón, que escuchábamos en la quietud de la noche proveniente de algún lugar cercano. Poco a poco subíamos la cadencia hasta desembocar en orgasmos impresionantes, casi siempre cercanos al final de la sensual música del danzón en turno. Permanecíamos intensamente unidos por nuestros sexos y nuestras bocas. Nos sentíamos, nos entregábamos cariño, dulzura, delicadeza, suavidad, ternura; y sólo Dios sabe cuantos sentimientos más.

Tuvimos relaciones unos diez años, salpicadas con algunas salidas siempre intensas y llenas de sentimiento amoroso, a alguna ciudad o pueblo cercano, que duraban unos pocos días. Recorríamos, sin escondernos de nadie, calles y plazas de día y de noche. Nos besábamos donde nos apetecía y nuestras miradas, cargadas de amor y pasión, se encontraban con frecuencia. Fueron años muy hermosos.

Yo sabía que Sebastián no podía establecer conmigo una familia, pero estaba conforme de poder disfrutar con él los instantes que la vida nos brindaba como pareja. Sin embargo, empezó a distanciar la posibilidad de reunirnos con la misma frecuencia. ¿Fue su familia?. ¿Se sintió asediado?. No sé. No he podido encontrar una causa que me haga comprender la razón, pero un día, uno de aquellos días, ya no tan frecuentes, en que tenía la dicha de estar con él, simplemente me dijo que no volvería.

Me deshice. Tuvo tal magnitud ese golpe, que por cerca de dos años no establecí relación con ningún hombre.

Más llegó un día en que sentí que mi vida no podía continuar así, por lo que decidí no buscar, pero si no ser tan cortante cuando se acercasen a mí. El resultado fue que apareció Julián; de unos treinta años, apuesto, caballeroso, delicado en su trato, soltero según afirmó, con buena posición similar a la mía; en fín un hombre adecuado en edad y características al ideal que yo esperaba, y decidí aceptar.

Al principio me fuí con tiento, ya que la sal sobre la herida aún escocía, pero poco a poco fuimos conociéndonos mejor, teniéndonos más confianza y un día, un viernes, uno de esos días en que cuando amanece tienes unos planes, pero algo llega a tu vida y los trastoca, fuimos a desayunar y, como estudiantes malcriados, decidimos faltar a nuestras labores, e irnos a un pueblecillo cercano. Cada uno tomó su celular, llamó a su oficina y dio un pretexto; él habló con su mamá y le explicó no se que problema que había surgido en el trabajo y que le obligaba a viajar de inmediato. Pasamos a dejar mi automóvil, puse algunas cosas en una petaquilla, salimos en su auto y ya en ruta hacia el sur, decidimos ir a Yautepec, pequeña población distante unas dos horas. Antes de tomar carretera pasamos a un centro comercial a comprar algo de ropa y artículos de aseo, sobre todo para él, y nos pusimos en camino, con un día espléndido y la conciencia de tener ante nosotros casi tres días de asueto.

Alrededor de la una de la tarde y con fuerte sol llegamos. Tomamos alojamiento en un hotel que nos pareció adecuado; nos registramos como matrimonio en una habitación del primer piso con balcón a la calle, sencilla, confortable y coqueta, dejamos lo que llevábamos y salimos, después de otorgarnos mutuamente un cálido beso. Yautepec, población del Estado de Morelos, en la República Mexicana tiene, como casi todas las ciudades provincianas, un fuerte sabor propio, peculiar, de clima cálido y húmedo. En su mercado, - a mí siempre me ha encantado visitar los mercados - encontramos ese aroma propio de la verdura recién cortada, que produce éxtasis en los sentidos al formar, con las diversas especies allí reunidas, un perfume fuerte, a veces un poco sofocante, peculiar y agradable, al que es fácil acostumbrarse y que se añora siempre; y la plaza principal, rebosante de luz, cuajada de árboles con hojas de un verde intenso.

