Cuentos de lujuria y horror

Londres, 1888; Por mis actos se me conoce. Narra como terminó su vida la prostituta Marsha "pétalo de carmín".

Marsha

Mi nombre actual es Marsha, uno no demasiado inusual y acaso vulgar. Quiero decir actual, porque no es el primer nombre que ostento. Tal como el Napoleon Bonaparte imaginado por Poe, mi nombre es consecuencia de ciertas circunstancias, acaso menos rebuscadas que las del pobre Crossant, Frossant, Brossant... imaginado por el literato. La historia en cuestión, dejenme que se lo avance, es un poco rara, y muchos me tildarán de demente tras escucharla. No obstante, declaro que todo lo que ocurrió fue cierto, al menos, lo fué en cierto modo. Mi nombre original era Jack, aunque era mas conocido por mis actos y por el sobrenombre que la policía me había puesto; el destripador.

Corría el año 1888 de nuestro señor, londres se veía sacudida por una tormenta de gran calibre que dificultaba seriamente mi trabajo. Mi vagar por la oscuridad de los bajos fondos había resultado, durante toda la noche, ciertamente infructuoso, por lo que disponíame a regresar a mi cubil cuando no faltaban muchas horas para el amanecer. Ni una, ni una de esas criaturas corruptas de satanas se veía en toda la manzana. Y señalo esto como un hecho a tener en cuenta pues, bien es sabido por todos que esas lascivas hermanas de lucifer, esos seres compuestos de blasfemia y lujuria a partes iguales que conforman el gremio de lo que han dado en llamar equivocamente "el oficio mas viejo del mundo", gustan de pasear sus cuerpos por las calles, en busca de jovenes a los que engatusar para corromperlos y privarlos asi del paraiso. Dirán que era un asesino, un criminal, un loco... pero solo era un buen catolico. Demasiado había pecado ya para ir al cielo, por lo que la única via de entrada para mi era por medio de mi "ocupación", que, como habrá adivinado, era la de purgar la ciudad de todas las prostitutas que la poblaban, corrompiendola hasta extremos insoportables para mi.

Esta es mi historia, desconocida por todos hasta ahora, excepto por esa mujer de labios carnosos, figura exhuberante y turbio pelo rizado a la que hacian llamar petalo de carmin. Era una prostituta, pero no una vulgar ramera de los bajos fondos, sino una "dama de compañia" de los aristócratas y los burgueses. Debo aclarar que para mi no existía ninguna diferencia.

Vivía yo en una Chatteau de los barrios acomodados parisinos, en compañia de mis padres y mi buena hermana, todos de signo catolico y conservador. Vivía, en resumen, en consonancia con mis creencias y en paz conmigo mismo. Pero todo eso duró poco, a la corta edad de 14 años mi hermana cayó enferma de una grave dolencia, y mis padres, recelosos de la turbia y profana ciencia médica, viajaron con ella hasta Alemania para internarla en uno de los conventos católicos mas reconocidos, cuyo nombre obviaré, y darle asi la oportunidad de ser curada, sino en su cuerpo, si en su espíritu, lo cual haría que su muerte fuese apenas un trámite indoloro para nosotros.

El caso es que viajé a Londres para permanecer con mi tio durante el periodo en que mis padres habrían de permanecer a la espera en Alemania. Este vivía en una gran casa, en un barrio elitista de la ciudad, y parecía, en realidad, un hombre de bien. Pero... ¡oh, dios mio! el pecado y la lujuria que lo poseían habíanlo corrompido de sobremanera, y, aunque lo ocultaba a todos, no consiguió encubrirlo ante mi. Vivía solo en compañia de sus criados, pues solía decir que jamas encontraba "una mujer que le engatusase suficientemente", ahora se que, en realidad, preferia la compañia de las rameras mas caras de la ciudad, a las cuales se conocía de memoria. Muchas fueron las mujeres que lo acompañaron discretamente en las noches sin estrellas en que pensaba que yo dormía, pero yo no dormía, sino que lo vigilaba atónito y desconcertado, lleno de una furia inexpresable. El crepitar de su cama me alarmó, ya a la segunda noche, pero no me atreví a hacer nada hasta el quinto dia. Teníalo todo planeado: en cuanto se encerrase en su habitación con la mujer, yo me levantaría en silencio, saldría por la ventana de la sala de estar, cuya repisa me permitiría avanzar de un seguro salto hasta su balconcillo, y observaría desde la ventana. No deben equivocarse, nunca hubo en mi un interes morboso, dios me guarde, pero, como hombre de honor, me sentía culpable de acusarlo, aun en mis pensamientos, sin pruebas refutables de sus actos.

