Cuentos del semiorco y los tres enanos

De como un nigromante y sus huestes de no-muertos aterrorizaron el Reino y cómo un semiorco y tres enanos unieron sus fuerzas para combatirlo

-Estúpido perro, ¿dónde te has metido?

Natacha intentó gritar para hacerse oír, pero de su garganta sólo brotó un susurro. Era de noche cerrada y a su alrededor, el negro bosque parecía más amenazador que nunca. Había dejado de ver las luces de las antorchas del pueblo y sabía que podía meterse en un buen lio por alejarse tanto, pero maldita fuese si iba a dejar que su querido Rámpel quedase a merced de los lobos. Se acercaba a la linde de la aldea, en las proximidades del cementerio. Quiso gritar, pero algo en el interior de la chiquilla le dijo que si elevaba la voz pasaría algo...algo malo. Natacha quiso reírse de una tontería así, pero un escalofrío recorrió su columna vertebral. De nuevo, susurró.

-¡Rámpel! Testarudo chucho, si no vienes ya te voy a...

Un borrón gris pasó a su alrededor. Algo tan veloz que apenas pudo vislumbrarlo antes de que se perdiese de vista, aunque atinó a escuchar un lastimero gemido, como si el perro estuviera aterrorizado.

-R... ¿Rámpel?

Natacha, con aprensión, giró la cabeza hacia la dirección de donde había aparecido el perro, para ver de qué era de lo que huía. Dos figuras humanas se acercaban a ella, sus siluetas recortadas entre los árboles. Venían de la dirección del cementerio. Había algo antinatural en el caminar de aquellas personas. Su paso era lento, vacilante, como si se desplazasen a trompicones, como si sus articulaciones estuvieran rotas y una ominosa fuerza les animase, obligándoles a moverse. La muchacha entornó los ojos pero no pudo distinguir de quién se trataba. El corazón de Natacha se aceleró. La escasa luz de la luna le debió jugar alguna mala pasada pues le pareció que aquellos hombres vestían mortajas y jirones y que en su rostro no parecía haber ojos sino dos pozos negros y sus bocas abiertas en un negro grito silencioso. Después aparecieron dos más y luego dos más y un macabro olor a podredumbre atenazó sus fosas nasales. Natacha no pudo hablar, paralizada por el terror.

Sus rodillas fallaron mientras Natacha sintió cómo un chorro de orina resbalaba por su muslo. Sólo pudo aplastar su espalda contra el tronco de un árbol, cerrar los ojos con fuerza y sollozar de terror mientras una docena de cadáveres pasaban a su lado, ignorándola, en dirección hacia las montañas como si algo o alguien les llamase desde la lejanía.


Rázorlak bajó de su yegua y posó una mano enguantada en el barro. Había huellas, efectivamente. Múltiples huellas. Los seres que las habían dejado no habían tenido la menor intención de borrar su paso por las montañas.

Muertos vivientes. Seres animados por un nigromante por un oscuro propósito.

Rázorlak gruñó mientras contemplaba el horizonte y pareció olfatear el viento. Llevaba tres días galopando desde que su maestro, el Alto Maestre de la Orden de la Espada de la ciudad de Kundahar, le hubiera encargado la misión de investigar los rumores de avistamientos de no-muertos por las regiones del norte, una misión que estaba dispuesto a cumplir costase lo que costase, aunque le fuese la vida en ella.

La fuerte y fibrosa figura se desembozó, retirando su capucha, revelando una larga melena negra y una piel verde grisácea, con unos ojos enrojecidos y una nariz que casi parecía unas fauces. Dos colmillos despuntaban desde sus labios, dándole una apariencia feroz. Rázorlak no hubiera sido considerado hermoso desde un estándar clásico, desde luego, pero su fiero aspecto era atractivo como puede serlo un animal salvaje.

Rázorlak no era humano, o por lo menos no enteramente, al contrario que otros caballeros de la Orden de la Espada. Hacía muchos años, unos cuantos elfos y hasta unos pocos enanos habían sido admitidos en la Orden, y habían llegado a ser nombrados con el título de caballero, acabando así con una tradición milenaria de pureza humana racial. Pero él era el primer semiorco que había logrado tan preciada distinción.

No había sido fácil. A pesar de que se decía que Kuldahar era la Ciudad de las Oportunidades en las que cualquiera, a pesar de su origen, podía labrarse un destino, había tenido que luchar contra la xenofobia y la ignorancia de sus propios compañeros humanos y demostrarles que él era tan válido como cualquiera de ellos. Era hijo de dos mundos, y de dos razas a cual más belicosa y brutal, y se había tenido que enfrentar al odio y al desprecio de ambas. Nacido de madre hembra orco, los otros orcos de la aldea le habían golpeado y se habían burlado de él, llamándole débil y humano.