¿Realidad ó sueño? Unas semanas atrás mi vida estaba casi destruida, conformada por una rutina difícil: casa, trabajo, cansancio, desesperanza, carencia de ilusiones. Hoy me encontraba en un lugar que nunca había pensado visitar, en compañía de un hombre del que muy poco sabía, inmersa en el recuerdo de lo sufrido y martillándome el alma la misma frase a cada momento: - ve con tiento, ten cautela -. Pero andar con tiento en el amor es lo mismo que destruirlo antes de haber nacido. En una relación es necesario primero conocer razonablemente a la otra persona, pero una vez pasados los primeros escarceos, es indispensable arriesgarse. Crecer puede doler. Caminar y los aromas reinantes hicieron que se despertara el apetito; ¿dónde comer? Sin meditarlo mucho Julián sugirió: - volvamos al mercado. En los mercados de provincia se encuentran las viandas propias de la región sabiamente condimentadas. Allí fuimos y nos acogieron mujeres muy amables y manjares deliciosos. Concluidos, ambos que apreciamos el buen café, que siempre ha sido para mí espíritu necesario, y a mi sentido del gusto le ha proporcionado una satisfacción difícilmente igualada, preguntamos donde y una de las señoras que nos había atendido nos dio señas. En el pequeño establecimiento, mientras lo saboreábamos nos informaron que en breve empezaría a tocar en la plaza principal, un conjunto musical que amenizaba la ronda de las parejas en torno al quiosco, bajo el ramaje frondoso y fresco de los árboles. Acudimos y nos unimos a las parejas que empezaban a llegar. La orquesta inició, llenando el aire con acordes de bellas interpretaciones, algunas conocidas por nosotros, otras no, pero todas hermosas y plenas de encanto. Disfrutamos "de hoy en adelante", "aquellos ojos verdes", boleros como "vuélveme a querer", "dos gardenias", "bella mujer", "bésame mucho" junto con otras muchas que no recuerdo. Al terminar eran casi las nueve de la noche. Decidimos regresar al pequeño café que habíamos visitado en la tarde a tomar alguna cosa. Lo encontramos repleto, nos acomodamos para disfrutar un bocadillo, pastitas y un grato café con leche. Una sinfonola, con vasta colección de interpretaciones de Julio Jaramillo; Daniel Santos; Toña la Negra, las Hermanas Águila, Ana María González, las Hermanitas Núñez y otros intérpretes, nos deleitó. Paseando, disfrutamos la belleza de la noche. Al llegar a nuestra habitación sentimos la necesidad de darnos un baño, ya que habíamos estado todo el día caminando dentro de ese clima cálido y húmedo. Yo lo hice primero, para usar el tiempo del baño de Julián en secar mi cabello. Una vez aseados, y como mi cabello no terminaba de secarse, salimos al balcón a platicar sobre lo vivido. Dije: - Hacía mucho que no me sentía tan libre.

  • Es verdad, afirmó Julián. Haber realizado este viaje, nos ha permitido darnos cuenta que realmente no estamos aprovechando la vida a nuestro favor. Más que seres humanos somos como piezas al garete en un vendaval de actividades, dentro de las cuales, tal parece que nosotros no tuviéramos importancia. ¿Que opinas si realizamos estos viajes con cierta frecuencia?
  • Bien, espero que esta relación de para eso y más.
  • ¿Lo dudas? ¿Qué represento para ti?

Hice una profunda inspiración, una pausa y respondí: - Representas contemplar la vida a través de tu mirar sereno. Siento tu alegría y la he tomado como si de mí emanase. Me parece recibir la caricia de una suave brisa refrescante. Eres, un motivo de esperanza. A mi vez inquirí: - ¿Y yo, que soy en tu futuro?

  • A tu lado, si no dispones otro rumbo, deseo formar mi familia, procrear y envejecer. Para mí esta relación que apenas empieza, dista mucho de ser pasajera. Te amo profundamente. Y, tomándome las manos, besó mis labios con inmensa ternura.

Nos fundimos en largo y apasionado beso. Dejamos la poca ropa que aún nos cubría y nos fuimos entregando.

Nos disfrutamos. Nos amamos. Nos fundimos uno en el otro, hasta sentirnos ahítos.

El clima, el calor, la excitación y el esfuerzo, nos llevó a un profundo y reconfortante sueño.

Contemplé su hermosura, y en tanto despertaba, observé el cielo, que ya en los albores, se esbozaba, tenuemente iluminado, mediante hermosísimos tonos; un cielo precioso, digno de verse.

Vivimos esos dos días plenamente, uniéndonos más. Me ofreció casarnos y presentarme en su casa, lo cual acepté gustosa.

Regresamos a nuestras rutinas, viéndonos todos los días un rato.

Habían pasado cinco días. Viernes nuevamente. Me llamó para preguntarme cuando me agradaría que cenáramos en su casa. Sugerí el día siguiente.

Pasé el día en diversas actividades y me recosté a descansar un poco después de un ligero alimento. Eran las siete de la tarde, me volví a bañar para estar fresca, me vestí con calma y cuando estaba por terminar, llegó Julián que dijo:

¡Qué hermosa estás! Besó con suavidad mis labios. Tomé su brazo y salimos.

