Cuentos de pecados de colegialas - Sofía y Jere
Sofía busca iniciarse con Jeremías, siendo un poco más que una púber, y él algo mayor que ella, pero las circunstancias llevan a que la iniciación sea de Jeremías en manos de una pequeña.
En Ciudad del Faro, un pueblo pequeño que sigue escondiendo muchos secretos, y confesiones no confesas. Sofía, aunque un poco más que una púber, es una de las chicas más oscuras del pequeño pueblo, llena de secretos que juegan entre el límite entre lo perverso y lo naif. Desea mucho de tener su primera vez con Jeremías, algo mayor que ella, alumno particular de piano de su madre. Cada sábado va a su casa a tomar su clase. Sofía no tiene más que conformarse con verlo, y quizás masturbarse con sólo escuchar su voz. Hasta que un día un golpe de suerte cambia todo a favor de Sofía, o mejor dicho quizás, mejor para Jeremías, que descubre algo interesante en su vida de la mano de esta joven un poco más que púber.
......
−¿Me haces un favor? ¿Podes abrir la puerta, Sofía? −le dijo su madre, que estaba al teléfono, cuando ya había sonado el timbre por segunda vez.
Sofía la miró, aunque sin entender demasiado, al borde de lo alto de la escalera.
−¡Mamá, estoy en piyama!, no puedo abrir así. Ni siquiera me lavé la cara- contestó ella desconcertada, revelando en su rostro una mueca de disgusto.
María, su madre, hizo a un lado el teléfono y le dijo sin más: Sólo te pido eso hija. Nada más. Es sólo un momento. Abrí por favor, seguramente debe ser Jeremías que viene a su clase de piano. Al escuchar esto, los ojos de Sofía se abrieron grandes.
Hoy como un sábado más, Jeremías viene por la mañana a tomar su clase particular de piano en la casa de Sofía.
Sofía corrió escaleras abajo y se miró de arriba a abajo en el espejo cerca de la entrada, y la verdad es que estaba hecho un horror en musculosa y short. El timbre sonando otra vez la sobresaltó.
−¿Sofía? ¿Le abrís, por favor?, dijo una vez más su madre.
Descalza como estaba se dirigió a la puerta, y giró el picaporte tímidamente.
Esbozo una sonrisa y dijo: -Hola.
Allí estaba él, era Jeremías. Demás está decir que le encantaba. Era unos años mayor que ella, pero siempre imaginaba como se sentiría que esos brazos fuertes la abrazaran.
−Hola, siento haberte despertado. ¿Está tu mamá? Vengo a mi clase de piano –dijo Jeremías, y sonrió.
Sofía tenía mucha vergüenza. Estaba frente al chico que le gustaba con el aspecto de recién levantada. Lo escuchaba hablar, e intentaba arreglarse el pelo o estirar la tela del piyama, pensando que él la observaba, pero él no le prestaba ninguna atención a ello, como si fuera no más que una chiquilla.
La madre de Sofía apareció frente a ellos. Saludó a Jeremías. Le explicó que tenía que irse por un momento a solucionar un problema urgente hasta Castillos, un pueblo que quedaba a 18 kilómetros, que Sofía lo atendería mientras ella se ausentaba, sin dar mayores detalles.
María le dijo a Jeremías que pasara y que esperara un momento en los sillones del living. Luego cerró la puerta.
Sofía estaba sorprendida. Tomó a su madre del brazo y se alejaron un poco de Jeremías.
−Mamá, no me podés dejar acá con él. No sé nada de música, y mucho menos de tocar el piano. ¿Qué le voy a enseñar? – dijo Sofía, tratando de hablar más bajo para que él no las escuchara.
−A ver Sofía. No te pido que le enseñes nada. Sólo que le hagas compañía un rato, mientras yo me voy. Sólo eso. Le dio un beso en la frente para darle las gracias y se dirigió a tomar su cartera para luego salir de prisa.
Para cuando Sofía quiso decir algo, ya la puerta que daba a la calle se cerraba. Sofía se quedó de frente allí por unos segundos sin saber qué hacer.
Jeremías aún esperaba sentado en el living, sin prestar mucha atención a esa situación, seguía repasando unas partituras que tenía en su carpeta.
Sofía se acercó incómodamente e hizo un sonido con su voz para que él notara su presencia.