En su tribu natal, Rázorlak había tenido que abrirse paso, golpeando y siendo golpeado por otros muchachos, hasta que finalmente había sido exiliado por su tribu a pesar de que había logrado ganarse el derecho a ser llamado guerrero y celebrar los Ritos de Madurez para la nueva generación de orcos.

Todavía recordaba aquella noche en que se reunieron en el campamento para celebrar los Ritos, siendo él uno de los los cinco mejores luchadores con diecisiete años que habían superado los retos aquel solsticio. Se hallaban en la tienda del jefe, únicamente acompañados de sus progenitores varones, expectantes hasta que apareció el jefe de la tribu, el poderoso Gran Buey. Todavía le impresionaba la visión del jefe, un individuo prodigioso incluso para un orco, de pecho amplio y cuyas poderosas manos demostraban que las historias que decían que había aniquilado un regimiento entero de humanos sólo con sus manos desnudas, eran ciertas.

Un cosquilleo recorrió el pene de Rázorlak mientras rememoraba cómo los cinco quedaron desnudos y sus parientes untaron sus cuerpos con aceites para la ceremonia: sus cuerpos quedaron húmedos y relucientes, cada músculo y fibra marcándose de forma clara, sus pieles verdes relumbrando como acero bruñido. Dado que el padre de Rázorlak era un guerrero humano que había violado a una orco durante las Guerras de las Montañas del Hierro antes de marcharse con los suyos, el joven semiorco se tuvo que extender los aceites por su cuerpo él mismo, ante las burlas y el desprecio de sus cuatro compañeros. Pronto les indicaron que se dieran la vuelta para que el máximo líder apreciase las curvas de sus musculosas espaldas y sus desnudos traseros. El Gran Buey se deleitó observándolas en todo su esplendor.

En seguida notaron que en la entrepierna del Gran Buey algo estaba creciendo. Su taparrabos estaba más hinchado que antes. El jefe separó un poco más las piernas y un oscuro y pesado par de huevos negros asomaron entre sus ropas. Explicó a los muchachos que los huevos eran la fuente de la hombría y que en ellos residía la fuerza y determinación de un guerrero. Ellos mismos habían comido los testículos de un jabalí que habían cazado y habían engullido la simiente de un guerrero prisionero humano al que habían ordeñado su verga.

Era costumbre que, como deferencia a los guerreros más fuertes y valientes que los orcos capturaban, para honrarles, les ataban en la plaza del campamento y los muchachos se turnaban para constantemente meterles un par de dedos por el ano, preparándoles para ordeñarles cada poco tiempo y recolectar su hombría, que bebían para ser más fuertes. Como recompensa por fortalecer la tribu, algunos guerreros orcos les sodomizaban y les rellenaban su interior con su leche, para que también ellos obtuvieran un poco de su fuerza.

Ante los ojos de Rázorlak, el Gran Buey se manoseó su poderosa verga y ésta pronto despuntó, levantándose victoriosa. Los rabos de los muchachos pronto se enderezaron ante el formidable espectáculo. Los padres de los cuatro muchachos les manosearon las vergas para aumentar la erección, pletóricos, aunque el semiorco hubo de hacerlo él solo. Los cinco muchachos se acercaron para lamer aquella fuente poderosa. Aquel rabo bestial daba para todos, que lamieron la gruesa cabeza, después el tronco y también se entretuvieron en los enormes huevos. El orco menos poderoso de los cinco, aquel que menos presas había conseguido cazar, debió conformarse con sus nalgas, lamiendo la raja de su culo, su lengua recorrió y se enterró en el arrugado agujerito de Gran Buey, ahondando en su negro ano, chupando y saboreando su amargo sabor.

Mientras lamían el negro falo del Gran Buey con avidez, a la espalda de los muchachos, sus padres extendían el aceite por sus nalgas, sobándolas bien. Era costumbre que en los Ritos de Madurez los padres sodomizaran a sus hijos, para pasarles con su esencia a sus cuerpos la fuerza de otras generaciones.