Me sentía nerviosa. No obstante estar acostumbrada al trato con personas debido a mi trabajo, esa reunión me tenía intranquila y no sabía bien a bien la razón.

Entramos al estacionamiento de su edificio, dejamos el auto y subimos al elevador. Introdujo su llave y digitó el botón del último piso. Se abrió la puerta del ascensor, sacó su llave, y, tomando mi mano me invitó a salir. Hicimos pié en el recibidor y nos encaminamos hacia la estancia donde nos aguardaba su madre, elegantemente vestida, de unos cincuenta años, figura esbelta rostro amable y risueño que me saludó con delicadeza y cortesía, dándome la bienvenida y ofreciéndome la casa. Yo correspondí a su deferencia además de expresar que para mí era un placer conocerla en persona.

Doña Beatriz, disculpó a su esposo que había tenido que salir.

Iniciamos conversación. Hablamos de lo preciosa que es su casa, del clima, de las noticias recientes, en fin nimiedades, hasta que me preguntó si la relación iba en serio. En ese momento intervino Julián, que sólo nos había contemplado, diciendo:

Mamá, amo profundamente a Felisa y le he ofrecido que nos casemos a la brevedad posible. Felisa es por profesión administradora de empresas y por ocupación gerente de una empresa importante que, bajo su administración, ha crecido a un ritmo casi constante superior a la media del país durante los últimos cinco años.

Doña Beatriz sonrió y apretó suavemente mi mano, como dando por aceptada la decisión tomada por su hijo, lo cual dio un respiro a mi intranquilidad; correspondí a su cortesía con una sonrisa y una leve, muy leve, inclinación de cabeza.

El ascensor se cerró e inició viaje de descenso. Pasó algo más de un minuto cuando la puerta nuevamente se abrió. Yo estaba sentada de espalda, por lo que no ví quien entraba, pero escuché una voz que decía, mientras avanzaba:

Perdonen este retraso, pero tuve que atender asuntos de la empresa que consumieron más tiempo del esperado.

No veía su rostro, más la voz se me hizo conocida. Llegó a donde estaba su esposa, le dio un beso e inmediatamente, pero sin moverse del sitio, dio vuelta a su cabeza y se dirigió hacia donde estaba sentado Julián, diciendo:

¿No me presentas a tu novia?

A lo que Julián respondió levantándose y acercándose hacia donde yo estaba, diciendo:

Felisa, te presento a mi padre. Papá, Felisa, mi prometida.

Su padre tornó su cabeza hacia mí tomando mi mano, y, llevándola a sus labios, expresó:

Es usted muy hermosa, felicito a mi hijo y le ruego nos acepte como su familia.

Yo, había permanecido inmóvil, debido a mi nerviosidad y la rapidez de las acciones de los últimos segundos, levanté la mirada, encontrando los ojos del padre de Julián que aún retenía mi mano y veía los míos. Me estremecí. Sebastián, hermoso, varonil, un poco más canoso, estaba frente a mí.

Él no expresó asombro alguno, dejó mi mano y, volviéndose dijo:

Beatriz, ¿no han ofrecido algo de tomar a nuestra futura nuera?; y, acto seguido se dirigió hacia el bar, tomó una charola con copas, descorchó una botella de la Viuda de Clicot, las sirvió, se acercó a mí, a su esposa, a su hijo, dejó la charola sobre la mesa de centro, tomó su copa y la alzó, diciendo:

Brindo,... por la mujer, que estoy seguro hará feliz a nuestro hijo, y, a nosotros nos alegrará la vejez con unos cuantos nietos que llenen de algarabía este recinto. ¡Salud!

¡Salud!, respondimos.

Tener frente a mí a Sebastián, cuando ya casi lo había olvidado. Saber que era padre de Julián, a quien amaba cada día más y con él había fundado esperanzas de formar una familia como Dios manda, hizo trastabillar mi serenidad. Enjugué como pude unas lágrimas que empezaban a escurrir y ofrecí disculpas. Julián, sorprendido, tomó mi mano y me interrogó con la mirada. Yo le rogué me indicara el tocador.

Desde luego Doña Beatriz, con ese característico sexto sentido que dicen tenemos las mujeres, sintió que algo andaba mal, y se dirigió en pos de mi persona, aduciendo ver si podía ayudarme. Tocó la puerta: - ¿Puedo ayudar? Por favor, permítame pasar.