−Disculpa, ¿te importaría esperar un momento que me vista con otra ropa?
−No, claro que no – respondió él, sin apartar demasiado su mirada de sus hojas.
−De acuerdo, ahora regreso −dijo Sofía y fue a vestirse.
Cuando cerró la puerta de su habitación, y se apoyó su espalda en esta, no podía creer que esto estuviera ocurriendo. Tenía al chico que le gustaba allí abajo, todo para ella.
No sabía que ponerse. Comenzó a revolver los cajones y a pasar una tras otra las perchas en su ropero, sin encontrar algo que le gustara.
Recordó ese vestidito que le encantaba, pero que ya le quedaba algo chico. Seguramente era muy aniñado, pero prefirió ese porque le quedaba algo corto, que dejaba ver un poco sus muslos y algo que a su madre preocupaba era que le dejaba muy resaltadas sus nalgas, que ya comenzaban a desarrollarse.
Por lo pronto tomó de unos de los cajones el conjuntito de ropa interior de algodón color blanco.
Se deshizo de su piyama, algo naif, que cayó a un lado de la cama, junto al resto de ropa que había descolgado para probarse como si saldría para una fiesta.
Quedó totalmente desnuda, se miró al espejo, de un lado… del otro… entalló sus pequeños senos como resaltándolos a la vista, pero ni así lograban un volumen respetable. No pudo evitar pasar su mano por su pubis casi angelical… casi lampiño. Inevitablemente, su dedo medio hizo algo de presión entre medio de sus dos labios carnosos… se encontró con una humedad muy intensa, una perla turgente, tiesa, candente, llamó a su dedo a jugar con ella entre los suaves jugos que la rodeaban.
El ladrido de un perro en la calle la trajo de nuevo a la realidad, al mirarse nuevamente al espejo se encontró desnuda con una mano entre sus piernas y una mano en uno de sus senos. Se dio cuenta que debía apurarse. Primero se puso el top, que calzó en su busto adolescente, y luego subió suavemente la tanga hasta calzar perfectamente en sus curvas.
Ella sabía que ese conjunto delicado, con encaje y transparencias sutiles la hacía ver irresistible, aunque nunca nadie la haya visto así.
Su imaginación salió a volar una vez más, cayó tendida en la cama, imaginaba como sería ser poseída por Jeremías. La tentación de masturbarse no le dio aviso, y una vez más una de sus manos frotaba su pubis por encima del suave algodón entre sus piernas, era tanta la humedad que ya comenzaba a traspasar la suave tela, su otra mano, en sus senos, hacía lo similar sobre el suave algodón.
Deslizó sus dedos debajo de la tanga, y comenzó a jugar con su clítoris y sus labios hasta que sentía que necesitaba meterse los dedos dentro de su vagina. Jugaba subiendo y bajando, o haciendo círculos con sus dedos.
Iba sintiendo como se excitaba cada vez más, y sus dedos se introducían más profundo en su interior. Se penetraba rápido y con fuerza y sentía como sus jugos se deslizaban por entre sus dedos.
Sacó un instante los dedos de su vagina y probó su sabor. Lamió ese líquido delicioso con lujuria y pensó que le estaba mamando la pija a Jeremías. Se entretuvo con sus dedos dentro de su boca hasta que sintió que no podía esperar a ser penetrada por él.
Con deseo de seguir experimentando, llenó su mano con su suave saliva y volvió a meterse los dedos en su jugosa vagina, que ya no era la de una niña, y comenzó a penetrarse con un ritmo enérgico y salvaje. No podía parar, quería más y sus gritos ya mostraban el nivel de goce que estaba teniendo. Se ratoneaba ahora con la idea de que él le hubiera escuchado y que la encontrara en la cama de su habitación deseosa de su pija clavándose con fuerza dentro suyo.
Sentía que muy pronto estaba por tener un orgasmo, y con el morbo que le daba lo que había pensado hace un instante, liberó su clítoris de tal juego y pensó irse toda mojadita como estaba para que él hiciera con ella lo que quisiera, en la alfombra o arriba del piano. No importaba el lugar, sólo quería ser envestida por su pija.