A pesar de no contar con un progenitor presente, Rázorlak gimió cuando alguno de los padres, apiadándose de él, posó varios dedos en el ano del semiorco que, resbaladizo y aceitado, no ofreció resistencia alguna y los engulló goloso. Pronto, cada padre orco colocó su verga sobre el ano de su hijo y lo incrustó con dificultad mientras los muchachos seguían lamiendo la verga del Gran Buey. Uno de los orcos progenitores dividió sus atenciones entre las nalgas de su hijo y las de Rázorlak, sacando la gruesa y venosa verga del ano de un chico para meterlo en la del otro, cada uno de ellos gimiendo al ser penetrado alternativamente por el orco adulto. Ora su hijo gruñía mientras su ano se ensanchaba dilatado por la enorme verga de su padre, ora eran las esponjosas entrañas de Rázorlak las que eran conquistadas por el ariete de carne.

Pronto, la estancia era un revuelo de gemidos, gruñidos, dulces lamentos, y el húmedo entrechocar de la carne contra la carne.

Rázorlak volvió a la realidad cuando escuchó un sonido a un extremo del camino.

Con presteza, desenvainó su espada y se acercó cautelosamente, entorpecido levemente por una inoportuna erección. Pudo distinguir a tres malcarados enanos que le contemplaban amenazadoramente. Un hacha pareció aparecer de la nada en la mano de uno de ellos, y otro llenó sus manos de una larga espada. Rázorlak les escrutó, midiendo sus fuerzas e intentando discernir sus intenciones.

-Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? ¡Un orco! - bramó uno de ellos. De mejillas sonrosadas y piel bronceada, sólo parecía llevar un escaso taparrabos, dejando sus vellosas piernas, brazos y torso desnudos, era terriblemente musculoso. Su largo cabello y su frondosa barba estaban ribeteadas de plata, lo que indicaba que era un enano maduro, aunque imponente para su edad. -Estás muy lejos de tu tierra, vas a pagar caro ese error.

El otro enano, también robusto y vigoroso y de larga barba castaña tenía aspecto más joven. Pareció no querer decir nada, preparándose para la acción. Su mirada era ceñuda y peligrosa. Era conocida la animadversión entre enanos y orcos, librando batalla tras batalla desde épocas inmemoriales.

-No me parece un orco típico, es más pequeño. Más bien parece que la sangre humana corre también por sus venas. ¿Un semiorco, quizás?

Rázorlak contempló que el tercer enano moreno que acababa de hablar era más delgado y risueño, sin barba y de rostro infantil; quizás se tratase de un halfling.

¡Ladrones! Sucia basura que infestaban los inseguros caminos, atracando e incluso asesinando a pacíficos viajeros. Era su deber como caballero de la Orden de la Espada acabar con aquella escoria. Aferró su espada con ambas manos y, en silencio, se preparó para luchar.

El enano que primero había hablado dio un paso al frente y tiró su hacha al suelo. A continuación se desnudó completamente y flexionó amenazadoramente sus músculos, provocando pavorosos crujidos. Todo su fornido cuerpo se hallaba cubierto de fino vello y una enorme verga abultada semierecta le golpeaba el muslo al moverse. A Rázorlak le costó separar los ojos de aquel pedazo de abultada carne.

-¡Bah! No necesito el hacha para acabar con un orco alfeñique como tú. Te reto a un duelo singular, si es que tienes algo de honor.

Rázorlak lo meditó dubitativo. Aquel enano tenía un aspecto imponente y prescindir de su espada parecía un terrible error. No obstante, era mejor acabar con ellos uno por uno. Además, las reglas de caballería de su orden establecían que los duelos eran sagrados y debían ser respetados.

-Acepto.

Rázorlak envainó su espada curva y se quitó su cota de malla, para estar en igualdad de condiciones con su oponente. Le observó detenidamente. Una mole de músculo y ferocidad. Las velludas patas del enano le afianzaron en el suelo mientras le miraba riendo con salvajismo. Sin duda debía tratarse de un enano bárbaro bersérker, guerreros brutales que despreciaban su propia seguridad y luchaban con una ferocidad sin igual.

-Desnúdate completamente. Puedes llevar un arma oculta.

Razórlak no supo por qué le obedeció, pero se deshizo de su camisola y bajó sus pantalones de tela, quedando completamente desnudo ante su oponente. Luchar desnudo siempre confiere una sensación de indefensión ante el adversario, así que Rázorlak intentaría que el combate durase lo menos posible. Sus tres oponentes le observaban riendo burlonamente, asintiendo e intercambiando chanzas entre sí.

-Este orco canijo no me va a durar un asalto. Cuando le derrote me voy a adueñar de su culo. Y luego os lo pasaré a vosotros, para que gocéis de él.