Abrí, entró, tomó mi mano y me invitó a que fuéramos a su recámara para estar más cómodas. Al llegar cerró y me interrogó con la mirada. Me deshice en llanto. Ella, comprensiva, me estrechó entre sus brazos, dándome el apoyo que necesitaba. Una vez más serena, tomó algunos artilugios del tocador y corrigió el maquillaje que se había deteriorado. Me ofreció una pequeña butaca y ella se sentó a los pies de la cama. Yo no podía mirar sus ojos, lo que la extrañó, ya que no concordaba con mi actitud cuando charlamos con su hijo, y, tomando mi mentón con infinita suavidad, elevó mi cara poniendo sus ojos en los míos, diciendo:

Es innegable que algo terrible y muy delicado ha originado que pierdas el control de esa manera. No lo sé con exactitud, pero siento que tiene que ver con la llegada de mi esposo, o con algo que él hizo o dijo. Por favor charlemos y deja salir ese torrente de lava que tanto daño te está ocasionando. Confía en mí.

¿Qué decir? ¿Cómo explicar mi reacción? ¿Cómo salir airosa?, ¿Cómo no dañar a Doña Beatriz? La verdad haría de su vida un infierno, en menos de un suspiro. Sacudí la cabeza, como tratando de poner en orden el pensamiento, pero, más que nada por hacer tiempo, y al cabo dije:

Ante todo suplico me disculpe por este terrible rato. Al ver llegar a su esposo, mi pensamiento se alejó hacia mi infancia, pues al mirarlo sentí el vivo recuerdo de mi padre, a quien perdí siendo muy pequeña, y de quien, desgraciadamente no conservo ninguna fotografía, ya que falleció salvando mi vida en un incendio que destruyó nuestro hogar, nuestra familia y no destruyó mi vida, gracias a la intervención inmediata de su hermana, mi tía Enriqueta, que en paz descanse, quien vió por mí. A ella debo lo que soy. A sus relaciones debo el trabajo. Por favor perdone mi actitud y llevemos a feliz término la cena.

Doña Beatriz pareció quedar satisfecha, nuevamente me estrechó en sus brazos. Tomándome del brazo, salimos y nos acercamos a Julián y Sebastián que platicaban en la estancia, diciendo: - Cosas de mujeres; pasemos al comedor.

Julián me abrazó, posó un dulce beso en mis labios, mientras sus padres caminaban delante de nosotros.

La cena transcurrió sin mayores incidentes, al cabo de la cual pasamos a la sala para estar más cómodos, donde nos esperaba el servicio de café, con una copa de coñac. Nos sentamos, degustamos el café, charlamos de cosas triviales y apuramos nuestras copas. Poco antes de las doce de la noche dimos por terminada la reunión. Me despedí de sus padres, tomé el brazo de Julián y fuimos hacia la puerta del ascensor que estaba abierta, entramos, Julián dirigiéndose a sus padres, dijo: - Llegaré tarde, por favor no me esperen.

Abordamos el auto sin hablar y una vez en camino, me dijo:

¿Qué te pasó?

A él, tampoco podía decirle la verdad, ya que su vida, al conocerla, igual se modificaría hacia la destrucción. Consideré que entre ese momento y la realización de nuestra boda, podían ocurrir muchas cosas que aligeraran la pendiente creada por el hecho de que Sebastián fuese su padre, por lo que di la misma explicación.

Aunque lo noté no totalmente convencido, cejó en su intento de averiguar más y pude sentirme más tranquila de momento.

Llegamos a casa y le sugerí pasar la noche juntos, aceptando de inmediato, fuimos a la recámara estrechamente abrazados. Tuvimos todo el sexo que nuestras fuerzas permitieron; besando y lamiendo su pene y saboreando su semen yo; él besó y lamió mi vulva y clítoris y se saturó de mis fluidos vaginales en sus labios y boca, me besó y acarició las piernas y pies, pezones y pechos; nos proporcionamos todos los orgasmos de que fueron capaces nuestros cuerpos hasta sentirnos colmados de sexo, cayendo después en un placentero y reconfortante descanso, que duró hasta algo entrada la mañana.

Decidimos darnos un baño que nos volviera a la realidad e ir a almorzar a un restaurante, ya que la hora no estaba ya para desayunos y ambos sentíamos bastante apetito. No era la primera noche, por lo que había algo de su ropa limpia y dispuesta.