Esa noche, como digo, llevé a cabo mi plan. ¡oh, craso error! Porque lo que ví alli, hizo que me entrasen arcadas tan poderosas que tuve que acuclillarme y apretar fuerte el estomago para no vomitar.

Allí estaban, ante mi mirada, mi tio y esa odiosa mujer a la que no conocía. Encontrábase él atado de pies y manos a la cama, desnudo y con una mordaza negra de cuero en la boca. La habitación era de estilo gótico, extrañamente diferente al resto de la casa, y lucían por todas partes, tras su puerta siempre cerrada bajo llave, no pocos ídolos paganos, sino propiamente satánicos, que parecían sonreir y aprobar, en sus grotescas formas y posturas, los actos que alli se cometían. Estaba mi tio, como digo, a merced de la súcubo con forma de mujer que, entonces, vestía un traje negro con manchas rojas de lo que creí vino (pues portaba una copa en una mano), y sus pechos sobresalian entre los plieges apartados de este. Eran unos pechos de gran tamaño, de pezones duros y grandes, oscuros y blandos a la vista, que desparramabanse por su pecho al mas mínimo movimiento. Cuando me recuperé de las arcadas y volví a mirar, la mujer disponiase a subirse la larga falda del vestido, mostrando a su tio, e indirectamente a mi, el núcleo de su maldad: no portaba ningun tipo de ropa interior sino que su entrepierna lucía a la vista, de la forma mas grotesca. Jamas había visto yo tal cosa, por lo que me quedé anonadado ante el horror. Ella, aun de pie, abrió sus piernas como la bestia que abre su boca atroz. Los pelos que poblaban su entrepierna eran legión, desde debajo de su ombligo hasta bien entrados sus muslos; pelos negros y enmarañados que no podían ocultar, sin embargo, el inmenso orificio que bajo ellos palpitaba. Los labios vaginales eran inmensos, echados a un lado de por si, a costa de haberlo sido de manera forzada en tantisimas ocasiones. La oscuridad de su interior me hizo pensar en un tunel de gran cabida.

Mi tio sonreia de una manera extraña, cai innatural, con los ojos desorbitados ante la visión de la puta que se tocaba delante de él. El miembro de este se hayaba en su máximo esplendor, y parecía temblar de excitación todo su cuerpo. La mujer no tardó en arrodillarse y comenzar a tocarlo, desde las piernas, acariciando sus muslos y pellincando levemente, hasta haber llegado al oscuro objeto de su apetito, para comenzar a acariciarlo suavemente, al menos durante unos instantes. Luego lo agarró desde arriba y comenzo a subir y bajar con fuerza a gran velocidad, y mi tio empezó a gemir levemente, y la cama a hacer el ya familiar sonido de todas las noches. Imprudente, había sido yendo allí, pues pronto comprendería mas de lo que deseaba, pero algo, llamenlo horror o de cualquier otra forma que gusten, me impedía moverme.

Comenzó el miembro de mi tio a humedecerse, y ella tembló de excitación, cesando en su movimiento y repitidiendolo con su boca (acto que sobrepasaba para mi todo lo imaginable), y asi la vi; arriba y abajo, moviendo la cabeza al tiempo que mi tio se movía a espasmos.

Pasado un cierto tiempo, él murmuró algo y ella cesó al instante, levantando la cabeza y con los labios humedos, dispúsose a agarrar de nuevo el miembro con su mano, pero esta vez con un propósito distinto. Al mismo tiempo que repetía el movimiento anterior (de abajo a arriba esta vez) dirigió la copa hacia la entrepierna de mi tio, que parecia estar a punto de desmayarse. A los pocos segundos, para regocijo de ambos (sobretodo de la puta) del miembro comenzó a brotar un liquido blanco, a grandes borbotones, de aspecto lechoso y semiliquido, que la mujer consiguió que, pese a la aleatoriedad de los chorros, se derramase sobre la copa que portaba. No se cuanto tiempo estuvo mi tio segregando tal substancia, desconocida para mi por aquel entonces, pero la copa se llenó hasta la mitad. Cuando hubo cesado, la puta sonrió y mi tio pareció exhausto, sudando como un animal (pero incluso ni el peor de los animales me merecería tanto odio). Entonces ella habló, y escuché perfectamente sus palabras, del mismo modo que la respuesta de mi tio.