Apenas levantó los puños el semiorco, todavía dudando de las palabras que acababa de escuchar, el enano se lanzó hacia él como una masa de acero, carne y músculo vibrando por la destrucción. Al primer impacto de su cuerpo velludo contra Rázorlak, éste supo que su adversario era mucho más fuerte que él. Aunque más bajo que el semiorco, el enano era una montaña peluda de músculos de acero, y se movía con la rapidez y la bestialidad de un oso. Tenía la cabeza tan hundida entre los músculos de sus hombros que era imposible intentar estrangularle siquiera. El enano le abrazó en una presa de hierro imposible de romper. Con sorpresa, Rázorlak notó la verga del enano golpeando contra la suya, y casi pudo sentir el calor de los gordos huevos de su adversario contra su piel verde.

Durante varios minutos sólo se escucharon roncos jadeos de los contendientes, el impacto de los pies en la hierba o el de sus cuerpos al golpearse violentamente. El semiorco, a pesar de ser más alto que el bárbaro enano, era incapaz de romper su presa. El torso velludo del enano subía y bajaba violentamente con sacudidas y, por fin, en un movimiento inesperado, la mano derecha del enano le soltó y buscó el culo del semiorco. Con rapidez, dos dedos llegaron hasta el arrugado agujerito de Rázorlak y lo penetraron con furia, moviéndose arriba y abajo, dentro y fuera con brusquedad, abriendo su ano sin la menor delicadeza.

-¡Y ahora tu culo va a ser mío! - gritó el enano.

-¡Así se habla, Zoltan! ¡Dale duro! -exclamó el halfling.

Quizás fuese por la sorpresa, por las sacudidas con las que las vergas de los dos enemigos habían chocado entre sí, o por la brusca intromisión de los dedos de su adversario por su ano, como si se enseñoreasen de él, pero Rázorlak no pudo contenerse. Su verga eyaculó sobre los muslos de su oponente, quien siguió haciendo presión sobre su próstata.

-¡Ooohh, oooh, uuuoooohhh!

-Así, córrete como la putita que eres...

Las piernas de Rázorlak temblaron de placer, incapaz de sostenerle, y tuvo que ser agarrado por su enemigo para que no cayera al suelo, como una muñeca desmadejada a la que han cortado las piernas.

-¿Veis? Os lo dije, no me iba a aguantar nada. Un orco no es rival para un buen macho enano. Y ahora, a gozar de él. Da gusto vencer así a las huestes del Señor Oscuro.

-No hay culo de orco, ogro ni troll que se te resista, Zoltan. Eres el mejor. -Dijo el otro enano, preparado para coger el relevo, sacándose su gruesa polla de los pantalones y masturbándola para que se irguiera como un tremendo mástil.

El sudoroso enano, rió mientras depositaba al semiorco boca abajo, y con ambas manos le separó los cachetes del culo, revelando el esfínter de Rázorlak, completamente indefenso ante su victorioso contrincante. El semiorco sabía que había perdido y apenas pudo resistirse, incapaz de liberarse, sacudiendo brazos y piernas en un fútil intento que sólo consiguió arrancar carcajadas de los dos enanos y el halfling.

Los dedos del enano se internaron en la cavidad del semiorco, retorciéndose como culebras y abriéndole su agujerito sin remedio, entrando y saliendo y dilatándolo hasta extremos insospechados.

-Bufff... El semiorco tiene el culo bien abierto, seguro que ese ojete goloso ha comido muchas y variadas pollas, no es verdad, ¿guarrito?

Sin esperar respuesta, el enano llamado Zoltan posó el glande sobre el oscuro ano de Rázorlak y apretó poco a poco.

-Iiiieeeeaaargghhh... Unnngggg...

La gruesa y venosa verga fue desapareciendo entre las entrañas del semiorco, como una espada afilada que se hunde en la carne del enemigo. Rázorlak sintió como si le empalasen, como si las nudosas manos de una cruel deidad le partieran por la mitad, y a su vez, notó cómo su miembro pulsaba, excitado por hallarse a merced de unos enemigos que se adueñaban de su interior. Quiso suplicar, pedir que le enculasen más lentamente, pero mordió sus labios mientras el sudor resbalaba por su frente y por todo su cuerpo. Enterró su rostro en el musgo del suelo, pero no pudo evitar que sus caderas se elevasen, como si facilitasen la penetración.

-El piel verde se lo está pasando en grande. No puede ocultarlo. Sin duda está disfrutando de la gorda verga de un buen enano.

Las manos del otro enano le retorcieron sus pezones, mientras sentía como si el fuego le quemase su apretado agujerito.

-Vamos, Zoltan, date prisa, que el resto también queremos disfrutar de su culo.