Disfrutamos salir a la calle e ir caminando para estirar las piernas, ya que el restaurante no queda lejos. Comimos hasta sentirnos satisfechos. Fuimos hacia un hermoso parque poblado por grandes árboles y prados con flores, que queda cerca. Disfrutamos caminando, pero Julián sugirió que, dado que al día siguiente deberíamos trabajar, lo prudente era irnos a descansar. Me acompañó a casa, llegamos a donde estaba su auto, nos despedimos con un dulce beso, salió y yo subí al departamento, entré, dejé las cosas de mano, lavé mis dientes, me puse ropa de dormir y me acosté.

A las seis de la mañana, el despertador anunció nueva jornada. Procedí para estar a tiempo en la oficina, sin embargo yendo en camino y antes de que pudiera llegar, sonó el celular. Vi que no era teléfono registrado. Al llegar, saludé a mi secretaria y procedí a llamar a la persona que había intentado comunicarse conmigo minutos antes. El teléfono sonó un par de veces y del otro lado de la línea contestó una voz conocida:

Hola, Sebastián, ¿para que me llamaste?

Hola Felisa, deseo invitarte a almorzar, ¿aceptas?

Desde luego que no. Cuando aquella tarde decidiste que no te volvería a ver, levantaste un muro; pero si además consideras que Julián, mi prometido, es tu hijo, tú y yo no tenemos nada de que hablar. ¿No lo sientes así?

No, desde luego que no, no pierdas de vista, querida Felisa, que si te casas con Julián, como parece que tenéis pensado hacerlo, tu y yo vamos a formar parte de la misma familia, y lo que menos deseo es que entre tú y yo haya el más leve asomo de duda que pueda enturbiar nuestro trato y vuestra vida matrimonial. Hazme la gracia de tu presencia y hablemos.

Está bien, respondí, ¿Dónde quieres que nos veamos?

¿Te parece en el restaurante que frecuentábamos después de aquellos bailes tan agradables a las dos?

De acuerdo, a las dos, ahí estaré.

Transcurrió la mañana normalmente. Me despedí de mi secretaria y aduciendo la atención de un asunto le avisé que no regresaría por la tarde, rogándole tomara los recados que llegaran para darles respuesta al siguiente día.

Unos minutos antes de las dos llegué al restaurante. Sebastián estaba esperando. Se levantó, tomó mi mano y la besó con mucha caballerosidad, como siempre ha sido su costumbre, lo que me hizo estremecer.

Hola Sebastián.

Hola preciosa. ¡Que mujer estás hecha; más mucho más hermosa que la última vez que estuvimos en este mismo sitio!

Vamos, no seas adulador. ¿Nos sentamos?

Tengo reservada una mesa, pero preferiría uno de los privados. ¿Te parece bien?

Si lo prefieres, está bien.

Entramos, nos sentamos, se acercó un mesero, le ordenamos lo que deseábamos tomar. Lo trajo y nos dejó solos, cerrando la puerta.

En ese momento clavé mis ojos en los de Sebastián, interrogándolo con la mirada. Él, comprendiendo mi gesto e inició la charla diciendo:

Ante todo te agradezco la presencia de ánimo el otro día delante de Beatriz y Julián. Comprendo la situación. Yo también me conturbé. Meses de no vernos, encontrarnos sin aviso previo, fue escabroso.

Sí, mucho, muy difícil. Pero lo importante es que ni tu esposa ni tu hijo se enteren, ya que eso destruiría sus vidas, destrozaría la tuya y, como comprenderás, también la mía resultaría dañada. Así que pongámonos de acuerdo.

Entró el mesero con la primera parte de la comida. Alzamos las copas, al unísono diciendo: - salud, por el gusto de volvernos a encontrar.

Tomamos las entradas y poco antes de finalizar, volvió el mesero con el plato fuerte, lo degustamos con algunos sorbos de excelente vino. Poco antes de que terminar se presentó de nuevo y nos preguntó que deseábamos de postre, a lo cual respondí: - por favor tráiganos eso flanes tan exquisitos que ustedes preparan.

Llegó con los flanes, dos tazas de café y dos copas de coñac.

Saboreamos los flanes, dimos pequeños sorbos al café y tomamos las copas, aspirando su bouquet y deleitándonos en su exquisito sabor. El momento se volvió un poco tenso. Sebastián, una vez terminados café y coñac y mirándome a los ojos dijo:

Ante todo debo pedirte perdones el sufrimiento que te infringí al terminar de manera tan brusca nuestras relaciones.

