Cuentos de Fangslieb (y 3)

Fangslieb, un mundo de crueles guerreros donde impera la ley del más fuerte. Una profecía que dice que aquél que consiga los tres diamantes negros, conquistará el mundo.

CUENTOS DE FANGSLIEB (III)

Fangslieb, un mundo de crueles guerreros, donde impera la ley del más fuerte. Una profecía que dice que aquel que reúna los tres diamantes negros conseguirá un poder sin igual que le permitirá conquistar el mundo. Ésta es la historia de un grupo de aventureros en pos de esos diamantes.

Los cuatro hombres hicieron un alto para recuperar el resuello. Calibi, con todos los fragmentos del mapa en su poder, había interpretado que el diamante yacía unos cuantos kilómetros al norte en una caverna subterránea en la base de una montaña. En ese momento avanzaban por un fértil valle y todos se sentaron en la orilla de un riachuelo.

Calibi conversaba animado con Durum e Ilmar mientras Kalimbel se mantenía distante, revisando las flechas de su carcaj.

-¿Qué crees entonces que hará tu padre, el rey Thornblad, con los tres diamantes cuando se los llevemos?

-Si la profecía es cierta y otorga a su poseedor el suficiente poder para conquistar el mundo, no tengo la menor duda que mi padre usará los diamantes para reunificar todos los reinos, unirlos bajo su mandato y evitar así más guerras. ¿Os imagináis que no hubiera más guerras en Fangslieb?

La burlona voz de Kalimbel se dejó oír tras los tres aventureros.

-Oh, seguro, casi puedo verlo. Un mundo de paz y amor en el que todos viviremos felices y contentos en el país Feliz en casas de gominola en la calle de la piruleta.

Calibi enmudeció, sonrojado, mientras Ilmar lanzaba una mirada asesina hacia el rubio norteño que no pudo evitar reír.

-Vamos, no me digáis que vosotros también os creéis esas monsergas. Personalmente dudo siquiera que los diamantes negros tengan el poder que dice esa estúpida profecía, pero estoy convencido de que si Thornblad lograra el poder absoluto, un reino de paz y amor estaría muy lejos de sus objetivos.

-¿Qué… qué quieres decir? –Calibi preguntó tembloroso.

-Quiero decir, mi ingenuo príncipe, que tu… "pacífico" progenitor conquistaría el mundo a sangre y fuego y acabaría con cualquiera que osara siquiera sugerir que el monarca no tiene derecho a gobernar su vida.

-¡Eso es falso! ¡Mi padre no es así!

Kalimbel rió a carcajadas mientras miraba intensamente a Calibi.

-Eres tan ingenuo que llegas hasta a ser adorable. Tu padre no ha dudado en atacar a los reinos limítrofes y entablar contra ellos sangrientas batallas con ridículos casus belli . ¿O qué crees que sucedió con Coldeg hace cinco años? ¿O con Brigstag hace doce? ¿Hace falta que prosiga?

-Pero… pero… -el rostro de Calibi comenzó a congestionarse -¿y qué me dices de los festun? ¡Desde hace miles de años no habéis hecho otra cosa que atacar y saquear al resto de naciones a través del Mar de las Garras!

Kalimbel se encogió de hombros.

-¿Quién lo niega? Nosotros no buscamos lamentables excusas, como es tu caso. Es nuestro derecho como Elegidos de los dioses. Es la ley natural que el débil sea esclavo del fuerte.

Calibi cerró los puños, temblando por la furia.

-¿Eso somos para vosotros? ¿Débiles? ¿Inferiores? ¿Esclavos que sólo sirven para divertiros?

Kalimbel dio un par de pasos hacia el muchacho, sonriendo amenazadoramente, hasta quedar a escasos centímetros. Cuando dio otro paso, Calibi, sin querer, retrocedió para no chocar. El rubio muchacho dio otro paso atrás, hasta que su espalda colisionó contra un árbol. Había un matiz de lascivia en la voz de Kalimbel.

-Lo cierto es que yo encontraría mucha diversión en un esclavo como tú

-Atrás, Kalimbel, deja en paz al muchacho.

El rubio norteño miró a Ilmar y a Durum, ambos con las manos en las empuñaduras de sus espadas. Por un momento, pareció dudar para, a regañadientes, dar un paso atrás. Acarició con la mano la mejilla de Calibi, quien no pudo reprimir un escalofrío.

-Tendrá que ser en otro momento, mi dulce alteza real.

Ilmar posó la mano en el hombro del muchacho. Temblaba.

-¿Te encuentras bien, ojazos?

-S…Sí… Estoy bien, no te preocupes.

El guerrero moreno elevó la voz para que el resto le oyeran.

-Acamparemos aquí. Mañana seguiremos.

La noche era tranquila, templada, llena de rumores apacibles, como el riachuelo a los pies de los cuatro aventureros, con una de las lunas blanca y serena y la otra suave y enrojecida. Las negras siluetas de las montañas les rodeaban, una de ellas conteniendo el codiciado diamante negro en sus entrañas.