-Ya va, ya va, Furjur, voy a llenar las verdes tripas de este cabrón de rica leche de enanoooooouuuuooogggg!!!

Zoltan mugió de sordo placer mientras vaciaba sus huevos en las tripas de Rázorlak, provocando que chorros de espeso puré escaparan desde el culo del semiorco, casi como un torrente. Con brusquedad sacó su rabo todavía erecto del ano del semiorco, todavía disparando algún chorro sobre la espalda de Rázorlak, dejando un enorme agujero dilatado que, sin dilación, fue rellenado por la verga del enano llamado Furjur.

-Ufff... Qué culo más ricooo...

-Esperad...

El halfling, que ya se había bajado los pantalones en espera de que llegase su turno para sodomizar al semiorco, levantó la espada de Rázorlak.

-Esto es la espada de un caballero de la Sagrada Orden de la Espada de Kandahar.

Furjur redujo el ritmo pero siguió enculando a Rázorlak, sus caderas chocando rítmicamente contra las verdes nalgas del semiorco.

-¿La has... ufff... robado, ladrón? -Masculló con dificultad el enano, jadeando por la cabalgada. Con esfuerzo, desenterró su verga del ano del semiorco y, acercándola a escasos centímetros de su rostro, descargó varios trallazos de espeso semen sobre Rázorlak, cubriéndole de su cremosa esencia.

-N... no,... la... espada... es mía... unnggg...-logró pronunciar un maltrecho Rázorlak, su rostro embadurnado de semen enano -soy caballero... de Kandahar... mmm...

-Caramba, - dijo el halfling -tiene razón. Tiene el collar de los caballeros de la Orden. ¡Nos estamos follando a un caballero!

Los enanos se miraron extrañados y escrutaron al desmadejado orco en el suelo, a sus pies. Ambos estaban desnudos, sus falos, aunque algo flácidos, tenían un tamaño más que respetable.

-No sabía que los caballeros ordenasen a semiorcos, qué raros son los humanos. -dijo Zoltan.

-Nosotros somos guerreros contratados por el Gremio de Mercaderes de Kundahar, que nos ha encargado que busquemos signos de actividad necromántica. Pensamos que eras un saqueador orco.

Rázorlak jadeó, sin resuello por la actividad amatoria y con el culo completamente escocido al recibir las dos grandes trancas de los enanos, incapaz siquiera de poder levantarse.

-Yo... yo también busco a... a los muertos vivientes... pensaba que... érais bandidos enanos...

-Vaya - rió Furjur - creo que todos nos hemos dejado llevar por nuestros prejuicios. Bueno, estamos en paz, ¿no? Somos todos de Kandahar y del bando bueno... -el enano se atusó pensativamente la barba - Quizás deberíamos unir esfuerzos para resolver esta situación. ¿Qué te parece?

Rázorlak abrió los ojos como platos. Los dos enanos le habían roto el culo, y ahora se comportaban como si nada hubiera pasado y le proponían una alianza.

No tuvo mucho tiempo para pensar. El semiorco gimió cuando el erecto pene del halfling se enterró en su ano que, pringado con los efluvios de los dos enanos, se abrió como una flor para aceptar la verga del mediano.

-A mí lo que me parece es que no es justo que vosotros le hayáis follado bien por el culo y yo no haya podido catarlo todavía. Mmmmppphhh... Hora de remediarlo... mmm.... aaahhh...

El semiorco no pudo sino gemir lastimeramente cuando el pequeño halfling inició una frenética cabalgada en su culo. A pesar de que la verga era más pequeña que la de los dos enanos, las paredes de su recto estaban tan escocidas por las recientes enculadas que le pareció como si le penetrase la tranca de un caballo. Los enanos rieron y, poco a poco, sus vergas fueron creciendo, para desmayo de Rázorlak.

-Eres incorregible, Pimzor.

Sin dejar de sodomizar al semiorco, la mano del halfling buscó el erecto pene de Rázorlak y lo acarició. Oleadas de placer recorrieron todo su cuerpo y, jadeando, explotó, eyaculando y apretando su culo en espasmódicas contracciones, para placer del halfling.

-Decidido pues. El semiorco se unirá a nosotros contra el nigromante. Si sus dotes guerreras no son buenas, siempre podemos gozar de su culo.

Los dos enanos y el halfling rieron, mientras masajeaban sus vigorosas vergas, preparándose para una segunda ronda.

Los cuatro aventureros se dirigieron hacia el norte en busca del enigmático nigromante. Pero aquello, como suele decirse, es otra historia.