No puedo perdonarte porque desde el primer momento yo sabía que aquello, un día, llegaría a su fin. Por mi parte te agradezco la dicha que me proporcionaste. A tu lado fui inmensamente feliz, además de que nuestra relación contribuyó a madurar mi carácter y personalidad. Por favor no hablemos de perdón. Vayamos más adelante.

Gracias. Yo también fui mucho muy feliz contigo.

Creo que lo que está pendiente de explicación son las razones que te impulsaron a romper nuestra relación. ¿No lo crees así?

Efectivamente. En aquel momento, que también para mí representó noches de mal dormir y una zozobra que ya se hacía palpable, decidí romper nuestra relación de la manera brusca en que lo hice porque consideré que era como te hacía menos daño. Fueron muchos años. Me di cuenta que de seguir juntos, a cambio del amor puro que siempre me demostraste, sólo te iba a entregar daño. Yo tengo familia, pero tú, a mi lado, fuera de mi afecto ¿qué tenías?; y tu vida estaba transcurriendo. Lo que nunca pude imaginar es que Julián y tú se comprometieran; vamos, ni siquiera pasó por mi cabeza que se fueran a conocer. Te amé y te amo, como amé y amo a Beatriz; en ambas he encontrado todo a lo que un hombre puede aspirar: amor comprensión y ternura. Ignoro si Beatriz sabía, pero si así fue nunca me lo dio a entender, al igual que tú nunca me exigiste que fuera únicamente tuyo. Os amo a las dos, pero debía, tenía que tomar una determinación para evitar mayores daños, y eso fue lo que hice aquella tarde.

Agradezco tu amor, no obstante amarme y desearme, me dejaste ir, lo cual prueba su grandeza. Pero resta un punto ¿Qué vamos a hacer de aquí en adelante? Al formar Julián y yo una familia, vamos a seguir viéndonos, y no sabemos, ni tú ni yo como vamos a reaccionar ante situaciones inusuales, al encontrarnos en el centro de esos huracanes en que, sin desearlos, nos mete la vida. De hecho tengo que mencionar, ¿cómo vamos a despedirnos hoy; con un beso en los labios; con un abrazo más allá de nuera y suegro?; ¿cómo vamos a saludarnos la próxima vez que nos veamos? No podemos negarlo, entre existe amor y, quien sabe si también deseo.

He dado vueltas en mi cabeza a esos temas; estoy de acuerdo en lo que dijiste y tampoco les encuentro solución. Sin embargo, Beatriz y yo hemos pensado irnos a vivir fuera de la ciudad de México. No tenemos definido aún si a la zona del Bajío o hacia Morelos, aunque también hemos hablado de Aguascalientes o San Luis Potosí. Eso aliviaría, aunque solo fuera en parte nuestra zozobra, y nos permitiría a ambos algo parecido a cicatrizar nuestro sentimiento de atracción, además de que el trato mío con Beatriz y el tuyo con Julián pueden contribuir a darnos tranquilidad. Sin embargo debo hacerte una pregunta toral: ¿amas a Julián como me amaste a mí, lo amas más o lo amas menos?

Puedo decirte que lo amo. No puedo cuantificar el amor, ya que es un sentimiento que fluye. Cuando te tuve entre mis brazos te amé con todo mí ser; cuando estoy entre los suyos me entrego completa, sin resquicios, sin restricciones, abierta y mi sentimiento hacia él es tan amplio, limpio y puro como lo fue contigo. A su lado me siento inmensamente feliz y completamente dispuesta a ser su esposa y madre de sus hijos, como lo hubiera sido contigo si me lo hubieras sugerido.

Me siento anonadado. Pensé que te conocía, pero me equivoqué, pues me quedé corto. Muchas veces quise pedirte que tuviéramos hijos, pero me pareció inapropiado, ya que iban a ser criaturas con medio padre, además de frenar tu desarrollo personal; y me mordí la lengua. Gracias por tu inmenso amor.

Calló, quedó pensativo, llamó al mesero, pidió café y coñac. El mesero trajo el servicio y Sebastián, con calma tomó algo del café y degustó un sorbo del coñac. Suspiró profundamente y dijo, con un gesto de tristeza:

¿Cuándo pensáis casaros?

Hemos hablado de un mes y medio para tener tiempo de hacer los preparativos.

Excelente. Te deseo dicha inmensa y varios pequeñuelos en compañía de Julián.

Apuró el resto del café, saboreó un trago del coñac, dejó unos billetes, me llevó a casa y, con un dulce beso en las palmas y otro en el dorso de ambas manos se despidió, arrancando el auto en dirección a su oficina. Quedé un momento esperando a que el vehículo diera vuelta hacia su derecha.