Kalimbel dormía a pierna suelta cuando una mano le tapó la boca. En un segundo estaba completamente despierto y alerta, e intentó revolverse como una bestia escaldada, pero otra mano le aferró la suya y alguien dejó caer su peso sobre él, aprisionándole y obligándole a permanecer tumbado. El cuerpo de Kalimbel era delgado y felino, como un arma presta para ser utilizada, pero su oponente, sujetándole firmemente, evitó que pudiera usar su mayor agilidad. Tras unos momentos, el norteño quedó quieto, inmóvil a la fuerza. La mano se separó de su rostro. El aliento de su captor acarició sus oídos mientras le susurraba.

-No ha estado nada bien cómo te has comportado con el pobre Calibi.

-Vaya, Ilmar, hubiera jurado que tenías algo de honor. ¿Has decidido ya romper la tregua y acabar conmigo mientras duermo, perro traidor? –Kalimbel también susurró. No quería que el resto de aventureros despertara y le descubriera a merced de su enemigo.

-Si hubiera decidido romperla, no habrías llegado a despertarte nunca. Digamos que he querido rememorar tiempos pasados, hace ya casi cinco años. ¿Te acuerdas?

-¿Cómo no voy a acordarme, cerdo?

-Claro, ¿cómo no? La situación era muy parecida a ésta. Dos jóvenes guerreros que se acababan de enfrentar en un duelo. Ni siquiera recuerdo el motivo, una estupidez fruto del exceso de alcohol y testosterona, probablemente. Tras derrotarte y hacerte tragar tus fanfarronadas, tú, indefenso y humillado, estabas a mis pies, a mi completa merced para hacer de ti lo que quisiera gracias a mi derecho de vencedor. Recuerdo el placer que sentí mientras tu culo glotón se tragaba mi grueso falo. Te follé por el culo y te lo llené de mi leche mientras tus caderas se retorcían pidiendo más verga. Kalimbel, el orgulloso príncipe de Festun, tendido a mis pies, convertido en un esclavo de placer como los que los bárbaros del norte acostumbran a raptar y poseer. Qué paradoja, ¿verdad?

Kalimbel se revolvió, rabioso, pero estaba firmemente sujeto. Rechinó los dientes con furia mientras el norteño sentía la gran erección de Ilmar contra sus nalgas.

-Veo que te acuerdas muy bien, cerdo. Pero eso pasó hace mucho tiempo. He mejorado. Soy mejor guerrero y te lo demostraré.

-Muy bien, lo veremos. Hagamos una apuesta. Sólo nosotros dos entraremos en la cueva. Si sales tú con el diamante negro, me convertiré voluntariamente en tu esclavo, para que hagas conmigo lo que quieras. Si soy yo, en cambio, el que sale con el diamante, tú serás nuestro esclavo, de Durum, de Calibi y mío, y deberás hacer todo lo que te ordenemos. ¿De acuerdo?

Kalimbel permaneció pensativo unos instantes. La voz de Ilmar, burlona, pareció acariciar la oreja del rubio bárbaro como un cálido ronroneo.

-¿O es que acaso tienes miedo?

-Está bien, maldito seas. Acepto.

Kalimbel se encontró súbitamente con que su adversario le había soltado. En la penumbra, pudo distinguir cómo el moreno guerrero se deslizaba hacia su manta. El norteño gruñó, furioso y azorado porque había sufrido una erección mientras Ilmar le inmovilizaba. Pronto, pronto se vengaría. Y ese maldito Ilmar vería lo que es bueno.

Los cuatro hombres se detuvieron ante una montaña. A los pies se abría una gruta. Calibi consultó el mapa de nuevo.

-Aquí es. El riachuelo surge unos metros colina abajo, pero está claro que debe transcurrir por grutas subterráneas desde esta montaña. Sin duda, la entrada es ésta. Preparémonos para entrar.

-No hay preparación. Entraremos únicamente Kalimbel y yo.

Durum se acercó a los estupefactos Ilmar y Calibi.

-¿Qué pretendes?

-Tranquilo, Durum. Está todo bajo control. –Ilmar sonrió con fingido optimismo. –He hecho un pacto con Kalimbel y sé que lo respetará. No intervengáis. No creo que tardemos mucho en salir.

-Sabes que respeto tu valor y tus decisiones pero si Kalimbel te toca un solo pelo, le arrancaré su negro corazón y se lo haré tragar.

Ilmar sonrió ante su gigantesco amigo y le acarició la mejilla.

-¿Sabes, Durum? Eres el mejor. Te quiero.

Los dos amigos se fundieron en un fuerte abrazo que ninguno de los dos quiso romper. Tras un buen rato, Ilmar se dirigió a Calibi y le revolvió su rubio pelo con la mano.

-Tranquilo, ojazos, el mapa que me has dado es bastante preciso. Tardaremos poco en encontrar el diamante.

-¿Qué va a pasar dentro?