Se levantó y se dirigió al baño. Se refrescó un poco y luego jugaba como caía su rubia cabellera ondulada sobre su espalda, si quedaba mejor atado en una cola de caballo o suelto. Al fin decidió dejarlo suelto. Se perfumó delicadamente y acomodó su cortísimo vestido que había escogido antes, mirando en el espejo como dejaba poco a la imaginación lo que podía verse debajo.
Imaginó bajar sólo con el corpiño debajo del vestido de corte preadolescente, con una pecherita… tiempo atrás lo solía usar sin nada debajo cuando no importaba que por algún costado se viera aún sus planos pezoncitos, dejó de usar ese vestido cuando ellos tiempo atrás comenzaron su incipiente crecimiento, e incomodaba a su madre la mirada curiosa de mis compañeritos. Buscó algo que fuera sexy, y que si llegara su madre de forma imprevista no sea tan conflictivo. Después de tanto buscar y probar, se quedó con una musculosa de tonos pasteles acaramelados con finos breteles y encaje en su espalda. Tomó unas chatitas color bordó y salió de su cuarto rumbo al living.
Ella no había tomado noción del tiempo, pero habían pasado como veinte minutos desde que había subido a cambiarse. Bajó pausadamente los escalones de las escaleras mientras escuchaba una melodía armoniosa que venía del piano. Jeremías tocaba “My way”, y eso la hizo sentir una diva… por un momento fue Marilyn Monroe y él su Sinatra.
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Entró despacio, lo observó sentado de espaldas a ella, tocando el piano muy concentrado, y ella se fue acercando de forma lenta hacia él.
En un momento culminó la canción que estaba tocando, y ella consideró, aunque mucho no entendía, que era grandioso y comenzó a aplaudirlo.
Jeremías se dio la vuelta.
−Ah, muchas gracias −dijo Jeremías, algo sorprendido, y agregó: Lo siento, no sabía que tenía público, pensé que te habías quedado dormida. La verdad que disfruto mucho el sonido de este piano. Te envidio mucho, no todos podemos tener un piano de media cola en casa.
−Ah, no precisamente, no me quedé dormida. Siento la demora -contestó pícara Sofía, dejando notar como estaba vestida.
−¿Quieres un jugo? – le preguntó, intentando ser dulce.
−Sí, gracias –contestó él a secas.
Puedo preparar un jugo de naranjas exprimido, o uno de uva, arándanos y algo de manzana verde, que es delicioso. El de arándanos es en botella, ¿lo has probado? –dijo Sofía, queriendo resultar interesante.
−No, no lo he probado. Pero haz el que prefieras –dijo él, restándole importancia.
−Ok –dijo Sofía.
Jeremías se volteó en su silla para seguir tocando ese hermoso piano, y fue como indiferente a tanta sensualidad de una púber adolescente. Sofía se quedó dónde estaba, observándolo en silencio, no sabía cómo hacer para llamar su atención. Imaginaba que la tomaba de la cintura con determinación haciéndola sentar sobre su viril bulto masculino y sintiéndolo entre sus nalgas, solo cubiertas apenas por su tangita de algodón que estaba perdida entre sus nalgas y el corto vestido las dejaba descubiertas, con el simple pretexto de enseñarle algunos pocos acordes en ese enorme piano. Imaginaba que la besaba con pasión en su cuello y la hacía temblar al comerle su cuello o susurrarle palabras sucias al oído mientras le hacía el amor con fuerza, clavándose dentro de ella cada vez más profundo.
Mientras ella imaginaba esto, Jeremías revisaba sus partituras para proseguir tocando, ella no dejaba de sentir como la entrepierna de algodón de su tanga se seguía humedeciendo, aprovechando que no la veía hizo algo de presión sobre su pubis, y dejó deslizar un dedo por el elástico de su tanga… se le escapó un pequeño gemido, inevitable… casi estaba al borde del precipicio de un orgasmo.
−¿Estás bien, Sofía? –le preguntó él−. Lo repitió una vez más.
Sofía volvió de su fantasía, tratando de disimular su dedo húmedo y su nerviosismo por casi haber sido descubierta en lo que estaba haciendo.
−Sí, sí, estoy bien –respondió Sofía y agregó: ahora traigo tu jugo, y se dirigió hacia la cocina, algo acalorada por la escena que había imaginado.
Jeremías pareció, de todos modos, indiferente a la respuesta de ella, y siguió con lo suyo.