Subí. Las últimas horas habían sido sumamente intensas; me recosté en uno de los sillones, tanto para descansar como para meditar, quedándome dormida. A las seis y cuarto de la tarde desperté, puse la radio y, entre las melodías que estaban trasmitiendo, surgió un corte para dar noticias:

"Acabamos de recibir la noticia de que el conocido empresario Sebastián Rodríguez, aproximadamente a las cinco y media de la tarde, sufrió un terrible accidente automovilístico al ser embestido el vehículo en que viajaba por un trailer de más de cuarenta toneladas, que transportaba piedra de mármol, en el cruce de las avenidas Insurgentes Sur con Río Mixcoac. El vehículo del Sr. Rodríguez al ser impactado por el trailer fue enviado contra el tronco de un árbol enorme que se encuentra sobre Río Mixcoac, quedando prácticamente doblado en dos como abrazando el tronco. Las unidades de rescate trasladaron al señor Sebastián Rodríguez al hospital Ángeles, en el sur de la ciudad, pero al llegar ya había fallecido. Parece ser que el Sr. Rodríguez no vió la señal de alto y atravesó Río Mixcoac, sin que el trailer pudiera evitar el accidente."

¡S e b a s t i á n . . . . . . . . . . .!

Perdí el conocimiento, no se por cuanto tiempo, al recobrarlo, Julián estaba a mi lado tratando de reanimarme.

¿Qué te pasó?

Escuché en la radio una noticia donde dijeron que el Sr. Sebastián Rodríguez había sufrido un accidente y fallecido.

Sí, es verdad. Te estuve llamando, pero como no contestabas y en tu oficina me dijeron que no ibas a regresar, opté por venir.

¿Cómo está tu mamá?

Mi madre todavía no sabe nada. En cuanto me enteré fui a casa y supe que salió desde la mañana rumbo a Cuernavaca a ver a mi tía Eloisa, su hermana, y cuando ellas se reúnen, van al centro a comprar, a comer a algún restaurante y a tomar café. Generalmente se queda a dormir y al día siguiente regresa. Estoy sólo contigo. ¿Cómo te sientes?

Mejor, creo que fue la impresión de la noticia, pero estoy mejor.

¿Vienes?

Vamos.

Fuimos al hospital, para saber que era necesario hacer en un caso como este. Julián llamó a su amigo el licenciado Eduardo Magaña, para que le auxiliara en lo necesario y en cosa de media hora llegó. El licenciado Magaña le indicó a Julián que dejara todo en sus manos y que lo mejor sería que fuera a Cuernavaca para ayudar a su mamá, además de darle la tremenda noticia, y así lo hicimos, partiendo de inmediato.

En poco más de una hora llegamos a casa de su tía Eloisa, pero ni ella ni Doña Beatriz estaban. Las esperamos. Un rato después llegaron ambas muy contentas, sorprendiéndose de nuestra presencia. De inmediato la señora Beatriz inquirió la razón de nuestro viaje y Julián, abrazándola cariñosamente, le pidió que se sentara, dándole la funesta noticia. Doña Beatriz se puso pálida y sufrió un vahído, pero de inmediato le aplicamos alcohol para reanimarla. Recogió sus cosas y emprendimos el viaje de regreso de inmediato. La tía Eloisa acudiría al día siguiente.

En cuanto regresamos, Julián se comunicó con el licenciado Magaña, quien le informó que los trámites ante las autoridades estaban concluidos y que el cuerpo de Don Sebastián estaba en una agencia funeraria. Decidimos ir a la casa de la señora Beatriz antes, para arreglarse y cambiar de ropa. Julián pasó a dejarme a mi casa para los mismos fines, quedando en que yo iría sola a la agencia funeraria.

Llegué antes que Julián y su mamá, aún no había nadie en el velatorio, lo que me permitió despedirme de Sebastián, a quien debo los momentos más felices y mucho de lo que podido llegar a ser. Adiós para siempre amor; nunca te olvidaré.

Pasó el sepelio y fuimos a su casa Julián, su mamá y yo. Doña Beatriz estaba deshecha moralmente y agotada físicamente. Al llegar le rogamos que tomara algo de alimento y descansara para reponer fuerzas. Afortunadamente nos hizo caso, acostándose en el cuarto que tenían destinado a las visitas.

Al quedarnos solos Julián y yo, le pedí que él también se retirara a descansar, viéndonos mañana, pero me pidió que no lo dejara solo esa noche, por lo que acepté hacerle compañía. Me dio alguna ropa de su mamá y nos retiramos a descansar.