-Todo va a salir bien, ojazos. Te lo prometo. ¿Sabes? Si todos los reyes fueran como tú, no haría falta ningún diamante negro ni ninguna profecía para acabar con las guerras.

Inspirando profundamente y con pesar, Ilmar dio la espalda a sus amigos y se dirigió hacia el expectante Kalimbel.

-¿Vamos?

-Cuando tú quieras.

La gruta pareció tragar a ambos hombres. La titilante luz de las antorchas en sus manos fue debilitándose hasta finalmente desaparecer.

Ilmar comprobó cómo la temperatura había ido descendiendo progresivamente. La antorcha en su mano parecía no desprender ningún calor y el vaho escapaba de su boca al respirar. Incluso la mortecina luz parecía ser tragada por las paredes de aquella siniestra gruta. Sombras funestas parecían escurrirse a su espalda o por el rabillo del ojo. ¿Cuánto tiempo llevaban avanzando por las lóbregas galerías de túneles y pasadizos? ¿Minutos? ¿Horas? Desde luego, tenía que reconocer que la guarida de la bruja era alegre como una convención de duendes en comparación con esta caverna.

Los dos hombres aguzaron el oído. Un lejano gemido distorsionado por los ecos de la cueva había llegado hasta ellos. Kalimbel tensó el arco.

-Mantente detrás de mí. No quiero herirte si algo nos sale al paso.

-Vaya, qué considerado te has vuelto preocupándote por mi seguridad, Kalimbel.

-No quiero estropear a mi futuro esclavo –contestó socarronamente el norteño.

El tiempo transcurrió lentamente. Ilmar marcaba con la espada cada intersección que tomaban, a pesar del mapa. Nunca estaba de más ser precavido. La voz de Kalimbel le sobresaltó.

-Parece que no hemos sido los primeros.

Ilmar también lo vio. En el suelo, a escasos metros, una solitaria bota parecía contemplarles. A la escasa luz de la antorcha no podía jurarlo, pero parecía desgarrada y ensangrentada. Al pasar junto a ella, le dio una ligera patada con la punta del pie. Ilmar tragó saliva. Pesaba demasiado, casi como si… Como si dentro todavía hubiera un… El cazarrecompensas se quitó esos macabros pensamientos de la cabeza. Casi se sobresaltó cuando le habló Kalimbel.

-¿Miedo, Ilmar?

-Claro. Sólo los estúpidos o los locos desconocen el miedo.

- Touché . Hablemos de algo entonces para alejar nuestros temores. ¿Crees de verdad que el padre de Calibi usará los diamantes negros con sabiduría? ¿No crees que se convertirá en un tirano más pero con poder absoluto?

-Dejé de confiar hace mucho tiempo en los gobernantes.

-Curioso que eso lo diga el perro faldero que corre a depositar ante los pies de su amo los diamantes.

-Paga bien. –Ilmar se encogió de hombros. –Y si te soy sincero, me da más miedo lo que alguien como el rey Haral pueda hacer con ellos.

-Mi padre no los quiere para usarlos él, sino para evitar que otros reyes como Thornblad los puedan utilizar. No necesitamos ningún artefacto mágico. Después de todo, somos los Eleg

-Sí, sí, claro, los elegidos de los dioses. Ahórrame la cháchara, Kalimbel. Tu pueblo de saqueadores sólo vive para la destrucción y el pillaje. Si los festun sois los elegidos de los dioses, eso no dice mucho a favor de tales deidades.

Kalimbel entornó los ojos amenazadoramente.

-Somos grandes navegantes y exploradores. Hemos llegado a lugares muy lejanos. Yo mismo he comerciado con pueblos que tú jamás llegarás a conocer. He contemplado maravillas que tú

El rubio bárbaro no pudo llegar a terminar la frase. Un grito escapó de su garganta cuando el suelo desapareció bajo sus pies. Sin que ninguno de los dos hombres lo hubiera advertido, un agujero en el rocoso suelo se abría al doblar un recodo. Los reflejos de Kalimbel le salvaron la vida. Soltando su arco, logró aferrarse desesperadamente al saliente. La antorcha cayó de manos de Ilmar, tragada por el agujero, mientras agarraba con fuerza el brazo del norteño y tiraba enérgicamente hacia arriba, logrando auparle. La luz de la antorcha fue disminuyendo hasta desaparecer, como si aquel pozo no tuviera fondo.

Cuando los dos hombres estuvieron a salvo, ambos jadeaban del esfuerzo. A oscuras, Ilmar pudo sacar otra antorcha de su mochila y encenderla con yesca y pedernal. No obstante, la precaria luz sólo pudo iluminar la boca del oscuro pozo insondable. Tendría poco más de un metro de diámetro de anchura, pero el fondo del agujero no se podía divisar. Si es que el pozo tenía fondo. Nunca supo si fue su imaginación, pero a Ilmar le pareció escuchar un lejano sonido muy abajo, como si unas garras rasparan la piedra, furiosas por haber perdido a su presa. A su lado, Kalimbel temblaba.