  • Aun esta mediada... me prometió una copa entera.
  • Déjeme reposar un instante, aun queda mucho por ver.

Con lo cual, al cabo de unos minutos en los cuales la mujer parecía danzar, tocandose los pechos y la entrepierna, el miembro de mi tio volvió a presentar su aspecto anterior, y la operación se repitió. Esta vez, durando bastante menos el proceso. De nuevo el preciado liquido chorreó y la copa quedó llena en sus tres cuartas partes. Mi tio parecía completamente acalorado, pareciendo incluso dolorido y quejumbroso, pero la mujer se veia aun mas lasciva que antes.

  • Por todos los diablos, aun queda un poco. - Apuntó.
  • Necesito descansar.

Ella parecía, en cierto modo, furiosa. Una furia ocultada bajo la tibia sonrisa socarrona que no dejaba de esgrimir. Todos los demonios de las paredes y los idolos grotescos parecían reirse y señalarla. Mi tio aconsejó a la prostitua que lo desatara, pero esta se negó. En cambio, cuando el hombre comentó la idea que tenía en mente, ella pareció cambiar de opinión.

  • Necesito un descanso, fumaremos opio y terminaremos tu ritual como se merece.

Ella lo desató, pasandole los senos enormes por la cara. La mordaza, que hacía dificil el que mi tio pudiese hablar con normalidad, fué retirada también. Al poco rato, ambos fumaban y la habitación se llenaba del humo del infierno. No sabía nada sobre el opio, salvo que algunos de los padres de mis amigos lo consumían a escondidas. El caso es que la humareda se extendió por una rendija en la ventana y penetró en mis pulmones. No estaba preparado para tal sensación, y contrá toda mi voluntad, no pude sino toser con fuerza, delantando miserablemente mi presencia. Sin embargo, ninguno de los dos pareció ofenderse tras el sobresalto inicial. Simplemente me hicieron pasar, aludiendo que "hacía demasiado frio" y me instaron a ponerme comodo sobre la cama en la cual se había cometido la profanación. - Deja que el muchacho fume con nosotros, despues de todo, ya es un hombre. ¿Que edad tienes, hijo? Mi tio, omnubilado y con la cara como si hubiese corrido en las olimpiadas, parecía tratarme de una forma diferente a la habitual, como si fuese otra persona. - Soy un hombre. - Advertí. La mujerona, que consumía en ese mismo momento, esgrimió una de sus detestables sonrisas. De pronto, todo el horror y el odio que me aquejaba se disvolvió en una nube de confusión, recordando vagamente que estaba enfadado, pero sin saber porque. Aspiré el humo macabro y desde aquel instante, los ídolos paganos me miraron fijamente.

  • Dices que eres un hombre... Entonces debes comportarte como tal y ayudarme a terminar el trabajo.
  • Una idea excelente. - Apuntó ella, sentada a mi frente, sin la menor intención de cubrirse ante mi. - eso facilitará la tarea de tu tio.
  • No... yo... - Intenté argumentar, fuera de mi. - Yo...
  • No hables. No hay nada que decir, verás como nos divertimos.

Flaco favor me había hecho a mi mismo diciendoles que era un hombre, pues si me hechaba atras ahora perdería el honor. Nu tuve otra opción, aunque, viendolo retroespectivamente, hubiese preferido perder la honra antes que participar en tan funesto ritual. El caso es que al poco rato, era yo el que yacía atado en la cama, con las piernas abiertas y completamente desnudo. Ella se deshizo finalmente de la parte de arriba del vestido, dejando su torso al descubierto. Mi tio, sentado y observando, había cambiado la pipa por su miembro, que agitaba fuertemente.

La mujer se acercó a mi y empezó su labor, acariciando mis piernas y mi ingle con un fervor que me hicieron sentir como nunca me había sentido, horriblemente mal y, a la vez, horriblemente impaciente. Mi miembro se endureció como el de mi tio, y ella usó su boca para darme mas placer del que era capaz de asimilar. Me sentía como en un sueño... o como en una gloriosa pesadilla. Ella me pidió que cuando notase algo raro, como si fuese a estallar, la avisara con anticipación. Y esto comenzó a suceder poco despues, se lo hice saber y ella aparto su boca de mi. Acercó la copa casi llena y empezó a subir y bajar con su mano lentamente, hasta que algo en mi reventó y me llego el momento final. La mayor sensación de placer me embargó y sin saber como lo estaba haciendo, mi miembro desbordaba de ese fluido que ella bien se encargaba de recolectar en la copa, chorro tras chorro. Se me nubló la vista y me entró somnolencia. El caso es que lo ultimo que recuerdo fué ver como mi tio se levantaba y acababa de llenar la copa (que casi desbordaba) con un grito grave. No sé lo que pasó despues, desperté en mi cuarto al día siguiente y no lograba recordar si todo había sido un sueño o si fuera real... pero deseaba vividamente que nada hubiese ocurrido.