La cocina no era el fuerte de Sofía, ya que ni siquiera podía hacer un huevo frito, aunque en este caso sólo debía preparar un rico jugo. Pensó que no sería tan difícil ¿o sí?
Decidió comenzar por tomar unas naranjas frescas de la gaveta de frutas en la heladera. Vio que allí también había unas grandes y coloridas zanahorias.
Al ver las zanahorias no pudo evitar recordar que fue con una de ellas que algunos años atrás comenzó a jugar hasta lograr introducírsela casi por completo. En realidad, hubo otras cosas antes como su amado cepillo de dientes cada vez que iba al baño, y algún que otro marcador. Pero fue aquella zanahoria la que la hizo sentir que realmente tenía algo grande dentro, para su edad de entonces. Ganas no le faltaban de sentir una de ellas adentro. Pero esa sensación fría quería remplazarla alguna vez por alguna pija carnosa, dura y caliente de un hombre.
Había probado con varias verduras y objetos, a medida que iba experimentando y jugando más, pero sus predilectas eran las zanahorias. De sólo pensarlo sentía como se humedecía aún más, y tenía la tentación de tocarse, pero prefirió esperar a que quizás Jeremías quisiera probar sobre la mesada el sabor de su tierno cuerpo mezclado con el sabor dulce del jugo.
Aunque nunca había visto ni tocado una pija, imaginaba que no sería lo mismo una verdura fría que una gran pija caliente dentro de su vagina entrando y saliendo rítmica e intensamente, y eso la hacía calentarse aún más mientras preparaba todo para hacer los jugos.
Tomó la botella de vidrio de jugo de arándanos de la heladera, unas uvas y unas manzanas verdes. Quería preparárselo especialmente para él para impresionarle.
Comenzó a cortar las naranjas, que había elegido previamente, y aunque no había decidido si las ocuparía o no en la receta, a un costado también había dejado unas zanahorias. Inconscientemente seguro que esa larga y fina zanahoria estaba ahí más por su fantasía erótica que lo podría aportar al jugo. Se preguntaba mientras si así de larga sería la de un hombre. Se podía imaginar que seguramente era más gruesa la de un hombre. ¿Cómo se sentiría tenerla entre las manos? ¿Se sentirán como una zanahoria? ¿O como un pepino?...
Mientras… tomó la botella de jugo de arándanos e intentó abrirla, pero no pudo, así que no pensó mucho y lo llamó a Jeremías para que la ayudara con eso, como excusa para sacarlo un poco del piano, y que se interesara por ella.
Fue hacía donde estaba él.
-Jeremías, ¿podrías ayudarme? Es que no puedo abrir una botella – le dijo, dirigiéndose a él con su voz algo aniñada.
Él levantó su mirada de las teclas del piano, y aunque no le interesaba demasiado dejar de tocar, se levantó de su banco.
−Sí, claro –respondió, y la siguió hasta la cocina.
Ella iba delante de él, caminando y moviendo sus caderas de lado a lado, pensando que él la consideraba toda una mujer, aunque él sólo veía en ella a una dulce niñita, nada más. Seguramente la diferencia de altura no ayudaba a que la vea que se estaba convirtiendo en una mujercita.
Más bien, a él no parecía importarle mucho, y no porque sea muy pequeña para él, quizás estaba más enamorado del piano que lo que le podría dar cualquier otra mujer, sin importar su edad o estatura.
Ella sabía que muchos hombres la miraban con deseo a pesar de todo eso. Es más, sabía que más de uno de ellos se habría masturbado por ella. No quería cualquier hombre, sin duda ella prefería que esas primeras experiencias fueran con Jeremías. Tiempo había para después seguir probando otras experiencias.
Jeremías, delante de ella, tomó la botella que estaba sobre la mesa con sus delicadas manos de pianista, nunca se había percatado de eso… sus bellas manos… se las veía cuidadas y suaves, sin duda esa habilidad que tenía con las teclas podría hacer maravillas tocando cada rincón oculto de su cuerpo.
Tan alto delante de ella pudo ver que tenía unas nalgas muy marcadas, piernas largas y fuertes, muy varoniles… no sé qué pasó, pero la mente se fue de toda realidad. Cuando me di cuenta, mi mano había tomado una de esas fuertes nalgas… sorprendentemente él sólo la miró y siguió con lo suyo. Era indiscutible que le agradaba, aunque no decía y parecía no pasar nada.