-Bufff… Por un pelo. ¿Miedo, Kalimbel?

El norteño permaneció un buen rato en silencio, ajeno a la mofa de su compañero. Cuando habló, su voz era muy seria.

-Me has… Me has salvado la vida.

-Sí, bueno… -Ilmar le sonrió, restándole importancia. –Ya sabes, no quiero perder a mi futuro esclavo.

Kalimbel permaneció un buen rato en silencio, contemplando de modo inescrutable al moreno cazarrecompensas.

-¿Sabes, Ilmar? En Festun se dice que el honor de tu enemigo te honra. Me sentiré verdaderamente honrado cuando te derrote y seas mi esclavo.

-Creo que estamos cerca. –Ilmar volvió a leer el mapa. –En unos cuantos metros esta galería debería dar paso a una caverna abovedada con un gran lago y allí estará

Kalimbel se llevó un dedo a los labios y susurró: -Silencio. ¿Has oído?

-No. Me parece que

Esta vez Ilmar sí lo oyó. Cerca. Un ahogado gemido, seguido de algo viscoso arrastrándose. Se preguntó qué producía aquel ruido y luego se preguntó si de verdad quería saberlo. Lo que quiera que fuese se acercaba.

-Joder… ¿Qué es eso? –La voz de Kalimbel sonaba asustada.

-No lo sé. Pero viene hacia nosotros.

Los dos hombres alzaron sus aceros y permanecieron expectantes mientras el gemido crecía en intensidad. La oscuridad del fondo del túnel, impedía distinguir con claridad lo que quiera que fuera. Un fétido hedor atenazó sus fosas nasales. La cosa al fondo se movía hacia ellos con lentitud, como si supiera que no necesitaba apresurarse.

-Por los dioses… ¿pero qué…?

De repente, Ilmar recordó algunos cuentos de su infancia. Cuentos de terror narrados por la noche por las desdentadas viejas del pueblo con el propósito de aterrorizar a los niños para que temieran a la oscuridad y obedecieran a sus padres. Cuentos sobre hombres; hombres como cualquier otro que habían vivido, reído, amado, soñado, pero que habían ofendido a los crueles dioses y éstos les habían maldecido por causas desconocidas, arrancándoles su humanidad como si de ropajes se tratara, convirtiéndoles en blasfemas y retorcidas monstruosidades que se arrastraban por toda la eternidad en sucias cavernas fuera de la vista de los hombres, buscando vengarse de sus antaño congéneres.

La antorcha no era capaz de iluminar las penumbras del fondo de la caverna, evitando que Ilmar pudiera distinguir poco más que una amorfa masa de tentáculos que se retorcía hacia su dirección, cambiando a cada paso y cada nueva forma parecía más obscena que la anterior. De pronto, con un espantoso chillido que amenazó con quebrar la cordura de los dos hombres, la cosa corrió sorprendentemente veloz en su dirección.

-¡Corre, Kalimbel, corre!

El norteño no necesitó que se lo repitiera dos veces. Ambos huyeron como alma que lleva el diablo, mientras escalofriantes sonidos llegaban a ellos por su espalda. Ilmar no se dio la vuelta para contemplar a su perseguidor. Sabía que de hacerlo, su cordura se rompería en mil pedazos. Los sonidos eran cada vez más cercanos. Aquel ser era más rápido que ellos. Estaban perdidos. De pronto, una idea se iluminó en su cabeza.

-¡Kalimbel! ¡Hacia el agujero!

El norteño comprendió y asintió sin dejar de correr. El pecho de Ilmar comenzó a arderle. No supo si llegarían a tiempo. El hedor era insoportable, mientras viscosos sonidos se desataban a su espalda, como si obscenos tentáculos estuvieran a punto de atraparles. Tras varios minutos de infernal persecución, creyó ver el agujero en el que Kalimbel casi había caído antes.

-¡Prepárate! ¡Salta!

Los dos hombres tomaron impulso sin dejar de correr y saltaron cuanto pudieron, permaneciendo un instante que pareció interminable en el aire antes de aterrizar pesadamente al otro extremo del pozo. Un terrorífico grito de espanto brotado de una garganta que había dejado de ser humana hacía ya incontables siglos sonó a sus espaldas cuando la cosa que les perseguía fue engullida por el agujero. Los dos hombres estaban demasiado aterrorizados como para asomarse a la abertura. Cuando lo hicieron, sólo pudieron percibir la oscuridad más absoluta.

-Joder… -Kalimbel resoplaba, intentando recobrar el resuello. –Creo que me he meado.

La gruta se abría en una inmensa bóveda, cuyas paredes emitían una tenue luminiscencia. El techo parecía tan alto que Ilmar hubiera jurado que dentro cabría cualquiera de los castillos que había visto a lo largo de su vida. El sonido del agua llegó hasta sus oídos. Pronto pudo discernir un pequeño lago, de aguas límpidas y transparentes. Los dos hombres, en silencio, se introdujeron en el agua, hasta que ésta les llegó a la cintura. Y en el centro de esa masa de agua, como un pequeño arrecife, una masa rocosa donde reposaba, esperando ser recogida, una ansiada piedra negra.