Mi familia regresó esa misma tarde y, notandome un tanto taciturno, me preguntaron si había ocurrido algo. Díjeles que todo iba bien, y mi tio acentuó mi declaración alegando que estaba cansado pues habíamos pasado el día anterior dando largas caminatas por la ciudad, la cual había tenido interes en enseñarme. Su mentira, comprendí, demostraba que no había sido una imaginación.

El caso es que, mi vida continuó en francia como lo había hecho hasta entonces, con mi hermana milagrosamente recuperada (incluso las hermanas se mostraron perplejas) y sin comentar con nadie lo ocurrido. Y todo seguiría del mismo modo, de no ser por los oscuros sucesos acontecidos hace unos meses, los cuales me dispongo a contar lleno de horror.

Caminaba yo distraido por la calle, en cuanto que acercóseme una mujer cubierta con un velo. Me dijo que era una pariente mía y que queria hablar conmigo sobre ciertas cuestiones familiares, mostrandose contenta de haberme encontrado por casualidad, siendo incapaz de encontrar nuestro hogar. No sin incredulidad, la seguí hasta una calle mas discreta, dispuesto a salir corriendo en caso de que algo me oliese a trampa. El caso es que, en cuanto estuvimos a solas en un callejón, ella se quitó el velo. Yo esgrimí una mueca tan horrible que habría servido para provocar un infarto hasta en el poeta loco Abdul Alhazred. El grito que, de haber podido encontrar salida en mi garganta, habria emitido, hubiese podido ser oido en toda la manzana.

Era ella, la misteriosa puta petalo de carmín. No quiero imaginarme como lo supe, pues tras el velo, el horror de un rostro desfigurado, marchitado por la edad y repulsivo como la cara del mismo lucifér. Me quede petrificado cuando sacó de su bolso la copa sellada en la que guardaba, todavia, su preciado nectar. Ignorante de mi, me había visto inmiscuido en una historia aterradora. Ella me encañonó entonces con un revolver, al cual, de haber sabido lo que iba a pasar, me hubiese entregado fervoroso. Pero en el momento, guarde silencio pensando que nada podría ser peor que la muerte.

Explicome entonces que ella era victima de una maldición, de una maldad indecible que la impedía morirse... o mas bien, que impedia que su espíritu muriese. Conocía los obscenamente arcanos rituales de las sectas antiguas, tan antiguas como el hombre, que permitían sobreguardar el espiritu eternamente. Pero su cuerpo envejecía, y yacer enternamente viva en un ataud rodeada de gusanos y oscuridad no era algo que ella anhelase, por lo que necesitaba un caparazón nuevo, y habiendo resuelto ocupar el de mi tío, hombre adinearo y excéntrico, cambió su idea en el último momento por mi, aprovechándose la situación que se había desenvuelto. Necesitaba del semen de su víctima para llevar a cabo el ritual, por eso se había consagrado a la prostitución en sus últimos dias. Lleno de horror, comprendí que lo que ella ansiaba era cambiar su espiritu por el mio, y viceversa. Entonces iba a gritar, a correr, obligándola a que me diese muerte, pero me asestó un increible golpe con la culata del revolver en la cabeza. Todo se volvió oscuro... tan oscuro como la muerte y el dolor.

Cuando abrí los ojos, ya no era yo. Ya no soy yo. Soy ella... una prostituta vieja y acabada, arruinada y sin nadie que se ocupe de mi. Quizas entonces debí haberme suicidado, pero de haberlo hecho, ahora yacería eternamente en el infierno. No, no es eso lo que ansio, por eso me visto de hombre todas las noches y salgo a destripar a todas esas prostitutas, a esas almas endemoniadas, a esas malditas que me han condenado, con la esperanza de que el Todopoderoso se apiade de mí, abriendome las puertas del paraiso una vez mas.

Me queda poco tiempo, demasiado poco...

Finales de 1888, Londres.