Me di cuenta que mi mano estaba jugando en sus nalgas tal como me gustaría que él me lo estuviese haciendo… mi Dios, me di cuenta que su verga estaba muy parada y grande, no pude evitar tocársela. En menos que nada ya se la había sacado. Él solo se dejaba, era muy sumiso a lo que yo le estaba haciendo.
Cuando mis labores con mis manos recorrían palmo a palmo esa enorme verga, descubriéndola, tocándola y quise sentir su sabor. Poco a poco él fue perdiendo su morbo de los primeros instantes.
Aunque casi una niña, no fui nada estúpida para entender que mis manos en sus nalgas provocaban esa reacción que tanto me gustó.
Una vez más me concentré en estimularlo de esa forma, no tardó su pija en parecer el pepino de mis sueños… grande, gruesa, turgente.
Me extrañaba lo sumiso que era, pero me brotó mi parte activa. No era distinto a todos esos juegos sexuales que había tenido con alguna de mis amigas más pequeñas cuando nos introducíamos en los secretos de los juegos sexuales.
Al igual que con ellas, supe que en esta frontera era muy fácil despojarlo de sus pantalones, tal como con mis amigas. Él sin más, con los ojos cerrados, y con la actitud de mirar lejos, se los dejó bajar.
Muchas veces dudé si por eso era lesbiana, porque me gustaba ponerme alguna zanahoria o mi cepillo de dientes como si fuese mi pija y comenzar a penetrar a alguna de mis amigas, aunque sea con un dedo.
Mi dedo se perdió en su ano como nada. Por algún momento pensé que era gay, pero lo tenía tan apretado como cualquiera de mis amigas. De lo que no había duda era que estaba gozando de mi dedo ahí, y esto me permitía tener su enorme pija en mi mano y de vez en cuando en mi boca.
Sin duda, tanto Jeremías como yo, necesitábamos resolver muchas cosas, pero sin duda esto no nos preocupaba, ni tampoco creo que importaba más que sentirnos bien en ese momento.
Por años soñé en tener algo con Jeremías, me masturbé muchas veces por él haciéndome sentir mujer, pero no iba a perder esta oportunidad de jugar con él como quisiera.
A mí me crecía ese costado aún no resuelto de sentirme con una pija penetrando a alguien. Nunca pensé que sentiría este mismo deseo estando con un hombre, y mucho menos con Jeremías.
Él estaba tan receptivo y yo tan caliente de ver como lo estaba estimulando y mi pequeño dedo quedaba pequeño entre esas nalgas tan musculosas, y mi pequeña mano se sentía algo cansada.
Aquella zanahoria que estuvo siempre ahí nunca hubiera podido imaginar el destino que le pensaba dar, pero en esta circunstancia era más que obvio.
Cuando tendió mi mano para tomarla, él abrió sus ojos, no sé cómo en ese costado masculino que yo tenía, sólo con el gesto y marcándole la intención con una de mis manos logré arrodillarlo frente mío, y él muy sumiso, se doblegó a mi intención.
Repetí lo que ya había hecho más de una vez, y casi inconscientemente lo hacía. Puse la zanahoria por el costado de una de las piernas de mi tanga, inclusive introduciéndole un poco entre los labios de mi vulva. Esto hacía parecer que fuese un pene que salía de mi tanga, y sin demasiado protocolo entre los dos en un abrir y cerrar de ojos de ambos, él me estaba mamando cual si yo fuese su macho.
A la misma vez, entre las cosas que teníamos que resolver, era evidente que a él le calentaba verme con la falda levantada, el detalle de mi ropa interior y verme que era una mujer. Me gustaba esto de sentirme por encima de él, más grande, más alta. Esa experiencia ya la había sentido con alguna de mis amigas, pero es indescriptible ver al chico que siempre te gustó en esta situación.
Me di cuenta que él gozaba mucho de todo esto, mi morbo, mi intriga, mi calentura necesitaba indagar hasta donde más se podía llegar. Verlo con los pantalones por debajo de sus rodillas, en cuatro patas como un perrito y asomar por detrás de su espalda sus nalgas, mis deseos de penetrarlo aumentaban. No sabía si era conveniente tomar la iniciativa, y de que todo termine ahí.