Los dos hombres se miraron en silencio. Habían llegado al final de su búsqueda. El diamante negro estaba al alcance de la mano, pero sólo uno de ellos podría poseerlo. Kalimbel chasqueó sus nudillos mientras torció su cuello a derecha e izquierda, provocando un sonoro crujido. Ilmar levantó sus puños ante su rostro y se preparó para el inminente combate. Nada dijeron. ¿Para qué?

Durante varios minutos el tiempo pareció detenerse mientras ambos contendientes se observaban fijamente, las miradas clavadas el uno en el otro. De repente, la violencia se desató. Puñetazos apenas esquivados o parados, demasiado rápidos para ser vistos, se sucedieron sin tregua.

Ambos hombres lucharon denodadamente para conseguir el diamante negro. Chapotearon dentro del agua, se golpearon, se sujetaron y juntaron sus cuerpos uno contra otro, agarraron la gema, la perdieron. En un momento dado, Ilmar aferró a Kalimbel por su cabellera rubia y le sumergió en el agua, manteniéndole así un buen rato. El cazarrecompensas notó las agotadas manos del norteño sujetándole sus caderas, al borde del ahogo, intentando liberarse. Ilmar le soltó y Kalimbel pudo por fin dar unas desesperadas bocanadas de aire.

La lucha les había llevado hasta la orilla de la caverna subterránea. El norteño gruñó. Ilmar era más fuerte de lo que había supuesto. Tendría que pasar al plan B. Con una velocidad que sorprendió a Ilmar, Kalimbel logró atrapar el codiciado tesoro y, lanzando una patada al estómago del cazarrecompensas que le dejó sin aliento, intentó subirse a la roca y salir de la laguna. El moreno guerrero no iba a dejarle escapar así como así. Sujetándole por los empapados pantalones, tiró hacia abajo y dejó al descubierto las pálidas nalgas del rubicundo norteño, volviendo a arrastrarlo a las aguas. Kalimbel no se rindió. De nuevo, se aupó con las manos y, apoyándose en su estómago, sacó parte de su cuerpo fuera, concentrado totalmente en lograr escapar de Ilmar.

Éste no se arredró y, de un salto, salió fuera del agua para caer sobre el tumbado rubio y puso todo su peso sobre él. Kalimbel quedó atrapado boca abajo, indefenso ante el otro hombre y, exhausto, sólo pudo gemir de sorpresa cuando notó un grueso falo presionar contra sus desnudas nalgas. Un segundo después, de un fuerte empujón, la gruesa verga de Ilmar se abrió paso por sus entrañas. El moreno cazarrecompensas empujó convulsivamente sus nalgas, invadiendo el interior del exhausto rubio, entrando y saliendo de su esponjoso interior y dejándole sin fuerzas para resistirse.

Durante los siguientes momentos, en la cueva sólo pudieron oírse los húmedos golpeteos de la carne contra la carne y los jadeos de ambos contendientes, hasta llegado el punto que Ilmar se vació en los intestinos de su enemigo, regándole con su ardiente leche sus intestinos. Ilmar no salió del interior del bárbaro, sino que permaneció un tiempo en su interior, sintiendo la respiración jadeante de su enemigo. Su verga, lejos de menguar, se mantuvo firme y continuó moviéndose, restregándose por las entrañas de Kalimbel como si fuera su dueño y señor. Cuando, con un sonido viscoso, salió del interior del desvanecido bárbaro, un reguero de tibio semen brotó del ano roto de Kalimbel, resbalando por sus muslos. Ilmar recuperó de las inermes manos de su oponente el diamante y le preguntó:

-¿Y bien?

El norteño permaneció en silencio, contemplando con impotente furia a su vencedor. Ilmar manoseó su verga semierecta y, enderezándose, la colocó a escasos centímetros del rostro del yacente Kalimbel. Ilmar restregó su verga de nuevo rígida por la faz del orgulloso norteño, embadurnándole de sus efluvios. Ilmar jugó con su glande frotándolo contra su cara.

-¿Y bien? –repitió.

-Me… Me rindo.

-Así me gusta. Buen chico. Chúpame.

Kalimbel, a regañadientes, sacó su lengua y lamió tímidamente la verga. Tras un rato y sin que Ilmar se lo ordenara, el norteño abrió la boca y permitió que la verga del guerrero se internara en su húmeda y cálida cavidad.

-Mmm… mmm… glubs… mmm

-Así, eso es, chupa bien… mmmh

Acto seguido, el enorme falo oscuro se introdujo por su garganta, casi ahogándolo. Ilmar le sujetó por la nuca e inició un movimiento de manos y caderas, entrando y saliendo viscosamente de su boca. El cuerpo del norteño, dirigido por las manos del cazarrecompensas, se bamboleaba al compás de las sacudidas.