Al día siguiente, después de asearnos y arreglarnos de alguna forma, nos reunimos los tres a desayunar. Cuando concluimos, Beatriz inició una conversación diciendo:

Hijo, es importante que tomes conciencia de que en estas circunstancias, todo el negocio queda en tus manos. Considera que de esa empresa no sólo subsistimos nosotros, sino que hay también casi cien familias que dependen, por lo que tu buen manejo es indispensable para que tanto ellos como nosotros continuemos con nuestras vidas, como si tu padre estuviera al frente, recuerda que durante casi treinta años él logró consolidarlo como una empresa próspera. ¿Estás dispuesto?

Claro mamá, he estado pensando en eso desde ayer. Tú sabes que tengo a mi cargo el área administrativa y muchas de las decisiones pasaban por mis manos antes de llegar a papá; debo entrenarme en aquellos aspectos que sólo dependían de él, pero de muchos de los cuales tengo conocimiento. Espero cumplir cabal y honrosamente.

Felisa, perdón, pero esta situación inesperada puede alterar vuestros planes.

Julián intervino:

No mamá, para nada, nosotros hemos acordado casarnos dentro de un mes y medio y así lo haremos. Quizá afecte un poco nuestro viaje de bodas.

¿Tú que opinas? dijo, dirigiéndose a mí.

"La función debe continuar", dije. Nos casaremos como tenemos planeado, haremos un corto viaje si es posible y si no lo es, lo dejamos para otra ocasión más propicia, pero ni esta boda nuestra, ni mucho menos un viaje, van a interrumpir la marcha de una empresa de la que dependen cien familias. Cariño, yo estoy a vuestro lado. No olvides que tu padre, en esta casa me rogó que los aceptara como mi familia; y, yo, desde ese momento he considerado formar parte de ella. Así mismo, si estimas que mi colaboración en vuestra empresa puede ser útil, cuéntame desde ahora. Tampoco deben alterarse nuestras vidas. Adelante.

Gracias, dijo Doña Beatriz, no esperaba menos de ti. Tú no trataste a Sebastián como lo traté yo, era un hombre extraordinario. Buen padre, excelente esposo; nunca faltó nada en nuestro hogar, y, cuando él te conoció me dijo: - ¡qué suerte ha tenido Julián al encontrar a Felisa, enamorarse ella y que ella le corresponda! ¡Es una mujer, en toda la extensión de la palabra! Se refirió a ti como si te conociera de toda la vida.

Honremos su memoria, dije yo.

Honrémosla, apuntó Julián, y acercándose a mí depositó un precioso beso en mis labios.

En la fecha prevista nos casamos. Salimos en viaje de bodas a Florencia, Italia ocho días que disfrutamos a plenitud, amándonos intensamente y gozando la cultura de que está impregnada esta ciudad extraordinaria.

A nuestro regreso nos instalamos en casa de Doña Beatriz, principalmente por no dejarla sola, además de que más que suegra y nuera, somos excelentes amigas. Me integré a la empresa de la familia, aportando mi experiencia y conocimientos.

Un año y medio después de casarnos nació nuestro hijo y a los tres años casi justos la nena que es preciosa.

La empresa va de maravilla, no sólo se ha mantenido sino que ha crecido un poco más de la media del país. Las familias que colaboran con nosotros tienen ahora un nivel de vida más alto, ninguno nos ha dejado, y, por lo que parece, están dispuestos a seguir con nosotros.

Julián es un padre como no imaginé y un esposo encantador. Lo adoro y él me ama con pasión desenfrenada, tanto que muchas veces en que estamos en la oficina, tengo que llamar su atención respecto a que es el dueño y debe poner buen ejemplo, además de que si alguien requiere entrar a su despacho nos va a encontrar y ese lugar no es una playa nudista, pero no entiende, me ve y quiere hacer el amor, no importando la hora ni el lugar. Afortunadamente puedo esquivarlo la mayoría de las veces, pero hay algunas otras en que hace a un lado los papeles, me sube al escritorio y me hace sentir que estoy entrando en la gloria, con sus besos en todo mi cuerpo y la presencia de su pene en mis entrañas. Somos inmensamente felices.

Doña Beatriz, tiene "nietitis" aguda, lo que además de permitirme colaborar en la empresa, me da la tranquilidad de la educación esmerada que pone en nuestros hijos.

En fin, sólo Dios sabe cómo y porqué hace las cosas.