Que va. Ese tremendo macho, por el cual muchas chicas morían, estaba ahí en cuatro patas, chupando mi pija naranja, creo que no tenía que preguntarle lo que tenía que seguir haciendo, a pesar de mi corta edad.
A pesar de que estaba tan prendido a la mínima intención de mover mi cuerpo de ir hacia atrás, él se dio cuenta de mi intención, me miró un poco azorado, como poniendo cara de que estás por hacer, pero tampoco lo vi pararse y salir huyendo.
Caminé exhibiendo mi virilidad que brotaba por debajo de mi tanga, la verdad que disfrutaba mucho de hacer eso. Nunca supe si lo que me gustaba era hacerlo o que me miren al hacerlo. Creo que eso es irrelevante.
Esta vez la diferencia de estatura jugó a mi favor, pude ver su ano mucho más alto que cuando jugaba con mis amigas, bien expuesto, todo a mi merced. Me quedaba lejos el aceite de cocina, ir a buscarlo era como romper el ambiente.
La botella de jugo de arándanos en la mesa, justo al alcance de mi mano, fue como una bendición. Mojé un poco mi mano inclinando un poco la botella, y una vez más comencé a jugar en su ano.
Fue impresionante, bastó que apenas deslice mis dedos alrededor de su ano para que él recuperara su gran erección. Yo estaba deseosa de tener esa pija en ese estado adentro mío, pero parecía que eso no funcionaría así.
Mi dedo se deslizó suavemente hacia adentro y él rompiendo en un gemido de placer. Su ano estaba muy estrecho, apretado como el de una niña.
No sabía que era lo que me calentaba más…
si era que él tenía esa actitud de una niña…
de ver su enorme pija…
de estar yo en esa actitud dominante…
o un poco más retorcido, todo esto junto.
Mientras mi dedo dejaba azul morado su ano entrando y saliendo, él comenzó a masturbarse enérgicamente. Me daba cuenta que le encantaba. Mi calentura se disparaba por las nubes, y flotaba esa zanahoria a lo largo de toda mi vulva, desde mi clítoris hasta introducírmela en la vagina.
Él se dio la vuelta más de una vez, no sé si para mirarme que era lo que estaba haciendo yo porque eso también lo calentaba, o para aprobar gustoso que le siga metiendo mi dedo en su ano.
Fue esas cosas que se comunican entre dos personas que se pueden entender sin hablar, él me miró y en sus ojos me supo hacer entender que lo penetrase con mi zanahoria. En ese momento, la zanahoria la tenía levemente introducida en la entrada de mi vagina, me acomodé como pude detrás de él, sin sacarla a ella dentro mío, un poco de saliva, un poco de jugo de arándanos y un poco de paciencia hizo que suavemente centímetro a centímetro me hundiera dentro de él. El mismo esfuerzo de empujar para penetrarlo hacia que me penetrara a mí misma, en realidad me estaba penetrando él, haciendo lo mismo en sentido contrario.
Alguna vez con mis amigas habíamos descubierto en internet lo que eran los strapon, y algunos otros juguetes de penetración doble, con los cuales soñábamos. Estas cosas del destino, nunca pensé que descubriría este placer en esta forma, rítmicamente lo penetraba y él a mí. Me estaba cogiendo el chico de mis sueños, no era como lo imaginé, sin duda no. Pero que placer, era más pervertido que yo.
Él no dejaba de masturbarse, a media que estaba llegando a mi orgasmo el ritmo de la penetración fue aumentando, sus gemidos comenzaron a aumentar, mi calentura se fue a las nubes. Fue él que llegó primero al orgasmo, y yo no cesaba de penetrarlo con fuerza. Cuando con su mano llena de esperma me tomó de mi pierna para contenerme y pedirme que cese un poco, esa sensación me hizo estallar en un orgasmo, pudiendo sentirme penetrada y penetrando su leche en mi pierna. Nos desplomamos uno sobre el otro.
Después de un largo silencio de no saber cómo continuar, cómo mirarnos, no sé quién echo a reír primero, pero reíamos como un par de locos, nos abrazamos. No hablábamos, simplemente nos entendíamos. Sabíamos que teníamos un secreto, un pecado y una confesión.