-Así… Ohhh, qué bien lo haces, esclavo mío

-Mmmfff... glap… ufff

Kalimbel debió hacerlo mejor de lo que pretendía ya que, al poco, Ilmar extrajo su verga de la garganta del rubio bárbaro y comenzó a masturbarse rápidamente delante de su rostro, recreándose la vista en el bello cuerpo desnudo de cintura para abajo del norteño y en el gesto altanero y despectivo de su rostro completamente embadurnado de saliva y efluvios.

-Ohhh, ohhh, así, así, Kalimbel… Me corrooo, me corrooo…Uooohhh

El momento llegó e Ilmar comenzó a eyacular, soltando inacabables latigazos de su esencia. La cara del príncipe bárbaro pronto perdió todo gesto de arrogancia, pues se hallaba completamente surcada por chorretones de semen. Incluso tuvo que escupir un chorro de la leche de Ilmar que había penetrado en su boca. El guerrero sonrió mientras seguía refregando su húmeda verga por su inundado rostro.

-Bufff… Ha sido fabuloso. Y me parece que no sólo para mí.

Kalimbel enrojeció pero no dijo nada, a pesar de su visible erección.

Durum y Calibi se levantaron presurosos cuando vieron salir de la gruta a un sonriente Ilmar con un cabizbajo Kalimbel completamente desnudo. En la mano del cazarrecompensas brillaba el último de los diamantes negros.

-Misión cumplida, chicos. Ya tenemos los tres diamantes.

Durum rió a mandíbula batiente mientras abrazaba y zarandeaba a Ilmar.

-¡Jajaja, eres el mejor! ¡Siempre supe que lo lograrías!

Tras abrazarse los tres amigos efusivamente, Durum reparó en el príncipe norteño.

-¿Y él?

-Ha accedido a ser nuestro esclavo y hacer todo lo que le ordenemos, ¿verdad Kalimbel? –Ilmar sonrió.

-S… Sí. –Kalimbel bajó la vista, avergonzado.

-¿De verdad? Esto no me lo pierdo. –Durum estaba entusiasmado.

-Bien, Kalimbel, no estuvo nada bien cómo te comportaste con Calibi. Es hora de que recibas una lección. Arrodíllate.

Como en un sueño, como si se tratara de otra persona, el rubio príncipe norteño obedeció. Quizás fuera el hecho de que había dado su palabra de honor de convertirse en esclavo y obedecer a sus enemigos o el hecho de que la humillación a la que se hallaba sometido le excitaba irremediablemente.

-Y ahora, acércate, Calibi. –Durum bajó los pantalones al muchacho, revelando unas redondas y firmes nalgas que acercó al príncipe norteño. –No te quejarás, ¿eh, Kalimbel? Es un culito hermoso como pocos has debido ver, ¿verdad? ¿No te dan ganas de comértelo?

Kalimbel permaneció en silencio, con sus pálidas mejillas completamente enrojecidas. Su rostro estaba a escasos centímetros de las suculentas nalgas de Calibi. Las manos de Durum sobaban y acariciaban los cachetes del muchacho, abriendo y cerrando las nalgas, dejando al descubierto el arrugado agujerito de Calibi. Éste gimió cuando la lengua de Kalimbel se posó sobre su ano, ardiente como un pequeño volcán. El norteño apoyó las manos en las caderas del muchacho y comenzó a lamerle el ano. El príncipe de Festun acarició con la lengua todo el contorno y luego el centro.

-Lo haces muy bien, guarrito. Va a ser verdad que eres un elegido de los dioses, pero un elegido para dar placer. Se ve en la cara de ojazos que lo está pasando en grande.

Y era cierto. La saliva escapaba por la comisura de los labios de Calibi. La lengua de Kalimbel se introdujo más y más, en una lenta progresión hasta que más de la mitad fue acogida por el orificio del príncipe de Tausen.

-Bufff… No aguanto más. Necesito sodomizarte.

Durum se bajó los pantalones, revelando su enorme y gruesa verga. Con cuidado, muy trabajosamente, fue metiendo su gordo aparato por el recto de Kalimbel, sin que éste dejara de lamer el ano de Calibi, aunque no pudo evitar quejarse por el tamaño de semejante tranca.

-Aiiieggghhh

-Ufff… Tienes un culito maravilloso, tan suave y prieto.

Debido a las embestidas del gigantesco pelirrojo, el rostro de Kalimbel se estrellaba contra las mullidas nalgas de Calibi. Éste, con su pene al borde del clímax, se dio la vuelta, colocándolo frente al norteño. El muchacho miró interrogante al festun, quien sumisamente introdujo el falo en su boca y lo lamió a conciencia. Calibi gimió, incapaz de soportarlo durante mucho tiempo. En breve, descargó su semen en la boca de Kalimbel, escurriéndose por la comisura de sus labios. Sin detenerse, Calibi se agachó y dio un largo y dulce beso en los labios del norteño, degustando el sabor de su propia leche.

Kalimbel pareció sonreír pero su expresión cambió a una de placentero dolor cuando el grueso ariete de Durum continuó incrustándose en sus entrañas. Sujetándole por los hombros, Durum le obligó a que se levantara hasta tener su espalda pegada a su amplio tórax y a que girara parcialmente el cuello hacia él, sin que los húmedos golpes de las caderas del bronceado gigante contra las pálidas nalgas del norteño dejasen de arreciar. Durum le metió la lengua por la boca, invadiéndole con rudeza. Kalimbel no pudo evitar que su propia lengua se enroscara en la de aquel impetuoso guerrero.

-Es mi turno de darte placer.

Calibi se arrodilló ante él y se metió el erecto falo del norteño en su boca. Kalimbel tuvo que morder su labio para no gritar de placer. La gigantesca verga de Durum invadiendo sus intestinos y la experta lengua de Calibi le catapultaron al orgasmo en muy poco tiempo. El guerrero pelirrojo tuvo que sujetarle para que no cayera al suelo por la violencia de las convulsiones mientras los chorros del norteño salían disparados contra el pecho de Calibi, húmedo de sudor. El potente falo de Durum abandonó el cálido ano del rubio norteño y se acercó a su rostro, posándolo en sus labios.

-Y ahora prueba tu propio sabor.

El jadeante Kalimbel ya no pensaba en que era un príncipe esclavo de sus enemigos, sino en el enorme placer que sentía. Sin pensarlo, lamió aquella verga, impregnada en el sabor de su propio ano, y le propinó una fenomenal mamada hasta que su cara fue bañada por la espesa esencia del enorme guerrero.

Ilmar sonreía contemplando la escena. –Ya sabía que os iba a encantar. Bien, ahora me toca a mí.

Kalimbel, desmadejado en el suelo como una muñeca a la que han cortado las cuerdas, totalmente embadurnado de los fluidos de sus enemigos, sólo pudo gemir quedamente mientras su enrojecido y dolorido ano se abría como una flor, dejando paso a la verga de Ilmar que reclamaba su ración de placer.

El amanecer sorprendió a los cuatro aventureros abrazados y entrelazados como un solo ser, en una voluptuosa confusión de carne y sudor. Tras desperezarse y bañarse en el río, llegó el momento de las despedidas.

Ilmar y Durum partirían a Tausen, a llevar los tres diamantes y cobrar su merecida recompensa. Calibi no quería volver a su tierra natal tan rápido. El ansia de aventuras todavía latía fuerte en su pecho y ansiaba conocer mundo, explorarlo, hollar nuevos horizontes, descubrir la tierra tras el bosque. No obstante, había reflexionado sobre las palabras que Ilmar le dirigió en la cabaña de la bruja ("no vales para guerrero") y reconoció que estaba en lo cierto. No quería tener que luchar ni matar. Su futuro no sería como mercenario ni guerrero, sino como explorador.

Los tres amigos devolvieron la libertad a Kalimbel para que retornara a su helado hogar. No obstante, el norteño no quiso hacerlo. Había fallado al rey su padre, y volver sería una deshonra. Calibi le ofreció que le acompañara en sus viajes y le ayudara con su experiencia, a lo que Kalimbel accedió gustoso.

Calibi miró a Ilmar y Durum con ojos húmedos.

-¿Volveremos a vernos?

Ilmar abrazó y besó al rubio príncipe.

-Fangslieb, a pesar de lo que pueda parecer, es un mundo pequeño. No dudes que nuestros caminos volverán a cruzarse, Calibi.

----------0---------

Esta vez la habitación en la que se celebró la reunión no fue un discreto cuartucho, sino los lujosos aposentos del propio Rallius, el mayordomo del rey Thornblad de Tausen. El hombre contempló con codicia los tres diamantes negros sobre la mesa.

-Excelente, caballeros, han realizado ustedes un trabajo formidable. Pronto, nuestro Consejo de Hechiceros recibirá los diamantes para que descifren cómo liberar su poder y convertir a nuestro soberano en líder supremo de Fangslieb. Por fin el tiempo de anarquía terminará. Por fin Tausen unificará a todos los reinos bajo el mando de su majestad Thornblad.

Rallius no separó la vista de las oscuras joyas mientras proseguía su monólogo.

-Hace muchos años, nuestro señor se juró a sí mismo que la ley iba a reinar en Fangslieb, por las buenas o por las malas. A cualquier precio y por cualquier medio. Pero no toda esa basura de gruesos códigos o tratados filosóficos, de leyes sobre moralidad o ética ni estúpidas garantías que no hacen sino proteger a los delincuentes, no. El Rey lo tiene muy claro: la ley son caminos y carreteras seguros. Son calles por las que se puede pasear incluso después de la puesta de sol. Ley es dormir tranquilo sabiendo que te despertará el canto del gallo y no el gallo rojo de las llamas. Y nuestro rey, una vez sea dueño y señor de toda Fangslieb, sabe cómo lograrlo: ¡Soga y hacha para los que violan las leyes! ¡Palo y hierro al rojo! Un castigo que atemorice a otros. Los que violen las leyes serán capturados y castigados, por todos los medios y formas posibles.

El mayordomo fijó su severa mirada súbitamente en el rostro de Ilmar.

-Vaya, detecto cierta mueca de reprobación en vuestro rostro, cazarrecompensas. ¿Me equivoco?

Ilmar se sobresaltó. No había sido consciente de que su rostro hubiera traicionado sus pensamientos. Sabía que debía morderse la lengua y callarse, pero le fue imposible.

-Ahora que lo decís

Ilmar hizo caso omiso de la alarmada mirada de Durum, que le instaba a permanecer en silencio.

-Si, es cierto. Contáis con mi desaprobación, mi señor.

El rostro del mayordomo se ensombreció. Su voz se endureció.

-Vaya. ¿Y esa desaprobación se refiere al objetivo o a los métodos? Supongo que a los métodos porque es fácil criticarlos y ser un hipócrita, ya que a todos nos gustaría vivir en un mundo seguro, ¿verdad?

-En el fondo, vuestro mundo ideal y el de vuestro señor es un mundo perfecto para unos cazarrecompensas como Durum y como yo. –Ilmar se encogió de hombros. –Nunca nos faltaría trabajo en él.

-Explicaos.

-¿De verdad queréis que os diga lo que pienso, mi señor?

-Os lo ruego. –Si las miradas matasen, la mirada del mayordomo habría fulminado instantáneamente a Ilmar.

Cuando el cazarrecompensas empezó a hablar, Durum se llevó las manos a la cabeza con desesperación, sabedor de lo que vendría a continuación.

-En vez de códigos de leyes, en vez de garantías o normas sobre moralidad o ética, vuestra idea produce ilegalidad, anarquía y arbitrariedad. Provoca la falta de límites al poder de los gobernantes, el exceso de celo de los servidores de la ley que buscan complacer a sus superiores, la venganza ciega de los fanáticos, la crueldad e impunidad de los esbirros, la venganza y el desquite sádico. Vuestra visión, mi señor, es un mundo de terror, no de miedo ante los bandidos sino ante los guardianes de la ley porque siempre y en todo lugar, el efecto de las grandes cacerías de bandoleros ha sido que los bandoleros ingresen en masa en las filas de los guardianes de la ley. Vuestra visión, mi señor, es un mundo de sobornos, chantaje y provocación, un mundo de testigos de la corona y de falsos testigos. Un mundo de espías y de confesiones forzadas. E inevitablemente, más pronto que tarde, llegará el día en que en vuestro mundo las tenazas arrancarán los pechos a la persona equivocada, el día en que se colgará o decapitará a un inocente. Y entonces, mi señor, vuestro mundo será ya un mundo criminal.

Ilmar sonrió mientras el mayordomo temblaba de pura rabia, incapaz de controlar el temblor de sus manos.

-Esa es mi opinión, mi señor.

-¿Cómo… Cómo os atrevéis… insolente…?

-Disculpadme. Pensaba que queríais conocer mi opinión, mi señor.

-Maldito cazarrecompensas… Os voy a… ¡Guardias! ¡Guar…!

Rallius no tuvo tiempo de terminar la frase. Un puñetazo de Durum le dejó inconsciente. El gigante se volvió hacia Ilmar.

-Sabía que tenía que haberte amordazado.

-No es culpa mía. Él preguntó.

Dos guardias entraron en los aposentos para ver cómo Ilmar y Durum acomodaban al desvanecido mayordomo en una de las sillas.

-Su ilustrísima se encuentra indispuesto. Atendedle mientras avisamos a un galeno.

Los guardias miraron con suspicacia a los dos cazarrecompensas pero no les cerraron el paso. Como alma que lleva el diablo, Ilmar y Durum salieron del castillo lo más deprisa posible. Pronto se hallaban en las atestadas calles de Tausen.

-Está visto que nuestro destino es no salir de pobres, Ilmar.

-Lo lamento, amigo mío, pero es que no pude morderme la lengua.

-Oh, vamos, no importa. Si fueses de otra manera, quizás no te quisiera tanto. –El gigantesco hombretón abrazó a Ilmar dejándole sin respiración.

-Jajaja… Me vas a aplastar, grandullón… -Ilmar permaneció un rato pensativo. –Tan solo lamento haberle llevado los tres diamantes negros a ese tirano. ¿Quién sabe lo que hará con ellos?

-Bueno, en ese aspecto no hay de qué preocuparse. –Durum sacó un diamante negro de su bolsillo. –Me dio tiempo a coger uno de ellos antes de huir de las habitaciones del viejo.

Ilmar lo miró boquiabierto antes de que ambos se rieran a carcajadas.

Se cuenta que Ilmar y Durum, sufriendo mil peripecias, se vieron obligados a exiliarse de Tausen y poner pies en polvorosa hacia los reinos fronterizos del sur, donde se enfrentaron a un siniestro adversario. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.

Fin